El SECRETO DE LA TORRE DE HUÉSPEDES
—E
lfos oscuros —dijo Dahlia, a quien aparentemente divertía la posibilidad—. Así que es cierto.
—Antes más que ahora —respondió Dor’crae—. Últimamente, se ven menos por la ciudad, ya que Luskan ha perdido su brillo como puerto comercial. Aun así, quedan algunos y hay otros que vienen de visita, para aconsejar a los Grandes Capitanes y ofrecer sus mercancías.
—Interesante —respondió Dahlia, aunque de hecho estuviera perdiendo interés en las disertaciones políticas de su amante acerca de la Ciudad de las Velas.
Dor’crae la había llevado a un lugar bastante insólito, una zona rodeada de viejas ruinas plagadas de raíces y de las imponentes siluetas de los árboles muertos, como si fuera un jardín abandonado y decrépito.
—¿Qué lugar es este? —preguntó.
—Illusk —respondió Dor’crae—. La parte más vieja de una antigua ciudad. Pero, para Luskan, Illusk es algo más que eso; es una barrera entre el pasado y el presente, entre los muertos y los vivos.
Dahlia respiró profundamente, inhalando el denso aroma del aire que la rodeaba.
—¿No lo notas? —dijo el vampiro—. Tú, que has vivido junto al Anillo de Pavor de Szass Tam debes percibir la transición.
Dahlia asintió. De hecho, notaba el frío húmedo, el olor a muerte, la sensación de vacío. Al fin y al cabo, todo lo que había conocido a lo largo de los últimos diez años era la muerte, de manera constante, personal y omnipresente.
—Es algo dulce —le susurró Dor’crae con voz profunda, mientras se acercaba a su cuello desnudo— poder caminar por ambos reinos.
Dahlia sintió que los parpados le pesaban, y durante unos breves instantes, apenas fue consciente de la proximidad del vampiro. Era como si pudiera notar el olor de la invitación al otro reino impregnándola.
Abrió los ojos de repente y fulminó al vampiro con la mirada.
—Si me muerdes, te destruiré por completo —susurró, imitando el tono provocativo de Dor’crae.
El vampiro se apartó, esbozando una amplia sonrisa y acordándose al mismo tiempo de hacer una reverencia.
Ella cambió de posición ligeramente, para que pudiera ver el broche que llevaba, un regalo de Szass Tam que le otorgaba poderes aumentados contra los no muertos. Un vampiro podía llegar a ser un oponente formidable para cualquier guerrero vivo, pero con ese broche y su increíble disciplina física, Dahlia era bastante capaz de cumplir con su amenaza.
—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó.
—Contempla la puerta de las catacumbas —dijo Dor’crae.
Se dirigió hacia unas ruinas cercanas que consistían en un montón de piedras quebradas distribuidas en una especie de círculo, como si antiguamente hubieran formado el borde de un pozo.
Dahlia dudó y llevó la vista hasta la isla en la que antaño se levantaba la Torre de Huéspedes del Arcano, cuyos escombros resultaban aún visibles, y su rostro siguió expresando duda.
—Hay túneles —le explicó Dor’crae—, por debajo de las olas.
—¿Has estado ahí abajo?
El vampiro sonrió, haciendo un gesto de asentimiento.
—Es donde busco descanso en las horas de luz. Un lugar muy notable, con una anfitriona de lo más extraordinaria.
El último comentario dejó a Dahlia intrigada.
—¿Anfitriona?
—Sí, una criatura exquisita.
—No te burles de mí.
—Te gustará Valindra Shadowmantle —le prometió el vampiro.
Haciendo una floritura, Dor’crae se echó la capa sobre los hombros. Por un momento, pareció hacerse borroso, y Dahlia tuvo que apartar la vista mientras se transformaba en un enorme murciélago que, seguidamente, se metió en el pozo y desapareció. Dahlia, consciente de que Dor’crae sabía que no podría seguirlo fácilmente, suspiró y se deslizó al interior del agujero. Dobló la vara en una sección de un metro veinte, para convertirla en un bastón de caminar, y pronunció una orden silenciosa, dando unos golpecitos contra la piedra. El extremo doblado reaccionó a la orden emitiendo destellos de luz blanco azulado.
