Todo ha cambiado. Debía ser porque Joliffe estaba en Hong Kong. Ya no podía aceptar mi destino: tenía que rebelarme contra él. Sólo había una manera de recobrar la paz de mi espíritu: olvidar a Joliffe. Y esto era algo que yo no lograría jamás.
Había tenido una entrevista con Sylvester. No sé de qué hablaron, pero el resultado fue que, aunque Adam estaba viviendo en casa, no había en ella sitio para Joliffe. Teniendo en cuenta cuál había sido su relación conmigo, aquello era imposible.
A Joliffe no le quedó otra alternativa que aceptar esto, pero al mismo tiempo manifestó claramente que deseaba ver a su hijo. Yo lo conocía lo bastante como para darme cuenta que iba a usar a Jason como pretexto.
Sylvester quedó muy conmovido. Me conocía tan bien que debe haber sido perfectamente consciente del efecto que me había producido el regreso de Joliffe, pese a mis esfuerzos por ocultarlo. Tenía miedo. A veces yo quedaba sorprendida ante la profundidad de sentimientos que había despertado en aquel hombre tranquilo y contenido. Comprendí que no era sólo su relación conmigo la que sentía peligrar: también temía por Jason. Había algo desdeñoso y lejano en su naturaleza que le hacía difícil lograr una relación íntima. A veces se me había ocurrido que nuestro matrimonio debía ser para él el matrimonio perfecto… un matrimonio sin relación física, que milagrosamente le había traído un hijo de su sangre.
Parecía retroceder ante el contacto físico. ¿O tal vez se me ocurría esto por ser yo tan consciente de la abrumadora masculinidad de Joliffe? Sylvester parecía pálido y conmovido, y comprendí que estaba padeciendo una de sus jaquecas; pero había sido firme al prohibir la permanencia de Joliffe en la casa.
Cuando fui a El Bajo, Toby pareció muy serio. Estaba enojado con Joliffe.
—Nunca debió venir —dijo—. Sabía las complicaciones que podía provocar con su regreso.
—Tenía que ocuparse de sus negocios —dije, casi sin darme cuenta que estaba defendiendo a Joliffe.
—Todo este tiempo se las ha arreglado muy bien con sus agentes. Es sólo ahora cuando usted está aquí… —me miró con gravedad, procurando calcular el efecto que me había producido el regreso de Joliffe.
—Lo que existió entre nosotros ya no existe —dije, esperando conservar la calma—. Y ha sido así desde hace tiempo.
Toby frunció el ceño.
—Es difícil en un lugar como éste no tropezar con la gente.
—Quizás él no permanezca aquí mucho tiempo —dije. Toby suspiró. Comprendí que él también esperaba esto. Adam me habló también de su primo.
—He oído que su mujer ha muerto —dijo, mirándome atentamente. Yo contesté:
—Eso he oído también.
—No debía haber venido aquí. Debió dejar los negocios en manos de su agente.
—¿Por qué se preocupa tanto todo el mundo por esto?
Adam frunció el ceño.
—Es una tontería fingir. Sabemos que hubo entre ustedes una especie de matrimonio. Sabemos que Jason es hijo de él. Esto crea una situación difícil. Joliffe siempre se ha mostrado sumamente indiferente ante las molestias… o los sentimientos…, de los otros. Es como su padre. Usted está ahora tranquila y casada con Sylvester. Joliffe debía haber tenido sentido común de no presentarse aquí.
—No es necesario hacer tanto alboroto. Sólo le he visto esta semana, y hacía años que no lo veía.
Adam asintió.
—Posee el famoso encanto de los Eddy, que se supone es heredado de nuestra abuela. Ella se escapó con un amante. Es una tara de temeridad en el carácter, y ha surgido en algunos de nosotros.
—No ha surgido en usted, Adam.
—Parece usted compadecerme por eso.
—Oh, no. —Sacudí la cabeza—. Le felicito.
—De todos modos la gente encuentra muy atractivas a esas personas irresponsables. A usted le ocurrió también. ¿Por qué se casó usted con Joliffe… o supuso que se había casado?
Hubiera querido decir: porque lo amaba. Porque creía entonces —y aparentemente no me había equivocado— que él era el único hombre en el mundo para mí. Pero ¿cómo decir cosas como éstas al prosaico Adam? Dije:
—Por el mismo motivo por el que se casa la mayoría de la gente.
—La gente se casa por diversos motivos. Algunas lo hacen porque les parece conveniente.
