III

Había ido a El Bajo a ver a Toby por un encargo especial que Sylvester deseaba aclarar. Con frecuencia lo ayudaba en estas cosas. El carrito me llevaba hasta los almacenes, me esperaba, y volvía a llevarme de regreso a casa. Toby estaba siempre encantado de verme. Era un buen hombre de negocios, enteramente leal a Sylvester y sentí que más de una vez estaba incómodo al sentir que crecían sus sentimientos hacia mí. Una vez me dijo que Sylvester le había dado una gran oportunidad. En un tiempo había trabajado en la oficina de Cheapside y que, cuando tenía dieciséis años su padre había vuelto a casarse. Toby había adorado a su madre, que había muerto un año antes del segundo matrimonio. Su hermana Elspeth dejó el hogar cuando su padre volvió a casarse y se fue a enseñar a Edimburgo. La situación se había hecho insoportable para Toby; se daba cuenta que su madrastra era una mujer digna, pero no toleraba verla ocupando el lugar de su madre. Sylvester había entendido sus sentimientos y el remedio había sido mandarlo a la sucursal de Hong Kong. Allí Toby decía que había podido ver claramente las cosas, y cuán equivocado había estado al no tolerar la felicidad de su padre.

Continuamente hablaba de su gratitud hacia Sylvester. Yo lo entendía perfectamente. En cuanto a mí, ya sabía que nunca iba a sentir nada violento por nadie. Mi esperanza era deslizarme en medio de una paz relativa, y aceptar lo que la vida me había dado.

Al volver a casa oí voces en la sala de Sylvester. Adam estaba con él. Me pareció sombrío, y cuando entré, ambos dejaron bruscamente de hablar. Cuando Adam se fue, dijo:

—Adam casi ha sugerido que quiere asociarse conmigo.

—¿En los negocios? —Él asintió.

—Dice que debo descansar más, que necesito alguien que me saque el peso de los hombros y demás. Le dije que Tobias era un buen gerente y que contigo aquí y los empleados en El Bajo me las arreglo muy bien.

—Quizás no sea mala idea asociarte con él. Tú tienes elevada opinión de su capacidad.

—No —dijo Sylvester con firmeza—, conozco a mis dos sobrinos. Tienen una especie de arrogancia. Es cosa de la familia. Por eso no hemos podido trabajar juntos. Cada uno quiere ser el Tai Pan. Adam te ha elogiado mucho, Jane.

—Ah…

—Pero dijo que era difícil para una mujer tratar con comerciantes ladinos.

—¡Realmente!

Sylvester rió.

—Ya le demostrarás que puedes hacerlo tan bien como él. Así debe ser, Jane —me miró con intensidad—. Tienes un raro instinto para los negocios —prosiguió—, no tengo preocupaciones acerca del futuro.

*****

Los días pasaban rápidamente. Llegó la Navidad. Naturalmente no era celebrada en China, y la festejamos bastante silenciosamente en la «Casa de las Mil Lámparas». No hubo árbol de Navidad, lo que fue una lástima, porque Jason recordaba la Navidad anterior, cuando la señora Couch había presidido la mesa en el salón de servicio, y habían traído un pastel rodeado de llamas de coñac. De todos modos llené su calcetín y otro calcetín para Loti, cosa que la divirtió y encantó.

Nos acercábamos a la Fiesta de las Lámparas. Con frecuencia había festivales y me parecía en ellos que la gente aplacaba, adoraba o insultaba al dragón. Parecían obsesionados por aquella criatura, tan magníficamente retratada en el arte, pero esta fiesta especial nada tenía que ver con el místico monstruo. La Fiesta de las Lámparas parecía especialmente nuestra, ya que vivíamos en una casa donde se decía que había mil.

La fiesta tuvo lugar durante la primera luna llena del año nuevo.

Sylvester la había visto muchas veces, y le deleitaba informarme acerca de ella.

