La discusión con el capitán hirvió durante dos horas. Se mostró inflexible. No aceptó mis argumentos, legales o morales. El tiempo trajo a otros a la refriega, a medida que acudían a ver al capitán por otros asuntos. En el momento en que perdí realmente los estribos la mayor parte de los principales de la Compañía estaban presentes: el teniente, Goblin, Silencioso, Elmo, Arrope, y varios oficiales nuevos reclutados allí en Hechizo. El poco apoyo que recibí procedió de lugares sorprendentes. Silencioso me respaldó. Lo mismo hicieron dos de los nuevos oficiales.
Salí furioso. Silencioso y Goblin me siguieron. Hervía de rabia, aunque no estaba sorprendido por su respuesta. Con los Rebeldes aplastados había poco que alentara la defección de la Compañía. Ahora serían como cerdos hundidos en cieno hasta la rodilla. Las preguntas sobre lo correcto y lo incorrecto sonaban estúpidas. Básicamente, ¿a quién le importaba?
Todavía era temprano, el día después de la batalla. Yo no había dormido bien y estaba lleno de energía nerviosa. Caminaba vigorosamente de un lado para otro, intentando tranquilizarme andando.
Goblin ajustó su paso al mío, luego se plantó delante de mi camino. Silencioso observaba desde cerca.
Goblin preguntó:
—¿Podemos hablar?
—Yo he estado hablando. Nadie escucha.
—Eres demasiado argumentativo. Ven aquí y siéntate. —Aquí resultó ser un montón de equipo cerca de una fogata donde algunos hombres estaban cocinando y otros jugaban al tonk. Los grupos habituales. Me miraron con el rabillo del ojo y se encogieron de hombros. Todos parecían preocupados. Como si temieran por mi cordura.
Supongo que si cualquiera de ellos hubiera hecho lo que yo había hecho, hacía un año, yo hubiera sentido lo mismo. Era una confusión y una preocupación honestas basadas en el aprecio hacia un camarada.
Su cabezonería me irritaba, pero no podía sostener aquella irritación porque, enviando a Goblin, demostraban que deseaban comprender.
El juego siguió, silencioso y hosco al principio, animándose poco a poco a medida que intercambiaban habladurías acerca del curso de la batalla.
—¿Qué ocurrió ayer, Matasanos? —preguntó Goblin.
—Ya te lo dije.
—¿Qué tal si lo haces de nuevo? —sugirió gentilmente—. Con más detalle. —Yo sabía lo que estaba haciendo. Una pequeña terapia mental basada en la suposición de que la prolongada proximidad con la Dama había alterado mi mente. Tenía razón. Lo había hecho. Me había abierto también los ojos, e intenté dejar esto bien claro mientras reiteraba mi día anterior, apelando a una serie de habilidades como las que he desarrollado redactando estos Anales, con la esperanza de convencerle de que mi postura era racional y moral y la de todos los demás no lo era.
—¿Veis lo que hizo cuando esos chicos de Galeote intentaron ir tras el capitán? —preguntó uno de los jugadores de cartas. Estaban chismorreando acerca de Cuervo. Yo lo había olvidado hasta entonces. Tendí el oído y escuché varias historias de su salvaje heroísmo. Oyéndoles hablar, uno imaginaba que Cuervo había salvado a todo el mundo en la Compañía al menos una vez.
—¿Y dónde está ahora? —preguntó alguien.
Un agitar general de cabezas. Alguien sugirió:
—Deben de haberlo matado. El capitán mandó hacer la lista de nuestros muertos. Supongo que lo veremos en ella esta tarde.
—¿Qué le ocurrió a la niña?
Elmo bufó.
—Encontradlo a él y la encontraréis a ella.
—Hablando de la niña, ¿visteis lo que ocurrió cuando intentaron acabar con el segundo pelotón con algún tipo de conjuro? Fue extraño. La niña actuó como si no ocurriera nada. Todo el mundo cayó como una roca. Ella simplemente pareció como desconcertada y sacudió a Cuervo. Él se puso en pie, bam, y se abrió camino a tajos. ¡Ella lo sacudió para despertarlo! Como si la magia no la tocara o algo así.
