Café Anglet
Anglet. Francia
25 de junio de 1937
V |
Cuando Andrés empujó la puerta del café, se cumplía el segundo viernes desde que había contactado con el agente republicano Anastasio Blanco. No había podido acudir a su cita antes al haber estado implicado en una tarea de vigilancia encargada por su jefe en el SIFNE.
Pero la casualidad le había llevado a conocer en aquel seguimiento a un nuevo agente inscrito en el bando nacional, Julián Troncoso, responsable de una unidad de inteligencia ajena al SIFNE y dirigida directamente desde Burgos.
El grupo de Troncoso contaba con siete agentes, tenía como sede la comandancia militar del Bidasoa en Irún, y había nacido bajo expreso deseo de Franco para tomar el control de todas las actividades exteriores de espionaje, dejando al margen a los carlistas, los monárquicos y los catalanes del SIFNE.
Andrés Urgazi y Julián Troncoso se conocieron al chocar sus coches mientras perseguían a uno de los agentes franceses vigilados. Tras un tenso reconocimiento que a punto estuvo de acabar a tiros, entendieron que ambos operaban para el mismo bando. A partir de ese momento decidieron repartirse el trabajo, y fueron tan buenos los resultados de su acuerdo que optaron por continuar colaborando en otras misiones, siempre con el beneplácito del SIFNE.
Aunque entre las dos unidades de espionaje existían ciertas reticencias, el jefe de Andrés había aceptado aquella colaboración como una buena oportunidad para conocer los movimientos del grupo dependiente de Burgos y poder coordinarse con ellos en la medida de lo posible.
Bajo ese criterio y tan solo dos semanas después del primer contacto, Andrés acababa de ser informado de que en breve iba a compartir una compleja misión con Troncoso, aunque no había obtenido muchos más detalles.
Sin embargo, en medio de aquel complejo baile entre diferentes cuerpos de información, la entrevista a la que iba a acudir aquella tarde en el café Anglet era bastante más importante para él que cualquier otra. Porque esperaba dejar fijadas sus relaciones con el Gobierno republicano como también el modo de hacerles llegar su información, evitando exponerse demasiado ante sus actuales compañeros del SIFNE.
Dentro del café, en la mesa más apartada localizó a Anastasio Blanco. Pero no estaba solo. Lo acompañaba un hombre. Andrés, como no esperaba más compañía que la de Blanco, tras unos dubitativos segundos se dio media vuelta y buscó la salida. Pero antes de alcanzarla sintió una mano sobre su hombro.
—¡Tranquilo, Urgazi! Se trata de un amigo que te quiere conocer.
Se quedó parado, miró de nuevo al otro personaje y decidió confiar en lo que el agente le decía. Cuando llegaron a la mesa donde estaban tomando café, el extraño se presentó sin levantar demasiado la voz.
—Mi nombre es Anselmo Carretero, y antes de nada quiero agradecerte mucho que hayas venido. Valoramos los enormes riesgos que estás asumiendo en defensa de los intereses de nuestro gobierno. —Le estrechó la mano—. De todos modos, desde el primer momento que oí hablar de ti supe quién eras. Porque tú tienes una hermana que se llama Zoe, ¿verdad?
—Sí, es cierto. Es mi hermana. Pero ¿podría saber de qué la conoces?
Anselmo le explicó que era cuñado de una de las mejores amigas de Zoe, de Brunilda Gordón, lo que significó que Andrés terminara de centrar las referencias que tenía de él.
—Cuando Anastasio me explicó cómo te presentaste en su casa, pregunté por ti en el Ministerio de Estado y también en el de Guerra sin obtener inicialmente ningún dato. Como me extrañó que nadie te conociera, y la información que nos dabas parecía bastante verídica, fui ascendiendo de interlocutores hasta llegar a Largo Caballero, viejo conocido mío, quien para mi sorpresa sí sabía quién eras. —Dejó la taza de café sobre la mesa—. En solo unos minutos te explicaré por qué estoy aquí y en qué trabajo. Pero entiendo que deberías saber primero que el último contacto del malogrado coronel Molina, cuando pasabais la información más delicada del protectorado de Marruecos, era precisamente Largo Caballero.
Andrés escuchaba con absoluta atención cada una de sus revelaciones, pero sin dejar de mirar a su alrededor. Anselmo lo notó y de inmediato trató de tranquilizarlo.
—Tenemos a dos agentes en el exterior del café que conocen perfectamente a los tuyos. Si alguno se acercara lo sabremos al instante y podrás huir por la puerta trasera.
—Gracias. —El buen proceder que seguían le tranquilizó.
Anselmo empezó a explicar qué responsabilidades tenía.
—Desde el pasado mes de marzo dirijo el Servicio de Información Diplomática y Especial, encargado de coordinar todas las actividades secretas del Gobierno en el exterior. Entre todos los países, Francia es sin duda el que acapara un mayor interés, porque concentra el setenta por ciento de las actividades secretas relacionadas con la guerra. Por ese motivo, tu aparición nos viene rematadamente bien en este momento.
—Queremos que nos expliques quién sostiene hoy al SIFNE, sus agentes, los sistemas de comunicación que emplea y qué misiones tienen en cartera. Y otra cosa; hay un agente que nos preocupa en especial, y me refiero a Julián Troncoso y su Legión Negra. Está siendo muy eficaz boicoteando en ciertos puertos franceses algunos mercantes que deberían proveer de armas y otros suministros a nuestro ejército —apuntó Blanco—. ¿Sabes algo de él?
Andrés confesó su reciente relación.
