En las mazmorras
El miedo se apoderó de mí. Ahora estaba segura de que mi vida corría peligro. Se me ocurrió una posibilidad que me pareció la más probable. Contra toda lógica, me negué a analizarla; inventé todo tipo de razones por las que no podía ser cierta, y me negué a escuchar la voz del sentido común que hablaba en mi interior.
Todo aquello había de tener una razón, me decía. Si una persona desea la desaparición de otra, sólo puede significar que espera algún beneficio de ello. ¿Podía ser la respuesta aquella hermosa y fértil isla? La isla era mía, o lo sería pronto, y otra persona la quería para sí. Pero yo no podía aceptar aquello.
«Lo que ocurre es que no quieres aceptarlo, estúpida —me decía mi lado práctico—. No quieres enfrentarte a la realidad. Si tú desaparecieses, la isla sería suya».
«Pero Jago me quiere. Me ha pedido que me case con él».
«Sí, y tú quieres hacerlo. Lo deseas tanto que deliberadamente cierras los ojos a la verdad».
«Si se casa conmigo, él tendrá parte de la isla».
«Y si mueres, la isla será totalmente suya».
«Es absurdo… Sólo porque salí en una barca y…».
Entonces recordé el rostro de Slack, la expresión de sus ojos. El muchacho sabía más de lo que quería admitir y aquél era su modo de avisarme. No podía apartar a Silva de mi pensamiento. ¿Estaba su historia relacionada de algún modo con la mía? ¿Qué le había ocurrido? ¡Si estuviese allí y pudiese contármelo!
Fui a aquella habitación de la planta baja en la que se había refugiado a menudo mi madre y en la que había encontrado su cuaderno. Hallé un cierto consuelo al sentarme en el antiguo banco y pensar en mi madre y en Silva.
¡Qué desgraciada debió de haber sido Silva cuando decidió irse en aquella barca! ¿Fue sólo un gesto de desafío, como lo había sido la amenaza de arrojarse al vacío desde la torre? ¿Se había suicidado por amor? Eso era lo que parecía deducirse del contenido de los cuadernos. Por primera vez en su vida, Silva había sido amada… o se le había hecho creer que lo era.
¿Habría fingido alguien estar enamorado de ella…, quizá porque era hija del señor de la isla, la hija mayor, la supuesta heredera? ¿Habría descubierto ese alguien que mi padre tenía dudas con respecto a su paternidad y había nombrado heredera a otra persona, a mí?
Otra vez me pareció ver el rostro de Jago, su expresión vehemente, apasionada, sus ojos de gruesos párpados, de mirada misteriosa. Jago me interesaba, me fascinaba; deseaba estar con él, saber la verdad de sus labios, por terrible que fuese. Yo siempre había sido audaz; nunca me había inclinado por el camino seguro. Y ahora me parecía que el propio Jago me invitaba a seguirle, a descubrir hasta qué punto eran fundadas mis sospechas, a encontrar la vital respuesta a la pregunta: «¿Me desea a mí o a la isla?». La respuesta a aquella pregunta podía ser que nos deseaba a ambas, como yo sabía que él admitiría tranquilamente. La verdadera pregunta era: ¿Quería Jago ser el único propietario de la isla? ¿Qué sabía yo en realidad de él, excepto la ineludible verdad de que le amaba?
Casi llegué a desear que Slack no hubiese encontrado la barca. Habría sido mucho más cómodo olvidar aquellos granos de azúcar, no tener la prueba flagrante de aquel orificio; hecho por una mano humana. «No seas estúpida —me reprendí a mí misma—. ¿Qué sentido tiene estar enamorada y pensar que la vida es hermosa, cuando alguien planea arrebatarle a uno esa vida?».
Como me negaba a pensar en Jago como el autor de aquel orificio en la barca, pensé en Michael Hydrock, que había sido tan amable conmigo y parecía tan feliz en mi compañía. ¿Y si fuese Michael el hombre de quien Silva se había enamorado? Y pensé en Jenifry y en Gwennol, que habían mostrado tan claramente que mi amistad con Michael no les agradaba. Gwennol era una muchacha apasionada; sus amores y sus odios debían de serlo también. Aquella rama de la familia Kellaway, a la que pertenecía también Jago, llevaba sangre del diablo en sus venas. Así lo decía la leyenda. Jago podía desear la isla, pero Gwennol deseaba casarse con Michael Hydrock.
Todo aquello era muy misterioso y complicado. No lograba entenderlo, pero tampoco podía librarme de la idea de que estaba en peligro. ¡Si mi madre me hubiese explicado algo! Si yo hubiese venido antes a la isla, habría conocido a Silva…
Me imaginé a mi madre en aquella habitación, dirigiéndose al armario, sacando de él sus útiles de pintura y yendo después a pintar una parte del castillo o de la isla, o quizás a hacer un retrato. ¿Dónde habría visto aquella habitación de mi sueño? Éste era otro misterio.
Mientras estaba allí sentada, reflexionando, oí un ruido, y era tal el estado de temor al que había llegado que inmediatamente sentí un escalofrío que recorría mi cuerpo. Miré la puerta, que se estaba abriendo lentamente. No sé lo que esperaba ver. Mi temor se debía a mi convencimiento de que alguien quería matarme. Pero la persona que llegaba era Slack.
—Oh, es usted, señorita Ellen —susurró—. No sabía quién estaba aquí. Sabía que había alguien. Es un buen lugar para venir cuando se tienen problemas.
—¿Qué quieres decir con eso, Slack?
—Pues que es bueno estar en esta habitación.
—¿Qué tiene de especial?
—La señorita Silva venía aquí. Venía y se sentaba en este banco, donde ahora está sentada usted. Si cierro los ojos, me parece verla a ella.
—¿Cómo sabes que Silva venía aquí?
—No lo sé, lo sabía… Algo me lo decía.
—Mi madre también venía aquí a menudo. Parece que esta salita es una especie de refugio.
—¿Qué es un refugio, señorita Ellen?
—Es un lugar al que se va cuando se tiene algo que pensar, cuando no se sabe lo que se debe hacer.
—Sí, pues es un refugio… —dijo Slack.
Calló y frunció el ceño, como si quisiera decirme algo y no supiese cómo.
—¿Qué estás pensando, Slack?
—Que debe tener cuidado, señorita.
—Eso ya me lo has dicho.
—Es que es verdad. Yo sé que debe tener cuidado.
—Sería más fácil si supiese de qué debo cuidarme.
Él asintió, y dijo:
—Si algún día tiene miedo, señorita Ellen, venga aquí. Yo la protegeré.
—¿Que venga aquí? ¿A esta habitación?
