Roc partió en su viaje de fin de semana.
Antes de irse me dijo cuando estábamos juntos en el dormitorio:
—Esto no me gusta nada, Favel. Tenemos que sortear este escollo. Quisiera que no se te hubiera ocurrido ir a fisgonear. Todo ha sido muy inoportuno.
Él era casi igual que antes, e inmediatamente di media vuelta para enfrentarme con él. Esperé con ansiedad que siguiera hablando.
—Hay una explicación simple a todo esto —dijo—, pero no puedo dártela todavía. ¿Quisieras esperar un poco y confiar en mí?
—Pero Roc…
—Muy bien —dijo—. No puedes. Esto no va bien. Lo meditaré un poco cuando esté lejos; pero prométeme algo: no pensarás demasiado mal de mí. ¿Lo prometes? Realmente no soy el truhán que tú crees.
—Oh, Roc —dije—, es todo innecesario. No había necesidad de decirme mentiras. Quisiera que no lo hubieses hecho.
—Y tú no puedes confiar en alguien que te ha mentido una vez, ¿no es verdad?
Me miró con astucia y tuve la impresión de que me quería seducir como lo había hecho tantas veces.
—Roc, háblame de ello —le rogué—. Dímelo ahora. Luego podremos volver a ser felices.
Él vaciló.
—No, ahora no, Favel.
—Pero ¿por qué ahora no?
—No es solo asunto mío. Tengo que consultarlo con alguien más.
—Ah, ya veo.
—No ves nada. Escucha, Favel. Te amo. Y tú tienes que amarme también. Tienes que confiar en mí. Maldita sea. ¿No puedes tener un poco de fe en mí?
No podía forzarme a decir que sí.
—Muy bien. —Me puso la mano sobre los hombros y me dio un rápido beso en los labios sin apasionamiento ni calor—. Te veré el lunes o el martes.
Luego se fue, dejándome tan desconcertada y desgraciada como antes… o casi.
Pero el hecho de que estuviera ausente me daba la oportunidad de pensar, y había varios incidentes del pasado que continuamente volvían a mí. Había estado en peligro de perder la vida dos veces desde mi llegada a Pendorric, lo cual era extraño porque las dos ocasiones fueron muy próximas, y se trataba de algo que nunca me había ocurrido antes en toda la vida. Estaba pensando en esa ocasión en que alguien había quitado las indicaciones de peligro del camino. Pero entonces había sido Roc el que vino en mi auxilio y me salvó. Por entonces yo no sabía que era la nieta de lord Polhorgan. Pero Roc sí lo sabía, y si yo hubiera muerto entonces, Roc no hubiera heredado nada.
Me asaltó un pensamiento horrible. ¿Lo había hecho para evitar toda sospecha? ¿La idea era que, cuando más tarde yo tuviera un accidente fatal, la gente recordara cómo él me había salvado en aquella oportunidad? No. Ése era un pensamiento horrible. ¡Estaba sugiriendo que Roc me había encerrado deliberadamente en la cripta y planeado dejarme ahí!
Era como si mi personalidad se hubiera dividido en dos; había una parte de mí que estaba determinada a defender a Roc y probar su inocencia, y otra que estaba igualmente empecinada en probar que era culpable.
¿Qué otra persona podría haber cerrado la puerta de la bóveda?
¿Qué otra persona podría haber venido a abrirla y luego haber pretendido que estaba atrancada? ¿Quién más podría tener algún motivo para querer librarse de mí? A mi muerte, Roc, heredaría la fortuna de mi abuelo y quedaría en libertad para casarse con quien quisiera. ¿Quién sería? ¿Althea Grey?
Luego pensé en lo que Polly había dicho esa mañana en Bedivere House: cuando Barbarina murió, el padre de Roc se había querido casar con Louisa.
Mientras meditaba sobre estas cosas, golpearon a mi puerta y entró Morwenna. Por un momento me sentí envidiosa de su radiante felicidad.
—Oh, hola, Favel. Supuse que te encontraría aquí. —Me miraba con ansiedad—. Roc parece haberse ido un tanto contrariado. ¿Por qué no hacéis las paces?
Me quedé en silencio y ella se encogió de hombros.
—Ése no es su modo de ser —continuó ella—. Por lo general él hace un poco de barullo y luego todo queda como estaba. Pero esta situación entre vosotros parece extenderse a través de una semana, o algo así.
—No importa. No te aflijas por ello —le dije.
—Oh, no me aflijo, ya se suavizará, espero. Pero algo molesto ha ocurrido. He tenido que dejar mi coche en el garaje y me preguntaba si tú usarías el Morris esta mañana.
