Mientras aquellos maravillosos días pasaban volando, yo soñaba con nuestro regreso, pues estaba deseando empezar mi nueva vida como señora de St. Aubyn’s Park.
Me parecía un milagro que nuestras dificultades se hubieran disipado con tanta facilidad. En realidad, había transcurrido muy poco tiempo desde los días en que una angustiosa barrera se interponía entre nosotros. Ahora, en cambio, éramos completamente felices. Crispin no podía olvidar que yo había regresado a su lado, no porque él pudiera ofrecerme una boda con todas las de la ley sino porque mi amor era inconmovible. La señora St. Aubyn se mostraba muy cariñosa conmigo y yo pensé que, de la misma manera que el destino descarga golpe tras golpe sobre aquéllos a los que ha decidido castigar, derrama bendiciones sin cuento sobre aquéllos a los que desea favorecer.
A veces tanta felicidad me daba un poco de miedo.
De repente, apareció una levísima sombra.
No fue nada… una simple figuración. Crispin había recorrido la finca aquella mañana y, por la tarde, quiso que lo acompañara a la granja Healey. Había ocurrido algo en uno de los graneros y la visita le ofrecería a la señora Healey la oportunidad de felicitarme por la boda.
—Ya sabes cómo es esta gente —me dijo—. La señora Healey dice que fuiste a ver a los Whestone y que la señora Whestone te ofreció un vaso de su sidra especial que a ti te gustó mucho. No estaría de más que conversaras un poco con la señora Healey.
Accedí encantada. Me gustaba saludar a la gente de la finca, recibir sus felicitaciones y comprobar lo buen amo que era Crispin y lo mucho que había prosperado la propiedad desde que él se hiciera cargo de todo.
Tardó en regresar. Había dicho que estaría en casa a las tres y saldríamos inmediatamente. A las tres y cuarto aún no había vuelto y, a las tres y media, empecé a alarmarme.
Regresó bien pasadas las tres y media. Le vi un poco nervioso y le pregunté qué había ocurrido.
—Nada de particular —me contestó—. Me he entretenido un poco. Vamos. De lo contrario, se nos hará muy tarde.
Por regla general, Crispin me contaba todas sus cosas. Esperaba que esta vez también lo hiciera, pero no fue así. Pensé que, como teníamos que irnos en seguida a ver a los Healey, no tenía tiempo.
Me presentaron a la señora Healey, bebí un vaso de su sidra y todo fue tan agradable que hasta me olvidé del retraso de Crispin.
Al día siguiente me tropecé con Rachel en Harper’s Green. Me explicó que había dejado a Danielle al cuidado de una niñera porque tenía que hacer unas compras.
—Veo que todo te va muy bien —me dijo—. Estás radiante.
—Soy muy feliz, Rachel. Y veo que tú también lo eres. —¡Qué distinto era antes! Pienso a menudo en los tiempos en que las tres estábamos juntas… cuando tú y yo íbamos a St. Aubyn’s y la señorita Lloyd nos daba clase.
—Parece que ha transcurrido mucho tiempo.
—Y cuántos cambios.
Vi una sombra en su rostro y me pregunté si alguna vez pensaba en el señor Dorian colgado de una soga en la cuadra. Fue una lástima que tales pensamientos enturbiaran una clara mañana sin nubes.
—Ayer me tropecé con Crispin —dijo Rachel—. Parecía preocupado.
—¿Dónde le viste?
—Muy cerca de la casa de las hermanas Lane. Fue ayer por la tarde. Pensé que habría ido a visitarlas. ¡Qué bueno es! Las cuida muy bien, ¿verdad? Sé que siempre lo ha hecho. Siempre me ha parecido un detalle muy bonito por su parte.
Nos pasamos un rato conversando y más tarde pensé: de modo que fue por eso por lo que se retrasó. Fue a visitar a las hermanas Lane.
¿Por qué no me lo había dicho?
A lo mejor, pensó que no era necesario.
*****
Mi suegra decía que, ahora que St. Aubyn’s tenía una nueva señora, convendría que la gente nos visitara más a menudo.
Como en los viejos tiempos.
—Siempre había sido así, creo. Sólo cuando yo empecé a ponerme enferma…
Siempre que teníamos invitados se animaba un poco. Yo estaba muy ocupada aquellos días, pues tenía muchas cosas que aprender sobre el gobierno de una mansión tan grande. Tía Sophie me ayudó mucho.
—Tienes que demostrarles al ama de llaves y al mayordomo que eres la que manda. De lo contrario, podrían llegar a pensar que, puesto que procedes de una casa relativamente modesta, ellos te pueden avasallar.
—No lo creo, tía Sophie —respondí riendo.
—Lo estás haciendo muy bien. Recuerda que Crispin está muy orgulloso de la finca.
—Nunca lo olvido. A fin de cuentas, está entregado en cuerpo y alma a ella.
—Por consiguiente, también tiene que ser importante para ti. Eres la señora de St. Aubyn —añadió tía Sophie—. Te aseguro que esto supera mis más descabellados sueños. Quería lo mejor para ti. Le he escrito a tu padre y le he contado todo lo de la boda.
—Yo también le he escrito.
Cerré los ojos e imaginé la escena con toda claridad. Mi padre sentado en una silla y Karla leyéndole la carta. Me pregunté si se la leerían a Tamarisk. No me había escrito, pero yo sabía que se olvidaba fácilmente de la gente cuando no la tenía a su lado. Esperaba una nota suya, anunciándome su regreso a casa. Para eso sí se tomaría la molestia de escribirme.
En cuanto a mi padre sé que se alegraría mucho de aquel milagroso sesgo de los acontecimientos que había hecho posible la boda. Yo le había escrito una larga carta sobre nuestra luna de miel en Florencia. Estaba segura de que le gustaría.