—Venga a verme a mí primero y después venga a esta habitación, así yo sabré que está aquí.
Le miré fijamente y me pregunté otra vez si no tendría razón la gente cuando decían que era retrasado.
—Es lo mejor que puede hacer —respondió—. Es lo que hizo la señorita Silva.
—Así que ella vino aquí y tú viniste también —asintió.
—La señorita Silva confiaba en mí —dijo—. Usted también puede confiar en mí.
—Y confío en ti, Slack.
Él se llevó un dedo a los labios.
—Cuando lo necesite —susurró—, venga aquí, a esta habitación.
—¿Por qué?, —volví a preguntar.
—Venga aquí cuando llegue el momento.
«Pobre Slack —pensé—, realmente parece estar mal de la cabeza».
—¿No es la hora de dar de comer a las palomas? —le pregunté.
—Faltan cinco minutos.
—Entonces, no las hagamos esperar —dije, poniéndome en pie.
Él sonrió y repitió:
—Cuando llegue el momento…
*****
Un viento del sudoeste comenzaba a agitar el mar y una barca se balanceaba sobre las olas, que amenazaban con sepultarla. Dejé la cala y subí por las rocas, donde encontré un pequeño claro entre la aulaga y los helechos. Me resultaba más fácil pensar en aquel lugar, lejos del castillo.
Llevaba una capa de un color verdoso que me protegía del viento y que, si salía el sol, podía abrirse. Sentada entre la vegetación y envuelta en aquella capa verde, mi figura se fundía con el paisaje. Vi acercarse la barca y, cuando el hombre que iba en ella saltó a la playa, me pareció reconocerle. Estaba segura de haberle visto en alguna parte.
Después oí la voz de Jago y le vi llegar a caballo a la cala y dirigirse a la playa. Le oí gritar:
—¿Cómo se atreve a venir aquí de este modo? ¿Qué es lo que quiere?
No pude oír la respuesta del hombre, que al parecer no poseía la voz resonante de Jago. Me di cuenta de que éste estaba irritado. La sensación de que había visto antes a aquel hombre no me abandonaba. El viento calló unos segundos y oí que el recién llegado decía:
—Tengo que hablar con usted.
—No quiero que esté aquí —dijo Jago—. Sabe muy bien que no tenía derecho a venir.
Gesticulando, el hombre respondió algo, pero el viento había empezado a gemir otra vez y de nuevo me impidió oír lo que decía. Después oí la voz de Jago:
—Tengo mucho que hacer. Ahora no puedo hablar con usted. ¿Cómo se ha atrevido a venir?
El hombre habló, ahora con expresión grave, y yo me sentí irritada por no poder oír lo que decía.
—Muy bien —dijo Jago—. Hablaremos esta noche. Hasta entonces, no se deje ver. No quiero que nadie del castillo sepa que está usted aquí. Pero… espere un momento… Nos encontraremos en las mazmorras. Allí no puede vernos nadie. Venga a la puerta oeste a las nueve. Me reuniré allí con usted. De todos modos, le advierto que pierde el tiempo. No le daré nada más. ¿Adónde va usted ahora? —El hombre dijo algo—. Vuelva a la hostería, pues —dijo Jago—. Quédese allí, sin salir de su habitación, hasta esta noche. Le aseguro que, si osa desobedecerme, lo lamentará.
Dicho lo cual, hizo dar media vuelta al caballo y emprendió el regreso. El hombre se quedó un momento mirándole. Después miró a las rocas, en dirección a donde yo estaba. Me acurruqué más entre los helechos, aunque estaba segura de que no podía verme. Fui yo quien le vio a él; cuando miró hacia arriba, vi claramente su cara y, con un sobresalto, me di cuenta de quién era. Se trataba de Hawley, el que había sido ayuda de cámara de los Carrington, el hombre que me había causado cierto temor porque nos había observado a Philip y a mí en el parque.
Me quedé allí, mirando al mar y reflexionando. ¿Qué podía significar aquello? ¿Qué relación había entre Jago y Hawley, el hombre que había trabajado para los Carrington? Pensé en Bessie, que había estado enamorada de él, y en el trágico desenlace de mi relación con los Carrington. Pero lo que más me intrigaba era la relación que pudiese tener aquel hombre con Jago.
No se me ocurría ninguna explicación sencilla, y se iba apoderando de mí una terrible inquietud. Ahora veía que, contrariamente a lo que creía, no había dejado atrás mi antigua vida al venir a la isla. La muerte de Philip, Hawley, Jago y todo lo que había ocurrido después estaba relacionado.
Estaba claro que a Jago le había encolerizado la presencia de Hawley. ¿Y Hawley? Algo en su modo de actuar había sido un poco servil y, sin embargo, amenazador. Era evidente que temía a Jago pero, por otra parte, éste estaba tan enojado por el hecho de verle que también él podía tener algún motivo de temor. Debía de saber que Hawley iba a venir porque había bajado a la cala para reunirse con él; y Hawley iría aquella noche a las mazmorras. ¿Por qué allí? Porque a Jago le interesaba mucho que nadie viera a Hawley. ¿Pero de quién quería ocultarle exactamente? De mí, quizá. Yo conocía a Hawley, pues le había visto en casa de los Carrington. ¿Qué pensaría Jago si supiese que yo había presenciado la llegada de ese hombre a la isla?
«¿Qué es todo esto?» me pregunté, desesperada. ¿Qué tenía que ver Jago con aquellos horribles sucesos de Londres? ¿Qué sabía él de la muerte de Philip? A Philip le habían encontrado muerto de un disparo. Yo sabía que no era él quien había disparado el arma; estaba segura de ello. ¿No le conocía tan bien como era posible conocer a una persona? Philip no se suicidó. Y, si no se suicidó, alguien le asesinó.
¿Por qué? ¿Conocía Jago la respuesta?
Todo aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla. No podía apartar de mi mente las imágenes que acudían a ella sin cesar. Jago en la recepción de los Carrington. Se había introducido en ella sin estar invitado porque sabía que me encontraría allí. Quería conocer a la familia con la que yo iba a unirme. Pero habría podido averiguar fácilmente todo lo que desease saber de los Carrington. ¿Con qué propósito había venido a la casa de Finlay Square? Sus explicaciones no me habían parecido satisfactorias cuando me las dio, y ahora me lo parecían menos que nunca.
Y Philip había muerto. Suicidio, habían dicho todos. Pero no había sido suicidio. Y, en tal caso, había sido asesinato.
