24

Dos días después, tras una agotadora jornada de trabajo con Raúl y otros fotógrafos para la firma Bucarestiang, cuando Ana llegó a casa lo único que le apetecía era darse una ducha, ponerse el pijama y disfrutar de su bebé. Dani estaba precioso.

—¡Ay, que me lo como…, que me comooooooooooo a biquiños a este Mambrú! —gritó Encarna, mirando al pequeño.

Feliz, Ana vio a su hijo reír ante los chillidos que su vecina le daba, y aplaudiendo para llamar su atención, dijo:

—¡Qué bueno es mi niño y qué guapoooooooooooooo!

—¿Qué tal el día, bonita? ¿Mucho trabajo?

—¡Uf!, Encarna, a tope. He tenido que fotografiar a doscientas treinta y siete chicas para elegir las mejores caras angelicales para un trabajo de una marca de cosméticos.

—Bendito trabajo el tuyo —se mofó la mujer—. Por cierto, ya he visto las fotos que les hicisteis a los bomberos y quería pedirte algo. Y si puede ser, me dices que sí, y si es que no, me dices que no, ¿entendido?

—Claro, dime —asintió Ana, sorprendida.

La mujer, tocándose el pelo, miró a los lados y se acercó a ella.

—Esto que quede entre tú y yo, ¿vale?

—Que sí, Encarna —le confirmó animadamente.

—El caso es que el otro día pensé que me gustaría tener una foto de Calvin y Rodrigo para ponerlas en unos marquitos muy monos que he visto en la tienda del chino Juancho, junto a vuestras fotos y la de Dani. Sois todos tan buenos conmigo que quiero teneros presentes.

—¿Me lo estás diciendo en serio?

—Pues claro. ¿Acaso me ves cara de guasa? —Y al ver su gesto, preguntó—: ¡Ay, ¿tú crees que a ellos les molestará?!

—Noooooooooo —respondió rápidamente—. Para nada. Seguro que ellos estarán encantados. No te preocupes, que las tendrás.

—¡Ay, carallo, qué ilusión!

Nekane se paró al pasar junto a ellas y verlas cuchicheando.

—Vamos, vamos…, ve a arreglarte, que esta noche los chupitos no van a ser de Cola Cao —dijo la navarra.

—¿De verdad que no te importa quedarte de nuevo con Dani? —le preguntó Ana a Encarna por decimoctava vez.

—Que no, mi niña, que no. Que yo con este Mambrucete estaría toda la vida.

—Encarna, ¡no quiero abusar de ti! —exclamó Ana, compungida.

—Que no abusas. Que yo lo hago encantada de la vida. Para mí es estupendo no tener morriñita de él. Mi niño es tan tan monoooooooooo.

—¡Genial! —aplaudió Nekane, que miró a su amiga—. Y tú, alegra esa cara, que esta noche nos lo vamos a pasar de escándalo.

—¿Cenarás con Rodrigo? —preguntó Encarna, que se extrañó al ver cómo la miraban las dos—. ¿Qué pasa? ¿He dicho algo malo?

—No pasa nada, Encarna. Pero no, no cenaré con Rodrigo.

Encarna, conocedora de los sentimientos que Ana siempre había tenido por el bombero, y aún eran más claros los que él sentía por ella, la miró con perplejidad.

—Y si no es con él, ¿con quién carallo tienes una cita?

Ana fue a contestarle, pero Nekane se le adelantó.

—Con un pedazo de modelo iraní llamado Amir, que como diría Macarena, la frutera, «quita to er sentío». Por cierto, Amir en persa significa «¡príncipe!»… Imagínate cómo es el tordo, Encarna, ¡pa comérselo!

Ana, al pensar en Amir, murmuró:

—¡Ay, Neka!, ahora me estoy arrepintiendo. Casi prefiero quedarme con Dani.

—Y una leche. Ahora mismo te vas a poner el vestido blanco con el que estás tan guapa, te vas a calzar los letizios de diez centímetros morados y vamos a salir de casa dispuestas a pasarlo de lujo. Dame a Dani y, vamos, ¡arréglate!

