Campamento de la Legión española
Dar Riffien
Protectorado español de Marruecos
18 de junio de 1935
XIX |
Un mes después de haber pisado suelo africano y de sentir cómo su piel volvía a tostarse por efecto de un sol que apenas había conocido en Asturias, Andrés empezó a preocuparse por su situación. Su bandera seguía destinada en tierras astures, su jefe no terminaba de decir para qué lo quería allí, y se pasaba los días sin apenas saber qué hacer.
Aquel silencio le estaba matando.
Hasta que una tarde le citó en su despacho. Su superior, nada más verlo entrar, lejos de seguir en su mesa de despacho, le ofreció asiento en una cómoda butaca con objeto de restarle formalidad a la conversación, dada su buena amistad.
—Andrés, supongo que estarás deseando saber por qué te estoy reteniendo en Dar Riffien sin tus hombres.
Molina se sirvió una copa de brandy y le puso otra.
—He de reconocer que un poco sí, mi coronel.
—Como habrás comprobado, durante las pasadas semanas apenas he parado por el cuartel, por lo que tampoco hemos tenido muchas oportunidades de vernos. Sin embargo, antes de comentarte mis motivos, me gustaría hablar un poco de Asturias. No imaginas cuánto me hubiera gustado estar con vosotros. Muchos días pienso que me falta acción y me sobran papeles. Pero, en fin… Dime, ¿cómo has visto la situación por allí?
—Si se me permite opinar, y no solo dar unos fríos datos, aquello es un cáncer que solo con armas no se va a curar. La gente necesita trabajo y unas mínimas condiciones laborales. Pero, sobre todo, más y mejores escuelas para que las próximas generaciones busquen su futuro fuera de la mina y de la actual miseria. Tal y como he podido constatar, de no hacerlo, volverán las protestas. —Probó el brandy y lo saboreó despacio.
El coronel confesó compartir su opinión y prometió transmitirla a donde pudiera ser tenida en cuenta. Con pocos oficiales había ganado tanta confianza como con Andrés y necesitaba compartir la inquietante visita de Millán Astray. Seguía preocupado desde entonces.
—Se está cociendo algo.
—¿A qué se refiere?
—Trátame de tú, como hemos hecho siempre en privado. —Sonó el teléfono en ese momento, pero no lo descolgó. Cuando cesó la llamada levantó el auricular para dar orden de que no le pasaran ninguna más. Necesitaba tranquilidad y tiempo para hablar sobre un asunto de extrema importancia—. Hay un grupo de generales y oficiales de alta graduación que últimamente frecuentan ciertos domicilios privados para mantener reuniones, digamos que, poco oficiales. La mayoría tuvieron cargos de responsabilidad y buenos destinos aquí en el protectorado. Como participaron en las guerras del Riff, recibieron condecoraciones y vertiginosos ascensos debido a sus indudables méritos militares, no lo niego. Millán Astray es uno de ellos, y hoy ha venido a tantearme.
A Andrés no le extrañaron las reservas que Molina mantenía sobre el fundador de la Legión, porque ya se las había escuchado otras veces. Pero sí la existencia de aquellos encuentros. Preguntó quiénes eran.
—Fanjul, Franco, Cabanellas, Goded, y casi estoy seguro de que también está metido nuestro jefe, el general Mola, desde su máxima responsabilidad en la circunscripción oriental del protectorado de Marruecos —alargó la última frase enfatizando su importancia—. Como comprenderás, de todo lo que hablemos no puede salir ni una sola palabra.
Andrés confirmó que así sería. La confianza era mutua.
El coronel añadió que casi todos aquellos nombres estaban adscritos a la Unión Militar Española, un grupo de militares contrarios a la República implicados en el golpe de Sanjurjo del treinta y dos. Andrés había escuchado cosas, pero no sabía que en ese momento estuviesen copando las unidades operativas, academias y jefaturas más importantes del país.