¿Y Hawley? ¿Qué sabía él del asunto? Había venido a la isla a pedirle algo a Jago e iban a reunirse en las mazmorras. Estaba claro lo que debía hacer: ir allí a oír lo que decían, sin que ninguno de los dos lo supiese. Allí hablarían francamente, y yo necesitaba saberlo todo. Debía esconderme allí. Era el único modo de empezar a desentrañar aquel terrible misterio.
El día pasó con una lentitud exasperante. Me parecía que nunca llegaría la noche.
Me puse un vestido de seda marrón pálido y, como Jago siempre insistía en que llevase el collar de piedras de la isla, decidí ponérmelo. Aunque quizás aquella noche no se daría cuenta de que lo llevaba; seguramente, estaría preocupado por su próxima entrevista con Hawley en las mazmorras. Cuando cerré el collar, me di cuenta una vez más de que el cierre no era muy fuerte, pero supuse que resistiría.
Jago se dio cuenta de que me lo había puesto. Al verme, a la hora de la cena, comentó lo bien que iba con el color del vestido. Habló de las piedras que podían hallarse en la isla y dijo que quizá sería bueno iniciar con ellas una industria de joyería artesanal. Aun así, noté que su cabeza estaba en otra parte. La cena terminó a las nueve menos diez. Gwennol y Jenifry pasaron a la sala para tomar café, y Jago no las acompañó. Yo murmuré que tenía que escribir una carta.
En lugar de subir a mí habitación, me deslicé inmediatamente al exterior, atravesé el patio y llegué a la puerta oeste. Una vez allí me asaltó un miedo terrible de que Hawley pudiese estar ya en las mazmorras y me descubriese.
La noche era clara, pues había luna llena. Los muros del castillo estaban bañados por una fantasmagórica luz. Bajé por la escalera de caracol que llevaba a las mazmorras. Yo había estado allí solamente una vez. Era un lugar que a nadie le agradaba visitar a menudo. Había algo tan repulsivo en él que incluso el día en que había estado Gwennol conmigo había deseado abandonarlo lo antes posible.
Me detuve en el patio circular rodeado de puertas y miré a mi alrededor. Recordé que detrás de cada una de ellas había una mazmorra semejante a una caverna, en la que los Kellaway habían encerrado a sus prisioneros en el pasado. Abrí una de las puertas y miré al interior: era una de las celdas con una pequeña ventana con barrotes en la parte alta de la pared. Por el ventanuco se filtraba un débil rayo de luz, la suficiente para mostrarme las húmedas paredes y el suelo de tierra. Hacía mucho frío y olía a podrido. A pesar de ello, entré y cerré la puerta a medias.
Esperé lo que me pareció un largo rato. Debían de ser las nueve en punto cuando oí pisadas en la escalera de caracol y el crujido de la puerta del patio cuando alguien la abría. Por la rendija de mi puerta vi un débil rayo de luz. Era Jago, que llevaba una linterna.
—¿Está usted ahí? —preguntó.
No hubo respuesta.
Retrocedí en mi escondite y me pregunté cuál sería la reacción de Jago si me descubría allí. Al fin, se oyeron más pisadas.
—Ah, aquí está usted —dijo Jago—. ¿Qué significa eso de enviar un mensaje diciendo que vendría?
—Tenía que verle —dijo Hawley—. La vida está difícil. He contraído deudas y necesito dinero.
—Ya le pagué por lo que hizo. ¿Qué se propone ahora?
—Sólo quiero una pequeña cantidad, nada más. Hice un buen trabajo para usted.
—Hizo usted un trabajo y yo se lo pagué; asunto concluido. Ahora ya no trabaja para mí. Y debo decir que no lo hizo bien en absoluto.
—No fue fácil —dijo Hawley—. Nunca había hecho de ayuda de cámara.
—Esa experiencia puede resultarle útil —dijo Jago.
—Después de los problemas que tuve para…
—Eso fue culpa de usted únicamente.
—Podían haberme acusado de asesinato.
—Pero nadie le acusó de nada. Se dictaminó que fue un suicidio, ¿no es así?
—Podía no haber sido así. Piense en lo que tuve que hacer. Tuve que entablar amistad con aquella chica, la doncella, y averiguar lo que hacía aquella señorita. Y después tuve que conseguirle aquella llave. Era difícil.
—Era un juego de niños —dijo Jago.
—Yo no lo llamaría así, puesto que costó la vida de un hombre.
—Debería usted habérselas arreglado mejor. Ahora escúcheme, Hawley. Usted ha venido aquí a sacarme algo, o así lo cree. Me está diciendo: «Págueme o…», y eso tiene un nombre: se llama chantaje. Pero el chantaje es algo a lo que nunca me someteré.
—No querrá usted que la muchacha sepa…
—¿Lo ve? Me está amenazando como un chantajista. Pero no cederé, Hawley. Le aseguro que no cederé. ¿Sabe lo que hacemos aquí con la gente que infringe la ley, con la gente como usted? Los encerramos… en estas mazmorras. A nadie le gusta estar encerrado aquí. Este lugar tiene algo especial. Quizá ya lo haya notado usted. Hawley, le juro que, si trata de hacerme chantaje, le encerraré aquí y le llevaré a los tribunales. Eso no le gustaría, ¿verdad?
—A usted tampoco le gustaría que ciertas cosas saliesen a la luz, señor Kellaway… La señorita Kellaway…
—Lo que menos me gustaría, y lo que no permitiré —le interrumpió Jago—, es que se me chantajee. Usted ha estado en el continente, ¿verdad? Sabe que la señorita Kellaway está aquí. Ha oído rumores. Espero que no haya añadido nada a ellos, Hawley. Y, si cree que puede someterme a un chantaje, está en un gran error. Recuerde lo que ocurrió en el dormitorio de Philip Carrington.
—Yo cumplía órdenes suyas…
—Tenga cuidado. Este asunto podría acabar mal para usted.
Me sentí desfallecer de horror. Me apoyé en la pared, llevándome la mano al collar inconscientemente. ¿Era posible que Philip hubiese sido asesinado a sangre fría por un hombre pagado por Jago? Existían asesinos profesionales. Pero ¿por qué? La respuesta estaba clara. Jago sabía que yo era la heredera de la isla. No quería que me casase con Philip; quería que me casase con él.
Hubo unos segundos de silencio, interrumpidos por un leve sonido, como si algo hubiese caído al suelo. Jago lo oyó también.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó con severidad—. Alguien anda por ahí. ¿Ha traído a alguien con usted, Hawley?
—No, le juro que he venido solo.
—Voy a ver —dijo Jago—. Miraré en cada una de las mazmorras.