Dahlia descendió por el pozo con el bastón en una mano e impulsándose hacia abajo con la otra y ambos pies. Tras recorrer unos nueve metros, el estrecho pozo se ensanchó bajo sus pies, por lo que se agazapó todo lo que pudo y dejó caer el bastón para que iluminara el lugar. El suelo quedaba a apenas unos tres metros, así que ni siquiera se molestó en deslizarse hacia abajo para colgarse con las manos; simplemente, saltó.
Aterrizó de cuclillas y paseó la mirada a su alrededor para por fin encontrar a Dor’crae nuevamente en forma humana; la esperaba cerca de otro agujero. Descendieron hasta un cruce entre varios pasillos y después entraron en una habitación lateral. Tras varios tramos de escalera, escaleras de mano y estrechas rampas, llegaron a un laberinto de túneles y pasadizos, viejas estructuras, muros, puertas y escaleras rotas. La parte más vieja de la ciudad que había terminado llamándose Luskan.
—Ese pasadizo —le indicó Dor’crae, señalando hacia el oeste— nos llevará a la isla.
Dahlia avanzó la primera, iluminando el camino con su bastón mientras estudiaba las paredes y el techo.
—A lo largo de todo el techo encontrarás el misterio de la Torre de Huéspedes —le explicó Dor’crae.
Dahlia desplegó completamente el bastón y permitió que la luz chisporroteante volviera de nuevo a la punta. A continuación lo alzó sobre su cabeza, hasta casi tocar el altísimo techo del túnel.
—¿Qué es? —preguntó, recorriendo con la punta del bastón lo que parecían ser venas en el techo.
—¿Raíces? —dijo Dor’crae, y no supo si era una pregunta o la respuesta.
Dahlia lo miró con curiosidad, pero recordó la forma de la destruida Torre de Huéspedes del Arcano, muy similar a la de un árbol.
De repente, un sonido sibilante que provenía del túnel hizo que se volviera, con el bastón preparado al ver que algún tipo de bestia no muerta se dirigía rápidamente hacia ella; una larga lengua le asomaba entre los dientes afilados y amarillentos.
Dahlia comenzó a girar el bastón, pero Dor’crae se puso delante de ella y alzó la mano en dirección al ghoul, mirándolo de hito en hito. La criatura aminoró el paso y se detuvo, devolviéndole la mirada al vampiro, que era un ser superior dentro del enigmático orden jerárquico de los no muertos. La apestosa criatura, con un aullido de protesta, volvió a merodear entre las sombras de las que había salido.
—Las catacumbas están llenas de esas voraces criaturas —le explicó Dor’crae: ghouls, lacedones, zombies a medio comer…
—Encantador. —Comentó Dahlia, lamentándose de que, allá donde fuera, los no muertos parecían seguirla.
—La mayoría son pequeños, pero hay al menos dos que son grandes —siguió diciendo el vampiro, que a continuación volvió a concentrar su atención en las extrañas raíces, retomando la conversación—. Son tubos huecos, uno sale de los cimientos de la torre en ruinas y acaba en mar abierto, y el otro va tierra adentro en dirección este-sudeste.
—¿A qué distancia?
El vampiro se encogió de hombros.
—Bastante más allá de las murallas de la ciudad.
—¿Qué tipo de magia es esta? —preguntó Dahlia, levantando la luz y escrutando de nuevo el tubo verdoso casi traslucido y las vetas rojizas.
—Antigua.
Dahlia le lanzó al vampiro una mirada que no expresaba precisamente agradecimiento.
—Si tuviera que adivinarlo, diría que es enana —dijo Dor’crae, dando más detalles.
—¿Enana? Es demasiado delicada.
—Pero el trabajo de mampostería que lo rodea es impecable a lo largo de todo el camino, hasta las piedras que forman parte de los cimientos de la Torre de Huéspedes muestran claramente la marca de los artesanos enanos.
—¿Afirmas que la Torre de Huéspedes del Arcano, una de las estructuras de mayor magnificencia y magia de todo Faerun, una sede del gremio de magos que es más antigua de lo que puede recordar el más anciano de los elfos, fue construida por enanos?
