Capítulo XI

Desierto de Erg Chebbi

Protectorado español de Marruecos

1 de mayo de 1936

XI

A Valeria le sobraba toda la ropa.

El intenso calor que surgía desde la misma arena, en aquellas interminables dunas que subían y bajaban, no solo le quemaba los pies, sino que estaba consiguiendo que hasta se le olvidara su habitual ardor por Andrés, con quien había acudido hasta los confines de Marruecos.

Menos mal, pensó, que su acompañante tenía licencia para pilotar, y que había alquilado un biplano de dos plazas para cubrir la distancia que los separaba de Tánger. De no ser por eso, les hubiese costado más de diez horas de coche y habrían consumido casi todo el tiempo de que disponían sin haber podido poner en práctica sus sueños más secretos.

Valeria, agobiada por la elevadísima temperatura, intensificó el movimiento de su abanico y se desabrochó otro botón de la blusa.

—¿Dónde ti ha detto la guía che trovaríamos il oasis e la jaima?

Andrés miró la brújula y resopló asfixiado.

—Tiene que faltarnos muy poco. Según sus indicaciones, debemos de estar a menos de diez minutos y en la dirección correcta.

La mujer se apiadó de él. Además de sufrir la infernal temperatura y el agotador caminar, sintiendo cómo se les hundían los pies en la arena, su amante había tenido que cargar con la pesada bolsa en la que había metido lo necesario para hacerle pasar una noche inolvidable. Caminaban con la cabeza baja y un idéntico panorama bajo sus pies: arena y más arena. Un monótono paisaje que solo variaba según desde qué ángulo se mirara, fuera hacia arriba de una duna o hacia abajo.

A escasos metros de alcanzar la cumbre más elevada desde la cual esperaban ver el oasis, Valeria sintió que le faltaba el aliento y le sobraba sol. Miró la hora en su reloj. Como faltaba poco para anochecer y les habían recomendado evitar el frío nocturno, aceleró el paso, rasgándose la falda para evitar su estrechez.

—¡Mira! ¡Ahí está! —exclamó Andrés. Dejó caer sus bultos y suspiró con gusto.

Valeria observó una mancha verde a menos de un kilómetro de donde se encontraban. Jadeando por el esfuerzo del último repecho, se agarró de su brazo, recuperó el aliento y disfrutó del hermosísimo lugar en el que estaban. Un mar de olas naranjas se extendía desde ellos hasta el infinito, bañado por un tenue sol que empezaba a ser digerido por el horizonte arenoso.

E un lugar molto maravilloso. —Apoyó la cabeza sobre su hombro, afectada por el imponente silencio que se respiraba en aquel escenario, tan carente de vida como rico en sensaciones.

Andrés la besó en los labios y ella se dejó hacer, sintiendo una placentera presión sobre su cintura.

—¿Estás cansada? ¿Va todo bien?

Non sono cansada, sono deseosa di te.

El oasis de Shertad no era tan pequeño como desde lejos les había parecido, sin embargo, tampoco tardaron tanto en recorrer sus tres zonas bien diferenciadas: un pequeño cañón de paredes calizas que terminaba en un modesto pero insólito salto de agua; el palmeral, sembrado de dátiles y sombras; y en medio de un llano, una jaima preparada con todos los lujos posibles.

Andrés dejó la bolsa de Valeria dentro de la tienda, se retiró de la cabeza el pañuelo con el que se había protegido del sol, y después de sacudirse la arena de la ropa, tomó su primera decisión al localizar la botella de vino que había encargado. Ella se había puesto a recorrer el interior de la jaima observando cada detalle. Le maravillaron las sedas que colgaban de sus paredes y el precioso juego de té en plata repujada dispuesto sobre una repisa; o los incensarios colgados a diferentes alturas del techo. En uno de sus rincones descubrió una docena de frasquitos perfumeros embellecidos en plata, con las formas más variadas, que contenían los más seductores aromas. Sus pies caminaban sobre un suave y mullido suelo de alfombras y su mirada se iba llenando de sensualidad. Se imaginó como una princesa de leyenda, una Sherezade en compañía de un hombre que, cada vez que la amaba, le hacía sentir placeres que nunca había alcanzado antes.