Me agazapé contra el muro. Debía de haber estado muerta de miedo después de lo que acababa de oír pero, sin saber por qué, aun ahora no podía creerlo. Tenía que haber alguna explicación de todo aquello. Era como un absurdo melodrama y no podía, no quería creer que Jago, que me había dicho que me amaba, pudiese ser el hombre que la razón me decía que era.
Pronto me descubriría allí agazapada, y le preguntaría: «Jago, ¿qué significa esto? Explícamelo, por lo que más quieras. Hawley obedecía órdenes tuyas, lo sé. Tú le enviaste a Londres. ¿Por qué? Y después viniste tú».
Le oí decirle a Hawley: «Sostenga la linterna».
La luz se alejó y yo me asomé por la puerta entreabierta. Los dos hombres me daban la espalda y habían empezado a registrar las mazmorras del otro lado. Vi la posibilidad de huir, si me movía rápida y silenciosamente.
Esperé el momento oportuno, ahogándome casi por la fuerza con que me latía el corazón. En un momento dado, ellos estuvieron al otro lado del patio; ya no podían alejarse más de mí. Me deslicé en silencio fuera de la mazmorra y corrí a la escalera de caracol. Ellos no se volvieron. Había tenido suerte; había calculado bien el tiempo y no me habían visto.
«¿Y ahora, qué?», me pregunté cuando atravesaba la puerta oeste. Si conseguía llegar al edificio principal y reunirme con Jenifry y Gwennol en la sala, podía fingir que no había oído todo aquello y tendría un poco de tiempo para decidir mi próximo paso.
Me obligué, pues, a entrar en la sala. Gwennol leía y su madre hacía una labor de gros point en un cañamazo. Ninguna de las dos mostró sorpresa alguna al verme entrar. Debieron de suponer que había estado escribiendo mi carta. Tomé una revista y la hojeé, mientras empezaba a reflexionar.
«Oh, Jago —pensaba—, ¿qué significa esto? ¿Cómo he podido ser tan tonta como para enamorarme de ti?». ¿Es que no había oído bastante? Jago había pagado a Hawley para que fuese a Londres. Philip había muerto. Y Jago había dicho: «Recuerde lo que ocurrió en el dormitorio de Philip Carrington».
Hawley debía de ser un asesino a sueldo. Aquellas personas existían. Los verdaderos criminales les alquilaban para que cometiesen un crimen en su lugar, y les pagaban bien. Hawley no se consideraba bien pagado y había vuelto para hacer un chantaje.
Era demasiado terrible. No podía creerlo. Había interpretado mal lo que acababa de oír; tenía que haber alguna explicación. Vislumbré un rayo de esperanza: si Jago quería la isla, ¿por qué asesinar a Philip? ¿Por qué no asesinarme a mí?
¿Por qué mi corazón seguía luchando estúpidamente contra mi cerebro? ¿Por qué seguía intentando creer que aquello era un error absurdo, un malentendido? Tenía que haber una explicación sencilla y yo tenía que encontrarla, porque lo que había oído en las mazmorras aquella noche me había hecho comprender de modo innegable que estaba enamorada de Jago, fuera Jago lo que fuese, hubiera hecho lo que hubiese hecho.
¿Cómo podía yo, Ellen Kellaway, ser tan tonta? Sabía que él quería la isla; prácticamente me lo había confesado. Pero aquello no era todo: también me quería a mí.
Entonces entró él en la sala. Al parecer, se había librado de Hawley. No aparté los ojos de la revista, pero sentí su mirada fija en mí. Me di cuenta de que me subía la sangre a las mejillas cuando él se sentaba junto a mí en el sofá.
—¿No has perdido nada, Ellen? —me dijo.
Le miré, sorprendida. Le brillaban los ojos y vi en ellos una expresión que no alcancé a comprender. Era una expresión en la que se mezclaban varias emociones: pasión, reproche y una cierta ironía. ¿Era la ironía del gato cuando jugaba con el ratón?
Extendió la mano y yo la miré horrorizada: pues tenía en ella mi collar. Supe enseguida dónde lo había encontrado. Supe qué había sido aquel sonido que se había oído en las mazmorras. El cierre era débil. En mi nerviosismo, me había llevado la mano al collar y, al soltarlo, había caído al suelo. Al registrar las mazmorras, Jago había llegado a aquella en la que yo me ocultaba y había encontrado él collar en el suelo. De modo que sabía que yo había estado allí, sabía lo que había oído. Tomé el collar, esperando que el temblor de mis manos no fuese perceptible.
—Tengo que hacer arreglar este cierre —me oí decir a mí misma.
—¿Dónde crees que lo he encontrado? —me preguntó, mirándome aún con aquella extraña expresión.
—¿Dónde? —pregunté.
—Lo llevabas a la hora de cenar. Piensa dónde has estado después.
Miré al vacío, tratando estúpidamente de dar la impresión de que trataba de recordar.
—Tienes que recordarlo, Ellen. El collar estaba en las mazmorras. ¿Qué estabas haciendo allí?
Me reí forzadamente y noté que Gwennol me miraba con atención.
—Oh, nada especial. Tengo la costumbre de recorrer el castillo, ¿no es así, Gwennol?
—Ciertamente, el castillo te fascina —respondió ella.
—Se necesita valor para ir a las mazmorras por la noche —comentó Jago.
—Yo tengo valor —dije, mirándole a los ojos.
Él me tomó la mano y me la apretó con fuerza.
—Tengo muchas cosas que explicarte, Ellen —dijo—. ¿Quieres pasar a mi sala?
—Iré dentro de un momento.
—No tardes.
Me dije: «Debo actuar deprisa, pero no sé lo que debo hacer. Necesito tiempo. Necesito asimilar lo que acabo de oír. Debo reflexionar lo que significa y prescindir de mi absurdo romanticismo».
En lugar de ir a mi habitación, corrí por el pasillo y salí al patio. Slack estaba junto al palomar.
—Parece muy asustada, señorita Ellen —me dijo—. ¿Ha llegado el momento?
Pensé en Philip en su dormitorio… muerto. Jago había ordenado que le asesinasen. No, era demasiado descabellado. No podía creerlo. Tenía que hablar con él. Tenía que escuchar lo que quería decirme. Pero ya había escuchado a Jago muchas veces, y siempre que estaba con él creía cuanto me decía. Debía alejarme. Debía pensarlo todo con calma, fríamente, y no podía hacerlo cuando él estaba cerca de mí.
Slack me dijo:
—Vayamos a aquella habitación, señorita Ellen. No tenga miedo. Se irá usted como se fue la señorita Silva.
«Oh, Slack —pensé—, ¿qué estás diciendo? No puedo irme como la señorita Silva, que se alejó en una barca y desapareció».
—Dese prisa, señorita Ellen —decía Slack—. Quizá no tengamos mucho tiempo.