—Manda c… lo que hay que oír —protestó Encarna—. Si a la muchacha no le apetece, ¿por qué tiene que ir?

—Porque lo digo yo, y punto. Me he encargado de hacer la reserva en el restaurante de Esmeralda y estoy dispuesta a que se lo pase estupendamente. Por lo tanto…, ¡a arreglarse!

—Pero qué mandona es la jodía navarra —cuchicheó Encarna. Y apremiándolas, murmuró—: Anda, dame al muchacho y haced lo que tengáis que hacer.

Cuando la mujer las dejó a solas, Ana miró a su amiga y musitó:

—Pero, Neka…

—Que no…, que hoy sales con nosotros porque lo digo yo, y punto.

Una hora después, Ana salió de su habitación con paso firme y al llegar al salón se encontró con que Calvin ya había llegado. El hombre, al verla, soltó un silbido.

—Pero ¿de dónde ha salido este bellezón?

—¡Diosssss, Ana! —gritó su amiga al verla—. ¡Vas a triunfar!

—¡Ay, mi niña, pero qué rebonita que estás! —aplaudió Encarna.

Ana sonrió. Siempre había triunfado con aquel vestido corto blanco ibicenco; le gustaba mucho. Resaltaba su piel morena y su cabello oscuro.

—¿Te gusta cómo queda? —le preguntó a su amiga, señalando los zapatos lila a juego con el bolso.

—Queda ideal.

—Tú también estás muy guapa con ese nuevo vestido que llevas —afirmó Ana—. ¿Es el de la colección de Fred Perry?

Nekane, dándose una vuelta, asintió. Le encantaba aquella colección Fred Perry pensada para la desaparecida Amy Winehouse.

—Mi princesa está guapa hasta con una lechuga en la cabeza —apuntó Calvin.

Encarna sonrió, y Nekane, tras tirarle un beso con la mano, se acercó a su amiga.

—Llevo tanto tiempo viéndote con vaqueros, petos y pijamas que verte vestida así, ¡tan guapa!, me emociona. ¡Joder, chica!, cuando te pones en plan buenorra me dejas sin palabras.

—Sin palabras me ha dejado a mí —dijo Calvin, aún sorprendido.

Diez minutos después, tras besuquear con mimo a David, los tres amigos se marcharon. Ana tenía una cita.

Cuando llegaron al restaurante, un lugar minimalista donde arte y cultura se unían a la gastronomía, su amiga Esmeralda, dueña y chef del establecimiento, salió a recibirlos. Diez minutos después, mientras tomaban un cóctel llegó Amir, un guapísimo, morenísimo y estupendísimo modelo que hizo que Ana sonriera como una tonta. ¡Estaba buenísimo!

Mientras tomaban algo, charlaban animadamente, hasta que un joven se acercó a ellos para avisarles de que la mesa ya estaba preparada. Pero al llegar a ella se sorprendieron.

—¿Una mesa para ocho? —preguntó Nekane—. Pero si somos cuatro.

—No, somos ocho —replicó, de pronto, Rodrigo, acercándose a ellos junto a Julio, Rocío y una joven rubia.

—¡Hola, chicasssssssssss! —saludó Rocío, encantada—. ¡Qué ilusión me hizo saber que nos veríamos esta noche!

Amir saludó a los recién llegados, encantado. Cuanta más gente fueran ¡mejor! Ana, sorprendida por ver a Rodrigo allí del brazo de aquella mujer, quiso salir corriendo, pero tras sentir la mano de su amiga sujetándola, suspiró. Sin cambiar su expresión, Rodrigo los saludó y les presentó a su acompañante. Se llamaba Katrina. Después, chocó la mano con Calvin, y éste le guiñó el ojo. Reparando en el gesto, Nekane se acercó a su chico.

—Desde luego, Calvin —cuchicheó—, ¿por qué le has dicho dónde estábamos?

La miró atónito.

—Te juro, princesa, que yo no se lo he dicho.

