Hasta aquel momento yo había hecho un esfuerzo por ignorar la total rareza de la «Casa de las Mil Lámparas». Ahora esa rareza no podía ser ignorada. Era como si una cosa viva, una presencia, una personalidad se lanzaba sobre mí. Yo me negaba a creer que cualquier desventura acaecida a los dueños anteriores, se debiera a una influencia maligna que emanaba de la casa, pero sin embargo allí estaba… aquella vaga sensación indefinible.
Sylvester me hablaba de la casa.
—Nunca conoceré ahora el secreto, Jane —me decía tristemente.
—¿Hay acaso un secreto? Tú y otros lo habéis buscado. Estoy segura que, de haber algo, ya habría sido descubierto.
—¿Sientes algo aquí? —Vacilé.
—Creo que es posible construir esa… ¿cómo se dice? ¿Aura? Es algo mental. Nada tangible.
—Eres una mujer razonable, Jane. Y tienes razón. El miedo está con frecuencia en la mente de quienes lo padecen. Tú podrías muy bien ser quien descubra el secreto de la casa, y que ese secreto fuera que no hay secreto. Que el misterio existe sólo en la mente de quienes lo crean. Y ahora léeme algo.
Le leía las novelas de Dickens, que siempre le gustaban. Creo que lo hacían alejarse hacia otro mundo, porque nada podía estar más lejos de su habitación con las lámparas que se balanceaban, que aquel escenario inglés. Tenía un libro de frases de los grandes escritores chinos junto a la cama, y solía estudiarlas antes de dormir.
Recuerdo algunas. Dos parecían aplicarse especialmente a mí. Una era: «La gema no puede pulirse sin fricción, ni el hombre perfeccionarse sin tribulaciones». Y pensaba entonces que me había convertido en una persona muy distinta a la que era en la época en que viví con Joliffe. Ahora era más blanda, entendía más a los otros. Me preguntaba si la muchacha que yo había sido en esos días —enamorada de mi propia vida y sin pensar mucho en los demás— hubiera podido ofrecer a Sylvester el consuelo que yo le daba ahora. Otra frase era: «El error de un momento se convierte en el dolor de una vida».
Pensaba mucho en esto.
Fue una época extraña, porque en la habitación de Sylvester había una sensación de aceptación, una meditativa atención. La casa parecía estar quieta, aguardando. Y sin embargo había una expectativa sutil. Aunque me decía a mí misma que no existía fuera de mi imaginación, la sentía. Estaba en las tranquilas habitaciones, cada una con su lámpara central y otras más pequeñas alrededor; estaba en el suave crujir de una cortina y en la brisa que levemente agitaba los árboles enanos y los cascabeles. Estaba en la pagoda, lugar de citas de Joliffe y Jason. Iba allí con frecuencia, porque quería cerciorarme que Loti no me había desobedecido llevando a Jason a encontrarse con Joliffe. Esperaba a medias encontrar allí a Joliffe, y también temía el encuentro.
Sentía que estaba viviendo en un extraño mundo: entre dos vidas, porque la casa me sugería, además de que él mismo lo decía, que Sylvester se estaba muriendo.
Me preguntaba qué iba a pasar entonces, pero me esforzaba en cerrar los ojos ante una deslumbradora perspectiva. Joliffe estaba libre… como iba a estarlo yo. Me sentía culpable y avergonzada al pensar en este desenlace.
Tenía plena certidumbre de la presencia de Adam en la casa. Con frecuencia me molestaba su tono didáctico; tenía una manera desconcertante de anunciar las cosas de las que estaba seguro. Yo siempre deseaba contradecirlo, pero descubrí que casi siempre tenía razón.
Había adoptado una especie de actitud protectora, como si quisiera defenderme en contra de mi propia voluntad. Esto me irritaba y hubiera querido decirle que no era en modo alguno débil. Sylvester me había enseñado y yo había aprendido bien las lecciones. Y la primera había sido la capacidad de sostenerme firme sobre mis pies.
No dije nada y seguimos marchando. Loti decía:
—El amo está tranquilo. Espera a Yen Wang.
Yo sabía que Yen wang era para los chinos lo que es Plutón para los griegos. De todos modos a veces me rebelaba contra aquella tranquila aceptación. Procuraba sacudir a Sylvester para que saliera de ella.
—Una de tus teorías era que uno puede hacer cualquier cosa. Si un hombre puede curarse y está decidido a hacerlo, ¿por qué no va a lograrlo?
—Tenemos voluntad hasta cierto punto —decía él—. Pero cuando se acerca la hora, no se puede atrasar el reloj.
