Había sido una reunión muy interesante y disfruté mucho discutiéndola con Sylvester cuando volvimos a la «Casa de las Mil Lámparas».
Nunca olvidaré la primera vez que vi a Pimpollo de Loto. Adam mismo la acompañó y vi a ambos de pie en el estudio de Sylvester: el alto Adam y aquella frágil muchacha.
El nombre le convenía, porque era hermosa. Pequeña y pulcra; su pelo, que llevaba suelto, era de un negro azabache y muy brillante; me dijo más adelante que sólo lo llevaban recogido las mujeres casadas. Sus ojos no eran tan oblicuos como los de la mayoría de los chinos; su piel era también más clara; mate, limpia, con el tono de algunos pétalos de magnolia. Vestía el cheongsam tradicional, de seda, color celeste, con delicados diseños blancos. El cuellito alto, las simples líneas que se adecuaban perfectamente a su figura esbelta, la abertura a los lados de la falda, le daban la apariencia de una muñeca.
Cuando me adelanté a saludarlos, Adam dijo:
—Oh, Jane, he traído a Pimpollo de Loto. Loto: ésta es la dueña de casa, la señora de Sylvester Milner.
La muchacha se inclinó tanto que creí iba a tocar el suelo.
—La alegría me embarga al saludar a la Gran Señora —dijo con una vocecita rara, tan encantadora como todo lo demás.
—Me alegro que haya usted venido —le dije.
—Muy buenas noticias —dijo ella—. Espero servirla bien.
—Mi marido desea verla —le dije.
Los ojos de Pimpollo de Loto se dilataron. Pareció asustada. Adam le puso la mano en el hombro para tranquilizarla.
—Todo irá bien, no temas. Servirás bien a esta señora y, en recompensa, ella se ocupará de ti.
—Espero servirla bien —dijo Pimpollo de Loto, con voz levemente temerosa.
—Estoy segura que nos entenderemos —dije.
En el estudio Sylvester dormitaba en su sillón.
—Sylvester exclamé —tu sobrino ha llegado con la chinita.
—Tráelos aquí, Jane. Ah, ¡aquí está la niña!
Loto se adelantó y esta vez se arrodilló y tocó la alfombra con la frente.
—Querida niña, no es necesario hacer eso. Ven acá. Me han dicho que hablas inglés.
—He aprendido —dijo ella—. Yo hablar mal.
—Aquí mejorará tu inglés —dijo Sylvester, y yo sonreí cariñosamente al recordar que siempre deseaba que la gente que lo rodeaba aprendiera algo.
—Siéntate y Ling Fu traerá el té —dijo.
Me senté frente a la muchacha; estaba fascinada por el delicado agitarse de sus manos, la manera graciosa con que se movía, y por aquellos brillantes ojos oblicuos que sonreían, humildes pero orgullosos, cándidos e inescrutables. Noté que atendía cada movimiento de lo que Sylvester llamaba la ceremonia del té. Y cuando colocaron la bandeja ante mí, ella se levantó y fue tomando las tazas a medida que yo servía, dando la primera a Sylvester, la segunda a Adam.
—Y ésta es para ti —dije. Ella pareció desconsolada.
—Usted primero, Gran Señora. Yo no debo tomar.
Le aseguré que podía hacerlo, pero acepté el compromiso de servirme primero y después darle una taza a ella.
Tomó, la taza con gravedad. Noté que Adam la observaba atentamente. No me sorprendió, porque era preciosa y daba gusto contemplarla. Él parecía ansioso de que simpatizáramos con ella y era evidente que la encontraba encantadora.
—Pimpollo de Loto hará cantidad de cosas por usted —dijo Adam—. Pronto no podrá arreglarse sin ella. La ayudará con el niño. Eres una buena niñera, ¿verdad, Loto? Y enseñarás a la señora Milner algunas de las costumbres que prevalecen aquí.
Pimpollo de Loto estaba sentada muy tiesa, con las manos cruzadas, los ojos bajos, en una pose de extrema humildad. Parecía salida de algún pergamino chino.
*****
En pocos días formó parte de la casa. Yo estaba encantada con ella. Era tan amable, estaba tan ansiosa por agradar, y me encantaba su belleza exótica.
Jason se sintió muy atraído por ella. Me dijo que la encontraba rara, pero simpática. Ella lo llamaba Amito, cosa que lo deleitaba. Él la llamaba Loti, y de algún modo todos empezamos a llamarla así… Tal vez fue una lástima: ella era como una flor, y Loti parecía una palabra de uso diario.
—Muy bien —dijo—. Tengo nombre de familia. Esto darme familia.
Su inglés era raro y yo no estaba tan ansiosa como Sylvester de que lo mejorara, porque, en cierto modo, aquella manera de hablar le sentaba.
Fue por intermedio de Loti que empecé a entender algo de la tierra en la que vivía. Lo que para mí era extraordinario, a ella le parecía natural, y cuando venció el miedo que yo le inspiraba, y conseguí que abandonara la costumbre de inclinarse profundamente cada vez que me veía, empezó a charlar más libremente.
