La misión nos proporcionó el mayor beneficio a cambio del menor esfuerzo que pueda recordar. Fue pura suerte cruzada en nuestro camino al cien por cien. Fue un desastre para los Rebeldes.
Huíamos del Saliente, donde las defensas de la Dama se habían desmoronado casi de la noche a la mañana. Corriendo con nosotros iban quinientos o seiscientos regulares que habían perdido sus unidades. En bien de la rapidez, el capitán había decidido cortar directamente a través del Bosque Nuboso hasta Lords, en vez de seguir la más larga carretera meridional que lo rodeaba.
Un batallón de las fuerzas Rebeldes estaba a uno o dos días detrás de nosotros. Hubiéramos podido volvernos y presentarles cara, pero el capitán deseaba eludirlos. Me gustó su modo de pensar. La lucha alrededor de Rosas había sido espantosa. Habían caído a miles. Con tantos cuerpos extras aferrados a la Compañía, había ido perdiendo hombres por falta de tiempo para tratarlos.
Nuestras órdenes eran presentarnos a Nocherniego en Lords. Atrapaalmas creía que Lords iba a ser el blanco del próximo empuje Rebelde. Agotados como estábamos, esperábamos ver una lucha más acerba antes de que el invierno frenara el ritmo de la guerra.
—¡Matasanos! ¡Mira aquí! —Albo llegó a la carga al lugar donde yo estaba sentado con el capitán y Silencioso y uno o dos más. Llevaba a una mujer desnuda al hombro. Hubiera podido ser atractiva si no hubieran abusado tanto de ella.
—No está mal, Albo. No está mal. —Dije, y volví a mi diario, detrás de Albo siguieron los gritos y los vítores. Los hombres estaban cosechando los frutos de la victoria.
—Son bárbaros —observó el capitán sin rencor.
—Debemos dejarlos sueltos algunas veces —le recordé—. Mejor aquí que con la gente de Lords.
El capitán aceptó aquello, reluctante. Simplemente no tiene demasiado estómago para el saqueo y la violación, por mucho que formen parte de nuestro negocio. Creo que en secreto es un romántico, al menos en lo que a mujeres se refiere.
Intenté ablandar su humor.
—Ellos lo pidieron, levantándose en armas.
Débilmente, me preguntó:
—¿Cuánto tiempo hace que dura esto, Matasanos? Parece una eternidad, ¿no? ¿Puedes recordar alguna vez en la que no fuiste soldado? ¿Por qué todo esto? ¿Por qué estamos aquí? Seguimos, ganando batallas, pero la Dama está perdiendo la guerra. ¿Por qué simplemente no lo dejan correr y volvemos todos a casa?
En parte tenía razón. Desde Forsberg había sido una retirada tras otra, aunque lo habíamos hecho bien. El Saliente había estado seguro hasta que Cambiaformas y el Renco entraron en acción.
Nuestra última retirada nos había llevado tambaleantes hasta este campamento base Rebelde. Suponíamos que era el centro principal de estancia y entrenamiento para la campaña contra Nocherniego. Afortunadamente, divisamos a los Rebeldes antes de que ellos nos divisaran a nosotros. Rodeamos el lugar y entramos rugiendo antes del amanecer. Nos superaban con mucho en número, pero los Rebeldes no ponían mucho tesón en la lucha. La mayoría eran voluntarios que todavía estaban completamente verdes. El aspecto más sorprendente era la presencia de un regimiento de amazonas.
Habíamos oído hablar de ellas, por supuesto. Había varios de esos regimientos en el este, alrededor de Orín, donde la lucha es más encarnizada y sostenida que aquí. Éste fue nuestro primer encuentro. Dejó a los hombres desdeñosos respecto a las mujeres guerreras, pese a que lucharon mucho mejor que sus compatriotas masculinos.
El humo empezó a derivar en nuestra dirección. Los hombres estaban incendiando los acuartelamientos y los edificios administrativos. El capitán murmuró:
—Matasanos, asegúrate de que estos estúpidos no prenden fuego al bosque.
Me levanté, tomé mi bolsa y salí al estruendo.
Había cuerpos por todas partes. Los estúpidos debían de haberse sentido completamente a salvo. No habían levantado ninguna empalizada ni habían cavado trincheras alrededor del campamento. Estúpidos. Eso es lo primero que haces, aunque sepas que no hay enemigos en un centenar de kilómetros a la redonda. Luego pones un techo sobre tu cabeza. Estar mojado es mejor que estar muerto.
Debería de estar acostumbrado a esto. He estado largo tiempo con la Compañía. Y me preocupa menos de lo que acostumbraba a hacerlo. He colgado una armadura sobre mis puntos blandos morales. Pero todavía intento evitar el mirar lo peor.
Tú que vendrás detrás de mí en la redacción de estos Anales, te darás cuenta ahora de que siento reparos a la hora de reflejar toda la verdad acerca de nuestra banda de sinvergüenzas. Sabes que son viciosos, violentos e ignorantes. Son unos completos bárbaros, que viven sus crueles fantasías, con su comportamiento atemperado tan sólo por la presencia de unos pocos hombres decentes. No muestro a menudo ese lado porque estos hombres son mis hermanos, mi familia, y desde pequeño se me enseñó a no hablar mal de la familia. Las viejas lecciones tardan en morir.
Cuervo ríe cuando lee mis crónicas. «Azúcar y especia», las llama, y amenaza con retirar los Anales y escribir las historias de la forma en que las ve ocurrir.
Maldito Cuervo. Burlándose de mí. ¿Y quién era él, merodeando por todo el campamento, metiéndose allá donde los hombres se estaban divirtiendo con un poco de tortura? ¿Quién llevaba a una niña muda de diez años arrastrada de sus faldones? No Matasanos, hermanos. No Matasanos. Matasanos no es un romántico. Ésa es una pasión reservada para el capitán y para Cuervo.
Naturalmente, Cuervo se ha convertido en el mejor amigo del capitán. Se sientan juntos como un par de rocas, hablando de las mismas cosas que lo hacen los peñascos. Se contentan con compartir el uno la compañía del otro.
Elmo conducía a los pirómanos. Eran viejos hombres de la Compañía que habían saciado su menos intensa hambre de carne. Aquéllos que todavía perseguían a las damas eran en su mayor parte nuestros jóvenes regulares.
Habían proporcionado a los Rebeldes una buena pelea en Rosas, pero había sido demasiado fuerte. La mitad del Círculo de los Dieciocho se habían alineado contra nosotros allí. Sólo habíamos tenido al Renco y a Cambiaformas a nuestro lado. Esos dos pasaron más tiempo intentando sabotearse el uno al otro que intentando repeler al Círculo. Resultado, una debacle. La más humillante derrota de la Dama en una década.
El Círculo se mantiene unido la mayor parte del tiempo. No gastan más energía abusando los unos de los otros de la que gastan sobre sus enemigos.
—¡Hey! ¡Matasanos! —llamó Un Ojo—. Únete a la diversión. —Arrojó una antorcha encendida a través de la puerta de un barracón. El edificio no tardó en estallar. Pesadas contraventanas de roble saltaron de las ventanas. Un chorro de llamas envolvió a Un Ojo. Salió a la carga, con su extraño pelo fundiéndose debajo de la banda de su extraño sombrero. Lo arrojé al suelo, usé el sombrero para apagar su pelo.
—De acuerdo, de acuerdo —gruñó—. No necesitas divertirte tanto.
Incapaz de reprimir una sonrisa, le ayudé a levantarse.
—¿Estás bien?
—Perfectamente —dijo, adoptando ese aire de falsa dignidad que adoptan los gatos después de alguna actuación particularmente inepta. Algo así como: «Eso es lo que pretendía hacer desde un principio».
El fuego rugió. Trozos del techo de paja se elevaron en el aire y oscilaron sobre el edificio. Observé:
—El capitán me ha enviado a asegurarme de que no provocáis un incendio forestal. —Justo entonces apareció Goblin doblando la esquina del edificio en llamas. Su amplia boca estaba distendida en una burlona sonrisa.
Un Ojo echó una mirada y chilló:
—¡Cerebro de gusano! Tú provocaste eso. —Lanzó un tembloroso aullido y se puso a bailar. El rugir de las llamas se hizo más profundo, se volvió rítmico. Pronto creí poder a ver algo que danzaba entre las llamas detrás de las ventanas.
Goblin también lo vio. Su sonrisa se desvaneció. Tragó saliva, se puso blanco, empezó una pequeña danza propia. Él y Un Ojo aullaron y chillaron y virtualmente se ignoraron el uno al otro.
Un camellón de agua vertió su contenido, que trazó un arco a través del aire y chapoteó sobre las llamas. Le siguió el contenido de un barril de agua. El rugir del fuego disminuyó.
Un Ojo saltó de un lado para otro y aguijoneó a Goblin intentando romper su concentración, Goblin agitó las manos y tambaleó y chilló y siguió danzando. Más agua golpeó el fuego.
—Vaya par.
Me volví. Elmo había acudido a mirar.
—Vaya par, ciertamente —reconocí. Agitados, peleones, chillones, podían ser una alegoría de sus hermanos mayores en el oficio. Excepto que su conflicto no llegaba ni a la mitad del camino hasta el hueso, como ocurría entre Cambiaformas y el Renco. Cuando buceas más allá de la bruma, descubres que esos dos son amigos. No hay amigos entre los Tomados.
—Tengo algo que mostrarte —dijo Elmo. No iba a decir nada más. Asentí y le seguí.
Goblin y Un Ojo siguieron con lo suyo. Goblin parecía ir en cabeza. Dejé de preocuparme por el fuego.
—¿Imaginas una forma de leer esas huellas de patas de pollo norteñas? —preguntó Elmo. Me había conducido a lo que debía de haber sido el cuartel general de todo el campamento. Señaló una montaña de papeles que sus hombres habían apilado en el suelo, evidentemente como combustible para otro fuego.
—Creo que puedo desentrañar algo.
—Imaginé que podrías hallar algo en toda esta mierda.
Seleccioné un papel al azar. Era una copia dando instrucciones a un batallón Rebelde específico de infiltrarse en Lord y desaparecer en las casas de los simpatizantes locales hasta que se les ordenara golpear a los defensores de Lords desde dentro. Estaba firmada Susurro. Se añadía una lista de contactos.
—Te diré —murmuré, de pronto sin aliento. Aquella orden traicionaba media docena de secretos Rebeldes, e implicaba varios más—. Te diré. —Agarré otro. Como la primera, era una directriz a una unidad específica. Como la primera, era una ventana al corazón de la estrategia Rebelde actual—. Trae al Capitán —le dije a Elmo—. Trae a Goblin y a Un Ojo y al teniente y a cualquiera que pueda…
Mi expresión debía de ser muy extraña. Elmo me miró de una forma rara y nerviosa cuando interrumpió:
—¿Qué demonios es eso, Matasanos?
—Todas las órdenes y planes para la campaña contra Lords. Órdenes completas de batalla. —Pero aquélla no era la línea de fondo. Eso me lo reservaba para el capitán en persona—. Y apresúrate. Los minutos pueden ser críticos. Y dejad de quemar nada. Por todos los demonios, dejad de hacerlo. Esto es un auténtico hallazgo. No lo convirtáis en humo.
Elmo atravesó la puerta a la carrera. Oí sus gritos desvanecerse en la distancia. Un buen sargento, Elmo. No pierde el tiempo haciendo preguntas. Gruñendo, me senté en el suelo y empecé a examinar documentos.
La puerta crujió. No alcé la vista. Estaba febril, mirando los documentos tan aprisa como podía arrancarlos de la pila, distribuyéndolos en montones más pequeños. Unas lodosas botas aparecieron en mi campo de visión.
—¿Puedes leer eso, Cuervo? —Había reconocido sus pasos.
—¿Poder? Sí.
—Ayúdame a ver qué tenemos aquí.
Cuervo se sentó delante de mí. La pila estaba entre los dos, casi bloqueando nuestra vista el uno del otro. Linda se situó detrás de él, fuera de su camino pero bien dentro de la sombra de protección. Sus tranquilos y apagados ojos todavía reflejaban horror de aquel lejano poblado.
De alguna forma Cuervo es un paradigma para la Compañía. La diferencia entre él y el resto de nosotros es que es un poco más de todo, un poco más grande que la vida. Quizá, siendo el recién llegado, el único hermano del norte, sea un símbolo de nuestra vida al servicio de la Dama. Sus agonías morales se han convertido en nuestras agonías morales. Su silencioso rechazo de aullar y golpearse el pecho en la adversidad es nuestro también. Preferimos hablar con la voz metálica de nuestras armas.
Ya basta. ¿Por qué aventurarme en el significado de todo ello? Elmo había tropezado con un filón. Cuervo y yo empezamos a buscar las pepitas.
Entraron Goblin y Un Ojo. Ninguno de los dos sabía leer escritura norteña. Empezaron a divertirse arrojando sombras sin fuente y a perseguirse por las paredes. Cuervo les lanzó una mirada ominosa. Sus incesantes payasadas y altercados podían llegar cansar cuando tenías algo en la cabeza.
Le miraron, abandonaron el juego, se sentaron en silencio, como niños regañados. Cuervo tiene esa cualidad, esa energía, impacto de personalidad, que hace que hombres más peligrosos que él se estremezcan ante su frío viento oscuro.
Llegó el capitán, acompañado por Elmo y Silencioso. A través de la puerta divisé a varios hombres merodeando por los alrededores. Resulta curioso la forma en que la gente huele las cosas.
