El 1 de diciembre, Ana y Nekane estaban en El Escorial haciendo un reportaje fotográfico con varias modelos para la firma Guess. En un principio lo que parecía que iba a ser algo fácil de hacer, instante a instante se estaba convirtiendo en algo tortuoso y difícil de llevar. Aquella mañana, Ana no se encontraba muy bien y parecía que las modelos no querían cooperar.
—Por favor, Emma, cambia el gesto, mujer, y dame una sonrisa aniñada —la animó Ana cámara en mano.
La modelo soltó un bufido y gritó:
—¡Tengo frío!
—Anda, ¡y yo! —saltó Nekane—. A ver si te crees que mi madre me parió en un iglú. Por lo tanto, sonríe, mira a la cámara y deja de quejarte de una santa vez.
Ana sonrió y, acercándose a ella, le susurró:
—¿Que tu madre te parió en un iglú?
Ambas rieron.
—Yo qué sé, chica… Era por decir algo —soltó Nekane con ánimo alegre—. Anda…, dales un descanso y vayamos a tomarnos un café. Quizá se espabilen un poco.
—¡Buena idea! —asintió Ana, y mirando a las modelos, dijo—: Cinco minutos para un café y entrar en calor, y luego continuaremos.
Mientras las seis modelos corrían hasta los coches como podían subidas en unos taconazos imposibles para resguardarse del frío, Ana y Nekane se acercaron hasta una pérgola; allí se sentaron y, de un termo, se sirvieron café.
—¿Has visto el nuevo número de la revista de Raúl?
—Sí —asintió Ana, cogiéndola—. Las fotos que ha publicado de espectros es que te ponen los pelos de punta.
Nekane se aproximó a su amiga para hojear la revista.
—No sé yo si podría trabajar en una revista así —comentó—. Con lo cagona que soy, estaría todo el día acojonada pensando que un fantasma de mi pasado se me presentaría en mitad de la noche para degollarme.
Ana esbozó una sonrisa y dejó la revista sobre la mesita.
—¡Anda ya!, mira que eres tonta. Por cierto, Raúl está organizando una exposición por el sexto aniversario de la revista. Me dijo que la haría el año que viene, y ya sabes, no le podemos fallar.
—Vale, vale, no le fallaremos. Pero esos amigos tan frikis y siniestros que tiene me ponen algo nerviosa. —Y cambiando de tema, dijo—: ¿Me acompañas mañana a la tienda de Félix? Quiero completar el tatuaje.
—Claro —asintió Ana—. Es más, estoy pensando en tatuarme un anillo en el dedo. Me gusta cómo quedan.
—Tu madre te matará —se mofó Nekane, y ambas rieron.
Dos minutos después, con las manos y el cuerpo más calientes, Nekane miró a su amiga y, al verle el ceño fruncido, le preguntó:
—¿Qué te pasa?
Ana se tocó la cabeza.
—Creo que me estoy cogiendo un gripazo tremendo.
—Buenoooooooooo…, ¿a que has pillado la misma gripe que Esmeralda? —Ana gimió—. La pobre Esmeralda ha estado malísima, con vómitos y todo.
—¡Aisss!, no me digas eso.
—Sí, cariño, te lo tengo que decir. La gripe de este año viene fuerte y puñetera.
Convencida de que ella no quería pillar esa gripe, miró a su amiga y apuntó:
—Lo peor de todo no es tenerla; es llevármela a Londres. Si aparezco pachucha en mi casa, a mi madre ya le daré temita de conversación para todos los días que esté allí. Aguántala.
Nekane sonrió.
—Para temita el de tu hermana. Lo que daría yo por ver la cara de tu madre cuando le cuente que se va a casar otra vez.
—¡Uf!, calla, calla —se quejó Ana, que cogió su bolso para tomarse un ibuprofeno—. Yo pagaría por no oír sus aullidos agónicos. Porque te digo una cosa: esa noticia a mi madre la va a matar.
—Es que tu hermana tiene tela. ¡Casarse de nuevo!
—Ya te digo… Parece que le gusta vivir siempre en el centro de la polémica —asintió Ana, metiéndose la pastilla en la boca.
—¿Y tu padre? ¿Qué dice él?
Ana, carialegre, pensó que si había alguien paciente en el mundo, ése era su padre.
—Protestará, pero en cuanto Nana le haga dos pestañeos y le diga «Papi eres el mejor», ya se lo habrá ganado y la apoyará. ¡Es un cielo!
—¡Bendito Frank! —se mofó Nekane.