—Tal vez yo nunca venir a servir a la Gran Señora —dijo— de no ser por el gran Tai Pan —y descubrí que se refería al padre de Adam.
—Un día él encontrarme en la calle. Yo dejada allí. Tal vez haber muerto de frío, por ser invierno. Quizás perros salvajes venir y comerme. Pero llegó el Tai Pan.
—¿En la calle? ¿Qué hacías allí?
—Yo niña —meneó la cabeza—. Niña no es bueno. No son queridas. Varón es un tesoro. Él crecerá y trabajará para su padre, lo cuidará en vejez. Niña… —hizo un gesto de desdén y meneó la cabeza—. No bueno. Tal vez casarse, pero tener que mantenerla mucho tiempo… Por eso niña dejada en la calle. Ella morir de frío, o hambre, o perros comerla… y si por la mañana nada ha pasado, niña recogida y echada al pozo con los muertos y enterrada allí.
—¡Eso no es posible!
—Es posible —contestó con firmeza—. Niña no es bueno. Yo haber muerto, pero gran Tai Pan encontrarme y llevarme a Chan Cho Lan, a vivir en casa de ella; yo tener padre inglés. No bueno. No china… no inglesa… no bueno.
Una historia lamentable, pensé, ese encuentro entre Oriente y Occidente, y el resultado había sido que esta exquisita criatura había sido arrojada a la calle para que muriera.
Pregunté a Sylvester si aquello podía ser verdad.
—Oh, sí —contestó— es una costumbre vergonzosa. He oído que cuatro mil bebés hembras han muerto en un año solamente en Pekín. Esas pobres inocentes criaturas, cuyo único delito es haber nacido mujeres, son abandonadas, y los perros hambrientos y los cerdos quedan en libertad para devorarlas.
—¡Es monstruoso!
Sylvester se encogió de hombros.
—Hay que juzgarlos de acuerdo con su época, sus costumbres, sus creencias. La pobreza de esta gente es difícil de imaginar. No pueden permitirse alimentar a las niñas, de las que sacan muy poco. Las mujeres en China son apenas algo más que esclavas.
—¿Y realmente fue encontrada?
—Sí, la encontró mi hermano Redmond. Lo recuerdo ahora. Recogió la niña en la calle y le encontró un hogar.
—¿Por qué eligió a Loti entre todas las niñas que fueron abandonadas esa noche?
—Fue una suerte para Pimpollo de Loto que él la encontrara. «Buen Joss» diría ella. Debe creer que los dioses tuvieron algún motivo especial para protegerla.
La llegada de la muchacha a casa había tenido gran efecto sobre mí. A veces parecía muy frágil y dependiente, otras asumía el rol de protectora. El carrito nos llevaba al centro de la ciudad y juntas hacíamos las compras. Ella discutía con los comerciantes mientras yo me mantenía apartada, maravillada ante la manera en que su gentil humildad se convertía en audacia. El suave acento se volvía penetrante e indignado a medida que ella y el vendedor discutían. Temía que llegaran a las manos, pero ella me aseguraba que todo formaba parte del negocio de comprar y vender, y que era lo esperado.
Con ella me sentía totalmente en casa en aquellas extrañas calles y, al estar con ella, llamaba menos la atención que si hubiera ido acompañada por alguien de mi raza. Loti charlaba en su idioma, y después se volvía hacia mí y hacía algún ácido comentario como: «Un hombre muy deshonesto. Pedir demasiado. Cree conseguir de usted, porque usted no ser china». Su voz se hacía estridente, sus manos como flores expresaban desprecio y furor. Yo siempre la miraba. Juntas exploramos las callejas conocidas como el Mercado de Ladrones. Allí se mostraban antigüedades de todo tipo, entre otras, unos Budas de marfil, jade y cuarzo rosado. Me fascinaban y, cuando teníamos una hora libre, quería ir allí. También había jarrones, adornos y pergaminos. Me deleitaba calculando su antigüedad. Una vez compré un Buda de cuarzo rosa y encantada lo llevé a casa para que lo inspeccionara Sylvester. Él me aseguró que había adquirido una imitación; y recuerdo que, cuando se lo dije a Loti, ella tomó la figura y la estrechó en éxtasis contra su pequeño pecho; después se arrodilló, tomó mi mano y dijo:
—La serviré a usted mientras viva.
Me agradaba de mil maneras y pronto ya no pude imaginar la casa sin ella.
Yo daba todos los días lecciones a Jason, y Loti empezó a acompañarnos. Se sentaban ante la mesa y Jason trabajaba escribiendo en la pizarra y moviendo la lengua de uno a otro lado de la boca, como para inspeccionar lo que hacían sus manos. Loti también estaba aprendiendo a escribir, y los tres leíamos juntos en inglés. Yo había traído libros, algunos antiguos almanaques de mi niñez, que tenían imágenes en colores y cuentos con una moraleja.