—Creo que es posible que los enanos trabajaran con los antiguos arquitectos de la Torre de Huéspedes —respondió Dor’crae—, que probablemente fueran elfos, y no enanos, dada la historia de la región y teniendo en cuenta que la torre, antes de su caída, tenía forma de árbol.
Dahlia no discutió, aunque sospechaba que se necesitaba algo más que unos cuantos humanos para juntar a elfos y enanos.
—¿Raíces? —preguntó Dahlia—. ¿Y crees que son import…?
Se calló en cuanto detectó movimiento por encima de ellos; entonces, levantó la cabeza, llena de curiosidad, al ver que algún tipo de líquido recorría ruidosamente el tubo que tenía encima.
—Es la marea —explicó Dor’crae—. Cuando sube, cierta cantidad de agua penetra en los tubos…, las raíces, las venas, o como quieras llamarlas. Aún así no es mucha, y vuelve a salir con la marea.
Dahlia no tenía ni idea de lo que podía significar toda aquella información. Ella y Dor’crae habían ido a Luskan para averiguar si la destrucción de la Torre de Huéspedes había tenido algo que ver con los terremotos que habían estado asolando el norte de la Costa de la Espada desde su caída. Según se decía, las protecciones mágicas habían estallado al caer la torre y, de algún modo, teniendo en cuenta cuando habían sucedido los terremotos, esas protecciones no solo afectaban a Luskan, sino también a las colinas boscosas conocidas como los Riscos.
Se volvió para seguir el recorrido de la extraña raíz en dirección sudeste.
—¿Qué más has averiguado? —preguntó la elfa guerrera.
—Ven, te llevaré con la lich Valindra, y con un ser mucho más viejo y poderoso… Bueno, era más poderoso antes de volverse loco durante la Plaga de los Conjuros.
Comenzó a caminar de nuevo, pero Dahlia no lo siguió inmediatamente, ya que estaba intentando recordar en silencio todo lo que sabía acerca de la historia de Luskan, algo que había estudiado con gran empeño antes de salir de Thay.
—¿Arklem Greeth? —preguntó.
Se refería al lich que antaño había gobernado la Torre de Huéspedes en nombre de la Hermandad Arcana, y que había resultado vencido durante su caída. Vencido sí, pero ella sabía que no era probable que lo hubieran destruido, ya que, después de todo, así era como actuaban los liches.
Dor’crae sonrió como muestra de aprobación.
—Un enemigo formidable —lo advirtió Dahlia—, aunque lleve el broche de Szass Tam para protegerme.
Dor’crae meneó la cabeza.
—Hace tiempo quizá, pero ahora ya no. Los drow se han ocupado de ese asunto por nosotros.
Poco tiempo después, tras haber recorrido una docena de cámaras y pasadizos, llegaron a una extraña sala.
—¿Qué lugar es este? —preguntó Dahlia.
La estancia parecía más un salón de una taberna elegante que una cámara subterránea en medio de un entramado de cavernas húmedas. De las paredes colgaban coloridos tapices, y la habitación estaba exquisitamente decorada con muebles bonitos y de buena factura, incluido un tocador de mármol con un espejo de gran tamaño, dorado a la hoja.
—Es mi hogar —dijo una mujer que estaba sentada frente a ese mismo tocador en una silla de aspecto delicado.
Cuando se volvió para sonreír a la pareja, Dahlia trató con todas sus fuerzas de no hacer ningún gesto. Seguramente, había sido muy hermosa; tenía el cabello negro y lustroso, y unas facciones delicadas, aunque era difícil saber de qué color habían sido sus ojos antes de adquirir el aspecto de dos puntos rojos que brillaban con el antinatural fuego interno propio de los liches. Su sonrisa era espantosa, ya que se le habían podrido las encías y los dientes resultaban demasiado grandes, además de que su piel pálida parecía a punto de romperse cuando sonreía.
—¿No te gusta? —preguntó con excesiva dulzura como si fuera una niñita jugando.
—¡Oh, nos encanta, Valindra! ¡De veras! —dijo Dor’crae con un entusiasmo exagerado antes de que Dahlia pudiera siquiera empezar a responder. La guerrera miró a su compañero vampiro y después a la lich.
—¿Vos sois Valindra Shadowmantle? —preguntó.
