Fortunate Fields
Vevey. Suiza
5 de agosto de 1935
I |
Al abrir la ventana de su habitación, Zoe respiró el aire fresco procedente de los Alpes hinchándose los pulmones de aromas a verano. Ya se había vestido y aseado, y aunque en pocos minutos tenía que acudir a clase, nunca perdonaba aquel momento. Cada mañana, desde hacía más de un mes, todos sus sentidos se desbordaban mientras admiraba la quietud del lago Lemán, recorría los perfiles de la cordillera alpina o recibía el perfume de las infinitas y verdes praderas de su entorno.
Fortunate Fields estaba suponiendo para ella una especie de adelanto en vida de lo que tenía que ser el cielo. A pesar de que en sus instalaciones primaba la funcionalidad, para quien venía de estar en una habitación de apenas tres metros cuadrados, de haber pasado auténtica necesidad o de haber olido a diario una corta gama de olores que iban desde la lejía al sudor ajeno, aquello era un auténtico edén.
El entorno de la finca era precioso, de un verde insólito.
La coqueta y enorme casa de arquitectura tradicional alpina que servía de edificio principal estaba preparada para recibir frecuentes nieves. Decorada con contraventanas de madera y tejado de grandes aleros, agrupaba a su alrededor una docena de parques donde se alojaban hasta cuatrocientos perros.
A pesar de la paz interior que Zoe experimentaba, fruto de su propio aislamiento en tan recóndito lugar, no se olvidaba de los suyos. Solo dos días después de su llegada había escrito a sus amigas y también a su padre contándoles sus primeras impresiones. También a Andrés, pero una vez más la carta le había sido devuelta sin especificar el motivo, como ya había pasado con la escrita en el avión.
Campeón dormía con los demás perros y estaba integrado en un programa de entrenamiento para tareas sanitarias, obedeciendo a los deseos de Zoe.
En Fortunate Fields solo había tres mujeres además de ella: una amigable cocinera del cantón de Neuchâtel, que derrochaba energía a pesar de cargar con ciento veinte kilos de peso; su áspera ayudante; y, cómo no, la propietaria de aquel centro único en el mundo, Dorothy Eustis.
Aquella mañana Zoe bajó corriendo las escaleras de la edificación donde estaban las oficinas principales y los dormitorios. Tras saludar a Margareth, la camarera, que la regañó por coger una magdalena al vuelo en lugar de sentarse a desayunar, salió a buscar a Dorothy, quien desde su llegada se había encargado personalmente de su formación.
Corrió por la pradera hasta alcanzar el punto diario de encuentro, en la cancela de entrada en donde se guardaban los perros, y allí la esperó, feliz y agradecida, con el mismo sentimiento que se repetía en ella cada día. Porque ni en el mejor de los sueños podía haberse imaginado estar viviendo una experiencia tan excitante como la que se le ofrecía cada mañana en aquel mágico lugar, cuyo nombre, Fortunate Fields, estaba más que justificado. Un paraíso de una belleza sin igual.
La vio venir con su permanente sonrisa, erguida, y con aquel elegante caminar seguramente fruto de una esmerada educación. Detrás de aquel proyecto, único en el mundo y altruista desde su concepción, estaba Dorothy Leib Harrison Eustis Wood, nacida en Filadelfia, cuya familia había prosperado al haber levantado la primera compañía química de los Estados Unidos y una próspera refinería de azúcar. Según le había ido contando a Zoe, entre paseos y entrenamientos, su bisabuelo había sido un hombre próximo a los Padres Fundadores de la nación norteamericana. De hecho, había sido el encargado de leer por primera vez la Declaración de Independencia de Filadelfia. La madre de Dorothy se había movido también en un círculo social muy elevado, y era habitual verla en los eventos más importantes de la ciudad, ya fueran culturales o benéficos.
Dorothy se había casado por primera vez a los veinte años y había fijado su residencia en una pequeña población del estado de Nueva York. Pero durante un viaje que el matrimonio había realizado por Europa, con apenas veintisiete años, se enamoró de tal manera de la clase y nobleza de una raza de perros, los pastores alemanes, que convenció a su marido para que le comprara uno. De nombre Hans, el animal marcaría desde entonces su vida, y fue responsable último de muchas e importantes decisiones posteriores.