Los dos escuchaban con gravedad los relatos y después los leían en voz alta. Yo me sentía muy feliz con ellos y no cabía duda que Jason le estaba tomando cariño a Loti. Ella se había convertido en su niñera; jugaban juntos en el jardín. Con frecuencia los veía desde mi ventana caminar tomados de la mano.
Yo había empezado a amar a la pequeña mestiza. Era muy dotada y sabía pintar y bordar exquisitamente sobre seda. Me gustaba ver los hermosos caracteres chinos que surgían de su mano cuando escribía.
—Usted enseñar a hablar mejor inglés —decía— yo le enseñar chino.
Sylvester quedó encantado al enterarse de que aprendíamos tantas cosas.
—Te resultará un idioma muy difícil —me previno— pero si llegas a dominar los rudimentos te será muy útil. Los caracteres chinos originales eran simples jeroglíficos, como los del antiguo Egipto. Naturalmente es importante que entiendas el idioma moderno. El Sung-te es la forma usada en la imprenta. Es muy bello, como habrás notado.
Sonreí interiormente, pero con cariño. Sylvester siempre me hacía sentir como una colegiala, y yo no había perdido el deseo de destacarme ante sus ojos. Era una relación extraña entre marido y mujer, pero el nuestro tampoco era un matrimonio común.
—Fue una excelente idea de Adam mandarnos esa chica —decía Sylvester—. Es bueno para Jason. Tiene que entender algo del estilo de vida chino, y ella lo ayudará. Tengo planes con respecto a Jason.
Adiviné cuales eran esos planes. Él quería que mi hijo aprendiera, de él y de mí, la dicha de comprar y vender obras de arte, la eterna búsqueda de la obra maestra que nunca ceja. ¿Y qué manera mejor había para inspirarlo que el hecho de que viviera aquí, donde se encontraban aquellos tesoros?
Yo había descubierto que Sylvester era un hombre muy rico: la casa en Inglaterra, la casa de aquí, los almacenes en el puerto, las oficinas de Londres demostraban que sus intereses se extendían lejos y en grande. Desde que era él solo quien lo dirigía, su negocio se había ampliado considerablemente. A veces me preguntaba si las atenciones de Adam se deberían al deseo de volver a unirse con él.
Sylvester hablaba de vez en cuando de su sobrino. Sin duda le agradaba estar en buenas relaciones con él. Presentí que, a partir del momento en que su hermano Redmond se había separado de la firma, la relación entre ellos había sido muy fría en verdad. Sylvester tenía una elevada opinión de Adam, y yo estaba segura que, de no haberse presentado las cosas tal como se presentaron, hubiera nombrado a Adam su heredero. Obviamente era el favorito entre los dos sobrinos. La opinión que Sylvester tenía de Joliffe no era buena. Supuse que siempre lo había considerado como un irresponsable, y ahora, en vista de lo que había pasado, ya no pensaba en Joliffe.
Yo entendía el proceso mental de Sylvester. Consideraba a Jason como a su propio hijo y quería que fuera su heredero. Todo había cambiado desde el nacimiento del niño. Me preguntaba hasta qué punto sabía esto Adam.
Adam me parecía un poco taciturno y tenía la sensación de que no simpatizaba conmigo. Esto no me sorprendía, porque, si sospechaba lo que pasaba en la mente de Sylvester, naturalmente tenía que desagradarle que mi hijo lo hubiera desplazado, especialmente si sus propios negocios no eran muy florecientes.
Cada vez me sentía más amiga de Tobias Grantham. Era un gran placer ir a los almacenes cuando Sylvester no se sentía bien, como lo había hecho yendo a las oficinas de Londres. Allí yo trabajaba un rato con Toby. A veces tomábamos juntos el té en su despacho, y una vez me llevó a su casa y me presentó a su hermana. Era una mujer de cara severa, varios años mayor que él, y al entrar en la pulcra casita, me sentí trasladada a Edimburgo. Su acento escocés era más pronunciado que el de Toby, y tenía tendencia a criticar todo lo que no tuviera algo que ver con el estilo de vida escocés. Una mujer bastante incómoda, como había dicho Sylvester; pero el cariño que sentía hacia su hermano era obvio y simpaticé con ella pese a sus maneras remilgadas y severas.
Yo disfrutaba mucho en estas ocasiones y, con esto y el cambio que Loti había traído a la casa, empecé a experimentar una especie de tranquila satisfacción. A veces recordaba el éxtasis que había conocido con Joliffe, y él se negaba a alejarse de mis pensamientos. Ya debía haber regresado a Inglaterra, y con frecuencia me preguntaba como andarían las cosas entre él y Bella. Sabía que nunca volvería a sentir el éxtasis que había experimentado con él, y a veces, en la soledad de la noche el amargo dolor me envolvía y anhelaba volver a verlo pero, por la mañana, cuando Jason se plantaba ante mi cama y trepaba a ella, me sentía aliviada. Él me leía mientras yo dormitaba, porque, ahora que sabía leer, leía todo lo que le caía en las manos. Después llegaba Loti, muy grave con su túnica y sus pantalones azules, el largo pelo atado con una cinta color turquesa, y se inclinaba y deseaba un día feliz a la Gran Señora y al Amito.