—Pues sí, lo soy —respondió Valindra.
—He oído relatos de vuestra grandeza —dijo Dahlia, y Dor’crae le apretó la mano, dando muestras de su aprobación—. Pero, aún siendo favorecedores, esos relatos no hacen ninguna justicia a vuestra belleza. Al decirlo, Dahlia hizo una profunda reverencia, mientras Valindra reía disimuladamente.
—¿Dónde está vuestro esposo, bondadosa Señora? —preguntó Dor’crae.
Cuando Valindra se volvió como si buscara a alguien, Dor’crae señaló con la barbilla hacia arriba, en dirección a uno de los estantes de una vitrina, que contenía una peculiar gema con forma de calavera y del tamaño del puño de Valindra. Mientras todos pensaban en la filacteria, los ojos de la calavera brillaron con intensidad durante un instante antes de volver a su estado original.
—¿Greeth está ahí dentro? —le preguntó Dahlia a su compañero en voz baja.
—Lo que queda de él —respondió el vampiro.
Después llamó su atención sobre una segunda gema con forma de calavera, en el lado opuesto, que no mostraba signos de vida en el interior del cristal blanco ahumado.
—La filacteria de Valindra —le explicó Dor’crae.
Dahlia palpó el broche que llevaba en el pecho mientras observaba ambas gemas. Se atrevió a acercarse a la vitrina, y dándose cuenta de que Valindra seguía sonriendo tontamente, se atrevió a abrir la puerta. Miró a Dor’crae, y este alzó las manos, incapaz de responder.
—Es una gema muy hermosa —dijo Dahlia, dirigiéndose a Valindra.
—Es de mi esposo —respondió la lich.
—¿Me permitís sostenerla?
—¡Oh, hacedlo por favor! —dijo Valindra.
Dahlia no estaba segura de si semejante dulzura se debía a su aparente estupidez, o si era una sugerencia entusiasta que escondía razones más inicuas. Después de todo, era sabido que sostener la filacteria de un lich despojado de su cuerpo era la manera más fácil de que lo poseyeran a uno.
Aun así, Dahlia llevaba el broche de Szass Tam, que le otorgaba una amplia protección contra ese tipo de nigromancia, así que cogió la gema y la sostuvo en su mano.
Casi de inmediato notó la oleada de confusión, ira y terror que estaban contenidos dentro de la filacteria. Sabía que era Arklem Greeth, y lo habría sabido aunque Dor’crae no se lo hubiera dicho, ya que el lich le gritaba que lo liberase y que matara a alguien llamado Robillard.
Vislumbró atisbos de la gloria pasada de la Torre de Huéspedes del Arcano, ya que Arklem Greeth había sido su último Señor. La asaltaron tantas imágenes y tantos pensamientos discordantes que parpadeaban en su mente… Sintió como si la arrastraran a las invitadoras profundidades de la gema.
Comenzó a preguntarse dónde acababa Dahlia y dónde empezaba Arklem Greeth.
Tuvo un destello de conciencia que la hizo volver a dejar la gema en forma de calavera en el estante; se echó atrás rápidamente y trató de respirar mientras luchaba por mantener la compostura.
—Vuestro esposo tiene una gema magnífica, Valindra —dijo.
—¡Oh, desde luego!, pero no menos que la mía —contestó la lich con un tono de voz completamente distinto, profundo, amenazador y sobrio.
Dahlia se volvió para mirada.
—¿Por qué estáis aquí? —preguntó Valindra—. ¿Os envía Kimmuriel?
—¿Kimmuriel? —preguntó Dahlia, dirigiéndose más bien a Dor’crae.
—Es uno de los líderes de los elfos oscuros de Luskan —le explicó el vampiro.
—¿Dónde se encuentra? —preguntó Dahlia.
—Se marchó a casa —respondió inesperadamente Valindra, con voz triste—. Muy, muy lejos. Lo echo de menos. Él me ayuda.
La guerrera y el vampiro intercambiaron miradas de extrañeza.
—Me ayuda a recordar —continuó Valindra—. Ayuda a mi esposo.
—¿Fue él quien os dio las gemas? —preguntó Dahlia.
—No, ese fue Jarlaxle —respondió Valindra—, y el estúpido enano.
