Estábamos a finales de septiembre y se iba a celebrar una cena en St. Aubyn’s en cuyo transcurso Crispin y yo anunciaríamos nuestro compromiso.
—Es lo que querrá mi madre —dijo Crispin—. Siempre ha habido una cierta afición a la etiqueta en mi familia.
La gente seguía comentando el asesinato. Lejos de acallar el interés por el tema, la investigación lo había aumentado. «Una persona o unas personas desconocidas». La frase tenía un carácter siniestro. En las tiendas y en los hogares todo el mundo se hacía la misma pregunta: «¿Quién mató a Gaston Marchmont?».
Las sospechas se circunscribían a una o dos personas: Crispin era una de ellas, Tamarisk y Harry Gentry también lo eran, aunque muchos se inclinaban por la posibilidad de que hubiera sido alguien perteneciente al pasado de Gaston. A fin de cuentas, ¿por qué no hubiera podido alguien entrar en la casa, tomar el arma y no tener después la oportunidad de dejarla nuevamente en su sitio? La teoría tenía cierta verosimilitud.
Entre tanto, se celebraría la cena y la comunidad se vería sacudida por otra noticia.
La señora St. Aubyn decidió asistir a la cena. Desde la llegada de Gaston, su salud había mejorado tanto que ahora ya había dejado de ser la inválida que antaño fuera. Gaston la halagaba diciéndole que parecía una muchachita y ella se comportaba como tal. Había adquirido la costumbre de comer con el resto de la familia y ahora no podía caer de nuevo en la invalidez después de la desaparición de Gaston. Entonces, Gaston ha hecho una buena obra, pensé para mis adentros. La señora St. Aubyn debía de ser la única persona que le lloraba, pues no cabía duda de que estaba sinceramente afligida por su muerte.
Asistieron a la fiesta los Hetherington y otros amigos de la zona, entre ellos, el médico y su mujer y un abogado de Devizes que representaba los intereses de la familia. Aparte tía Sophie, como es natural.
Crispin ocupó la cabecera de la mesa, yo me senté a su derecha y la señora St. Aubyn lo hizo a su izquierda. Aunque estaba muy triste, ya no era la inválida que siempre comía en su habitación. Tamarisk también se encontraba presente. Había cambiado mucho y ya no era una chiquilla atolondrada y despreocupada.
El fantasma de Gaston Marchmont parecía cernirse sobre todos nosotros y, aunque los invitados trataron de no referirse a los recientes acontecimientos y de comportarse como si nada hubiera ocurrido, tal cosa no fue posible.
Una vez finalizada la cena, Crispin se levantó y, tomando mi mano, se limitó a decir:
—Tengo que comunicarles una noticia. Frederica, la señorita Hammond, y yo hemos decidido casarnos.
Todo el mundo nos felicitó y brindamos con el champán que el mayordomo había subido de la bodega.
Yo hubiera podido ser muy feliz de no haber sido por la presencia de aquel fantasma. Me preguntaba si alguna vez nos dejaría en paz.
Más tarde me senté en el salón al lado de Tamarisk.
—A mí no me hacía falta el anuncio oficial —me dijo Tamarisk—. Se respiraba en el aire.
—¿Tanto se notaba?
—Bastante. Sobre todo, cuando empezaste a trabajar en el despacho. Él lo dispuso todo, claro.
—Fue muy bueno conmigo.
—¿Bueno? Lo hizo en su propio interés —dijo Tamarisk.
—Tamarisk, ¿cómo estás?
—Pues no lo sé. A veces, me siento muy triste. Otras veces me siento avergonzada. Otras me alegro… me alegro de que haya muerto… a pesar de que, en cierto modo, todavía está aquí. Lo estará hasta que encuentren a la persona que lo mató. Ojalá… ojalá no le hubiera conocido jamás.
Apoyé mi mano sobre la suya.
—Éramos como hermanas en cierto sentido —dijo—. Eso me resulta consolador.
—Me alegro.
—Rachel, tú y yo. Nosotras tres… siempre estábamos juntas, ¿verdad? Parece que a ti te han ido mejor las cosas que a nosotras dos. Tú y Crispin. ¿Quién hubiera podido imaginar que Crispin se enamoraría de ti?
—Rachel es muy feliz en su matrimonio.
—Pobre Rachel.
—Todo terminó. Ahora es feliz. Pero ¿qué me dices de ti, Tamarisk?
—Me repondré cuando todo eso termine. Si por lo menos lo hubiera matado un desconocido, podríamos olvidarlo más fácilmente. Estarán merodeando por aquí hasta que lo descubran. Me refiero a la policía. No se olvidarán de este asunto sin más después de la investigación.
—Tenemos que seguir adelante como si nada hubiera ocurrido.
—Algunas personas creen que lo hice yo. Y siempre lo creerán. Ya comprendes a qué me refiero cuando digo que siempre estará aquí.
—No lo estará. Encontrarán la respuesta.
—Pero ¿y sí la respuesta no es la que nosotros quisiéramos?
—¿Qué quieres decir?
—Ya sabes lo que quiero decir. Vamos a intentar ser felices o a fingir que lo somos. Puede incluso que lo consigamos durante algún tiempo. Pero de pronto aparecerá. Estallará de repente, Fred. No tendrán más remedio que descubrir quién lo hizo. Eso no terminará hasta que lo descubran.
Tía Sophie se acercó a nosotras con una radiante sonrisa en los labios; parecía muy satisfecha, pero detrás de su sonrisa yo adiviné una cierta inquietud.
Sí, el fantasma de Gaston Marchmont nos acompañaba aquella noche.
*****
Me sorprendió el interés que despertó nuestra futura boda, y no simplemente entre los habitantes de Harper’s Green. Eso hubiera sido plenamente previsible.
Ocurrió a los pocos días de la cena. Cuando bajé a desayunar, tía Sophie ya estaba sentada a la mesa, leyendo el periódico de la mañana. Cuando me saludó, observé en su rostro una cierta consternación.
Buenos días, tía Sophie —me acerqué a ella y le di un beso—. ¿Ocurre algo?
Tía Sophie se encogió de hombros.
—Supongo que no será nada.
—Te veo preocupada.
—Es por eso.
Empujó el periódico hacia mí y vi una fotografía de Crispin en la primera plana.
—¿Qué es eso? —exclamé.
—La debieron de tomar en algún momento de la investigación. La prensa siempre anda acechando por todas partes. Le acompaña el inspector Burrows. El que estuvo aquí, ¿recuerdas?
«Próxima boda. Se ha anunciado el compromiso entre el señor Crispin St. Aubyn y la señorita Frederica Hammond, vecina suya desde hace años. El señor St. Aubyn es el terrateniente de Wiltshire en cuya finca se descubrió recientemente el cuerpo sin vida de Gaston Marchmont. El arma con la que se efectuó el disparo mortal fue sacada de la sala de armas de St. Aubyn’s. Ésta será la segunda boda del señor St. Aubyn. Su primera esposa, la actriz Kate Carvel, murió en un accidente ferroviario poco después de la boda».
Tía Sophie me miró.
—¿Por qué sacan ahora todo esto? —pregunté.
—Porque piensan que a la gente le interesará leerlo —contestó tía Sophie.
—Pero aquel primer matrimonio…
—Añade un poco más de dramatismo a la historia.
—¿Y qué le importa eso a la gente?
—El caso tuvo repercusión nacional, como puedes suponer.
Sí, pensé, y aquel periódico no era local. Se distribuiría por todo el país. Pensé en los miles de personas que leerían la noticia.
Se olvidará con el tiempo, me dije. Pero siempre habría alguien que lo recordaría. No habría escapatoria.
*****
A Crispin no le preocupó demasiado la noticia del periódico.