Un día ella había llevado a Jason a la pagoda, que era uno de los lugares favoritos de ambos. Se sentaban dentro y ella le contaba historias de dragones. Él nunca se hartaba de oír hablar de estas bestias. Lo habían fascinado desde el momento en que había descubierto uno más allá de los portales.
La lluvia había caído a torrentes, y cuando regresaron, estaban empapados. Hice que Jason se quitara la ropa mojada y lo froté con una toalla seca. Después hice que se pusiera otra ropa.
Me volví hacia Loti y vi que seguía con sus zapatillas mojadas.
—Quítatelas enseguida, Loti. Aquí tienes unas zapatillas.
Ella me miró con desesperación; intrigada la hice sentar a la fuerza en una silla y le quité las zapatillas mojadas antes de que pudiera protestar. Entonces ella hizo algo muy raro. Recogió las zapatillas y salió corriendo del cuarto. Al terminar de vestir a Jason fui a buscarla. Estaba echada en su cama, de espaldas, y las lágrimas corrían lentamente por sus mejillas.
—¿Qué te pasa, Loti? —pregunté. Pero ella se limitó a menear la cabeza.
—Loti —dije— si te pasa algo, me lo debes decir.
Ella volvió a menear la cabeza.
—Sabes que te tengo cariño, Loti. Quiero ayudarte. Dime qué te pasa.
—Usted me odiará. Usted me encontrará fea.
—¡Odiarte! ¡Encontrarte fea! Nada puede estar más alejado de la verdad. Y tú lo sabes. Habla. Tal vez yo pueda arreglar las cosas. Vamos, Loti.
—Nunca podrá arreglarse. —Ella meneó la cabeza—. Es para siempre y usted ha visto…
Yo estaba intrigada y no tenía la más mínima idea de lo que estaba diciendo.
—Loti —dije— si no me dices qué te pasa voy a creer que, después de todo, no me quieres.
—No, no —exclamó ella angustiada— es porque reverencio a la Gran Señora que estoy tan avergonzada.
—¿Estás avergonzada por algo que has hecho?
—Es algo que me hicieron —dijo con tono trágico.
—Vamos, Loti, insisto en que hables.
—Usted ha visto mis pies —dijo ella.
—¿Cómo, Loti? ¿Qué quieres decir? —tomé su piecito en mi mano y lo besé.
—Pies de campesina —dijo ella— pies de coolie. Nadie se ocupó de ellos cuando yo era pequeña.
Quedé horrorizada. Comprendí que se refería al hecho de que, al revés de lo que pasaba con tantas mujeres chinas, sus pies eran perfectos, porque no habían sido vendados para deformarlos cuando era niña.
Esto me pareció muy patético. Procuré consolarla. Le dije que tenía una gran suerte al tener un par de pies perfectos. Pero no logré convencerla. Siguió sacudiendo la cabeza y llorando en silencio.
*****
Gradual y casi imperceptiblemente me iba acostumbrando a la vida social de Hong Kong.
De vez en cuando me encontraba con Adam; mis sentimientos hacia él habían cambiado al verlo manejar un hermoso jarrón Ming, y cuando —olvidando su animosidad hacia mí, de la que yo me daba cuenta desde que nos conocimos— me explicó su calidad. La frialdad desapareció entonces; parecía tan vital y sincero que, pese a mí misma, mis sentimientos hacia él fueron más cálidos. Seguía viviendo en la casa alta y angosta, cerca del puerto, que había compartido con su padre hasta el momento de la muerte de éste. Al igual que la «Casa de las Mil Lámparas», era mitad europea mitad china, y muchos criados chinos se movían silenciosamente en ella.
Jason parecía haber olvidado que había conocido otra vida. Rara vez hablaba ahora con nostalgia de la señora Couch. Loti era una amplia compensación. A veces parecían dos niños jugando juntos; en otras ocasiones ella demostraba gran sabiduría y un curioso airecito de autoridad que él reconocía. Era un consuelo y un placer ver hasta qué punto se querían y, como sabía que él estaba seguro con ella, les permitía, cuando estaban juntos, ir más allá de los muros que circundaban la casa. Loti le había dado un barrilete hecho de seda y trozos de bambú. Este barrilete era la posesión más querida de Jason. Estaba hermosamente hecho, con un dragón delicadamente pintado. Loti lo había hecho personalmente, sabiendo el interés de Jason por esos animales. De la boca del dragón brotaba fuego. En el barrilete había agujeritos redondos con cuerdas vibrantes, de modo que, cuando volaba, emanaba de él un zumbido semejante al que puede hacer un enjambre de abejas. Jason rara vez salía sin llevar su barrilete; lo guardaba cerca de su cama, de modo que era lo último que veía antes de cerrar los ojos, y lo primero al abrirlos. Lo llamaba su Dragón de Fuego.