Alguien dijo:
—Quizá sea porque es sorda. Quizá la magia tenía algo que ver con el sonido.
—Ah, ¿quién sabe? Lástima que no lo consiguiera. Había empezado a acostumbrarme a tenerla siempre alrededor.
—Y a Cuervo también. Lo necesitamos para impedir que el viejo Un Ojo haga trampas. —Todo el mundo se echó a reír.
Miré a Silencioso, que estaba escuchando mi conversación con Goblin. Sacudí la cabeza. Alzó una ceja. Usé los signos de Linda para decirle: No están muertos. A él también le gustaba Linda.
Se levantó, caminó hasta situarse detrás de Goblin, sacudió la cabeza. Quería verme a solas. Me levanté y le seguí.
Le expliqué que había visto a Linda cuando regresaba de mi aventura con la Dama, que sospechaba que Cuervo estaba desertando por la única ruta que pensaba que no iba a estar vigilada. Silencioso frunció el ceño y quiso saber por qué.
—Dímelo tú. Tú sabes cómo se ha estado comportando últimamente. —No mencioné mi visión ni mis sueños, todos los cuales parecían fantásticos ahora—. Quizá se hartó de nosotros.
Silencioso sonrió con una sonrisa que decía que no creía ni una palabra de aquello. Hizo signos, Quiero saber por qué. ¿Qué sabes tú? Supuso que yo sabía más acerca de Cuervo y Linda que ningún otro debido a que siempre estaba sondeando en busca de detalles personales que incluir en los Anales.
—No sé nada que tú no sepas. Estaba con el capitán y con Salmuera más que con ningún otro.
Pensó durante unos diez minutos, luego hizo signos, Ensilla dos caballos. No, cuatro caballos, con algo de comida. Puede que sean algunos días. Yo iré a hacer algunas preguntas. Su actitud no admitía discusión.
Aquello era estupendo para mí. Se me había ocurrido ir en su busca mientras hablaba con Goblin. Había desechado la idea porque no podía pensar en ninguna forma de seguir el rastro de Cuervo.
Fui al piquete donde Elmo había llevado los caballos la otra noche. Cuatro de ellos. Por un instante reflexioné en la posibilidad de que existiera una fuerza mayor, moviéndonos. Conseguí que un par de hombres ensillara los animales por mí mientras iba en busca de Salmuera y algo de comida. No fue fácil. Deseaba la autorización personal del capitán. Llegamos a un acuerdo por el que conseguiría una mención especial en los Anales.
Silencioso se me unió al final de las negociaciones. Una vez hubimos atado las provisiones en los caballos pregunté:
—¿Has averiguado algo?
Hizo signos, Sólo que el capitán tiene algún conocimiento especial que no piensa compartir. Creo que tiene más que ver con Linda que con Cuervo.
Gruñí. Ahí estaba de nuevo… ¿El capitán había llegado a una conclusión como la mía? ¿Y lo había hecho esta mañana, mientras discutíamos? Hummm. Tenía una mente retorcida…
Creo que Cuervo se marchó sin el permiso del capitán, pero que tiene su bendición. ¿Has interrogado a Salmuera?
—Pensé que ibas a hacerlo tú.
Sacudió la cabeza. No había tenido tiempo.
—Vámonos. Todavía hay algunas cosas que quiero juntar. —Me dirigí a la tienda hospital, cargué con mis armas y desenterré un regalo que había estado reservando para el cumpleaños de Linda. Luego fui en busca de Elmo y le dije que deseaba algo de mi parte del dinero que habíamos obtenido en Rosas.
—¿Cuánto?
—Tanto como puedas darme.
Me lanzó una larga y dura mirada, decidió no hacer preguntas. Fuimos a su tienda y lo contó en silencio. Los hombres no sabían nada de aquel dinero. El secreto se mantenía entre aquéllos que habíamos ido a Rosas tras Rastrillador. Había algunos, sin embargo, que se preguntaban cómo conseguía Un Ojo seguir pagando sus deudas de juego cuando nunca ganaba y no tenía tiempo para su habitual mercadeo negro.