—Es realmente uno de los entretenimientos más exóticos de esta gente —dijo—. El objeto parece ser mostrar y exhibir las hermosas lámparas que poseen. Es un espectáculo delicioso: verás en los desfiles lámparas de todas formas y colores, con toda clase de diseños. Después habrá fuegos artificiales en el puerto y puedes tener la certeza de que aparecerán uno o dos dragones.

Yo ansiaba ver la fiesta.

—Supongo —dije— que es de significado especial para nosotros.

—Oh, te refieres a la casa —dijo riendo— sí, supongo que sí.

Loti me dijo que los criados comentaban que debíamos hacer un festejo especial para aplacar a la diosa, porque ésta era la casa de las lámparas y quizás, si demostrábamos que nos gustaba vivir en la casa construida sobre su templo, ella no perdería prestigio ante los otros dioses y diosas.

Conté esto a Sylvester y quedamos de acuerdo en festejar especialmente la Fiesta de las Lámparas. Daríamos una comida para la familia y unos pocos amigos, y se serviría comida china a la manera china. Se encendería una lámpara en cada cuarto y en el pórtico colocaríamos una con figuras movedizas dentro. Adam diseñó la linterna que iba a estar dentro de la mejor tradición china.

Era magnífica y estaba hecha de seda, cuerno y vidrio. Dentro había una rueda horizontal, que giraba con la corriente de aire creada por el calor de la lámpara. Había figuras de hermosas mujeres que me recordaban a Chan Cho Lan, y pájaros con plumas de vivos colores. Unos hilos delgados estaban atados a las figuras, haciendo que se movieran cuando giraba la rueda. El efecto era hermoso. Esta enorme lámpara fue colocada sobre el portal exterior. Cuando llegara la oscuridad iba a ser como un bello faro.

Los criados estaban encantados y Loti me dijo que aquello traería buen «Joss» a la casa. Sin duda la diosa iba a quedar encantada.

Durante varios días se hicieron preparativos en la cocina. Los invitados llegaron a la caída de la tarde; teníamos que comer antes que oscureciera, para ver el desfile en cuanto se iniciara.

Fue en verdad una ocasión muy especial. Nos sentamos en almohadones y nos sirvieron primero boles de sopa. Era la primera vez que yo probaba sopa de nido de golondrinas, y fue Loti quien me explicó después lo que contenía. «Es bueno para usted» me dijo. Estaba hecha con nidos de pequeñas golondrinas de las que se decía que extraían del mar una sustancia glutinosa con la que hacían sus nidos. Eran del tamaño de platillos de té, y se recogían antes de que las aves pusieran los huevos. Me mostró algunos que habían traído a la cocina: eran de un rojo claro y transparente. Para hacer la sopa se los disolvía en agua. A mí el brebaje me pareció algo insípido. Pero era servido como un plato muy fino y tuvimos que fingir que nos gustaba.

Después de la sopa hubo carnes salteadas y arroz servido en platitos de porcelana; siguieron aletas de tiburón y tendones de ciervo, que comimos con palillos —a los que ya me había habituado— aunque usábamos cucharitas de porcelana cuando era necesario. Bebimos un vino dulce caliente y tazas de té.

Aunque la mayoría de nosotros conocía bastante bien la comida china, ésta era la primera vez que era servida y comida en estilo totalmente chino. Fue muy impresionante, especialmente porque, cuando estábamos terminando, los criados empezaron a encender las lámparas.

Después de la comida fui al cuarto de Jason, donde él había comido bajo la supervisión de Loti. Ella le había hablado de la fiesta de abajo, y de cómo la diosa iba a quedar contenta de nosotros porque, aunque cada uno de nosotros era un «fankuei», nos habíamos portado como buenos chinos.

Jason estaba excitado ante la idea de ver el desfile, y ya la gran lámpara que pendía sobre el pórtico había sido encendida y brillaba como un faro.