Loti estaba encantada que un regalo suyo pudiera dar tanto placer. Le dije a Adam cuanto le agradecía que hubiera traído la chica a casa. Él contestó que creía haber ganado una doble gratitud: la mía y la de Loti. No cabía duda que ella estaba formando para mí una especie de puente. Cuanto más conocía a Loti mejor entendía a los chinos. Incluso podía hablar un poquito el idioma; aprendí mucho de sus costumbres; cada vez los entendía más, y estaba absorta con todo lo que me rodeaba.
Había una sola cosa que tristemente faltaba en mi vida. Seguía sintiendo nostalgia por Joliffe. Cuando esperaba a Jason y durante su primer año de vida, el niño me había absorbido, pero, ahora que él crecía y adquiría un poco de independencia, empecé a ser más y más consciente de mi doloroso vacío. Yo era una mujer normal; había conocido un periodo de matrimonio feliz y deseaba a Joliffe.
Sylvester había sido muy sensible, había estado lleno de discernimiento. Me entendía mucho más de lo que yo lo entendía a él. Desde el instante en que yo había entrado en su casa, me dijo una vez, había tenido conciencia de una fuerte afinidad. Supo entonces que yo iba a ser importante en su vida.
—Las cosas cambiaron —me dijo— en el momento en que llegaste. Creo que todo empezó cuando te vi en aquel cuarto, con las varitas en la mano. Cuando te fuiste con Joliffe quedé desolado. Era como si algo estuviera mal en la trama de mi vida. Me sentía desdichado, no sólo por haberte perdido, sino también por ti. Sabía que habías cometido un error. Que tú y yo pudiéramos casarnos parecía incongruente en aquel momento. Sabía que, en circunstancias normales, no podías pensar en mí como en un marido. Pero ya ves cómo ha trabajado el destino…, y aquí estamos juntos… como supe que estábamos destinados a estarlo.
Aquella mezcla de misticismo y penetrante instinto para los negocios era sorprendente, pero me di cuenta que Sylvester no era más complejo qué otras personas, porque estaba aprendiendo que todos somos un montón de contradicciones.
De todos modos era muy bondadoso y considerado conmigo. Entendía, incluso más que yo, el motivo de mi inquietud. Sabía que yo echaba de menos a Joliffe.
—Deberías salir a cabalgar de vez en cuando —dijo—. Adam tiene establos. Le pediré que te consiga un buen caballo. Tobias puede acompañarte.
Entonces empecé a conocer mejor la comarca. Vi los acolchados campos donde crecía el arroz, la comida básica de China. Vi la forma en que se irrigaba la tierra y contemplé el trabajo de la rueda del agua. Vi los arados arrastrados por burros o mulas, bueyes y búfalos, e incluso hombres y mujeres; vi las, plantas de té, que es una de las principales fuentes de la riqueza de China, y aprendí la diferencia entre suchong, hyson y bobea imperial. Observé a los pescadores con sus redes y trampas de mimbre, y creí a Toby cuando me dijo que la China extraía más de un acre de tierra que cualquier otro país.
Yo disfrutaba de mis cabalgatas con Toby. Nos habíamos hecho grandes amigos; compartíamos las bromas y nuestras mentes se acordaban entre sí. Él sabía mucho acerca de los chinos y discutíamos el misticismo del Oriente, después íbamos a su casa a tomar el té y recibíamos una ducha de sentido común escocés de parte de su hermana, Elspeth. Yo esperaba tanto aquellas ocasiones que empecé a pensar que, de no haber conocido a Joliffe, y de no estar ahora casada con Sylvester, me habría podido enamorar de Toby. Bueno, quizás no sea ésta la mejor manera de decirlo. Habiendo estado enamorada una vez, el término tenía para mí un sentido especial, y sabía que nunca iba a recobrar el éxtasis que había conocido con Joliffe. Digamos más bien que empezaba a sentir un profundo afecto por Toby.
Adam percibió mi creciente amistad con él. Actuó típicamente y, cuando fui un día a los establos en busca de mi caballo, lo encontré allí.
—Los acompañaré a usted y a Tobias —dijo.
Levanté las cejas. En verdad sus maneras didácticas eran bastante irritantes.
—Oh —dije— ¿lo ha invitado Toby a que nos acompañe?
—Me he invitado yo —dijo.
Guardé silencio y él prosiguió:
Es mejor así. Ustedes dos están demasiado tiempo juntos.
—¿Entonces es usted una especie de «dueña»?
—Puede llamarme como guste.
—Le aseguro que es innecesario.
—En cierto sentido sí, pero ha habido algunos comentarios.
—¿Comentarios?
—La gente se ha dado cuenta. Y hablan. No es bueno… para la familia.
