Capítulo VII

Paseo del Espolón

Burgos

3 de julio de 1937

VII

A la mañana siguiente de estar con Andrés, Zoe llamaba insistentemente a la puerta de casa de Julia Welczeck preocupada. Hacía dos semanas que no sabía nada de ella, tenía muchas cosas que contarle, y cuando había tratado de coincidir en alguno de los sitios a los que solía acudir a diario, nadie la había visto.

Una empleada del hogar abrió la puerta con gesto preocupado.

—¿Qué le ha pasado a la señora?

Zoe entró decidida.

—Se desmayó mientras hablaba con usted por teléfono. —La invitó a esperar en el salón hasta que el médico terminara de verla—. No sabemos qué le pasa, no quiere salir de su dormitorio y apenas habla.

Zoe preguntó si estaba el señor con ella. La empleada se lo confirmó antes de ofrecerle una taza de café.

—No, no tomaré nada. Pero dígame una cosa, ¿qué más me puede contar?

La mujer, que no tenía demasiadas luces, le explicó que llevaba varios días postrada, con un terrible dolor de cabeza y sin apenas comer.

Zoe se quedó pensando. Lo que acababa de oír no le gustaba demasiado, pero imaginó que se debería a su embarazo.

Al cabo de unos eternos minutos la empleada volvió a entrar para decirle que podía subir. Zoe lo hizo a la carrera, sin guardar ninguna formalidad. Cuando entró en el dormitorio vio a Oskar sentado en el borde del colchón con un gesto desencajado. Las cortinas estaban echadas y no había apenas luz.

—Supongo que tú lo sabías, claro… —Su tono de voz sonó severo.

—¿Sabía el qué? —Zoe besó en la frente a su amiga desde el otro lado de la cama—. Hola, Julia. ¿Cómo te encuentras?

—Bueno… —contestó de forma ahogada.

Oskar se levantó de la cama y la rodeó hasta llegar a donde estaba Zoe.

—¿Qué os ha dicho el médico?

—¿Qué va a decir? Pues que tiene todos los síntomas de una mujer embarazada de más de tres meses, y un marido que al parecer ha de ser el último en saberlo. ¿Te parece normal? —Le rechinaron los dientes, cerró los puños y golpeó el cabecero de la cama furioso.

—¿Por qué no te tranquilizas un poco? —Zoe se envalentonó—. A lo mejor deberías preguntarte por qué no te lo ha querido contar.

Julia intervino para evitar un enfrentamiento.

—Oskar, no me encuentro nada bien. Ya lo ves… Ahora no tengo fuerzas ni para discutir. Ya hablaremos después. ¿Podrías dejarnos un rato a solas?

El hombre refunfuñó, pero salió del dormitorio dando un portazo.

Zoe se sentó a su lado y Julia rompió a llorar desconsolada, empujó las sábanas, se bajó un poco el camisón y dejó al descubierto un importante moratón en uno de sus hombros.

—¿Qué significa eso?

Julia contestó ladeando la cabeza para que viera la herida de su mejilla.

—Sucedió hace dos semanas… Se puso como un loco sin que yo le hiciera nada. Fue horrible…

Zoe explotó llamándolo canalla y un par de imprecaciones más. Luego la recriminó por no haberla avisado.

—¿Has estado tragándotelo tú sola todos estos días? No me lo puedo creer.

—Me sentí tan mal que no quise que nadie me viera. Solo quería estar en la cama, llorando y a solas, tratando de entender por qué me estaba pasando todo esto. No sé qué hacer.

—¿Cómo que no sabes qué hacer? Tienes que abandonarlo, llama a tus padres y que vengan a recogerte. No tienes por qué aguantar esto. Te ayudaré.

Julia se secó las lágrimas con la sábana, suspiró y trató de explicarse.

—No estoy segura de que eso sea lo que quiero. Zoe, ¿sabes qué pasa? Que lo amo, todavía lo amo demasiado para separarme de él. Puede estar pasando por un momento de excesiva tensión, ya sabes, y quizá su trabajo le esté afectando más de lo que es capaz de resistir. Creo que debo darle una oportunidad.

—Te equivocas. Si lo ha hecho una vez, si ha sido capaz de pegarte, puede repetirlo.

—No lo creo. Estoy segura de que volverá a ser el de antes.

Zoe se reconcomió por dentro sin entenderla. Odió a Oskar con todas sus ganas, pero se dio cuenta de que no iba a convencerla.

—Prométeme que me avisarás si vuelve a pasar.

—Tienes mi promesa.

Sobre la mesilla había una carta abierta que Julia recogió para que la leyera.

—Es de Bruni.

—¿De Bruni? Adelántame qué cuenta.

Julia le explicó que había empezado a trabajar en unos laboratorios mejicanos de nombre Biofarma junto a Maruja Roldán, otra de sus compañeras de carrera.

—¿Y se puede saber qué hace Maruja en México? —La última vez que la había visto había sido en casa de los Gordón Ordás el mismo día del alzamiento.

—Por lo visto se casó con Sigfrido en Valencia hace unos meses.

—Me alegro por ella, es una chica estupenda.

En aquella carta, Bruni contaba que Sigfrido la había enviado con sus padres al temer por su seguridad en España, dado que él se había alistado y le tocaba ir al frente en breve. También explicaba que su padre estaba tratando de montar un laboratorio veterinario para acoger a los colegas que huían de la guerra, pero que todavía no lo tenía concretado.

Julia siguió relatando a Zoe algunos de los detalles de la vida diaria de Bruni, lo grande que era Ciudad de México y hasta una descripción de la casa donde vivían, como también un variado surtido de anécdotas sobre sus intentos de integración en los ambientes mejicanos.

—Pregunta muchísimo por ti. —Cerró los párpados agotada.

—¿Qué te pasa? —Zoe le acarició la frente.

—Creo que necesito descansar un poco. No te preocupes por mí, sabré cuidarme. De verdad. Vete ya. Si llegase a necesitarte, ten por seguro que lo sabrás.

Zoe le dio dos afectuosos besos y salió del dormitorio deseando encontrarse con Oskar para dejarle claro lo que pensaba de él, pero la empleada le explicó que había salido.