43

Al llegar a la sala de fiestas donde se organizaba la cena, Olga y Juan comenzaron a saludar a conocidos. Allí había policía de todo Madrid e incluso de otras provincias. Media hora después vio a Clara y, del brazo de Juan, se dirigió hasta ella.

—Buenas noches.

Cuando Clara se volvió para saludar, se quedó sin habla al ver a Juan.

—Espira, inspira —bromeó Olga acercándose a ella.

En ese momento llegó Oscar con dos copas.

—¡Hombre, inspectora Gadget! —sonrió ofreciéndole una copa, y tras un silbido que hizo reír a Olga, dijo—: Estás que cortas el tráfico.

—Gracias. Ya eres la segunda persona que me lo dice —y tras mirar a su acompañante, dijo—: Juan, te presento a Oscar Butler.

—Un placer —sonrió dándole la mano con afecto.

—Encantado —asintió Oscar—. ¿Me acompañas y vamos por unas copas antes que la poli decida entrar en acción?

Juan sonrió y se marchó. Cuando quedaron solas las mujeres, Clara susurró.

—¡Joer, reina! ¡Cómo está el Madelman que te acompaña!

Olga sonrió.

—Sí. Ya me he dado cuenta, y por lo que veo, muchas mujeres también. —Miró a su alrededor y preguntó—: ¿El doctor Pichón ha llegado con Baby Lloriqueos?

Clara iba a responder, pero en ese momento los vio entrar y susurró.

—¡La leche con Baby Lloriqueos!

Olga siguió la mirada de Clara, hacia la derecha, se volvió y se quedó de piedra al ver a Patricia, la novata, convertida en toda una vampiresa de cine con aquel vestido color plata. Pero sus ojos saltaron con rapidez a Alex, espectacular con su traje oscuro.

—Si le miras así, sabrá que babeas por él —susurró Clara al ver que ellos se acercaban.

Nerviosa, sintió que Alex la desnudaba con la mirada. La miró de tal manera que la hizo estremecer. Pero cuando se pararon frente a ella, él, muy cuco, posó su mano en la cintura de la novata y disfrutó al ver cómo Olga se mordía la lengua y le miraba.

—Hola, chicas —saludó Patricia—. ¿Qué tal todo?

—Maravilloso —asintió Olga con un gesto torcido, para diversión de Alex.

—Estás muy guapa, Patricia —dijo Clara—. Nunca me hubiera imaginado verte vestida tan sexy.

—Bah… este es un vestidillo de nada. Aunque como secreto os contaré que mi vicio es la ropa.

—Pues si ese es un vestidillo de nada —suspiró Olga—, no quiero ni imaginarme como será un vestidito en condiciones.

Alex la miró con malicia y sonrió, y acercándose al oído de Patricia dijo algo que solo ella oyó. Después, sin mirar a Olga, se alejó.

—Qué majo es, ¿verdad? —gruñó Olga, deseosa de tirarse a su cuello.

Patricia con una tonta sonrisa, miró a Alex y dijo:

—Es un amor. Como no sabía qué ponerme, Alex vino temprano a casa y me probé varios vestidos para él. Me aconsejó no venir demasiado sexy. Al fin y al cabo es una cena con los jefes.

—Alex te aconsejó en tu casa —bufó Olga.

—Oh, sí, es un encanto y tiene un gusto exquisito para combinar los colores —y al ver que él la llamaba, dijo—: Disculpadme, pero me llama mi pareja.

Al quedar solas, Clara dijo:

Espira… inspira…, que te veo venir, reina, y no es el sitio ni el lugar.

Con la mala leche subida en todo lo alto, Olga sintió unos deseos inconfesables de asesinarlos al verlos cuchichear mientras sonreían.

—Pero… pero… ¡Esa de tonta no tiene un pelo! ¡Esa es una fresca!… Por no decir algo peor —masculló Olga que calló al ver que Dani, López, Luis y la Barbie Llorona con sus respectivos acompañantes caminaban hacia ellas.

—Ten la mente fría y no te dejes llevar por tu temperamento —pidió Clara.

Olga asintió. No pensaba organizar ningún numerito. Y al recordar algo le susurró:

—Por cierto, tengo que hablar contigo acerca del cabrón de James.

—¿Qué pasa?

Pero no pudieron hablar. El grupo de amigos se acercó hasta ellas mientras reían por las ocurrencias de Dani. Alex miró con disimulo a Olga y disfrutó de su frustración. Aunque cinco minutos después, el frustrado fue él, cuando apareció Oscar, acompañado de un tipo tan alto como él que se puso al lado de Olga y la tomó por la cintura.