Dahlia miró a Dor’crae, que meneó la cabeza, y después se fijó de nuevo en Valindra.
—¡Buajajá! —soltó de repente Valindra. Una expresión de amargura asomó a su rostro y dio un suspiro a continuación—. Estúpido enano.
—¿Así que Jarlaxle es un enano?
—¡No! —dijo Valindra, a quien pareció divertirle la idea—. Es un apuesto e inteligente drow.
—¿Y está en Luskan?
—Algunas veces.
—¿Ahora?
—Yo…, yo… —La lich movió los ojos de un lado a otra, aparentemente desorientada.
Dahlia miró a Dor’crae, que seguía sin tener respuestas.
—¿Qué sabéis de la Torre de Huéspedes? —le preguntó a la lich.
—Viví allí durante mucho tiempo.
—Sí, y después fue destruida…
Valindra se apartó, cubriéndose los ojos con el brazo.
—¡Cayó! ¡Oh, cayó!
—¿Y su magia se rompió? —insistió Dahlia, acerándose a la mujer, que parecía deshecha.
Volvió a preguntar y, cuando Valindra la miró sin comprender, reformuló la pregunta de varias maneras distintas. Pero pronto quedó claro que la lich no tenía ni idea de lo que le estaba hablando, así que Dahlia cambió sabiamente el tema de conversación a otro más trivial y después volvió sobre la belleza de Valindra, cosa que parecía calmar a la mujer no muerta.
Pasado un rato, preguntó:
—¿Podría volver a visitaros, Valindra?
—Me encanta tener compañía —respondió la lich—. Pero avisadme antes, así podré preparar… —Hizo una pausa para mirar a su alrededor, mientras su aflicción era cada vez mayor.
»Yo… ¿Dónde está mi comida? —preguntó Valindra, y miró a Dahlia con extrañeza. A continuación se cubrió la cara con las manos y se echó hacia atrás, dejando escapar un sonoro lamento.
Dahlia fue hacia ella, pero la lich adelantó una mano para evitar que la guerrera siguiera avanzando.
—¡Mi comida! —dijo, y se echó a reír.
—Os traeré algo de comida —prometió Dahlia, y Valindra rio con más fuerza.
—No necesito tal sustento —respondió—. Ha sido así durante muchos años, desde la caída de la Torre de Huéspedes. —Miró a Dahlia, esbozando una triste sonrisa—. Desde que morí. En ese momento pareció calmarse, y Dahlia retrocedió hasta situarse junto a Dor’crae.
—A veces se me olvida —dijo Valindra con voz nuevamente serena—. Estoy tan sola. —Dirigió una mirada anhelante a la filacteria en forma de calavera de su esposo.
—Entonces, ¿seríamos bienvenidos si volviéramos? —preguntó Dahlia.
Valindra hizo un gesto de asentimiento.
Dahlia le hizo una seña a Dor’crae para que la siguiera y salió de la habitación.
—Pero no traigáis comida —dijo Valindra mientras se iban.
—Todavía hay respuestas que obtener aquel abajo —dijo Dor’crae cuando se alejaron—. Si no es en casa de Valindra, tendrá que ser en las raíces de la Torre de Huéspedes.
—También se pueden encontrar respuestas ahí dentro.
—Dudo mucho de que sepa gran cosa acerca de los orígenes de la Torre de Huéspedes, o de sus protecciones mágicas.
—Pero Arklem Greeth podría saberlo —le aseguró Dahlia—. Podría hablar con el de nuevo.
—¿Has hablado con él? ¿Cuándo has cogido la gema? No es prudente…
—Serán conversaciones cortas —le prometió Dahlia con una amplia sonrisa—. Se acerca el amanecer. Voy a volver a la ciudad… Tengo una audiencia con Borlann el Cuervo, uno de los Grandes Capitanes. Quizá él me cuente más cosas de esos drows, ese tal Kimmuriel, y Jarlaxle.
—¿Y qué pasa conmigo?
—Sigue la raíz de la Torre de Huéspedes que se dirige tierra adentro —le ordenó Dahlia—. Me gustaría saber a dónde conduce.
Dor’crae asintió.
—Yo volveré con Valindra mañana por la noche, y a partir de entonces, todas las noches. Reúnete con nosotras lo antes posible.