Aquella noche desperté sobresaltada. Me senté en la cama y fue como si el horror cosquilleara mi piel. Había una débil luz en el cuarto que provenía de la luna creciente y la lámpara era como una criatura negra colgada del techo.
Después supe lo que me había despertado. Era un movimiento en mi puerta. El crujido del picaporte que giraba lentamente. Salté de la cama y, al hacerlo, la puerta se abrió.
En la penumbra vi allí una figura de pie. Por unos segundos creí que alguno de los fantasmas de la «Casa de las Mil Lámparas» se había materializado.
Después, ante mi sorpresa, vi que era Sylvester.
Yo estaba soñando. No podía ser Sylvester. Sólo lograba subir las escaleras con gran dificultad. Murmuré:
—Sylvester…
No hubo respuesta. Tenía las manos tendidas al frente y avanzó en la habitación.
Lo miré fijamente. Tenía que estar soñando. De pronto me di cuenta: Sylvester caminaba en sueños. Sigilosamente me acerqué a él. Le toqué la mano. Una lenta sonrisa pareció rozar sus labios, pero me di cuenta que seguía dormido.
Me sorprendió que hubiera podido subir las escaleras.
Comprendí que se había sentido impelido a venir a mí, y que, a pesar de estar dormido, aparentemente se daba cuenta de que me había encontrado.
Yo había oído decir que no era conveniente despertar a los sonámbulos y que debían ser guiados tranquilamente hacia sus camas. Hice volver suavemente a Sylvester, lo saqué de mi cuarto y lo conduje a la escalera. Me adelanté y lentamente hice que bajara.
Volví a llevarlo a su cama y lo tapé. Pero no quise dejarlo por miedo de que volviera a levantarse.
Permanecí allí un rato, vigilándolo. Tenía el aspecto de un muerto. Parecía haber perdido la carne, mostrando la estructura ósea de su cara. Pensé en toda la comodidad que me había proporcionado, y en lo que su pérdida iba a representar para mí, porque supe, tan bien como lo sabía él, que su fin estaba cerca.
Empecé a sentir frío y comprendiendo que ya no podía hacer nada por él, me levanté, y en ese momento Sylvester abrió los ojos.
—Jane —exclamó.
—No pasa nada —dije.
—¿Qué hora es? ¿Por qué estás aquí?
—No es nada —sabía que debía decirle la verdad, y añadí—: Caminabas en sueños. Yo te traje aquí de vuelta.
Él se incorporó a medias y yo dije:
—Descansa. Hablaremos por la mañana. Duerme tranquilo ahora.
—Jane —murmuró él.
Me incliné y lo besé en la frente.
—Procura dormir —dije.
*****
Por la mañana hablamos del asunto. Él estaba intrigado.
—No creo haber sido nunca sonámbulo —dijo.
—Tal vez es algo que le pasa a mucha gente —dije para tranquilizarlo— y nunca llegan a saberlo.
—Y fui a tu cuarto. ¿Cómo logré hacerlo?
—Es sorprendente.
—Debe haber sido alguna compulsión… en el sueño… algo que me dio fuerzas para subir la escalera.
—¿Es eso posible?
—Creo que sí. He estado preocupado por ti, Jane. Tal vez la preocupación se manifestó de este modo en el sueño. Debo haber soñado que debía verte… decirte algo, quizás…, quizás soñé que estabas en peligro. Debo haberme sentido forzado a verte, ya que pude subir la escalera. Jane, estoy preocupado por ti. Cuando ya no esté aquí…
—Por favor, no sigas; eso me hace daño.
—Mi querida Jane, eres muy buena conmigo y siempre lo has sido. Debo decirte que te debo casi toda la dicha que he conocido.
—Eso me da mucho consuelo, pero no quiero que hables como si te fueras a morir. Tal vez ese sueño sea un indicio de lo que puedes hacer si lo deseas. Concentrémonos en que te cures.
—No, no, Jane. Debemos enfrentar la verdad. La muerte está en la casa.
—¡Oh, no! Estás equivocado. No debemos pensar siquiera en una cosa semejante.
—Pero es verdad. Lo siento. Y tú también. Somos sensibles, Jane. Y tenemos cierta afinidad con lo oculto, ¿no lo sientes?
—Siempre he creído que eras un audaz y práctico hombre de negocios.
—Lo soy porque reconozco que hay mucho en la vida que es un misterio para mí y para todos los demás. He visto la muerte, Jane. Sí, de verdad, he visto la muerte en forma material.
—¿Qué quieres decir?
—Fue a la caída de la tarde. La puerta de mi cuarto se abrió y vi allí una forma. La forma de un dragón con la máscara de la muerte. La he visto en desfiles, y allí estaba… mirándome directamente. La vi y desapareció.
