Una semana después, la sesión de fotos para el calendario de Intimissimi comenzó un viernes a las cinco de la mañana en un hangar inutilizado del aeropuerto de Madrid. Las modelos y los bomberos disfrutaban de la experiencia mientras Ana, Nekane y un grupo de estilistas se preocupaban porque todo estuviera a punto.
Con frustración, Ana observó cómo Rodrigo y varios de los bomberos hacían flexiones desnudos de cintura para arriba para marcar sus músculos. Desde el día de la cena en casa de Rocío no había vuelto a hablar con él, aunque él sí que lo había intentado. Pero todo había sido inútil. Ana se había negado. Estaba enfadada y no pensaba dar su brazo a torcer.
—Creo que hoy por primera vez en mi vida no me estoy comportando como una profesional —se quejó Nekane al ver cómo una de aquellas estilistas daba color y aceite al cuerpo moreno de su Calvin—. Te juro que estoy por ir hasta allí y arrancarle a ella los ojos y a él borrarle esa tonta sonrisita de la boca.
Ana asintió. Entendía lo que Nekane le decía. Ya se había fijado en cómo las estilistas se esmeraban por darle aceite a Rodrigo, con mimo, en el cuerpo. Pero como no quería manifestar lo que sentía, soltó:
—Neka, deja de decir tonterías. Estamos trabajando.
La navarra sonrió y se sentó a su lado.
—Vale, lo confieso, estoy terriblemente celosa. ¿Por qué me pareció buena idea que Calvin participara en este trabajo?
—Porque sabes que va a dar la talla para lo que necesitamos y, en el fondo, te gusta tenerlo cerca de ti —murmuró, mirando de reojo a Rodrigo.
A las seis, la luz era perfecta para el efecto que Ana quería conseguir en algunas de las fotos, y comenzó la sesión. Tras darle al play y empezar a sonar la música de Aerosmith, Ana los sorprendió a todos cuando les dijo que en las fotos quería captar la sensualidad y el morbo de sus miradas. Ellos debían ser varoniles y bárbaros, y ellas salvajes y sexis. Quería apoderarse de la esencia del momento y en aquella sesión lo iba a conseguir. Minutos después, las modelos rápidamente se metieron en su papel, algo para lo que estaban más preparadas que ellos, a quienes les costó un poco más concentrarse. No era fácil para esos hombres tener a unas preciosas mujeres a su alrededor en paños menores, insinuándose con fieras miradas y posturas provocadoras. En ciertos momentos, Ana y todo el equipo paraban el trabajo mientras reían a carcajadas. Los comentarios de los bomberos y lo que les ocurría a muchos tras rozarse con las modelos era para desternillarse. Pero el resultado cuando pararon para comer era sorprendente. Todos observaron en el ordenador de Ana las fotos y se quedaron boquiabiertos al ver lo que ella había captado.
Una vez que reanudaron la sesión se pusieron en marcha, y esa vez le tocó el turno a Rodrigo y sus compañeros. Tras poner un diván de terciopelo oscuro e indicar a las modelos lo que quería que hicieran, Ana habló con Calvin, Julio y Jesús para colocarlos en sus posiciones, y después se volvió hacia Rodrigo, que la observaba.
—Tú túmbate sobre el diván. La modelo dejará caer el cuerpo sobre el tuyo, y entonces debéis conectar. Quiero que me deis miradas de sensualidad. Vamos, túmbate.
Él asintió. Llevaba todo el día observándola, a pesar de que en ningún momento se había aproximado a ella; estaba disfrutando como un loco de su cercanía, aunque no le hablase. Sin decir nada, Rodrigo, sólo vestido con la parte de abajo del equipo de bombero y el torso al aire al igual que sus compañeros, hizo lo que ella quería. Cuando la modelo se puso sobre él, Ana repitió:
—Ahora miraos. Ingrid, debes dejar caer las caderas sobre él y torcer un poco la cintura para que el conjunto de lencería se vea. Y tú, Rodrigo, pon la mano derecha sobre su cintura y la otra enrédala en su pelo.