—¿Qué has encontrado, Matasanos? —preguntó el capitán.
Imaginé que había ordeñado a Elmo hasta dejarlo seco, de modo que fui directamente al grano.
—Esas órdenes. —Palmeé uno de mis montones—. Todos esos informes. —Palmeé otro—. Todos están firmados por Susurro. Estamos pateando los parterres del jardín privado de Susurro. —Mi voz adquirió un tono agudo.
Durante unos momentos nadie dijo nada. Goblin emitió unos cuantos sonidos chirriantes cuando Arrope y los demás sargentos entraron a toda prisa. Finalmente el capitán preguntó a Cuervo:
—¿Es eso correcto?
Cuervo asintió.
—A juzgar por los documentos, ha estado entrando y saliendo desde principios de la primavera.
El capitán cruzó los brazos, se puso a pasear arriba y abajo. Parecía como un viejo monje cansado camino de las plegarias del anochecer.
Susurro es el más conocido de todos los generales Rebeldes. Es una mujer. Su testarudo genio ha mantenido unido el frente Oriental pese a todos los esfuerzos de los Diez. También es el miembro más peligroso del Círculo de los Dieciocho. Es conocida por la meticulosidad con la que planea las campañas. En una guerra que demasiado a menudo se parece por ambos lados a un caos armado, sus fuerzas destacan por su firme organización, disciplina y claridad de objetivos.
—Se supone que esta mandando el ejército Rebelde en Orín, ¿correcto? —meditó el capitán. La lucha por Orín duraba ya tres años. Los rumores decían que cientos de kilómetros cuadrados yacían devastados. Durante el pasado invierno ambos bandos se habían visto reducidos a comerse sus propios muertos para sobrevivir.
Asentí. La cuestión era retórica. Estaba pensando en voz alta.
—Y Orín ha sido un matadero durante años. Susurro no se hundirá. La Dama no retrocederá. Pero si Susurro está viniendo aqui, entonces el Círculo ha decidido dejar caer Orín.
—Eso significa —añadí— que están cambiando de una estrategia oriental a una septentrional. —El norte sigue siendo el flanco débil de la Dama. El oeste está postrado. Los aliados de la Dama gobiernan el mar al sur. El norte ha sido ignorado desde que las fronteras del imperio alcanzaron los grandes bosques encima de Forsberg. Es en el norte que los Rebeldes han conseguido sus éxitos más espectaculares.
El teniente observó:
—Tenemos el impulso necesario, con Forsberg tomado, el Saliente dominado, Rosas eliminada y Centeno asediada. Hay fuerzas Rebeldes encaminándose a Ingenio y Doncella. Serán detenidas, pero el Círculo debe saberlo. Así que están danzando sobre el otro pie y acudiendo a Lords. Si Lords cae, están casi al borde del País Ventoso. Si cruzan el País Ventoso y suben la Escalera Rota, estarán mirando a Hechizo desde un centenar de kilómetros de distancia.
Seguí leyendo y clasificando.
—Elmo, podrías mirar a tu alrededor y ver si puedes encontrar alguna otra cosa. Puede que tengan algo metido por alguna parte.
—Usa a Un Ojo, Goblin y Silencioso —sugirió Cuervo—. Tienen más posibilidades de encontrar algo.
El capitán dio su aprobación a la propuesta. Le dijo al teniente:
—Ocúpate de esto. Quejica, tú y Arrope preparad a los hombres para la marcha. Mecha, dobla la guardia del perímetro.
—¿Señor? —preguntó Arrope.
—No querrás estar aquí cuando vuelva Susurro, ¿verdad? Goblin, ven acá. Ponte en contacto con Atrapaalmas. Esto tiene prioridad. Ahora.
Goblin hizo una horrible mueca, luego fue a un rincón y empezó a murmurar para sí mismo. Era pequeña y tranquila hechicería…, para empezar.
El capitán se volvió.
—Matasanos, tú y Cuervo empaquetad estos documentos cuando hayáis terminado con ellos. Querremos llevárnoslos.
—Quizá sea mejor guardar los mejores para Atrapaalmas —dije—. Algunos necesitarán una atención inmediata si queremos que sean de alguna utilidad. Quiero decir, habrá que hacer algo antes de que Susurro pueda captar algo.
—De acuerdo —me interrumpió—. Te enviaré un carro. No perdáis el tiempo. —Parecía cansado cuando salió.
Un nuevo ramalazo de terror entró con los gritos procedentes de fuera. Desenredé mis doloridas piernas y fui a la puerta. Estaban conduciendo a los Rebeldes al campo de entrenamiento. Los prisioneros captaban la repentina ansia de la Compañía por terminar e irse. Creían que iban a morir sólo unos minutos antes de que llegara la salvación.
Sacudí la cabeza y regresé a mi lectura. Cuervo me lanzó una mirada que podía significar que compartía mi dolor. Por otra parte, podía contener también desdén hacia mi debilidad. Con Cuervo resulta difícil decirlo.
Un Ojo entró por la puerta, avanzó con paso fuerte, dejó caer un puñado de paquetes envueltos con tela embreada. Había húmedos terrones pegados a ellos.
—Tenías razón. Desenterramos esto detrás de los dormitorios.
Goblin dejó escapar un largo y agudo chirrido tan estremecedor como el de un búho cuando estás solo en los bosques a medianoche. Un Ojo hizo eco al sonido.
Tales momentos me hacen dudar de la sinceridad de su animosidad.
—Está en la Torre —gimió Goblin—. Está con la Dama. La veo a través de sus ojos… sus ojos… sus ojos… ¡La oscuridad! ¡Oh, Dios, la oscuridad! ¡No! ¡Oh, Dios, no! ¡No! —Sus palabras se retorcieron en un chillido de puro terror. Eso también se desvaneció—. El Ojo. Veo el Ojo. Está mirando directamente a través de mí.
Cuervo y yo intercambiamos ceños fruncidos y encogimientos de hombros. No sabíamos de qué estaba hablando.
Goblin sonaba como si estuviera regresando a su infancia.
—Haced que deje de mirarme. Haced que no me mire. He sido bueno. Haced que se vaya.
Un Ojo estaba de rodillas al lado de Goblin.
—Todo está bien. Todo está bien. No es real. Todo va a estar bien.
Intercambié miradas con Cuervo. Se volvió, empezó a hacer gestos a Linda.
—La envío a buscar al capitán.
Linda se marchó reluctante. Cuervo tomó otra hoja de la pila y siguió leyendo. Frío como la piedra, ese Cuervo.
Goblin gritó durante un rato, luego se quedó quieto como la muerte. Hice ademán de ir hacia él. Un Ojo alzó una mano para decirme que no era necesario. Goblin había acabado de transmitir su mensaje.
Goblin se relajó lentamente. El terror abandonó su rostro. Su color mejoró. Me arrodillé, palpé su carótida. Su corazón martilleaba, pero el ritmo iba descendiendo.
—Me sorprende que no lo matara esta vez —dije—. ¿Ha estado alguna vez tan mal antes?
—No. —Un Ojo dejó caer la mano de Goblin—. Será mejor que no lo pongamos a él la próxima vez.
—¿Es progresivo? —Mi oficio bordea el suyo a lo largo de sombríos bordes, pero sólo en pequeños aspectos. No lo sabía.
—No. Su confianza necesitará apoyo durante un tiempo. Sonaba como si hubiera contactado con Atrapaalmas justo en el corazón mismo de la Torre. Creo que eso dejaría tambaleante a cualquiera.
—Mientras estaba en presencia de la Dama —jadeé. No pude contener mi excitación. ¡Goblin había visto el interior de la Torre! ¡Era posible que hubiera visto a la Dama! Sólo los Diez Que Fueron Tomados salen alguna vez de la Torre. La imaginación popular puebla su interior con un millar de horribles posibilidades. ¡Y yo tenía conmigo a un testigo directo!
—Déjalo tranquilo, Matasanos. Te lo dirá cuando esté preparado para ello. —Había un filo cortante en la voz de Un Ojo.
Se ríen de mis pequeñas fantasías, me dicen que me he enamorado de un duende. Quizá tengan razón. A veces mi propio interés me asusta. Llega a convertirse en una obsesión.
Durante un rato olvidé mi deber hacia Goblin. Por un momento dejé de ser un hombre, un hermano, un viejo amigo. Él se convirtió simplemente en una fuente de información. Luego, avergonzado me retiré a mis papeles.
Llegó el capitán, desconcertado, arrastrado por una decidida Linda.
—Oh. Ya veo. Ha establecido contacto. —Estudió a Goblin—. ¿Todavía no ha dicho nada? ¿No? Despiértalo, Un Ojo.
Un Ojo empezó a protestar, se lo pensó mejor, sacudió suavemente a Goblin. Goblin se tomó su tiempo en despertar. Su sueño parecía casi tan profundo como un trance.
—¿Fue duro? —me preguntó el capitán. Se lo expliqué. Gruñó, dijo—: Ese carro está de camino. Uno de vosotros empezad a empaquetar.
Me dispuse a enderezar mis montones.
—Uno de vosotros quiere decir Cuervo, Matasanos. Tú quédate aquí. Goblin no parece estar demasiado bien.
No lo estaba. Se había puesto de nuevo pálido. Su aliento se volvía por momentos más somero y rápido, parecía afanoso.
—Dale un cachete, Un Ojo —dije—. Puede que piense que todavía está ahí fuera.
El bofetón hizo su trabajo. Goblin abrió unos ojos llenos de pánico. Reconoció a Un Ojo, se estremeció, inspiró profundamente, chilló:
—¿Tengo que volver a esto? ¿Después de eso? —Pero su voz desmentía su protesta. El alivio era tan denso que casi podía cortarse.
—Está bien —dije—. Es capaz de quejarse.
El capitán se acuclilló. No dijo nada. Goblin hablaría cuando estuviera preparado.
Le tomó varios minutos centrarse, luego señaló:
—Atrapaalmas dice que salgamos de aquí como perseguidos por todos los diablos. Rápido. Se encontrará con nosotros camino a Lords.
—¿Eso es todo?
Eso era todo lo que había, pero el capitán seguía esperando más. Los resultados no parecían justificar las molestias cuando veías por lo que había pasado Goblin.
Le miré fijamente. Era una maldita tentación. Me devolvió la mirada.
—Más tarde, Matasanos. Dame tiempo a ponerlo todo en orden en mi propia cabeza.
Asentí, dije:
—Un poco de té de hierbas te ayudará.
—Oh, no. No vas a darme nada de ese meado de ratas de Un Ojo.
—No ése. El mío. —Medí la cantidad suficiente para una infusión fuerte, se la di a Un Ojo, cerré mi maletín, regresé a los papeles mientras el carro crujía fuera.
Mientras sacaba mi primera carga, observé que los hombres estaban en el estadio del golpe de gracia en el campo de entrenamiento. El capitán no tenía intención de entretenerse. Deseaba poner mucha distancia entre él y el campamento antes de que regresara Susurro.
No puedo decir que le culpe por ello. La reputación de Susurro es absolutamente vil.
No me ocupé de los paquetes envueltos en papel embreado hasta que estuvimos de camino. Me senté al lado del conductor y abrí el primero, intentando en vano ignorar los salvajes botes del vehículo sin muelles.
Examiné por dos veces los paquetes, cada vez más inquieto.
Un auténtico dilema. ¿Debo decirle al capitán lo que he averiguado? ¿Debo decírselo a Un Ojo o a Cuervo? Todos se sentirán interesados. ¿Debo reservarlo todo para Atrapaalmas? Sin duda él lo preferirá. Mi pregunta es: ¿Cae esta información dentro o fuera de mis obligaciones para con la Compañía? Necesito un consejero.
Salté del carro, dejé que la columna pasara por mi lado hasta que llegué a Silencioso. Ocupaba un lugar en el centro. Un Ojo estaba en vanguardia y Goblin en la parte de atrás. Cada uno valía lo que un pelotón de exploradores.
Silencioso bajó la vista desde el lomo del gran caballo negro que monta cuando se halla de un humor abominable. Frunció el ceño. De nuestros hechiceros, es el que está más cerca de lo que podría llamar maldad, aunque, como en muchos de nosotros, es más imagen que sustancia.
—Tengo un problema —le dije—. Grande. Tú eres el mejo receptor. —Miré a mi alrededor—. No quiero que nadie más oiga esto.
Silencioso asintió. Hizo una serie de complicados y fluidos gestos demasiado rápidos para poder seguirlos. De pronto no pude oír nada de lo que se producía a más de metro y medio de distancia. Es sorprendente en cuántos sonidos no reparas hasta que desaparecen. Le dije a Silencioso lo que había hallado.
Silencioso es difícil de impresionar. Ha visto y ha oído de todo. Pero pareció adecuadamente sorprendido esta vez.
Por un momento pensé que iba a decir algo.
—¿Debo comunicárselo a Atrapaalmas?
Un vigoroso asentimiento con la cabeza. Muy bien. No había dudado ni un momento en aquello. La noticia era demasiado grande para la Compañía. Nos devoraría si la guardábamos para nosotros.
—¿Qué hay del capitán? ¿Un Ojo? ¿Algunos de los demás?
Fue menos rápido en responder, y menos decisivo. Su consejo fue negativo. Con unas cuantas preguntas y la intuición que uno desarrolla tras una larga exposición, comprendí que Silencioso creía que Atrapaalmas desearía difundir la noticia sobre la base de quién necesitaba saberla.