«Oh… sí, nene, hagamos sufrir al listillo del ricachón», pensó Olga encantada.

—¿Qué pasa, compañero? —saludó Oscar con afecto a Alex.

—Aquí, aguantando el tirón —bufó aquel dándole la mano.

Oscar entendió la cara de aquel y el porqué, se dio la vuelta y cuando nadie le oía, murmuró:

—No hagas tonterías que este tipo es de los GEOS. Además, estamos rodeados por la policía.

Con el ceño fruncido, Alex asintió.

—Juan, te presento a Alexandro O’Connors —dijo Olga con una encantadora y radiante sonrisa.

Se miraron durante unos segundos a los ojos y se saludaron.

—Encantado —murmuró Alex con gesto serio.

—Lo mismo digo —aseguró Juan.

Con una sonrisa que no le gustó nada a Alex, Olga apoyó su cabeza en el hombro de aquel mientras todos sonreían, y él sentía unas irrefutables ganas de ahogar a aquel tipo y a Olga. Tras cruzar una mirada con él, Olga comprobó la tensión que Alex tenía en la mandíbula y en el cuello. Eso le gustó. Acercándose a Juan, le cuchicheó algo al oído y este sonrió para horror de Alex.

Pasado un rato, abrieron las puertas del salón y en la lista de invitados comprobaron el número de su mesa y que todo el grupo estaba en la misma. Después de ocupar sus lugares, Olga se alejó todo lo que pudo de Alex. Frustrado, la observaba desde el otro lado de la mesa mientras ella parecía divertirse mucho con aquel tipo.

Acabado un discurso inicial que dio uno de los jefazos desde la mesa presidencial, los camareros comenzaron a servir y todos comenzaron a comer. Durante la cena no pararon de reír gracias al excelente humor de Dani y del resto de los compañeros. Luego varios jefes de distintas comisarías hablaron. Cuando le tocó a Márquez, su gente le escuchó y se emocionó cuando este les agradeció lo mucho que trabajaban y en especial, lo mucho que le soportaban. Al decir aquello, su equipo le aplaudió y vitoreó. Olga y Alex cruzaron una rápida mirada.

Finalizados los discursos correspondientes, todo el mundo aplaudió y levantándose de sus sillas pasaron a una sala donde una orquesta los recibió con La Macarena. La mayoría de los asistentes se lanzó a bailar, entre ellos Olga y Clara con sus compañeros.

Apoyados en la barra, Oscar y Alex las observaban.

—¡Vaya con O’Neill y MacGyver! —se guaseó Oscar—. ¡Qué marcha tienen!

—Sí, parece que lo pasan bien —sonrió Alex antes de pedir un bourbon al camarero.

—Y tú, ¿qué? ¿Te animas a bailar?

Alex miró a su amigo y al ver que sonreía, le respondió:

—Estoy esperando a que te lances tú para ir yo detrás.

Los dos tenían claro que el bailoteo no era lo suyo. Ellos preferían una buena conversación con una copa en la mano.

Alex vio a Olga muerta de risa junto a Dani y sonrió. No había ido a aquella cena por acompañar a Patricia, a la que le había dejado muy claro que no le interesaba tener nada con ella. Aún sonrió al recordar cómo ella le aclaró que lo sabía, pero como no tenía acompañante para ir y vio que Olga, por alguna extraña razón que aún no comprendía, dudaba, se lanzó y le invitó.

Un par de horas después, cuando la gente estaba agotada, la orquesta cambió a un ritmo más íntimo y las parejas salieron a bailar. Desde su posición, Alex observó a Juan reír junto a varios compañeros; Olga bailó primero con Dani y luego con López. Con frustración, la siguió con la mirada cuando ella fue hacia los servicios con su amiga Clara.

Charló con sor Celia y su marido un buen rato, pero enfadado con la situación, dejó el vaso en la barra para marcharse cuando Patricia llegó hasta él algo achispada. Le propuso bailar y él no pudo decir que no.

—¿Sabes que eres un hombre muy sexy? —le susurró ella al oído sorprendiéndole.

—Gracias, Patricia. Tú eres una muchacha muy atractiva —contestó molesto al sentir que aquella jovencita se restregaba contra él—. Oye, Patricia.

Ummm

—Recuerdas nuestra conversación antes de venir aquí, ¿verdad?

Umm… sí —le susurró apoyada en su hombro—. Y es una pena, porque si no fuera porque estás colado por la gruñona de Ramos, te aseguro que me lanzaría sin dudarlo a tu cuello esta noche. Pero tranquilo, solo disfrutaré de ti lo justo para que no pienses que soy una fresca y para que Ramos se muera de envidia por no haberte invitado.