—Hasta que todo eso no se resuelva, seguirán acosándonos. Tenemos que olvidarlo. Pensemos en cosas agradables. No veo ninguna razón para un aplazamiento. Casémonos cuanto antes. Mi madre ya está haciendo planes. Dice que tiene que ser una boda según la tradición de St. Aubyn’s y que no debo olvidar que soy el jefe de la familia y todo eso. Personalmente, yo preferiría el camino más rápido. Quiero simplemente estar contigo… y asegurarme de que siempre… estaremos juntos.
—Yo también lo deseo —dije—. Pero supongo que la boda despertará el interés de la prensa.
—Creo que no tendremos más remedio que aceptarlo.
—Tal vez si esperáramos un poco… no demasiado. Por si hubiera alguna novedad.
Crispin me miró horrorizado.
—Algún descubrimiento —añadí—. Alguna revelación.
—¡Oh, no! —exclamó Crispin con vehemencia.
Frunció el ceño y yo lo rodeé con mis brazos y lo estreché con fuerza mientras él se aferraba a mí casi como si me pidiera protección.
—No me dejes nunca. No hables de aplazamientos.
Me conmoví profundamente, pero tuve la sensación de que no había conseguido llegar hasta él. Se interponía una barrera entre nosotros.
—Crispin —le dije—, aquí hay algo…
—¿A qué te refieres? —preguntó.
¿Advertí en su voz una nota de temor o fueron sólo figuraciones mías?
—No tiene que haber ningún secreto entre nosotros —le dije impulsivamente.
Crispin retrocedió y volvió a ser el de siempre… el hombre capaz de dominar cualquier situación.
—¿A qué te refieres, Frederica? —repitió.
—Me ha parecido que tal vez había algo importante que yo ignorara.
Crispin se echó a reír y me besó.
—Eso es lo más importante… lo más importante del mundo para mí. ¿Cuándo nos casamos?
—Tenemos que hablar con tu madre y con tía Sophie.
—Creo que tía Sophie se dejará convencer.
—Estará de acuerdo con cualquier decisión que tomemos, claro, pero comentó que, a la vista de… todo lo que ha ocurrido… convendría no celebrar una boda por todo lo alto tal como tu madre desea. Es demasiado pronto después de lo que ha pasado.
Crispin guardó silencio.
—Tiene razón —añadí—. Tu cuñado ha muerto. Ha habido una defunción en la familia. Lo normal es esperar un año.
—¡Imposible! Nadie lo ha lamentado.
—Fue un asesinato. Creo que heriríamos muchos sentimientos si celebráramos una gran ceremonia después de esta desgracia. ¿A qué conclusiones llegaría la gente?
—¿Y qué más nos da eso a nosotros?
—Recuerda que la situación es muy delicada. Y que, hasta que el caso se aclare, puede que algunos sospechen toda clase de cosas, Crispin.
Crispin me miró con aire pensativo.
—¿Quieres decir que, a tu juicio, deberíamos esperar un año?
—Tanto como eso, no. Pero ¿no crees que deberíamos ver cómo se desarrollan los acontecimientos?
—Estoy deseando irme —dijo Crispin—. ¿Adónde quieres que vayamos, cariño?
—Adonde tú quieras.
—Lejos de aquí… de todos los rumores… y todos los recuerdos… Sólo deseo pensar en nosotros y nada más.
—Será una delicia.
Una vez más tuve la sensación de que estaba deseando decirme algo que llevaba dentro. Un terrible temor se apoderó de mí sin que yo pudiera hacer nada por desterrarlo de mí mente. Me preguntaba una y otra vez qué papel habría desempeñado Crispin en aquel asesinato. ¿Por qué no me decía lo que pensaba? ¿Acaso no se atrevía?
Pensé en lo feliz que sería si pudiéramos estar juntos y nada se interpusiera entre nosotros y nuestra felicidad y yo pudiera imaginar el futuro con confianza y esperanza. Sin embargo, no podía olvidar aquel cuerpo entre los arbustos y el arma que alguien había sacado de la sala de armas de St. Aubyn’s.
Crispin se refirió a la luna de miel. Italia era uno de sus lugares preferidos. ¿Acaso no era uno de los países más bellos del mundo? Conservaba muchos vestigios del pasado, y Florencia, Venecia y Roma eran algo extraordinario. Austria también le atraía. Podríamos ir a Salzburgo, la patria de Mozart. ¿Y Francia con sus castillos del Loira? Crispin siempre había sentido deseos de visitar el Château Gaillard con sus recuerdos de Ricardo Corazón de León.
Mientras conversábamos, yo no podía dejar de pensar: «Hay algo que no puede ocultar por entero. Lo veo en sus ojos».
¿Por qué no me lo dice? No se lo puedo preguntar porque no quiere reconocer su existencia. Sin embargo, a pesar de que le conozco y le amo, me doy cuenta.
*****
Lily estaba muy orgullosa de mí.
—Conque la casa grande, ¿eh? ¡La señora de todo aquello! Ya veo que se le subirán los humos a la cabeza y no querrá venir a visitarnos a los Rowans.
Tía Sophie y yo nos reímos de ella.
—Tú sabes que eso no será verdad, Lily, lo sabes muy bien —le dije.
—Claro que sí. Usted siempre será nuestra pequeña señorita Freddie, ¿no es cierto, señorita Sophie?
—Por supuesto. Cuando seamos unas ancianas achacosas y ella sea una dama de edad madura, para nosotras seguirá siendo nuestra pequeña señorita Freddie.
Tía Sophie hablaba a menudo del pasado.
—Recuerdo a Crispin cuando era pequeño —dijo—. Un buen chico. La manera en que cuida de las Lane… dice mucho en su favor. Yo le veía de vez en cuando. Sus padres casi nunca paraban en casa. Siempre se iban de juerga a Londres o al continente… mientras la propiedad se venía abajo. Menos mal que tenían un buen administrador. Cuando Crispin se hizo cargo de todo, la situación cambió totalmente. Eso ocurrió cuando se casó y dejó la universidad para ponerse al frente de la finca. Ya era hora de que lo hiciera. Es curioso, pero todo tiene siempre su lado bueno. Aquel matrimonio lo obligó a regresar a casa y, desde entonces, la finca va viento en popa.
—Debiste de ver a menudo a su mujer.
—Pues sí, la vi. ¡Madre mía, qué sobresalto nos produjo a todos! Fue un desastre desde un principio. Me pregunté cómo era posible que hubiera ocurrido. Una locura de juventud, supongo. Se la veía mucho más mayor que él… más de lo que ella confesaba.
—¿Era guapa?
—Para mi gusto, no. Mucho colorete y muchos polvos y un cabello demasiado dorado para ser natural. En cuanto la vi, comprendí que la cosa no podría durar.
—Quiero que me hables de todo eso, tía Sophie.
—No tienes nada que temer de ella, querida. A veces, en los segundos matrimonios, la segunda esposa se inquieta por la primera y piensa que su marido echa de menos el pasado. Eso a ti no te ocurrirá. Crispin se alegró de librarse de ella. Todo el mundo lo sabe.
—¿Cómo era St. Aubyn’s mientras ella estuvo allí?
—Era muy aficionada a las fiestas, los saraos y cosas por el estilo.
—Como los padres de Crispin.
—Ellos estaban casi siempre en el extranjero y las fiestas que ella organizaba eran distintas. Las de sus padres eran acontecimientos elegantes. En cambio, las suyas eran vulgares y ruidosas. Con mucha gente del mundo de la farándula, si no recuerdo mal. A los vecinos no les gustaban demasiado. Creo que incluso se armaban peleas. Pobre Crispin. Pronto se dio cuenta del error. Al final, ella se cansó y se fue. Poco después se produjo el accidente en el que murió. La gente comentó que había sido una suerte para Crispin.