—De acuerdo entonces —dije, y—: Gracias —y troté columna arriba. Cuando estuve fuera de la vista de Silencioso pregunté a uno de los hombres—: ¿Has visto a Cuervo?
—Está delante con el capitán.
Era de esperar. Seguí trotando.
Tras un momento de reflexión había decidido comprarme un pequeño seguro adicional. Cuervo era la mejor política que podía imaginar.
—¿Lees cualquiera de las antiguas lenguas? —le pregunté. Resultaba difícil hablar con él. Él y el capitán iban montados, y Linda iba directamente detrás de ellos. Su mula no dejaba de querer pisarme los talones.
—Algunas. Forma parte de una educación clásica. ¿Por qué?
Me adelanté unos pocos pasos.
—Vamos a tener pronto guiso de mula si no cuidas tu paso, animal —maldije, y la mula se rió. Le dije a Cuervo—: Algunos de esos papeles no son modernos. Los que desenterró Un Ojo.
—No son importantes, supongo.
Me encogí de hombros y caminé a su lado, escogiendo con cuidado mis palabras.
—Nunca se sabe. La Dama y los Diez se remontan a hace mucho tiempo. —Dejé escapar un grito, giré en redondo, corrí hacia atrás agarrándome el hombro allá donde la mula me había mordisqueado. El animal parecía inocente, pero Linda sonreía de forma divertida.
Casi valió la pena el dolor por ver su sonrisa. Sonreía tan pocas veces.
Crucé la columna y retrocedí hasta que estuve caminando al lado de Elmo. Preguntó:
—¿Ocurre algo, Matasanos?
—¿Hum? No. De veras, no.
—Pareces asustado.
Estaba asustado. Había levantado la tapa de una pequeña caja, sólo para ver lo que había dentro, y la había hallado llena de cosas horribles. Lo que había leído no era algo que pudiera olvidarse.
Cuando vi a Cuervo la siguiente vez su rostro estaba tan gris como el mío. Quizá más aún. Caminamos juntos mientras él esbozaba lo que había averiguado de los documentos que yo no había sido capaz de leer.
—Algunos de ellos pertenecieron al hechicero Bomanz —me dijo—. Otros datan de la Dominación. Algunos están en tellekurre, Sólo los Diez utilizan todavía ese lenguaje.
—¿Bomanz? —pregunté.
—Exacto. El que despertó a la Dama. Susurro echó mano de alguna forma a sus papeles secretos.
—Oh.
—Sí. Exacto. Oh.
Nos separamos, para estar cada uno a solas con sus temores.
Atrapaalmas llegó sigilosamente. Llevaba ropas no muy distintas de las nuestras fuera de sus habituales pieles. Se deslizó, dentro de la columna sin que nadie reparara en él. Fui incapaz de decir cuánto tiempo llevaba allí. Me di cuenta de su presencia cuando abandonamos el bosque, después de tres días de dieciocho horas de pesada marcha. Ponía cansadamente un pie delante de otro mientras murmuraba acerca de hacerme demasiado viejo cuando una suave voz femenina preguntó:
—¿Cómo te encuentras hoy, médico? —Tenía un asomo de regocijo.
Si hubiera estado menos cansado hubiera chillado y dado un salto de tres metros. Tal como estaban las cosas, di simplemente mi siguiente paso, volví la cabeza y murmuré:
—Por fin te dejas ver, ¿eh? —Una profunda apatía era la orden del momento.
La oleada de alivio llegaría más tarde, pero justo entonces mi cerebro estaba funcionando tan torpemente como mi cuerpo. Tras una marcha tan larga resultaba difícil seguir bombeando adrenalina. El mundo no albergaba excitaciones o terrores repentinos.
Atrapaalmas avanzó a mi lado, igualando paso con paso, mirándome ocasionalmente. No podía ver su rostro, pero captaba su regocijo.
Llegó el alivio, y fue seguido por una oleada de asombro ante mi propia temeridad. Le había hablado como si Atrapaalmas fuera uno de los chicos. Era el momento de los rayos y centellas.
—Entonces, ¿por qué no echamos una mirada a esos documentos? —preguntó. Parecía positivamente alegre. Lo conduje al carro. Subimos. El conductor nos lanzó una mirada con los ojos muy abiertos, luego volvió la vista decididamente hacia adelante, con un ligero estremecimiento e intentando volverse completamente sordo.
Fui directo a los paquetes que habían estado enterrados, empecé a sacarlos.
—Espera —dijo—. Todavía no necesitan saberlo. —Captó mi miedo, rió como una jovencita—. Estás a salvo, Matasanos. De hecho, la Dama te envía su agradecimiento personal. —Se echó a reír de nuevo—. Desea saberlo todo de ti, Matasanos. Todo de ti. Has capturado también su imaginación.
Otro martillazo de miedo. Nadie desea llamar la atención de la Dama.
Atrapaalmas gozaba con mi desconcierto.
—Puede que te conceda una entrevista, Matasanos. Oh, vamos. Te has puesto tan pálido. Bueno, no es obligatorio. Al trabajo, entonces.
Nunca he visto a nadie leer tan rápido. Revisó los antiguos documentos y los nuevos en un abrir y cerrar de ojos.
—No pudiste leerlos todos —dijo. Usó su voz femenina más profesional.
—No.
—Yo tampoco. Algunos de ellos sólo puede descifrarlos la Dama.
Extraño, pensé. Esperaba más entusiasmo. El haber conseguido aquellos documentos representaba un buen golpe para él, puesto que era él quien había tenido el buen juicio de alistar a la Compañía Negra.
—¿Cuánto conseguiste leer?
Le hablé de los planes Rebeldes de un golpe a través de Lords, y acerca de lo que implicaba la presencia de Susurro.
Rió quedamente.
—Los viejos documentos, Matasanos. Háblame de los viejos documentos.
Me di cuenta de que estaba sudando. Cuanto más suave y gentil se volvía, más sentía que debía temerle.
—El viejo hechicero. El que os despertó a todos. Algunos de éstos eran sus papeles. —Maldita sea. Supe que hubiera debido meterme el pie en la boca antes de terminar. Cuervo era el único hombre en la Compañía que podía haber identificado los papeles de Bomanz como suyos.
Atrapaalmas dejó escapar una risita, me dio una palmada de camarada en el hombro.
—Eso pensé, Matasanos. No estaba seguro, pero lo supuse. No creo que te resistieras a decírselo a Cuervo.
No respondí. Deseé mentir, pero él sabía.
—No podías haberlo sabido de ninguna otra forma. Le hablaste de las referencias al auténtico nombre del Renco, de modo que él simplemente tuvo que leer todo lo que pudo. ¿Correcto?
Seguí manteniendo mi paso. Era cierto, aunque mis motivos no habían sido totalmente de hermano. Cuervo tiene sus cosas que solucionar, pero el Renco nos quiere a todos nosotros. El secreto más celosamente guardado de cualquier hechicero, por supuesto, es su auténtico nombre. Un enemigo armado con eso puede apuñalarle a través de cualquier magia o ilusión directo al corazón de su alma.
—Tú simplemente imaginaste la magnitud de lo que habías hallado, Matasanos. Incluso yo sólo puedo imaginarlo. Pero lo que surgirá de todo ello es predecible. El mayor desastre para los ejércitos Rebeldes, y un montón de animación y estrépito entre los Diez. —Me palmeó de nuevo el hombro—. Me has convertido en la segunda persona más poderosa del Imperio. La Dama conoce todos nuestros auténticos nombres. Ahora yo conozco tres de los otros, y he obtenido el mío de vuelta.
No era extraño que se mostrara efusivo. Había eludido una flecha que no sabía que le llegaba, y al mismo tiempo tenía cogido al Renco por donde más le dolía. Había topado con la olla del arco iris del poder.
—Pero Susurro…
—Susurro tendrá que renunciar. —La voz que usó era profunda y helada. Era la voz de un asesino, una voz acostumbrada a pronunciar sentencias de muerte—. Susurro ha de morir pronto. De otro modo no se ganará nada.
—Supongamos que se lo dice a alguien.
—No lo hará. Oh, no. Conozco a Susurro. Luché con ella en Orín antes de que la Dama me enviara a Berilo. Luché con ella en Era. La perseguí a través de los menhires parlantes por la Llanura del Miedo. Conozco a Susurro. Es un genio, pero es una solitaria. De haber vivido durante la primera era, el Dominador la hubiera hecho uno de los suyos. Sirve a la Rosa Blanca, pero su corazón es tan negro como la noche del Infierno.
—Eso me suena como la totalidad del Círculo.
Atrapaalmas se echó a reír.
—Sí. Todos son unos hipócritas. Pero no hay nadie como Susurro. Es increíble, Matasanos. ¿Cómo consiguió desenterrar tantos secretos? ¿Cómo consiguió mi nombre? Lo había ocultado perfectamente. La admiro. De veras. Un genio tan grande. Tanta audacia. Un golpe a través de Lords, a través del País Ventoso, y hacia arriba por la Escalera Rota. Increíble. Imposible. Y hubiera funcionado de no ser por el accidente de la Compañía Negra y por ti. Serás recompensado. Te lo garantizo. Pero ya basta de esto. Tenemos trabajo que hacer. Nocherniego necesita más información. La Dama tiene que ver estos papeles.
—Espero que tengas razón —gruñí—. Mueve el culo, luego tómate una pausa. Estoy agotado. Llevamos yendo de un lado para otro y luchando desde hace un año.
Una observación estúpida, Matasanos. Sentí el estremecimiento del fruncimiento de cejas dentro del morrión negro. ¿Cuánto tiempo llevaba Atrapaalmas yendo de un lado para otro y luchando? Eras.
—Ahora vete —me dijo—. Hablaré contigo y con Cuervo más tarde. —Una voz fría, fría. Tenía que salir de allí como si me persiguieran los demonios.
Todo había terminado en Lords cuando llegamos allí. Nocherniego se había movido rápido y había golpeado duro. No podías ir a ninguna parte sin hallar Rebeldes colgados de los árboles y los postes de las luces. La Compañía fue a los acuartelamientos esperando un invierno tranquilo y aburrido y pasar la primavera persiguiendo Rebeldes rezagados en los grandes bosques del norte. Oh, fue una dulce ilusión mientras duró.
—¡Tonk! —dije, colocando cinco figuras que me habían venido desde un principio—. ¡Ja! Doblo, chicos. Doblo. Pagad.
Un Ojo gruñó y se quejó y empujó sus monedas sobre la mesa. Cuervo soltó una risita. Incluso Goblin consiguió esbozar una sonrisa. Un Ojo no había ganado una mano en toda la mañana, pese a hacer trampas.
—Gracias, caballeros. Gracias. Reparte, Un Ojo.
—¿Qué estás haciendo, Matasanos? ¿Eh? ¿Cómo lo consigues?
—La mano es más rápida que el ojo —sugirió Elmo.
—Sólo una vida honesta, Un Ojo. Sólo una vida honesta.
El teniente asomó la cabeza por la puerta, el rostro tenso y ceñudo.
—Cuervo. Matasanos. El capitán quiere veros. Ya. —Examinó las varias partidas de cartas—. Degenerados.
Un Ojo bufó, luego esbozó una pálida sonrisa. El teniente era peor jugador que él.
Miré a Cuervo. El capitán era su compinche. Pero se encogió de hombros, arrojó sus cartas. Me llené los bolsillos con mis ganancias y le seguí a la oficina del capitán.
Atrapaalmas estaba allí. No nos habíamos visto desde aquel día en el linde del bosque. Yo había esperado que estuviera demasiado atareado para volver con nosotros. Miré al capitán, intentando adivinar el futuro en su rostro. Vi que no era halagüeño.
Si el capitán no estaba alegre, tampoco lo estaba yo.
—Sentaos —dijo. Dos sillas aguardaban. Se puso a caminar arriba y abajo, como inquieto. Finalmente dijo—: Tenemos órdenes de movernos. Directamente desde Hechizo. Nosotros y toda la brigada de Nocherniego. —Hizo un gesto hacia Atrapaalmas, pasando la explicación a él.
Atrapaalmas parecía sumido en sus pensamientos. Apenas audible, finalmente preguntó:
—¿Cómo eres con el arco, Cuervo?
—Regular. No soy ningún campeón.
—Mejor que regular —contradijo el capitán—. Malditamente bueno.
—¿Y tú, Matasanos?
—Solía ser bueno. No he disparado desde hace años.
—Practica un poco. —Atrapaalmas empezó a pasear también arriba y abajo. La oficina era pequeña. Esperé una colisión en cualquier momento. Al cabo de un minuto dijo—: Se han producido acontecimientos. Intentamos atrapar a Susurro en su campamento. Fallamos por poco. Olió la trampa. Todavía está ahí fuera, en alguna parte, oculta. La Dama está enviando tropas desde todos lados.
Eso explicaba la observación del capitán. No me dijo por qué se suponía que debía afinar mis habilidades con el arco.
—Por todo lo que podemos decir —continuó Atrapaalmas—, los Rebeldes no saben lo que ocurrió ahí fuera. Todavía. Susurro no ha reunido el valor de vocear su fracaso. Es una mujer orgullosa. Parece como si primero quisiera intentar reagruparse.
—¿Con qué? —preguntó Cuervo—. No puede reunir ni siquiera un pelotón.
—Con recuerdos. Recuerdos del material que hallasteis enterrado. No creo que sepa que lo tenemos nosotros. No se había acercado a su cuartel general antes de que el Renco inclinara la balanza hacia nuestro lado y ella huyera al bosque. Y sólo nosotros cuatro, y la Dama, sabemos lo de los documentos.