—¡Qué tontería! Fue. Sylvester quien sugirió que Toby me acompañara.
—De todos modos yo también iré.
Cuando llegó Toby, no pareció muy sorprendido de encontrar a Adam. Salimos juntos. Adam era interesante e informativo, pero su presencia tenía un efecto apaciguador en nosotros.
Pero me acostumbré a las cabalgatas en grupo de tres, y finalmente Adam se ablandó un poco y los tres pudimos hablar del arte chino y de sus tesoros con tanto entusiasmo que los paseos volvieron a ser divertidos.
Un día que llegamos cerca del puerto vimos un gran resplandor en el cielo. Espoleamos los caballos para ver donde era el incendio y, ante nuestro horror, descubrimos que se trataba de la casa de Adam. Nunca olvidaré el cambio que se produjo en él. Saltó del caballo y corrió. Supe después que había penetrado en la casa y rescatado a uno de los criados chinos; el único que había quedado atrapado en aquel ardiente horno. Todos los demás estaban a salvo, pero Adam estaba sin casa.
Era natural que viniera a la «Casa de las Mil Lámparas». Sylvester insistió en esto.
—Tenemos aquí mucho sitio —dijo— me ofenderé si no vienes.
—Gracias —contestó secamente Adam— pero te prometo hacer todo lo que está a mi alcance para encontrar donde vivir lo antes posible.
—Mi querido sobrino —protestó Sylvester— sabes perfectamente que no es necesario apurarse. Has recibido un gran golpe. No se te ocurra apresurarte. Estamos encantados en recibirte. ¿No es verdad, Jane?
Dije que naturalmente así era.
Adam me miró tristemente, y recordé la primera vez que nos habíamos visto, cuando tuve la impresión de que me consideraba una especie de aventurera.
Estaba casi segura de que me consideraba ahora como una intrusa.
*****
El fuego había arrasado la casa. Sólo quedaba una cáscara hueca. Adam nos dijo tristemente que, aunque estaba asegurada, había perdido algunas piezas valiosas que eran irremplazables. Estaba desconsolado. Me contó en detalle lo que había perdido y yo sentí pena por él.
—Quizás nunca volvamos a encontrar piezas semejantes —se quejó.
—Pero hay cierto provocador aliciente en la búsqueda —le recordé—. Naturalmente no encontrará usted las mismas piezas, pero quizás tropiece con algo que le compense.
Me miró de manera burlona y con súbita intuición comprendí que comparaba mi tragedia con la suya. Yo había perdido a Joliffe; él su preciosa colección. ¿Acaso no podíamos encontrar ambos una compensación?
A partir de aquel momento cambió mi relación con Adam. Fue como si se hubiera quitado una máscara que revelaba nuevas facetas de su carácter. Llegué a la conclusión que era un hombre que se armaba contra la vida porque temía algo de ella; ahora era como si hubiera dejado de lado parte de sus armas defensivas.
Recibíamos de vez en, cuando. Había una intensa vida social en la colonia.
—La comunidad inglesa está aquí muy unida —me explicó Sylvester—. Naturalmente nos visitamos.
Dábamos alguna comida ocasional y visitábamos amigos que habían conocido durante años a Sylvester y a su familia. Yo me divertía en estas fiestas y en dos o tres oportunidades en las que no se sintió bien, Sylvester insistió en que yo concurriera con Adam. La conversación era en general animada, y aunque no siempre se tratara de arte chino, de las maneras y las costumbres que tanto placer daban a Sylvester, generalmente se comentaban los acontecimientos del lugar. Yo empezaba a acostumbrarme a este tipo de vida.
*****
Un día Loti se presentó en mi cuarto. Su aire era encantadoramente misterioso, sus ojos oscuros chispeaban.
—Gran Señora, tengo gran favor que pedirle —dijo.
—¿De qué se trata, Loti?
—Gran Señora suplica visitarla.
—¿Suplica que la visite? ¿Quién es esa gran señora? Loti se inclinó como haciendo una reverencia ante alguna deidad ausente.
—Chan Cho Lan pide usted ir.
—¿Por qué me invita? No la conozco.
La carita de Loti se contrajo.
—Gran Señora debe venir. Si no Chan Cho Lan perder prestigio.
Yo sabía que lo último que se puede hacer contra un chino es avergonzarlo. Pregunté entonces.
—Dime algo acerca de esa señora.
—Muy gran señora —dijo Loti con tono maravillado— hija de mandarín. Estuve en su casa cuando era una niñita. La serví.
—Y ahora ella desea verme.
—Pregunta si la honorable gran señora quiere visitar su miserable casa. Si usted no viene ella perder prestigio.
—Entonces tengo que ir —dije.
Loti sonrió feliz.
—La he servido… la sirvo a usted. Usted la verá y ella dirá: «¿Cómo es que esa miserable que me sirvió a mí la sirve ahora a usted?».
—Contestaré que le tengo cariño a esa persona y que por cierto no es una miserable.