—Como respuesta a esa organización, a finales del año pasado se constituyó otra unidad de militares, en este caso completamente leales a la República, donde tengo buenos amigos y con la que confieso simpatizar: la UMA, Unión Militar Antifascista. —Se incorporó y caminó hacia la mesa de su escritorio. Buscó una llave que le colgaba del cuello y abrió un cajón con doble cerradura. De allí extrajo una carpeta y volvió a su asiento—. Pronto entenderás por qué te estoy contando todo esto —sentenció en un tono misterioso—. Pero antes, necesitas saber algo más.
A tenor de sus palabras, Andrés se empezó a inquietar. Nunca había hablado con el coronel de asuntos tan serios como de los que le estaba haciendo partícipe.
—Poco después del golpe de Sanjurjo, al ser Azaña ministro de la Guerra y por expreso deseo suyo, se organizó una oficina especial dependiente de su ministerio y persona, llamada Sección del Servicio Especial del Estado Mayor Central, conocida con las siglas SSE. La misión de esa oficina fue inicialmente de tipo informativo. Estaba planteada, específica y casi exclusivamente, para conocer quiénes eran leales a la República entre los miembros del ejército. Vamos, dicho de una forma más coloquial, una oficina de espionaje.
—Entre cuarteles se han escuchado rumores sobre ese departamento, pero en realidad nadie sabe qué hace ni quiénes lo forman —apuntó Andrés.
—Yo sé un poco más. Dentro de un momento entenderás por qué. —Bajó la voz para dar más confidencialidad a sus palabras—. A partir de los sucesos de Asturias, la SSE creció en agentes y en funciones, y se desdobló en dos. Se creó un nuevo servicio llamado de antiextremismo, y otro de contraespionaje, con las siglas SEA y SEC, respectivamente. Para que te hagas una idea de la importancia que hoy tiene el SSE, solo en este protectorado existen cuatro delegaciones: una en Tánger, otra en Larache y, cómo no, en Ceuta y Melilla. —El coronel se acabó el coñac de un solo trago, y vio llegado el momento de revelarle la verdadera causa de haberlo hecho venir desde Asturias antes de la fecha prevista—. Si te estoy contando todo esto es por dos motivos: el primero, porque tengo algo que ver con el servicio especial de contraespionaje; y el segundo, porque te he propuesto para que entres a formar parte de él.
Andrés sintió una sacudida mental al escuchar aquello.
Se rascó la nariz lleno de dudas.
—El máximo jefe de esos servicios te ha aceptado. Ahora solo falta que digas que sí.
—Bueno, no sé… Parece algo muy serio. ¿Qué tendría que hacer exactamente?
El coronel comprendió sus reservas, pero le pidió una decisión inequívoca. No podía detallarle nada sin contar con su previa lealtad al proyecto.
—Antes de explicártelo todo, debes definirte. ¿Te unes o no?
Andrés se revolvió en su asiento, incómodo por la presión a que se estaba viendo sometido. Era consciente de que se le pedía una respuesta a ciegas. Pensó con rapidez. De repente se vio a sus dieciocho años. Por entonces la Legión le había abierto las puertas sin preguntar sus razones ni ponerle una sola condición. Al recordarlo, entendió que solo podía responder de una manera. Se expresó con toda rotundidad.
—Estupendo; estaba seguro de tu comportamiento. —Estrechó su mano—. Bien, entonces te cuento hasta donde yo sé. La SSE necesita mejorar la calidad de la información que actualmente obtiene de las legaciones diplomáticas extranjeras que están presentes en la ciudad de Tánger, y quieren que seas tú quien lo haga. —Guardó unos segundos de silencio, se encendió un puro y siguió—. En apoyo de tu tarea, serías introducido en los ambientes diplomáticos de aquella ciudad para que puedas descubrir los nombres de sus principales agentes y obtener la información que circule por sus embajadas. Sobre todo la de Alemania e Italia, dadas las afinidades ideológicas que tienen con el grupo de militares bajo sospecha.
Andrés escuchaba, intentando disimular la congoja que sentía por la magnitud de la empresa, pero no le pareció acertado confesarlo.
—Podrás emplear todos los medios que consideres, establecer los métodos y recursos que encuentres necesarios, y dispondrás del dinero que te haga falta. Hasta ahora, ¿cómo lo ves?