—Sí, claro, y voy yo y me lo creo —protestó Nekane, sentándose mientras Calvin sonreía.

La cena comenzó como se presuponía. Divertida y amena. Las cuatro parejas reían y hablaban de cualquier cosa, y los platos, preparados especialmente por Esmeralda, fueron exquisitos y abundantes. Durante la cena, Ana y Rodrigo no cruzaron ni una sola palabra entre ellos que no estuviera relacionada con lo que el grupo comentaba, pero a ninguno se le escapaba el más mínimo movimiento del otro.

Sobre las doce de la noche, llegó Popov y, tras hablar con su mujer, quedaron con Esmeralda en verse en el local de moda, Clapsia. Cuando llegaron al local las chicas fueron en tromba al baño y, mientras Katrina hacía sus cosas, las otras tres se miraron y cuchichearon.

—¿De dónde ha salido ésta? —preguntó Nekane.

—Ni idea, chicas —murmuró Rocío—. La primera sorprendida he sido yo al verla. Pero la chica parece simpática.

—El huracán Katrina —siseó Ana, molesta.

Rocío, al ver que Nekane le indicaba que no contestara, dijo:

—Lo único que sé es que es una azafata. ¿Habéis visto qué cuerpazo tiene?

—Ya te digo…, la tía está muy buena —susurró Nekane—. Y que conste que a mí me van los tíos. Pero, oye, al césar lo que es del césar.

—Para bueno el Amir ése —cuchicheó Rocío—. Pero ¿de dónde ha salido semejante bombón?

—Es un amigo de un amigo —respondió Nekane riendo—. Digamos que es un bomboncito para que Ana se alegre la noche.

Por su parte, Ana no quiso responder; se limitó a mirarse en el espejo mientras aquéllas cuchicheaban sobre el modelo iraní. Cinco minutos después, las cuatro mujeres regresaron hasta donde estaban sus parejas. Ana, al pasar junto a Rodrigo, ni lo miró, pero él, adelantando un pie, le puso la zancadilla, y un segundo después la tenía entre sus brazos.

—Algún día me vas a tener que decir qué colonia es la que usas para que siempre huelas a melocotón.

—¿Tú eres tonto, o te lo haces? —gruñó mientras observaba la cara de Katrina.

—Recuerda, soy idiota. Eso fue lo que me dijiste la última vez, entre otras cuantas perlas lingüísticas más de la tuyas —declaró él sin soltarla y sin importarle quién los observara.

—Quita tus zarpas de mí si no quieres que yo te haga algo peor.

—¿Algo peor de lo que me estás haciendo? —gruñó, consumido por los celos—. ¿Acaso crees que para mí es fácil ver cómo ese tío babea por ti cuando te he dicho que estoy loco por ti y te he pedido una oportunidad?

—Eso no es nada para lo que yo tuve que soportar. ¡Nada!

—Ana…, yo no sabía que tú lo estabas pasando mal por mí. Si tú me hubieras dicho que…

—¡Suéltame! —cortó, molesta.

Sin muchas ganas, la soltó. Deseaba sacarla de allí y llevársela a cualquier lugar donde estuvieran a solas para poder charlar. Pero ella no se lo iba a poner fácil. Una vez que se vio liberada de sus brazos, lo miró, desafiante, y le preguntó:

—¿Se puede saber qué haces aquí?

—Divertirme, como tú. —Y sin querer obviarlo, preguntó—: ¿Y tú qué haces con ese gilipollas?

—¿Te digo yo lo que me parece tu acompañante? ¡No, ¿verdad?! Pues haz el favor de callarte y dejar de meterte en mi vida, o al final conseguirás que me enfade y te diga lo que me parecen a mí tus conquistas.

Sin más, se dio la vuelta y caminó hasta Amir, que hablaba con Julio. Nekane, que había sido testigo de todo, miró a Rodrigo, pero cuando éste levantó una ceja a modo de pregunta, no habló, sólo se pasó la mano por el cuello, y Rodrigo resopló de forma irónica al ver el gesto de incredulidad de su amigo Calvin.