Tenía los días tan ocupados que apenas disponía de tiempo para las visitas, aunque veía a Rachel bastante a menudo; un día decidí ir a ver a Flora.
La encontré en su jardín. Estaba sentada donde siempre, con el cochecito del muñeco a su lado. Cuando la llamé, se volvió a mirarme y asintió con la cabeza; abrí la verja y entré.
—Hola —le dije.
Experimenté un sobresalto. Pensaba que todo iba a ser como otras veces, pero, al ver la mirada de sus ojos, me di cuenta de que no.
Me senté a su lado.
—¿Cómo te encuentras hoy, Flora? —le pregunté. Ella se limitó a sacudir la cabeza.
—¿Y el… niño?
Flora soltó una breve carcajada y empujó el cochecito con el pie.
—¿Duerme tranquilo?
—Duerme para siempre —me contestó enigmáticamente.
Me pareció muy raro. Esperaba el habitual comentario sobre las travesuras del niño o sobre sus temores de que hubiera pillado un catarro y se pusiera enfermo. La expresión de sus ojos era de lo más extraña.
—Dicen —añadió— que te has casado con él.
—Sí, es cierto, me he casado con él —dije—. Pasamos una maravillosa luna de miel en Florencia.
Flora empezó a reírse, pero fue una risa un tanto siniestra.
—O sea que ahora vives en St. Aubyn’s.
—Pues sí.
—Tú crees que estás casada con él, ¿verdad?
El corazón me dio un vuelco en el pecho. Inmediatamente pensé en Kate Carvel. ¿Y si Flora supiera algo de ella? Pero todo se había resuelto. Ella estaba casada y no había nada que temer.
—No te has casado con él —dijo Flora.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté cautelosamente.
—Tú crees que te has casado con él —repitió, volviendo a reírse—. ¿Cómo hubieras podido casarte con él?
—Pues, estoy casada, Flora —le dije.
No hubiera tenido que decírselo, pensé. Cree que Crispin es todavía un niño pequeño, eso es lo que la preocupa, claro.
—Será mejor que me vaya —dije—. La señorita Lucy estará al volver.
Flora me asió del brazo y me dijo en un ronco susurro:
—No te has casado con él. ¿Cómo hubieras podido casarte si él no está aquí?
La situación estaba resultando cada vez más grotesca y yo sentía deseos de irme.
—Bueno, Flora, adiós —dije, levantándome—. Ya vendré a verte otro día.
Ella se levantó a su vez y se acercó a mí.
—No te has casado con Crispin —musitó—. Dicen que te has casado con Crispin. Es mentira. No te puedes haber casado con Crispin. ¿Cómo hubieras podido casarte con él? —Volvió a soltar otra extraña carcajada—. Crispin no está aquí sino allí —añadió, señalando teatralmente la morera y acercándose un poco más a mí para estudiarme el rostro con más detenimiento—. Está allí, si lo sabré yo. Aquel hombre lo sabía. Y me obligó a decírselo. No puedes casarte con Crispin porque Crispin está allí… allí.
Pensé que estaba totalmente loca. Miraba con expresión de perturbada, llorando y riendo a la vez. De pronto, sacó el muñeco del cochecito y lo arrojó con todas sus fuerzas contra la morera.
Tenía que irme. Lucy habría ido a comprar a Harper’s Green. Tenía que ir en su busca y decirle que algo le ocurría a Flora.
Salí corriendo y bajé a la calle del pueblo. Vi con inmenso alivio a Lucy acercándose a mí con su cesta de la compra.
—¡Algo le pasa a Flora! —le dije—. Dice unas cosas muy raras sobre Crispin y ha arrojado el muñeco contra la morera.
Lucy palideció.
—Voy en seguida para allá —dijo—. Será mejor que no me acompañe. La presencia de la gente la altera. Déjeme a mí. Yo lo arreglaré.
Lo hice con mucho gusto; la contemplación de Flora me había provocado una profunda desazón.
Nada más verme, Crispin se dio cuenta de que estaba trastornada.
—¿Qué ha ocurrido? —me preguntó.
—Es Flora Lane —le contesté—. He ido a verla esta tarde.
—¿Y qué te ha dicho? —me preguntó Crispin, alarmado.
—Ha sido todo muy raro. La he visto muy cambiada. Dice que se enteró de que nos habíamos casado y que eso no es posible.
—¿Cómo?
—Me dijo: «No te has casado con Crispin». Y después… ¡ha sido terrible! Ha señalado la morera del jardín y ha dicho: «No te puedes haber casado con Crispin porque él está aquí». Estaba muy alterada.
Crispin lanzó un profundo suspiro.
—No hubieras tenido que ir a verla —dijo.
—Siempre la visitaba de vez en cuando. Pero ahora ha cambiado. Creo que se está volviendo loca de verdad. Antes tenía como una obsesión, pero lo de ahora es distinto.
—¿Estaba Lucy en casa?
—Lucy había salido a comprar. Me fui corriendo y me tropecé con ella.
—Lucy sabe cómo cuidarla. Lleva muchos años haciéndolo. ¡Pobre Lucy!
—Me dijo que no me preocupara.
Crispin asintió con la cabeza.
—Bueno, espero que se calme estando Lucy con ella. Yo que tú no volvería por allí, cariño. Te disgustas demasiado.
—Antes me parecía que le gustaban mis visitas.
—Bueno, no te preocupes. Lucy sabe lo que es mejor para ella.
No podía olvidar a Flora y no se me había pasado por alto el cambio que se había producido en Crispin. Vi la mirada aturdida de sus ojos y percibí la presencia de una barrera entre nosotros. Sentí que lo que tanto me había inquietado en el pasado guardaba en cierto modo relación con la Casa de las Siete Urracas.
Crispin se pasó toda la tarde como ausente y yo comprendí que sus pensamientos estaban muy lejos.