—¿Debería escoltarte hasta la superficie? —preguntó el vampiro.
Dahlia se lo quedó mirando.
—Ghouls, necrarios y otras bestias… —comenzó a explicarle Dor’crae.
Se calló al ver que Dahlia lo miraba como si hubiera perdido la cabeza, mientras cogía su bastón de batalla.
Antes del siguiente amanecer, Dahlia se descolgó desde la repisa del pozo que estaba más cerca de la superficie y escrutó la sala que había debajo. Se volvió lentamente, buscando a los no muertos; aunque no podía verlos, sabía que estaban ahí.
Ellos sí podían verla, colgada en lo alto y sujetando el bastón, que emitía un brillo azulado; pero no importaba. Aunque bajara completamente a oscuras y tan silenciosa como una sombra, lo sabrían. La olerían y el aroma de su dulce carne viva prácticamente los abrumaría.
Dahlia se dejó caer al suelo, abriendo rápidamente el bastón mientras caía. Aterrizó agazapada y brincó en círculo.
Eran demasiados.
Salieron en tropel por cada una de las salidas. Desde las sombras, ghouls hambrientos avanzaban encorvados, a cuatro patas, y sus largas garras arañaban el suelo de piedra. Parecían cadáveres humanos consumidos, con la piel grisácea estirada sobre el cráneo y los huesos. Pero había más que eso: sus garras y sus dientes, el odio que sentían por todas las cosas vivas y el hambre de todo tipo de carne, ya estuviera viva o muerta. Había al menos veinte, y Dahlia no tenía adónde correr para beneficiarse de una posición más defendible.
Pero ellos tampoco tenían adónde correr.
Saltó directamente hacia adelante y giró hacia abajo mientras sujetaba firmemente la parte superior del bastón, utilizándolo a modo de pértiga. Se enderezó y volvió a meterse en el pozo con las piernas por delante. Luego, abrió bien las piernas para afianzarse con los pies a ambos lados del agujero y se dobló hacia arriba, maniobrando sobre las manos con el bastón agarrado hasta lograr enderezarse en el interior del pozo. El enjambre de ghouls seguía abajo.
—Espero que lo disfrutéis —les susurró.
Se sacó un rubí del colgante que llevaba al cuello y lo dejó caer. Explotó en el momento en que tocó el suelo y lanzó llamaradas en todas las direcciones, incluso pozo arriba, hasta casi alcanzar a Dahlia.
Mientras mantenía las piernas bien afianzadas en su sitio, la guerrera se llevó las manos a los oídos para amortiguar el terrible ruido.
La bola de fuego, una única y devastadora oleada de llamas, apenas duró un instante, pero el ardor permaneció y se podían ver las llamas que se aferraban a la piel de los ghouls y los devoraban con avidez. Emitían chillidos y gritos agudos que parecían provenir del infernal Abismo. Corrían de un lado a otro como locos, agitando los brazos para intentar apagar las llamas y lanzando zarpazos para mantener a raya a sus enloquecidos congéneres, ya que algunos habían comenzado a embestir a los demás, mordiéndolos y arrancándoles la carne, haciendo cualquier cosa que pudiera eliminar aquel dolor.
En medio de toda aquella locura, Dahlia se dejó caer otra vez sobre el suelo, soltando dos extremos de unos sesenta centímetros a cada lado de la sección central del bastón. Incluso antes de aterrizar ya los estaba haciendo girar, y tras incorporarse, se volvió hacia la izquierda y le propinó un golpe en la cabeza al no muerto más cercano que le hizo un agujero en el cráneo.
Estaban demasiado angustiados, agitados y enloquecidos como para atacar coordinados, así que Dahlia se metió entre ellos. Cada vez que un brazo intentaba alcanzarla, acababa destrozado por uno de los extremos giratorios del bastón, y cada vez que la cara de un ghoul se acercaba demasiado a ella, acababa siendo golpeada por el extremo inferior de su sección central.
Salió corriendo hacia una zona despejada, metiéndose por un túnel, y cuando oyó que la perseguían, separó la parte central del bastón en dos secciones e hizo girar ambas armas coordinadamente, ganando impulso.