—Es usted cínico.
—Pero realista. ¿No se casó usted por ese motivo con mi tío Sylvester?
Contesté, enojada:
—A usted siempre le ha molestado mi casamiento, ¿verdad?
Él se encogió de hombros y se alejó. Estaba enojada con él, pero, cuando se mencionaba a Joliffe, ya no podía confiar en mí misma, y ahora quería escapar de Adam.
Él miró por encima del hombro y dijo:
—No olvide usted que se ha casado con mi tío… y que, cualquier cosa que pase, siempre estará usted casada con él.
—¿Cree usted que puedo olvidarlo?
—Algunas personas olvidan los votos matrimoniales —dijo él, y se fue.
Era una persona muy molesta. Todo mi antiguo resentimiento contra él volvió.
*****
Recibí una nota de Joliffe. Quería verme. Ignoré la nota. Llegó otra. Afirmaba que Jason era su hijo. Si yo me negaba a verlo, él estaba decidido a ver a su hijo. Estaba en su derecho.
Yo estaba decidida a no entrar en ninguna negociación con él sin que Sylvester lo supiera; fui a verlo y le conté lo que pedía Joliffe.
Sylvester estaba pálido y distraído; su bastón estaba colgado en el brazo del sillón; sentí una profunda piedad por él.
—Tiene cierto derecho a ver al niño —reconoció.
—No se ha preocupado por él en más de cinco años —dije.
—Pero es el padre.
—Desearía que se fuera —dije, pero, al hablar, soné a falso, porque no deseaba tal cosa. No podía soportar que se fuera, y supe por la forma en que Sylvester me miraba que era consciente de mis sentimientos.
Era un hombre justo y creo que sabía que yo no podía volver la espalda a la vida. Conocía el vacío de mi existencia: sabía mis anhelos secretos. Había algo de fatalista en Sylvester. Era como si estuviera diciendo: «Aquí está Joliffe: él puede ofrecerte ardor, pasión juvenil, hechizo, lo que tú y él llamáis amor; puede ofrecer todo esto, junto con la inseguridad. Yo puedo darte cariño, calma, tranquilidad, una compañía fiel, un hogar sereno para tu hijo, un futuro asegurado. El destino te ofrece la elección. Debes decidir».
Sabía que él temía que algún día yo me fuera con Joliffe —porque era evidente que ésta era la intención de Joliffe— y que me llevara a Jason y que él, Sylvester, volviera a quedarse solo de nuevo. Tal vez su actitud fatalista provenía de su estudio de la filosofía china, pero allí estaba. Temía, pero no intentó apartar de mí la tentación.
Me dije que no me iba a dejar tentar. Sabía que mi deber estaba junto a mi marido y mi precioso hijo. Lo decidí, y por este motivo no debía ver a Joliffe. Había bastado con verlo una vez para comprender que podía olvidarlo todo ante mi deseo de él. Y estaba decidida a que no sucediera esto.
Nunca lo iba a ver a solas. Pero él tenía que ver a Jason. Sylvester dijo:
—A su debido tiempo el niño sabrá quién es su padre. Y tal vez nos guarde rencor si no dejamos que lo vea. Joliffe no deberá decirle cual es la verdadera relación entre ellos, pero debe verlo.
Convinimos que Loti llevara a Jason al hotel donde se alojaba Joliffe. No debía separarse de Jason y el encuentro sería de una hora de duración.
A cambio de esta concesión, que fue arreglada por Adam, Joliffe debía dar su palabra de que el niño regresaría a la «Casa de las Mil Lámparas» al terminar esa hora.
Me pregunté si aquello era conveniente después de aquel primer encuentro. Jason volvió con los ojos deslumbrados. El primo de Adam era un hombre maravilloso. Tenía un barrilete y juntos los remontaron, porque Jason había llevado el suyo para mostrárselo. En el jardín del hotel los habían visto trepar hacia el cielo.
—El de él fue más alto —dijo Jason tristemente—. Va a regalarme uno nuevo.
—Pero ya tienes el que te regaló Loti —le recordé. Él pareció pensativo.
—Pero este será mejor y más grande. Lo ha dicho.
—Tal vez a Loti no le guste.
—Oh, remontaré a veces el que ella me ha regalado. Mamá: ¿cuándo volveré a ver al primo de tío Adam?