—¿Qué te ocurre, Crispin? —le pregunté.
—¿Que qué me ocurre? —replicó con cierta brusquedad—. ¿Y por qué tiene que ocurrirme algo?
—Me había parecido que estabas… preocupado.
—Burrows dice que tendríamos que dejar algunos campos de Greenacres en barbecho durante algún tiempo. Y eso repercutirá en la producción. Me ha pedido consejo. Después me ha dicho que habría que construir unos edificios anexos en Swarles, pero yo no estoy seguro de que sean necesarios.
Sin embargo, yo no pensé que su estado de ánimo tuviera nada que ver con los campos en barbecho ni con los edificios anexos de la granja Swarles.
*****
Me desperté sobresaltada. Todo estaba oscuro. Una profunda inquietud se apoderó de mí. Extendí la mano. Crispin no estaba a mi lado.
Me asusté y me incorporé en la cama. Distinguí su figura en la penumbra. Estaba sentado junto a la ventana.
—Crispin —le dije.
—No pasa nada. Simplemente no podía dormir.
—Algo te ocurre —dije.
—No… no. Quédate tranquila. Ahora vengo. Quería estirar un poco las piernas.
Me levanté de la cama y me eché una bata sobre los hombros; me acerqué a él, me arrodillé a su lado y le rodeé con mis brazos.
—Dime de qué se trata, Crispin —le dije.
—Nada… nada… es que no podía dormir.
—Algo te ocurre, Crispin —dije con firmeza—. Y ya es hora de que me lo digas.
—No es nada que tenga que preocuparte… ni a mí tampoco en realidad.
—Lo es. Y no se trata de ninguna novedad. Es algo que viene de lejos.
—¿Qué quieres decir?
—Crispin, yo te quiero mucho. Tú y yo somos como una sola persona. Yo soy para ti y tú eres para mí; y, si algo te ocurre a ti, me ocurre también a mí.
Crispin no dijo nada.
—Sé que hay algo —añadí—. Siempre lo he sabido. Es algo que se interpone entre nosotros.
—No hay nada que se interponga entre nosotros —dijo Crispin tras una breve pausa.
—Si así fuera, yo me daría cuenta. Y tú no me ocultarías secretos… ni te los guardarías para ti.
—No —dijo Crispin con vehemencia mientras yo le miraba con expresión suplicante.
—Dímelo, Crispin. Deja que lo comparta contigo. Crispin me acarició el cabello.
—No hay nada… nada que contar.
—Sé que hay algo —le dije muy seria—. Y es algo que se interpone entre nosotros. No me podré acercar a ti mientras esté ahí. Es una barrera que siempre está ahí. A veces, me olvido de ella y otras veces la noto. No debes dejarme fuera, Crispin. Déjame entrar.
Crispin permaneció en silencio unos segundos.
—Algunas veces he estado a punto de decírtelo —dijo al final.
—Por favor… dímelo ahora, por favor. Es importante que lo compartamos todo.
Al ver que callaba, añadí:
—Tengo que saberlo, Crispin. Es muy importante que lo sepa.
—Hay tantas cosas en juego —dijo Crispin muy despacio. No sé lo que ocurriría.
—No tendré ni un solo momento de paz hasta que lo sepa.
—Veo que la cosa ha llegado demasiado lejos. He estado dudando mucho. Sabía que tendría que decírtelo algún día. Todo se remonta… al comienzo de mi vida.
Crispin hizo otra pausa y contrajo el rostro en una mueca de inquietud. Hubiera querido consolarle, pero no podía hacerlo sin conocer la causa de su angustia.
—Los Lane vivían en la finca. Jack, el padre, era uno de los jardineros; tenía dos hijas, Lucy y Flora. Lucy se fue a Londres a trabajar como niñera; Flora era la menor. Murió Jack Lane y su mujer se quedó en la casa junto con Flora, que también trabajaba como criada en la mansión. Flora quería ser niñera como su hermana, por lo que, cuando estaba a punto de nacer un niño, decidieron que ella sería su niñera. A su debido tiempo nació un niño en St. Aubyn’s.
—Tú —dije yo.
—Nació Crispin. Tienes que saberlo todo desde el principio. Los padres, como tú sabes, no sentían demasiado interés por el niño. Se alegraron de tener un hijo que pudiera heredar el apellido y demás, sobre todo tratándose de personas de tan elevada posición como ellos. Pero lo que más les interesaba era la vida social que llevaban. Raras veces estaban en el país. Si hubieran sido unos padres responsables, puede que eso se hubiera descubierto al principio.
»Un día Lucy regresó. Se encontraba en graves dificultades. Había dejado su trabajo en Londres unas semanas antes y había vivido con el poco dinero que tenía ahorrado, pero ya se lo había gastado todo. Iba a tener un hijo. Ya puedes imaginarte la situación en aquella casita. El padre había muerto; quedaba la madre y Flora que trabajaba en St. Aubyn’s y muy pronto se convertiría en la niñera de la criatura que iba a nacer.
Crispin hizo una pausa como si no se atreviera a seguir. Después se armó de valor y añadió:
—Lucy era una chica muy fuerte, una muchacha buena, pero incauta. Como muchas. Se fió de unas promesas, la sedujeron y después la abandonaron. Una apurada situación en la que solían encontrarse muchas jóvenes, que después quedarían condenadas al ostracismo y a la desesperación en caso de que carecieran de medios. ¿Te imaginas la preocupación de la madre? Llevaban muchos años viviendo en aquella casita en el seno de una pequeña comunidad, orgullosas de su independencia y de su honradez, y, de pronto, aquella hija de la que tanto se enorgullecían porque tenía un buen trabajo en una casa importante de Londres, regresaba trayendo consigo una vergüenza que caería sobre las tres.
—¿Entonces tuvo el hijo?