Se acercaban dos ghouls, o eso le parecía.
Dahlia dobló una esquina mientras mantenía los palos dando vueltas furiosamente, de atrás hacia adelante. A continuación, en uno de los giros, puso las muñecas hacia abajo, ajustando la distancia para que los palos ascendieran hacia sus axilas y así poder aprisionarlos. Siguió tirando de la parte delantera de los palos hacia arriba, en ángulo, haciendo fuerza para liberarlos. Dahlia gruñó y tensó todos los músculos, al parecer haciendo un gran esfuerzo por mantenerlos en su lugar al mismo tiempo que tiraba para liberarlos.
Saltó en el último momento para enfrentarse a los ghouls que la perseguían, levantando los codos en ese mismo instante. Los palos salieron despedidos hacia adelante con una fuerza tremenda, volando como si fueran lanzas para estrellarse contra las caras de los sorprendidos ghouls. El repugnante sonido de los extremos de los palos rompiéndoles el cráneo —uno incluso le atravesó un ojo a una de las criaturas— era dulce música a los oídos de la elfa.
Aparentemente, todo se quedó parado en ese momento, y Dahlia y los ghouls permanecieron en esa macabra postura durante lo que pareció una eternidad. La elfa se puso en acción repentinamente, con furia, y les arrancó los extremos de las armas del cerebro podrido a los ghouls. Estas volvieron a su posición detrás de la cabeza de Dahlia, por lo que sólo tuvo que mover ligeramente las manos para aprovechar el impulso e invertir el sentido de los giros, pasándolos por encima de la cabeza con la mano derecha y por debajo y a la izquierda para machacarle el cráneo al ghoul que tenía a ese lado. Al mismo tiempo, alzó la mano izquierda y siguió el mismo camino que con la otra, sólo que de izquierda a derecha, haciendo que la cabeza del otro ghoul quedara destrozada tras salir disparada contra la pared y caer inerte al suelo.
Dahlia puso de nuevo los palos en movimiento con naturalidad mientras volvía la vista hacia el camino por el que había venido, a pesar de que, ni siquiera con su aguda vista de elfa, podía ver mucho.
Aun así, no la seguía nadie. Montó el bastón y lo plegó nuevamente hasta que tuvo su forma inicial, y dio unos golpecitos sobre la piedra para que se encendiera la parpadeante luz azul.
—¡Ah, Valindra Shadowmantle! —susurró mientras se ponía de nuevo en camino—. Espero que merezca la pena todo este lío.
Dor’crae era un vampiro y, como tal, resultaba evidente que no podía sudar. No obstante, sentía que una capa de humedad cubría todo su cuerpo, de modo que la ropa se le pegaba de la manera más incómoda. Normalmente, no hubiera necesitado luz para recorrer las cámaras subterráneas, pero su total incapacidad para ver despertó su curiosidad.
Sacó una vela y algo de yesca y pedernal, y cuando por fin prendió la llama, el vampiro echó un vistazo a su alrededor con mayor curiosidad si cabe. Estaba en una estancia de gran amplitud y techos altos, como había sospechado, pero aún no podía ver demasiado, sólo que había una densa cortina de niebla que impedía que la exigua luz de la vela penetrara.
—¿Qué lugar será este? —susurró para sí mismo.
Había entrado en una sala llena de vapor que olía a huevos podridos y que siseaba como si estuviera en un nido de víboras. Había viajado a muchos kilómetros de distancia de Luskan tras varios días siguiendo la raíz de la Torre de Huéspedes que se adentraba en la tierra. Estaba seguro de que los túneles eran de factura enana, aunque hacía mucho, mucho tiempo que no pasaba por allí ningún enano.
Mantuvo encendida la vela, a pesar de que era prácticamente inútil, y recorrió con lentitud la estancia. Fue hacia uno de los puntos que emitía el sonido siseante y se encontró con que era una grieta en el suelo de roca a través de la cual salía más vapor, lo cual empeoraba aun más el olor.
No encontró ninguna otra salida practicable, pero vio con sorpresa que la raíz de la Torre de Huéspedes no continuaba a través de la cámara, sino que serpenteaba por una de las paredes para después atravesar el suelo y desaparecer. El vampiro sonrió, pensando que el viaje había llegado a su fin. Apagó la vela y se volvió tan incorpóreo como el vapor que lo rodeaba. Después atravesó una grieta en el suelo y descendió junto a la raíz.