—Creo que todo eso le afectó profundamente.
—Es natural. Pareció encerrarse en sí mismo y sólo pensaba en la finca. Una o dos personas tenían los ojos puestos en él.
—¿Te refieres a personas como lady Fiona?
—Tal vez. Hubo otras, pero, al parecer, no le interesaban. Hasta que se enamoró de ti. Oh, Freddie, creo que todo va a ser maravilloso para ti. Crispin ha cambiado mucho. Ya no tiene la misma mirada perdida de antes y ya no es tan arrogante y orgulloso. Parece como si quisiera desafiar al destino. Había llegado a la conclusión de que era un necio por haberse dejado atrapar de aquella manera y se despreciaba a sí mismo; toda su altivez no era más que un escudo para protegerse.
—Sí —dije—, no me cabe duda de que tienes razón, pero creo que algo se interpone entre nosotros… algo que me impide acercarme a él tal como yo quisiera.
—Claro, querida, tardará algún tiempo en romper completamente con el pasado. Pero va por buen camino y yo me alegro muchísimo. Estoy segura de que es adecuado para ti y deseo por encima de todo tu felicidad.
—Mi queridísima tía Sophie, no sé ni cómo empezar a darte las gracias por todo lo que has hecho por mí. Desde que vine aquí, has sido maravillosa conmigo.
Vi un brillo de lágrimas en sus ojos.
—Mi querida niña, tú eres mi sobrina y…
—¿Y la hija de mi padre? Dime una cosa, ¿le has escrito?
—Efectivamente, le he comunicado tu compromiso matrimonial.
—¿Crees que eso le interesará? A fin de cuentas, no sabe nada de Crispin. Y a mí prácticamente no me conoce.
—Te conoce muy bien a través de mis cartas. Siempre está deseando saber cosas de ti. En estos momentos se encuentra en una isla del otro confín del mundo.
—Yo creía que estaba en Egipto.
—Se fue hace algún tiempo. Es un remoto lugar llamado Casker’s Island. Al parecer, lo descubrió un hombre llamado Casker hace unos años. Pocas personas han oído hablar de él. Yo lo busqué infructuosamente en el mapa. Pero lo encontré en un atlas. Un minúsculo punto negro en el mar. Supongo que es demasiado insignificante como para que figure en los mapas.
—¿Y qué hace allí?
—Vive con una tal Karla. Una polinesia, creo. La menciona de vez en cuando. No sé por qué se fue de Egipto. Debió de tener sus motivos, pero no me los ha revelado.
—Me parece maravilloso que os hayáis mantenido en contacto a lo largo de todos estos años.
—Éramos muy amigos, todavía lo somos y supongo que siempre lo seremos —me contestó tía Sophie.
*****
Crispin y yo estábamos juntos casi a diario. Recorríamos la finca y recibíamos parabienes en todas partes. Crispin deseaba que yo aprendiera más cosas sobre la propiedad. Mi trabajo en el despacho me había permitido adquirir muchos conocimientos y convertirme casi en una experta. Era la vida de Crispin y él quería compartirla conmigo, cosa que yo también deseaba con toda mi alma. Eran días felices.
Fuimos muy felices durante aquellos días. Crispin había experimentado un cambio muy sutil y yo descubría en su carácter unas nuevas facetas que me encantaban. Poseía una capacidad de disfrute que antes solía disimular y la vida parecía una fuente constante de diversión; nos reíamos a cada momento y su risa parecía surgir de la felicidad.
Ahora todo se arreglará, pensaba yo.
Hicimos una visita a la granja Grindle. Rachel se alegró mucho de vernos y nos mostró a Danielle para que comprobáramos lo guapa que estaba. En determinado momento, me aparté con Rachel y ésta me manifestó lo mucho que se alegraba por mí.
—¿Ya no estás preocupada? —le pregunté.
—De vez en cuando, lo pienso. Es inevitable. Ojalá encontraran al asesino de Gaston y todo se resolviera de una vez. Creo que no estaremos enteramente tranquilos hasta que lo encuentren. Parece que la policía ha perdido interés por el caso.
—Supongo que será eso que se llama un crimen sin resolver. Estoy segura de que hay muchos.
—Sí. Desaparecen de la memoria de las personas, por mucho interés que antes hayan despertado. Es lo que ocurrirá ahora. Pero yo quisiera que todo se arreglara.
—Eso queremos todos.
Crispin y yo abandonamos la granja.
Fueron unos días muy felices, hasta que empecé a observar un cambio. Conocía tan bien a Crispin que difícilmente hubiera podido engañarme. Su risa tenía una nota falsa y en sus ojos se advertía, de vez en cuando, una expresión de inquietud. Estaba preocupada porque tratara de disimularlo.
—¿Ocurre algo? —le pregunté.
—No. Nada. ¿Por qué?
Cuánto hubiera deseado que me lo contara todo. Una vaga sensación de desasosiego volvió a apoderarse de mí.
Hubiera querido decirle: «Tiene que haber una confianza absoluta entre nosotros. Dime qué te preocupa. Vamos a compartirlo».
Algunas veces la inquietud brotaba de él como una llama, pero yo me preguntaba si no serían figuraciones mías.
Unos días más tarde Crispin dijo que tenía que trasladarse a Salisbury por un asunto de negocios y que estaría ausente un día. Comenté que ojalá pudiera acompañarle, pero él señaló que estaba citado con varias personas y me tendría que dejar sola.
—Es sólo por un día —añadió.
Sin embargo, al despedirse de mí aquella noche, me abrazó con fuerza como si no quisiera apartarse de mí.
—Te veré pasado mañana —le dije.
—Sí —contestó él sin soltarme.
—Me parece que no tienes muchas ganas de ir —le dije en tono burlón.
—Nunca permitiré que te separes de mí —me contestó con ardor.
*****
Por la mañana tía Sophie me dijo:
—Esta tarde voy a Devizes. ¿Por qué no me acompañas?
—Tengo que ir a echar un vistazo al despacho —le contesté.
—Bueno, pues no te preocupes. Tomaré el coche. Necesito un par de cosas. Regresaré antes del anochecer.
Fui al despacho y me encontré con James Perrin. Su actitud hacia mí había cambiado desde el anuncio de mi compromiso con Crispin. Se mostraba más comedido y reservado. Yo sabía que en su fuero interno abrigaba la esperanza de casarse conmigo. Jamás me hubiera casado con él aunque Crispin no hubiera existido, pero, aun así, le tenía un profundo aprecio.
Me habló de los arrendatarios y de lo preocupado que estaba por los muros de la parte norte de algunas de las casas.
—Creo que se tendrán que examinar cuidadosamente —dijo.
Se disponía a hacerlo en aquel momento y yo me alegré de que no me pidiera que lo acompañara.
Le pregunté por la granja que pensaba alquilar.
—Lo voy a dejar de momento —me contestó—. Ya saldrá otra cosa más adelante. En realidad, alguien ha alquilado la granja que a mí me gustaba.
Cuando llegó la hora de regresar a casa, me alegré. Comprendí una vez más lo vacíos que me resultaban los días sin Crispin.
Al llegar a casa, tía Sophie aún no estaba de vuelta. Bueno, había dicho antes del anochecer. Algo la habría retrasado.
Regresó cuando ya eran casi las siete y yo ya estaba empezando a preocuparme. Parecía cansada y un poco nerviosa.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté con inquietud.
—Estoy agotada. El viaje es muy largo. Me voy directamente a mi habitación.
—¿Le digo a Lily que te suba algo?