Loti se encogió de hombros y tuvo una risita, costumbre que para algunos podía parecer irritante, porque indicaba turbación, pesar o placer, de manera que no se podía estar seguro de sus sentimientos. A mí me parecía más bien encantadora.
Y de este modo conocí a Chan Cho Lan.
Me sorprendió que no necesitáramos el carrito. La casa quedaba muy cerca de la nuestra. Yo no la había visto porque estaba rodeada por un alto muro. Chan Cho Lan era nuestra vecina más cercana.
Dejé a Jason con Ling Fu, y Loti y yo hicimos a pie la corta distancia. Un criado chino nos abrió el portal y pasamos al patio. El césped era similar al nuestro. Había árboles y arbustos enanos y un puente de bambú. Parecían más pequeños por el gran banyan que se tendía sobre la hierba.
Quedé sorprendida al ver la casa, que era casi una réplica exacta de la «Casa de las Mil Lámparas», con una excepción: no había allí lámparas.
Sonó el tintineo de los cascabeles previniendo amablemente nuestra llegada. Un hombre de pantalones negros y túnica recamada apareció súbitamente. Con trencilla y un sombrero cónico, hizo una reverencia. Después dio una palmada. Loti pasó ante él y subimos dos peldaños hacia la plataforma de mármol sobre la que se levantaba la casa. Se abrió una puerta y entramos.
Sonó un gran gong y otros dos chinos, idénticos al que había visto hacía un momento, avanzaron hacia nosotros, saludando. Nos hicieron señas de que los siguiéramos. La casa estaba en penumbra y de inmediato me di cuenta del silencio. Sentí la misma inquietud que la experimentada la primera vez que había entrado en la «Casa de las Mil Lámparas».
En lo que parecía ser un vestíbulo dos dragones chinos estaban a ambos lados de la escalera; de las paredes pendían sedas bordadas y yo sabía ya bastante como para comprender que representaban el surgimiento y la caída de una de las dinastías. No pude menos de calcular su valor, hasta tal punto me había vuelto profesional. Me hubiera gustado examinarlas de cerca, y de inmediato pensé en traer aquí a Adam y pedirle su opinión.
Loti me hizo señas de que debíamos seguir al criado.
Él apartó una cortina y entramos a otra habitación. Aquí también pendían de las paredes sedas exquisitamente bordadas. Hermosas alfombrillas chinas de colores estaban en el suelo. No había muebles fuera de una mesa baja y una cantidad de cojines altos.
Esperamos y poco después Chan Cho Lan entró en la habitación.
Quedé atónita al verla. Era indudablemente hermosa, pero su belleza era de un carácter distinto a la fresca y natural que yo admiraba en Loti. Ésta era una belleza cultivada: la orquídea del invernadero y no el lirio del campo. No podía quitarle los ojos de encima. Parecía haber emergido directamente de una pintura del periodo Tsang.
En realidad no caminó sino que se balanceó hacia nosotras. Después oí describir este movimiento como el ondular de un sauce agitado por una leve brisa, y la descripción era exacta.
Todo en Chan Che Lan era gracioso y totalmente femenino. Su túnica era de seda celeste muy pálido, delicadamente bordada en rosa, blanco y verde, y llevaba pantalones de, seda del mismo material; su abundante pelo negro estaba levantado en lo alto de la cabeza y dos agujas cruzadas lo sujetaban en su lugar. Las joyas brillaban en su pelo formando un fénix chino (el fung-hang me dijo después Loti, porque habló en éxtasis de Chan Cho Lan cuando volvimos a nuestra casa). La cara de esta exquisita criatura estaba delicadamente pintada y sus cejas se curvaban en lo que Loti llamó la joven hoja del sauce, pero que a mí me parecía la forma de la luna nueva. Un delicado aroma emanaba de ella. Era una criatura destinada a adornar cualquier lugar en el que estuviera. Sentí curiosidad por saber quién era y cómo había sido su vida.
Se inclinó ante mí y en realidad parecía un sauce cuando se balanceó sobre sus pies con diminutas zapatillas. Recordé de inmediato la angustia de Loti acerca de sus pies y adiviné que Chan Cho Lan no había escapado a la tortura. Me sentí torpe y me pregunté qué pensaría ella de mí.
—Ha sido muy gentil de su parte venir a verme —dijo lentamente, como si hubiera aprendido la frase de memoria y repitiera una lección.
Dije que era aún más amable de su parte haberme invitado.
Ella agitó las manos. Eran unas manos bellas y llevaba cubre uñas de jade. Sus uñas debían tener diez centímetros de largo. Loti me indicó que debía sentarme y me senté en uno de los cojines; Loti siguió de pie hasta que Chan Cho Lan se sentó graciosamente.
Las manos volvieron a agitarse y Loti se sentó. Chan Cho Lan golpeó las manos. Oí afuera el sonido de un gong y entró un criado en el cuarto.