Alex sonrió.

—Ya sabes, querido, estrategias de mujer —aclaró ella.

—Oh, sí, ya lo veo —asintió divertido y ambos comenzaron a reír.

—¡Ay, mierda! —se quejó con gesto de dolor.

—¿Qué te pasa?

—No te rías. Pero el zapato me hizo una ampolla que me está matando.

—Creo entonces que deberías sentarte.

—Ni lo pienses —dijo abrazándole—. La gruñona de Ramos acaba de regresar a la fiesta y quiero que vea lo que se está perdiendo.

Cuando Olga regresó a la sala, miró en dirección a la barra y al no ver a Alex, se extrañó. Pero cuando miró a la pista, y vio a Patricia colgada de su cuello, se enfadó.

—Mira, reina, deja de poner esa cara de terrorista porque tú solita te lo has buscado —recriminó Clara—. El doctor Pichón lleva toda la noche…

—Déjame en paz —gruñó alejándose sin apenas oírla. Olga observaba cómo Alex bailaba con la novata, y el corazón se le puso a mil cuando vio que ella, tras pestañear con el mismo garbo que una actriz de los años cuarenta, le pasaba la mano por la barbilla y a él parecía gustarle.

Incapaz de contener sus apetencias asesinas contra aquella joven, fue hasta la barra, pidió un vodka con Coca-Cola, se volvió de nuevo a mirar y casi se atraganta al ver cómo aquella fresca se restregaba contra él.

—Por fin te encuentro sola —dijo en ese momento Juan—. Olga, me gustaría hablar contigo. ¿Te apetece que salgamos a la terraza?

«No… maldita sea. No quiero ligar contigo. Lo que me apetece es arrancarle las manos a Baby Lloriqueos del cuerpo de mi chico», pensó Olga a punto de explotar.

—Olga, ¿me oyes? —preguntó Juan tocándola en el hombro para hacerla reaccionar.

—Oh, sí, disculpa —respondió volviendo en sí. No podía seguir mirando hacia Alex y aquella fresca.

—Ven —dijo tomándola del brazo—. Tengo que hablar contigo.

Dejándose llevar por Juan, Olga salió a la terraza. Pero Alex vio aquello y su furia creció. ¿Adónde iba esa insensata? Incapaz de seguir un segundo más en aquella fiesta, Alex miró a la novata.

—Patricia, tu compañía es muy agradable, pero me voy a marchar.

—¡Oh, Dios! No soporto más estos zapatos. ¿Me llevas a casa?

—Claro que sí.

Alex buscó con la mirada a Oscar, que en ese momento bailaba no muy lejos de él. Se despidió de él y de sor Celia y salió de la fiesta con Patricia del brazo. Antes de llegar al aparcamiento, al ver que ella cojeaba, la cogió en brazos.

Desde el balcón, Olga intentaba escuchar a Juan, aunque en realidad eso era lo que menos hacía; solo podía pensar en lo absurdo de la situación. Ella allí con aquel, y Alex, con la fresca aquella.

«Soy rematadamente tonta. Estoy pasando la peor noche de mi vida, y todo por hacer el idiota y no querer invitarle. Ay, Dios, odio ver como otra baila con Alex, eso es mala señal… muy mala, pero no… no puedo colgarme de él. Es absurdo, nosotros somos como la noche y el día, y tarde o temprano nuestras diferencias serán demasiado patentes y…».

Pero de pronto cuando desde su privilegiado lugar en la terraza vio a Alex con Patricia en brazos montar en su espectacular coche y marcharse, sintió unas irremediables ganas de asesinar a alguien. Sabía muy bien a quién.

—¡Mi madre!

—¿Qué ocurre? —preguntó Juan, que había sido testigo de lo mismo que había visto ella.

Ella no respondió. Se había quedado muda mientras el corazón le iba a dos mil por hora.

—A ver, Olga, mírame y escúchame de una vez…

—No… no quiero escucharte —gritó ella—. Escúchame tú a mí. No me gustas. No quiero ligar contigo y no quiero que tú intentes ligar conmigo, ¿me has oído?

Juan se sorprendió.

—No has oído nada de lo que te he contado ¿verdad?

—Y tú ¿has oído lo que yo te he dicho? —apostilló ella.

—Por supuesto que sí. Pero por lo que veo tú no has oído que yo no quiero ligar contigo porque tengo una novia a la que adoro y quiero más que a mi vida. Pero que no puedo invitarla a un acto público o sería el fin de nuestra relación. Intentaba hablar contigo porque da la casualidad de que mi novia, Lidia, es la hermana de Alexandro O’Connors, el tipo que toda la noche ha estado matándome con la mirada, ¿me has entendido ahora?