Fuimos al puerto que era el mejor lugar para ver los festejos. Y fue todo un espectáculo. En cada sampan surgió una lámpara. Las había verdes, azules, malvas… todos los colores posibles estaban representados, pero predominaba el rojo. Había lámparas sencillas y otras muy elaboradas. Había lámparas de seda y de papel. Muchas tenían un escenario giratorio, que funcionaba del mismo modo que el que adornaba nuestro pórtico. Había barcos que giraban, ídolos, mariposas y pájaros. Era como si cada uno hubiera querido hacer una lámpara más gloriosa que la de su vecino. Siempre asociaré estas ocasiones con el sonido del gong. Se lo oía constantemente y nunca dejaba de provocarme cierto temor. Resonaba como un aviso.

Adam tenía en brazos a Jason, para que el niño pudiera verlo todo. Jason gritaba que miráramos aquí y allá. Loti estaba a mi lado, tranquilamente orgullosa de aquel despliegue. En el mar había barcos disfrazados de dragones: La luz brillaba a través del papel y algunos respiraban fuego. Era un desfile lleno de color y aún más interesante que las linternas era la muchedumbre que se había reunido para contemplarlas. Hombres con magníficos trajes de mandarines se mezclaban con los coolies. Mujeres hakka con sus amplios sombreros bordeados de negro estaban junto a otras trabajadoras de los campos y a criados de familias ricas, mientras la procesión de linternas se abría camino por los muelles. Debajo de las linternas una fila de hombres formaba un dragón macizo; los hombres se retorcían y giraban para representar los movimientos de la gran bestia. Dentro del andamiaje había luces, de manera que el dragón ofrecía una apariencia aterradora, con las mandíbulas abiertas, arrojando fuego, y luces representando sus grandes ojos.

Jason estaba fuera de sí de deleite y de miedo. Después se iniciaron los fuegos artificiales.

Jason y Loti parecían de la misma edad en medio de su excitación y, al mirarlos, me sentí colmo nunca reconciliada con mi destino. Pero iba a ser una satisfacción breve.

A su debido tiempo volvimos en carrito a casa. Pasamos a la habitación que habíamos convertido en sala y Loti se llevó a acostar a Jason. Sylvester hablaba con la animación que siempre sentía cuando discutía las costumbres chinas.

Dijo:

—Siempre debe haber un dragón. El dragón domina la vida de los chinos. Es el espectro de la China. Le temen, quieren aplacarlo, destruirlo a veces. Se supone que es todopoderoso. Estuve aquí presente durante un eclipse. Se creyó entonces que el dragón, que sufría un hambre insaciable, trataba de tragarse al sol. El golpeteo de los gongs era aterrador. Lo hacían para ahuyentar al dragón. Pero muchas veces he visto fiestas en su honor.

Toby, que no había regresado con nosotros a casa, volvió en ese momento. Estaba visiblemente excitado.

—Hay un barco en el puerto —exclamó—. Viene de Inglaterra.

*****

Por la noche me despertó Jason, que había tenido una pesadilla con un dragón que respiraba fuego. Estaba seguro que se encontraba junto a la ventana, procurando entrar. Lo llevé a mi cama como la primera noche y le expliqué que el dragón era de papel y que unos hombres metidos dentro hacían que se moviera.

—Eso es cierto aquí, en tu cama —dijo él— pero cambia cuando estoy en la mía.

Dejé entonces que se quedara a mi lado y, cuando se durmió, sentí hasta qué punto mi amor por él lo sobrepasaba todo, y pensé que, mientras lo tuviera para planear cosas, para vivir por él, podía sentirme dichosa. Pensé otra vez en Sylvester, en lo bueno que había sido conmigo y me juré que siempre iba a cuidarlo y a compartir sus intereses. Tenía que ir mañana a El Bajo y junto con Toby me enteraría de las mercaderías que habían llegado para nosotros, y le llevaría cuenta de ellas a Sylvester, porque iba a insistir en que descansara después de la fiesta y la procesión nocturnas.

Me levanté temprano y cuando estuve vestida entró Loti a decirme que, pese a ser tan temprano, había una visita.

Loti tenía un aire un poco misterioso, y no enfrentó mi mirada, pero quizás esto se me ocurrió después. De todos modos me dirigí por la silenciosa casa hacia la sala donde Loti me había dicho que esperaba el visitante.