No entendí lo que se dijo, pero el criado desapareció y casi enseguida trajeron una bandeja. De inmediato se inició la ceremonia del té, a la que yo ya estaba acostumbrada.
Loti la realizó con gracia, y me di cuenta que estaba nerviosa, porque los ojos de su antigua ama estaban clavados en ella. Me dio primero a mí una taza de porcelana, otra a Chan Cho Lan, y se sentó, esperando que la autorizaran a servirse. Esto fue graciosamente concedido… Trajeron las frutas secas, los dulces y pequeños tenedores para que los pincháramos. Demostré que apreciaba esto por medio de sonrisas.
—Ha recibido usted en su noble casa a esta chica miserable —dijo Chan Cho Lan.
Loti bajó la cabeza. Contesté que nuestra casa se había enriquecido con la presencia de Loti. Y después empecé a enumerar sus virtudes. Dije que yo era extranjera y que Loti me ayudaba a entender el país. Chan Cho Lan asintió. Le conté la forma en que Loti se ocupaba de mi hijo, y cuanto cariño le había tomado éste.
—Usted señora feliz —dijo ella— tiene usted lindo hijo.
—Sí —dije— tengo un lindo varón. Loti se lo podrá decir.
—Chica miserable debe servirla bien. Si no usted dar azotes.
—No se trata de eso —reí—. Es para mí como una hija.
Se produjo un silencio imperceptible y me di cuenta que las había chocado, pero Chan Cho Lan era demasiado bien educada para expresar sorpresa.
Loti trajo más dulces y tomé uno con el tenedorcito.
Después Chan Cho Lan habló a Loti. Su voz era baja y musical, y movía bellamente las manos al hablar. No pude entender, pero Loti tradujo:
—Chan Cho Lan dice que usted debe tener cuidado. Es feliz de que yo esté ahí para cuidarla. Dice que la «Casa de las Mil Lámparas», es una casa donde puede haber mucho de malo. Dice que está construida en el sitio de un antiguo templo. Tal vez a la diosa no le gusta que la gente viva en el lugar donde fue adorada. Chan Cho Lan desea que usted tener cuidado.
Le pedí que dijera a Chan Cho Lan que agradecía su preocupación, pero que no suponía que pudiera producirse ningún daño, porque creía que se trataba de un templo consagrado a Kuan Yin, que era una diosa buena y benévola.
—Puede ser que Kuan Yin perder prestigio si la gente vive donde estar su templo.
Mi respuesta fue que la casa tenía mucho más de cien años que seguía en pie, y que parecía que a nadie le había sucedido nada en ella.
Pesqué la palabra «fan-kuei» en la respuesta de Chan Cho Lan y supe que esto significaba un fantasma extranjero espíritu o demonio, el término para describir a los que no son chinos. Y comprendí que decía que, si bien la diosa no podía protestar de que los chinos vivieran donde había estado su templo, no pasaba lo mismo con los extranjeros.
—Pero la casa había pertenecido al abuelo de Sylvester, y nada malo le había ocurrido. —Dije esto a Loti, pero no sé si ella lo tradujo.
Una mirada de Loti me indicó que debíamos partir.
Me puse de pie y de inmediato Chan Cho Lan hizo lo mismo. Pensé que tal vez estaba preocupada por el bienestar de Loti y había querido asegurarse de que su antigua doncella tenía un buen hogar. Por otra parte quizá tuviera curiosidad por ver a la dueña de la «Casa de las Mil Lámparas».
Estaba empezando a entender un poco a esta gente, y comprendía que uno nunca podía estar seguro de lo que querían decir. Lo que parecía el motivo obvio de determinada conducta rara vez demostraba serlo.
El perfume que emanaba de ella cuando se movía era extraño y exótico… una mezcla de rosa y de rosas, tan exquisito como ella.
Se inclinó y dijo que se sentía honrada de que una noble dama hubiera visitado su miserable vivienda. Golpeó las manos y se presentó el criado para acompañarnos fuera.
Había sido un extraño encuentro. No entendía para qué había querido verme Chan Cho Lan. Pensé que tal vez estaba preocupada por el bienestar de Loti y había querido asegurarse que su antigua doncella tenía un buen hogar. Por otra parte podía haber tenido curiosidad por ver a la dueña de la «Casa de las Mil Lámparas».
Estaba empezando a entender un poco a esta gente, y comprendía que uno nunca podía estar seguro de lo que querían decir. Lo que parecía el motivo obvio de determinada conducta rara vez demostraba serlo.
Loti se comportó como si estuviera en trance. También estaba un poco triste. Supuse que se debía al hecho de que nunca podría flotar como un sauce agitado por el viento, porque tenía unos pies perfectamente normales, que la llevaban cómodamente donde quisiera ir.
Aquella hermosa criatura era una mujer y probablemente se interesaba en otras mujeres. Me pregunté si Loti la veía de vez en cuando y si hablaban de mí. Tal vez eso era todo y ella había querido ver cómo era yo.
Y como buena medida me previno acerca de la casa.