*****
Era un estado de cosas muy inquietante. Una vez lo vi cuando iba en un carrito, y el corazón me dio un salto. En otra ocasión, al salir de El Bajo, estaba esperándome, como me había esperado aquella vez en Cheapside.
Sus ojos eran suplicantes; estaba un poco demacrado y pensé: «Es tan desdichado como yo». Se plantó frente a mí de manera casi abyecta.
—Jane, esto es absurdo. Tenemos que hablar.
—No hay nada que decir —repliqué.
—Tenemos que inventar algo.
—Todo ha sido inventado ya. Vuelve a nuestra patria, Joliffe. Vuelve a Inglaterra. Es mejor.
—No sabes lo que he pasado.
—¡Que no lo sé! —Estaba enojada—. ¡Lo supe cuando descubrí que no era tu mujer!
—Ahora estoy libre, Jane.
—Olvidas que yo no lo soy.
Él se volvió hacia el carrito que me esperaba.
—Está el niño —dijo—. Piensa en lo que puede significar para él.
—Es exactamente por ese motivo que debes partir —respondí.
Subí al carrito. El hombre cogió las varas, su cara era impasible.
*****
Loti se había dado cuenta de mi inquietud.
Decía que la diosa estaba avergonzada porque se había construido una casa sobre su templo, y que no habría «Joss» para los que vivieran en ella.
—No tiene nada que ver con la diosa, Loti.
—La serenidad se ha ido —dijo ella.
¡Cuánta razón tenía! Supongo que antes, en cierto sentido, yo había estado serena… siguiendo tranquilamente mi vida, procurando creer que estaba satisfecha…
Con frecuencia encontraba los ojos de Loti clavados en mí. Eran dolorosos, atentos. Sabía que mi cambio se debía a la llegada de Joliffe.
Era ella quien llevaba a Jason a visitar a Joliffe. Adam los acompañaba; todo era muy ceremonioso. Adam me dijo que él esperaba en el hotel mientras Jason salía a los jardines con Joliffe. Adam también mandaba a Loti a sentarse en el jardín.
Había habido tres encuentros entre Jason y Joliffe, y Jason ya lo adoraba. Preguntaba diariamente: «¿Cuántos días faltan para ver al primo de Adam, mamá?» y los marcaba en el calendario.
Dije a Sylvester:
—Es un error dejar que se vean. Está hechizando al niño. Y eso no me gusta.
Yo sabía que Sylvester también tenía mucho miedo, pero aquella actitud fatalista parecía haberse apoderado de él: era como si no sólo deseara que yo eligiera entre él y Joliffe, sino como si quisiera que también lo hiciera Jason.
Un día me di un susto porque Jason no estaba en su cuarto. Había dicho que subía para leer un libro, como solía hacerlo por las tardes, pero cuando fui a buscarlo, no lo encontré.
Llamé a Loti y tampoco pude encontrarla. Como faltaban ambos no me preocupé como hubiera podido preocuparme en otras circunstancias.
Bajé al patio y, al hacerlo, miré hacia el cielo y vi flotar dos barriletes: el bien conocido de Jason y uno grande y llamativo que adiviné había comprado Joliffe.
Están juntos, pensé.
Atravesé las puertas y me dirigí hacia la pagoda. Al acercarme oí voces.
—¡Mira el mío, mira el mío! —gritaba Jason.
—Todavía volará más alto —contestó Joliffe.
Me daban la espalda, de modo que no me vieron, pero yo los había visto, no sólo a ellos, sino a Loti, sentada en el césped, dándome la espalda y mirándolos.
Mandé llamar a Loti. Ella pareció temerosa y avergonzada. Hacía una hora que había traído de vuelta a Jason. No pregunté al niño dónde había estado. Esperé que me lo dijera. Y quedé apenada cuando no mencionó que había estado con Joliffe. Por eso quería hablar con Loti. Cerré la puerta y le dije que se sentara. Vi que le temblaban las manos.
—Pareces culpable, Loti —dije.
Ella bajó la cabeza y yo proseguí:
—De modo que llevaste a Jason a encontrarse con alguien…
Ella asintió nerviosamente.
—Sabes que esos encuentros deben realizarse en el hotel y no en la pagoda. ¿No es así, Loti?
Ella asintió de nuevo.
—Y me has engañado. Le has enseñado a mi hijo a que me engañe.
—Debe usted azotar a esta chica mala y miserable —dijo ella, arrodillándose y poniendo la frente en el suelo.
—Loti, levántate y no seas tonta. ¿Por qué has hecho esto?