Con veintinueve enviudó, pero se casó de nuevo a los treinta y siete con un jugador de polo. El gran impacto que le produjeron aquellos paisajes suizos en su primer viaje la animó a trasladarse a vivir allí. Alquilaron una casa en los Alpes, y en ella, al poco tiempo, se decidió a criar pastores alemanes, aquellos perros que tanto admiraba. Sin embargo, a diferencia del resto de criadores, cuyos objetivos solo eran estéticos, Dorothy empezó a seleccionarlos por sus cualidades para el trabajo. Unos trabajos que fueran útiles para el hombre, a imagen de las habilidades que había descubierto en su propio perro Hans.
El detonante de otra de las grandes decisiones que había tomado en su vida surgió durante una visita a un centro canino alemán, donde estaban adiestrando perros para ayudar a soldados ciegos de la guerra del catorce. La hermosa y asombrosa asistencia que un sencillo perro le ofrecía a un humano con tan graves limitaciones personales la animó a empezar un primer ensayo de adiestramiento para conseguir lo mismo que los alemanes, pero en su propia finca. No fue lo único que hizo. Publicó su descubrimiento en un conocido periódico americano, y la repercusión de su crónica fue tan enorme que en poco tiempo recibió centenares de peticiones desde Estados Unidos para hacerse con un perro de esas características. Y así fue cómo nació una nueva sociedad, llamada The Seeing Eye, al margen del resto de actividades de Fortunate Fields y a solo diez kilómetros de distancia de sus instalaciones. Dorothy empezó a entrenar allí a nuevos perros, pero también a educar a sus usuarios ciegos para manejarse con ellos y conseguir una mayor independencia en sus vidas. Algo que impresionó mucho al mundo entero, y también a Zoe el día que había recorrido con ella aquel centro.
—Hoy trabajarás con un gran perro, con SZ1987. Y por cierto, el instructor que está trabajando con Campeón habla maravillas de su carácter, pero no puede decir lo mismo de su velocidad de aprendizaje.
—Fue todo un detalle que me permitierais venir con él. No llevábamos mucho tiempo juntos, habíamos empezado a entendernos, y pensé que trayéndolo, si aprendía el oficio sanitario, siempre me podía servir como sustituto en un momento de necesidad. Pero si estorba en los entrenamientos, lo dejamos fuera de ellos. No pasa nada.
—No te preocupes… Un perro nunca molestará en esta casa. Jamás. Campeón tiene cerca de tres años y es algo cabezón, pero el mejor pastor alemán que podamos tener en Fortunate Fields respondería igual si hubiéramos pretendido entrenarlo a esa edad. Tu perro seguirá formándose, aunque tarde más. Pero volvamos al objetivo de hoy, que el tiempo vuela. Quiero enseñarte cómo conseguir que un perro trabaje de estafeta o mensajero.
Zoe abrió la portezuela del jaulón y SZ1987 salió feliz agitando el rabo como un loco. Le colocó la correa y lo dirigió hasta los pies de Dorothy. A su lado vio a un joven soldado.
—Para este ejercicio necesitarás un compañero. Karl, ella es Zoe —los presentó.
El muchacho no tendría veinte años, era alto como un olmo, con demasiados granos todavía en su cara y un aspecto un tanto enclenque.
Dorothy empezó a acariciar a SZ1987.
—Como ya me habéis oído explicar más de una vez, el pastor alemán es un perro que desde tiempos remotos aprendió a proteger a las ovejas de posibles depredadores viéndolas como miembros de su propia camada. Esa es su aptitud más notable y es innata a su raza. Pero en Fortunate Fields, lo que hemos hecho es redirigir esa respuesta natural hacia otras tareas, como por ejemplo a la localización de heridos. Lo que ya has aprendido durante el pasado mes, Zoe. O en el caso de Karl, tareas de patrulla. —Se caló sus gruesas gafas hasta arriba de la nariz y tiró de la correa del perro buscando un claro en la pradera—. Hoy vamos a hacerles trasladar algo desde un punto a otro. Imaginaos que fuera un mensaje, o un mapa; algo que en caso de emergencia se hiciera necesario hacer llegar a un destino alejado. La ventaja de usarlos para esos cometidos es su velocidad, y sobre todo no tener que poner en riesgo una vida humana. Os aseguro, ya lo veréis vosotros mismos, que para ellos la extensión que separa el punto de salida de su objetivo no constituye ninguna limitación. Y cuando digo eso, me refiero a que se los puede entrenar para superar distancias de más de veinte kilómetros sin posibilidad de equivocarse. Parece sorprendente, ¿verdad?
