Tetuán
Protectorado español de Marruecos
20 de julio de 1936
II |
Andrés Urgazi, recién llegado de Madrid, tomó asiento sobre unos almohadones al lado de su nuevo superior, Carlos Pozuelo, quien junto a otros veinte hombres escuchaba con atención la relación de ciudades que hasta el momento habían declarado el estado de guerra. El análisis de la situación estaba siendo dirigido por el teniente coronel Yagüe, y tenía como público a una gruesa representación de los agentes de información que trabajaban en su bando desde hacía meses. En el ambiente se mascaba una evidente sensación de excitación, pero también de inquietud.
—Ya están de nuestro lado Pamplona, Valladolid, Burgos, Soria, Salamanca, Zaragoza, Gerona, Lérida, Ávila, Segovia, Huesca, toda Galicia y Baleares, y en Andalucía, Sevilla y Cádiz. Nuestros objetivos se están alcanzando casi como se esperaba —les expuso Yagüe.
—¡Mi teniente coronel, tenemos contestación del Gobierno! —Carlos Pozuelo reclamó su atención blandiendo un sobre oficial que acababa de recibir de manos de Andrés. Se levantó para dárselo en mano—. El teniente Urgazi lo recibió ayer y ha volado de madrugada para que lo tuviéramos a primera hora. Al parecer, desde Madrid nos urgen a que lo estudiemos.
El sobre estaba lacrado. Yagüe lo abrió y se entretuvo unos minutos en leerlo. Al terminar ordenó que fuera transmitido por cable a los generales Sanjurjo, Mola y Franco.
—Esperaremos a ver qué dicen, pero me temo que ya no hay vuelta atrás. La oferta que nos hace el Gobierno es generosa, pero lo tenían que haber hecho mucho antes. Desde Pamplona el general Mola ha puesto en marcha tres columnas motorizadas hacia Madrid, y Burgos y Valladolid están participando con otras dos. Por el contrario, en Barcelona el alzamiento ha fracasado, y en Valencia y Bilbao también, lo que va a retrasar nuestra victoria final. En cuanto caiga Madrid, las demás lo harán también. Ahora no estamos para inútiles parloteos con los políticos, necesitamos aviones para transportar nuestras tropas a la península, porque en barco lo tenemos difícil. Desde hace unos días, el Estrecho está siendo fuertemente vigilado por varios buques de la Armada que aparecieron poco antes de nuestro levantamiento. No sabemos quién los pudo avisar, pero juro que si un día lo averiguo lo mataré con mis propias manos.
Andrés, sentado en el salón árabe del cuartel de Regulares junto al resto de agentes, y a la espera de nuevas órdenes, escuchaba las explicaciones de quien se había hecho cargo del mando de la Legión tras el fusilamiento del coronel Molina, noticia que le había espantado e intranquilizado profundamente. Aparte del aprecio personal, la falta de aquel hombre iba a complicar muchísimo su situación. El coronel había sido su único contacto dentro de aquella red de contraespionaje; a él le pasaba las informaciones que obtenía, y solo de él recibía las órdenes pertinentes. Al hilo de las sospechas de Yagüe, imaginó que el informe que le había hecho llegar tras su aventurada incursión nocturna en aquel cañonero había influido en las decisiones de la Armada, que de repente había mandado al Estrecho a sus mejores destructores.
Apenas había tenido tiempo de conocer los motivos del fusilamiento de Molina, solo lo que le había contado Carlos Pozuelo minutos antes de entrar a aquella reunión. Según sus palabras, su muerte estaba justificada por la inquietud que suscitaba su conocida posición política, pero sobre todo por la dubitativa posición que había adoptado ante el levantamiento, el día más crítico entre todos, el dieciocho.
Un ayudante de Yagüe entró en la sala sin miedo de importunar.
—Mi teniente coronel, el agregado militar de Italia señor Luccardi, al teléfono; le hemos pasado la llamada a su oficina. Dice que es muy urgente.