—No. No me apetece comer nada. Tomé algo en Devizes. Es que estoy muerta de cansancio.
—Pero ¿qué ha pasado?
—Nada… nada. Ya te lo contaré en otro momento.
Ahora sólo quiero irme a la cama. Me debo de estar haciendo vieja.
—¿Puedo hacer algo?
—No… no. Será mejor que me vaya a la cama.
—¿Seguro que no quieres que Lily te suba alguna cosa? ¿Un poco de leche caliente quizá?
—No, no —contestó tía Sophie frunciendo el ceño. Me pareció un comportamiento muy impropio de ella y fui en busca de Lily.
—Finalmente ha vuelto —dijo Lily—. Voy a preparar la cena.
—No quiere nada. Se ha ido directamente a la cama.
—Le habrá ocurrido algo en Devizes.
—Parece muy cansada y sólo quiere acostarse.
—¿Que no quiere nada? Le subiré un poco de leche.
—Ha dicho categóricamente que no quiere nada. Sólo quiere dormir.
Fue una velada muy sombría. Empezó a llover y se oyeron unos truenos. Yo esperaba que, al volver, tía Sophie me contaría con su habitual gracejo los pormenores de su visita a Devizes. Aquello era muy raro y me tenía muy preocupada.
No pude resistir el impulso de subir a su habitación. Estaba acostada y mantenía los ojos fuertemente cerrados, pero, aun así, no parecía ella. Temía que se pusiera enferma.
Fui en busca de Lily y le dije:
—Espero que no le ocurra nada. Acabo de verla.
—Yo también. Está simplemente agotada. Muerta de cansancio. Eso le servirá de lección para otra vez. Siempre hace más de lo que debe.
Tuve que conformarme con eso.
Me fui a mi habitación. Eran aproximadamente las nueve y media. Qué distinto parecía todo sin tía Sophie. No podría soportar que le ocurriera algo.
Me senté y miré a través de la ventana. Las nubes mostraban unos lívidos reflejos. Bajo aquella luz Barrow Wood resultaba siniestramente amenazador, aunque para mí siempre lo era… incluso bajo el sol. Se oía en la distancia el fragor de los truenos. Había sido un día muy poco satisfactorio, me decía. Hubiera tenido que acompañarla a Devizes.
Me desnudé y me acosté. No podía dormir. De pronto, creí oír unas pisadas. No era nada, me dije. Los Rowans era una casa antigua y a veces crujía el entarimado. A menudo se oían crujidos en la quietud de la noche. Pero ¿qué era aquello?, ¿el sonido de una puerta abriéndose sigilosamente?
Me puse la bata y las zapatillas, me acerqué a la puerta y presté atención.
Sí, alguien andaba por la planta baja. ¿Sería Lily? Había dicho que se retiraría temprano, pero, a lo mejor, había bajado a la cocina en busca de algo.
Decidí ir a ver. Bajé a la cocina de la planta baja y abrí la puerta. Sobre la mesa había una vela encendida y, sentada junto a ella, vi a tía Sophie.
La expresión de su rostro era de profundo abatimiento. Permanecía inclinada hacia adelante y se sostenía el rostro con las manos mientras su mirada parecía perderse en el espacio.
—Tía Sophie —dije.
Me miró alarmada.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté.
—Pues que no podía dormir —contestó—. Decidí bajar y prepararme una taza de té. Puede que eso me ayude.
—Ha ocurrido algo, ¿verdad?
Tía Sophie no dijo nada.
—Tienes que decírmelo. ¿Qué ha sido?
Silencio.
—Así no podemos seguir —dije—. Sé que ha pasado algo y tienes que decírmelo.
—No sé qué hacer. Puede que me haya equivocado. No, no me he equivocado. Pero podría ser.
—¿Equivocado en qué? ¿Dónde ha sido? ¿Qué has visto? ¿Ha sido en Devizes?
Tía Sophie asintió con la cabeza. Después se volvió a mirarme y me rodeó con sus brazos. Comprendí que había decidido decírmelo.
—Los vi —me dijo—. Salieron juntos del hotel.
—¿Quiénes, tía Sophie?
—Me decía a mí misma que no podía ser. Pero sé que es verdad.
—Tienes que contármelo todo.
—Era Crispin. Y estaba con Kate Carvel.
—¿Su mujer? Murió.
—Experimenté un sobresalto terrible. Pensé que estaba soñando. Pero, no. Ella no es una persona que se pueda olvidar fácilmente. No cabía ninguna duda.
—No puedes haberla visto, tía Sophie. Está muerta. Murió en un accidente ferroviario hace mucho tiempo.
Tía Sophie me miró fijamente a los ojos.
—No sabía si decírtelo o no. He estado dudando desde que la vi. No podía enfrentarme contigo. Tenía que tomar yo sola la decisión.
—Tienes que estar confundida.
—No. No estoy equivocada. Tenía el mismo cabello dorado. No ha cambiado. Es la misma… y salieron juntos del hotel. Después subieron a un coche.
—No puede ser.
—Bueno, pues te digo que los he visto. ¿Qué piensas de eso?
—Tiene que haber sido otra persona.
—No puede haber dos personas como ella en todo el mundo. Era Kate Carvel, Freddie. Lo cual significa… que está viva.
—No puedo creerlo.
—Es su mujer. Él se casó con ella. Oh, Freddie, ¿cómo puede casarse contigo?
Me senté, presa del horror y el temor, tratando de comprender el significado de todo aquello, pero sólo podía repetirme una y otra vez: «No es verdad».
El estampido de un trueno me sobresaltó. Estaba desconcertada y me sentía insegura. Tenía toda la noche por delante. El reloj de la repisa de la chimenea me decía que eran sólo las diez y media. Al día siguiente lo vería, pero ¿cómo podría resistir aquella noche? Tenía que verle inmediatamente. Tenía que oír de sus propios labios que tía Sophie había cometido un terrible error.
—Voy a verle —dije, levantándome.
—¿Esta noche?
—Tía Sophie, no puedo pasarme la noche sin saberlo. Tengo que averiguar… ahora mismo… si estás en lo cierto.
—No hubiera tenido que decirte nada. Sé que no hubiera tenido que decírtelo.
—Tenías que decírmelo. Es mejor que lo sepa. Voy hacia allá.
—Te acompaño.
—No. No, tengo que ir sola. Necesito verle. Necesito saberlo.
Fui a mi habitación, me calcé las botas y me puse un grueso abrigo. Después bajé y salí a la noche, corriendo bajo la lluvia hasta llegar a St. Aubyn’s. Llamé y un criado me abrió la puerta.
—Quiero ver al señor St. Aubyn —le dije. El criado me miró con asombro.
—Pase, señorita Hammond —me dijo.
Justo en aquel momento apareció Crispin.
—Frederica —exclamó.
—Tenía que venir —dije—. Tenía que verte.
—Ya puedes retirarte, Groves —le dijo Crispin al criado. Dirigiéndose a mí, añadió—: Entra aquí.
Me acompañó a una salita y quiso ayudarme a quitarme el abrigo, pero yo se lo impedí. Con las prisas, casi no me había vestido.
—Tenía que venir —le dije—. Tenía que saber si es cierto. No podía esperar.
Crispin me miró alarmado.
—Dime de qué se trata.
—Tía Sophie estuvo hoy en Devizes. Está trastornada. Dice que te vio allí con Kate Carvel.
Crispin palideció y yo comprendí inmediatamente que tía Sophie no se había equivocado.
—¿Entonces es cierto? —pregunté.
Crispin parecía debatirse en la duda.
—Por favor, Crispin, tengo que conocer la verdad —añadí.
—No te preocupes —dijo—. Todo irá bien. Vamos a casarnos. Te digo que todo irá bien.