—Me siento un poco abrumado, la verdad. Como bien sabes, no soy de los que se amilanan ante las dificultades, ni tampoco de los que vacilan ante una orden dada. Pero en este caso me surgen las dudas, quizá por mi inexperiencia en ese tipo de trabajos. O quizá porque desde fuera la propuesta parece muy muy compleja. No sé si estaré a la altura.
—Es lógico que ahora lo veas así, pero no debe preocuparte.
—¿A quién tendría que pasar la información?
—A un superior de la SSE que pronto conocerás. Pero tu pregunta nos adentra en un terreno un poco más complejo que debes conocer. Y me explico: oficialmente, el destinatario último de toda la información que hoy está generando la SSE es el general jefe del Estado Mayor Central, o sea…
—El general Franco —resolvió con rapidez Andrés.
—Exacto. Pero Franco forma parte de la UME… —durante unos segundos dejó en el aire esas últimas palabras, cruzó una pierna, se metió dos largas caladas a los pulmones y, entre volutas de humo y un corto ataque de tos, recuperó la conversación—, lo que significa que aquellos informes que puedan afectar a ese grupo de militares problemáticos de la UME me los tendrías que hacer llegar exclusivamente a mí, para enviarlos por cartera especial a una persona que por lógica no te diré quién es, pero te aseguro que detenta un gran poder político. Como ves, mi papel en todo este asunto es semejante al que tiene un jefe de agujas en una estación de tren. Tengo acceso a toda la información que se consigue, y la dirijo hacia un lado u otro. Puede parecerte algo enrevesado, pero en este momento y en este país todos dudamos de todos.
El teniente Urgazi tragó saliva y expuso su resumen.
—Por tanto, mi superior no tiene que saber que una parte de la información no se la pasaré a él, sino solo a ti. O sea, que he de jugar a dos bandas, si se me permite el símil.
—O a tres. Eso ya se verá. Sé que te estoy pidiendo un trabajo extremadamente delicado y no exento de riesgos, pero confío en ti, y por otro lado la SSE también. Andrés, estoy seguro de que no te falta valor, inteligencia y capacidad. Superas con diferencia a la media de los oficiales de nuestro tercio. —Abrió la carpeta que había recogido antes de su escritorio—. Por eso te propongo, ahora formalmente, que ingreses en la SSE, y también en otro selecto grupo, la Red Especial, cuya existencia es desconocida para la SSE y para casi todo el mundo. Una vez firmes este documento —le acercó un papel de color amarillo en cuyo membrete ponía «papel B»—, habrás entrado a formar parte de los servicios de espionaje del Gobierno. Porque para el otro trabajo que te pido colaborar, para la Red Especial, no existen registros.
Andrés ni lo leyó. Estampó su rúbrica sintiendo cómo la sangre de sus sienes palpitaba al mismo ritmo que su mano se movía sobre el papel. En su decisión había una parte de amor a la Legión, otra al espíritu de entrega que había aprendido de ella, y un poco de inconsciencia. Actitud esta última demasiado presente en su carácter y una de las principales causas de sus abundantes problemas.
Estrecharon sus manos.
Andrés le expresó su agradecimiento por haber pensado en él, y acto seguido el coronel introdujo el papel en un sobre con unas letras grandes que decían «No abrir. Servicio Especial».
—Ordenaré tu definitivo relevo en Asturias para que puedas comenzar lo antes posible en Tánger. Oficialmente, te darás a conocer en los ambientes de esa ciudad como el nuevo asesor agrícola de nuestra legación diplomática. Borraré cualquier rastro de tu expediente. Desde hoy te convertirás en un individuo sin pasado militar, aunque en realidad nunca lo perderás. —Sacó de un cajón dos gruesas carpetas y se las pasó—. De momento, sería bueno que te estudiaras todo esto, lo necesitarás.
Andrés leyó los dos encabezamientos.
—Estudio y balance de las necesidades de transferencia tecnológica agraria para el protectorado español. Y el segundo, Mejora y explotación de fincas agrícolas en terrenos semidesérticos.
El coronel sonrió ante su expresivo gesto de pavor.
—Apasionante, ¿a que sí?