Cuervo y yo asentimos. Ahora comprendíamos la inquietud de Atrapaalmas. Susurro conocía su auténtico nombre. Estaba en el ojo del huracán.
—¿Qué es lo que quieres de nosotros? —preguntó Cuervo suspicazmente. Temía que Atrapaalmas pensara que nosotros también habíamos descifrado el nombre. Incluso había sugerido que matáramos al Tomado antes de que él nos matara a nosotros. Los Diez no son ni inmortales ni invulnerables, pero son malditamente difíciles de alcanzar. Yo no desearía tener que intentarlo nunca.
—Nosotros tres tenemos una misión especial.
Cuervo y yo intercambiamos miradas. ¿Estaba preparado algo?
Atrapaalmas dijo:
—Capitán, ¿te importaría salir fuera un minuto?
El capitán cruzó la puerta arrastrando los pies. Su acto es pura fachada. No supongo que se dé cuenta de que nos hemos dado cuenta de ello desde hace años. Sigue con él, intentando causar efecto.
—No voy a llevaros donde pueda mataros tranquilamente —nos dijo Atrapaalmas—. No, Cuervo, no creo que hayas imaginado cuál es mi auténtico nombre.
Curioso. Hundí la cabeza entre mis hombros. Cuervo agitó una mano. Apareció un cuchillo. Empezó a limpiarse unas uñas ya inmaculadamente limpias.
—El desarrollo crítico es éste: Susurro sobornó al Renco después de que lo pusiéramos en ridículo en el asunto del Rastrillador.
—Eso explica lo que ocurrió en el Saliente —estallé—. Acabamos con él. Se hizo pedazos de la noche a la mañana. Y no era más que una pura mierda durante la batalla en Rosas.
Cuervo se mostró de acuerdo.
—Rosas fue culpa suya. Pero nadie pensó que fuera traición. Después de todo, es uno de los Diez.
—Sí —dijo Atrapaalmas—. Eso explica muchas cosas. Pero el Saliente y Rosas son ayer. Nuestro interés ahora es mañana. Es librarnos de Susurro antes de que ella nos obsequie con otro desastre.
Cuervo miró a Atrapaalmas, me miró a mí, siguió con su innecesaria manicura. No estaba considerando tampoco a los Tomados según su valor facial. Nosotros los mortales menores no somos más que juguetes y herramientas para ellos. Son el tipo de gente que desenterrará los huesos de su abuela para ganar algunos puntos con la Dama.
—Ésta es nuestra ventaja sobre Susurro —dijo Atrapaalmas—. Sabemos que ha acordado encontrarse con el Renco mañana…
—¿Cómo? —preguntó Cuervo.
—Yo no lo sé. La Dama me lo dijo. El Renco no sabe que nosotros sabemos nada sobre él, pero sabe que no puede durar mucho más tiempo. Probablemente intentará hacer un trato de modo que el Círculo lo proteja. Sabe que si no lo hace está muerto. Lo que la Dama desea es que mueran juntos a fin de que el Círculo sospeche que ella se estaba vendiendo al Renco en lugar de al revés.
—No colará —gruñó Cuervo.
—Lo creerán.
—Así que nosotros vamos a frustrarlo —dije—. Yo y Cuervo. Con arcos. ¿Y cómo se supone que lo encontraremos? —Atrapaalmas no estaría allí en persona, no importaba lo que dijera. Tanto el Renco como Susurro podían captar su presencia mucho antes de que llegara a tiro de arco.
—El Renco estará con las fuerzas que se mueven por el bosque. Puesto que no sabe que es sospechoso, no se ocultará del Ojo de la Dama. Esperará que sus movimientos sean considerados como parte de la búsqueda. La Dama me informará de sus movimientos. Yo os pondré sobre su rastro. Cuando se encuentren, los liquidáis.
—Seguro —se burló Cuervo—. Por supuesto. Será un tiro al pato. —Arrojó su cuchillo. Se clavó profundamente en el alféizar de la ventana. Salió pisando fuerte de la habitación.
El asunto no me sonaba mejor a mí. Miré a Atrapaalmas y me debatí conmigo mismo durante dos segundos antes de dejar que el miedo me empujara tras la estela de Cuervo.
Mi último atisbo de Atrapaalmas fue el de una persona cansada hundida en la infelicidad. Supongo que resulta duro para ellos vivir según su reputación. Todos deseamos que la gente nos quiera.
Estaba sumido en una de mis pequeñas fantasías acerca de la Dama mientras Cuervo clavaba sistemáticamente flechas en un blanco rojo clavado sobre una bala de paja. Yo había tenido problemas en acertar el blanco en mi primera ronda, casi me atrevería a decir que incluso la bala. Al parecer Cuervo era incapaz de no acertar.
Esta vez jugaba con su infancia. Esto es algo que me gusta examinar en cualquier villano. ¿Qué giros y nudos presentaba el hilo que ataba a la criatura de Hechizo con la niña pequeña que fue una vez? Consideremos los niños pequeños. No hay muchos de ellos que no sean listos y adorables y preciosos, dulces como miel y crema batidas. Así que, ¿de dónde procede toda la gente perversa? Recorro nuestros barracones y me pregunto cómo un riente e inquisitivo bebé que aún anda a cuatro patas puede llegar a convertirse en un Tres Dedos, un Burlón o un Silencioso.
Las niñas pequeñas son dos veces más preciosas e inocentes que los niños pequeños. No conozco ninguna cultura en las que no sean de esa forma.
Así que, ¿de dónde viene la Dama? ¿O, incidentalmente, Susurro? Estaba especulando sobre ello.
Goblin se sentó a mi lado. Leyó lo que yo había escrito.
—No lo creo así —dijo—. Pienso que tomó una decisión consciente desde un principio.
Me volví lentamente hacia él, agudamente consciente de Atrapaalmas de pie a tan sólo unos pocos metros a mis espaldas, viendo volar las flechas.
—Realmente no pensé que fuera de esa forma, Goblin. Es… Bueno, ya sabes. Quieres comprender, así que lo pones de una forma que puedas manejarlo.
—Todos hacemos eso. En la vida cotidiana se le llama crear excusas. —Cierto, los motivos en crudo son demasiado difíciles de engullir. Cuando la mayoría de la gente alcanza mi edad, han pulido tanto y tan a menudo sus motivos que pierden completamente el contacto con ellos.
Me di cuenta de que una sombra cruzaba mis rodillas. Alcé la vista. Atrapaalmas extendió una mano, invitándome a tomar mi turno con el arco. Cuervo había recuperado sus flechas y ahora estaba de pie, aguardando a que yo me situara en la marca.
Mis primeras tres flechas se clavaron en la bala.
—Vaya éxito —dije, y me volví para tomar otra flecha. Atrapaalmas estaba leyendo mi pequeña fantasía. Alzó la vista, hasta que sus ojos se cruzaron con los míos.
—¡Vamos, Matasanos! No fue así en absoluto. ¿No sabías que asesinó a su hermana gemela cuando tenía catorce años?
Ratas con garras de hielo treparon por mi espina dorsal. Me volví, lancé una flecha. Pasó inofensivamente a la derecha de la diana. Esparcí una cuantas más por los alrededores, sin conseguir, más que irritar a las palomas al fondo.
Atrapaalmas tomó el arco.
—Tus nervios te traicionan, Matasanos. —Una tras otra, en rápida sucesión, clavó tres flechas en un círculo de apenas un par de centímetros—. Sigue practicando. Estarás bajo más presión ahí fuera. —Me tendió de vuelta el arco—. El secreto es concentración. Imagina que estás practicando cirugía.
Imaginar que estoy practicando cirugía. Correcto. He conseguido efectuar algún excelente trabajo de emergencia en mitad de un campo de batalla. Correcto. Pero esto era diferente.
La gran vieja excusa. Sí, pero… Esto es diferente.
Me calmé lo suficiente para alcanzar el blanco con el resto de mis flechas. Tras recuperarlas, me aparté a un lado para dejar sitio a Cuervo.
Goblin me tendió los materiales de escritura. Irritado, estrujé mi pequeña fábula.
—¿Necesitas algo para los nervios? —preguntó Goblin.
—Sí. Limaduras de hierro o lo que sea que come Cuervo. —Mi autoestima estaba más bien vapuleada.
—Prueba esto. —Goblin me ofreció una pequeña estrella de plata de seis puntas que colgaba de una cadena para el cuello. En su centro había una cabeza de medusa en azabache.
—¿Un amuleto?
—Sí. Pensamos que tal vez podrías necesitarlo mañana.
—¿Mañana? —Se suponía que nadie sabía lo que estaba ocurriendo.
—Tenemos ojos, Matasanos. Esto es la Compañía. Quizá no sepamos qué, pero podemos decirlo cuando está a punto de ocurrir algo.
—Sí. Supongo que sí. Gracias, Goblin.
—Yo y Un Ojo y Silencioso, todos hemos trabajado en él.
—Gracias. ¿Qué hay con Cuervo? —Cuando alguien hace un gesto así, me siento más cómodo cambiando de tema.
—Cuervo no necesita ninguno. Cuervo es su propio amuleto. Siéntate. Hablemos.
—No puedo decirte nada sobre ello.
—Lo sé. Creí que querías saber cosas de la Torre. —Todavía no había hablado de su visita. Yo lo había dejado para que lo hiciera cuando quisiese.
—Muy bien. Cuéntame. —Miré a Cuervo. Flecha tras flecha se clavaban en el blanco.
—¿Vas a escribirlo?
—Oh, sí. —Preparé pluma y papel. Los hombres se sienten tremendamente impresionados por el hecho de que redacte estos Anales. Su propia inmortalidad está en ellos—. Me alegra no haber apostado con él.
—¿Apostado qué?
—Cuervo quería hacer una apuesta sobre nuestra puntería.
Goblin bufó.
—Eres demasiado listo para dejarte embaucar con una apuesta así. Prepara tu pluma. —Empezó su historia.
No añadió mucho a los rumores que había recogido de aquí y de allá. Describió el lugar como una estancia parecida a una caja, grande y ventosa, oscura y polvorienta. Casi lo que yo esperaba de la Torre. O de cualquier castillo.
—¿Qué aspecto tenía ella? —Ésa era la parte más intrigante del rompecabezas. Yo tenía una imagen mental de una belleza sin edad de pelo oscuro, con una presencia sexual que golpeaba a los meros mortales con el impacto de una maza. Atrapaalmas decía que era hermosa, pero yo no tenía ninguna corroboración independiente.
—No lo sé. No lo recuerdo.
—¿Qué quieres decir con que no lo recuerdas? ¿Cómo puedes no recordar?
—No te excites, Matasanos. No puedo recordar. Estaba ahí delante de mí, luego… Luego todo lo que pude ver fue ese gigantesco ojo amarillo que se hacía más y más grande y miraba directamente a través de mí, escrutando cada secreto que yo hubiera tenido nunca. Eso es todo lo que recuerdo. Todavía tengo pesadillas acerca de ese ojo.
Suspiré, exasperado.
—Supongo que hubiera debido esperar eso. ¿Sabes?, ella podría pasearse por nuestro lado en este mismo momento y nadie sabría que era ella.
—Supongo que ésa es la forma como lo desea, Matasanos. Si todo se desmorona de la forma en que era antes de que encontraras esos papeles, simplemente podrá marcharse sin que nadie la moleste. Sólo los Diez pueden identificarla, y de alguna forma ella está segura de ellos.
Dudo de que fuera tan simple. La gente como la Dama tiene problemas en adoptar un papel inferior. Los príncipes depuesto siguen actuando como príncipes.
—Gracias por tomarte la molestia de hablarme de ello, Goblin.
—Ninguna molestia. No tenía nada que decir. La única razón de todo esto es que me trastornó de tal modo.
Cuervo terminó de recuperar sus flechas. Se acercó y le dijo a Goblin.
—¿Por qué no te vas a poner un bicho en el saco de dormir a Un Ojo o algo así? Tenemos trabajo que hacer. —Estaba nervioso acerca de mi errática puntería. Íbamos a tener que depender el uno del otro. Si cualquiera de los dos fallaba, habría muchas posibilidades de que muriéramos antes de q pudiéramos disparar una segunda flecha. No deseaba pensar en ello.
Pero pensar en ello mejoró mi concentración. Esta vez metí todas mis flechas dentro de la diana.
Era como un grano en el culo tener que hacerlo, la noche antes de lo que fuera a lo que teníamos que enfrentarnos Cuervo y yo, pero el capitán se negó a pasar de una tradición que tenía tres siglos de antigüedad. También se negó a aceptar las protestas acerca de haber sido reclutados por Atrapaalmas, o las peticiones de información adicional que él evidentemente tenía. Quiero decir, comprendía lo que Atrapaalmas deseaba hacer y por qué, simplemente no podía extraerle sentido al por qué deseaba que lo hiciéramos Cuervo y yo. Tener al capitán respaldándole no hacía otra cosa que confundir aún más el asunto.
—¿Por qué, Matasanos? —dijo finalmente—. Porque te he dado una orden, por eso. Ahora sal de aquí y cumple con lo que se te ha ordenado.
Una vez al mes, al anochecer, toda la Compañía se reúne para que el Analista pueda leer los textos de sus predecesores. Se supone que las lecturas son para poner a los hombres en contacto con la historia y tradiciones de la tropa, que se extendían a lo largo de varios siglos y de muchos miles de kilómetros.
Coloqué mi selección en un tosco atril y empecé con la fórmula habitual.