Sobre las dos de la madrugada, las chicas llevaban alguna copa de más, en especial Ana, que, encantada de poder beber algo más fuerte que un zumo de piña, decidió darse un pequeño homenaje. Se lo merecía y, sobre todo, lo necesitaba para no pensar continuamente que Rodrigo, el objeto de sus más oscuros deseos, estaba allí. Según pasaba la noche, Amir se mostró a cada instante más atento y cercano a ella, y eso a Rodrigo le molestaba enormemente. Y cuando vio que la besaba, a punto estuvo de patearle el cuello, pero una mirada de advertencia de Calvin lo obligó a controlar sus instintos y no se movió de su sitio.

Ver cómo ese individuo la besaba le hizo entender lo que ella había aguantado meses atrás, y le dolió. Katrina, la joven azafata, trataba de atraer su atención, pero Rodrigo no le hacía caso; intentando darle celos, comenzó a hablar con un tipo de la barra, pero el bombero ni se enteró. Sobre las tres de la mañana, por los altavoces animaron a los presentes a cantar en el karaoke. Y las chicas, excitadas por la noche y la bebida —a excepción de la azafata, que no quiso sumarse al grupo—, subieron enloquecidas a cantar la canción del momento de Michel Teló.

Nossa, Nossa, Assim você me mata… Ai se eu te pego, ai ai se eu te pego

Delícia, delícia, assim você me mata… Ai se eu te pego, ai ai eu te pego…

La gente que llenaba el local rápidamente se unió a aquel cántico, y todos comenzaron a bailar con las manos y el cuerpo entre risas y aplausos. Rodrigo, desde su posición, miraba a Ana y no sabía si reír o enfadarse. Llevaba una buena borrachera, y aunque estaba graciosa y preciosa bailando desinhibida sobre el escenario, no le gustó verla así, y menos aún cómo su acompañante Amir la observaba.

Cuando la canción se acabó, entre aplausos del público, bajaron del escenario. Ana, muerta de sed, fue directamente hacia Amir, y con un subidón tremendo habida cuenta lo feliz que estaba, lo agarró y le dio un tórrido beso, lo que al modelo le hizo augurar la perfecta noche que tenía por delante y a Rodrigo lo mató.

Rodrigo, sin moverse de su sitio, la miró con gesto de reproche, y ésta, ni corta ni perezosa, al ver su mirada, caminó hacia él con chulería y, acercándose, hizo como que se tropezaba, de modo que todo lo que había en el vaso de tubo cayó encima de él.

¡Andaaaaaaaaaaaa…, qué torpe soy! —se mofó Ana al ver que le había empapado la camisa y parte de los pantalones.

Pero él no se movió. Se limitó a cogerla del brazo y, acercándola a él, murmuró:

—Deja de beber, o mañana la cabeza te estallará.

—¿Tú creessss? —se burló ella.

—Por supuesto. Lo que estás tomando no son chupitos de Cola Cao.

—Vamos a ver, Rodri, ¿por qué no pasassss de mí y te centras en el huracán Katrina?

—¡¿Huracán Katrina?! —exclamó él, riendo.

Al comprobar que no conseguía enfadarlo, se dio la vuelta y, mirando a Amir, que no entendía qué ocurría entre aquellos dos, dijo alto y claro:

—Guapísimo, pídeme otro de éstossss, que éste sin querer se lo he tirado enterito a este picaflor.

Entonces, cogió la cerveza que Rodrigo tenía a su lado, se la bebió y, dando saltos, comenzó a bailar al son de las voces de unas chicas que en el karaoke cantaban La chica yeyé.

Rocío, que había visto lo ocurrido, se hizo con varias servilletas de la barra y se las llevó con urgencia a Rodrigo. Estaba empapado, y aquella loca ni se había preocupado.

—Pero ¿qué le pasa a Ana? —se interesó Esmeralda al verla tan fuera de sí.

—No lo sé, cariño, pero creo que el alcohol hoy le está sentando mal; no…, lo siguiente —murmuró Popov.

