Capítulo IX

Bosque de Biscau

Alrededores de Gabas. Francia

10 de noviembre de 1937

IX

Las Cortes republicanas se acababan de reunir por primera vez en la historia en el monasterio de Montserrat presididas por Martínez Barrio, el Gobierno se había trasladado a Barcelona al ver peligrar la plaza de Valencia, Franco había nombrado su primer gobierno eliminando la Junta Técnica, y el pueblo seguía viendo morir a sus hijos en una guerra perdida por todos de antemano.

Junto al último mensaje que Zoe había recogido, encontró otro dirigido a ellos en el que Anselmo Carretero los citaba para verse en un bosque próximo a la pequeña población de Gabas. Aparte de los detalles de fecha y hora, había añadido un pequeño plano con el punto de encuentro marcado con una equis. Les había extrañado aquel detalle, en las anteriores visitas se había presentado directamente en el refugio, pero con las últimas decisiones que habían tomado el encuentro era más que oportuno.

Decidieron salir con bastante tiempo, dado el abigarrado entorno boscoso, y lo hicieron con Campeón, con idea de alejarlo durante unas horas de la única hembra adulta de alano a la que tenía bastante harta con sus devaneos amorosos.

Se cumplían cuatro meses desde que habían llegado a Les Deux Pins, pero sin duda alguna noviembre había sido el más gratificante de todos. En menos de treinta días habían conseguido ayudar a escapar de la zona nacional a tres grupos de fugitivos, dieciséis personas con sus dieciséis dramas, a las que habían acogido en su refugio después de haber atravesado aquellas peligrosas montañas que representaban la frontera entre muerte y libertad. Un recorrido que, a tenor de las indicaciones del pastor de Tramacastilla, se había dividido en tres tramos. El primero lo asumía él; otro intermedio en el que los fugados eran guiados por uno de los alanos junto a Campeón; y el tercero en zona francesa en el que Zoe y Luther acudían a su encuentro con mantas, mucho cariño y un caballo.

Nunca olvidarían sus miradas de agradecimiento ni las palabras que surgían de unos labios agrietados por el frío y el miedo. Como tampoco olvidarían los que huían de España, al descubrir que allí donde no parecía haber más que piedras, praderas y bosques, a más de mil seiscientos metros de altitud, había dos personas que daban lo que no tenían para ayudar a unos peregrinos en busca de su dignidad.

Cabalgaron por caminos secundarios hasta que pasada una hora llegaron a una vieja choza que coincidía con el punto señalado en el plano. Dejaron el caballo a espaldas de la edificación y entraron con sigilo. En su interior no había nadie. Campeón recorrió todo su perímetro con la trufa a menos de dos centímetros del suelo, hasta que se lanzó a la caza de un ratón que apareció bajo unos listones de madera podrida. Zoe, completamente helada, se envolvió la cara con la bufanda y tomó asiento en la única silla que encontraron.

—Lástima no tener con qué encender fuego. —Observó con pena la chimenea—. Esto sería otra cosa.

Luther andaba fisgoneando en unas grandes cajas de madera apiladas en una de las esquinas.

Zoe se fijó en él con ojos de mujer y no solo de compañera de refugio. Desde hacía unas semanas su relación había cambiado, como también lo habían hecho sus conversaciones, cada vez más íntimas y profundas. Pero también era consciente de que ambos mantenían intacta una barrera emocional de difícil abordaje. Se producían coincidencias, pero de inmediato se marcaban distancias, en un juego de precauciones y mensajes mudos.

Escucharon unos pasos por el exterior de la choza.

Campeón levantó las orejas, corrió a la puerta y gruñó.

—Zoe, escóndete detrás de las cajas.

Luther se colocó a la izquierda de la entrada armado con una pistola.

Los goznes de la puerta crujieron, se empezó a abrir, y Campeón se puso a agitar el rabo como un loco.

—¿Zoe…? ¿Luther…?

Al reconocer la voz, ella abandonó su escondite y fue hacia Anselmo para darle dos besos.

—¿Estás sola?

—No —respondió Luther, que apareció por su espalda. Se guardó la pistola y estrechó su mano.

—No se os ocurra separaros a partir de ahora —le repuso Anselmo de una manera un tanto misteriosa.

Ante el inmediato interés que puso Zoe por entender los motivos de su advertencia, Anselmo entró de lleno en lo que venía a decirles.

—Hemos recibido una comunicación de tu hermano advirtiéndonos que el nuevo servicio de inteligencia franquista, el SIMP, ha organizado un comando especial para rastrear la frontera de Huesca con Francia en respuesta a nuestras últimas acciones de sabotaje y boicot.

Luther se mordió la lengua retrasando su opinión al no saber todavía para qué los había convocado.

—¿Qué tal está Andrés?

—Aparte del mensaje al que me he referido, sabemos poco de él. Hemos procurado evitar los contactos, por seguridad.

—¿A qué se debe tu visita? —Luther decidió ir al grano.

—He venido por tres motivos. El primero advertiros a los dos sobre el comando. El segundo tiene que ver contigo, Zoe. Recibí tu última comunicación, y estoy de acuerdo con que retrasemos durante un tiempo el envío de nuevos mensajes, y con más razón ahora que sabemos que os buscan. Sin embargo, no quiero perder la oportunidad de reconocerte en persona lo mucho que nos has ayudado. —Sonrió a Zoe—. No solo has sido muy valiente, también muy eficaz. Gracias.