—Buenas noches, hermanos. Una lectura de los Anales de la Compañía Negra, la última de las Compañías Libres de Khatovar. Esta noche voy a leer del Libro de Kette, compuesto a principios del segundo siglo de la Compañía por los Analistas Posos, Agrip, Vega y Bagatela. La Compañía estaba por aquel entonces al servicio del Dios del Dolor de Cho’n Delor. Eso fue cuando la Compañía era realmente negra.
»La lectura es del Analista Bagatela. Se refiere al papel de la Compañía en los acontecimientos que rodearon la caída de Cho’n Delor. —Empecé a leer, reflexionando privadamente que la compañía había servido a muchas causas perdidas.
La era de Cho’n Delor tenía muchas semejanzas con la nuestra, aunque entonces, con más de seis mil elementos en sus filas, la Compañía se hallaba en mejor posición para modelar su propio destino.
Me perdí enteramente en el hilo del relato. El viejo Bagatela era un diablo con la pluma. Leí durante tres horas, agitando los brazos como un profeta loco, y los mantuve hechizados. Me dieron una ovación cuando terminé. Me retiré del atril con la sensación como si mi vida se hubiera visto llenada.
El precio físico y mental de mi histrionismo me golpeó cuando entré en mi barracón. Siendo un semioficial, disponía de un pequeño cubículo propio. Me dirigí tambaleante hacia él.
Cuervo estaba esperándome. Estaba sentado en mi baúl, haciendo algo artístico con una flecha. Su astil tenía una banda de plata a su alrededor. Parecía estar grabando algo en ella. Si no hubiera estado tan cansado habría sentido curiosidad.
—Estuviste soberbio —me dijo Cuervo—. Incluso yo lo sentí.
—¿Eh?
—Me hiciste comprender lo que significaba entonces ser un hermano de la Compañía Negra.
—Todavía significa lo mismo para algunos.
—Sí. Y más. Les alcanzaste allá donde estaban sus vidas.
—Sí. Seguro. ¿Qué estás haciendo?
—Preparando una flecha para el Renco. Con su auténtico nombre en ella. Atrapaalmas me lo dio.
—Oh. —El agotamiento me impidió seguir el asunto—. ¿Qué querías?
—Me hiciste sentir algo por primera vez desde que mi esposa y sus amantes intentaron asesinarme y robarme mis derechos y mis títulos. —Se levantó, cerró un ojo, recorrió con la vista toda la longitud de la flecha—. Gracias, Matasanos. Por unos momentos me sentí humano de nuevo. —Salió.
Me derrumbé en mi camastro y cerré los ojos, recordando a Cuervo estrangular a su esposa, tomar su anillo de boda, y todo ello sin decir una palabra. Había revelado más en esta corta frase que desde el día que nos habíamos conocido. Extraño.
Me quedé dormido reflexionando en que había nivelado las cosas con todo el mundo menos con la fuente última de su desesperación. El Renco había sido intocable porque era uno de los hombres de la Dama. Pero ya no.
Cuervo aguardaba ansiosamente mañana. Me pregunté en qué soñaría aquella noche. Y si le quedaría mucho por desear si el Renco moría. Un hombre no puede sobrevivir sólo de odio. ¿Se molestaría en intentar sobrevivir a lo que venía?
Quizás era eso lo que en definitiva deseaba decir.
Estaba asustado. Un hombre que pensaba de esa forma podía ser un poco impetuoso, un poco peligroso para todos aquéllos a su alrededor.
Una mano se cerró en mi hombro.
—Es la hora, Matasanos. —El capitán en persona estaba despertando a la gente.
—Sí. Estoy despierto. —No había dormido bien.
—Atrapaalmas está preparado para partir.
Todavía era oscuro fuera.
—¿Qué hora es?
—Casi las cuatro. Quiere haber salido antes de la primera luz.
—Oh.
—¿Matasanos? Ve con cuidado ahí fuera. Te quiero de vuelta.
—Por supuesto, capitán. Sabes que no corro riesgos. ¿Capitán? ¿Por qué yo y Cuervo? —Quizá me lo dijera ahora.
—Dice que la Dama lo considera una recompensa.
—¿No bromeas? Una recompensa. —Tanteé en busca de mis botas mientras él se dirigía a la puerta—. ¿Capitán? Gracias.
—De nada. —Sabía que le daba las gracias por su preocupación.
Cuervo asomó la cabeza mientras estaba abrochándome los lazos de mi chaquetilla.
—¿Listo?
—Un minuto. ¿Hace frío ahí fuera?
—No mucho.
—¿Me llevo un sobretodo?
—No te hará ningún daño. ¿Cota de mallas? —Palpó mi pecho.
—Sí. —Me puse el sobretodo, tomé el arco que iba a llevarme, saltó en mi palma. Por un instante el amuleto de Goblin se posó frío en mi esternón. Deseé que funcionara.
Cuervo hendió su boca en una sonrisa.
—Yo también.
Le devolví la sonrisa.
—Entonces vamos a por ellos.
Atrapaalmas aguardaba en el patio donde habíamos practicado con los arcos. Su silueta estaba recortada por la luz procedente de las cocinas de la Compañía. Los panaderos ya estaban trabajando intensamente. Atrapaalmas aguardaba rígido en posición de descanso de desfile, con un fardo bajo su brazo izquierdo. Miraba hacia el Bosque Nuboso. Sólo llevaba su atuendo de piel y el morrión. Al contrario que algunos de los Tomados, raras veces llevaba armas. Prefería confiar en sus habilidades taumatúrgicas.
Estaba hablando consigo mismo. Algo extraño. «Quiero verle caer. He estado aguardando cuatrocientos años». «No podemos acercarnos tanto. Nos olerá llegar». «Pon a un lado todo el Poder». «¡Oh, es demasiado arriesgado!». Todo un coro de voces en acción. Era realmente extraño cuando dos de ellas hablaban a la vez.
Cuervo y yo intercambiamos miradas. Se encogió de hombros. Atrapaalmas no le impresionaba. Pero él había crecido en los dominios de la Dama. Había visto a todos los Tomados. Supuestamente Atrapaalmas era uno de los menos extraños.
Escuchamos durante unos minutos. Nada de aquello tenía sentido. Finalmente, Cuervo gruñó:
—¿Señor? Estamos preparados. —Su voz sonó un poco temblorosa.
Yo me sentía incapaz de hablar. En todo lo que podía pensar era en un arco, una flecha, y un trabajo que se esperaba que hiciera. Revisé el acto de tensar y soltar el arco una y otra vez. Inconscientemente, froté el regalo de Goblin. Me descubrí haciendo aquello a menudo.
Silencioso se estremeció como un perro mojado, se recompuso. Sin mirarnos, hizo un gesto.
—Vamos —dijo, y echó a andar.
Cuervo se volvió. Gritó a sus espaldas:
—Linda, vuelve dentro como te dije. Nos vamos.
—¿Cómo se supone que va a oírte? —pregunté, mirando a la niña que nos observaba desde la oscuridad de un portal.
—No me oirá. Pero el capitán sí. Vamos. —Hizo un gesto violento. El capitán apareció momentáneamente. Linda desapareció. Seguimos a Atrapaalmas. Cuervo murmuró algo para sí mismo. Estaba preocupado por la niña.
Atrapaalmas adoptó un paso rápido fuera del complejo, fuera del propio Lords, a través de los campos, sin mirar nunca hacia atrás. Nos condujo hasta un amplio grupo de árboles a varios tiros de arco de la muralla, hasta un claro en el corazón de los árboles. Allá, a la orilla de un arroyo, había una deshilachada alfombra sujeta a unos treinta centímetros del suelo sobre un tosco marco de madera de dos metros por dos y medio. Atrapaalmas dijo algo. La alfombra se retorció, se agitó un poco, se tensó.
—Cuervo, tú siéntate aquí. —Atrapaalmas indicó la esquina de la derecha más cercana a nosotros—. Matasanos, tú aquí. —Indicó la esquina de la izquierda.
Cuervo colocó cautelosamente un pie sobre la alfombra, pareció sorprendido al ver que no se hundía bajo su peso.
—Siéntate. —Atrapaalmas le indicó cómo hacerlo, con las piernas cruzadas y sus armas descansando a su lado cerca del borde de la alfombra. Hizo lo mismo conmigo. Me sorprendió el comprobar que la alfombra era rígida. Parecía como sentarse sobre una mesa—. Es imperativo que no os mováis —dijo Atrapaalmas, situándose en posición delante de nosotros, centrado un palmo por delante de la línea media de la alfombra—. Si no permanecemos equilibrados nos caeremos. ¿Comprendido?
No comprendía nada, pero estuve de acuerdo con Cuervo cuando él dijo sí.
—¿Preparados?
Cuervo dijo sí de nuevo. Supongo que sabía lo que estaba ocurriendo. Yo había sido tomado por sorpresa.
Atrapaalmas colocó sus manos con las palmas hacia arriba a sus lados, pronunció unas extrañas palabras, alzó lentamente las manos. Jadeé, me incliné. El suelo se estaba alejando.
—¡Permanece quieto! —restalló Cuervo—. ¿Intentas matarnos?
El suelo estaba a tan sólo dos metros de distancia. Entonces. Me enderecé y permanecí rígido. Pero no volví la cabeza lo suficiente para comprobar el movimiento entre la maleza.
Sí. Linda. Con la boca convertida en una O de sorpresa. Miré fijamente hacia adelante, agarrando mi arco tan fuertemente que pensé que iba a dejar grabadas las huellas de mis manos en él. Deseé atreverme a sujetar mi amuleto entre los dedos.
—Cuervo, ¿arreglaste las cosas para Linda? En caso, ya sabes…
—El capitán se ocupará de ella.
—Olvidé hacer lo mismo para los Anales.
—No seas tan optimista —dijo sarcásticamente. Me estremecí de forma incontrolable.
Atrapaalmas hizo algo. Empezamos a deslizarnos por encima de las copas de los árboles. El frío aire susurraba a nuestro lado. Miré por el lado. Había sus buenos cinco pisos de altura, y seguíamos subiendo.
Las estrellas se retorcieron sobre nuestras cabezas cuando Atrapaalmas cambió de rumbo. El viento aumentó hasta que pareció que estábamos volando frente a un ventarrón. Me incliné más y más hacia adelante, temeroso de que me empujara hacia atrás por encima del borde. No había nada a mis espaldas excepto una caída de más de cien metros y una brusca parada. Los dedos me dolían de sujetar el arco.
He aprendido una cosa, me dije. Cómo Atrapaalmas consigue aparecer tan aprisa cuando siempre se halla tan lejos de la acción cuando entramos en contacto.
Fue un viaje silencioso. Atrapaalmas permaneció atareado haciendo lo que fuera que conseguía que nuestra montura volara. Cuervo estaba encerrado en sí mismo. Yo también. Estaba mortalmente asustado. Mi estómago se revolvía. No sé Cuervo.
Las estrellas empezaron a desaparecer. El horizonte oriental se iluminó. La tierra se materializó a nuestros pies. Me arriesgué a echar una mirada. Estábamos encima del Bosque Nuboso. Un poco más de luz. Atrapaalmas gruñó, estudió el este, luego las distancias al frente. Pareció escuchar por un momento, luego asintió.
La alfombra alzó la nariz. Subimos. La tierra se inclinó y se empequeñeció hasta que pareció como un mapa. El aire se volvió mucho más frío. Mi estómago se mantuvo rebelde.
Muy lejos a nuestra izquierda divisé una negra cicatriz en el bosque. Era el campamento que habíamos asolado. Luego entramos en una nube y Atrapaalmas disminuyó nuestra velocidad.
—Derivaremos un poco —dijo—. Estamos a cincuenta kilómetros al sur del Renco. Cabalga alejándose de nosotros. Lo estamos alcanzando rápido. Cuando estemos casi encima de él, donde pueda detectarme, bajaremos. —Utilizó la pragmática voz femenina.
Empecé a decir algo. Restalló:
—Estáte quieto, Matasanos. No me distraigas.
Permanecimos en aquella nube, invisibles e incapaces de ver, durante dos horas. Luego Atrapaalmas dijo:
—Ya es hora de bajar. Agarraos al marco y no lo soltéis. Puede que sea un poco perturbador.
El fondo se alzó hacia nosotros. Caímos como una piedra desde lo alto de un risco. La alfombra empezó a girar lentamente sobre sí misma, de modo que el bosque parecía dar vueltas debajo de nosotros. Luego empezó a deslizarse hacia adelante y hacia atrás como una pluma cayendo. Cada vez que se inclinaba en mi dirección pensé que iba a caerme por el lado.
Un buen grito quizás hubiera ayudado, pero era algo que no podía hacer delante de personajes como Cuervo y Atrapaalmas.
El bosque siguió acercándose. Pronto pude distinguir los árboles a nivel individual…, cuando me atrevía a mirar. Íbamos a morir. Sabía que íbamos a estrellarnos contra las copas de los árboles a quince metros del suelo.
Atrapaalmas dijo algo. No lo capté. De todos modos, le estaba hablando a su alfombra. Los balanceos y los giros fueron deteniéndose gradualmente. Nuestro descenso se frenó. La alfombra apuntó ligeramente hacia abajo y empezó a deslizarse hacia adelante. Finalmente Atrapaalmas nos llevó hasta más abajo del nivel de las copas de los árboles, al pasillo formado por un río. Nos deslizamos a unos cuatro metros por encima del agua, con Atrapaalmas riendo mientras las aves se dispersaban presas del pánico.
Nos llevó hasta el suelo en un claro al lado del río.