Abrí la puerta. Y en ese momento creí que iba a desmayarme, porque, levantándose de una silla y avanzando hacia mí, estaba Joliffe.

Estaba allí mirándome, y no puedo describir mis sentimientos, dado lo abrumadores que eran. Era una dicha intensa volver a verlo, pero esa dicha estaba mezclada al miedo de pensar en lo que podía significar su llegada.

—Jane… —exclamó— y eso fue todo, porque ya era mucho. Allí estaban el anhelo y el dolor de la separación, la dicha del reencuentro, y también la esperanza.

Me aferré a mi compostura y guardé la distancia. Pensé: si no me toca podré conservar la calma. Puedo permanecer fuera de la escena. Puedo hacer como si otra persona representara el papel de Jane y yo fuera una espectadora. Pero si apoya sus manos en mis hombros; si me acerca a él… Eso no debía ocurrir.

—¿Qué haces aquí, Joliffe? —dije.

Él había entendido que debíamos hablar de cosas racionales, porque contestó:

—Vine en el barco.

—¿Piensas quedarte…?

—Por un tiempo —contestó.

—Pero…

Empezaba a sentirme aludida. Pensé: «no podemos estar aquí los dos. No hay sitio para nosotros. Nos veremos con frecuencia y, ¿qué será de nosotros entonces?».

—¿Cómo estás, Jane? —preguntó.

—Estoy bien.

—Y… ¿eres feliz?

—La vida aquí es muy interesante.

—Oh, Jane —dijo él, lleno de reproche—. ¿Por qué lo has hecho?

—No entiendo.

—No finjas. Entiendes perfectamente. ¿Por qué te has casado con mi tío?

—Ya te lo he dicho antes.

—Debías haber esperado.

Me di vuelta. Fue fatal, porque él apoyó la mano en mi brazo y en un segundo estuve contra él y volvió toda la magia; y supe que había vivido en una felicidad falsa. Supe que nunca sería feliz sin Joliffe.

—No, no —dije apartándome—. Esto no puede ser.

—Soy libre ahora, Jane —dijo él.

—¿Y Bella?

Bella ha muerto.

—Muy conveniente… para ti, ¿no es así?

—¡Pobre Bella! Nunca se recobró del accidente.

—Me pareció muy fuerte y saludable cuando la conocí.

—Sufrió graves daños en ese accidente. Nadie se dio cuenta hasta qué punto. Sólo mucho después la cosa fue evidente. El accidente inició algo… un tumor interno. Podía vivir sólo unos pocos años.

—Y ahora eres libre, como dices.

—Lo malo es que… tú no lo eres.

Me dirigí a la ventana y dije:

—Escucha, Joliffe: no debes seguir con esto.

Él estaba a mi lado.

—¿Qué quieres decir? ¿Que no siga con qué? ¿Cómo puede no seguir una cosa que existe?

—Estoy establecida aquí. No quiero complicaciones. Lo que hubo entre nosotros ha terminado.

—¿Cómo puedes decir una cosa tan monstruosa? Sabes que nunca podrá terminar… mientras estemos vivos.

—No debías haber venido. ¿Por qué lo has hecho?

—Tengo mi trabajo. Me ha traído aquí. Pero principalmente he venido a decirte que estoy libre.

—¿Y eso en qué puede interesarme?

—Quiero que sepas hasta qué punto has estado equivocada. Nunca debiste casarte con mi tío. De no haberlo hecho tendríamos ahora el camino libre.

—¿Y mi hijo?

—¡Nuestro hijo! Yo me hubiera encargado de él y de ti.

—Creo haber hecho lo que correspondía. Y… espero continuar haciendo lo que es justo. Vete, Joliffe. No quiero que volvamos a vernos.

—Tengo que verte. Y he jurado no ser como antes. Quiero ver a mi hijo.

—No, Joliffe.

—Es mi hijo, ¿sabes?