Sabía que no me estaba diciendo la verdad. Me dice lo que quiere que yo crea, pensé. Un miedo espantoso se apoderó de mí.
—Todo está arreglado —añadió Crispin—. Lo he resuelto todo. Todo se hará tal como lo teníamos previsto.
—Dijiste que ibas a Salisbury —le recordé—. Y, sin embargo, tía Sophie te vio en Devizes.
Crispin permaneció en silencio y yo comprendí que se había reunido con Kate Carvel en Devizes y que tía Sophie no se equivocaba al decir que los había visto juntos allí.
—Mira —dijo Crispin, apoyando tiernamente las manos sobre mis hombros—, no hay necesidad de que te preocupes por eso. Ya lo he arreglado todo. Tú y yo haremos lo que teníamos previsto. No podría soportar otra cosa. Estoy firmemente decidido.
—Si me ocultas algo, Crispin, si no me dices lo que yo sé que te afecta profundamente, jamás podrá haber una auténtica intimidad entre nosotros. Tengo que saber la verdad. Tía Sophie te vio salir del hotel con la mujer con quien te casaste. Ella está muerta, según parece. ¿Cómo es posible si ha estado contigo en Devizes?
Crispin me rodeó con sus brazos y me estrechó con fuerza.
—Te diré lo que ha pasado, pero eso no cambiará la situación. Ella guardará silencio. Lo he podido arreglar y sanseacabó.
—¡Guardará silencio! —exclamé horrorizada.
—Ya veo que tendré que contártelo todo. Hace unos días recibí una carta suya.
—Sabía que algo había ocurrido —dije—. Oh, Crispin… ¿por qué no me lo dijiste?
—No podía. Temía las consecuencias. Estoy decidido a no perderte. Frederica, no debes dejarme. Ella quería dinero. Siempre quiso dinero. Por eso será fácil… callarle la boca y conseguir que se esté quieta… para evitar que nos…
—Pero ella está ahí. Es tu mujer.
—Leyó la noticia de nuestra boda. Así empezó todo. De no haber sido por eso, jamás se hubiera enterado. Yo hubiera seguido creyendo que había muerto y nada de todo eso hubiera ocurrido. Cuando recibí la carta, no sabía qué hacer.
—¿Por qué no me lo dijiste? Quiero saberlo todo.
—No podía decírtelo. Tenía que asegurarme de que todo siguiera adelante según lo previsto. Fue un error por mi parte reunirme con ella en Devizes. Estaba demasiado cerca de aquí. Hubiera tenido que pensarlo. Me cité con ella en aquel hotel. Fue horrible. La odiaba y me odiaba a mí mismo por haber estado relacionado con ella. Me alegré de que se fuera y, cuando supe que había muerto, pensé, como es lógico, que jamás volvería a verla y que aquello sería el final del error más estúpido que jamás hubiera cometido un hombre.
—Pero ella no ha muerto.
—No. Me lo ha explicado.
—Sin embargo, tú la identificaste después del accidente.
—Vi la sortija y la estola de piel que yo le había regalado. La chica que yo vi tenía la cara… tremendamente desfigurada. No hubiera podido asegurar que era Kate, pero la sortija y la estola así parecían confirmarlo. Lo consideraron una identificación satisfactoria.
—Crispin, ¿acaso fue porque tú querías estar seguro?
—Estaba seguro. La sortija y la estola… fueron suficientes. Me ha dicho que vendió la sortija y la estola a una compañera suya. Una chica que había abandonado su hogar para probar fortuna en el teatro. Al parecer, no tenía familia o había perdido el contacto con ella. Su muerte pasó inadvertida. Kate leyó el relato de la muerte de mi mujer en el periódico y decidió no decir nada. Sin duda debió de pensar que más adelante podría beneficiarse de la situación. Cuando leyó la noticia de nuestra boda en el periódico, decidió aprovechar la oportunidad.
—¿Y tú qué hiciste, Crispin?
—De una cosa estaba seguro. No pensaba permitir que volviera a destrozarme la vida. Acordé reunirme con ella en el hotel de Devizes y allí la encontré. ¡Cuánto la odiaba! Se burló de mi consternación. Sentí deseos de matarla. Pensó que me tenía atrapado. Dijo que jamás me concedería el divorcio y que, si yo intentaba divorciarme de ella, lucharía con todas sus fuerzas. Comprendí que sólo me quedaba una salida. Le daría dinero para que se fuera y jamás regresara aquí.
—¡Y tú creíste que lo haría!
—Le dije que, como volviera, avisaría a la policía y la denunciaría por chantaje.
—¿Y pensaste que eso sería suficiente?
—Es posible que lo sea.
—Pero, si te has sometido al chantaje una vez, ¿qué impedirá que ella vuelva a intentarlo?
—Sé cómo tratarla.
—Crispin, ¿pero es que no te das cuenta de que es una equivocación?
—¿Y qué otra cosa puedo hacer?
—Aceptar la verdad, supongo.
—¿Sabes lo que eso significaría?
—Sí, lo sé. Pero no hay más remedio. Es inútil simular lo contrario. Ella no ha muerto. Tú la has visto.
—Se ha ido. Me ha asegurado que se irá a Australia. Dice que jamás volveré a saber de ella.
—¿Y tú la crees?
—Quiero creerla.
—Pero no puedes creer por el solo hecho de quererlo. Ella es una chantajista y tú has cedido al chantaje. ¿Es que no lo ves?, si simularas una boda conmigo, no sería un verdadero matrimonio. Ella lo sabría y volvería… con una razón todavía más poderosa para someterte a chantaje.
—Ya lo resolveré con ella como lo intente. Ahora te he encontrado a ti y por primera vez en mi vida soy feliz. Sé lo que quiero para el resto de mi vida. Te amo, Frederica, y haré cualquier cosa… lo que sea… con tal de no perderte.
Me conmovió la vehemencia de su emoción. Estaba desconcertada por lo que había oído. Me alegraba de que el amor que sentía por mí fuera tan intenso, pero comprendía con más fuerza que nunca que no le conocía y que había muchas cosas que me ocultaba.
—¿Y tú hubieras seguido adelante con nuestra boda a pesar de lo ocurrido? —le pregunté.
—Sí —me contestó.
—¿Y no me hubieras dicho nada?
—No podía correr el riesgo de decírtelo. No estaba seguro de tu reacción. Te amo. Te quiero y no pensé en nada más. Serás mi esposa a todos los efectos… con independencia de lo que signifique la ceremonia. Eso no son más que unas palabras. Los sentimientos que me inspiras llegan más hondo que las palabras.
—Me lo hubieras ocultado —dije.
—Sólo porque temía que no estuvieras de acuerdo.
—Creo —dije muy despacio— que eso es lo que más me angustia. Tengo la sensación de que existen unos secretos que no conozco.
—¿Unos secretos? —preguntó Crispin.
El tono alarmado de su voz hizo que el corazón me diera un vuelco en el pecho.
—Crispin —le dije—, ¿por qué no me lo cuentas todo? ¿Tal como me has contado eso?
—No hay nada más que contar —contestó.
No dijo nada, pero pensé: «Eso me lo has dicho porque no has tenido más remedio. Tía Sophie te vio. Si no te hubiera visto, yo no me habría enterado. Hubiera pasado por un simulacro de boda contigo y tú lo hubieras consentido. Me hubieras engañado hasta ese extremo».
—Frederica —estaba diciendo Crispin—, yo te amo, cariño y tú lo sabes. Te quiero a mi lado día y noche… y para siempre. No hay nada… nada en este mundo que pueda causarme daño estando contigo.
—Estoy sorprendida —murmuré—, perpleja.