Elmo me siguió cuando abandoné su tienda. Encontramos a Silencioso ya montado, los caballos preparados para partir.
—Vais a dar un paseo, ¿eh? —preguntó.
—Ajá. —Aseguré a mi silla el arco que me había dado la Dama, monté.
Elmo escrutó nuestros rostros con los ojos entrecerrados, luego dijo:
—Buena suerte. —Se dio la vuelta y se alejó. Miré a Silencioso.
Hizo signos, Salmuera jura ignorancia también. Le forcé a admitir que había proporcionado a Cuervo raciones extras antes de que empezara la lucha ayer. También sabe algo.
Bien, demonios. Todo el mundo parecía estar en el círculo de las suposiciones. Mientras Silencioso iniciaba la marcha, dirigí mis pensamientos a la confrontación de la mañana, buscando indicios de cosas que no encajaran. Y encontré unas cuantas. Goblin y Elmo tenían sus sospechas también.
No había forma de evitar pasar a través del campamento Rebelde. Una lástima. Hubiera preferido evitarlo. Las moscas y el hedor eran densos. Cuando la Dama y yo lo cruzamos cabalgando, parecía vacío. Falso. Simplemente no habíamos visto a nadie. Los enemigos heridos y los seguidores del campamento estaban allí. El Aullador había dejado caer sus globos sobre ellos también.
Yo había seleccionado bien los animales. Además de tomar la montura de Pluma, me había agenciado otras de la misma raza incansable. Silencioso estableció un paso vivo, evitando toda comunicación hasta que, mientras nos apresurábamos siguiendo el borde exterior de la región rocosa, tiró de las riendas y me hizo signos de que estudiara mis alrededores. Quería saber la línea de vuelo que había seguido la Dama al aproximarse a la Torre.
Le dije que pensaba que habíamos pasado a algo más de un kilómetro al sur de donde estábamos ahora. Me dio los caballos extras y se dirigió hacia más cerca de las rocas, avanzando lentamente, estudiando con cuidado el terreno. Presté poca atención. Él podía hallar las señales mucho mejor que yo.
De todos modos, yo también hubiera sido capaz de hallar su rastro. Silencioso alzó una mano, luego señaló el suelo. Se habían apartado del terreno yermo más o menos allá donde la Dama y yo habíamos cruzado los límites que iban en el otro sentido.
—Intentando ganar tiempo, sin siquiera cubrir sus huellas —aventuré.
Silencioso asintió, miró hacia el oeste. Preguntó por signos acerca de los caminos.
La carretera principal que iba de norte a sur pasa a cinco kilómetros al oeste de la Torre. Era el camino que seguimos hacia Forsberg. Supusimos que primero se encaminaría hacia allí. Incluso en estos tiempos habría tráfico suficiente para ocultar el paso de un hombre y una niña. Ocultarlo de unos ojos ordinarios. Silencioso creía poder seguirles.
—Recuerda, éste es su país —dije—. Él lo conoce mejor que nosotros.
Silencioso asintió con aire ausente, en absoluto preocupado. Miré al sol. Quizá quedaban todavía dos horas de luz. Me pregunté qué delantera nos llevaban.
Alcanzamos la carretera principal. Silencioso la estudió unos momentos, cabalgó hacia el sur unos pocos metros, asintió para sí mismo. Me hizo señas, espoleó su montura.
Y así cabalgamos aquellos animales incansables, duramente, hora tras hora, después de que el sol se hubiera puesto, durante toda la noche, durante todo el día siguiente, camino del mar, hasta que estuvimos muy por delante de nuestra presa. Las pausas fueron pocas y muy espaciadas. Me dolía todo el cuerpo. Hacía demasiado poco tiempo desde mi aventura con la Dama para esto.
Nos detuvimos donde la carretera abrazaba el pie de una colina boscosa. Silencioso indicó un punto despejado que constituía un buen lugar de vigilancia. Asentí. Nos desviamos y subimos.
Me ocupé de los caballos, luego me dejé caer.
—Me estoy haciendo demasiado viejo para esto —dije, y me dormí de inmediato.