—Por favor, úsalo —le dije—. Tengo que ir a Polhorgan en algún momento y puedo ir caminando. No necesito un automóvil para ir hasta ahí.
—¿Estás segura? Quiero ir hasta Plymouth. El doctor Clement dice que debo descansar todos los días. Va a alborotar en torno a mi persona, de modo que decidí sentarme a hacer punto. Quiero comprar lanas y agujas y aquí hay muy poco para elegir.
—Llévate el Morris y no te preocupes por mí.
Se me acercó e inesperadamente me dio un beso.
—Las cosas pronto estarán bien entre tú y Roc, lo sé —dijo.
Cuando ella se fue partí inmediatamente hacia Polhorgan. No tenía sentido quedarme ahí pensando; tomé el camino de la costa y traté de dejar de meditar en la duplicidad de Roc, y comencé a planear el hogar para huérfanos que podría instalar un día en Polhorgan.
Cuando llegué, el señor y la señora Dawson vinieron a saludarme, y pude advertir por su manera pomposa que estaban ansiosos por contarme algo. Me llevaron a la sala de estar, me dieron café y luego empezaron a hablar.
—No quisiéramos decírselo, señora, si no fuera porque la señora Penhalligan ha tenido algunas palabras con la señora Dawson y nos ha arrojado alguna luz sobre el tema. Es un tema delicado, señora, y la señora Dawson y yo confiamos en que usted comprenderá, que solo en nuestro afán de servirla…
Yo estaba ansiosa de cortar el circunloquio, de modo que les dije:
—Oh, sí, desde luego que lo entiendo Dawson.
—Entonces, señora, se lo diré. No lo hice antes porque temía que repercutiera en… alguien a quien no me corresponde mencionar. Pero, ya que la señora Penhalligan ha hablado con la señora Dawson…
—Por favor, cuéntemelo todo, Dawson.
—Bueno, señora, el doctor Clement estaba tan seguro de que el lord había muerto de causas naturales que nos desalentó para que le dijéramos nada de lo que en realidad ha sucedido. No se hizo ninguna investigación puesto que la muerte había sido natural. Pero hay una forma de acelerar la muerte, señora, y la señora Dawson y yo hace mucho que pensamos que la del señor lord fue apresurada.
—Sí, ya sé que el timbre y la caja de pastillas estaban en el suelo, pero él pudo muy bien tirarlas cuando trató de alcanzarlos.
—Así es señora, y ¿quién podría afirmar lo contrario? No se puede ir ante la ley con opiniones. Pero la señora Dawson escuchó una conversación entre el señor lord y la enfermera en la mañana de la noche en que murió.
—Oh, ¿qué conversación?
—Lord Polhorgan amenazó a la enfermera con despedirla si ella continuaba viéndose con el señor er… —Dawson tosió a manera de disculpa— Pendorric.
Yo quería protestar, pero mi garganta parecía haberse cerrado, y no dejaba salir mi voz. Ya había tenido bastante. No podía soportar más revelaciones.
—Y parece, señora, un tanto coincidente que no muchas horas más tarde el señor lord no haya podido alcanzar sus píldoras. La señora Dawson y yo no olvidamos, señora, que se mencionaba un legado en el testamento del señor lord en el momento de su muerte…
Yo casi no los escuchaba. Estaba pensando:
¿Cuántas mentiras me habrá dicho? Admitió que estaba casi comprometido con Althea Grey. Luego supo de mi existencia. Se casó conmigo tal como su padre se había casado con Barbarina. ¿Cuán influido estaba por el pasado? Era como si fuéramos actores en algún oscuro drama, desempeñando algunos papeles que ya antes habían sido desempeñados.
Su padre se había casado con Barbarina para aportar dinero a Pendorric cuando, en realidad, quería a Louisa Sellick. ¿Y Roc se había casado conmigo por la misma razón, pero en realidad estaba enamorado de Althea Grey? ¿Quién era esa incierta sombra intuida por Jesse Pleydell el día que Barbarina murió? ¿Era su esposo, Petroc Pendorric?
Me estoy volviendo histérica pensé. Estoy dejando que mi imaginación se eche a correr junto conmigo.
Nunca hubiera creído eso de Roc a no mediar la escena de Bedivere House.
Ahora no podía controlar mis pensamientos. ¿Acaso Althea Grey había retirado voluntariamente las píldoras para apresurar la muerte de mi abuelo? Puesto que él tenía que morir para que yo heredara su dinero, ahora tenía que morir yo para que lo heredaran ellos…
Me pregunté acerca de las habladurías que correrían sobre mi persona. La señora Penhalligan había hablado con la señora Dawson sobre mí. ¿Todos sabrían cuál había sido la razón?