Zoe, vestida con unos cómodos pantalones de trabajo y jersey rojo de lana, estaba deseando aprender la nueva técnica, como le había pasado con el resto. Un día más, al escuchar a Dorothy hablar, volvió a admirar a aquella mujer. La adoraba y aprendía de ella a partes iguales, porque poseía muchas de las cualidades que deseaba para sí misma: valentía, constancia, templanza y sobre todo una gran autonomía. Y en el trato con los perros, no dejaba de maravillarle el tacto y sensibilidad que demostraba con cada uno de ellos.
Dorothy empezó a dar órdenes.
—Karl, lleva al perro hasta aquel árbol.
Le indicó un enorme abeto a menos de diez metros de donde estaban. El joven se hizo con su correa y empezó a caminar, pero a SZ1987 no le pareció tan buena idea y se resistió a moverse de donde estaba. Karl volvió hacia atrás y tiró de la correa con fuerza, mandándole caminar en un tono de voz severo.
—Déjame a mí, verás… —Dorothy se colocó frente al perro, captó su atención, dio un corto tirón de la correa y consiguió que la siguiera con el primer paso—. Nunca os responderán bien si usáis la violencia con ellos. Y las órdenes han de darse usando siempre las mismas palabras, no es necesario levantarles la voz. —Se dirigió a Zoe—. ¿Qué harías con un perro cuando te ha obedecido correctamente, como ha hecho SZ1987?
—Premiarlo con una buena dosis de caricias.
—Sí y no. Tienes que meterte en su cabeza, y si no ha terminado el ejercicio que esperábamos de él, no podemos premiarlo todavía. En otras palabras: no deben pasar de lección sin dominar la anterior. Y es mejor terminar las sesiones con un ejercicio conocido y placentero para ellos, sin ser excesivo con las caricias, y desde luego no emplear nunca el collar de castigo.
Se estiró la chaqueta de punto y le pasó la correa a Zoe.
—Dorothy, antes me decías que Campeón no tiene la edad adecuada para aprender con rapidez estas tareas. ¿Cuál es la mejor?
—Según mi experiencia, se obtienen los mejores resultados a partir de los seis meses de vida. Han de aprender la habilidad durante tres o cuatro meses, no más, empleando media hora, o como mucho tres cuartos de hora al día. La pasada semana, trabajé contigo, Zoe, qué órdenes debíamos emplear para conseguir que un perro camine a tu lado, se levante, se acueste y obedezca otros ejercicios básicos. Pero lo de hoy es más complejo. Cuando os separéis, el perro ha de buscaros aunque no sepa para qué lo hace. El principio básico de su comportamiento consiste en desear localizaros.
—¿Cómo va a saber el perro que tiene que buscarnos? —preguntó Zoe.
—Construyendo en su cabeza una asociación positiva. Si cumple con lo que queremos que haga, obtendrá un premio. Pero eso no será suficiente, necesitaremos ofrecerle ciertos estímulos de camino. Lo vamos a ver ahora.
Mandó a Karl que se untase las botas con el contenido de un frasquito que sacó del bolsillo de su chaqueta. Al destaparlo, un apestoso olor a ajos y arenques inundó su alrededor.
—La primera señal que ha de recibir el perro tiene que ser vuestra orden. Cuando le digáis «busca», él ha de entender que tiene que localizar al otro. En cuanto lo haga, se le ha de dar de inmediato un premio para que repita esa respuesta en siguientes ocasiones. El olor que dejan las botas en el suelo lo ayudará a seguir un rastro y a fijar y repetir el comportamiento a medida que vayamos ganando distancia entre los dos.
Karl dejó que el perro oliera sus suelas y empezó a caminar sin apenas alejarse. Zoe soltó a SZ1987 y le ordenó que buscara a Karl, quien desde no mucha distancia le estaba enseñando una galleta. El perro olfateó el suelo, fijó su rastro y corrió hacia él. Al llegar recibió la galleta y una palmada en el cuello a modo de felicitación.