Me tomó de la mano y volvimos al castillo. En el corredor, él cogió una vela y la encendió.
—Tenga esta vela, señorita Ellen —dijo.
La cogí. Slack abrió la puerta de aquella habitación y entramos. Ante mi sorpresa, el muchacho se dirigió al banco de madera y levantó el asiento.
—¿Quieres que me esconda aquí? —exclamé, asombrada.
Él negó con la cabeza.
—Mire, señorita Ellen. Este banco no es como los demás.
Se inclinó y, ante mi asombro, levantó la base del banco, que se abrió como se había abierto la tapa. Miré el hueco que había debajo y sólo vi oscuridad.
—Tenga cuidado, señorita Ellen. Aquí hay unos escalones, ¿los ve? Baje por ellos con cuidado. Yo la seguiré.
Me introduje en el banco y, en efecto, mis pies dieron con unos escalones. Bajé seis y Slack me siguió, después de cerrar las dos tapas del banco. Nos encontrábamos uno junto al otro en lo que parecía ser una oscura cueva.
—¿Dónde estamos? —pregunté, temerosa.
—Esto es una cueva muy grande que pasa por debajo del mar —respondió—. Por aquí acompañé a la señorita Silva cuando se escapó.
—¿Qué fue de Silva?
—Vivió feliz para siempre, tal como me dijo. Esta cueva tiene una gran pendiente, después sube otra vez y sale a la Roca Azul.
—¿Cómo sabías que existía?
—Lo sé por mi madre. Es lo que llaman una cueva natural, pero las entradas fueron hechas hace mucho tiempo, cuando había mucho contrabando por aquí. De eso hace cien años o más. Desde entonces, casi nadie viene nunca por aquí. Mi madre es hija del dueño de la hostería, y a ella se lo dijo su padre, que conocía esta cueva. Aquí almacenaban el licor. Era un buen lugar. Llegaban barcos de Francia a la isla, descargaban el licor aquí y lo guardaban en la cueva hasta que podían llevarlo al continente sin peligro.
—Y cuando lleguemos a la Roca Azul, ¿qué haremos?
—El pintor nos ayudará, como ayudó a la señorita Silva. Fue muy bueno con ella. La quería mucho. Él la ayudó.
—Así que de este modo se marchó Silva.
Él asintió.
—Se fue para vivir feliz, tal como quería.
—Y la barca apareció sin ella.
—Eso fue un truco. Ella no se marchó aquella noche. Se marchó después, una noche que el mar estaba en calma.
—¿Cómo sabes tú todo eso, Slack?
—Porque yo la ayudé a escapar y ella me lo dijo. Y por fin fue feliz, como no lo había sido nunca. Ella hablaba mucho conmigo… era como si hablase sola, pero le gustaba que yo estuviese con ella. Le hacía compañía. Su padre había sido muy cruel con ella… Ella sabía que, si le decía que iba a marcharse, él se reiría de ella y no la dejaría marchar. Por eso se escapó sin decírselo a nadie, para reunirse con su enamorado.
—¿Y a dónde fue?
—Eso ya no lo sé, señorita Ellen. Tenga cuidado, aquí el camino es malo.
Bajábamos una pronunciada pendiente. Hacía frío y humedad. Pasábamos junto a pequeñas charcas de agua. En ocasiones, mis pies se hundían en la arena, y otras veces el suelo de la cueva era la misma roca. Por suerte, Slack avanzaba con seguridad; conocía bien el camino.
—Ahora empezaremos a subir —dijo—. Es una subida pronunciada, pero tiene menos de un kilómetro, la distancia que hay entre la isla Kellaway y la Roca Azul.
—¿Qué dirá el señor Manton cuando nos vea?
—La ayudará a pasar al continente, sí es lo que usted quiere.
Yo no tenía intención de abandonar la isla. Sólo quería disponer de un poco de tiempo para pensar. Quería hablar con Jago, pedirle una explicación. Pero no podía hacerlo en aquel momento. Necesitaba un día o dos para pensar en todo con calma, para tratar de ordenar los datos que poseía, para tratar de huir de mis emociones y valorar la situación con serenidad. Quería descubrir hasta qué punto estaba enamorada de un hombre que carecía de escrúpulos y que podía estar implicado en el asesinato de Philip Carrington.
Aquélla era la cuestión más importante. Yo podía comprender su pasión por la isla y su deseo de poseerla. Para lograrlo, debía casarse conmigo, o bien librarse de mí. Me negaba a aceptar el hecho de que no me amase ni un poco. No podía fingir hasta aquel extremo. Quizá, con el tiempo, llegaría a quererme más que a la isla. Me prometí a mí misma que sería así, lo cual demostraba cuan obsesionada estaba por él. Pero, si realmente estaba implicado en la muerte de Philip… todo cambiaba.
Me sentía más desconcertada que nunca. Si había pagado a un esbirro para asesinar a Philip, ¿cuáles eran sus intenciones con respecto a mí? ¿Y si no me amaba en absoluto? ¿Y si me casaba con él? Me vi a mí misma accediendo a cuanto él desease. Y después, ¿qué haría él cuando yo ya no le sirviese de nada? ¿Qué sabía yo de Jago? Sólo que le quería, nada más. ¿Es posible querer a un hombre a quien se cree implicado en un asesinato? La respuesta me martilleaba los oídos: «¡Sí, sí, sí!».
Pero había algo que él no sabía. Él creía que Silva había muerto, y ahora Slack me decía que mi hermanastra vivía feliz en alguna parte. ¿Qué significaba aquello? Debía de haberse casado con el amante del que hablaba. Los habitantes de la isla la habían dado por muerta porque la barca había vuelto sin ella. Pero, si Silva vivía aún, era ella mi heredera. Jago no había tenido en cuenta aquello porque, como todos los demás, creía a Silva muerta.
¿Dónde estaba Silva? Si yo lo supiese…
—¿Oye el mar ahora? —me preguntó Slack—. Ya falta poco.
Habíamos estado subiendo una pendiente regular mientras yo pensaba todo aquello y ahora, en efecto, oía el mar y sentía el aire fresco en la cara.
—Ya hemos llegado —dijo Slack.
Nos abrimos camino por un trecho de maleza y pronto llegamos al exterior. El viento me azotó el cabello, que escapó de sus horquillas y me cayó por la espalda.
—Mire, señorita Ellen, allí está la casa. Hay luz en una ventana.
Me tomó de la mano y me ayudó a seguir. Al cabo de unos momentos llegamos cerca de la casa y vimos que la puerta estaba abierta. Slack pasó por ella llamando: «¡Señor Manton! ¡Estoy aquí con la señorita Ellen!».
