27

El 10 de enero, cuando regresaban de extinguir un incendio en una vivienda de Madrid y mientras Rodrigo hablaba con un compañero, a Calvin le llegó un mensaje al móvil, y al verlo, éste sonrió.

Durante toda la tarde, Calvin estuvo pensando en si debía enseñarle aquel mensaje a Rodrigo o no, y finalmente, tras hablarlo con Julio, decidieron hacerlo. Se acercaron a él cuando salía del gimnasio y lo llamaron.

—Hace un par de horas ha llegado Ana de Londres —le dijo Calvin.

Rodrigo, sin cambiar el gesto, endureció la voz e inquirió:

—¿A qué viene esto ahora?

—Mira la foto que me acaba de enviar mi princesa de Dani —insistió Calvin, enseñándole el móvil—. No me digas que no está para comérselo.

El otro cogió el móvil que su amigo le tendía y observó la foto. En ella se veía a un Dani gordito y encantador sonriéndole a la cámara. Rodrigo, inexpresivo, le devolvió el teléfono a Calvin.

—Dani está muy grande.

—He quedado con mi princesa esta noche para cenar en su casa, ¿te apuntas? —sugirió a pesar de saber que su chica se enfadaría.

Según Nekane, su amiga no quería saber nada de Rodrigo, pero él no tenía tan claro que éste no quisiera saber nada de ella.

—Rocío, mi pequeña y yo también nos acercaremos —insistió Julio—. Venga, ¡anímate y ven! Será genial estar todos juntos.

Al ver sus intenciones, Rodrigo arrugó el ceño.

—¿Qué coño hacéis? —preguntó con cara de pocos amigos—. ¿Ahora vais de celestinos?

—Antes de que te enfades, escúchame —respondió Calvin—. Todos sabemos lo que ocurrió, pero creemos que…

—Me importa una mierda lo que vosotros sepáis y creáis —gruñó Rodrigo.

—¿Por qué eres tan cabezón? ¿Acaso no te das cuenta de…?

—Julio —cortó Rodrigo—, ¿por qué no te metes en tus problemas y te olvidas de los míos?

—Vamos a ver, Rodrigo, es…

—Calvin, cierra el pico —voceó—. No contéis conmigo para nada. Además, esta noche tengo una cita a la que no quiero faltar.

—Venga, macho —insistió Julio—, no creo que esa cita sea tan importante como…

—Hoy por hoy lo es —lo interrumpió, enfadado.

—Rodrigo —dijo Calvin, sin perder los nervios—, creo que deberías reconsiderar las cosas y pensar eso de «año nuevo, oportunidad nueva».

Con una amarga sonrisa, Rodrigo los miró, y antes de darse la vuelta para alejarse, siseó con furia:

—Dejémoslo mejor en «año nuevo, vida nueva».

Los dos bomberos, al verlo alejarse, se miraron, y Calvin, preocupado, comentó:

—Rodrigo no está bien, ¡joder! Y no sé qué hacer.

Julio vio que Rodrigo daba un portazo a la taquilla.

—No, no lo está, pero si llega a decir que sí a la invitación, el que habría estado fatal esta noche habrías sido tú en cuanto tu princesa y la propia Ana lo hubieran visto aparecer.

Aquella noche, cuando Rodrigo salió de trabajar, llovía a mares. Tras subirse al coche puso la radio y, mientras conducía, se sorprendió al darse cuenta de que tarareaba una balada romántica de ésas que a Ana tanto le gustaban. ¿Qué hacía él escuchando aquello? Rápidamente le dio al CD y la música de Aerosmith comenzó a sonar. Durante los veinte minutos que duró el viaje, intentó no pensar en la fotografía que el capullo de Calvin le había enseñado, pero le era imposible. Los ojos de Dani parecían seguirlo.

Cuando aparcó el coche, abrió el móvil y miró la foto que tenía como fondo de pantalla, de Ana y el pequeño sonriendo. Aún recordaba el instante en que la había hecho. Los tres, divirtiéndose, reían en el sofá. Y tras observarla durante unos segundos, frustrado, volvió a cerrar el móvil. Ella, durante aquel tiempo, había intentado contactar con él en varias ocasiones, pero él nunca había respondido. Estaba tan herido y enfadado con ella por lo que le había hecho que le era imposible dar su brazo a torcer. Cuando logró tranquilizarse un poco, salió y cerró el coche mientras subía los escalones de la casa de su madre. Al entrar sonrió al encontrarse a su hermano Álex cantando ante el televisor.

—Menos mal que has venido, hijo —dijo Úrsula al verlo entrar—. Por el amor de Dios, quita algún cable del karaoke para que tu hermano deje de cantar. Me tiene la cabeza loca.

De buen humor, intentó convencer a Álex para que parara, pero como el chico se negó en redondo fue hasta la cocina, donde su madre preparaba algo de cena, y se disculpó:

—Lo siento, mamá. Ahora quiere ser cantante y dice que tiene que practicar.

Úrsula puso los ojos en blanco, pero al ver la cara de su hijo mayor, sonrió. Rodrigo se sentó en el taburete de la cocina, y ella sacó una Coca-Cola del frigorífico, la abrió y se la entregó. Rodrigo la cogió y dio un trago mientras su madre lo observaba.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué me miras así?

—Estás muy delgado, hijo, ¿comes bien?

Él suspiró con expresión jocosa ante la apreciación que su madre acababa de hacer.

—¿Te has dado cuenta, mamá, de que cada vez que me ves me dices lo mismo? —Y al verla reír, añadió—: Y para tu información, peso exactamente lo mismo desde hace tres años; por lo tanto, tranquila, que como bien.