—¡A Jason le gusta tanto ver al señor Joliffe!
—Jason lo ve una vez por semana. Así se ha arreglado. Pero tú has decidido cambiar la cosa.
Ella levantó la cara hacia mí: sus ojos estaban aterrados. Miró por encima del hombro, como si esperara ver allí a alguien.
—El señor Joliffe es el padre de Jason —dijo.
—¿Quién te lo ha dicho?
Ella levantó los hombros, desesperada.
—Es así. Lo sé.
Naturalmente lo había oído. Adam hablaba del asunto: y también yo y Sylvester. Y las familias nunca han podido ocultar sus secretos a los criados. Loti entendía inglés.
—Traer gran mala suerte desobedecer al padre —dijo Loti.
La tomé de los hombros.
—Sí, Loti —dije— el señor Joliffe es el padre de Jason, pero espero que tú no se lo habrás dicho.
—No, no le he dicho. No le diré.
Creí en ella. Porque aquello era algo que Jason jamás hubiera podido guardar para sí.
—Nunca debes decírselo —proseguí—. Si lo haces… —vacilé. Después añadí—: Si lo haces tendrás que irte de aquí. Volverás a dónde estabas.
Una expresión de intenso horror invadió su cara. Empezó a temblar.
—No diré. No es bueno decir. Él ser sólo un niño. Pero es mala suerte desobedecer al padre.
—Y el señor Joliffe te pidió que lo llevaras a la pagoda, ¿verdad?
Ella bajó la cabeza.
—No vuelvas a hacerlo —le previne—. Si vuelves a engañarme de este modo te echaré de aquí.
Ella asintió rápidamente. Quiso arrodillarse de nuevo. Aquella actitud significaba que era abyecta en su miseria y que lo único que contaba era el deseo de expiar sus pecados.
—No te preocupes, Loti. Estás perdonada. Pero no vuelvas a repetir esto.
Ella asintió y yo quedé contenta de haberme expresado claramente sobre el punto.
Pero también me sentí muy ansiosa porque sabía que Joliffe era capaz de hacer cualquier cosa para salirse con la suya. Recordaba vivamente la vez que lo había encontrado en el cuarto de exhibición de Sylvester en medio de la noche; e incluso entonces, cuando yo debía haber estado prevenida contra alguien capaz de emplear tales métodos, había rehusado escuchar el aviso; ahora, mientras me preguntaba qué iría a hacer Joliffe ahora; temía diariamente oír que había decidido volver a Inglaterra.
*****
Hubo un cambio indudable en la casa. Se había iniciado poco después del regreso de Joliffe. Temía las sombras cuando llegaba el crepúsculo; y las lámparas parecían proyectar una luz fantástica sobre todas las cosas.
Cuando la casa estaba en silencio yo la imaginaba escuchando, meditando, esperando, lo que era absurdo. Visualizaba lo que debía estar de pie en este mismo lugar en la época anterior a la construcción de la casa. Había habido sacerdotes que pasaban de un lado a otro por los patios del templo; imaginaba sus cánticos y golpear de los gongs y el gesto del kowtow ante la imagen de la diosa. Los imaginaba tan claramente con sus túnicas amarillas y sus cabezas rapadas, que casi esperaba ver el espectro de algunos bajando y subiendo las escaleras.
Era como si un nuevo estado de ánimo se hubiera apoderado de la casa. Sylvester también lo sentía. Me había dado cuenta, aunque él nunca lo mencionó.
Tal vez todo se había iniciado en nuestras mentes. El miedo estaba instalado en ellas. Era evidente que Sylvester temía lo que pudiera pasar… y yo también.
Parecía encogido, más viejo. Había días en los que no salía de su cuarto.
Adam percibió esto. Me preguntó si no sería conveniente llamar al doctor Phillips, el médico europeo, para que lo examinara.
Ante mi sorpresa me sentí aliviada con la presencia de Adam en la casa. Con la llegada de Joliffe a Hong Kong, Adam era una especie de protección. Yo sentía que, en caso de que yo cediera ante Joliffe, como Joliffe lo esperaba obviamente, Adam hubiera sentido una vanidosa satisfacción. Y también había un lado muy práctico en su carácter. Si yo me iba con Jason era probable que Sylvester lo aceptara como socio. Creía percibir los pensamientos tras la expresión inescrutable de Adam.