Olga le miró maravillada. ¿Lidia? La novia de Juan, ¿era Lidia?

—Oh, lo siento, Juan. Creí que intentabas ligar conmigo y… —susurró.

—No te preocupes, Olga —dijo él con una sonrisa—. Me hago cargo de que esta noche no ha sido fácil para ti. Pero déjame decirte que como hombre, sé perfectamente cómo se ha sentido él. Si yo veo a Lidia acudir a una fiesta con otro, soy capaz de matarle.

—No digas eso, Juan, somos policías —sonrió ella y él asintió—. ¿De verdad sales con Lidia?

—Sí. Llevamos juntos cerca de un año. Pero no lo sabe nadie, a excepción de su hermana Eva y su novio David. Lidia está convencida de que su madre nos separará en cuanto se entere y de que su hermano no la ayudaría nada. Cuando ella me dijo que su hermano parecía enamorado de una policía, una compañera, intenté hablar contigo para pedirte ayuda, pero tú parecías siempre enfadada, o estábamos rodeados de gente y no podíamos hablar. Ayer me llamó Lidia y me dijo que Horacio, el hombre de servicio que vive con su hermano —Olga asintió— le había comentado que Alexandro había llegado muy enfadado a su casa. Tú te habías negado a ir con él a esta fiesta y entonces fue cuando me atreví a llamar e invitarte con la esperanza de poder contarte lo que te estoy contando.

—¡Joder! Esto es una bomba.

—Mira, Olga, te mentiría si te dijera que no buscaba en ti el apoyo para que mi relación con Lidia salga adelante. Te juro que he pensado mil formas de intentar hablar con Alexandro o su madre, pero Lidia se niega por completo. Dice que en el momento en que se enteren de nuestra relación, no volveremos a vernos. Lidia y yo necesitamos tu ayuda.

—Me encantaría poder ayudaros, pero, como habrás visto, mi relación con Alex es bastante fría y lejana. Creo que ya es nula.

—¡Eso no te lo crees ni tú! —Y haciéndola reír dijo—: O si no, mira cómo tengo el traje de las puñaladas que me ha dado cada vez que me miró.

Con una sonrisa, Olga se encendió un cigarrillo y le miró. Ahora lo entendía todo.

—¿Sabes que no lo vas a tener nada fácil con su madre?

—Sí, lo sé. Creo que me lo va a poner tan difícil como a ti, ¿verdad?

Olga se asombró. ¿Cómo sabía él aquello?

—A ver… antes de que pienses cosas raras te diré que la mañana en que te visitó la madre de Lidia, yo también estaba por allí para hablar contigo. Acababa de pasar la fiesta en casa de Alex, y cuando Lidia me contó quién eras, te busqué en los archivos, pero se me adelantó el chofer de Perla. Luego te vi salir del coche no muy contenta y te vi marchar.

—Uf… no me lo recuerdes. Fue lo más humillante que me ha pasado en la vida. Esa imbécil me trató como si fuera una miserable y ella la reina de Saba. ¿Se lo has contado a Lidia?

—No, no le dije nada. Por tu gesto supe que no te había ocurrido nada bueno. Por eso, cuando llegué a la comisaría y tropezaste conmigo, intenté hablar, pero tú me esquivaste…

—Por favor, no se lo cuentes, Alex no sabe nada y…

—Tranquila, tu secreto está a salvo conmigo, cuñada.

—¿Cuñada? —repitió mirándole—. Lo dudo, y menos después de esta noche. Además, no te equivoques, yo no busco una relación estable como la tuya con Lidia. Lo nuestro ha sido algo pasajero, nada importante.

Juan sonrió.

—Tranquila. Esa chica no supone ningún peligro para ti.

—¿Y cómo sabes tú eso?

—Al igual que las mujeres tenéis un sexto sentido para muchas cosas, yo sé por la manera en que Alex te miraba que esa muchacha no era nadie para él.

Eso le hizo sonreír como una tonta. A partir de ese momento ambos se sinceraron y tuvieron una interesante conversación hasta que ella preguntó.

—Juan, ¿puedo contarte algo y me prometes que no se lo contarás a Lidia?

—Tú dirás.

En confianza plena, Olga le contó lo que David le había comentado. Asombrado por lo que oía, Juan blasfemó y juntos trazaron un plan para solucionar aquello de raíz. Poco después, los compañeros llegaron hasta ellos y les obligaron a entrar en la sala para bailar.