—Fuera y estirad los miembros —nos dijo. Después de que nos hubiéramos relajado un poco indicó—: El Renco está a seis kilómetros al norte de nosotros. Ha alcanzado el lugar de reunión. A partir de aquí iréis sin mí. Me detectará si me acerco demasiado. Quiero vuestras insignias. También puede detectarlas.
Cuervo asintió, le entregó su insignia, tensó su arco, metió una flecha, tensó, soltó. Hice lo mismo. Me relajó los nervios.
Me sentía tan agradecido de pisar de nuevo el suelo que lo hubiera besado.
—El tronco de ese gran roble. —Cuervo señaló al otro lado del río. Disparó una flecha. Se clavó a pocos centímetros del centro. Hice una profunda inspiración para relajarme, le imité. Mi flecha golpeó un par de centímetros más cerca del frente—. Hubieras debido apostar conmigo esta vez —observó. Y a Atrapaalmas—: Estamos listos.
Añadí:
—Necesitaremos direcciones más específicas.
—Seguid la orilla del río. Hay gran cantidad de senderos de animales. La marcha no debería de ser difícil. De todos modos no necesitáis apresuraros. Susurro no llegará hasta dentro de varias horas.
—El río se dirige hacia el oeste —observé.
—Luego gira. Seguidlo durante cinco kilómetros, luego girad en ese punto y cruzad directamente al bosque. —Atrapaalmas se agachó y limpió de hojas y ramillas un cuadrado de tierra y usó un palo para dibujar un mapa—. Si alcanzáis esta curva habréis ido demasiado lejos.
Entonces Atrapaalmas se inmovilizó. Durante un largo minuto escuchó algo que sólo él podía oír. Luego siguió hablando:
—La Dama dice que sabréis que estáis cerca cuando alcancéis un bosquecillo de enormes árboles de hoja perenne. Era el lugar sagrado de un pueblo que murió antes de la Dominación. El Renco aguarda en el centro del bosquecillo.
—Eso es suficiente —dijo Cuervo.
—¿Tú esperarás aquí? —pregunté.
—No temas nada, Matasanos.
Hice otra de mis inspiraciones relajantes.
—Vamos, Cuervo.
—Un segundo, Matasanos —dijo Atrapaalmas. Tomó algo de su fardo. Resultó ser una flecha—. Utiliza esto.
La miré inseguro, luego la metí en mi carcaj.
Cuervo insistió en abrir la marcha. No discutí. Había sido un chico de ciudad antes de unirme a la Compañía. No me siento cómodo en los bosques. En especial no en los bosques del tamaño del Bosque Nuboso. Demasiada quietud. Demasiada soledad. Demasiado fácil perderse. Durante los primeros tres kilómetros me preocupé más por hallar el camino de vuelta que por el inminente encuentro. Pasé mucho tiempo memorizando referencias.
Cuervo no habló durante una hora. Yo estaba demasiado atareado pensando. No me importó.
Alzó una mano. Me detuve.
—Creo que ya hemos avanzado bastante —dijo—. Ahora iremos por ese lado.
—Hum.
—Descansemos. —Se sentó sobre la raíz de un enorme árbol, la espalda contra el tronco—. Todo está horriblemente tranquilo hoy, Matasanos.
—Hay cosas en mi mente.
—Sí. —Sonrió—. ¿Como qué tipo de recompensa nos espera?
—Entre otras cosas. —Extraje la flecha que me había dado Atrapaalmas—. ¿Ves esto?
—¿Una punta roma? —La probó—. Más bien blanda. ¿Qué demonios?
—Exacto. Significa que no se supone que deba matarla.
No había dudas acerca de quién debía disparar a quién. El Renco era de Cuervo desde un principio.
—Quizá. Pero no voy a dejar que me maten intentando cogerla viva.
—Yo tampoco. Eso es lo que me preocupa. Junto con otras diez cosas, como por qué la Dama nos eligió realmente a ti y mí, y por qué desea a Susurro viva… Oh, al infierno con ello. Me producirá úlceras.
—¿Estás preparado?
—Supongo.
Abandonamos la orilla del río. El camino se hizo más difícil, pero pronto cruzamos una baja cresta y alcanzamos el borde del bosque de coniferas. No crecía mucha cosa debajo de ellas. Muy poca luz se filtraba a través de sus ramas. Cuervo hizo una pausa para orinar.
—Más tarde no tendremos ninguna oportunidad —explicó.
Tenía razón. No deseas ese tipo de problema cuando te hallas en una emboscada a un tiro de piedra de un Tomado poco amistoso.
Empecé a temblar. Cuervo apoyó una mano en mi hombro.
—Todo irá bien —prometió. Pero ni él mismo lo creía. Su mano también temblaba.
Rebusqué dentro de mi chaquetilla y toqué el amuleto de Goblin. Aquello ayudó.
Cuervo alzó una ceja. Asentí. Seguimos andando. Mastiqué un trozo de tasajo, que quemó mi energía nerviosa. No hablamos de nuevo.
Había ruinas entre los árboles. Cuervo examinó los glifos tallados en las piedras. Se encogió de hombros. No significaban nada para él.
Entonces llegamos a los grandes árboles, los abuelos de aquéllos que habíamos estado cruzando. Se alzaban hasta más de cien metros de altura y tenían troncos tan gruesos como lo que podían abarcar dos hombres con los brazos extendidos. Aquí y allá el sol arrojaba lanzas de luz contra el suelo a través de las hojas. El aire era denso con el olor de la resina. El silencio era abrumador. Avanzamos paso a paso, asegurándonos de que nuestras pisadas no despertaban ninguna advertencia allá delante.
Mi nerviosismo alcanzó su cúspide, empezó a desvanecerse. Era demasiado tarde para echar a correr, demasiado tarde para cambiar de opinión. Mi cerebro canceló todas las emociones. Normalmente esto ocurría tan sólo cuando me veía obligado a tratar a los heridos mientras la gente se mataba entre sí a mi alrededor.
Cuervo señaló un alto. Asentí. Yo también lo había oído. El resoplar de un caballo. Cuervo hizo gesto de que me quedara quieto. Se dirigió hacia nuestra izquierda, encogido sobre sí mismo, y desapareció detrás de un árbol a unos quince metros de distancia.
Reapareció al cabo de un minuto, me hizo un gesto. Me reuní con él. Me condujo a un lugar desde donde podía examinar una zona abierta. El Renco y su caballo estaban allí.
El claro tenía quizá veinte metros de largo por quince de ancho. Un montón de desmoronantes piedras se alzaban en su centro. El Renco estaba sentado sobre una piedra caída y reclinado contra otra. Parecía estar durmiendo. Una esquina del claro estaba ocupada por el tronco de un gigante caído que no había acabado de posarse sobre el suelo. Mostraba muy poco la acción del tiempo.
Cuervo me dio unas palmadas en el dorso de mi mano, señaló. Deseaba que avanzáramos.
No me gustaba en absoluto moverme ahora que había visto al Renco. Cada paso significaba otra posibilidad de alertar al Tomado del peligro. Pero Cuervo tenía razón. El sol descendía delante de nosotros. Cuanto más esperáramos, peor sería la luz. Finalmente, incidiría contra nuestros ojos.
Avanzamos con un cuidado exagerado. Por supuesto. Un error y estábamos muertos. Cuando Cuervo miró hacia atrás vi sudor en sus sienes.
Se detuvo, señaló, sonrió. Me arrastré a su lado. Señaló de nuevo.
Había otro tronco caído allá delante. Éste tenía algo más de un metro de diámetro. Parecía perfecto para nuestro propósito. Era lo bastante grande como para ocultarnos, lo bastante bajo como para permitirnos disparar nuestras flechas. Hallamos un lugar que nos proporcionaba un excelente ángulo de tiro al corazón del claro.
La luz era buena también. Varios haces atravesaban el dosel vegetal e iluminaban la mayor parte del claro. Había una ligera bruma en el aire, polen quizá, lo cual hacía que las lanzas de luz destacaran. Estudié el claro durante varios minutos, imprimiéndolo en mi mente. Luego me senté detrás del tronco y fingí que era una roca. Cuervo montó guardia.
Pareció que transcurrían semanas antes de que ocurriera algo.
Cuervo me dio unos golpecitos en el hombro. Alcé la vista. Hizo gesto de andar moviendo dos dedos. El Renco se había levantado y caminaba de un lado para otro. Me alcé cuidadosamente, miré.
El Renco rodeó el montón de piedras unas cuantas veces, arrastrando su pierna mala, luego volvió a sentarse. Tomó una ramilla y la rompió en pequeños pedazos, arrojándolos a algún blanco que sólo él podía ver. Cuando la ramilla hubo desaparecido, tomó un puñado de pequeñas piñas y las fue lanzando perezosamente. Era el retrato de un hombre matando el tiempo.
Me pregunté por qué había acudido a caballo. Podía llegar mucho más rápido a los lugares cuando quería. Supuse que era porque estaba cerca de allí. Entonces me preocupó que algunas de sus tropas pudieran aparecer de repente.
Se puso en pie y caminó de nuevo rodeando las piedras, recogiendo pinas y lanzándolas al caído behemot al otro lado del claro. Maldita sea, deseé que pudiéramos acabar entonces con él y terminar con todo.
La montura del Renco alzó bruscamente la cabeza. El animal relinchó. Cuervo y yo nos hundimos tras el tronco, nos aplastamos entre las sombras y las agujas. Una crujiente tensión irradió desde el claro.
Un momento más tarde oí unos cascos aplastar las agujas del suelo. Contuve el aliento. Capté con el rabillo del ojo destellos de un caballo blanco avanzando entre los árboles. ¿Susurro? ¿Podía vernos?
Sí y no. Gracias a los dioses que sea, sí y no. Pasó a menos de quince metros sin reparar en nosotros.
El Renco dijo algo. Susurro respondió con voz melodiosa que no encajaba en absoluto con la ancha, dura, matronal mujer que había visto pasar. Sonaba como una espléndida muchacha de diecisiete años, pero parecía tener cuarenta y cinco y haber visto el mundo en su totalidad al menos tres veces.
Cuervo me dio un suave codazo.
Me alcé tan rápido como florece una flor, asustado de que pudieran oír crujir mis tendones. Miramos por encima del árbol caído. Susurro desmontó y tomó una de las manos del Renco entre las dos suyas.
La situación no podía ser más perfecta. Estábamos en las sombras, ellos estaban en mitad de un delator haz de luz. Un polvo dorado relucía a todo su alrededor. Y estaban restringiéndose el uno al otro sujetándose las manos.
Tenía que ser ahora. Ambos lo sabíamos, ambos doblamos nuestros arcos. Ambos teníamos flechas adicionales sujetas contra nuestras armas, listas para ser puestas en nuestras cuerdas.
—Ahora —dijo Cuervo.
Mis nervios no me traicionaron hasta que mi flecha estuvo en el aire. Entonces me quedé completamente frío y tembloroso.
La flecha de Cuervo se clavó bajo el brazo izquierdo del Renco. El Tomado emitió un sonido como una rata al ser pateada. Se arqueó y se apartó de Susurro.
Mi flecha se estrelló contra la sien de Susurro. Llevaba un casco de cuero, pero yo confiaba en que el impacto la derribaría. Giró sobre sí misma, alejándose del Renco.
Cuervo lanzó una segunda flecha, yo fallé la mía. Dejé caer el arco y salté por encima del tronco. La tercera flecha de Cuervo silbó a mi lado.
Susurro estaba de rodillas cuando llegué. La pateé en la cabeza, para enfrentarme al Renco. Las flechas de Cuervo habían alcanzado su blanco, pero ni siquiera la flecha especial de Atrapaalmas había terminado con la historia del Tomado. Estaba intentando gruñir un conjuro a través de una garganta llena de sangre. Le pateé también.
Entonces Cuervo llegó a mi lado. Me volví de nuevo hacia Susurro.
Aquella zorra era tan dura como su reputación. Aturdida como estaba, intentaba ponerse en pie, trataba de desenvainar su espada, pretendía vocalizar un conjuro. Pateé sus sesos de nuevo, alejé su espada.
—No traje ninguna cuerda —jadeé—. ¿Has traído tú alguna cuerda, Cuervo?
—No. —Estaba simplemente allí de pie, mirando al Renco. La maltratada máscara de cuero del Tomado se había deslizado de lado. Estaba intentando enderezarla a fin de poder ver quiénes éramos.
—¿Cómo demonios voy a atarla entonces?
—Mejor preocúpate antes de amordazarla. —Cuervo ayudó al Renco con su máscara, sonriendo con aquella increíblemente cruel sonrisa que exhibe cuando está a punto de cortar alguna garganta especial.
Saqué mi cuchillo y corté una tira de la ropa de Susurro. Luchó contra mí. Tuve que patearla de nuevo. Finalmente conseguí unas tiras de tela con las que atarla y que meter en su boca. La arrastré hasta la pila de piedras, la puse en pie, me volví para ver qué estaba haciendo Cuervo.
Había arrancado la máscara del Renco, poniendo al descubierto la desolación del rostro del Tomado.
—¿Qué haces? —pregunté. Estaba atando al Renco. Me pregunté por qué se molestaba.
—Estoy pensando en que quizá no tengo el talento necesario para manejar esto. —Se acuclilló y palmeó la mejilla del Renco. El Renco irradió odio—. Ya me conoces, Matasanos. Soy un viejo blando. Simplemente lo mataría y me sentiría satisfecho. Pero merece una muerte más dura. Atrapaalmas tiene más experiencia en estas cosas. —Rió perversamente.