No hubo respuesta. Habíamos pasado a un pequeño vestíbulo. Slack abrió una puerta y entramos en una habitación. Sentí que la cabeza me daba vueltas. Allí estaban las cortinas rojas con su franja dorada, la chimenea abierta de ladrillo, la mecedora, la mesa de tijera e incluso el cuadro que representaba la tempestad en el mar. Allí estaba, con todos sus detalles, la habitación de mis sueños.
Era una pesadilla. No podía ser verdad. De algún modo, me había dormido y estaba soñando. Las mazmorras, las terribles sospechas acerca de Jago, todas aquellas cosas eran parte del sueño. Me despertaría en cualquier momento. Slack me miraba, extrañado.
—Slack —balbucí—, ¿qué es esta habitación? ¿Qué es este lugar?
Él no parecía comprender mi asombro y dijo, para tranquilizarme:
—Aquí estará usted bien. La señorita Silva…
Yo miraba fijamente la puerta. Aquella puerta había sido el centro del sueño. No era la puerta por la que habíamos entrado, sino otra. El lento movimiento de aquella puerta que nunca se había abierto del todo, pero detrás de la cual estaba la razón de mis temores…
Vi que el pomo giraba lentamente. No podía apartar mis ojos de él. La puerta empezaba a abrirse. Aquél era el momento en que, en mi sueño, me asaltaba la terrible sensación de temor. Me aterrorizaba lo que pudiese aparecer tras la puerta.
Como ocurre en momentos así, una serie de ideas cruzaron mi mente con gran rapidez. Tenía miedo, exactamente como en el sueño. Pero aquello no era un sueño. Estaba a punto de tener la gran revelación. «¡El pintor! —pensé—. ¿Qué tiene él que ver conmigo? Apenas le conozco. ¿Por qué habría de inspirarme este intenso miedo?».
Se abrió la puerta y apareció un hombre en el umbral. No era el pintor. Era Rollo. Yo temblaba, pero era sólo a causa del sueño. AI ver a Rollo, el asombro se impuso al miedo. ¡Rollo! ¿Qué podía estar haciendo él en la Roca Azul?
—¡Ellen! —exclamó él con una sonrisa—. ¡Cuánto me alegro de verla aquí! ¿Cómo ha venido?
Yo balbucí:
—No… no tenía idea… pensaba… que aquí vivía el señor Manton.
—El señor Manton ha ido a Londres a pasar unos días y me ha dejado su casa. Pero parece usted muy asustada, Ellen. Siéntese. Permítame que le prepare algo de beber.
—Lo siento —dije—. Es que estoy desconcertada. No puedo pensar con claridad.
—Pase y siéntese.
Slack miraba fijamente a Rollo. Le oí susurrar:
—Algo terrible le ha ocurrido a la señorita Silva…
Rollo me hizo acercarme a la mesa y sentarme en la silla que yo había visto tantas veces en sueños. Yo no podía creer que estuviese despierta y que aquello estuviese ocurriendo realmente.
—Tiene que decírmelo todo, Ellen —dijo Rollo—. ¿Qué ha ocurrido en el castillo? ¿Por qué ha venido aquí con este muchacho?
—Hemos venido por una especie de túnel.
Rollo vertió algo en un vaso y me dijo:
—Tómese esto. La tranquilizará. Ya veo que ha sufrido una fuerte impresión.
Me puso el vaso en la mano, pero yo no podía beber nada. Lo dejé en la mesa.
—Hay un túnel subterráneo desde aquí al castillo —dije.
Él no mostró sorpresa alguna.
—Estaba preocupado por usted —dijo—. Por eso no me he marchado. Tenía la impresión de que algo ocurría y de que necesitaba usted ayuda. No podía quitarme de la cabeza aquel asunto de la barca.
—¿Cree que alguien intentó matarme?
Él asintió.
—Estoy seguro —dijo.
«No es Jago —pensé—. No quiero creer que fuese Jago».
—Quiero pasar al continente —dije—. Quiero estar allí unos días.
—Es natural. Yo la acompañaré.
—Creo que me alojaré en la hostería de Polcrag hasta que haya pensado en todo esto.
—Pero ¿es que no está bastante claro? Usted es la heredera de esa isla, una tierra próspera y floreciente. Es mucho dinero. Hay quien haría cualquier cosa por la cantidad de dinero que representa esa isla, Ellen.
Sonreí débilmente.
—Lo siento —dije—, pero me siento tan desconcertada… tan perdida… Todo lo que ha ocurrido ha sido tan extraño… Yo, la pariente pobre, soy ahora rica. Hace muy poco que lo he descubierto.
—Hay quien lo sabía y actuaba en consecuencia.
—¿Por qué es usted tan bueno conmigo de repente?
—Es que lamento mi conducta pasada. Al fin y al cabo, Ellen, usted iba a ser un miembro de nuestra familia. Si Philip no hubiese muerto…
Me pareció escuchar otra vez aquellas palabras: «Lo que ocurrió en el dormitorio de Philip Carrington…». No, Jago, no puedo creer eso de ti. No puedo.
De pronto, Rollo miró a su alrededor y exclamó:
—¿Dónde está ese muchacho… el que venía con usted?
Miré detrás de mí; Slack no estaba en la habitación.
—No debe de estar lejos —dije.
Rollo fue hacia la puerta y le oí llamar a Slack.
Ahora que estaba sola en la habitación, la examiné con una especie de temeroso asombro. Fui hacia la ventana y toqué las cortinas. Aquello era real.
¿Qué podía hacer? Debía haberme quedado en el castillo para hablar con Jago. Volvería allí y le diría que me confesase toda la verdad.
Mi madre debía de haber estado a menudo en aquella habitación, pues había reproducido en su dibujo cada uno de los detalles de aquella sala. ¿Por qué había jugado un papel principal en mis sueños? Había encontrado la habitación de mi sueño, pero ¿cuál era su significado? Y había vivido el momento de terror en que la puerta se había abierto y había aparecido Rollo. Aquella noche, él estaba diferente; tenía algo de irreal. No era el joven semejante a un dios, que yo había visto de niña a través de los ojos de su hermano menor. No parecía ser la misma persona.
La puerta se abrió y, curiosamente, empezó a invadirme aquella conocida sensación de temor. Era Rollo otra vez. Su rostro estaba contraído por la irritación.
—No encuentro a ese muchacho —dijo—. ¿Dónde puede haberse metido?
—No puede haber regresado al castillo.
—¿Por qué ha huido así? ¿Y qué es lo que ha dicho antes?
—Algo de Silva. Era mi hermanastra. Ha dicho que algo terrible le había ocurrido.