Varios días más tarde, algo conmocionado pero profundamente intrigado, Dor’crae regresó a los aposentos de Valindra Shadowmantle. La reina del mundo subterráneo de Luskan tenía muchas velas encendidas, y parecía más animada de lo habitual, más lucida. Le dio amablemente la bienvenida a Dor’crae, e incluso expresó su pesar por no haberlo visto en los últimos diez días.
—Seguí la raíz de la Torre de Huéspedes —dijo—. ¿Recordáis la Torre de Huéspedes…?
—Por supuesto.
—¿Conocéis la gran sala donde desaparece bajo el suelo?
—No tiene respuestas para ti —dijo otra voz. Dahlia salió de detrás de uno de los muchos biombos decorativos que había en la habitación. Sonrió brevemente e hizo un gesto de asentimiento en dirección a la gema en forma de calavera que estaba en la estantería, aquella en la que residía el espíritu de Arklem Greeth.
—Pero él sí.
—¿Has estado…?
—Háblame de esa gran sala.
—Es un lugar increíble, tan grande como algunas de las ciudades de la Antipo…
—Gauntlgrym —lo interrumpió Dahlia, y Dor’crae la miró sin comprender.
»La antigua patria de los enanos Delzoun —le explicó Dahlia—. Lleva mucho tiempo perdida. Algunos incluso la consideran un mito.
—Pues es real —dijo Dor’crae.
—¿La has explorado?
—Me expulsaron antes de que pudiera llegar muy lejos.
Dahlia lo miró, enarcando una ceja.
—Fantasmas —dijo el vampiro—. Fantasmas de enanos, además de otras cosas más oscuras. Pensé que sería más prudente volver a tu lado para contarte lo que había descubierto. ¿Cómo dices que se llama? ¿Gauntlgrym? ¿Cómo lo sabes?
—Greeth me lo contó. La Torre de Huéspedes estaba vinculada a esa ciudad, que es la más antigua de las ciudades enanas, y fue construida por enanos, elfos y humanos en una época muy lejana para beneficio de todos, aunque muy pocos enanos llegaron a vivir en la Torre de Huéspedes propiamente dicha.
—Pero ¿su poder beneficiaba a esa ciudad, Gauntlgrym?
Dahlia cruzó la habitación, encogiéndose de hombros.
—Es de suponer que sí. Arklem Greeth sabe poco más, o al menos yo no pude discernir mucho más, aunque pronto volveré a intentarlo. Es viejo, pero no tanto, por supuesto, aunque parece confiar en la obra de magia y mampostería de la Torre de Huéspedes del Arcano, y en que realmente estuvo vinculada a… —Su voz se extinguió al ver la expresión confusa de Dor’crae.
—Vuelves a llevar dos diamantes en la oreja derecha —dijo el vampiro—. Ocho en la izquierda; dos nuevamente en la derecha.
—No me irás a decir que estás celoso —respondió Dahlia.
—¿Acaso Borlann el Cuervo necesitaba algún tipo de estímulo?
Dahlia se limitó a sonreír.
—¿Celoso? —respondió entonces el vampiro con una carcajada—. Más bien aliviado. Mejor que lleves otro más en la derecha en vez de pensar que la izquierda quedaría mejor con nueve.
Dahlia lo miró largamente, y en ese momento, el vampiro temió que quizá no había sido muy prudente revelarle que conocía el significado de sus joyas.
—Ahora sabemos dónde buscar —dijo Dahlia, tras un largo e incómodo silencio—. Seguiré trabajando con Arklem Greeth, recabando cualquier información que pueda ofrecerme, y tú debes reunir tanta información como puedas sobre Gauntlgrym, o sobre como esquivar sus defensas mágicas, como esos fantasmas de los que hablas.
—Es un camino peligroso —respondió el vampiro—. Si estuviera atrapado en esta forma física, tendría que haberme abierto paso luchando para entrar, y lo mismo para salir, contra unos enemigos formidables.
—Entonces, encontraremos aliados aún más formidables —le prometió Dahlia.