—Sí pero no podrían ocultarlo siempre. Decidieron tenerlo escondido hasta que se les ocurriera algún plan para el futuro. La señora Lane había actuado como comadrona algunas veces y asistió a su hija en el parto. El problema que se les planteaba era enorme. No podían tener al niño constantemente escondido. Pensaron en la posibilidad de irse a Londres donde Flora y Lucy se buscarían un trabajo y la madre cuidaría del niño. Estaba claro que no podían quedarse en Harper’s Green y enfrentarse con el escándalo.
—¡Qué situación tan angustiosa para ellas!
—No sabían qué hacer. Más de una vez la señora Lane estuvo a punto de acudir a la señora St. Aubyn en demanda de ayuda. Pensaba que, a lo mejor, ella y su marido se escandalizarían bastante menos que ciertos habitantes de Harper’s Green. Pero entonces ocurrió algo extraordinario.
Crispin volvió a detenerse como si le costara un esfuerzo seguir adelante.
—Crispin contaba pocas semanas de vida y Flora era su niñera. De pronto, vieron un remedio a sus males. Fue una cosa tremendamente macabra… pero era la solución. Recuerda que estaban desesperadas.
»Ya has visto lo trastornada que está Flora. Creo que siempre debió de ser un poco simple. Quizá no hubieran debido de confiarle el cuidado del niño, pero siempre le habían gustado los niños y más de una madre del pueblo le había encomendado la vigilancia de sus hijos, sabiendo lo que le gustaban los niños. Decían que era una excelente niñera y que tenía mucho instinto maternal. Por supuesto que nosotros no la hemos visto tal como era entonces. Sólo conocemos a la pobre loca que es ahora. Gerry Westlake, hijo de uno de los granjeros de aquí, empezó a fijarse en ella.
—Le recuerdo. Vino hace algún tiempo. Se fue a Nueva Zelanda, creo.
—Sí, se fue poco después de que ocurriera. Gerry era un joven rebosante de energía… poco más que un niño. Le gustaba mucho el fútbol y siempre andaba lanzando una pelota y empujándola con el pie dondequiera que fuera. Eso es lo que me han contado. Hacía algún que otro trabajo en St. Aubyn’s y fue allí donde vio a Flora. La llamaba con un silbido y ella se asomaba a la ventana para verle. Entonces le lanzaba la pelota y ella se la devolvía. Después, Flora bajaba y le miraba mientras él empujaba el balón con el pie y le explicaba la importancia que tenía la manera de chutar.
»Lo que sucedió fue algo extraordinario. Ten en cuenta que ambos eran muy jóvenes. Flora se sentía halagada por el interés que despertaba en Gerry y se alegraba, o, por lo menos, lo fingía, de compartir con él aquellos juegos con el balón. Lo lanzaba y lo recogía tal como él le indicaba, esperando ganarse su aprobación. Se comprende lo que ocurrió si piensas que, en realidad, eran unos chiquillos.
»Llegó el día fatídico. Él la llamó con un silbido. Imagínatelo de pie delante de su ventana. La ventana estaba abierta y ella se asomó con el niño en brazos.
»—¡Ya bajo! —le dijo—. ¡Cógelo! —le gritó, tal como él le había gritado a ella tantas veces, refiriéndose al balón.
»Le debió de parecer algo muy gracioso en aquel momento. Debió de pillar desprevenido a Gerry cuando le lanzó al niño.
Contuve la respiración, horrorizada.
—¡Oh, no, no! —exclamé.
Crispin asintió con la cabeza.
—Gerry comprendió demasiado tarde lo que Flora había hecho. Trató de recoger al niño en sus brazos, pero fue demasiado tarde. El niño se estrelló sobre las baldosas en la terraza.
—Oh… ¿cómo pudo hacer semejante cosa?
—Cuesta creerlo. Debió de hacerlo para divertir a Gerry. Pensó que éste atraparía fácilmente al niño. No pensó que pudiera fallar.
Flora bajó corriendo a la terraza y recogió al niño. El niño iba envuelto en una gruesa manta y no parecía haber sufrido el menor daño. Flora debió de lanzar un suspiro de alivio. ¡Pobre Flora! Su alivio fue muy efímero. Gerry regresó corriendo a su casa. Debió de compartir el alivio de Flora y prefirió alejarse al máximo del lugar de los hechos. Flora llevó al niño al cuarto infantil y no le dijo nada a nadie. Imagínate su impresión al darse cuenta de que el niño tenía las costillas rotas. Murió aquella misma noche.
»Flora estaba aturdida y no sabía qué hacer. Se fue a su casa, tal como solía hacer siempre que se encontraba en algún apuro. Su madre y Lucy la miraron aterradas. Flora había matado a la criatura que le habían confiado y su hermana tenía un hijo ilegítimo. Jamás pensaron que pudieran caerles encima tantos desastres juntos. No veían ninguna salida.
»Buscaban desesperadamente alguna solución… y de pronto ésta se les ofrecía en bandeja. Casi todos los niños pequeños se parecen. Los padres de Crispin habían mostrado muy poco interés por él. Ya puedes imaginarte lo que pensaron. Enterraron a Crispin.
—¿Bajo la morera? —pregunté.
—Y el niño de Lucy ocupó su lugar en St. Aubyn’s.
—¿Quieres decir que… tú eres aquel niño? Crispin asintió con la cabeza.
—Al cumplir los dieciocho años. Lucy… mi madre… me lo dijo. Le pareció justo revelármelo. Jamás se me hubiera ocurrido pensar que yo no era Crispin St. Aubyn y que la finca no sería mía. Me encantaba este lugar.
—Lo sé. Y… éste es el secreto que jamás se contará. Y las siete urracas fueron colocadas en el cuarto infantil para recordarle a Flora que jamás debería decírselo a nadie.