Los Dawson me miraban preocupados y con compasión. ¿Me estaban advirtiendo que Roc y Althea Grey eran amantes? ¿Me lo estaban sugiriendo? Puesto que la enfermera no había tenido escrúpulos para apresurar la muerte de mi abuelo, ella y su cómplice podrían no tenerlos para apresurar la mía.
Me dije que era muy desgraciado que mi abuelo hubiera tenido estos pensamientos antes de morir. Creo que tal vez al ser tan inválido tuviera inclinación a imaginar complicaciones no existentes. He oído que ése es un síntoma del mal que padecía.
Los Dawson me miraron con patetismo. La señora Dawson hubiera continuado hablando, pero Dawson era demasiado diplomático para permitírselo. Él levantó una mano y ella se quedó en silencio.
Tenía la expresión de un hombre que se halla satisfecho por haber cumplido con su deber.
* * *
Cuando dejé Polhorgan temí no ser capaz de mantener mi fachada de serenidad. Me hallaba demasiado inquieta. Había muchas cosas que quería descubrir y debía entrar en acción; no podía soportar la inactividad.
Quería hablar con alguien y consideraba que si Morwenna no se hubiera ido a Plymouth la hubiera buscado a ella para hacerle confidencias. Estaba Deborah. Podía hablar con ella.
Me apresuré a llegar a casa y fui al cuarto de Deborah. No estaba. Sin saber qué hacer volví a bajar al recibidor, diciéndome que sería más fácil pensar fuera de casa, cuando el teléfono comenzó a sonar. Cuando atendí hubo una risita ahogada del otro lado de la línea.
—Ah, esperaba poder encontrarla. Habla Althea Grey.
Me quedé sorprendida porque ella estaba muy presente en mis pensamientos y yo, cada vez más convencida de que desempeñaba un papel importante en la trama.
—Me gustaría que viniera usted a verme antes de que me fuera.
—¿Antes de que se vaya?
—Sí, me voy muy pronto. Mañana.
—¿Quiere decir que se va definitivamente?
—Venga a verme y le contaré. Todo este tiempo he querido tener una conversación con usted. ¿Cuándo podría venir?
—Bueno… ahora.
—Bien. —Una vez más se produjo esa risita sorda y colgó.
Me apresuré a salir de la casa, tomé por la ruta de la costa y de pronto llegué a Cormorant Cottage.
Las gaviotas se remontaban y rondaban por el cielo sobre la pequeña caleta que había abajo. Vi algunos corvejones. El cottage estaba enclavado sobre una roca que avanzaba sobre el mar; era pequeño y pintado de azul y blanco. Había un sendero empinado que conducía hasta allí arriba. Era el cottage ideal de verano.
—Hola. —Una de las ventanas se levantó—. La estaba aguardando. Ya bajo.
Comencé a subir por el sendero que estaba casi cubierto de hierba y cuando llegué a la puerta de la casa, Althea estaba ahí para recibirme.
—Estoy justamente haciendo mis maletas.
—¿Se va?
—Mmm. Pase. Tome asiento.
Pasé directamente a una habitación con ventanas salientes que daban al mar. Evidentemente había sido amueblado para alquilar, con sólo lo esencial, y todo en colores opacos en los que no resaltaría la suciedad.
—Un tanto diferente de Polhorgan —comentó. Sacó una pitillera y me ofreció un cigarrillo mientras me miraba con expresión que me parecía un tanto divertida.
—Ha sido muy amable por su parte venir a verme.
—Yo diría que ha sido muy amable de su parte invitarme.
—He tenido suerte de encontrarla.
—Acababa de llegar. Roc se ha ido unos cuantos días.
—Sí, lo sé.
Levanté las cejas y de nuevo se produjo ese devaneo de diversión en su cara.
—Es un pueblo pequeño —dijo—. No se puede hacer nada sin que todo el mundo lo sepa. ¿Alguien la vio venir aquí?
—No. ¿Por qué?… No lo creo.
—Porque si alguien la vio será tema de conversación, puede estar segura.
—No tenía idea de que se iría de Cornwall tan rápido.
Ella se encogió de hombros.
—La estación toca a su fin. Es solitario. Se caminan kilómetros por los acantilados sin hallar a nadie. Ya ve que usted no encontró a nadie al venir aquí desde Pendorric. A propósito, ¿quiere tomar una taza de té?
—No, gracias.
—¿Café?
—No, gracias. No puedo quedarme mucho tiempo.