—Es un sobresalto muy fuerte, pero no tienes por qué preocuparte. Yo me encargaré de todo. No se lo diremos a nadie. A nadie le incumbe más que a nosotros. Ella se irá y, si volviera, yo sabría cómo tratar con ella.
Yo sólo acertaba a pensar: «Su mente está llena de secretos». Me lo hubiera ocultado. Si tenemos que estar unidos, ¿cómo es posible?
No sabía qué decir. Tenía que irme, necesitaba pensar. Nada era como yo creía.
Una idea me martilleaba el cerebro: se hubiera casado conmigo sin decir nada… sabiendo lo que sabía. Hubiera sido otro secreto en nuestras vidas.
¿Otro secreto? ¿Cuál sería el otro?
Pensé en Gaston Marchmont, que se había adentrado entre los arbustos y había sido encontrado muerto de un disparo efectuado con un arma de la sala de armas de St. Aubyn’s.
Me hubiera hablado de su amor. El amor le había inducido a actuar de aquella forma. Yo quería aquel amor. Me complacía en él y deseaba creer que duraría eternamente. Pero ya no me atrevía a esperarlo. Tenía que irme. Tenía que pensar con lógica. Tenía que plantearme muchas preguntas.
—Crispin —dije, tratando de hablar con calma—, tengo que pensar en todo esto. Ha sido un golpe muy fuerte. Tengo que irme a casa.
—Por supuesto, cariño —me dijo—. No debes preocuparte. Déjalo todo de mi cuenta —me estrechó con fuerza y me besó con ternura—. Te acompañaré a casa.
—No, no… iré sola.
—Es muy tarde. Prefiero acompañarte. Está lloviendo mucho. Voy por el coche.
Dejé que se fuera. Le miré desde el porche y, en cuanto desapareció, eché a correr.
Crispin tenía razón. Estaba lloviendo a cántaros. Los truenos retumbaban y los relámpagos cruzaban el cielo. Seguí corriendo. El cabello se me pegaba a la cara formando una húmeda nube. Tenía la ropa empapada. Apenas llevaba nada bajo el abrigo. Ni siquiera me daba cuenta de mi situación. Sólo podía pensar que un acontecimiento casual en Devizes había dejado al descubierto algo que de otro modo yo hubiera desconocido, a pesar de su trascendental importancia para mí.
No me hubiera dicho nada, me repetía una y otra vez. Llegué a los Rowans, donde tía Sophie me estaba esperando muy preocupada.
—Estás empapada hasta el tuétano —exclamó—. Entra en seguida. No hubieras tenido que ir.
Me acompañó a mi habitación, me quitó la ropa mojada, salió corriendo y regresó con toallas y mantas. Después llamó a Lily.
—Enciende la chimenea —le dijo.
—¡Válgame Dios! —dijo Lily—. Pero ¿qué es todo esto?
—Ha salido bajo la lluvia.
—¡Que Dios nos ayude! —Rezó Lily.
Yo temblaba de pies a cabeza, pero no estaba segura de que fuera por culpa del frío. Jamás en mi vida había sufrido un golpe tan duro. Pusieron botellas de agua caliente en mi cama y encendieron inmediatamente la chimenea. Amontonaron varias mantas sobre mi cama y Lily trató de obligarme a beber leche caliente.
La rechacé. Sentía unos terribles escalofríos.
Se pasaron toda la noche cuidándome y por la mañana avisaron al médico.
El médico dijo que estaba muy enferma y que había pillado un resfriado muy fuerte. Deberían procurar que no se transformara en una congestión pulmonar.
*****
La enfermedad tuvo en cierto modo sus ventajas. Mi mente estaba alterada y sufría delirios. Imaginé que estaba casada con Crispin, pero no podía ser feliz. Veía con toda claridad la sombra de una mujer desconocida en segundo plano. Aunque yo estuviera casada con Crispin, no era su mujer. Su mujer era aquella sombra amenazadora. Ansiaba estar con él. Quería decirle, tal como él me había dicho a mí, olvidemos que ha vuelto. Si tía Sophie no hubiera estado en Devizes aquel día, todo hubiera sido distinto y yo no me hubiera enterado de nada.
A veces, me apetecía permanecer en la cama, pues me sentía demasiado débil y cansada como para pensar. Aquella especie de limbo me producía un cierto consuelo. No podía emprender ninguna acción. Estaba demasiado enferma como para poder hacer algo.
Tía Sophie permanecía constantemente a mi lado, lo mismo que Lily. Vi flores en la habitación y adiviné quién las había enviado. No vi a Crispin aunque supe que acudió a la casa, pues una o dos veces oí su voz.
En determinado momento, me pareció oír a tía Sophie diciendo:
—Será mejor que no. Se podría disgustar.
Después oí a Crispin, hablando en tono suplicante.
Me pregunté si subiría a pesar de tía Sophie, pero no lo hizo. Recordaba sin duda la escena que había tenido lugar antes de que yo echara a correr bajo la tormenta.
Mi estado empezó a mejorar. Querían obligarme a comer. Me había quedado muy delgada, decía Lily. Si había alguien capaz de tentar el apetito de cualquiera, era Lily.
Me servía en la cama unos platos exquisitos, diciéndome:
—Y ahora cómaselo si no quiere llevar a su pobre tía a la tumba de un disgusto.
Y yo me lo comía.
A medida que mejoraba, me preguntaba qué debería hacer. No estaba segura. No acertaba a imaginarme la vida sin Crispin. A veces, me sentía débilmente sumisa y deseaba que él se encargara de resolverlo todo. Pero en seguida recordaba el secreto que había querido ocultarme y lo que había estado dispuesto a hacer, y me decía: «Creo que jamás llegaré a conocerle. Hay cosas que no me dice. Es como si una pantalla se interpusiera entre nosotros». Pero no se trataba sólo de eso, sino también de otra cosa.
Sentada junto a mi cama, tía Sophie me dijo:
—Has mejorado mucho. Menudo susto nos diste.
—Lo siento.
—Ojalá lo hubiera sufrido yo en tu lugar, cariño. Comprendí que se refería a algo más que la enfermedad.
—¿Qué voy a hacer, tía Sophie?
—Sólo tú debes decidirlo. Puedes hacer lo que él te dice o…
—No estaría verdaderamente casada con él.
—Eso es cierto.
—Si hubiera hijos… nunca podríamos estar seguros de que ella no volviera.
—Ahí está.
—Y, sin embargo, nunca podré ser feliz sin él.
—La vida cambia, querida. Si tienes alguna duda, piénsalo. Por eso considero conveniente que te alejes de aquí. Estando cerca, no puedes ver las cosas con claridad. Y en estas cosas no se puede tener prisa. Necesitas tiempo. Es maravilloso lo que puede hacer el tiempo.
—Me siento muy cansada —dije—. Tía Sophie, quiero hacer lo que él diga. Nadie lo sabrá. Podríamos seguir adelante con el proyecto.
—No, es contrario a la ley. Si tú ignorabas que su primera esposa vivía, nadie te lo podría reprochar. Pero irías al altar sabiendo que su esposa vive.
—No debo hacerlo.
—Lo que debes hacer es irte de aquí y reflexionar. Aún no estás totalmente restablecida. Tendremos que hablar de ello… una y otra vez. Sé que no puedes soportar la idea de perderle. Comprendo lo que sientes, querida. Puede que encontremos alguna salida.
*****
Unos días más tarde llegó la carta.
—Es de tu padre —dijo tía Sophie, sentándose junto a mi cama.
La miré fijamente y vi esperanza en sus ojos.
—Le escribí en cuanto empezó todo esto porque adiviné lo que iba a ocurrir. Las cartas tardan mucho en llegar allí. Debió de contestar en cuanto la recibió. Quiere que te reúnas con él.
