—¿Estás bien? —preguntó Michael acercándose a Thais.
—Sí, Michael, gracias —le respondió mirándole con una triste sonrisa—. Lo único que quiero es que esto termine y poder regresar con mamá al hospital. Si estoy aquí es porque ella me lo pidió. Porque sinceramente, a ese que está metido ahí —señaló el ataúd— no le tengo ningún cariño y menos aún aprecio. Nunca se comportó bien con mamá, ni conmigo a pesar de que ella siempre le ha querido.
—Es duro lo que dices pequeña —dijo Michael, consciente de la cruda revelación de la muchacha.
Ella asintió.
—Es más duro vivirlo todos los días, pero ya se acabó. La pesadilla por fin terminó y solo espero que mamá y yo podamos empezar a vivir en paz.
Samantha, que había escuchado todo en silencio, le acarició el brazo con ternura.
—Claro que sí, cariño. Ahora podréis vivir en paz y no te preocupes por nada. Todos haremos lo posible por ayudaros.
La muchacha les miró y murmuró agradecida.
—Sois todos tan buenos conmigo y con mamá, que no sé cómo podré pagaros todo lo que estáis haciendo por nosotras. Si no fuera por vosotros me vería sola en toda esta maraña de problemas.
—No pienses eso —la animó Makay, que la adoraba—. Ahora lo que hay que hacer es seguir viviendo y a ser posible mejor que antes.
Ella asintió y al recordar algo preguntó:
—¿A qué hora llegaba la abuela?
Samantha respondió.
—Dick se marchó a por ella al aeropuerto, no te preocupes. Él la llevará al hospital.
Mientras la muchacha veía bajar el ataúd de su padre en la fosa, solo pudo respirar con tranquilidad. El infierno que le había tocado vivir desde niña, por fin había acabado y lo que más deseaba en esos momentos era ver a su abuela, volver junto a su madre y como había dicho segundos antes poder vivir en paz.
Tras el funeral, Michael la acompañó en coche hasta el hospital junto a Samantha y Makay, mientras charlaba para mantener a la muchacha entretenida. Al llegar al hospital aparcó en la entrada.
—Michael, me encantaría presentarte a mi madre —interpuso Thais al despedirse.
Pero Michael intentó dejarlo para otro día. Llevaba prisa. Tenía ganas de ver a Kate.
—Estaré encantado, pero quizá sea mejor en otro momento.
No se dio por vencida y mirándole a los ojos le suplicó.
—Por favor. Mi madre estará encantada de conocerte.
Incapaz de negarse, al final aparcó el coche y les acompañó. Al llegar a la sexta planta donde estaba ingresada Vaitiere, nada más salir del ascensor, se encontraron a la doctora que llevaba el caso.
—¡Doctora Newton! —gritó Thais al verla—. ¿Cómo está mi madre?
La doctora, al verla, sonrió. No había podido olvidar el gesto de dolor de aquella chica la noche que llegó al hospital con su madre.
—Aloha, Thais —saludó la mujer—. Tu madre está respondiendo perfectamente al tratamiento.
—¿De verdad? —sollozó emocionada la niña y Makay y Michael se acercaron a consolarla.
—No me llores más —consoló la doctora mientras se fijaba por primera vez en Michael—. Tu madre se encuentra bien. Necesita verte alegre porque la mejor cura para un enfermo es la positividad de los que están a su alrededor.
Michael, totalmente de acuerdo con lo que decía la doctora, sonrió asintiendo.
—Pues ya sabes, cielo. Venga, sécate las lágrimas y ve a ver a tu madre.
Makay, que se había convertido en el protector de Thais, se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo ofreció a la chica.
—Venga, cariño —animó Samantha—. Arriba el ánimo y ve a ver a tú mamá.
Mientras los dos jóvenes se encaminaban hacia la habitación 605, Samantha y Michael se quedaron hablando con la doctora.
—Soy Michael Talaua, amigo de la familia —se presentó tendiéndole la mano.
Aquella guapa y sensual mujer clavó de nuevos sus ojos en Michael.
—Doctora Amanda Newton.
Samantha, consciente de las miraditas, para darse a notar, preguntó:
—Doctora, lo que ha dicho ¿es verdad?