—¡Madre mía, qué tajá lleva la colega! Pero ¿qué ha bebido? —preguntó Nekane al verla en aquel estado.

—Yo creo que de todo —respondió Calvin, riendo al percatarse del ceño fruncido de Rodrigo.

A Nekane no le gustó ver así a su amiga. Aquello era el resultado del cacao que tenía en su cabeza con respecto a Rodrigo. Por eso, le dijo a Popov:

—Vamos a sacarla de aquí antes de que haga algo de lo que se pueda arrepentir.

Esmeralda, mirando a Amir, aquel potente modelo iraní, cuchicheó:

—Yo creo que se le va a pasar todo cuando se vaya con el pedazo de tío con el que ha llegado. ¡Madre mía, qué sexy! Ése le va a quitar la borrachera a…, a… —Pero al ver que Popov la observaba, cambió de opinión—: Creo que sí… Saquémosla para que le dé el fresco.

Sin embargo, de pronto, unos molestos golpes en el micrófono del karaoke hicieron que todos mirasen hacia el escenario, y se quedaron de pasta de boniato al ver a Ana allí, sonriendo.

—¡Joderrrrr…! —exclamó Popov.

—Yo la matoooooooo… —cuchicheó Nekane, acudiendo en su busca.

Pero antes de que pudiera llegar hasta ella, Ana comenzó a hablar:

—¡Holaaaaaaaaaa! Me llamo Ana, y esta canción se la voy a dedicar a un hombre que está buenísimo. —Amir sonrió, orgulloso, pero la sonrisa se le heló cuando oyó que ella decía—: Es un bombero sexy y buenorro que cumple a la perfección las más oscuras y pervertidas fantasías de toda mujer. Sí, sí, Rodrigo, no te escondas, ¡va por ti! —Y señalando con el dedo, continuó con su discurso—: Para vuestra información, chicassssss, Rodrigo es el tipo de la camisa negra empapada en bebida de pelo oscuro y ojazos azulíiisimos que está apoyado en la barra. ¿A que está cañón? —Sonó un clamor general de las féminas del local, y Ana prosiguió—: Pero cuidado…, cuidado…, ese tío todo lo que tiene de macizo lo tiene de idiota, y os aseguro que con seguridad os romperá el corazón.

—¡Ohhhhhhhhh…! —se oyó en todo el local.

—¡Plum Cake, baja de ahí ahora mismo! —gritó Popov, intentando que parara. Pero era imposible. Ana se movía por el escenario mientras hablaba y hablaba.

—A ver…, ossss cuento —continuó Ana— como la canción la voy a cantar en inglés, quiero que sepáis que en ella le voy a decirrr a ese fantástico cuerpo con más morbo que un regimiento de marines juntos llamado Rodrigo que es un mierda y un egoísta por haberme hecho sentirrrr como la mujer menos deseable del mundo, remundo mundiallllll.

Las mujeres que había en el local comenzaron a abuchearle y algunos hombres lo increparon, pero Rodrigo no se movió. Aguantó el chaparrón como un campeón.

—¡Por Dios, que le quiten el micrófono! —gritó Nekane, pero nadie le hizo caso.

—¡Aisss, pobre…! —murmuró Rocío al ver cómo abucheaban a Rodrigo.

—Él esssss —siguió Ana— el típico polvo que después de echarlo si te he visto no me acuerdo. Él es el típico bomberazo sexy que apaga tus fuegosss maravillosamente bien, y…, y… ése, amigas, ¡es Rodrigo! —La gente, mirándolo, le hostigó, pero él ni se movió—. Y hoy…, hoy quiero reprocharle lo muuuuucho que me hizo sufrir estando yo embarazada. Sí…, sí, ¡embarazada y gorrrda como un tonel! Y ahora ese iditoaaaaaaaaa me quiere convencerrrrr para que vuelva a confiar en él. ¿Vosotras lo haríais? —Las féminas del local gritaron «¡Noooooooooooooo!», y Ana, moviendo la cabeza, finalizó—: Exacto, chicassssssss, eso le he dicho yo. Por lo tanto, bomberazo, esta canción va para ti, ¡so mierda!