—¿Que me reúna con él? ¿Dónde?
—Te leeré lo que dice. «Este lugar es algo totalmente original. El resto del mundo parece muy lejano. Hay mucho sol y todo será distinto. Es como una vida nueva, algo que jamás había soñado. Aquí podrá pensar y decidir lo que debe hacer. Ya es hora de que me reúna con mi hija. Debe de hacer casi veinte años que no la veo. Estoy segura de que será lo mejor para ella. Convéncela, Sophie…».
Me quedé de una pieza. Siempre había deseado ver a mi padre y ahora él me sugería que viajara a aquella lejana isla.
Tía Sophie dejó la carta y me miró.
—Debes ir —me dijo.
—¿Cómo?
—Tomas un barco en Tilbury o Southampton… un sitio así, y zarpas.
—¿Dónde está la isla?
—¿Casker’s Island? Casi al otro lado del mundo.
—Me parece una idea descabellada.
—Pero no imposible, Freddie. Tienes que pensarlo. Lo considero la mejor alternativa. Tienes que conocer a tu padre.
—Si hubiera querido verme, lo hubiera podido hacer antes.
—No pudo mientras tu madre vivió y después… bueno, vivía muy lejos. Pero ahora tú necesitas ayuda y él te la puede ofrecer.
—Sin embargo, una propuesta así tan de repente…
—Es lo que necesitas. Te hace falta algo que te sirva de barrera contra toda esta incertidumbre. Tienes que tomar una decisión y lo harás mejor lejos de aquí.
—¡Pero tan lejos!
—Cuanto más lejos, mejor.
—Tía Sophie… suponiendo que me fuera… ¿tú querrías acompañarme?
Tía Sophie vaciló levemente y después contestó con firmeza:
—No, tengo demasiadas cosas que hacer aquí. Y él no ha sugerido que yo te acompañe.
—¿Quieres decir que tendría que ir sola? Creía que apreciabas a mi padre.
—Le apreciaba y le aprecio, pero sé que no es el momento —contestó, apartando el rostro para que no leyera sus pensamientos.
Me sentía perpleja. La proposición había sido tan repentina que la idea de abandonar Inglaterra y de irme a una remota isla situada al otro lado del mundo, tal como había dicho tía Sophie, se me antojó al principio demasiado absurda como para que me la pudiera tomar en serio.
*****
Casker’s Island. ¿Dónde demonios estaba? No era más que un nombre… ¡Y nada menos que para reunirme con un padre a quien no recordaba, pero que a lo largo de los años había mantenido una esporádica correspondencia con tía Sophie por medio de la cual ésta le había dado noticias de su hija!
Ambos habían sido buenos amigos en otros tiempos y su amistad había perdurado. Mi tía siempre me había dicho que mi padre se preocupaba por mí, pero lo cierto era que nunca se había tomado la molestia de ir a verme. ¿Tal vez a causa de la animosidad que existía entre él y mi madre? Pero ahora mi madre había muerto y él vivía en una remota isla. Había llegado a pensar que jamás le vería. Y ahora él me invitaba a Casker’s Island para que allí pudiera reflexionar con más calma y tomar la mejor decisión.
*****
Tía Sophie se acercó a mi cama con unos mapas.
—Aquí está —dijo—. Eso es Australia. ¿Ves este puntito en el océano? Eso es Casker’s Island. Demasiado pequeña e insignificante como para figurar en algunos mapas. Mira, hay otros puntitos iguales. Son otras tantas islas. ¡Imagínate, estar allí con todo este mar alrededor!
—Sería una experiencia muy extraña.
—Es justo lo que ahora necesitas. Necesitas irte a un lugar totalmente distinto.
—¿Sola? —pregunté.
—Estarías con tu padre.
—Tendré que pensarlo, Está muy lejos.
—Eso se puede arreglar. Dicen que un cambio de mar es lo más beneficioso que hay.
—Tengo muchas dudas.
—Es natural. Hay que pensarlo mucho. Pero él desea con toda su alma que vayas, Freddie.
—¿Después de tanto tiempo? ¿Cómo es posible?
—Lo he intuido en sus cartas. Lleva mucho tiempo esperando. Sé que es lo mejor para ti.
—Sí tú me acompañaras…
—Eso sería un recordatorio. Necesitas un cambio completo. Me parece que ya lo estás empezando a pensar en serio.
*****
Crispin me visitó y yo le tendí las manos.
Las tomó entre las suyas y las besó con fervor. Fue entonces cuando adopté la decisión. Si me quedara, haría lo que él quisiera. Imaginé nuestra vida en común, viviendo bajo aquella sombra. ¿Cuándo regresaría para pedir más dinero?
Era inevitable que lo hiciera. La amenaza y el temor me acompañarían siempre… destruyendo nuestra posibilidad de ser felices. Yo deseaba con toda mi alma tener hijos y creía que Crispin también lo deseaba. ¿Qué sería de ellos? Y, sin embargo, ¿cómo podía dejarle? Estaba muy triste y desconcertado. La suplicante mirada de sus ojos debilitaba mi determinación.
—He estado muy preocupado —me dijo.
—Lo sé.
—Huiste bajo la lluvia. Me dejaste. Y después no me permitieron venir a verte.
—Ahora ya estoy mejor, Crispin, y pienso marcharme.
Me miró anonadado.
—¿Marcharte?
—Lo he pensado mucho y creo que es lo mejor. Tengo que alejarme durante algún tiempo. Necesito reflexionar.
—No —dijo Crispin—, no debes irte.
—Tengo que hacerlo, Crispin. No se me ocurre otra cosa.
—Si me quieres…
—Te quiero. Pero tengo que reflexionar. Tengo que tomar la mejor decisión.
—Volverás.
—Pienso reunirme con mi padre.
Me miró con asombro.
—Pero él vive muy lejos, ¿no es cierto?
—Sí. Allí podré pensar con tranquilidad.
—¡No te vayas! ¿Qué voy a hacer yo? Piensa en mí.
—Pienso en los dos. Pienso en el futuro.
No quiero recordar aquella escena. Me duele demasiado, incluso ahora, a pesar del tiempo transcurrido. Me suplicó y estuve a punto de ceder. Pero mi determinación era muy fuerte. Tenía que irme.
Tía Sophie escribió a mi padre y le adjuntó una carta mía. Deseaba verle. Después de tantos años, se convertiría para mí en una persona real… y dejaría de ser una fantasía.
Tía Sophie se entregó en cuerpo y alma a los preparativos, a pesar de la tristeza que le producía mi partida. La sorprendía a veces con lágrimas en los ojos y, en más de una ocasión, rompíamos juntas a llorar.
—Pero es lo mejor —decía—. Sé que es lo mejor.
*****
Tamarisk me visitó.
—O sea que te vas, ¿eh? —me dijo.
—Sí.
—Al… otro lado del mundo.
—Más o menos.
—Sé que algo ha ocurrido entre tú y Crispin. Y supongo que es por eso.
Al ver que yo no contestaba, añadió:
—Está clarísimo. Ibas a casarte con él y ahora te vas. No puedes disimularlo. Supongo que no querrás contármelo.
—Así es —dije—. No quiero.
Tamarisk se encogió de hombros.
—Y te vas sola. ¿No te parece una temeridad?
—¿Y eres tú quien habla de temeridad, Tamarisk?
Tamarisk esbozó una leve sonrisa.
—Fred, quiero ir contigo.
La miré con asombro.
—No me digas que no puedo. Nada es imposible. Basta con proponérselo y hacerlo. ¿Recuerdas a la señorita Blake de la escuela?: «Chicas… si os proponéis tener éxito y os esforzáis por alcanzar este objetivo, lo alcanzaréis». Fred, tengo que ir contigo.