—Fue un mal sueño, porque no puede suceder una cosa así.
—No; estaba despierto. Y aunque parezca imposible en casa, en Roland’s Croft, aquí puede suceder.
—No es posible que creas en esas cosas.
—Supe que era la muerte, Jane. Ésta no es una casa corriente. Tú lo sabes igual que yo. Aquí pueden suceder cosas que no podrían pasar en otra parte. ¿No percibes los secretos, el misterio, la presencia del pasado?
—Voy a pedir al médico que te dé algo para que duermas bien. Tengo que cuidarte, Sylvester.
Él sonrió. Tomó mi mano y la besó. Yo sentí una gran ternura hacia él.
Llegó el mes de abril y pensé con nostalgia en la primavera de Inglaterra. Los narcisos debían florecer en los parques de Londres, e imaginé a los niños con sus barquitos en el Roud Pond. Después me sentí transportada al breve período de éxtasis con Joliffe, y vi claramente la sonriente cara de Bella, con aquella expresión siniestra en los ojos, la mensajera del destino que había venido a destruir de un golpe mi felicidad.
La excitación invadía la casa; los criados murmuraban en grupos. Se acercaba una gran ocasión.
Sylvester me dijo:
—Ya sabes lo que viene, Jane. Es la Fiesta de los Muertos.
Sentí náuseas de horror. Recordaba la costumbre por haber leído acerca de ella, había olvidado que ésta era la época del año en que la celebraban.
—La festejan dos veces al año —dijo Sylvester— en primavera y en otoño, pero la gran celebración es en primavera… ahora. Oh, no, no lo hacen morbosamente. Honran a sus antepasados. Y ya sabes que la mayor fuerza en la vida china está en el culto a los antepasados. Todo pecado es perdonado cuando se busca esto. Confucio ha dicho que los ritos del funeral y del luto son los más importantes de todos los deberes. Por lo tanto ésta es la celebración más importante del año… honrar a los muertos.
Se iniciaron los preparativos. Durante todo el día vimos grupos que iban hacia las colinas donde estaban los cementerios. Sylvester me dijo que esos lugares eran elegidos a lo largo de toda China porque la tierra no podía usarse para cultivos, y allí estaban enterrados los grandes mandarines y los campesinos más bajos.
Durante días las mujeres y los niños iban a lavar las tumbas, preparándolas para el gran día. Cuando salíamos a cabalgar con Toby veíamos las serpentinas de papel rojo y blanco flotando en el viento. Estas serpentinas se ataban a las tumbas, para que todos supieran que habían sido limpiadas y que ningún muerto había sido olvidado.
Loti estaba entre los que fueron en peregrinación a la colina. Llevó comida y velas, y se envolvió en una tela rústica.
Nunca olvidaré aquel día. La casa quedó desierta. Todos los criados habían ido a las colinas.
Tobias había sacado a Jason a dar una vuelta en un pony, porque Jason estaba aprendiendo a cabalgar, y Sylvester y yo nos quedamos en casa.
Todo estaba en silencio fuera del sonido ocasional de los gongs, que provenían de las procesiones de dolientes que iban subiendo la colina.
Deseaba que terminara aquel día. Sylvester estaba vestido, sentado en su sillón. Estaba muy delgado y, en la luz difusa, parecía un esqueleto.
¡Cómo hubiera deseado que no siguieran resonando aquellos gongs! Me recordaban el tañido de una campana mortuoria. Y recordaba a mi alegre madre, que se había estado muriendo y ocultándomelo.
—Es una ceremonia horrible —dije en voz alta.
—La tristeza es breve —replicó Sylvester—. Dentro de poco empezará la fiesta.
—¡La fiesta!
—Supongo que no creerás que van a tirar toda esa comida que han llevado, ¿no? Son demasiado prácticos para eso. Honran primero a los muertos y después hacen un banquete con la comida que han llevado. En lo alto de las colinas encenderán las lámparas y cesarán los lamentos. Todos se sentarán, porque la comida se servirá sobre las tumbas, y comerán, como te dirán después, con sus antepasados.
—¿Y mañana lo habrán olvidado?
—Algunos olvidan a sus muertos… otros no los olvidan nunca.
Guardamos silencio un momento. Después él dijo:
—Muy pronto, Jane, ya no estaré aquí.
Exclamé con vehemencia:
—Basta, por favor. ¡Hace tiempo que estás cortejando a la muerte!
—Hace tiempo que ha entrado en esta casa, Jane, y sé a quién viene a buscar.