Sin rechistar, él hizo caso a todo lo que ella decía mientras las estilistas y maquilladoras le aplicaban unos polvos brillantes en ciertas partes del abdomen y los bíceps para que resaltaran más. En ese momento, Nekane se acercó a ellos.
—Un momento. Ingrid, ve a cambiarte la media derecha; tiene una carrera.
La modelo se levantó y salió corriendo en busca de una media nueva. Y en ese instante, Rodrigo, sin poder contener la necesidad que sentía de tenerla cerca, aun a riesgo de que lo abofeteara delante de todos, la agarró de la cintura y la tumbó sobre él.
—Entonces, yo pongo mi mano derecha así, ¿verdad? —le preguntó ante todos los que los miraban.
Ana deseó matarlo. ¿Cómo le hacía aquello? Pero al ver que docenas de ojos los observaban a escasos centímetros, se comportó como una buena profesional.
—Exacto. Ella dejará caer sus caderas así y rotará la cintura hacia mí mientras tú le pones esta mano en la cintura con los dedos abiertos y enredas la otra en su pelo. —Y clavando sus ojos en él, murmuró—: Una vez que hayáis cogido la postura quiero que la mires con deseo y ella te mire a ti. Después, ella posará sus labios en tu boca y necesito que tú tenses los bíceps para marcarlos. La cámara y yo debemos captar el morbo del momento.
Aquel frote erótico con el que Ana lo estaba martirizando hizo crecer su entrepierna en décimas de segundo, pero encantado por tenerla tan cerca tras los horrorosos días que llevaba añorándola, le cuchicheó junto al oído, enredándole la mano en el pelo:
—Quieres que la mire así.
—Sí —asintió la joven con las pulsaciones a mil, mientras sentía su erección entre las piernas, en medio del hangar del aeropuerto de Barajas.
—Creo que eso será imposible —murmuró él.
—¿Por qué? —preguntó ella con un hilo de voz.
—Porque sólo te deseo a ti.
Aturdida por lo que sentía, de reojo, observó si alguien podía estar escuchándolos. Pero la música y el que todos estuvieran a lo suyo le dieron la seguridad de que nadie había oído la conversación.
—Me desesperas con tus tonterías, Rodrigo —siseó.
—Y tú me enloqueces, cielo. —Y sin perder un segundo, añadió—: Tenemos que hablar.
—No.
—Ana…
Con la garganta seca, la joven iba a responder cuando llegó la modelo corriendo y gritó:
—¡Ya estoy!
Durante unos instantes más, Rodrigo y Ana se miraron, y entonces él aflojó la tensión de sus brazos y la soltó. Ana, aturdida, se levantó como pudo y cogió la cámara que Nekane, con una sonrisita, le entregaba. Separándose unos metros fue hasta su mesita para beber agua. Acalorada, al volverse observó cómo las estilistas trabajaban sobre los cuerpos de los que posaban.
—¿Qué te pasa? —le preguntó a su amiga—. ¿Por qué me miras así?
—Por nadaaaaaaaaaaa —respondió la navarra—. Sólo te diré que te he hecho un par de fotos buenísimas. Creo que serán las mejores del calendario.
Soltando la botellita de agua, Ana dio al menú de su cámara y, al ver las fotos que Nekane les había hecho tumbados sobre el diván mientras se miraban, gruñó. La mezcla de química, sensualidad y deseo que veía en aquellas imágenes era lo que ella buscaba para la foto.
—Son buenas, ¿eh?
—Neka…, a veces te mataría. —Y volviéndose hacia los que la esperaban tumbados sobre el diván, se acercó a ellos y comenzó a hacer fotos.
Aquella noche, cuando Ana y Nekane llegaron a casa y comprobaron el resultado de su duro día de trabajo, sonrieron abiertamente. El calendario sería un éxito. Pero cuando Ana se metió en la cama suspiró al sentir que su vida personal era un fracaso.