El teniente coronel pidió que lo esperaran, dado que aún tenían que explicar sus nuevas responsabilidades y misiones. Una vez en su despacho y a puerta cerrada, descolgó el teléfono al responsable de los servicios secretos italianos en Tánger.
—Amigo Giuseppe, Yagüe al aparato.
—Juan, lamento tener que anunciártelo, pero el envío de los aviones que nos pedisteis se va a tener que retrasar.
—¿Cómo dices? —explotó en tono furioso—. ¿Qué significa eso? Se nos había asegurado que… ¿Hablamos de horas o de días?
—Espero que solo sean días. Nuestro Duce ha estado recabando información en Inglaterra y Francia a través de nuestros agentes especiales para conocer la posición que adoptarán sus gobiernos en respuesta a vuestro alzamiento, y como parece que no está encontrando una postura clara y unánime, prefiere no adelantarse. Lo terminará haciendo, no lo dudes, pero de momento prefiere esperar unos días más.
—No podemos esperar unos días más. Nos jugamos el éxito en las próximas horas. Si no actuamos ahora con la debida contundencia, nos arriesgamos a un fracaso. Han de saber lo importante que es nuestro pedido; necesitamos esos aviones. Por favor, transmítelo a tus superiores de Roma.
—Lo haré, pero no esperes mucho. Te recomiendo ir pensando en alguna solución alternativa, aunque sea transitoria.
—De todos modos, mantenme informado, por favor.
Yagüe dio por terminada la conversación indignado. No había querido contarle que ya se había puesto en marcha otra vía de trabajo. Dada la amistad que tanto él como el general Franco tenían con el empresario nazi Johannes Bernhardt, habían decidido trasladarlo a Alemania en compañía del responsable de la aviación sublevada, Francisco Arranz, y de un tercer empresario, Adolf Langenheim, este último con excelentes contactos en la cúpula del partido. Los tres iban a solicitar una entrevista personal con Hitler. Esperaban hacerlo aprovechando la llegada de un vuelo de correos de la Lufthansa a Tetuán el día veintitrés. Su principal objetivo sería explicar de primera mano al Führer cuáles eran los planes del alzamiento y cuáles los beneficios que obtendría si los apoyaba, solicitándole inicialmente solo diez aviones de transporte y algún cazabombardero. Se había ideado esta solución dado que las primeras peticiones cursadas al Ministerio de Guerra alemán en ese mismo sentido no habían dado ningún fruto. La alta diplomacia germánica estaba tomando la misma posición que el resto de gobiernos europeos: evitar alinearse con uno de los bandos, a la espera de más información. Con esa postura no se estaba atendiendo a las recomendaciones que había hecho el propio contralmirante Canaris, como responsable de los servicios secretos alemanes, para que Alemania apoyara sin fisuras a los militares que se habían rebelado contra el Gobierno.
El teniente coronel, nada más colgar el teléfono, dio orden a su ayudante de que informara al resto de generales sobre la indecisión del máximo dirigente italiano. Su despacho estaba situado en el torreón norte del poderoso cuartel de Regulares que tenía la ciudad. Desde su amplio ventanal divisó el palacio del Alto Comisionado, donde en esos momentos despachaba el general Franco como nuevo jefe militar de los ejércitos de África. Deseó que sus gestiones con Alemania fueran fructíferas para que, de una vez por todas, sus legionarios iniciaran la conquista de la Península.
Le pasaron un cable urgente.
Al volver al salón árabe encontró a los agentes del servicio secreto en animada conversación. Su gesto desolado no pasó desapercibido a ninguno de ellos. Se instaló un inmediato silencio. Con voz temblorosa les leyó la información que acababa de recibir.