Tutto è perfetto.

—A tu lado, todo es perfecto.

Él la cogió de la mano, agarró la botella y las copas con la otra, y salieron de la tienda para dirigirse al rincón más sensual de todos los que el oasis ofrecía.

La fresca y fina lluvia se dejaba caer desde la roca, y el privilegio de saberse solos fue suficiente motivo para recibirla desnudos. Allí probaron el vino y la humedad de sus bocas. Allí se dejaron embriagar del único sonido que se escuchaba: las gotas que caían desde sus cuerpos a la piedra después de apenas haber conseguido templar su ardor. Y allí se recorrieron y se fundieron como nunca lo habían hecho antes, con un cielo brillante de estrellas y un soplo de viento seco.

Terminaron la botella de vino dentro de la tienda, después de que Valeria, con un divertido aire de misterio, le pidiera quince minutos a solas para poder arreglarse. A cambio le dio el sobre con la información que había conseguido. Él abandonó la tienda para abrirlo con ansiedad.

A la luz de un candil, nada más empezar a leer el contenido del escrito que estaba sellado como alto secreto, se le cortó la respiración. En él se listaban los agentes republicanos del SSE, o sea, sus propios compañeros, que estaban colaborando con los servicios secretos italianos. Leyó sus nombres uno a uno, sin terminar de creérselo, y contó más de doce; casi todos. Sin duda alguna, aquella era la información más delicada que había caído en sus manos desde que estaba trabajando en tareas de espionaje. Dentro del sobre había otros tres informes, aunque comparados con el primero apenas tenían importancia. Recogían datos sobre los seguimientos a un militar de alta graduación y reconocida lealtad republicana, y a otros dos empresarios de dudosa reputación. Y el tercero daba constancia de la llegada de un nuevo agente ruso.

Volvió a releer el de mayor trascendencia muy impresionado. De ser cierto, casi todo el servicio secreto español del norte de África estaba colaborando con un país extranjero de corte fascista.

Se sintió mareado. Guardó el documento en el sobre, suspiró largamente y se puso a pensar. Coincidiendo con el ocaso del sol que hacía temblar el perfil de las dunas, lo primero que le vino a la cabeza fue preguntarse cómo podía manejar aquella noticia. De la información que hasta ese momento había conseguido, incluido el correo de Luccardi a Roma que Valeria le había pasado en Xauen, todo hacía pensar que una importante parte del ejército estaba fraguando una contundente respuesta contra el Gobierno republicano. Molina lo sabía, y muchos de sus superiores también. Sin embargo, el informe que tenía en sus manos añadía un factor de excepcional importancia al quedar implicado un país extranjero.

Dudó qué hacer.

La SSE sabía quién era Valeria y cuán especiales las relaciones que mantenía con ella, considerando a la mujer como la mejor fuente de información de que disponía la unidad. Hasta entonces, él había estado pasando a la SSE lo que averiguaba de la italiana, dejándose alguna parte para exclusivo conocimiento de Molina. Pero si ahora no entregaba a su actual jefe lo que acababa de recibir y se lo pasaba solo a su coronel, la reacción lógica de Molina sería detener a los agentes desleales, y la de sus actuales compañeros sospechar inmediatamente de él, desvelándose así su doble condición de espía. Aquella era una situación francamente complicada.

Estuvo pensando qué opciones tenía durante un buen rato, hasta que encontró una interesante solución. Pasaría el documento con la lista de los agentes a ambas partes. Con ese gesto se ganaría la confianza de los traidores de la SSE, a los que convencería después de la veracidad de su compromiso, para integrarse en su estrategia y obtener más y mejor información de ellos. Y a Molina, además de hacerlo cómplice de su táctica, le pediría que no desbaratara todavía al grupo, para poder llegar a conocer quiénes inspiraban desde la sombra aquella revolución del espionaje republicano. Trataría de hacerle ver que, estando dentro de la trama, podía conseguir mucho más que cargándosela de un plumazo.

Cerró el sobre preocupado y suspiró intentando relajarse. Aunque hubiese dado con una salida al grave problema, era consciente de que el mínimo error o una mala decisión le podía costar la vida.