De pronto, Ana cogió del brazo a su amiga y, echándose hacia adelante, vomitó. Nekane, asustada, se levantó y rápidamente la cogió por la frente, como hacía su madre cuando era pequeña para sujetarla. Cuando Ana pareció acabar y se echó hacia atrás estaba pálida.
—Ana…, Ana…, creo que te has pillado la gripe de Esmeralda.
—Agua. Dame agua.
Sin tiempo que perder, Nekane cogió una botella, llenó un vasito y se lo tendió.
—Bebe despacito, no te vaya a caer mal.
Siguiendo las instrucciones de su amiga, bebió a sorbitos y después dejó el vaso sobre la mesa.
—¿Estás bien?
—Pues no, pero he de estarlo en este momento. Creo que la gripe y este frío no son buenos aliados. —Y levantándose, añadió—: Vamos, acabemos la sesión antes de que me ponga peor y no pueda ni apretar el disparador de la cámara.
De inmediato, Nekane volvió a agrupar a las modelos, le dio al play para que sonara la música de Coldplay, y la sesión se reanudó. A partir de ese momento, todo comenzó a mejorar. Las modelos, al ver el estado en que se encontraba Ana, de pronto cooperaron, y lo que no habían conseguido en cuatro horas, lo lograron en dos.
Aquella noche, cuando llegaron a casa, estaban congeladas. Ana se tomó otro ibuprofeno y comenzó a sentirse mejor. Tras ducharse, cuando ya estaban en pijama tiradas sobre el sofá, sonó el teléfono y Ana lo cogió.
—¡Hola, amiga Ana!, ¿está Iris?
Estirándose en el asiento al oír aquella voz varonil, la joven sonrió.
—¡Hola, amigo Rodrigo! Pues no, y no sé dónde está. ¿La has llamado al móvil?
Nekane se alborozó y comenzó a hacerle gestos de que atacara, mientras Ana negaba con la cabeza.
—La he llamado, pero no lo coge.
—Pues, chico, lo siento. Pero si te apetece hablar aquí me tienes. ¡Soy toda tuya!
Nekane subió el pulgar. ¡Buena insinuación!
—Ten cuidado con lo que dices, preciosa —se mofó él con voz profunda—, porque eso de «toda tuya» lo puedo tomar al pie de la letra y luego no podrás echarte para atrás.
Al oír aquello, el teléfono se le cayó de las manos, aunque rápidamente lo cogió. ¿Cómo podía ser tan torpe? De pronto, toda la seguridad que había tenido segundos antes desapareció.
—¿Sigues ahí? —preguntó Rodrigo.
—Sí…, sí…, aquí estoy.
Rodrigo, que había notado el cambio en la voz de Ana, sonrió.
—Oye, preciosa, no te asustes. Lo que acabo de decir es una broma. Vamos, una fanfarronada de tíos.
—Lo sé…, lo sé… —murmuró, acalorada.
En ese momento se oyó la puerta de la calle y un segundo después apareció Iris ante ellas.
—Rodrigo, Iris acaba de llegar; te paso con ella.
La modelo se mostró alegre al oír aquel nombre y le arrebató el teléfono a Ana.
—¡Hola, cabo! Justamente estaba pensando en ti.
Y ya no pudieron escuchar más, pues se metió en su habitación y cerró la puerta.
—Desde luego, lo tuyo no es ligar con un dinosaurio como Rodrigo —dijo Nekane, mirando a su amiga—. ¡Se te come! En cuanto te hace la más mínima insinuación, ¡te cagas viva! Pero vamos a ver, ¿tú crees que así podrás darte un revolcón con él?
Ana soltó una carcajada y se levantó.
—Antes de que comiences con tus perversiones más horrendas, me voy a la cama. La cabeza me va a explotar. Buenas noches, Nekaaaaaaaaaaa.
—Huye, huye…, que cuando no quieres hablar de algo eso lo haces muy bien.
Una vez que Ana cerró la puerta de su habitación, se miró en el espejo y cerró los ojos, horrorizada.
—¡Qué desastre!
Se metió en la cama y apagó la luz. Necesitaba descansar, o la cabeza le explotaría.
De madrugada se despertó sobresaltada. Estaba sudando y se encontraba fatal. Tras buscar a oscuras las zapatillas, adormilada, se puso la bata y salió al salón. Todo estaba en silencio. Todos dormían. Con los ojos casi pegados, abrió la nevera y sacó un tetrabrik de leche. Luego, cogió un vaso, lo llenó y lo metió un minuto en el microondas. Una vez que se lo tomó, lo puso en el lavavajillas y regresó a su habitación. Pero antes de llegar se desvió y fue al baño. Se sentó en la taza del váter e instantes después comprobó que se había acabado el papel higiénico. Como una autómata se levantó de la taza, abrió el armarito y cogió un nuevo rollo, pero al cerrar las puertas sus ojos casi pegados vieron algo y se quedó paralizada. De nuevo abrió la puertecita del armarito y pestañeó durante dos segundos.