—Señores, he de transmitirles una terrible noticia… El general Sanjurjo, primera cabeza de nuestra acción armada, acaba de tener un accidente en el avión que lo llevaba desde Lisboa a España para empezar a dirigir las acciones armadas. Que Dios lo tenga a su lado. —Miró a todos con solemnidad—. Supongo que en pocas horas sabremos quién lo relevará, pero mientras eso ocurra, aparte de pedir sus oraciones por el alma del fallecido, les ruego que vayan tomando conciencia de la máxima importancia que tienen los trabajos que les vamos a encomendar. En estos momentos, y más que nunca, necesitamos conocer los planes de nuestro enemigo antes de que pueda ponerlos en marcha. Hemos de neutralizar sin ninguna demora a los agentes que se han quedado sirviendo en el otro bando, y soy consciente de que muchos son amigos. Necesitamos manejar con absoluta eficacia el abultado flujo de informaciones que en estos momentos se está produciendo entre las legaciones diplomáticas de los diferentes países con sede en Tánger, así como las respuestas que estas puedan empezar a mandar al Gobierno de la República o entre ellas mismas. Hemos de conocer qué piensan hacer, cómo ven nuestra causa y qué pasos pretenden dar, para sacar una ventajosa posición cuando nos sentemos a conversar con ellos. Así mismo, tendremos que bloquear cualquier entrega de armamento desde los gobiernos que parecen mostrar una mayor afinidad con el de la República, y evitar a toda costa la financiación de nuestro adversario. —Hizo una larga pausa, se echó las manos a la espalda y recorrió el perímetro de la sala mirándolos uno a uno—. Señores míos, los necesitamos. Queremos que sean ustedes los que se encarguen de cubrir esas misiones. Están escuchando no solo la voz de un superior, sino la de la misma España que está pidiendo a sus mejores hijos que lo den todo por ella. Desde hoy, han de servir a la patria desde su valentía, armados con su propia perspicacia e intuición, y henchidos de fervor guerrero. Pero protéjanse bien. No nos podemos permitir ninguna baja entre ustedes.
—¿Seguiremos en el protectorado o pasaremos a la Península, mi teniente coronel? —preguntó uno.
—La mayoría seréis enviados a la Península, a nuevos destinos que en breve se os darán a conocer; algunos hoy mismo. Durante los próximos días, a medida que se vayan resolviendo de una forma u otra los diferentes frentes de guerra que permanecen abiertos, repartiremos las misiones. —Se dirigió a los cuatro tenientes del grupo—. Ustedes permanezcan sentados; serán los primeros en conocerlas. Los demás pueden irse. ¡Arriba España!
Todos los presentes corearon el mismo lema.
Andrés se acercó hasta el centro de la sala donde estaban los otros tres oficiales de su mismo rango comentando entre ellos la muerte de Sanjurjo. Algunos dudaron que hubiese sido un accidente.
Mientras el resto de los agentes abandonaban la sala, el teniente coronel Yagüe llamó a Carlos Pozuelo. Quería asegurarse de la idoneidad del teniente Urgazi para la misión que le quería encargar.
—No lo dude; es el idóneo. Su trabajo en la SSE ha sido en todo momento impecable. El teniente Urgazi se ha sabido mover con enorme eficacia en todas las misiones que le hemos encomendado, teniendo que resolver situaciones francamente complejas. En su favor ha de contar la convicción y templanza que ha demostrado para manejar como lo ha hecho, y con éxito, los difíciles pasos que le llevaron a tomar partido por nosotros. Pero sumado a lo anterior, he de decir que es un hombre que siempre ha trabajado con eficacia y un alto grado de autonomía. Y encima sabe francés.
—Parece el más adecuado, sí. La solicitud viene desde San Juan de Luz y la ha hecho alguien que se ha significado mucho en nuestro levantamiento: el conde de los Andes. Nos pide al mejor hombre que tengamos, alguien con una buena capacidad organizativa, que conozca bien todas las técnicas de espionaje, templado e inteligente, acostumbrado al peligro, y sobre todo leal y valiente. No sé si será mucho para tu candidato.
—Háblelo con él directamente y juzgue —lo animó Carlos.
El teniente coronel Yagüe desdobló el escrito del conde de los Andes, don Francisco Moreno Zulueta, e hizo llamar a Andrés.