—Pero eso es tan…
—Lo sé. Tan repentino, ibas a decir. En realidad, no lo es. Hace mucho tiempo que quiero marcharme y esto de ahora es justo lo que yo quería. No puedo quedarme aquí, Fred, no puedo resistirlo. Cada día es un recordatorio. Quiero olvidar… todas las cosas que me rodean. Aquí… no puedo huir de ellas. Cada vez que veo los arbustos… es horrible. Si descubrieran quién lo hizo, sería distinto. La gente sospecha y, como es natural, todo el mundo piensa que fue su esposa. Sabemos que era infiel, falso y embustero. ¿Quién sufría las consecuencias? Su mujer. ¿Por qué razón no iba a entrar en la sala de armas, tomar una y pegarle un tiro?
—¡Ya basta, Tamarisk! Te estás poniendo histérica.
—Tengo que irme. No puedo soportarlo por más tiempo. Me iré contigo. No puedes ir sola. Necesitas a alguien. Siempre hemos sido amigas. Escríbele a tu padre, dile que no puedes viajar sola y que una amiga tuya necesita desesperadamente marcharse de aquí.
Permanecí en silencio, tratando de imaginar lo que ello supondría. Sabía que Tamarisk necesitaba cambiar de aires. Estaba muy claro. Había vivido una tragedia y estaba sufriendo las consecuencias lo mismo que Crispin. Conocía su estado de ánimo y me preguntaba si no sería bueno tener una compañera.
Tamarisk me leyó el pensamiento.
—Eso se arregla fácilmente, Fred. Nos sería muy beneficioso estar juntas. Mira, ya me encuentro mejor. La vida ha sido muy dura conmigo… desde que comprendí la equivocación que había cometido… y desde que le mataron. Por favor, déjame ir contigo.
—Tenemos que pensarlo.
—No tengo que pensar nada. Sé que quiero irme. Cuando me enteré de que te ibas, sentí deseos de acompañarte. Me pareció una oportunidad llovida del cielo. Oh, Fred, dame la ocasión de alejarme de todo esto… y de empezar de nuevo. ¡Por favor, Fred, por favor!
—Lo discutiremos con tía Sophie.
Me miró consternada.
—Es muy comprensiva —le dije—. Comprenderá exactamente lo que sientes y te querrá ayudar.
—De acuerdo.
Llamé a tía Sophie. Cuando entró en la habitación, le pedí a Tamarisk que ella misma se lo dijera.
Lo hizo, hablando con elocuencia y explicando su desdichada situación y su incapacidad de vivir en St. Aubyn’s, donde todo le recordaba el terrible misterio que se cernía sobre ella.
Tía Sophie la escuchó con la cara muy seria y dijo a continuación:
—Tamarisk, creo que tú y Freddie os tenéis que ir juntas. Comprendo que necesitas marcharte. Me preocupaba el hecho de que Freddie tuviera que irse sola. Creo que os podréis ayudar mutuamente.
Cediendo a un repentino impulso, Tamarisk corrió hacia tía Sophie y le arrojó los brazos al cuello.
—Es usted un encanto —le dijo—. Y ahora, ¿qué hacemos? Tendremos que reservar pasaje en seguida… ¿verdad?
—Lo primero que hay que hacer es escribir al padre de Freddie y decirle que irá con una amiga. No podemos esperar su respuesta. No hay tiempo. Estoy segura de que no pondrá ningún reparo, pues ya había manifestado su deseo de que alguien la acompañara. Pero tal vez tú necesites un poco de tiempo antes de tomar una decisión, Tamarisk.
—Llevo tanto tiempo pensándolo que sé exactamente lo que quiero.
—En tal caso, tenemos que reservar inmediatamente tu pasaje.
—Será maravilloso. Ya me siento distinta —dijo Tamarisk, besándonos a las dos—. Ahora me voy. Tengo que preparar muchas cosas. Os quiero mucho a las dos. Sois las mejores amigas que jamás he tenido. Que Dios os bendiga. ¿Cuándo nos vamos?
—Eso aún no se sabe —contestó tía Sophie—. En cualquier caso, ya está decidido que os iréis juntas.
Cuando se fue, tía Sophie comentó:
—Pensé que las circunstancias la habían cambiado, pero en el fondo sigue siendo la misma. Me alegro de que vuelva a ser la de antes. Pobre chica, lo ha pasado muy mal. Creo que a eso lo llaman el bautismo de fuego. Quería disfrutar de la vida a manos llenas. Y se quemó las manos. Me alegro de que vaya contigo. Así seréis dos y yo me quitaré un peso de encima.
*****
Decidimos abandonar Inglaterra un mes más tarde. Tamarisk estaba un poco molesta por el retraso y visitaba constantemente los Rowans. Teníamos muchas cosas de qué hablar.
Había cambiado mucho y se había librado de la melancolía que le rodeaba y que tanto contrastaba con su verdadera naturaleza. El entusiasmo que ponía en todos los preparativos influía inevitablemente en mí y contribuía a levantarme el ánimo.
Nuestra partida estaba fijada para comienzos de enero.
Crispin estaba muy abatido, temiendo que yo no volviera. Intenté volvérselo a explicar. Necesitaba tiempo para pensar con claridad y tenía que hacerlo. Estaban en juego demasiadas cosas. Sin embargo, recordaba a menudo nuestros ratos juntos y sentía la tentación de quedarme, aunque inmediatamente me imaginaba a los hijos que ambos deseábamos. Crispin tendría que esforzarse en comprenderlo.
Fue una separación muy triste.
—Tengo la sensación de que volveré muy pronto, Crispin —le dije—, y entonces ya sabremos lo que tenemos que hacer.
No nos sirvió de consuelo a ninguno de los dos.
Tía Sophie y James Perrin viajarían con nosotras hasta el puerto para despedirnos. Crispin decidió no acompañarnos. Ambos sabíamos que hubiera sido demasiado doloroso para los dos.
Mi querida tía Sophie estaba un poco cabizbaja, pero trataba de disimularlo. James Perrin estuvo muy amable. Me constaba que me tenía simpatía y creí adivinar sus pensamientos; puesto que algo había ocurrido entre Crispin y yo, tal vez a su debido tiempo me fijaría en él. En cierto modo, me resultaba conmovedor y consolador.
Pasamos una noche en Londres y, al día siguiente, nos trasladamos a Southampton, en cuyos muelles me despedí de tía Sophie y de James.
Tía Sophie estaba al borde de las lágrimas y lo mismo me ocurría a mí. Estaba a punto de alejarme de todo lo que amaba, dejando atrás el futuro que antes parecía abrirse ante mí. Sin embargo, la decidida sonrisa de tía Sophie me tranquilizó, haciéndome comprender que había elegido lo mejor. En aquella remota isla y en compañía de mi padre, vería con más claridad el camino a seguir.
—Tenemos que subir a bordo —dijo Tamarisk con una punta de impaciencia.
Nos despedimos por última vez. Abracé a tía Sophie y le di un firme apretón de manos a James, el cual se inclinó impulsivamente hacia adelante y me besó.
—Gracias por todo, James —le dije.
—Volverá pronto —me dijo—. Lo sé.
Tía Sophie y yo nos volvimos a abrazar.
—¿Cómo podré agradecerte todo lo que has hecho por mí, mi querida tía Sophie? —le dije.
Ella sacudió la cabeza sonriendo.
—Tú procura ser feliz, cariño. Volverás a casa algún día, estoy segura.
Nos dijimos adiós y Tamarisk y yo subimos a bordo de The Queen of the South, el barco que nos conduciría al otro lado del mundo.