Silencioso me despertó al anochecer.
—¿Vienen? —pregunté.
Negó con la cabeza, hizo signos de que no los esperaba antes de mañana. Pero debíamos mantener un ojo atento de todos modos, en caso de que Cuervo viajara también de noche.
Así que me senté bajo la pálida luz del cometa, envuelto en una manta, temblando al viento de invierno, durante hora tras hora, a solas con unos pensamientos que no deseaba tener. No vi nada excepto un grupo de corzos que cruzaban desde el bosque a las tierras de labor con la esperanza de conseguir un forraje mejor.
Silencioso me relevó un par de horas antes del amanecer. Oh alegría, oh alegría. Ahora podría echarme y temblar y pensar en cosas en las que no deseaba pensar. Pero en algún momento me dormí, porque había luz cuando Silencioso apretó mi hombro…
—¿Vienen?
Asintió.
Me levanté, me froté los ojos con el dorso de las manos, miré a la carretera. Ahí estaban, dos figuras que avanzaban hacia el sur, una más alta que la otra. Pero a aquella distancia podían ser cualquier adulto con un niño. Guardamos las cosas y preparamos los caballos apresuradamente, descendimos la colina. Silencioso deseaba aguardar abajo en la carretera, tras el recodo. Me dijo que yo me situara en la carretera detrás de ellos, sólo por si acaso. Uno nunca sabía con Cuervo.
Se fue. Aguardé, temblando todavía, sintiéndome muy solitario. Los viajeros rebasaron una cuesta. Sí. Cuervo y Linda. Caminaban a paso vivo, pero Cuervo no parecía preocupado, seguro de que nadie iba tras ellos. Pasaron por mi lado. Aguardé un minuto, salí de entre los árboles, fui tras ellos siguiendo la curva de la colina.
Silencioso había detenido su montura en medio de la carretera, ligeramente inclinado hacia adelante, con su aspecto delgado y oscuro y ominoso. Cuervo estaba parado a quince metros de distancia, con su acero desnudo. Sujetaba a Linda tras él.
Ella me vio acercarme, sonrió y saludó. Le devolví la sonrisa, pese a la tensión del momento.
Cuervo se dio la vuelta. Una mueca curvó sus labios. Furia, posiblemente incluso odio, brillaron en sus ojos. Me detuve más allá del alcance de sus cuchillos. No parecía dispuesto a hablar.
Permanecimos todos inmóviles durante varios minutos. Nadie deseaba hablar primero. Miré a Silencioso. Se encogió de hombros. Había llegado al final de su plan.
La curiosidad me había traído hasta allí. Había satisfecho parte de ella. Estaban vivos, y estaban huyendo. Sólo el por qué permanecía en las sombras.
Para mi sorpresa, Cuervo cedió primero.
—¿Qué estás haciendo aquí, Matasanos? —Lo había creído más testarudo que una piedra.
—Buscándote.
—¿Por qué?
—Curiosidad. Silencioso y yo sentimos un cierto interés hacia Linda. Estábamos preocupados.
Frunció el ceño. No estaba oyendo lo que había esperado.
—Podéis ver que está perfectamente.
—Sí. Eso parece. ¿Y tú?
—¿Parece como si no lo estuviera?
Miré a Silencioso. No tenía nada con lo que contribuir.
—Uno se pregunta, Cuervo. Uno se pregunta.
Estaba a la defensiva.
—¿Qué demonios significa eso?
—Un tipo se excluye de sus compañeros. Los trata como si fueran mierda. Luego deserta. Hace que la gente se haga las suficientes preguntas como para intentar averiguar qué está pasando.
—¿Sabe el capitán que estáis aquí?
Miré de nuevo a Silencioso. Asintió.
—Sí. ¿Quieres contárnoslo, viejo colega? Yo, Silencioso, el capitán, Salmuera, Elmo, Goblin, todos tenemos quizás una cierta idea…
—No intentes detenerme, Matasanos.
—¿Por qué siempre estás buscando pelea? ¿Quién dijo nada de detenerte? Si alguien hubiera deseado detenerte, ahora no estarías aquí. Nunca hubieras llegado a alejarte de la Torre.
