Capítulo VII

Hotel Plaza Biarritz

Francia

6 de octubre de 1937

VII

El excomisario de Policía de Santander, Manuel Neila, era uno de los nombres marcados en la lista con la que operaba uno de los comandos del nuevo servicio de inteligencia franquista. Pretendían organizar su secuestro en la lujosa villa que el alto exfuncionario poseía en Anglet. El constante latrocinio que había demostrado aquel hombre hacia algunas personalidades de derechas, afincadas en la capital cántabra antes de que fuera tomada por las tropas franquistas, como su brutal comportamiento en general le habían granjeado una sanguinaria fama que no podía quedar impune por el hecho de haber escapado de España.

Aquella era una de las misiones que se estaban discutiendo en la habitación ocho del hotel Plaza donde se había establecido provisionalmente el nuevo responsable del Servicio de Información Militar y Policía, conocido por sus miembros como SIMP.

Tras las masivas detenciones que había practicado la gendarmería francesa a lo largo del mes de septiembre en Bayona, San Juan de Luz y Biarritz, los servicios secretos nacionales habían sufrido un duro golpe. Julián Troncoso había sido encarcelado, y con él cuarenta agentes más, dejando medio desarmada la anterior operativa de inteligencia. Sin embargo, en menos de un mes y bajo la nueva dirección del comandante José Ungría, quien había sido antiguo agregado militar de la Embajada española en París, se había conseguido reorganizar parte de los comandos, reunidos ahora en el hotel para recibir sus órdenes.

Andrés Urgazi estaba escuchando atentamente las nuevas directrices, pero cuando Ungría empezó a hablar sobre unas extrañas coincidencias que se estaban produciendo en torno a la frontera de Huesca con Francia prestó especial atención.

—Desde hace un mes hemos detectado un significativo aumento de boicots en esa región. Nos han incautado un envío de granadas y ametralladoras suecas cuando estaban a punto de atravesar el túnel de Canfranc, se ha volado una fábrica de obuses en Jaca, y uno de nuestros agentes fue secuestrado en Tarbes cuando iba a recoger unos planos de vital importancia. Quien se está adelantando a nuestras acciones es evidente que conoce bien su trabajo. Hemos de localizar a esa unidad enemiga y neutralizarla de inmediato.

Uno de los agentes más veteranos, Ibáñez de Opacua, se postuló para realizar con tres hombres más un barrido desde Aragües del Puerto a Bielsa, vanagloriándose de conocer mejor que nadie la zona.

Andrés, aunque solo estaba parcialmente informado sobre las actividades que desarrollaba su hermana junto al veterinario alemán en aquella región, temió que estuvieran hablando de ellos.

—Me gustaría formar parte de ese comando —intervino, interrumpiendo a Ungría.

—No, Andrés, prefiero que te quedes en Biarritz a la espera de una posible misión. Creemos que en estos días pueden llegar al aeródromo cinco aeroplanos desmontados y embalados bajo encargo del Gobierno rojo. Si se confirma la veracidad de la noticia, necesitaré a alguien que compruebe la naturaleza del cargamento para informar cuanto antes a Burgos y denunciarlo al Gobierno francés.

Lo que menos imaginaba Andrés era que aquella decisión también obedecía a órdenes externas. Porque a los anteriores recelos de Troncoso, que Ungría había empezado a compartir, desde hacía una semana se le habían sumado los de la Abwehr. En una reunión mantenida en aquella misma habitación, el jefe de los servicios secretos alemanes en Francia había descrito a Andrés como objeto de su máxima prioridad, dado que su hermana había participado en el secuestro del bombardero. Tenían la esperanza de que los llevara hasta ella, y posiblemente a su cómplice Luther Krugg. Además de poner sobre la mesa aquella razón, sumaron otra de mayor calado al desvelar el interés que el mismísimo Göring tenía en el caso. Con aquellas premisas Ungría había entendido la urgencia de los servicios secretos alemanes, como también el estrecho seguimiento que pretendían dar a su hombre, a lo que accedió sin rechistar.

Andrés, sin saber que estaba en boca de tanta gente y desconociendo la delicada situación en la que se encontraba, aceptó la misión. Desde ese instante no vio el momento de abandonar el hotel. Temiendo por su hermana. Solo sabía que estaba escondida en algún enclave de los Pirineos en la región de Pau, y que se había prestado a colaborar en alguna labor de espionaje. Necesitaba informar a Anselmo a través de su habitual contacto en la carnicería para que supieran lo que se estaba organizando.

Cuando cerró la puerta de la carnicería, miró a ambos lados de la calle y tan solo vio a una anciana estudiando el escaparate de una librería y a una pareja de jóvenes sentados en un banco, besándose como si no hubiera mañana. Se alejó de ellos despreocupado, sin darse cuenta de que en el mismo momento en que doblaba la esquina con la avenue de Jaulerry los aparentes enamorados se levantaban y, cogidos de la mano, lo seguían sin perderlo de vista.

* * *

A cuatrocientos kilómetros al sur, Oskar Stulz acababa de colgar el teléfono encantado. Desde hacía una semana conocía los movimientos del hermano de Zoe, y tenía la esperanza de que en algún momento lo llevase hasta Luther. A pesar de la durísima amonestación que había recibido por parte de Göring durante una visita ex profeso a principios de septiembre, ahora reconocía la gran ayuda que este le había procurado al ofrecerle a la Abwehr para dar con ellos.

Arrancó la moto, se puso el casco y se dirigió al aeródromo de Gamonal, donde le esperaba su avión y una operación de ataque a las posiciones del ejército popular a las afueras de la ciudad de Huesca. Se proponía realizar un trabajo brillante para compensar su decepcionante fracaso con Luther, y conseguir de una vez por todas la cruz de hierro.

Una hora después se ajustó los cinturones de seguridad del Messerschmitt, activó todos sus dispositivos de vuelo y, mientras esperaba la orden de despegue, se acordó de su mujer y del hijo que esta le había robado. Sacó de su cartera una fotografía en la que estaba con ella en las escaleras de entrada de su casa de Burgos, recién casados, y sintió una mezcla de rabia e impotencia.

Si había hecho bien las cuentas, el niño nacería en enero.

Se imaginó en París, recuperando como fuera al heredero del apellido Stulz, y prometió castigar a su madre como se merecía.

En guerra todo valía, también con una mujer como esa.