—Tonterías. Parece que hubieras perdido la voluntad de vivir.
—La he perdido porque me la han quitado.
—¿Quién?
Entonces dijo algo muy raro:
—No estoy muy seguro.
Sylvester, ¿qué quieres decir?
Él se encogió de hombros.
—De todos modos ha llegado mi hora. Es parte de la trama. Sé lo que debo hacer. Esta casa será tuya, Jane, cuando yo me vaya.
—No hables de eso.
Él río suavemente.
—Silencio. La casa escucha. Y a nadie le gusta no ser querido. Avergüenza. Sí, sé que debo hacer eso. Esta casa y el negocio serán tuyos, Jane. Te he entrenado para ello. Tienes dedicación… una mente seria. Tú eres quien debe heredar y prepararás al niño y, a su debido tiempo, él te reemplazará. En cuanto a la casa… con su secreto, creo que has descubierto la verdad. El miedo existe sólo en la mente, Jane. Ésa es la respuesta del acertijo. Vivirás aquí en paz.
—No puedes dejarme todo esto a mí… soy una mujer —dije.
—Siempre he sentido gran respeto por las mujeres, ¿sabes? Y eres mi mujer. Los años que he pasado contigo han sido los más dichosos desde que Martha se casó con Magnus. Todo cambió con tu llegada. ¡Y aprendiste… aprendiste tan rápidamente! Tu placer, tu entusiasmo, tu dedicación han sido mi deleite.
—No creo ser capaz de…
—Tonterías. ¿Quién me recordó que cualquiera es capaz de hacer cualquier cosa si así lo decide mentalmente?
—¿Lo crees de verdad?
—Lo creo.
—Cree entonces que te curarás. Te curarás. Yo te cuidaré. Prepararé todas tus comidas…
Me interrumpí, horrorizada por lo que acababa de decir. Era como si la casa hubiera contenido el aliento y esperara. Como si una voz desconocida hubiera murmurado aquellas palabras.
—Demasiado tarde, Jane —dijo él—. Ha llegado mi hora. Te las arreglarás para seguir adelante. Toby es un gran tipo, ya verás. Un hombre de confianza. Confía en él. Quiero mucho mis tesoros. He sido un hombre de negocios de éxito, con mi habilidad para comprar y mi audacia para vender, pero he amado mi mercadería. Como sabes he conservado algunas cosas porque no soportaba separarme de ellas. He cubierto todo, creo, he tomado en cuenta todas las contingencias. Se me ha ocurrido que tal vez no desees estar sola.
—¿Qué quieres decir, Sylvester? —pregunté agudamente.
—Te conozco bien, Jane. No creo que seas una mujer a la que le guste vivir sola. Tal vez decidas casarte.
—Oh, no hables de esas cosas. Tengo un marido que ha sido muy bueno conmigo.
—Que Dios te bendiga, Jane. Pero miremos los hechos de frente. Cuando yo no esté ya aquí, te sentirás sola. Tal vez necesites a alguien. Elige con cuidado, Jane. Una vez… —se interrumpió porque yo había hecho una mueca. Supe que pensaba en Joliffe. Prosiguió rápidamente—. Me he ocupado, como quien dice, de las posibilidades que puedan ocurrir. Jason es aún un niño. Y tú también, pero, en caso que te ocurra algo, he nombrado a Adam como tutor de Jason, hasta que sea mayor de edad. Pero tú, Jane, tendrás el negocio en tus manos el mayor tiempo posible.
Sugería que, si volvía a casarme, le gustaría que Adam fuera mi marido… Adam o quizás Toby. Confiaba totalmente en Toby, pero Adam era de su familia. Lo que más le preocupaba era dejar fuera a Joliffe.
—¡Quiero que te cures! —exclamé—. Quiero que tú sigas dirigiéndolo todo.
—Eres muy buena conmigo, Jane —dijo él—. Siempre has sido buena conmigo. He tenido una buena vida. He tenido dolores, pero aprendí a controlarlos y los chinos dicen que, cuantos más talentos se ejerciten, más se desarrollarán.
Guardó silencio y creí que estaba dormido.
Quedé sentada a su lado y recordé el pasado, la primera vez que nos habíamos encontrado y como yo había temido que mi madre y yo fuéramos despedidas.
Después la enormidad de lo que él había dicho me envolvió, y no quise pensar. Quería seguir allí quieta y escuchar el silencio de la casa, el distante resonar de los gongs en la colina.
Aquella noche Sylvester murió mientras dormía… la noche del día de la Fiesta de los Muertos. Él hubiera dicho que era un momento adecuado para morir.
Yo me había convertido no sólo en viuda sino en una mujer rica.