Adam había estado buscando casa sin encontrar nada conveniente, y Sylvester demostraba claramente que estaba contento con su presencia en casa. Yo me había dado cuenta que, desde el regreso de Joliffe, la actitud de Sylvester hacia Adam había cambiado. Sylvester sentía gran afecto hacia su sobrino y admiraba su conocimiento y dedicación. Supuse que en un tiempo había experimentado lo mismo hacia Joliffe. Sylvester y Adam tenían mucho en común. Siempre los encontraba sumidos en profundas y excitadas discusiones acerca de alguna pieza descubierta por uno de los dos.
Estuve de acuerdo en que el médico viera a Sylvester, y como Sylvester se oponía, Adam decidió invitar al doctor Phillips a cenar con nosotros, y tratar después el tema de la salud de Sylvester de manera casual.
Sylvester se enojó un poco, pero finalmente accedió en someterse a un examen. El veredicto del médico fue que no tenía nada. Habló cierto tiempo conmigo y con Adam, y señaló que una vida inactiva naturalmente tenía que producir efectos. Había debilidad, cansancio, pero debía ser el resultado inevitable del accidente.
—Manténgalo satisfecho y no lo deje tomar frío.
Adam dijo que se sentía aliviado, pero que, de todos modos, creía haber obrado bien llamando al médico.
Más tarde Sylvester me pidió que le dijera la verdad acerca de lo que había dicho el médico. Se lo dije.
—Quiero saberlo, Jane —dijo él—. Existe la teoría de que no se debe hablar a los enfermos de su gravedad. Supongo que es bueno en ciertos casos. Pero yo quiero conocer mi destino… mi «Joss» como dicen aquí. Si no me queda mucho tiempo de vida, quiero saberlo.
—¿Por qué tienes esa idea? El médico ha dicho que debes estar sufriendo los efectos de una vida sedentaria, y que procures interesarte en lo que pasa y no tomar frío.
—Me alegro que Adam esté aquí. Naturalmente me doy cuenta que los negocios le resultan un poco difíciles y que le gustaría volver a unirse conmigo. Pero no deseo eso, Jane. Oh, tengo gran respeto por su talento. Es una autoridad en muchos sentidos. Pero tengo mis motivos para no volver a asociarme con él. Ha estado hablando acerca de eso. Cree en la leyenda de que aquí, en alguna parte, hay un secreto que descubrir.
—¿Has investigado ese misterio, Sylvester?
—He recorrido la casa, he registrado cada cuarto, como lo hicieron mi abuelo y mi padre antes que yo.
—Tal vez haya una puerta secreta en alguna parte.
—Si es así, nunca ha sido encontrada.
—Háblame de tu hermano Magnus.
—Joliffe se parece tanto a su padre que a veces creo que Magnus ha vuelto entre nosotros. Magnus era el hijo favorito de nuestro padre. Acostumbrábamos a decir que era como José y que, si nuestro padre hubiera tenido una túnica de muchos colores, Magnus la hubiera heredado.
Pero te dejó la casa a ti.
Magnus había muerto antes. De todos modos me habría dejado la casa. Algunos dicen que esta casa puede ser un peso… —miró alrededor—. Sé que muchos criados creen que está hechizada. Siempre he creído que me la dejó a mí porque yo era más serio que Redmond, que vivía en ese tiempo, pero mi padre creyó que yo era más capaz de sobreponerme a las dificultades de vivir aquí.
—Me sorprendes.
—¡Oh, hay aquí un aura! Tú la sientes, Jane. La mujer de mi abuelo se escapó poco después de venir aquí. Es verdad que siempre fue frívola, pero lo cierto es que dejó a mi abuelo cuando él recibió la casa. El nunca logró recuperarse del golpe. Mi padre no era un hombre feliz. Había perdido a su hijo más querido. Ya ves que la desdicha cayó sobre los poseedores de la casa. Mi padre creyó que yo sería más capaz que Redmond de capear cualquier tormenta.
—Pero dividió el negocio entre los dos.
Sí, por partes iguales. Y había una parte para Joliffe. Mi padre se disculpó conmigo unos meses antes de morir.
«Dentro de unos años» dijo «la igualdad se habrá desvanecido. Tú, mi hijo mayor, mandarás a los otros, que quedarán muy atrás». Es verdad que mi instinto para los negocios ha sido mayor que el de ellos.