—¡Pobre Flora! Perdió la razón. Poco después empezó a comportarse de una manera extraña. Lucy siempre la ha cuidado. Ya sabes que Lucy se hizo cargo de mí y se convirtió en mi niñera. Flora regresó a la casita. Por aquel entonces ya estaba muy trastornada. Nunca me lo quito de la cabeza.
—Piensas que este lugar no te pertenece realmente. ¿Temes que alguien lo descubra?
—Hubo un momento en que alguien estuvo a punto de descubrirlo.
—Gaston Marchmont —murmuré yo mientras un indecible temor se apoderaba de mí.
—Era un bribón —dijo Crispin—. Merecía morir. ¿Ves el daño que le hizo a Flora… y a Lucy? Adivinó que allí había algún secreto. Ella hubiera podido vivir hasta el final de sus días, pensando que el niño todavía vivía y que todo era igual que antes de que ocurriera la desgracia. Gaston intuyó que había alguna relación entre mi persona y aquella casa y decidió descubrirla. Se casó con Tamarisk para ver lo que podía sacar y, de pronto, descubrió que podría sacar mucho más de lo que esperaba al principio. Le quitó el muñeco a la pobre Flora y la chantajeó. Vio aquella estúpida lámina. Jamás hubiera tenido que estar allí, pero Lucy pensó que le serviría a su hermana de constante recordatorio para que nunca se le ocurriera decir nada. Debes perdonar a Lucy. Es mi madre. Quería lo mejor para mí. Su mayor alegría fue verme convertido en el dueño de la finca.
—Pero la finca no te pertenece, Crispin.
Crispin sacudió enérgicamente la cabeza como si quisiera apartar aquella idea lejos de sí.
—Obligó a la pobre Flora a decírselo —añadió—. La amenazó con causar daño al muñeco en caso de que no se lo dijera. El susto la devolvió a la realidad y él consiguió averiguar el secreto. Por eso murió.
—¿Tú sabes quién lo hizo, Crispin? —le pregunté temerosamente.
Crispin me miró con una sonrisa.
—Sé lo que estás pensando. Sé lo mucho que me amas. No, aunque soy un pecador, yo no maté a Gaston Marchmont. Ahora veo que te lo tendré que decir todo. De nada nos van a servir los secretos y, puesto que ya sabes tanto, conviene que lo sepas todo. Flora estaba muy afligida. Había revelado el secreto y, al mismo tiempo, ello le había hecho recordar lo que realmente había ocurrido por más que ella tratara de engañarse, pensando que había sido una pesadilla. Había matado a la criatura que tenía a su cargo en un momento de estúpida frivolidad. Y lo había hecho para divertir a Gerry. Poco después, éste se fue a Nueva Zelanda, pensando seguramente que el niño se había salvado. Como es natural, él no supo lo que ocurrió. Pero el miedo que pasó al ver al niño tendido en el suelo debió de influir en parte en su decisión de marcharse. Flora estaba muy trastornada y Lucy permitió que se distrajera con el muñeco y pensara que el niño todavía estaba vivo. Al darse cuenta de que había revelado el secreto y de que el muñeco era simplemente un muñeco, sólo vio un medio para asegurarse de que el secreto jamás se contaría.
»Es asombroso que pudiera hacerlo, pero lo hizo. Creo que las personas como ella pueden ser muy tenaces y saben planificar las cosas con serena precisión, lo cual es extraordinario. Acudió a St. Aubyn’s. Conocía bien la casa porque había vivido en ella. Fue a la sala de armas, tomó el arma y después esperó al acecho a Gaston Marchmont entre los arbustos. Casi todos los miembros de la familia atravesaban los arbustos para regresar a la casa. Era un atajo desde las cuadras. Cuando él pasó por allí, Flora lo estaba aguardando y le pegó un tiro. Entonces todos los planes cuidadosamente elaborados se vinieron abajo. Flora arrojó el arma al suelo y regresó corriendo a la casa. Lucy estaba muy preocupada, preguntándose dónde estaría su hermana. Cuando ésta regresó, Lucy la obligó a confesar lo que había hecho.
»La idea de Lucy era la de guardar el secreto. Su sueño era que St. Aubyn’s fuera para mí. Sería una compensación a cambio de todo lo que habían sufrido. Recuerda que yo soy su hijo. Aquella noche se dirigió a St. Aubyn’s, encontró el arma y la enterró… por desgracia, no demasiado bien. Fue Flora quien mató a Gaston Marchmont, Frederica. Por favor… por favor, te ruego que lo comprendas. Es un secreto que nunca se tiene que contar.
Permanecí en silencio un buen rato, desconcertada ante todo lo que acababa de escuchar. A pesar de mi horror, experimentaba cierto alivio. Ya no había ningún secreto entre nosotros.
Me lo estaba imaginando todo: Flora, arrojando al niño desde la ventana, su angustia al descubrir lo que había hecho, aquellas tres mujeres desesperadas buscando una salida a su situación, el triunfo de Lucy al ver el glorioso futuro que se abría ante su hijo. Me imaginaba a Lucy enterrando el cuerpecillo roto del pequeño Crispin e imaginaba los desvaríos de Flora; me imaginaba la colocación de la lámina de las siete urracas para recordarle las horribles consecuencias de la revelación del secreto. Pero, al final, ella lo había revelado. Gaston la había obligado a contarle el secreto y, a su juicio, sólo había una solución; matarlo antes de que pudiera contar el secreto que jamás se debería contar.
—Crispin —dije—. Esta propiedad no te pertenece.
—De no haber sido por mí, ahora ya estaría en la ruina. Yo la he convertido en lo que es.
—Aún así, no es tuya. No eres el heredero de esta finca.
—No. Lucy es mi madre. No conozco a mi padre.
—Lucy lo debe de conocer —dije—. Pero eso no cambia las cosas. ¿Qué vamos a hacer?