—Muy bien —apuntó Dorothy—. Ahora sepárate un centenar de metros.
Karl lo hizo, y a la siguiente orden de Zoe el perro volvió a olfatear el suelo. En menos de un segundo había identificado el camino que había tomado Karl en esta ocasión y corría hacia él ansioso.
—Un perro mensajero ha de trabajar en ambas direcciones —explicó Dorothy—. De nada nos sirve que sepa localizar a uno si luego no sabe continuar. Imaginemos que estuviese trasladando un mensaje de vida o muerte; por ejemplo, una orden de retirada a unas tropas en primera línea del frente. ¿Serviría de algo que el animal apareciera una hora más tarde?
Mandó que Zoe tuviera preparada otra golosina, y caminó hasta donde estaba Karl para explicarle qué tenía que hacer. El joven siguió sus instrucciones. Señaló al perro qué dirección debía tomar y le dio la orden: «busca». El animal levantó las orejas, olfateó a su alrededor y de inmediato se puso a correr. Pero al cruzarse con el anterior rastro de Karl, después de dar dos o tres vueltas sobre sí mismo, rehízo el camino y apareció de nuevo junto al soldado, con una mirada complaciente y a la espera de otro premio.
Una vez que Karl regresó a donde estaban, Dorothy explicó qué había pasado.
—Para que el perro entienda lo que se espera de él, hay que ayudarlo, como decía antes, con estímulos externos. Una vez asimile la tarea como un juego, ya no serán necesarios. Pero en nuestro caso, Zoe tendrá que untar sus zapatos con otra esencia diferente a la de Karl para no confundirlo. —Le pasó otro frasquito.
Zoe lo destapó y se echó unas gotas en su calzado. El líquido olía a anís, un aroma mucho más agradable que el anterior. Se dirigió a paso ligero hacia una arboleda tomando más distancia de la que había empleado antes su compañero, y después de atravesar la extensa pradera que rodeaba la casa, esperó la respuesta del perro. Karl mandó que la buscara. El animal halló en pocos segundos su rastro y lo recorrió a toda velocidad hasta dar con ella sin aparentes dificultades. Y a continuación hizo lo mismo con Karl, respondiendo a la orden de Zoe, lo que le supuso una doble recompensa.
—Como veis, acabamos de cerrar el circuito. Una vez conseguido, lo que se ha de hacer es repetirlo una y otra vez ganando distancia, hasta retarlos con recorridos superiores a la veintena de kilómetros.
Un par de horas después, Zoe esperaba en la mesa a Dorothy para almorzar juntas, como era costumbre desde su primer día en Fortunate Fields. La vio aparecer. Se había cambiado de ropa y arreglado un poco el cabello. Zoe decidió que, a sus cuarenta y nueve años, aquella mujer seguía manteniendo un estilo cautivador, aunque el paso del tiempo y su intensa actividad seguramente le habían pasado también su factura. La americana se sentó a su lado, como hacía siempre, encantada de tener a su primera alumna en Fortunate Fields.
Tenían para comer pastel de verduras.
Después de hundir el tenedor en su porción, a Zoe le asaltó una duda que tenía ganas de resolver desde hacía tiempo. Pero en el preciso momento en que se la iba a plantear, a Dorothy le trajeron un cable cuyo remitente no debió de gustarle demasiado, a juzgar por cómo le cambió la cara. Leyó su contenido, frunció el ceño, resopló enfadada y lo rompió en pedazos.
—¡Será posible!
Zoe no sabía si preguntar o callar, y menos aún sin conocer si se trataba de un asunto personal. Pero Dorothy la sacó de dudas cuando decidió compartirlo con ella.
—No te puedes imaginar qué presiones estoy recibiendo desde Alemania para que les envíe más y más perros a uno de esos enormes centros de adiestramiento que tienen, al de Grünheide. Sin ni siquiera justificarme los motivos de tan imperiosa urgencia, me instan una y otra vez a que ponga todo mi interés en ello. Pero es que ya les he dicho que no me sobran animales, y en solo seis meses les llevo enviados cerca de setenta.
Zoe se atrevió a dar su opinión.
—Pídales una barbaridad de dinero y así la dejarán tranquila.
