UNA PALABRITA AL LECTOR

NTES de leer la historia de mi vida, escucha, lector amigo, un cuento que te voy a contar.

Caminaban juntos y a pie dos estudiantes desde Peñafiel a Salamanca. Sintiéndose cansados y sedientos, se sentaron junto a una fuente que estaba en el camino. Después que descansaron y mitigaron la sed, observaron por casualidad una como lápida sepulcral que a flor de la tierra se descubría cerca de ellos, y sobre la lápida unas letras medio borradas por el tiempo y por las pisadas del ganado que venía a beber a la fuente. Picóles la curiosidad, y lavando la piedra con agua, pudieron leer estas palabras castellanas: Aquí está enterrada el alma del licenciado Pedro García.

El más mozo de los estudiantes, que era vivaracho y un si es no es atolondrado, apenas leyó la inscripción cuando exclamó, riéndose a carcajada tendida: «¡Gracioso disparate! ¡Aquí está enterrada el alma! Pues qué, ¿un alma puede enterrarse? ¡Quién me diera a conocer el ignorantísimo autor de tan ridículo epitafio!». Y diciendo esto, se levantó para irse. Su compañero, que era algo más juicioso y reflexivo, dijo para consigo: «Aquí hay misterio, y no me he de apartar de este sitio hasta averiguarlo». Dejó partir al otro, y, sin perder tiempo, sacó un cuchillo y comenzó a socavar la tierra alrededor de la lápida, hasta que logró levantarla. Encontró debajo de ella un bolsillo; abrióle, y halló en él cien ducados, con estas palabras en latín: Declárote por heredero mió a ti, cualquiera que seas, que has tenido ingenio para entender el verdadero sentido de la inscripción; pero te encargo que uses de este dinero mejor que yo usé de él. Alegre el estudiante con este descubrimiento, volvió a poner la lápida como antes estaba y prosiguió su camino a Salamanca, llevándose el alma del licenciado.

Tú, amigo lector, seas quien fueres, necesariamente te has de parecer a uno de estos dos estudiantes. Si lees mis aventuras sin hacer reflexión a las instrucciones morales que encierran, ningún fruto sacarás de esta lectura; pero si las leyeres con atención, encontrarás en ellas, según el precepto de Horacio, lo útil mezclado con lo agradable.