—¡Ay, Dios! ¡Ay, Diosssssssssssssss!
Tirando el rollo fue a abrir la puerta del baño para salir, pero los pantalones del pijama a medio bajar hicieron que volviera a caer de culo contra la taza del váter, con la mala suerte de que en su caída tumbó el recipiente donde estaban colocados los distintos cepillos de dientes y dos botes de colonia. El estruendo del cristal contra el suelo fue apocalíptico, y antes de que se pudiera levantar, Nekane, con los pelos cada uno hacia un lado, entró, asustada.
—¿Qué pasa?
Pero Ana, desencajada, no contestó, y subiéndose las bragas y después los pantalones del pijama corrió hacia su habitación. Nekane fue tras ella. ¿Qué le pasaba? Una vez que Ana entró en la habitación, se acercó al calendario de Gerard Butler que tenía colgado en la pared y, tras posar su dedo sobre una fecha y mirar otra, gritó:
—¡Joderrrrrrrrrrr!
Nekane, atónita, al ver que Ana se tocaba la cabeza y comenzaba a lanzar una horrible retahíla de insultos en inglés y en español, a cuál peor, la cogió del brazo y la sentó en la cama.
—Vale…, ¡se acabó! ¿Qué narices pasa?
Pálida como la cera y respirando con dificultad, Ana la miró.
—No lo sé, pero vístete que nos vamos a buscar una farmacia de guardia.
A las cuatro y media de la mañana, las dos amigas, después de haber salido en busca y captura de una farmacia de guardia, estaban sentadas en el baño con gesto indescriptible.
—Ya ha pasado el tiempo que pone —dijo Nekane—. Mira el resultado.
—No…, no puedo.
—¿Quieres que lo mire yo?
—¡No!
Nekane asintió, y pasado otro par de minutos, insistió:
—Ana, si estás embarazada, lo vas a estar ahora, dentro de cinco minutos y dentro de seis horas. O lo miras tú, o lo miro yo.
Con palpitaciones, la joven alargó la mano y cogió el Predictor, y antes de mirarlo, susurró, acordándose de su madre:
—Creo que me va a dar un infarto.
—El infarto me va a dar a mí como sigas diciendo tonterías. Mira el puñetero Predictor de una santa vez.
Ana le dio la vuelta al aparatito alargado que tenía entre sus manos. Al ver las dos rayitas, asustada, y aun habiendo leído el papelito veinte veces, preguntó:
—¿Esto qué significa?
Nekane, al ver lo que Ana le enseñaba, se mordió el labio.
—Que estás embarazada, cariño.
Tirándolo como si le quemara en las manos, Ana exclamó:
—¡No puede ser! ¡Imposible! Debe de estar mal. Dame otro.
Al tercer Predictor positivo, Ana rompió a llorar, y su amiga la abrazó. Estuvieron un buen rato sentadas en el frío suelo del baño, hasta que Nekane dijo:
—Vamos a ver, cieliño, como diría nuestra Encarna, siempre hemos solucionado todos los problemas que se nos han puesto en el medio, y éste también lo vamos a solucionar. —Ana, desencajada, asintió—. Lo primero de todo es tranquilizarte y respirar para no ponerte azul, ¿vale?
—Vale.
Una vez que le limpió con una toalla mojada los regueros de lágrimas que le manchaban la cara, Nekane le dio un dulce beso en la mejilla y prosiguió:
—Lo segundo, vamos a levantarnos del suelo, que está congelado, ¿te parece?
Ambas se levantaron.
—Y lo tercero, vamos al salón. Haré una tilitas que creo que nos vendrán de lujo porque las necesitamos.
Diez minutos después, en el silencio del salón, Ana estaba sentada inmersa en sus pensamientos cuando su amiga le dio una taza.
—Bébetela; te sentará bien.
La joven le hizo caso. Cuando dejó la taza sobre la mesa, tenía los ojos hinchados de llorar.
—¿Qué voy a hacer?
—No lo sé, cariño. Creo que es la primera vez en la que sólo tú has de decidir qué hacer. —Y con tacto, le preguntó—: ¿Sabes quién es el padre?