—Es una lástima. Nunca hemos tenido una buena charla, ¿no es así? Se está tan tranquilo aquí. A menudo he pensado que usted me consideraba un tanto sospechosa.
—¿Sospechosa? ¿Qué quiere usted decir?
—Ahora quiere usted aparecer como cándida.
—Me gustaría saber por qué me ha invitado a venir aquí. Creí que tenía algo que decirme.
—Tengo. Y éste es el momento de decírselo. Ya ve, he conseguido otro trabajo y quiero dejar todo en claro antes de partir. —Ella estiró sus largas y esbeltas piernas y se las miró con satisfacción—. Un viejo caballero rico que sale en una excursión necesita una enfermera que lo atienda permanentemente. Los viejos caballeros ricos parecen ser mi especialidad.
—¿Los ricos y jóvenes nunca se le cruzan en el camino?
—El inconveniente con los jóvenes es que no necesitan enfermeras. —Se echó a reír—. Señora Pendorric. Usted está incómoda.
—¿Oh, incómoda?
—Bueno, éste es un lugar solitario y no creo que usted tenga una opinión muy buena de mí. Usted comienza a lamentar haber venido y está pensando en cómo hacer para escabullirse. Sin embargo, recuérdelo, usted vino por su propia voluntad. En efecto, usted aceptó inmediatamente en cuanto se lo sugerí. No fue muy sensato de su parte, ¿no es verdad? Usted está aquí y nadie sabe que ha venido. Usted es un tanto impulsiva, señora Pendorric. Usted actúa por impulso. Venga a contemplar el paisaje.
Me tomó de la mano y me hizo poner de pie. Era fuerte y recordé cuando Mabel Clement dijo que ella solo parecía estar hecha de porcelana de Dresden.
Me llevó hasta la ventana sosteniendo firmemente mi brazo con su puño, mientras, con su mano libre abrió de un golpe la ventana que daba al mar. Miré hacia abajo donde golpeaba el mar. Mucho más abajo las olas rompían contras las rocas dentadas.
—¡Imagínese —me dijo muy cerca de mi oído—, alguien que se cayera desde esta ventana! No tendría la más mínima alternativa. No sería bueno alquilar este cottage a alguien con tendencia al sonambulismo o a alguien que estuviera planeando un pequeño homicidio.
Por unos cuantos segundos realmente creí que me había impulsado a venir al lugar para asesinarme. Pensé: Lo ha planeado… de tal modo que le quede el camino libre a Roc y a la fortuna de mi abuelo.
Era evidente que ella había leído mis pensamientos; pero lo que vi en su rostro cuando me soltó el brazo era diversión.
—Creo —dijo lentamente— que estará más cómoda si se sienta.
—¿Por qué me ha pedido que viniera? —le pregunté.
—Eso es lo que le diré. —Casi me dio un empellón para que me sentara en el sucio sillón. Ella se sentó en el opuesto a mí.
—Señora Pendorric —dijo—, puede dejar de tener miedo. Sólo tengo la intención de hablar con usted. No tiene realmente por qué temerme. Dentro de unos días habré desaparecido de este lugar.
—¿Le da pena irse?
—Es un error tener pena. Una vez que algo ha concluido hay que dejarlo. Usted siempre estuvo un poco celosa de mí, ¿verdad? Es cierto que él pensó en casarse conmigo una vez.
—¿Y usted?
—Ciertamente. Hubiera sido un buen matrimonio. No sé si me hubiera adaptado, sin embargo. A mí me gusta la aventura. Pero es verdad que he pasado los treinta, de modo que tal vez es hora de pensar en estabilizarme.
—Parece hallar que la vida es… divertida.
—¿Usted no? Debería parecerle. Es la única manera de vivir en ella. He tomado una decisión, señora Pendorric: le informaré acerca de lo que le han hablado.
Se reía de mí y por extraño que pareciera yo estaba dispuesta a creer todo lo que me dijera, porque aunque era dura y extremadamente mundana, experimentada y capaz de casi cualquier cosa, parecía veraz, en gran medida porque encontraba más entretenido decir verdades que mentiras.
—¿Qué hacía usted antes de venir a Polhorgan? —le pregunté.
—Cuidar enfermos, por supuesto.
—¿Como la enfermera Stoner Grey?
Ella sacudió la cabeza.
—En el último juicio fui Grey. Stoner Grey fue en el anterior.
—¿Por qué abandonó Stoner?
—Mala publicidad. No es que me importara, pero no habría sido fácil encontrar el tipo de trabajo que quería. La gente tiene buena memoria. De modo que usted sabía el incidente de Stoner Grey. Esos Dawson se lo contaron, seguramente.
—No fueron muy precisos acerca de ello. Fue… otra persona.