A las seis de la mañana, con alguna copa de más, Juan la llevó en coche hasta su casa. Se empeñó en acompañarla hasta el portal, pero ella no se lo permitió. Se bajó del Audi plateado de él, y cuando vio que arrancaba y se iba, se encaminó hacia su portal.

Hacía un frío tremendo. Pero Olga, con los pies destrozados como la mayoría de las mujeres que asistieron a la fiesta, sin importarle el frío se quitó los zapatos.

—Llevo horas esperándote —dijo detrás de ella una voz ronca que rápidamente reconoció. Alex.

Lentamente se dio la vuelta para encontrarse con la mirada oscura de él. Antes de que ella pudiera abrir la boca, la cogió por la nuca y la besó.

—No vuelvas a…

Pero ella levantó un dedo con rapidez y le advirtió.

—No comiences con tus restricciones, porque no voy a prometer absolutamente nada.

—Cállate y escucha, O’Neill.

—Ni lo pienses —gruñó dándole un empujón.

Sin tacones ni calzado, se sintió pequeña en comparación con él. A pesar de que ella era alta, Alex le sacaba una cabeza.

—Pero ¿se puede saber qué te pasa, cariño?

—A mí no me hables como si fuera tonta, ¿te has enterado, ricachón?

Alex la miró, pero sin dejarse impresionar por su cara de enfado, continuó:

—Mira, O’Neill, haré como que no he oído eso de ricachón. Pero me gustaría decirte que si estás enfadada porque me fui con Patricia…

—¡Qué te den morcillas a ti, a tu ex, y a Baby Lloriqueos! Me importa un carajo lo que tú y esas… esas frescas hicierais juntos, y no te voy a consentir que ahora vengas aquí a restregármelo en la cara, ¿entiendes?

—Y tú ¿qué? ¿Crees que para mí ha sido fácil ver como toda la noche ese tal Juan anduvo detrás de ti?

—Cree el ladrón que todos son de su condición, ¿no?

Molesto por como ella le miraba, preguntó.

—¿Qué has querido decir con eso?

—Tienes una carrera, ¿no?… Pues piensa con algo que no sea… eso.

Incapaz de creer lo que había querido dar a entender, dijo ofendido:

—¿Sabes, O’Neill? Tengo varios músculos en el cuerpo. Uno es el cerebro y el otro, al que te refieres, no me controla.

—Mira, doctor Pichón, es mejor que te pires cagando leches porque te puedo asegurar que por mi cerebro están comenzando a pasar palabras de alto impacto, y como las suelte, no te van a gustar.

—Oh, habló la novia de Satán —se mofó sorprendiéndola.

—¿Qué me has llamado? —gritó tirándole un zapato.

—Lo que te mereces, caprichosa —respondió sin apartarse.

—¡Eres insoportable!

—Hasta que llegue a tus límites, preciosa, todavía me queda margen.

Desesperada, quiso darse la vuelta, pero Alex la sujetó por el brazo y ella le miró.

—O me sueltas o lo vas a lamentar.

—Sólo quería entregarte tu zapato.

—El zapato te lo puedes meter por el…

Pero Alex no la dejó continuar. La volvió a besar. La dominó. Le gustaba demasiado aquel hombre y luchar contra sí misma cada día era más difícil.

—Contén tu lengua de víbora, O’Neill —dijo a escasos centímetros de su boca—. O te haré lamentar los cinco días que llevo sin poder conciliar el sueño porque no he podido dejar de pensar en ti.

Algo en su interior estalló de júbilo, y fue ella quien le besó. Su cálido aliento la hizo entrar en calor, y cuando puso los brazos alrededor de su cuello, él la alzó.

—Escucha, doctor ricachón…

—No, no te escucho —susurró Alex devorándole la boca con auténtica pasión.

Había pasado horas ante aquel portal sumido en sus pensamientos después de dejar a Patricia en su casa. No estaba dispuesto a irse de allí solo.

—Necesito estar contigo. Necesito olerte, besarte, tocarte, sentirte —le susurró en la oreja y eso hizo que Olga se excitara—. ¿Vienes a mi casa o tengo que raptarte y meterte en el coche a la fuerza?

Ella sonrió. Estaba loca por ese hombre. Sin darle tiempo a responder, él se encaminó hacia el coche con ella a cuestas.

—¡Vaya, Alex! Hoy es el día de coger a las mujeres en brazos.

Él sonrió y tras soltarla en el interior del coche, dijo:

—No. Hoy es el día en que O’Neill se deja raptar por el doctor Pichón.