—Y después os separasteis…
—Nuestras personalidades chocaron. Estuvieron contenidas mientras nuestro padre vivía, pero después quisimos seguir nuestro propio camino. Mi padre tuvo razón. Pronto tuve más éxito que Redmond y que Joliffe. Ellos tenían… más intereses exteriores. Tal vez yo sea más dedicado. Poco después de la separación, Redmond tuvo un ataque al corazón y murió. Adam se encargó del negocio. Y no quiso entonces unirse conmigo: estaba seguro de triunfar por cuenta propia y le ha ido bien, hasta cierto punto. Y aquí estamos… tres rivales como quien dice… el tío y sus dos sobrinos —vaciló. —Ya te he contado que, cuando era joven admiré a una actriz. Llegamos a ser grandes amigos. Mi hermano Magnus la vio. Se casó con ella. Joliffe es hijo de ellos.
Me pregunté entonces si la animosidad leve que Sylvester sentía hacia Joliffe podía ser debida al hecho de que fuera hijo de una mujer a la que había amado. Pero eso no estaba en la naturaleza de Sylvester. Hubiera amado más a Joliffe a causa de esto. Era por culpa del mismo Joliffe por lo que Sylvester había dejado de quererlo.
—En verdad no fue un matrimonio feliz, aunque ella adoraba a Magnus. Él fascinaba a las mujeres. Era exuberante, aventurero, guapo, galante y encantador… todo lo que agrada a las mujeres. Y le gustaban todas demasiado para querer profundamente a una sola. Yo no poseo ninguno de esos dones. Yo era el hermano serio, consagrado a los negocios.
—Bueno, te han servido de consuelo.
—Es lo que uno aprende, Jane. Siempre hay compensaciones en la vida.
—¿Lamentó ella haber elegido a tu hermano?
—Oh, no. Si hubiera tenido que volver a escoger, siempre habría elegido a Magnus. Con frecuencia se sintió herida, pero su apego, hacia él jamás flaqueó. Murieron juntos. A ella no le hubiera gustado seguir viviendo sin él.
—¿Y Joliffe fue su único hijo?
Él asintió.
—Hice planes para adoptarlo. Quise que fuera como mi propio hijo. Procuré moldearlo a mi manera. Fue como querer contener la marea. Es hijo de Magnus.
Guardó silencio por un rato. Después prosiguió:
—Después apareciste tú, jane. Desde el principio supe que ibas a desempeñar un papel importante en mi vida. Cuando vino Joliffe y yo te creí casada con él, fue como una especie de terrible trama que se repetía.
—Sí —dije— lo veo. Y ahora él ha vuelto.
—Sí —dijo él— y yo me pregunto qué pasará.
—La trama ha cambiado —le aseguré—. Creo que no soy tan distinta a ti. Soy seria. Una vez actué precipitadamente. No creo volver a hacerlo.
—No lo harás. Y esto es parte de mi trama. Será como yo lo he planeado.
Parecía cansado y comprendí que no deseaba seguir hablando. Sugerí que durmiera un poco. Pero él dijo que quería jugar al mah-jong. Cuando volví con el tablero tenía los ojos cerrados y comprendí que dormía.
Parecía fatigado y tenía un aspecto como de pergamino en su cara. Sentí gran piedad y ternura por él.
*****
Ahora pasaba más tiempo con Sylvester. Me daba cuenta que se debilitaba de día en día. No comprendía qué le pasaba; y él tampoco. Simplemente estaba cansado e indiferente. A veces pasaba todo un día acostado; otras veces se levantaba por la tarde y se sentaba en un sillón. Había en él una especie de débil resignación. Tuve la impresión que estaba convencido que su vida terminaba y se había resignado a ello.
Era una actitud que me resultaba exasperante. Quería que hiciera un esfuerzo. Sonreía amablemente cuando le sugería que se vistiera para la comida.
—Llega un momento en la vida —dijo— en el que debemos dejar pasar las cosas. Llega la marea, las olas nos rozan suavemente y sabemos que ya falta poco para quedar sumergidos.
Dije con vehemencia que no aceptaba tal filosofía.
—Ah, Jane —dijo él— tú eres una mujer de carácter.
Jason le visitaba y le leía para mostrarle sus progresos. Charlaba libremente y contaba a Sylvester historias que él mismo inventaba. Siempre había en ellas un dragón. Sylvester le enseñó a jugar a su adorado mah-jong y yo me sentía feliz, de una manera tranquila, satisfecha.
Toby venía con frecuencia a visitar a Sylvester y se encerraban juntos; el abogado inglés vino también, y comprendí que Sylvester estaba poniendo las cosas en orden.