—¿Cómo qué vamos a hacer? ¿A qué te refieres?
—Crispin… tengo que llamarte Crispin.
—Jamás tuve otro nombre.
—Aunque me lo hayas revelado, este hecho siempre estará ahí. Este lugar no te pertenece —añadí al ver que no decía nada—. ¿Acaso no es cierto?
No quería reconocerlo… pero era cierto y él lo sabía.
—Creo que nunca podrás ser feliz con lo que por derecho no te pertenece.
—Soy feliz. Este lugar siempre ha sido mío. No podría imaginar otra cosa.
—Si Gaston Marchmont no hubiera muerto…
—Pero murió.
—Si no hubiera muerto, hubiera revelado la verdad y entonces…
—Por supuesto que lo hubiera hecho. Ese fue el motivo. Debió de adivinar algo. A Flora se le debió de escapar algún comentario. El hecho de que el muñeco se llamara Crispin le llamó la atención. Hubiera reclamado la finca en nombre de Tamarisk… y, si hubiera conseguido sus propósitos, la finca hubiera durado muy poco.
—Pero pertenece a Tamarisk. Es la hija de la casa y no hay ningún otro varón vivo.
—Si eso se llegara a saber, sería un desastre. Piensa en toda la gente que se gana la vida en la finca. Todo se perdería. Ahora ya conoces el secreto. Nadie más debe conocerlo. Me alegro de que lo sepas. No tenemos que ocultarnos ningún secreto el uno al otro. No tiene que haber ninguno más.
—Me alegro de que lo comprendas.
—Ahora queda el problema de Flora. No sé qué hacer con ella. Lucy tiene miedo. Ya viste cómo la acosó aquel hombre. Está trastornada y ya no es la misma.
—Su muerte pesa sobre su conciencia, lo mismo que la del niño.
—Ya ni siquiera quiere el muñeco. Ha llegado a la conclusión de que Crispin ha muerto y el muñeco no es más que un muñeco. Cuando pensaba que era un niño, estaba tranquila. Había borrado el pasado. Pero aquel malvado la obligó a decirle lo que había ocurrido. La devolvió a la realidad y eso es algo que ella no puede afrontar.
—Crispin, hay algo que debes hacer, de lo contrario, jamás podrás tener la conciencia tranquila. Tamarisk tiene que saber que este lugar le pertenece. Tiene que conocer la verdad. No serás enteramente feliz hasta que se lo digas.
—¿Y qué ocurrirá cuando yo pierda todo aquello por lo que he trabajado durante tantos años?
—Tamarisk te quiere. Está orgullosa de ti. Te considera su hermano. Querrá que sigas aquí. Comprenderá que ella no podría llevar la finca sin ti.
—Pero la finca no sería mía. Y yo no quiero que nadie me dé órdenes.
—Ella no te ordenaría nada.
—¿Y si se casara? ¡Imagínate lo que hubiera hecho Gaston Marchmont si se hubiera quedado aquí!
—Pero no está aquí. Creo que es justo que Tamarisk lo sepa y estoy segura de que no serás enteramente feliz hasta que se lo digas.
Crispin dijo que jamás le diría nada a su hermana. Me lo había dicho a mí porque ambos habíamos acordado no tener ningún secreto el uno con el otro. Pero, ahora que yo lo sabía, la cosa no podía pasar a mayores. ¿De qué serviría contarle a la gente aquella antigua historia? ¿De qué serviría acusar a Flora de asesinato?
La pobre Flora tendría que comparecer en juicio y él no permitiría que tal cosa ocurriera. Se divulgaría toda la historia y a Tamarisk no le gustaría. Volvería a vivir el escándalo de su desastroso matrimonio. Pobre Lucy… pobres también nosotros. Sería algo que no beneficiaría a nadie.
No se podía hacer nada. El asesinato de Gaston Marchmont se consideraría un crimen sin resolver. Los que ahora lo comentaban, pensaban que el asesino había sido alguna persona de su ignominioso pasado.
No, no se podía hacer nada.
Sin embargo, yo insistía en que se lo dijera a Tamarisk, señalándole que jamás podría ser feliz sabiendo que había usurpado algo que por derecho no le pertenecía.
Nos pasamos toda la noche discutiendo y, al final, conseguí hacerle comprender que sólo le quedaba una alternativa.
Crispin le escribió una carta a Tamarisk.
*****
Tardamos mucho tiempo en recibir su respuesta y creo que, durante la espera, Crispin fue muy feliz no sólo por el hecho de haberme revelado toda la verdad sino también por el curso que estaban siguiendo los acontecimientos.
Decía que se había quitado un gran peso de encima, pero yo veía en sus ojos una profunda tristeza. Cuando hablaba de la finca, lo hacía con una cierta añoranza. Hubiera querido consolarle y a veces me preguntaba qué ocurriría si tuviéramos que marcharnos de St. Aubyn’s.
¿Cuál sería la reacción de Tamarisk al enterarse de que ella era la propietaria de una gran finca? Si hubiera vivido, Gaston Marchmont se hubiera puesto al frente de todo. ¡Qué tragedia hubiera sido para muchas personas!
A menudo me imaginaba a Flora, tomando el arma y matándolo. Ella había sido la culpable de la muerte del niño, pero aquello había sido una insensata temeridad juvenil. En cambio, la muerte de Gaston había sido un asesinato a sangre fría y, sin embargo, lo que más la preocupaba era la revelación del secreto. Yo no podía pensar en otra cosa.
Cada día esperábamos recibir noticias de Tamarisk. Karla había contestado a las cartas que Crispin y tía Sophie habían enviado a Casker’s Island y decía que mi padre se había alegrado mucho de la solución de los conflictos y esperaba que algún día fuera a visitarle a la isla con mi marido.