—Como sabes, en Fortunate Fields no cobramos. Eso sí, siempre que el uso de los perros tenga fines humanitarios, incluso si es el ejército quien los necesita, como sucede con el rescate de heridos. Pero con los alemanes no seguí el mismo criterio, al dudar para qué los querían, y les pedí bastante dinero. El problema es que lo pagan sin rechistar y no paran de pedirme más. —Dejó los cubiertos en el plato y pidió que le sirvieran un poco más de vino. Después de saborearlo analizó su situación en voz alta—. En esta última misiva me anuncian la visita de su director técnico para mañana. Lo conozco de anteriores intercambios, cuando quisimos cruzar sangre entre sus pastores alemanes y los míos. Es un buen tipo, pero ¡qué poco me apetece discutir con él, Dios! —Se sujetó el mentón entre las palmas de las manos, pensativa.
Zoe se mantuvo en silencio sin saber cómo ayudarla.
—Intente anular la cita antes de que se le presente aquí.
—Ya no da tiempo.
Zoe admiraba a Dorothy por su titánica obra, pero también por su condición de mujer. Aquel problema sería uno más dentro de los muchos que habría tenido que superar a lo largo de su larga trayectoria. Como se había quedado con ganas de resolver una duda antes de verse interrumpida por el cable, se animó a ello.
—Dígame una cosa. ¿Por qué en Fortunate Fields solo se trabaja con pastores alemanes?
—La culpa la tuvo mi perro Hans, un auténtico pastor alemán de los de estética clásica; uno de los últimos representantes de la estirpe originaria. Aquellos animales eran mucho más rústicos que los actuales y desde luego más trabajadores, aunque fueran menos elegantes. Sus innatas habilidades fueron las que me animaron a levantar Fortunate Fields. Quise desarrollar un centro de cría y adiestramiento completamente diferente a los demás, y para ello me propuse usar como base genética la de los antiguos perros pastor. Y como empecé con pastores alemanes, en ellos centré todos los esfuerzos de selección, lo que me condicionó a no meter otras razas. Hoy no dudo que algunas están más cualificadas para ciertos desempeños, pero es difícil que ya cambie a estas alturas.
Dorothy detuvo las intenciones de la camarera, quien parecía decidida a llenarle hasta arriba el plato con más pastel; probó de nuevo el vino y escuchó a Zoe.
—Antes de verlos trabajando aquí, nunca me había planteado si un perro es capaz de entender que su trabajo supone un bien para los demás. Pero después de lo que estoy conociendo y viendo, empiezo a pensar que sí. Desde siempre me ha interesado analizar su comportamiento para entender qué piensan y cómo piensan. Me encanta observarlos. Y cuando lo he hecho con el suficiente detenimiento, he conseguido reconocer ciertas expresiones en su rostro o a través de su cuerpo, que en mi opinión son sus formas de responder a emociones más complejas. Creo que los perros no solo demuestran alegría, hambre, enfado o ganas de jugar; estoy segura de que son capaces de mucho más, de bastante más.
—Comparto tu opinión. La psicología canina es una de las facetas más fascinantes para quienes trabajamos a diario con ellos. La prueba está en que no todos los perros poseen la misma inteligencia. Cuando alguno aprende una tarea a la segunda ocasión, otros no lo hacen ni a la trigésima. ¿Por qué? Hasta ahora no lo habíamos tenido en cuenta en Fortunate Fields, pero llevamos un tiempo incluyendo la inteligencia como un criterio más de selección.
Zoe movía la cucharilla del café sin parar, saboreando las palabras de Dorothy, en una conversación que pocas veces podría mantener con alguien de su experiencia.
—Llevo algo más de un mes en Fortunate Fields, y me da una pena horrible saber que solo me queda otro para abandonarlo, Dorothy. —Su mirada tembló de emoción—. Porque confieso que está siendo la experiencia más interesante a la que me he enfrentado en toda mi vida. Trabajar a diario en este lugar, de tu mano, y con esos maravillosos animales me ha ayudado a olvidar algunos asuntos que amargaron mi pasado. Ahora estoy segura de que no hay mejor tarea en la vida que hacer algo en beneficio de los demás. Como lo haces tú a través de los perros, como lo hacen ellos. Sé que fue y es tu sueño, un sueño que comparto.