Se sobresaltó.
—Te vieron marcharte, Salmuera y el Viejo. Dejaron que te fueras. A algunos de los demás nos gustaría saber por qué. Quiero decir, creemos saberlo, y si es lo que creemos, entonces al menos tienes mi bendición. Y la de Silencioso. Y supongo que la de todos los demás que no te retuvieron.
Cuervo frunció el ceño. Sabía lo que yo estaba insinuando, pero no podía extraerle sentido. El hecho de que no formara parte de la vieja línea de la Compañía dejaba un hueco en la comunicación.
—Ponlo de esta forma —dije—. Silencioso y yo imaginamos que habéis resultado muerto en acción. Los dos. Nadie necesita saber nada diferente a eso. Pero ¿sabes?, es como escapar de casa. Aunque te queremos bien, quizá nos sintamos un poco heridos por la forma en que lo has hecho. Fuiste votado como miembro de la Compañía. Pasaste por todo un infierno con nosotros. Tú… Mira lo que tú y yo hemos pasado juntos. Y nos tratas como si fuéramos mierda. Eso no sienta muy bien.
Caló en él. Dijo:
—A veces ocurre algo que es tan importante que no puedes decírselo ni a tus mejores amigos. Podría hacer que todos resultaran muertos.
—Imaginé que era eso. ¡Hey! Tranquilo.
Silencioso había desmontado y había iniciado un intercambio de signos con Linda. La niña parecía ignorar la tensión entre sus amigos. Le estaba diciendo a Silencioso lo que habían hecho y adónde se encaminaban.
—¿Crees que esto es juicioso? —pregunté—. ¿Ópalo? Entonces hay un par de cosas que deberías saber. Una, la Dama ganó. Supongo que ya lo habrás imaginado. Lo viste venir, o de otro modo no te hubieras ido. De acuerdo. Más importante. El Renco ha vuelto. Ella no acabó con él. Lo modeló y ahora es su chico número uno.
Cuervo se puso pálido. Fue la primera vez que puedo recordar que lo vi realmente asustado. Pero su miedo no era por sí mismo. Se consideraba a sí mismo un hombre muerto andante, un hombre sin nada que perder. Pero ahora tenía a Linda, y una causa. Tenía que seguir con vida.
—Sí. El Renco. Silencioso y yo hemos pensado mucho en ello. —En realidad, se me había ocurrido hacía tan sólo un momento. Pensé que las cosas irían mejor si él creía que habíamos deliberado sobre el asunto—. Imaginamos que la Dama llegará a esta misma conclusión más pronto o más tarde. Deseará hacer un movimiento. Si conecta contigo, tendrás al Renco tras tus talones. Él te conoce. Empezará a buscar en tus viejos territorios, imaginando que habrás entrado en contacto con viejos amigos. ¿Tienes algunos amigos que puedan ocultarte del Renco?
Cuervo suspiró, pareció perder estatura. Retiró su acero.
—Ése era mi plan. Pensé que podíamos cruzar a Berilo y ocultarnos allí.
—Berilo es técnicamente sólo un aliado de la Dama, pero la palabra de ella es ley allí. Tendrás que ir a alguna parte donde nunca hayan oído hablar de ella.
—¿Dónde?
—Ésta no es mi parte del mundo. —Parecía bastante calmado ahora, así que desmonté. Me miró cautelosamente, luego se relajó. Dije—: Prácticamente ya sé todo lo que vine a averiguar. ¿Silencioso?
Silencioso asintió, prosiguió su conversación con Linda.
Tomé la bolsa con el dinero de mi saco de dormir, se la arrojé a Cuervo.
—Te dejaste tu parte del botín de Rosas. —Tiré de los caballos de reserva—. Viajaréis más rápido si vais montados.
Cuervo se debatió consigo mismo, intentando decir gracias, incapaz de atravesar las barreras que había edificado alrededor del hombre que había dentro de él.