Al final, llegó la esperada carta de Tamarisk. Estaba dirigida a los dos y escrita en aquel estilo levemente impertinente que le era propio.
Mis queridos recién casados:
Como podéis imaginar, me llevé una enorme sorpresa al recibir vuestra carta. ¡Qué cosas tan extraordinarias ocurren en Harper’s Green!
Ante todo, os quiero comunicar la noticia más importante. No vayáis a pensar que vosotros sois los únicos que podéis casaros. Os llevaréis una sorpresa aunque puede que la perspicaz Frederica ya tuviera alguna idea de cómo iban las cosas.
Sí, me he casado. Con Luke, naturalmente. Me he dejado atrapar por la misión. Después de lo de la pierna de nuestro querido Jaco, ocurrieron cosas muy emocionantes. Ahora tenemos una escuela y, tanto si lo creéis como si no, yo y nuestra querida Muriel nos encargamos de dar las clases. Ella se encarga de las asignaturas más serias y se dedica a salvar sus almas y todo eso. Yo me encargo de lo más divertido. Vienen a mí y ríen y cantan y yo los quiero mucho a todos y creo que ellos a su vez me corresponden.
Luke está muy bien y hemos montado una pequeña… bueno… supongo que por aquí lo llamaríais clínica. Muriel es muy experta en estas cosas y John y Luke le echan una mano… e incluso yo colaboro de vez en cuando. Nuestro éxito con la pierna de Jaco nos hizo famosos en toda la isla.
Tom Holloway viene a visitarnos muy a menudo y todo el mundo está muy contento de la misión.
En cuanto a eso que me dices… estoy asombrada. O sea que no eres mi hermano, Crispin. A decir verdad, a veces me extrañaba tener un hermano tan listo y tan distinto de mí. Pero no importa. Os quiero mucho tanto a ti como a tu nueva esposa.
Y todo eso que me cuentas de Flora y los niños parece sacado de la Biblia o de una tragedia de Shakespeare… nadie diría que estos cambios de personas pudieran producirse en la vida real… y tanto menos en Harper’s Green. La vida sigue su acostumbrado curso durante años y años y, de pronto, estalla el drama.
¡O sea que St. Aubyn’s es mío! ¿Y qué demonios voy a hacer yo con eso? ¿Cómo podría yo andar por ahí visitando a los arrendatarios y hablando de cosechas, techumbres y cuadras de vacas?
Mi querido ex hermano, no me abandones, por favor. No te vayas al confín de la Tierra con tu flamante esposa. Quédate en el lugar que te corresponde, aunque debo decir que sería bonito que vinieras a verme a Casker’s Island. Sé que a tu padre le gustaría mucho, Fred, y a mí me encantaría enseñaros todos los cambios que hemos introducido en la misión. Vamos a levantar un nuevo edificio. Yo contribuiré a sufragarlo en parte. Pero a mi querido san Lucas no le gusta demasiado. No quiere una esposa rica. En realidad, cree que tengo demasiado dinero. No le interesa el dinero. Me quiere sólo a mí. Todo eso es muy espiritual, por supuesto, pero muy halagador. Sin embargo, tú ya conoces a san Lucas.
Y, por favor, os pido que nada cambie. La finca es tuya, Crispin. Todos sabemos que sin ti no sería nada.
Luke dice que aquí no tenemos que hacer ostentación de nada. Las misiones no se construyen así. Se construyen con la fe, la confianza y la comprensión. Tú le conoces, Fred, y comprenderás a qué me refiero.
Dejé la carta sobre la mesa.
—No me esperaba esto —dijo Crispin—. Habla como si no le importara.
—Ahora lo que le importa es su nueva vida. Tiene a Luke, que es una persona extraordinaria. O sea que todo seguirá igual que antes.
—¿Y el futuro? La finca no es mía.
—Crispin —le dije yo—, nunca lo fue.
—¿Y si ella cambia de idea? ¿Cuánto tiempo piensas que le interesará esta misión? Ya conoces a Tamarisk. Como bien sabes, sus entusiasmos no duran mucho.
Era cierto.
—Cuando se percate de lo que eso significa… ¿quién sabe? —añadió—. Imagínate que vuelve y quiere ponerse al frente de todo.
—¿Quieres decir si te echara de aquí? ¿Y cómo podría ella hacer eso? No tiene la menor idea de cómo se administra una finca.
—Imagínate que se cansa de este virtuoso marido. Imagínate…
—Cualquier cosa es posible, por supuesto.
—Y entonces, ¿qué?
—Crispin —dije—, nos tendremos el uno al otro. Eso es lo más importante del mundo. Creo que Tamarisk está aprendiendo a amar como jamás había hecho antes. Hubieras tenido que ver cómo ha cambiado. No es la misma persona que fue engañada por Gaston Marchmont. Sí, estoy segura de que está aprendiendo a distinguir cuáles son las cosas importantes en la vida.
—¿Como yo? —preguntó Crispin.
—Sí, Crispin —le contesté—, como tú.
Crispin esbozó la misma sonrisa de juvenil satisfacción que yo le había visto durante nuestra luna de miel cuando todavía pensaba que el secreto jamás se llegaría a descubrir. Pero incluso entonces se advertía en él algunas veces una sombra de temor. Ahora la sombra ya había desaparecido.
*****
Ocurrió de noche. Me despertaron unos extraños ruidos y, cuando miré por la ventana, vi un siniestro resplandor en el cielo.
Me levanté de un salto de la cama y Crispin siguió inmediatamente mi ejemplo.
—Hay un incendio en alguna parte —dijo.
Nos vestimos y salimos. Algunos criados ya estaban abajo.
Cuando vi la dirección de donde procedía el humo, pensé en seguida en las hermanas Lane. Corrimos a la casa y ante nuestros ojos apareció la rugiente masa encendida de lo que antes fuera la Casa de las Siete Urracas.