—Es probable que pueda ampliaros en breve los pocos datos que tengo sobre Troncoso debido a que trabajaremos juntos en una próxima misión.
—Conocerlo desde dentro sería lo ideal —exclamó Anselmo—. ¿Puedes adelantarnos en qué consistirá?
—Aún no. Pero pronto lo sabré.
—Como ves, esperamos mucho de ti, Urgazi, pero imagino que deberíamos hablar sobre cosas más prácticas, como por ejemplo el modo en que nos comunicaremos de ahora en adelante. Lo he pensado mucho, y se me ha ocurrido una forma bastante sencilla. Como me dijiste que vivías en Biarritz —continuó Blanco—, sugiero que cambies de carnicería a una que se encuentra detrás del Ayuntamiento que se llama Le Poulette d’Or. Pierre, su propietario, colabora con nosotros y será quien desde hoy quede encargado de recibir y transmitir los mensajes.
Después del beneplácito de Andrés, Anselmo continuó.
—Hemos de cuidar que tus actuales jefes no sospechen de ti. Para nosotros acceder a la información que manejan es mucho más importante que tu involucración directa en cualquier acción ofensiva.
Andrés agradeció su prudencia, y vio llegado el momento de contarles todo lo que sabía: nombre y dirección de los espías del SIFNE, cómo estaba estructurada la organización directiva y su financiación, y qué últimas informaciones importantes estaban manejando. Como noticia urgente, reveló la existencia de un plan para ejecutar en menos de una semana a dos agentes republicanos en Burdeos. Y para terminar les facilitó los nombres de cinco individuos alemanes con los que su servicio de espionaje colaboraba estrechamente.
Blanco tomó nota de todo y quedó en espera de que Andrés le diera la fecha exacta del ataque a Burdeos en cuanto la supiera, sintiéndose enormemente aliviado. Anselmo Carretero, urgido por Blanco a no prolongar la conversación por mucho más tiempo debido a motivos de seguridad, mientras pagaba los cafés preguntó a Andrés por su hermana.
—He tenido noticias suyas tan solo hace tres días, pero han sido de forma indirecta. Sé que está bien, y que vive en Burgos. Desconozco qué ha podido llevarla hasta allí, porque lo supe a través de un alto cargo de Franco con el que se entrevistó para pedir información sobre mí. De todos modos, en cuanto pueda, iré a verla.
—Me alegra muchísimo saber que está a salvo aunque sea en zona enemiga. Pude charlar con ella en varias ocasiones y es una mujer que vale mucho. Me gustaría estar al corriente de lo que vayas sabiendo de ella. Y si llegaras a verla pronto, salúdala de mi parte, me siento en deuda.
—¿Se puede saber por qué?
—Antes de estallar la guerra me pidió que intercediera por vuestro padre a través de alguno de mis contactos, pero me fue imposible. Y como solo pude confirmar su enfermedad terminal, me quedé con la sensación de no haber hecho lo suficiente.
Andrés había realizado sus propias gestiones desde Francia interesándose por su padre y las noticias no podían ser peores. Su estado era tan crítico que esperaba que cualquier día lo llamaran desde Salamanca para anunciarle el final. Lo comentó con Anselmo antes de despedirse.
—Soy consciente de lo que vas a hacer por nosotros. Moverse entre dos unidades de espionaje tiene un alto riesgo personal, pero confío plenamente en tu capacidad y solo me cabe desearte suerte. Trabajarás con Anastasio de forma regular, pero me tendrás siempre que lo necesites. Aunque vivo en Valencia vendré a menudo. Y ten la seguridad de que, si un día te ves en serio peligro, organizaremos tu evacuación de forma inmediata.
Mientras los veía irse, Andrés decidió quedarse cinco minutos más hasta que se hubieran alejado lo suficiente del café. En su cabeza flotaban las consecuencias de su decisión, y en la de Anselmo la excelente impresión que él le había causado. De camino a Hendaya lo comentó con Anastasio Blanco, antes de reunirse con su grupo de agentes, con quienes iban a compartir los objetivos de trabajo para los próximos meses.
La tarea de Anselmo Carretero al frente del servicio de espionaje exterior republicano no estaba siendo sencilla. La eficacia de su trabajo había dependido hasta el momento de dos factores fundamentales: la implicación de las embajadas y cuerpos consulares, y el dinero. Pero como en ninguno de los dos casos había conseguido la respuesta esperada, estaba ensayando una tercera vía: montar equipos de agentes bien organizados en diferentes puntos estratégicos, y que fueran dependientes de él.
En realidad su viaje a Francia había tenido como principal misión la de coordinar con Anastasio Blanco la organización de esos nuevos grupos. De hecho, antes de la entrevista en el café Anglet, se habían reunido los dos para decidir las tres principales tareas que les iban a encomendar: reforzar la vigilancia de fronteras con un total de veinte localidades controladas, desde Hendaya a Canfranc; mejorar la información para contrarrestar los sabotajes del SIFNE y facilitar así el tránsito de los mercantes con España, y dejar montada una unidad de contraespionaje con el firme apoyo de Andrés.
—Veo nuevos y mejores tiempos gracias a Urgazi —apuntó Anastasio, antes de detener el coche frente a la agencia de viajes en Hendaya que usaban como coartada.
—Estoy de acuerdo, pero hemos de cuidar mucho las misiones que le encomendemos; es demasiado importante para nuestros intereses.
Anselmo empezaba a vislumbrar los primeros resultados a tanto esfuerzo.
Los necesitaba él, pero también los necesitaba su media España.