—¿Qué quería decir?
—No lo sé.
—Ese muchacho está loco.
—Yo no lo creo. Su mente funciona de un modo extraño, nada más. Tiene lo que él denomina visiones y poderes especiales.
—Es un retrasado mental —dijo Rollo—. Pero no se ha tomado usted su bebida, Ellen. Tómesela; la hará sentirse mejor.
Tomé el vaso y bebí su contenido.
—Quiero pasar al continente —dije.
—Yo la llevaré. Termine de beberse eso; mientras tanto yo iré a buscar la barca.
—He dejado todas mis cosas en el castillo.
—¿Por qué se ha marchado con tanta prisa?
—Me ha parecido necesario. Ahora, en cambio…
—¿Lo lamenta?
Me sonreía. Alrededor de su figura, los contornos de la habitación se desdibujaban. Sólo podía ver su rostro sonriente.
—Sí, creo que me he precipitado. Debería haber esperado; debería haber hablado con Jago…
Me parecía que mi voz me llegaba desde muy lejos. Rollo seguía sonriéndome.
—¿Tiene usted sueño? —me preguntó—. Mi pobre Ellen…
—Me siento muy rara. Me parece estar aún soñando. Esta habitación…
Él asentía.
—Rollo, ¿qué es lo que me ocurre?
—Se está usted adormeciendo —dijo—. Es la bebida. Tiene un efecto sedante. Lo necesitaba usted… y yo también.
—¿Usted, Rollo?
—Venga conmigo. Nos vamos.
—¿Adónde?
—Al continente. Es lo que usted desea, ¿no es así?
Me puse en pie, tambaleándome. Él me sujetó para evitar que me cayese.
—Ahora todo será muy fácil —dijo—. Vendrá usted conmigo. No podía haber sido más sencillo. Lástima que ese muchacho haya escapado.
Me pasó un brazo por los hombros para ayudarme y salimos de la casa. El aire fresco me reanimó un poco.
—¿Qué ha pasado? —pregunté.
Oí que Rollo se reía suavemente.
—Todo va bien —decía—. No esperaba tener tanta suerte. Pronto habrá pasado todo. Venga, venga conmigo a la playa.
Algo me hizo sospechar. La sensación de temor que ya conocía por el sueño era muy intensa.
—No quiero ir al continente… —me oí decir.
—No sea caprichosa. Tiene que ir.
—Antes quiero ver a Jago. Estoy segura de que debo verle. Tenía que haber hablado con él… tenía que haberle pedido que se explicase.
Me dejé caer al suelo. Quedé tendida entre los arbustos y me agarré a uno de ellos con todas mis fuerzas.
—¿Qué le pasa? —dijo Rollo, tratando de levantarme, pero yo me aferraba desesperadamente al tronco.
Acababa de darme cuenta de algo horrible: el sueño reflejaba la realidad; mi desgracia había venido por aquella puerta, pues mi desgracia era Rollo. La bebida que había tomado contenía una droga. Ahora estaba segura. Aquella somnolencia que me invadía tenía por objeto superar mi resistencia, convertirme en una víctima fácil. ¿Por qué Rollo? ¿Por qué razón había de desear él mi muerte? Pero lo cierto era que la deseaba; estaba completamente segura. Rollo había venido a través de aquella puerta fatídica, y Slack… Slack había desaparecido.
Aun en un momento como aquél fui capaz de sentirme aliviada porque me había equivocado acerca de Jago. Oh, Jago, ¿por qué huir de ti? ¿Cuál es la respuesta a todo esto?
Rollo tiraba de mí para separarme del arbusto y tuve que soltarme. No podría salvarme; no podía hacer otra cosa que retrasar mi fin. Rollo consiguió levantarme.
—No se resista —me dijo—. No le servirá de nada. Sólo servirá para que yo me enoje. Duérmase; es lo mejor que puede hacer.
Le costaba caminar, pues tenía que arrastrarme. Le oía maldecirme entre dientes. Oía las olas que rompían en la playa y sabía lo que Rollo pensaba hacer. Por alguna razón, era importante para él que yo no existiese, e iba a matarme. Iba a adentrar la barca en el mar y después iba a arrojarme al agua. Yo no podría resistirme a causa de mi sopor, que aumentaba sin cesar. Pronto perdería completamente el sentido.
Oí el ruido de la barca al ser arrastrada por la arena. Rollo me tomó en brazos. Tuve una súbita inspiración.
—Fue usted quien estropeó la barandilla del Salto del Muerto —dije.
—Ha tenido usted mucha suerte, Ellen… hasta ahora.
—Rollo, dígame por qué… por qué… ¿Qué le he hecho yo?
—Nada. Se interpone en mi camino, sencillamente.
—Pero… ¿cómo… cómo?
—No haga preguntas. Rece.
—Usted ha venido aquí para matarme. ¿Por qué?
—Le he dicho que no haga preguntas.
Rudamente, me había hecho subir a la barca. Yo traté de salir de ella, pero me lo impidió.
—No sea estúpida. No me gusta la violencia.
—Pero le gusta el asesinato —dije—. Fue usted… fue usted quien mató a Philip.
—Si Philip no hubiese muerto, no habría habido necesidad de hacer todo esto.
—Rollo, sé que va usted a matarme. Deme un poco de tiempo…
—No hay tiempo que perder —replicó lacónicamente.
Así pues, aquello era el fin. Sabía exactamente lo que iba a ocurrir. Mi cuerpo entumecido recibiría el abrazo del mar, y mis pesadas ropas me arrastrarían hacia el fondo… hacia el olvido.
Pero me equivocaba. Era cierto que tenía mucha suerte. O quizás era que había personas que me querían mucho.
Sonó un grito y oí la furiosa exclamación de Rollo. Y allí estaba Jago en persona. Estaba en la playa, y después se metió en el mar y se acercó a nosotros. Golpeó a Rollo, le apartó a un lado y me arrancó de la barca.
—Ellen… —le oí decir a través del sueño que me vencía— mi Ellen…
*****
Me desperté en mi dormitorio del castillo. Era de día y Jago estaba sentado junto a mi cama. Se inclinó sobre mí y me besó.
—Ya ha pasado todo, Ellen —me dijo.
—Ha sido un sueño. El sueño de siempre…
—No, no ha sido un sueño. Ha sido muy real. Rollo se marchó en la barca mientras yo te llevaba a la casa. El mar estaba muy agitado; lo más probable es que no logre llegar al continente.