—No hay de qué —respondió ella con escasa convicción.

Miró a su compañero de refugio y se preguntó si no había llegado el momento de contarle a Anselmo qué nuevo uso estaban dando a los perros. Pero Luther, que supo interpretar lo que estaba pensando, le hizo un disuasivo gesto. Gracias a Campeón, Anselmo no se percató. El perro, después de no haberse apartado de su lado desde que había entrado en la cabaña, acababa de exigirle una ración de caricias poniéndole la cabeza sobre una de sus rodillas.

—Y por último… —Había cubierto dos de sus objetivos, pero le faltaba el más incómodo. No se anduvo por las ramas porque quizá fuese el más grave de los tres asuntos que había venido a tratar—. Tenéis que dejar de pasar refugiados —sentenció.

Los habían descubierto.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Zoe incómoda.

—Dirijo un equipo de investigación, es lógico que me entere de muchas cosas. Y no he sido el único, sabemos que la noticia ya corre por la región, y os recuerdo que tenéis demasiados enemigos buscándoos. Os jugáis mucho, pero también nosotros. Si llegasen a localizaros, comprometeríais a muchos de mis hombres, y no estoy dispuesto a permitirlo. —Endureció su gesto.

Zoe vio llegado el momento de confesar sus dudas.

—No te falta razón, Anselmo. Pero quiero que entiendas el origen de la decisión que hemos tomado, aunque ahora hable por mí. Estoy segura de que la guerra no va a conseguir otra cosa que dejar una España destrozada para mucho tiempo, y cada vez me cuesta más identificarme con la causa. Me conoces, y por eso sabes cómo he pensado siempre. No es que haya cambiado de bando, es que no soy capaz de asumir una sola muerte más por mi culpa. He conocido la realidad de las dos Españas, he llegado a la conclusión de que la brutalidad y lo peor de la condición humana se han instalado en ambas. Conseguí huir de la barbarie, de las miserias y del horror cuando abandoné Madrid, pero no encontré en Burgos nada diferente. Por todo ello, cuando he sido consciente de que al actuar como espía estaba siendo cómplice de más y más dolor, decidí dejarlo. Siento ser tan sincera, pero es así como lo veo.

Anselmo entendió que aquellas palabras ponían el punto final a la misión. Iba a responder, pero Luther se le adelantó.

—Aunque lo de los fugitivos surgió de una forma accidental, ahora no estamos dispuestos a dejarlo.

—Más tarde o más temprano os localizarán. Si lo hace la Abwehr, date por muerto, Luther. Y no creas que a ti no te implicarán, Zoe, te acusarán de encubridora o de cualquier cosa que se les ocurra. ¿Lo habéis pensado bien de verdad?

—Sí, y asumimos los riesgos —respondió Luther—. Y precisamente lo quiero hacer con unos perros que estaban destinados a provocar dolor y muerte, a convertirse en bestias. Por eso no acepté tu encargo. Ahora que puedo ser coherente con mis principios, no voy a dar un paso atrás.

Después de escuchar la firme declaración de intenciones, Anselmo necesitaba unos minutos de reflexión para analizar cómo podía afectar el cambio de situación a todos, y tomar decisiones. Les pidió que se quedaran dentro. Paseó alrededor de la casucha, al abrigo de un denso pinar, afectado por las consecuencias que aquello iba a producir en el trabajo de sus agentes, aunque comprendía su postura. Lo primero que asumió fue la imposibilidad de mantener su aislamiento en aquel refugio, dado el alto riesgo que tenían de ser localizados. Sería difícil convencerlos porque dejar Les Deux Pins significaría el fin de su colaboración con el paso de gente por la frontera. Conocía mejor a Zoe, pero Luther parecía igual de obstinado. Y en caso de conseguirlo, le esperaba un siguiente escollo: organizar su realojo en algún otro destino y preparar el traslado, dos tareas complejas y delicadas.

Cuando regresó al interior sintió su inquietud.

—De antemano os advierto que sobre lo decidido no cabe discusión alguna. —Tomó asiento a su lado—. Abandonaréis el refugio en dos semanas y para entonces necesito tener claro a dónde os he de llevar. Tenedlo presente, vendré a por vosotros el veinticuatro de noviembre.

Protestaron. Tenían comprometida una nueva recepción de refugiados para el día diecisiete y otra el veinticuatro. Sin embargo, y a pesar de su insistencia, Anselmo se mostró impasible.

Luther se decidió por Inglaterra. Un país alejado de cualquier influencia alemana y en el que su profesión gozaba de indiscutible prestigio. Pero Zoe dudó qué contestar. La determinación de su compañero de exilio la había dejado desconcertada y triste; no había hecho ni amago de saber qué idea tenía ella, como si diera por sentada su inmediata separación.

Los dos hombres la miraron a la espera de su contestación, y Zoe respondió con lo primero que le vino a la cabeza, dolida por la actitud de Luther.

—¿Todavía estás a tiempo de conseguirme ese pasaje para México?