El local entero silbaba y los gritos en contra de él cada vez eran más persistentes. Sus amigos se miraron conscientes de que o sacaban de allí a Rodrigo, o el linchamiento sería general, pero él, tras escuchar y calmar a Calvin y Julio, se negó. De allí no se movía si no salía delante de él la que hablaba con ese desparpajo ante el micrófono.

—Ana…, baja de ahí ahora mismo —le pidió Nekane, agarrándola del pie.

Borracha, rió y, mirando a su amiga, murmuró tras tirarle un beso con la mano:

—Pero si voy a cantarrrrrrrrr

Las aletas de la nariz de Rodrigo se abrían y cerraban por segundos mientras se sentía observado por cientos de ojos en el local. En su vida había sufrido una humillación así, y deseó subir al escenario, cogerla por el cuello y matarla. ¿Por qué hacía aquello? Amir, que acababa de confirmar lo que llevaba toda la noche sospechando, se acercó a él y le preguntó:

—¿Es verdad lo que dice?

Tras dar un trago a su cerveza, Rodrigo lo miró y respondió después de mirar a un tío que lo insultaba:

—Sí ella lo dice, así será.

—¿Embarazada? —preguntó Amir, descolocado.

—¡Ajá!, embarazadísima —asintió Rodrigo, no dispuesto a desvelar nada más.

Katrina, muy enfadada, directamente se marchó, pero Rodrigo no se movió. No le importaba que se fuera ni que algunos hombres del local lo maldijeran. Sólo le interesaba hablar con la morenita que estando como una cuba animaba el local aquella noche.

—Aquí se va a liar parda —murmuró Calvin.

—Sí…, creo que sí —asintió Julio, divertido.

Amir, que no deseaba inmiscuirse en problemas que no le interesaban, dio un último trago a su bebida y se marchó tras Katrina. No quería líos.

—Cuqui, Ana se ha vuelto loca —murmuró Rocío. Pero al ver a su marido muerto de risa, le preguntó—: Y tú ¿por qué te ríes ahora?

—Esto es lo más gracioso que he visto en mi vida. ¿Te has fijado en la cara de pardillo que tiene Rodrigo? —Sin embargo, al observar que su amigo se quitaba de encima a un tipo con ganas de líos, cambió su gesto y añadió—: Cariño…, estate al tanto, que creo que vamos a tener que salir por patas de aquí.

De pronto, sonaron las primeras notas de la canción soul Me and Mr. Jones en la versión de Amy Winehouse, y Ana comenzó a cantar con una voz y una chulería que los dejó a todos desarmados:

Nobody stands in between me and my man, it’s me and Mr. Jones.

What kind of fuckery is this? You made me miss the Slick Rick gig.

You thought I didn’t love you when I did. Can’t believe you played me out like that.

No you aint worth guest list. Plus one of all them girls you kiss.

You can’t keep lying to yourself like this. Can’t believe you played yourself out like this.

Nadie se interpone entre mi hombre y yo, y ésos somos yo y el Sr. Jones.

¿A qué mierda estamos jugando? Me hiciste perder un espectáculo de Slick Rick.

Pensaste que yo no te quería cuando realmente sí. No puedo creer que hayas jugado conmigo de esa manera.

No tienes ningún mérito para estar en la lista de invitados, ni todas esas chicas que tú besas.

No puedes seguir mintiéndote de esa manera, no puedo creer que hayas jugado conmigo de esa manera.

Envalentonada por la bebida y por el momento, Ana se movía por el escenario como una auténtica diva del soul, incluso bebida. Mientras cantaba la canción, Rodrigo, cada vez más enfadado por lo que decía, no podía apartar los ojos de ella. No escuchaba lo que aquellos tíos le gritaban. Sólo tenía ojos y oídos para Ana. Aunque cada vez que ésta lo insultaba mediante la canción llamándolo mierda, y lo señalaba, y todo el local lo repetía mirándolo, sentía ganas de degollarla por la humillación, sus pies no se movían. Sólo podía estar allí, empapado de bebida, aguantando el chaparrón y escuchando cómo lo zahería aquella pequeña morena de mirada descarada.