En ese momento, entró Carolina en la cocina y, al ver a su hermano allí, comentó con mofa:

—Vaya…, pero si ha llegado el niñito de mamá. —Rodrigo soltó una carcajada, y su hermana añadió—: Que sepas que mamá ha organizado esta cenita familiar para prepararte tu asado preferido.

—¿La envidia te corroe, Carol?

Entonces, la joven se lanzó contra su hermano y comenzaron a pelear mientras Úrsula los observaba y sonreía. Ver a sus hijos felices y unidos a su lado era una auténtica bendición. Cinco minutos después, la chica se marchó al comedor a berrear junto a Álex.

—¡Por el amor de Dios, me van a volver loca! —se lamentó la madre. No obstante, añadió, emocionada—: Pero me encanta. Adoro verlos tan felices en su casa y me siento tan culpable por todo lo ocurrido que yo…

—Mamá —repuso, abrazándola—, dijimos que partíamos de cero. El pasado, pasado está, y queremos volver a ser felices. Álex, Carol y yo lo somos si tú lo eres; por lo tanto, aplícate el cuento y sonríe. —Conmovida por las cosas que Rodrigo le decía, asintió—. Venga, mamá, tu médico te ha dicho que tienes que ser positiva y no pensar en cosas que te puedan hacer daño.

—Lo sé, hijo, lo sé. Pero pienso en todos estos años perdidos y en todo el daño que os hice que…

Cogiéndola en brazos para que callara, hizo lo único que hacía que su madre cambiara de tema: giró con ella en el sitio.

—Para…, para…, sinvergüenza —gritó ella—, que me mareo.

La soltó alegremente, y viéndola sonreír, se sentó de nuevo en el taburete. Entonces, ella dijo algo que lo desconcertó.

—Esa muchacha, Ana, tenía razón cuando me dijo que era más mala y oscura que Úrsula, la bruja de La Sirenita. —Estaba tan sorprendido que no supo qué decir, y su madre añadió—: En su momento, no la entendí, pero el otro día vi con tu hermano la película de la pobre Sirenita y, al conocer a la pérfida bruja, comprendí lo que esa jovencita me quería decir.

Aquel comentario lo hizo sonreír y recordó ciertas cosas con amargura.

—Ana, y sus ocurrentes comentarios. Sólo ella sería capaz de decir algo así.

De pronto, Úrsula lo supo. ¿Cómo había sido tan tonta? Y cogiéndole las manos, preguntó, sabedora de la respuesta:

—Hijo, ¿estás bien?

—Sí.

Eso no era verdad y, dispuesta a ejercer de madre con su maravilloso hijo, tocándole el óvalo de la cara, agregó:

—Sé que algo te pasa, pero que no me lo quieres contar. Y aunque intuyo cosas, tampoco quiero hablarlas contigo ni preguntarte nada, porque con el genio que te gastas últimamente cualquiera te dice algo.

Sobrecogido por lo que ella declaraba, la agarró por los hombros y le dijo, aún confundido por haber escuchado el nombre de Ana.

—A ver, mamá, prometo no enfadarme. ¿Qué quieres preguntarme?

Después de mirarlo durante unos segundos con aquellos ojos azules tan parecidos a los de él, Úrsula suspiró.

—He hablado con tu hermana y me ha confesado que aunque entre Ana y tú aparentemente nunca hubo nada, ella siempre imaginó que entre vosotros había más de lo que decíais, y yo acabo de ver en tu cara un gesto cuando has mencionado su nombre que me ha hecho pensar… —Al ver que él soltaba la Coca-Cola sobre la mesa y cambiaba la expresión, le recordó señalándolo con el dedo—: Rodrigo, has dicho que no te enfadarías. Por lo tanto, no me jorobes y responde a lo que te estoy preguntando.

—Vamos a ver, mamá…

—¡Uisss!, ese «Vamos a ver, mamá», no me gusta —lo cortó—. Soy tu madre, jovencito, y quiero la verdad. Así que no se te ocurra mentirme, o te juro que te desheredo.

Al oír aquello tuvo que sonreír. Ante él volvía a tener a la madre que siempre había adorado.

—Mamá —respondió, pues era incapaz de no contestarle—, entre Ana y yo no existió nada. Sólo fuimos amigos.

Pero al ver cómo su hijo arrugaba el entrecejo se acercó a él y susurró:

—Rodrigo…, me estás mintiendo.

—Pero ¿cómo puedes decir eso?

—Porque te conozco —sonrió ella—. Y cuando mientes arrugas el entrecejo de una manera especial. Quizá no me entiendas, pero hay gestos en ti que te delatan, y ahora mismo sé que entre tú y esa muchacha ha habido todo lo contrario a lo que me cuentas, y yo, tonta de mí, no lo advertí. Y mira lo que te digo, de aquí no te levantas hasta que no me digas la verdad.

—Mamá…, no me jorobes —se quejó él.

—Te lo dije, mami; te dije que yo intuía algo entre Ana y él, pero nunca pude confirmarlo —apuntó en ese momento Carolina, apoyada en la puerta.

—No digas tonterías, Carol —protestó Rodrigo.

—¡Ah, no!, no digo tonterías. Las mujeres tenemos un sexto sentido y siempre creí ver algo en vuestra relación, aunque los dos lo ocultarais. Ahora entiendo muchas cosas —admitió la chica, ganándose una demoledora mirada de su hermano.

—Ana… es mi…, mi amiga —dijo Álex, entrando en la cocina seguido de Guau—. Y… yo quiero que sea la novia de Rodri para que traiga a Dani.

Estupefacto por los comentarios de su familia en la cocina, se fue a levantar cuando su madre, agarrándolo de la mano, lo miró con fijeza.

—Siéntate y cuéntanos qué ocurre con Ana y con ese precioso niño de ojos azules.