—Dentro de todo lo bien que puede ir, así es —respondió la doctora—. Las costillas fracturadas tardarán un poquito en dejar de dar la lata. El brazo roto llevará su tiempo. Los moretones y las magulladuras, que es lo que más se ve a primera vista, desaparecerán y las heridas de cuchillo, gracias a Dios, no han sido en sitios complicados. Créanme —insistió la guapa doctora—, en dos o tres semanas le daremos el alta, pero necesitará ayuda en casa durante un tiempo —en ese momento sonó el busca de la doctora—. Lo siento. Me tengo que ir, pero estaré pendiente de ella.
—Se lo agradeceremos —apuntó Samantha encantada de ver como se miraban.
La doctora se encaminó con paso firme hacia el puesto de las enfermeras desde donde habló unos segundos por teléfono. Poco después la observaron marcharse con unos papeles en la mano.
—Venga, sonrisitas —se mofó Samantha—. Vamos a ver a Thais.
—¿Sonrisitas? —preguntó Michael divertido.
Entre risas y mofas llegaron a la habitación. Al entrar, vieron a Thais besar a su desmejorada madre. La pobre mujer de pelo oscuro y ojos rasgados estaba hinchada como un globo por la cantidad de golpes que había recibido. Samantha, acercándose a ella, la saludó.
—Aloha, guapetona. ¿Qué tal estas, cielo?
—Mejor… mejor —respondió muy bajito mirando con los ojos hinchados.
De pronto irrumpió una voz potente, con un marcado acento polinesio.
—Dale unos días y volverá a ser la preciosa mujer de siempre.
—Señora Bahole —se alegró Samantha acercándose a ella para darle dos besos—. Cuánto me alegra volver a verla. Aunque sea en estas circunstancias.
—Te entiendo. Te entiendo —asintió la mujer pesarosa.
En ese momento, Thais agarró de la mano a Michael y tirando de él lo acercó a la cama de su madre.
—Mamá, este es Michael. El amigo abogado de Dick y Samantha que nos ayudará a poner todos los papeles en orden.
La mujer intentó sonreírle y Michael, conmovido, solo pudo decir:
—Encantado de conocerla, señora. No se preocupe de nada. Mi hermano y yo las ayudaremos en todo lo que podamos.
Vaitere alargó su mano para apretar la de Michael y en un hilo de voz murmuró:
—Gracias. Muchas gracias y por favor háblame de tú.
—De acuerdo —sonrió—. No te preocupes por nada. Lo importante ahora es que te recuperes y salgas pronto de aquí.
—Michael —llamó Samantha para atraer su atención—. Ella es la señora Bahole. La madre de Vaitere.
Acercándose a aquella mujer isleña de facciones marcadas e intensos ojos negros la saludó.
—Encantado de conocerla señora.
La mujer asintió y mirándole con agradecimiento musitó mientras le observaba:
—Lo mismo digo.
La puerta de la habitación se abrió y entró una enfermera para inyectar en el suero un medicamento a Vaitere. Todos salieron de la habitación y Michael aprovechó la circunstancia para despedirse.
—Me tengo que marchar. He de recoger de la guardería a Sasha y a Tommy.
—¿Tienes hijos Michael? —preguntó la señora Bahole.
—Pues no sé yo que decirle —y al ver como esta le miraba aclaró—: No, no son hijos míos. Son los hijos de mi hermano Sam.
La mujer asintió.
—Son unos niños encantadores —dijo Samantha—. Un día de estos los tienes que conocer. Te encantarán.
—Cuando usted quiera —contestó Michael.
La mujer, mirándole con aquellos preciosos y cansados ojos negros apuntó.
—Te digo lo mismo que mi hija, no me llames de usted que me haces mayor —y acercándose a él añadió—. Michael, gracias por la ayuda que nos ofreces en estos momentos. No quiero ser malvada pero no me da pena que ese sinvergüenza se haya matado y por favor, haz todo lo que debas hacer y por el dinero no te preocupes, te pagaremos la minuta.
—Señora Bahole —susurró mirándola—. No se preocupe por nada —y mirándose el reloj dijo—: Me voy que no llego a recoger a los enanos. Hasta luego.
Mientras se alejaba por el pasillo, la madre de Vaitere le miró y agradeció al cielo porque su hija y su nieta tuvieran amigos tan buenos a su lado.