Cuando acabó la canción, el local, entusiasmado por cómo había cantado, prorrumpió en aplausos, mientras Ana, cómicamente, saludaba, encantada de la vida, sin darse cuenta de la hostilidad que había alimentado en ciertos individuos. Nekane y Popov, horrorizados por lo que acababa de hacer, la cogieron por el brazo y, en medio de los aplausos, consiguieron bajarla del escenario antes de que siguiera despotricando de aquella manera contra Rodrigo.

Una vez que la tuvieron en su poder, Popov la miró y le dijo:

—¡Joder, Plum Cake!, cantas maravillosamente bien, pero ¿te has vuelto loca?

—Popov, ¡cierra el pico, y salgamos todos de aquí! —dijo Nekane. Y viendo que su amiga sonreía a todos los que la aplaudían a su paso, siseó—: Lamadrequeteparió, Ana, ¿cómo has podido hacer eso?

—¿El qué? —Y añadió, mirando al amigo que la sujetaba del brazo derecho—: A Popov le ha gustadooooooooo.

Cuando llegaron hasta donde estaba Rodrigo, medio local los observaba, y él, muy serio, le preguntó:

—¿Ya estás contenta?

—Te acabo de dedicarrrr una canción. Recuerdo que un día me lo pediste. ¿Te ha gustado? —balbuceó, divertida.

—Mi paciencia contigo ha llegado a su límite —siseó, enfadado.

—¡Ohhhh…, qué miedooooooooooo! —se mofó Ana, que se acercó a él y murmuró, descolocándolo de nuevo—: Eres un capullo, aunque reconozco que un capullo muy sexyyyyyy, con el que me lo paso muuuuu bien en la cama. Pero vamos, tampoco es para que te creas un reyyyyy del universo sabanil.

Estaba tan desconcertado y furioso por lo que ella decía que Rodrigo no vio acercarse a un gigante con malas pulgas. Y sin previo aviso, el hombre le soltó un derechazo en todo el ojo que no pudo parar y que lo hizo caer hacia atrás. Calvin, al ver aquello, se metió rápidamente por el medio y, segundos después, Julio y Popov. Rocío, viendo que su marido daba y recibía golpes, gritó y comenzó a dar bolsazos a todo el que se acercaba. Esmeralda sin pensarlo hizo lo mismo, mientras Ana, divirtiéndose y sin entender lo que había provocado, reía a grandes carcajadas, hasta que la empujaron, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Rodrigo, enfurecido, comenzó a dar puñetazos a diestro y siniestro, y Nekane, asustada, se lanzó contra el tipo que golpeaba a su Calvin y no paró de darle mordiscos hasta que logró quitárselo de encima. Instantes después, y ante tal alboroto, actuaron los porteros del local y comenzaron a separar a los que se peleaban. Nekane, al ver que Calvin estaba bien, optó por levantar a su exultante amiga del suelo y sacarla del local.

—¡Eres la digna heredera de los Corleone! —gritó, furiosa, la navarra una vez en la calle—. Pero ¿tú has visto la que has liado?

—Esto es una desgracia. ¡Se me ha roto el tacón! —respondió Ana con el zapato en la mano.

—Lo que se te ha roto es el cerebro —protestó Nekane, angustiada.

Dos minutos después, los porteros del local sacaban a unos magullados Rodrigo, Calvin, Popov y Julio, y a unas excitadas Esmeralda y Rocío. Ana, al ver la pinta que traían, continuó riendo a carcajadas, ajena a todo, mientras se dirigían a un bar cercano para beber algo y reponer fuerzas. Media hora más tarde, al regresar al aparcamiento del pub, todos se quedaron sin palabras, excepto Ana, que comenzó de nuevo a reír a carcajadas al ver el bonito coche de Rodrigo destrozado.