—¡Mio amore, vieni a me!

Ni la llamada de Valeria ni su espectacular y seductora pose fueron suficientes motivos para sobreponerse a lo que acababa de conocer. Ella, bajo una serie de vaporosos velos, dejaba adivinar buena parte de su espléndido cuerpo deseando que él lo tomara entre sus brazos. Había colgado de sus pantorrillas y muñecas unos cascabeles que hizo tintinear al compás de sus pasos, atrayéndolo hacia ella con una mirada felina. Sus ojos, remarcados de oscuro, le daban un aire de misterio.

Questa noche, hazme la tua esclava… Fai lo che quieras di me —le susurró al oído, bailando a su alrededor una danza oriental—. ¡Hazme l’amore! —le rogó, después de haberle rozado sutilmente los labios con los suyos.

Andrés sufría una congoja que lo tenía medio ahogado. No podía explicarse que Valeria no diera importancia al informe. A pesar de todo buscó su cuello para cubrirlo de besos, pero lo hizo sin demasiada pasión.

—¿Che cosa sucede? —Ella encontró una oscura sombra de inquietud en su mirada.

—Lo siento, es por lo que acabo de leer.

Comprendió su inquietud, pero en esos momentos su cuerpo no le pedía charlar. Trató de provocarlo mordisqueando sin prisa una de sus orejas, lo que siempre le había funcionado. Pero ni con ello obtuvo la menor respuesta positiva. Se recogió la melena, serenó sus sentidos como buenamente pudo y le pidió que se explicase.

—Te lo resumo en solo cuatro palabras: estoy sorprendido, desconcertado, incómodo y, por qué no confesarlo, bastante preocupado. —Se rascó la barbilla y buscó alguna reacción en el gesto de Valeria, en un intento de situar su posición.

Ella se dio cuenta y prefirió ir al grano para no demorar lo que en realidad deseaba. Confesó su dependencia física hacia él y su firme voluntad de evitar cualquier cosa que pudiera ponerla en peligro. La política le daba igual, le importaba él. Y desde su interesado criterio ya había filtrado las dos posibilidades que se le ofrecían dada la situación, decidiéndose con claridad por una.

—Únete al tuo compañeros. Non denuncies.

Él preguntó por qué le recomendaba esa opción.

Penso che nessuno mi ha amato come tu. E para tenerte piu cerca di me io preferisco que ti sumes alla lista

Para ella no había mejor solución. Lo besó en los labios con necesidad, y después confesó algo verdaderamente sorprendente. En su particular mezcolanza de ambos idiomas, contó que había descubierto pocos días antes que su esposo ejercía de enlace entre los dos servicios de información, entre el italiano y el de los agentes de la SSE afines. Y que nada más saberlo, lo había imaginado colaborando con su marido y, por tanto, entrando en su casa con más facilidad. Su feliz razonamiento pasaba por soñar con la posibilidad de amarse en su propio dormitorio, lo que la excitaba especialmente.

—Me gusta la idea —respondió Andrés, interesado sobre todo en la oportunidad de conocer a su marido, quizá una de las primeras piezas a investigar en el complejo entramado que acababa de conocer.

Cansada de una conversación que daba ya por agotada, Valeria decidió actuar.

Se levantó dos de los velos para que Andrés recibiera la imagen de su aterciopelada piel desnuda, agitó las caderas a escasos centímetros de su rostro y lo rodeó seduciéndolo con su melena y su perfume. Él olvidó de inmediato todo y volvió a mirarla con la necesidad de exprimir a esa mujer entre sus dedos, como si la oscura tormenta en la que acababa de verse inmerso, cargada de riesgos y dudas, se hubiera despejado de golpe y solo viera un cielo abierto y brillante, y a ella como único destino.

Valeria lo notó en su mirada. Se sentó encima de sus piernas, tomó posición a menos de un centímetro de su cuerpo, y dejó que los últimos tres velos, que apenas ya la cubrían, se evaporaran.

Y entonces se arropó entre sus brazos antes de pedirle que la amara.

Voglio ser la tua espía per sempre.