El Renco se tensó contra sus ligaduras. Pese a las tres flechas, parecía anormalmente fuerte. Incluso vigoroso. Los proyectiles no parecían causarle ningún inconveniente.
Cuervo palmeó de nuevo su mejilla.
—Hey, viejo compadre. Unas palabras de advertencia, de un Amigo a otro… ¿No es eso lo que me dijiste como una hora antes de que Estrella Matutina y sus amigos me emboscaran en ese lugar al que me enviaste? ¿Unas palabras de advertencia? Sí. Cuidado con Atrapaalmas. Ha averiguado tu auténtico nombre. Con un personaje como ése, no hay forma de decir lo que puede hacer.
—Tranquilo con tu exultar, Cuervo —dije—. Vigílale. Está haciendo algo con los dedos. —Los estaba agitando rítmicamente.
—¡Ja! —gritó Cuervo con una carcajada. Agarró la espada que yo le había arrebatado a Susurro y le rebanó al Renco los dedos de ambas manos.
Cuervo me acusa de no contar toda la verdad en estos Anales.
Algún día quizá vea esto y lo lamente. Pero, honestamente, no fue la persona más agradable del mundo aquel día.
Yo tuve un problema similar con Susurro. Elegí una solución distinta. Le corté el pelo y lo usé para atar juntos sus dedos.
Cuervo atormentó al Renco hasta que ya no pude soportarlo más.
—Cuervo, ya Basta. ¿Por qué no te apartas un poco y los mantienes a ambos cubiertos? —No había recibido instrucciones específicas acerca de lo que debíamos hacer después de que capturáramos a Susurro, pero imaginaba que la Dama se lo diría a Atrapaalmas y éste nos lo comunicaría a nosotros. Simplemente teníamos que mantener las cosas bajo control hasta que llegara.
La alfombra mágica de Atrapaalmas descendió del cielo media hora después de que apartara a Cuervo del Renco. Yo me instalé a unos pocos metros de nuestros cautivos. Atrapaalmas bajó, estiró, miró a Susurro. Suspiró.
—No eres una visión agradable, Susurro —observó, con esa pragmática voz femenina—. Pero de todos modos nunca lo fuiste. Sí. Mi amigo Matasanos encontró los paquetes enterrados.
Los duros y fríos ojos de Susurro me buscaron. Fueron salvaje impacto. Antes que enfrentarme a ellos, me aparté. No corregí a Atrapaalmas.
Se volvió al Renco, sacudió tristemente la cabeza.
—No. No es personal. Agotaste tu crédito. Ella lo ordenó.
El Renco se puso rígido.
—¿Por qué no lo mataste? —preguntó Atrapaalmas a Cuervo.
Cuervo estaba sentado en el tronco de un gran árbol caído, con el arco cruzado sobre sus rodillas, mirando al suelo. No respondió. Dije:
—Imaginó que tú podrías pensar en algo mejor.
Atrapaalmas se echó a reír.
—Pensé en ello mientras venía aquí. Nada parecía adecuado. Cuervo me ha pasado la pelota. Se lo dije a Cambiaformas. Viene de camino. —Miró al Renco—. Estás en un apuro, ¿sabes? —A mí—: Uno pensaría que un hombre de su edad habría acumulado algo de buen juicio a lo largo del camino. —Se volvió a Cuervo—. Cuervo, él era la recompensa de la Dama para ti.
Cuervo gruñó.
—Se lo agradezco.
Yo ya había imaginado aquello. Pero se suponía que yo iba a sacar algo también, y no había visto nada que llenara ni remotamente ninguno de mis sueños.
Atrapaalmas hizo su truco de la lectura de la mente.
—La tuya ha cambiado, creo. Todavía no te ha sido entregada. Ponte cómodo, Matasanos. Estaremos aquí largo tiempo.
Fui a sentarme al lado de Cuervo. No hablamos. No había nada que yo deseara decir, y él estaba perdido en algún lugar dentro de sí mismo. Como he dicho, un hombre no puede vivir sólo de odio.
Atrapaalmas comprobó un par de veces las ligaduras de nuestros cautivos, arrastró su alfombra a la sombra, luego se perchó en el montón de piedras.
Cambiaformas llegó veinte minutos más tarde, tan enorme, feo, sucio y hediondo como siempre. Miró al Renco de pies a cabeza, conferenció con Atrapaalmas, gruñó al Renco durante medio minuto, luego montó de nuevo en su alfombra volante y se alejó levitando. Atrapaalmas explicó:
—Él también pasa la pelota. Nadie quiere la responsabilidad definitiva.
—¿A quién puede pasársela? —pregunté. Al Renco no le quedaban enemigos de peso.
Atrapaalmas se encogió de hombros y regresó al montón de piedras. Murmuró en una docena de voces, sumido en sus pensamientos, casi encogiéndose sobre sí mismo. Creo que estaba tan contento de estar allí como lo estaba yo.
El tiempo se arrastró. La inclinación de los haces de luz solar se fue haciendo más pronunciada. Uno tras otro se fueron apagando. Empecé a preguntarme si las sospechas de Cuervo no habrían sido correctas. Seríamos unos blancos perfectos cuando se hiciera oscuro. Los Tomados no necesitan el sol para ver.
Miré a Cuervo ¿Qué ocurría dentro de su cabeza? Su rostro era pensativamente inexpresivo. Era el rostro que exhibía cuando jugaba a las cartas.
Se bajó del tronco y empezó a pasear arriba y abajo, siguiendo el mismo esquema establecido por el Renco. No había ninguna otra cosa que hacer. Lancé una piña contra un nudo del tronco que Cuervo y yo habíamos usado para mantenernos a cubierto…, ¡y el nudo se apartó! Inicié una carga de cabeza contra la ensangrentada espada de Susurro antes de darme completamente cuenta de lo que había visto.
—¿Qué ocurre? —preguntó Atrapaalmas mientras me contenía.
Improvisé.
—Un tirón muscular, supongo. Iba a hacer un poco de ejercicio, pero le ocurrió algo a mi pierna. —Me masajeé el tobillo derecho. Pareció satisfecho. Miré hacia el tronco, no vi nada.
Pero sabía que Silencioso estaba allí. Estaría allí si era necesitado.
Silencioso. ¿Cómo demonios había llegado hasta allí? ¿De la misma forma que el resto de nosotros? ¿Tenía trucos que nadie sospechaba?
Tras los gestos teatrales apropiados, cojeé hasta situarme al lado de Cuervo. Intenté hacerle comprender por gestos que tendríamos ayuda si era necesario, pero no captó el mensaje. Estaba demasiado ensimismado.
Era oscuro. Sobre nuestras cabezas colgaba media luna, derramando algunos haces de suave luz plateada sobre el claro. Atrapaalmas permanecía sobre el montón de rocas. Cuervo y yo seguíamos en el tronco. Me dolía la espalda. Tenía los nervios a flor de piel. Estaba cansado y hambriento y asustado. Ya había tenido suficiente, pero carecía del valor para decirlo.
De pronto Cuervo reaccionó. Evaluó la situación, preguntó:
—¿Qué demonios estamos haciendo aquí?
Atrapaalmas despertó.
—Esperar. Ya no será muy largo.
—¿Esperar qué? —pregunté. Puedo ser valiente si Cuervo me respalda. Atrapaalmas miró en mi dirección. Me di cuenta de una agitación innatural entre los árboles a mis espaldas, de Cuervo crispándose para la acción—. ¿Esperar qué? —repetí débilmente.
—A mí, médico. —Sentí en mi nuca el aliento del que hablaba.
Di un salto en dirección a Atrapaalmas, y no me detuve hasta que alcancé la espada de Susurro. Atrapaalmas se echo a reír. Me pregunté si se habría dado cuenta de que mi pierna estaba mejor. Miré hacia el tronco pequeño. Nada.
Una luz gloriosa se derramaba sobre el tronco que había abandonado. No vi a Cuervo. Había desaparecido. Aferré la espada de Susurro y decidí permanecer al lado de Atrapaalmas.
La luz flotó encima del gigante caído, se detuvo delante de Atrapaalmas. Era demasiado brillante para mirarla fijamente. Iluminaba todo el claro.
Atrapaalmas se dejó caer sobre una rodilla. Y entonces comprendí.
¡La Dama! Aquella resplandeciente gloria era la Dama. ¡Habíamos estado aguardando a la Dama! Miré hasta que me dolieron los ojos. Y me dejé caer también sobre una rodilla. Ofrecí la espada de Susurro en las palmas de mis manos, como un caballero rindiendo homenaje a su rey. ¡La Dama!
¿Era ésta mi recompensa? ¿Conocerla realmente? Ese algo que venía hasta mí desde Hechizo ondulaba, me llenaba, y por un loco instante me sentí absolutamente enamorado. Pero no podía verla. Deseaba ver cuál era su aspecto.
Tenía esa capacidad que yo hallaba tan desconcertante en Atrapaalmas.
—No esta vez, Matasanos —dijo la luz—. Pero pronto, pienso. —Tocó mi mano. Sus dedos me quemaron como el primer contacto sexual de mi primera amante. ¿Recuerdas ese sorprendente, arrebatador instante de excitación?
»La recompensa vendrá más tarde. Esta vez se te permitirá ser testigo de un rito no visto desde hace quinientos años. —Avanzó—. Debes de estar incómodo. Levántate.
Me levanté, retrocedí. Atrapaalmas permanecía en su posición de descanso de desfile, observando la luz. Su intensidad iba disminuyendo. Ahora podía mirarla sin sentir dolor. Derivó alrededor de la pila de piedras hasta nuestros prisioneros, desvaneciéndose hasta que pude discernir una silueta femenina dentro.
La Dama miró al Renco durante largo rato. El Renco le devolvió la mirada. Su rostro estaba vacío. Se hallaba más allá de toda esperanza o desesperación.
—Me serviste bien por un tiempo —dijo la Dama—. Y tu traición me ayudó más que me hizo daño. No carezco de piedad. —Llameó hacia un lado. Una sombra se hizo menos oscura. Allí estaba Cuervo, de pie, con una flecha en su arco—. Es tuyo, Cuervo.
Miré al Renco. Traicionó excitación y una extraña esperanza. No la de sobrevivir, por supuesto, sino la de que iba a morir de una forma rápida, simple, indolora.
Cuervo dijo:
—No. —Nada más. Sólo una llana negativa.
La Dama meditó.
—Es una lástima, Renco. —Se arqueó hacia atrás y gritó algo al cielo.
El Renco se agitó violentamente. La mordaza voló de su boca. Las ligaduras de sus tobillos se partieron. Se puso en pie, intentó correr, intentó pronunciar algún conjuro que lo protegiera. Había recorrido diez metros cuando un millar de feroces serpientes brotaron de la noche y cayeron sobre él.
Cubrieron su cuerpo. Se deslizaron por su boca y nariz, por sus ojos y oídos. Penetraron fácilmente y volvieron a salir abriéndose camino a dentelladas por su espalda y su pecho y su vientre. Gritó. Y gritó. Y gritó. Y la misma terrible vitalidad con la que había luchado contra las letales flechas de Cuervo lo mantuvo con vida durante todo el castigo.
Devolví el tasajo que había sido mi única comida durante todo el dia.
El Renco estuvo mucho rato gritando, sin acabar de morir. Finalmente, la Dama se cansó y alejó las serpientes. Tejió un susurrante capullo alrededor del Renco, gritó otra serie de sílabas. Una gigantesca libélula luminiscente cayó de la noche, lo agarró, alzó el vuelo zumbando hacia Hechizo. La Dama dijo:
—Le proporcionará años de diversión. —Miró a Atrapaalmas asegurándose de que la lección no había pasado desapercibida.
Atrapaalmas no había movido ni un músculo. Tampoco lo hizo ahora.
La Dama dijo:
—Matasanos, lo que vais a presenciar ahora existe tan sólo en unas pocas memorias. Incluso la mayor parte de mis campeones lo han olvidado.
¿De qué demonios estaba hablando?
Bajó la vista. Susurro se encogió. La dama dijo:
—No, en absoluto. Has sido un enemigo tan formidable que voy a recompensarte. —Una extraña risa—. Hay una vacante entre los Tomados.
Así que era eso. La flecha roma, las extrañas circunstancias que habían conducido a este momento, se hicieron claras ahora. La Dama había decidido que Susurro podía reemplazar al Renco.
¿Cuándo? ¿Exactamente cuándo había tomado esa decisión? El Renco se había visto en problemas desde hacía un año, sufriendo una humillación tras otra. ¿Lo había orquestado ella? Pensé que sí. Un indicio aquí, otro allí, una habladuría perdida y un recuerdo extraviado… Atrapaalmas había tenido parte en ello, usándonos. Quizá lo sabía desde el momento mismo en que nos había alistado. Seguramente el cruce de nuestro camino con el de Cuervo tampoco había sido un accidente… Ah, era una zorra cruel, retorcida, engañosa, calculadora.
Pero todo el mundo sabía esto. Ésa era su historia. Había desposeído a su propio esposo. Había asesinado a su hermana, si había que creer a Atrapaalmas. Así que, ¿por qué me sentía decepcionado y sorprendido?
Miré a Atrapaalmas. No se había movido, pero había habido un sutil cambio en su actitud. Estaba como desconcertado por la sorpresa.
—Sí —le dijo la Dama—. Tú pensabas que sólo el Dominador podía Tomar. —Una suave risa—. Estabas equivocado. Difunde el rumor entre todos los que piensan en resucitar a mi esposo.