Ana asintió. Únicamente había un candidato.
—Sólo puede ser el suizo que conocimos la noche en que fuimos a Garamond. Llevaba sin acostarme con un tío tres meses, y para una noche que me libero, ¡zas! Embarazada. Pero…, pero no lo entiendo. Utilizamos preservativo.
—A veces ocurren estas cosas. El método falla… ¿Tienes manera de localizar al suizo?
—Neka…, sólo sé que se llama Orson. Le conocí esa noche y no sé nada más de él. —Y llevándose las manos a la cabeza, murmuró—. ¡Dios mío, estoy embarazada de un tío que no sé quién es! ¿Qué puedo decir? ¿Cómo les voy a explicar esto a mis padres?
—Eh…, relájate que te veo venir —le dijo Nekane al ver su gesto descompuesto.
—Pero Neka, ¿qué le voy a decir a ese niño el día en que me pregunte por su padre? ¿Cómo le voy a explicar que fue un calentón de una noche y nada más? ¡Ay, Dios!, ahora todos pensarán que soy una fresca, una ligera de cascos, ¡una pilingui! Una…
—¡Echa el freno, Magdalena, que te estás embalando! —cortó su amiga—. Punto uno, estas cosas pasan y el mundo está lleno de maravillosas personas procedentes de un calentón de una noche. Mi sobrino Carlos es uno de ellos y es el chaval más majo, estudioso y responsable que tiene mi hermana María. —Ana sonrió, y Nekane prosiguió—: Punto dos, tienes treinta años, y tus padres creo que han de respetarte hagas lo que hagas. Y punto tres y muy importante: ¿piensas tener al niño?
—No lo sé. Tú ya sabes que yo…, yo… estoy a favor de que la gente haga lo que quiera con su cuerpo, pero ahora que sé que dentro de mí hay un bebé…
—Una ameba… Eso aún no llega ni a feto.
—Es una vida, Neka. Dentro de mí late una vida, y yo…, yo no sé si voy a ser capaz de…, de…, de…
—¿De qué?
—De eso…
—Di la palabra.
Durante unos segundos, Ana dudó, pero al ver los ojos vidriosos de su amiga, murmuró:
—No sé si voy a ser capaz de abortar.
Nekane asintió y se limpió una lágrima que había asomado a sus ojos.
—Ana, en su momento, cuando yo lo necesité, tú me apoyaste, y aquí me tienes ahora para estar contigo al ciento por ciento hagas lo que hagas y decidas lo que decidas.
Entonces, Nekane se rompió y comenzó a llorar. Años atrás ella había pasado por lo mismo y al final había tomado una drástica decisión. En aquel momento no podía tener un bebé, y aunque le había dolido en el alma, había abortado. Aquél era un tema que apenas tocaban. Lo evitaban. Pero aquella noche inevitablemente salió a la luz.
—Toma, bebe esto —dijo Ana, dándole la tila a su amiga—. Te vendrá bien.
Con una sonrisa triste, Nekane cogió la taza y, tras dar un trago, se sonó la nariz.
—¡Vaya dos patas para un banco que estamos hechas tú y yo! —comentó Nekane, y la otra sonrió—. Decidas lo que decidas, estoy contigo. Es más, si al final decides tenerlo, cuenta conmigo desde ese instante para todo. Absolutamente para todo. Eso sí, de ésta, siento decirte, que te cargas a tu madre.
Ana cerró los ojos ante esa última afirmación, pero al oír que su amiga reía, fue incapaz de no hacer lo mismo y se unió a ella.
—Ni te cuento lo que puede decir mi madre si decido tenerlo —comentó Ana cuando ambas se tranquilizaron—. ¡Qué deshonra! Su hija embarazada siendo soltera y la criatura sin padre. Esto la lleva directamente a la tumba. Y mi padre, no sé, no sé cómo va a reaccionar ante una noticia así.
—Tienes tiempo para pensarlo —afirmó Nekane sonriendo con aflicción.
—Lo sé…, y eso voy a hacer.
Tras un silencio en el que ambas se sumergieron en sus penas particulares, Ana miró a su amiga y, al ver la tristeza en su mirada, le propuso:
—¿Qué te parece, princesa, si te vienes a mi cama y duermes conmigo?
—¿Prometes no meterme mano? —se mofó la otra.
—Lo intentaré —dijo riendo Ana.
Nekane se puso de pie y la ayudó a levantarse, y mientras caminaban hacia la habitación, cuchicheó:
—Entonces, me parece una idea excepcional. Ya sabes que a mí me van los tíos.