—Mi teniente coronel, estoy ansioso de escuchar sus noticias.
—Eso está bien, muchacho. Tengo entendido que habla bien francés.
—Sí, señor, mi madre era francesa y desde bien pequeño me habló en su lengua.
—Aunque no de forma inmediata, quizá le mandemos a San Juan de Luz. ¿Conoce la ciudad?
—Todo lo bien que se puede conocer el lugar donde pasé tres vacaciones durante mi infancia.
—Mejor, mejor… Su conocimiento de la lengua y del terreno sin duda le pueden ser muy útiles para el encargo que le pensamos dar, aparte de sus habilidades como agente de información que, según me cuentan, ha demostrado con gran excelencia hasta el momento. Le explico.
Yagüe empezó a contar que bastante antes del mes de julio, entre San Juan de Luz y Biarritz, se habían establecido tres unidades de información en favor del derrocamiento del Gobierno de la República. La primera la formaba un grupo de aristócratas leales al rey Alfonso XIII, que de toda la vida veraneaban en el sudoeste francés. Otra estaba integrada por un clan de carlistas navarros, y la tercera dirigida por los catalanes de la Lliga Regionalista; todos ellos huidos de España meses antes del alzamiento, ante los estertores de muerte de la República y las amenazas que estaban sufriendo personalmente desde el poder.
—Como primer objetivo, cada grupo a su manera se dedicó a buscar la financiación necesaria para asegurar la viabilidad de nuestro proyecto. Pero ahora, una vez que se ha desencadenado todo, quieren invertir sus esfuerzos y recursos en otras actividades de índole secreta. Sin duda un loable objetivo, porque en una guerra se ha de combatir desde muchos frentes y no solo el armado. Y en cuanto a usted, se le ofrece la oportunidad de unirse a esas actividades, de las que poco más le puedo contar. Cabe decir que no sería algo inmediato, pero que les urge. Si acepta, tanto ellos como nosotros somos conscientes de que a sus actuales cualidades hemos de sumar un entrenamiento más específico en África. —Recogió la carta manuscrita por el conde de los Andes y se la pasó para que la leyera. Le dejó unos minutos.
—El trabajo me parece francamente interesante.
Desde su doble condición de espía y a la vista de un escenario con tantas posibilidades, el plan le pareció perfecto. Con solo imaginar la enorme cantidad de información a la que iba a acceder, hasta los riesgos personales que iba a correr le parecieron de menor importancia.
—¿En qué consistiría esa formación?
—Queremos enseñarle a usar cualquier tipo de explosivos y a manejarse bien con la radiotelegrafía. Conocerá los últimos métodos para encriptar mensajes y también los de camuflaje, y las mejores técnicas de seguimiento. Son solo algunos ejemplos que se me ocurren. Superada esa fase, lo mandaríamos a Francia. ¿Qué le parece?
—Estoy deseando empezar con esa formación, señor.
—Así se habla, muchacho. —Le palmeó en el hombro, satisfecho por su elección—. Le deseo un rápido entrenamiento y sobre todo un exitoso destino, que en su caso le recordará viejos tiempos.
—Seguro que así será. Gracias.
Ya se estaba dando la vuelta cuando le asaltó una duda.
—Perdóneme una última pregunta. Y esa formación específica que he de recibir, ¿dónde se me dará?
El teniente coronel Yagüe se disculpó por no haberle facilitado aquel dato.
—Contamos con una base secreta que muy pocos conocen. Está entre la ladera sur de la cordillera del Riff y el desierto. En un paraje tan aislado que la población más próxima está a algo más de setenta kilómetros. Constituye el lugar idóneo para el tipo de preparación que usted necesita. Es discreto, cuenta con excelentes entrenadores y una estricta disciplina interna que ayuda a conseguir en el menor tiempo posible la formación deseada.
—¿Cuándo he de salir para aquella base?
—Esta misma noche. Sin el sol se viaja mucho mejor por aquellas calurosas tierras.