—Supongo que podríamos encaminarnos hacia…
—No quiero saberlo. Ya me he encontrado con el Ojo dos veces. Ella está decidida a conseguir que su figura quede para la posteridad. No es que desee parecer buena, sólo quiere figurar. Sabe cómo la historia se reescribe a sí misma. No está dispuesta a que eso le ocurra a ella. Y yo soy el chico que ha elegido para que lo escriba.
—Déjalo, Matasanos. Ven con nosotros. Tú y Silencioso. Venid con nosotros.
Había sido una noche larga y solitaria. Había pensado mucho en ello.
—No puedo, Cuervo. El capitán tiene que estar donde está, aunque no le guste. La Compañía tiene que permanecer. Yo soy la Compañía. Soy demasiado viejo para irme de casa. Lucharemos la misma lucha, tú y yo, pero yo haré mi parte quedándome con la familia.
—Oh, vamos, Matasanos. Un puñado de degolladores mercenarios…
—¡Alto! Contente. —Mi voz se endureció más de lo que pretendía. Se detuvo. Dije—: ¿Recuerdas aquella noche en Lords, antes de que fuéramos tras Susurro? ¿Cuando leí de los Anales? ¿Lo que dijiste?
No respondió durante varios segundos.
—Sí. Me hiciste sentir lo que significaba ser un miembro de la Compañía Negra. De acuerdo. Quizá no lo comprenda, pero lo sentí.
—Gracias. —Tomé otro paquete de mi saco de dormir. Éste era para Linda—. Habla con Silencioso un poco, ¿quieres? Tengo aquí un regalo de cumpleaños.
Me miró por un momento, luego asintió. Me volví para que mis lágrimas no fueran tan evidentes. Y después de decirle adiós a la niña, y atesorar su deleite ante mi pobre regalo, fui al borde de la carretera y me permití un breve y silencioso llanto. Silencioso y Cuervo fingieron ceguera.
Echaría en falta a Linda. Y pasaría el resto de mis días asustado por ella. Era preciosa, perfecta, siempre feliz. Lo ocurrido en aquel poblado había quedado detrás de ella. Por delante acechaba el más terrible enemigo imaginable. Ninguno de nosotros deseaba aquello para ella.
Me levanté, borré las pruebas de las lágrimas, llevé a Cuervo a un aparte.
—No sé cuáles son tus planes, no deseo saberlo. Pero sólo por si acaso. Cuando la Dama y yo atrapamos a Atrapaalmas el otro día, él tenía todo un fardo de esos papeles que desenterramos en el campamento de Susurro. Nunca se los entregó a ella. Ella no sabe que existen. —Le dije dónde podían ser hallados—. Iré allí dentro de un par de semanas. Si todavía están allí, veré lo que puedo descubrir por mí mismo en ellos.
Me miró con rostro frío e inexpresivo. Estaba pensando que mi condena a muerte estaba firmada si volvía a caer de nuevo bajo el Ojo. Pero no lo dijo.
—Gracias, Matasanos. Si alguna vez voy por ahí, lo comprobaré.
—Muy bien. ¿Preparado para irnos, Silencioso?
Silencioso asintió.
—Linda, ven aquí. —La estrujé en un largo y prieto abrazo—. Se buena con Cuervo. —Solté el amuleto que me había dado Un Ojo, lo fijé en su muñeca, le dije a Cuervo—: Eso le permitirá saber si hay algún Tomado no amistoso por las inmediaciones. No me preguntes cómo, pero funciona. Suerte.
—Sí. —Se quedó allí mirándonos mientras montábamos, aún desconcertado. Alzó tentativamente una mano, la dejó caer.
—Volvamos a casa —le dije a Silencioso. Y nos alejamos.
Ninguno de los dos volvió la vista.
Fue un incidente que nunca ocurrió. Después de todo, ¿no habían muerto Cuervo y su huérfana en las puertas de Hechizo?
De vuelta a la Compañía. De vuelta a la rutina. De vuelta al desfile de los años. De vuelta a estos Anales. De vuelta al miedo.
Treinta y siete años antes de que regrese el cometa. La visión tiene que ser falsa. Nunca sobreviviré tanto tiempo. ¿O sí?
Fin