—Jago, no comprendo nada…
—Voy a decirte primero lo más importante. Te quiero y tú me quieres, aunque debo decir que ayer noche no lo demostraste. Esperaba que vinieses a hablar conmigo como habías prometido. Esperé un buen rato y después te busqué por todas partes. Entonces llegó Slack, muy alarmado. Me dijo que estabas en la Roca Azul y que había allí un hombre que quería hacerte daño.
—¿Cómo lo sabía?
—Había visto antes al hombre.
—Rollo vino aquí, a la isla.
—Sí. Estaba en la casa de la Roca Azul desde hacía una semana, o más, desde que Manton se fue a Londres. Manton le alquiló la casa durante su ausencia.
—De modo que pudo haber hecho aquel agujero en la Ellen… ¿Por qué… por qué quería matarme?
—Por una razón muy sencilla. Cuando tú murieses, su esposa heredaría una gran fortuna.
—¿Su esposa?
—Silva.
—Silva ha muerto.
Jago movió la cabeza negativamente.
—Es posible que no haya muerto. En realidad, es evidente que no es así; de lo contrario, la conducta de Rollo no habría tenido sentido alguno. Ese muchacho… Slack, nos ha engañado a todos.
—Rollo quería mi dinero… No puedo creerlo.
—Ya te dije que el imperio financiero de los Carrington se tambalea. Ellos lo preveían, y ésta es probablemente la razón por la que Rollo se casara con Silva. Y después descubrió el contenido del testamento de tu padre. Ellos estaban encantados de que te casases con Philip; eso les habría asegurado la fortuna de los Kellaway.
—Philip… ¡Oh, Philip! ¿Qué le ocurrió? Te oí decir…
—Sí, sé lo que oíste. Estabas en las mazmorras porque descubriste que iba a encontrarme con Hawley allí, y tú conocías a Hawley. Te escondiste para escucharnos y después el collar te delató. Ellen, ¿cómo pudiste dudar de mí?
—Tenía que saberlo todo. Temía que pudieses haber hecho algo…
—¿Algo que te impidiese quererme?
—Lo único que descubrí fue que nada podía impedirme quererte.
—En tal caso, todo ha valido la pena… Aunque te salvaste de milagro. Si aquel malvado se te hubiese llevado cinco minutos antes, habría conseguido llegar mar adentro, y entonces Dios sabe lo que habría ocurrido.
—Cuéntamelo todo.
—Hay muchas cosas que tampoco yo sé con certeza, pero creo que lo que sucedió es lo siguiente: tu padre no estaba seguro de que Silva fuese su hija; sospechaba que era hija de James Manton. También lo sospechaba el propio Manton, pues él y la madre de Silva habían sido amantes. Rollo, que se interesaba por el arte, conoció a Manton en Londres, con motivo de una exposición, y se enteró por él de la existencia de la isla y de los Kellaway. Vino aquí y conoció a Silva. Había descubierto que era la hija mayor y, lógicamente, creyó que era la heredera. Desde luego, conocía la existencia de una hija menor que vivía lejos con su madre y por quien el padre no mostraba interés alguno. Sabía que la isla, de ser vendida, alcanzaría un precio muy alto, y aquel dinero podría servir para reforzar los negocios de su familia. Se casó, pues, con Silva y se la llevó a Londres. Tu padre murió y Rollo descubrió que tú debías heredar antes que Silva. Si te hubieses casado con Philip, te habrían convencido para que vendieses la isla e invirtieses el dinero tal como ellos te aconsejaban, lo que equivale a decir que habrían utilizado tu fortuna.
—Y entonces tú fuiste a Londres.
—Fui a verte y a averiguar lo que estaba ocurriendo. Me enteré de que los asuntos de los Carrington no estaban tan claros como debieran. Aunque no sabía que Rollo Carrington se había casado con Silva, pues la creía muerta, comprendí por qué aquella familia estaba tan dispuesta a recibirte en su seno. Tú eras mi pupila y era mi deber velar por ti. Contraté a un detective privado para que investigase a fondo los asuntos de los Carrington. Ese detective, Hawley, era un personaje dudoso, por el carácter de su trabajo. AI estar en la casa, averiguó más cosas de las que yo habría podido averiguar por otros medios. Fui, pues, a Londres, me introduje en casa de los Carrington, te conocí y me enamoré de ti inmediatamente.
—Debía de estar muy atractiva aquella noche, con una isla en mi futuro.
—Tú y la isla, Ellen, erais irresistibles.
—La isla, desde luego, lo es.
—Y tú también. Me gustó tu forma de ser desde el primer momento. Esmeralda quedaba completamente apagada a tu lado.
—Y Philip murió.
—Eso fue un accidente. Pobre muchacho… Fue un trágico accidente. Hawley estaba examinando algunos papeles en la habitación de Philip cuando éste le sorprendió. Philip tenía una pistola cerca de la cama y amenazó a Hawley con ella, exigiéndole que confesase lo que estaba haciendo. Hawley se puso nervioso y forcejeó con Philip para quitarle el arma. Ésta se disparó, matando a Philip. Hawley es un hombre sagaz, con experiencia en todo tipo de aventuras. Se dio cuenta del aprieto en que se había metido y, hábilmente, se las arregló para dar al hecho la apariencia de un suicidio.
—Jago, ¿no le pagaste para que matase a Philip?
—Dios mío, no… Me horrorizó que sucediese aquello.
—Pero él iba a casarse conmigo, e iba a poseer la isla a través de mí.
—Iba a intentar convencerte para que no te casases con él. Iba a exponerte toda la información que había reunido acerca de los Carrington. Además, tenía la impresión de que no estabas demasiado enamorada de Philip y de que no estabas segura de que fuese sensato casarte con él. Pensaba convencerte de que, por lo menos, aplazases la boda una temporada.
—Y encargaste a Hawley que te consiguiese una copia de aquella llave.
—Sí. Quería hablar contigo a solas en aquella casa. Quería aprovechar todas las oportunidades de hablar contigo. Pensaba que, si nos encontrábamos allí como por casualidad, podría insinuarte algo.
—Fue una locura por tu parte.
—Ya te darás cuenta, en los años venideros, de que cometo muchas locuras. Algunas incluso te gustarán. Habría hecho muchas cosas para conseguirte, Ellen, pero creo que no habría llegado al asesinato. Estaba muy preocupado por ti. No me fiaba de los Carrington. Después, la muerte de Philip lo cambió todo.
—¿Qué les ocurrirá ahora a los Carrington?
—Dentro de unas semanas, supongo, tendremos noticia de su ruina. Pero no pensemos en ellos. Tú y yo hemos de hablar de muchas cosas, Ellen; hemos de hacer muchos planes. Imagínate; vamos a estar los dos juntos en la isla para siempre…
Yo aún seguía pensándolo.