Atrapaalmas se movió ligeramente. No pude leer el significado de sus movimientos, pero la Dama pareció satisfecha. Se enfrentó de nuevo a Susurro.
La generala Rebelde estaba más aterrada de lo que había estado el Renco. Iba a convertirse en lo que más odiaba…, y no podía hacer nada.
La Dama se arrodilló y empezó a susurrarle.
Miré, y todavía no sé lo que ocurrió. Como tampoco puedo describir a la Dama, no más de lo que pudo Goblin, pese a haberla visto de cerca toda la noche. O quizá durante varias noches. El tiempo poseía una realidad surreal. Perdimos algunos días en alguna parte. Pero la vi, y presencié el ritual que convertía a nuestro más peligroso enemigo en uno de nosotros.
Recuerdo una cosa con una claridad tan aguda como el filo de una navaja. Un enorme ojo amarillo. El mismo ojo que tanto alteró a Goblin. Apareció y nos miró a mí y a Cuervo y a Susurro.
No me alteró de la forma en que alteró a Goblin. Quizá yo sea menos sensible. O sólo más ignorante. Pero fue malo. Como he dicho, algunos días desaparecieron.
Ese ojo no es infalible. No funciona bien con los recuerdos a corto plazo. La Dama siguió sin captar la proximidad de Silencioso.
De todo lo demás sólo hay retazos de recuerdos, la mayor parte llenos con los gritos de Susurro. Hubo un momento en que el claro se llenó con diablos danzantes que brillaban con su propia iniquidad interior. Luchaban por el privilegio de montar a Susurro. Hubo una ocasión en la que Susurro se enfrentó al ojo. Una ocasión en la que, creo, Susurro murió y fue resucitada, murió y fue resucitada, hasta que adquirió intimidad con la muerte. Hubo ocasiones en las que fue torturada. Y otra vez con el ojo.
Los fragmentos que retengo sugieren que fue destrozada, muerta, revivida y reensamblada como una devota esclava. Recuerdo su juramento de fidelidad a la Dama. Su voz destilaba una ansiosa necesidad de complacer.
Mucho después de que todo hubiera terminado desperté confuso y perdido y aterrado. Necesité un tiempo para razonar todo lo ocurrido. La confusión formaba parte de la coloración protectora de la Dama. Lo que no podía recordar no podía ser usado contra ella.
Alguna recompensa.
Ella se había ido. Y también Susurro. Pero Atrapaalmas se había quedado, recorriendo arriba y abajo el claro, murmurando en una docena de frenéticas voces. Guardó silencio en el instante mismo en que intenté sentarme. Me miró, la cabeza echada suspicazmente hacia adelante.
Gruñí, intenté levantarme, caí hacia atrás. Me arrastré y me apoyé en una de las piedras. Atrapaalmas me tendió una cantimplora. Bebí torpemente. Dijo:
—Podrás comer un poco cuando te hayas recuperado.
Aquello observación me hizo ser consciente de un hambre feroz. ¿Cuánto tiempo había transcurrido?
—¿Qué ocurrió?
—¿Qué es lo que recuerdas?
—No mucho. ¿Susurro fue Tomada?
—Reemplaza al Renco. La Dama se la llevó al frente del este. Sus conocimientos del otro lado deberían cambiar las cosas allí.
Intenté apartar las telarañas.
—Pensé que iban a cambiar a una estrategia en el norte.
—Y así es. Y tan pronto como tu amigo se recupere deberemos volver a Lords. —Con una suave voz femenina admitió—: No conocía a Susurro tan bien como creía. Pasó la voz cuando supo lo que había ocurrido en su campamento. Por una vez el Círculo respondió rápido. Evitaron las habituales luchas intestinas. Olieron sangre. Aceptaron sus pérdidas, y nos dejaron que nos desviáramos mientras ellos iniciaban sus maniobras. Las mantuvieron malditamente bien ocultas. Ahora el ejército de Empedernido se encamina hacia Lords. Nuestras fuerzas todavía se hallan dispersas por todo el bosque. Ella volvió la trampa contra nosotros.
No quise oírlo. Un año de malas noticias ya es suficiente. ¿Por qué uno de nuestros golpes no podía resolverse como algo sólido?
—¿Se sacrificó intencionadamente?
—No. Deseaba tenernos en los bosques para ganar tiempo para el Círculo. No sabía que la Dama estaba al tanto de lo del Renco. Creía conocerla, pero estaba equivocado. Finalmente nos beneficiaremos de ello, pero van a venir malos tiempos hasta que Susurro arregle lo del este.
Intenté levantarme, no pude.
—Tómatelo con calma —sugirió—. La primera vez con el Ojo siempre es duro. ¿Crees que puedes comer algo ahora?
—Trae uno de esos caballos hasta aquí.
—Mejor tómatelo con calma al principio.
—¿Tan malo es? —No estaba completamente seguro de lo que estaba preguntando. Él supuso que me refería a la situación estratégica.
—El ejército de Empedernido es mayor que cualquier otro con el que nos hayamos enfrentado. Y es sólo uno de los grupos que están en movimiento. Si Nocherniego no alcanza Lords primero, perderemos la ciudad y el reino. Lo cual puede proporcionarles el impulso para expulsarnos enteramente del norte. Nuestras fuerzas en Ingenio, Doncella, Vino y demás no están preparadas para una campaña importante. El norte ha sido un campo de batalla marginal hasta ahora.
—Pero… ¿Después de todo por lo que hemos pasado? ¿Estamos peor que cuando perdimos Rosas? ¡Maldita sea! Esto no es justo. —Estaba cansado de retirarnos.
—No te preocupes, Matasanos. Si Lords cae, los detendremos en la Escalera Rota. Los retendremos allí mientras Susurro se lanza. No pueden ignorarla para siempre. Si el este se derrumba, la rebelión morirá. El este es su fuerza. —Sonaba como un hombre intentando convencerse a sí mismo. Había pasado por esas oscilaciones antes, durante los últimos días de la Dominación.
Enterré la cabeza entre las manos, murmuré:
—Pensé que los teníamos vencidos. —¿Por qué demonios habíamos abandonado Berilo?
Atrapaalmas sacudió a Cuervo con el pie. Cuervo no se movió.
—¡Vamos! —gruñó Atrapaalmas—. Me necesitan en Lords. Puede que Nocherniego y yo tengamos que defender la ciudad nosotros mismos.
—¿Por qué simplemente no nos dejas si la situación es tan crítica?
Carraspeó y tosió y se agitó, y antes de que terminara sospeché que aquel Tomado poseía un sentido del honor, un sentido del deber hacia aquéllos que habían aceptado su protección. Sin embargo, no lo admitiría. Nunca. Eso no encajaba con la imagen de los Tomados.
Pensé en otro viaje a través del cielo. Pensé intensamente. Soy tan perezoso como el tipo de al lado, pero no podría resistir de nuevo aquello. No ahora. No sintiéndome como me sentía.
—Me caeré, seguro. No vale la pena que te quedes por aquí. No estaremos preparados en días. Demonios, podemos volver andando. —Pensé en el bosque. Caminar tampoco me atraía demasiado—. Devuélvenos nuestras insignias. Así podrás localizarnos de nuevo. Puedes recogernos más tarde si tienes tiempo.
Gruñó. Discutimos. Yo me mantuve en lo alterado que estaba, en lo alterado que debía de estar Cuervo.
Atrapaalmas estaba ansioso por seguir adelante. Me dejó que convenciera. Descargó su alfombra —había ido a alguna parte mientras yo estaba inconsciente— y subió a ella.
—Os veré dentro de unos días. —Su alfombra se alzó mucho más rápido de lo que lo había hecho conmigo y Cuervo a bordo. Luego desapareció. Me arrastré hasta las cosas que había dejado atrás.
—El muy bastardo. —Dejé escapar una risita. Su protesta había sido una comedia. Había dejado comida, nuestras propias armas que habíamos dejado en Lords, y toda una serie de cosas que necesitaríamos para sobrevivir. No era un mal jefe, para ser uno de los Tomados—. ¡Hey! ¡Silencioso! ¿Dónde demonios estás?
Silencioso entró en el claro. Me miró, miró a Cuervo, a las provisiones, y no dijo nada. Por supuesto que no. Por algo es Silencioso.
Parecía un poco tenso.
—¿Falta de sueño? —pregunté. Asintió—. ¿Viste lo que ocurrió aquí? —Asintió de nuevo—. Espero que lo recuerdes mejor que yo. —Negó con la cabeza. Maldita sea. Tendrá que figurar en los Anales de una manera no demasiado clara.
Es una forma extraña de mantener una conversación, un hombre hablando y el otro sacudiendo la cabeza. Conseguir información de este modo puede ser increíblemente difícil. Debería estudiar los gestos comunicativos que Cuervo ha aprendido de Linda. Silencioso es el segundo mejor amigo de la niña. Sería interesante espiar sus conversaciones.
—Veamos lo que podemos hacer por Cuervo —sugerí.
Cuervo estaba durmiendo el sueño del agotamiento. No despertó durante horas. Utilicé el lapso para interrogar a Silencioso.
Lo había enviado el capitán. Había venido a caballo. De hecho, estaba de camino antes de que Cuervo y yo fuéramos llamados a nuestra entrevista con Atrapaalmas. Había cabalgado incesantemente, día y noche. Había llegado al claro muy poco antes de que yo lo viera.
Le pregunté cómo había sabido dónde debía ir, dando por supuesto que el capitán habría recogido suficiente información de Atrapaalmas como para darle unas orientaciones generales, un movimiento que encajaba con el estilo del capitán. Silencioso admitió que no había sabido adónde se encaminaba, excepto en líneas generales, hasta que hubo alcanzado la zona. Entonces nos había rastreado a través del amuleto que me había dado Goblin. El hábil pequeño Goblin. No había traicionado nada. Lo cual era una buena cosa también. El ojo hubiera descubierto el conocimiento.
—¿Crees que hubieras podido hacer algo si realmente hubiéramos necesitado ayuda? —pregunté.
Silencioso sonrió, se encogió de hombros, se dirigió a la pila de piedras y se sentó. Pasaba del juego de las preguntas. De toda la Compañía, él es el menos preocupado acerca de la imagen que presentará en los Anales. No le importa si cae bien ó suscita odios, a la gente, no le importa dónde ha estado o adónde va. A veces me pregunto si le importa si vive o muere, me pregunto qué le hace seguir allí. Debe de tener algún apego a la Compañía.
Finalmente Cuervo regresó. Lo atendimos y le dimos de comer y finalmente, sin ánimos, tomamos los caballos de Susurro y del Renco y nos encaminamos hacia Lords. Viajamos sin entusiasmo, sabiendo que nos encaminábamos a otro campo de batalla, otra tierra de hombres muertos que aún se mantenían en pie.
No pudimos acercarnos. Los Rebeldes de Empedernido tenían asediada la ciudad, rodeada y embotellada en un doble foso. Una lúgubre nube negra ocultaba la ciudad en sí. Crueles relámpagos cerraban sus bordes, remarcando el poder de los Dieciocho. Empedernido no había venido solo.
El Círculo parecía decidido a vengar a Susurro.
—Atrapaalmas y Nocherniego están jugando duro —observó Cuervo, tras un intercambio particularmente violento—. Sugiero que vayamos hacia el sur y aguardemos. Si abandonan Lords, nos uniremos a ellos cuando se dirijan al País Ventoso. —Su rostro se retorció horriblemente. No le gustaba aquella perspectiva. Conocía el País Ventoso.
Nos dirigimos al sur y nos unimos a otros rezagados. Pasamos doce días ocultos, aguardando. Cuervo organizó a los rezagados en algo parecido a una unidad militar. Yo pasé el tiempo escribiendo y pensando en Susurro, preguntándome hasta qué punto influenciaría la situación en el este. Los raros atisbos que tuve de Lords me convencieron de que ella era la última auténtica esperanza para nuestro bando.
Los rumores hablaban de que los Rebeldes aplicaban idéntica presión por todas partes. Supuestamente la Dama tenía que transferir a el Ahorcado y Roehuesos desde el este para reforzar la resistencia. Un rumor decía que Cambiaformas había resultado muerto en la lucha en Centeno.
Me preocupaba la Compañía. Nuestra hermandad había ido a Lords antes de la llegada de Empedernido.
Ningún hombre cae sin que yo cuente su historia. ¿Cómo puedo hacer eso desde treinta kilómetros de distancia? ¿Cuántos detalles se perderán en las historias orales que tendré que reunir después del hecho? ¿Cuántos hombres caerán sin que sus muertes sean observadas en absoluto?
Pero sobre todo paso mi tiempo pensando en el Renco y la Dama. Y agonizando.
No creo que escriba ninguna otra fantasía romántica acerca de nuestra empleadora. He estado demasiado cerca de ella. Ya no estoy enamorado.
Soy un hombre atormentado. Estoy atormentado por los gritos del Renco. Estoy atormentado por la risa de la Dama. Estoy atormentado por mis sospechas de que estamos fomentando la causa de algo que merece ser borrado de la faz de la tierra. Estoy atormentado por la convicción de que aquellos doblegados bajo la voluntad de la Dama son poco mejores que ella.
Estoy atormentado por el conocimiento de que, al final, el mal siempre triunfa.
Oh. Problemas. Hay una terrible nube negra arrastrándose sobre las colinas al nordeste. Todo el mundo corre de un lado para otro, agarrando armas y ensillando caballos. Cuervo me está gritando que mueva el culo…