Al ver a Crispin, Lucy corrió a su encuentro llorando histéricamente. Crispin la rodeó con sus brazos.
Fue una pesadilla… el crujido de la madera, la súbita erupción de las llamas lamiendo las paredes y el derrumbamiento de toda la estructura.
Lucy sollozaba, repitiendo sin cesar el nombre de Flora. Entonces me enteré de que Flora había muerto. Había saltado al jardín por la ventana del cuarto infantil y habían encontrado su cuerpo junto a la morera.
Jamás olvidaré aquella noche. Conservo las borrosas imágenes de unas personas hablando a gritos entre sí mientras trataban de sofocar el incendio. Aquella noche sería recordada durante mucho tiempo como la noche en que se incendió la casa de las hermanas Lane.
Hubo comentarios para todos los gustos sobre las causas. Flora Lane siempre había sido muy rara. Debió de dejar una vela encendida y quizás ésta se cayó. Los incendios se inician con mucha facilidad. La pobrecilla debió de arrojarse por la ventana al iniciarse el fuego. Hubiera podido bajar por la escalera, tal como hizo su hermana. ¡Pobre y trastornada Flora!
Nadie vio nada extraño en lo ocurrido.
Pero yo estoy segura en mi fuero interno de que Flora no pudo enfrentarse con la verdad; dos veces había matado y no podía resistirlo. Creo que provocó el incendio en el cuarto infantil y quiso que pensaran que se había arrojado por la ventana para escapar de las llamas. Le había revelado el secreto a Gaston Marchmont y temía seguir viviendo y no saber guardar el secreto que jamás se debería contar.
Nos llevamos a Lucy a St. Aubyn’s. Estuvo viviendo allí algún tiempo, pero ella quería una casa propia y Crispin se encargó de proporcionársela. En la finca había una casa vacía. La viuda de uno de los trabajadores de la finca había fallecido hacía unos tres meses y Crispin dispuso que la arreglaran y reformaran para que Lucy pudiera ocuparla.
Tuve ocasión de hablar mucho con ella. Su actitud hacia mí había cambiado y ahora ya no parecía evitar mi compañía. Había surgido una nueva amistad entre nosotras. Era la madre de mi marido. Adiviné sus sentimientos. Durante muchos años había cuidado de Flora. Había vivido una existencia dominada por la inquietud y ahora se había quitado aquel peso de encima, pero, al principio, sintió un gran vacío. Me lo explicó tal vez porque deseaba disculparse por la forma en que se había comportado conmigo en el pasado. «Es muy amable de su parte», solía decirme, pero yo me percataba de su nerviosismo y comprendía que estaba deseando que me fuera. Reconozco que mi curiosidad era un tanto descarada. Pero ahora nos habíamos hecho amigas.
—Me alegro de poder vivir cerca de aquí —me dijo.
—Es lo que quiere Crispin.
—Siempre ha sido muy bueno conmigo, incluso antes de que yo le dijera la verdad.
En cierta ocasión me confesó:
—No me arrepiento de nada de lo que hice porque gracias a eso le tuve a él.
—Lo comprendo —contesté.
—Tú y yo tenemos que ser amigas —añadió—. Yo le traje a este mundo y tú lo has hecho muy feliz. Él es el centro de mi vida y lo ha sido desde la primera vez que lo vi. Obré mal, pero entonces me pareció el único camino y fue algo muy beneficioso para él.
—Lo sé —dije yo.
Recibimos otra carta de Tamarisk. La misión estaba prosperando mucho más de lo que ellos jamás se hubieran atrevido a soñar. Decía que ojalá fuéramos a verla.
Lucy visitaba el sepulcro de Flora todos los domingos al salir de la iglesia. A veces la acompañábamos y regresábamos con ella a su nueva casa donde nos quedábamos un rato conversando.
Un día Crispin y yo salimos a dar un paseo a caballo y pasamos por delante de las ruinas de la antigua casa. Yo no podía contemplarlas sin estremecerme. Era una visión espectral, incluso bajo la luz del sol.
—Ya es hora de que construyamos algo aquí —dijo Crispin con su habitual sentido práctico—. Vamos a echarle un vistazo. Podrían empezar a retirar los escombros la semana que viene. Los albañiles no tienen muchas cosas que hacer en este momento.
Atamos los caballos a un pilar de la entrada que todavía se mantenía en pie y cruzamos el jardín en el que Flora solía sentarse con su muñeco junto a la morera.
—Ten cuidado —me advirtió Crispin cuando entramos en lo que quedaba de la casa.
Asió mi brazo y lo comprimió con fuerza cuando entramos en lo que había sido la cocina. Casi toda la pared se había desplomado.
—Será fácil limpiar la parcela —dijo Crispin.
Nos acercamos a la escalera que todavía permanecía intacta.
—Es sólida —dijo Crispin—. Era una buena escalera.
Subimos al piso de arriba. La mitad del tejado había desaparecido, pero aún se aspiraba el acre olor del humo. Contemplé las ampollas que el fuego había provocado en el esmalte de la madera y vi los ladrillos ennegrecidos. La lámina de las siete urracas estaba en el suelo.
La recogí. El cristal se había roto y se cayó cuando lo toqué. Allí estaban las siete urracas, mirándome fijamente. La lámina tenía manchas de tizne y el papel estaba húmedo y había adquirido un tono pardusco.
Saqué la ilustración y el marco cayó al suelo.
—¿Qué es eso? —preguntó Crispin.
—La lámina de Flora… la que Lucy le enmarcó. Las siete urracas… para un secreto que nunca se contará.
Crispin me miró como si leyera mis pensamientos mientras yo rompía en pedazos la lámina y los trozos de papel se alejaban flotando por el aire, empujados por la brisa que penetraba a través del boquete donde antaño hubiera un tejado.
FIN