—Él es dichoso aquí. Considera a Sylvester como a su padre. No quiero turbarlo. Joliffe, ¿cómo has podido venir aquí… a esta casa… entre todos los lugares…?

—Era una de mis casas. ¿Dónde más voy a ir?

—No puedes quedarte aquí.

—Tienes miedo. No debes temer a la vida, Jane.

—Todos debemos temer no hacer lo que se debe.

—¡Mi pobre Jane!

—¡Pobre Jane! ¡Pobre Bella! ¡Tal vez haya que compadecernos a ambas por haberte conocido!

—Nunca lamentarás eso.

—Quiero que te vayas, Joliffe.

Él me miró intensamente, meneó la cabeza y en aquel momento se abrió la puerta y entró Jason. Se detuvo un momento y nos miró a mí y a Joliffe. Él le hizo una mueca y una lenta sonrisa se retrató en la cara de Jason.

—Este señor es primo del tío Adam —dije. Vi que Joliffe hacía una mueca leve en dirección a mí.

—¿Tienes un barrilete? —preguntó Jason.

—No, pero tenía uno cuando era niño.

—¿De qué tipo?

—Hecho con cañas de bambú y esmalte. Tenía pintado un dragón.

—¿Que echaba fuego?

—Que echaba fuego —dijo Joliffe—. Nadie podía remontar un barrilete más alto que yo.

—Yo puedo —dijo Jason.

Joliffe torció la cara y agitó la cabeza con lentitud.

—Haremos una carrera —dijo Jason, excitado.

En ese momento entró Loti.

—Estoy aquí, Loti —dijo Jason—. ¿Dónde está mi barrilete?

Joliffe y Loti se miraron. Ella se arrodilló y tocó el suelo con la frente. Jason la imitó solemnemente. Joliffe la tomó de la mano y la ayudó a ponerse de pie.

—El Gran Amo es amable —dijo Loti.

Al verla allí de pie, su mano en la mano de él, porque Joliffe la retuvo uno o dos segundos, tan joven y bella, sentí un estremecimiento de celos recorrer mi cuerpo. Dije:

—Jason, vete con Loti. Ya es hora de tomar tu desayuno.

—¿El primo del tío Adam va a desayunar con nosotros?

—Desayunará en otra parte, creo.

Jason seguía mirando a Joliffe y pude ver la admiración en sus ojos. Me pregunté cuál habría sido su reacción si yo le hubiese dicho: «Éste es tu padre».

—Quédate a desayunar conmigo —dijo Jason.

—No es posible —dije tajante—. Vete, Jason.

—Nos veremos en otro momento —añadió Joliffe.

—Trae tu barrilete —dijo Jason.

—Lo haré —respondió Joliffe.

Loti y Jason salieron.

—¡Caramba, Jane —dijo él— es un hermoso niño!

—Por favor, Joliffe, las cosas son muy difíciles. No las compliques más.

—Tú has ayudado a complicarlas.

—Inocentemente —dije—. Pero no volvamos sobre el asunto. Preguntaré a Sylvester qué debemos hacer. Le diré que has estado aquí.

—¡Esposa buena y obediente! —dijo él con amargura. Y supe que, al verme a mí y a Jason, la idea de que estábamos perdidos para él lo había llenado de dolor y rabia. También lo conocía lo bastante como para darme cuenta que él no era como yo. No era capaz de aceptar una situación y procurar obtener lo mejor de ella. Joliffe no aceptaba el compromiso.

Lo dejé y fui al cuarto de Sylvester. Aún no se había levantado, pero Ling Fu le había traído el desayuno, y estaba tomándolo en la cama.

—Te has levantado temprano, Jane —dijo—. El barco… —se interrumpió—. ¿Pasa algo malo?

—Joliffe ha venido en el barco. Está aquí —exclamé.

—¿En esta casa?

Asentí.

—Tendrá que irse —dijo Sylvester.

—Dice que ha venido aquí por su trabajo.

—No puedo mandarlo de vuelta a Inglaterra, pero por lo menos no se quedará en mi casa.