Ella asintió.
—Si todo hubiera ido bien yo podría no haber tenido que cuidar enfermos nunca más. No había nada de malo en ello. El anciano caballero hizo su testamento a mi favor; pero ellos encontraron que no era válido… y su esposa ganó el juicio.
—Supongo que usted lo persuadió para que hiciera ese testamento.
—Bueno, ¿qué le parece? —Se inclinó hacia adelante—. Usted es una buena mujer, señora Pendorric, y yo… no lo soy tanto. Yo, usted sabe, no tuve sus ventajas. No tuve ningún millonario por abuelo. Soy una aventurera porque me gusta la aventura. Le da sabor a la vida. Durante la primera infancia viví en una calle de suburbio, y eso no me gustaba mucho. Decidí salir de ahí… Soy en cierta forma como su abuelo. Pero no tengo el don de los negocios. No supe cómo hacer para salir a la conquista de los millones. Pero me di cuenta de que era hermosa y ésa es una de las grandes maravillas que una muchacha puede tener. Me dediqué a la enfermería e intenté hacerlo de forma privada, que era una de las formas de obtener lo que yo quería. Y me preocupé por hallar los trabajos adecuados. Así fue como llegué a cuidar a su abuelo.
—¿Usted esperaba que él le dejaría su dinero?
—Siempre se puede esperar. Después apareció Roc. Las aventureras siempre analizan todas las posibilidades, usted sabe.
—Roc debió haberle parecido el más apto de los dos seguramente… una vez que hubo conocido a fondo a mi abuelo.
Ella volvió a reír.
—Así es. Pero Roc era demasiado agudo. Me clasificó bien. Yo le gustaba, sí. Y él a mí también. A mí me hubiera gustado aunque él hubiera sido un pescador de la costa. Pero él fue siempre como reticente; él parecía advertir algo en mí que… bueno, ¿cómo decirlo?, que no era exactamente lo que un caballero busca en una esposa, por lo menos, los de esa clase. De modo que fuimos buenos amigos y después él se fue y cuando volvió se había casado con usted. Es alguien de buen corazón. Quiso que siguiéramos siendo buenos amigos, y que no me sintiera marginada. Por eso redobló sus atenciones conmigo. Pero yo vi que usted se estaba volviendo un poco celosa —rió—. ¿Está claro ahora?
—No del todo —dije—. ¿Cómo murió mi abuelo?
Me miró muy a fondo y parecía más seria que durante todo el resto de nuestra conversación.
—Le he contado que busco oportunidades para mejorar mi suerte —dijo con firmeza—, pero no soy una asesina. Siempre he creído que la vida de las demás personas significa tanto para ellos como la mía para mí. Si puedo sacar el máximo de la gente… bueno, lo hago. Pero la línea de la frontera está trazada antes del homicidio. —Una vez más apareció la risa en sus ojos—. ¡De modo que era por eso por lo que usted estaba tan alarmada cuando entró! Entonces estoy doblemente satisfecha de que haya venido. Quiero dejar en claro ese pequeño punto cuando se haya ido. Su abuelo a menudo extraviaba su cajita. Lo hizo una vez en su presencia. ¿No lo recuerda?
Yo lo recordaba. Había dejado Polhorgan temprano y la encontré a ella con Roc en la playa de Pendorric.
—Dejó caer las pastillas; se agitó al no poder encontrarlas cuando las necesitó; y en esa agitación tiró el timbre. Así fue cómo murió, señora Pendorric. Puedo jurarlo. Él estaba, es verdad, un tanto agitado. Se afligía mucho por usted. Sabía que en un tiempo su marido y yo habíamos sido amigos y me habló acerca de ellos. Eso lo perturbó, aunque yo le aseguré que no había nada más allá de la amistad en nuestra relación. Pero estar dando vueltas en torno a detalles imaginarios era una de las características de su dolencia. Le aseguro que no hice nada intencional para apresurar su muerte.
—Le creo —dije, porque así era.
—Me alegro. No me gustaría que me creyera capaz de eso. La mayor parte de las demás cosas… sí. Pero no del crimen. —Ella bostezó y estiró las piernas—. Imagínese, dentro de un mes estaré yendo hacia lugares de sol… cuando las nieblas envuelvan Pendorric y los vientos del sudoeste castiguen las paredes de Polhorgan. Tengo aún muchas cosas que empaquetar.
—Entonces —dije poniéndome de pie—, es mejor que me vaya.
Ella me acompañó hasta la puerta del cottage. Cuando llegamos al final del sendero nos despedimos. Ella permaneció en la puerta viéndome partir.
Mi encuentro con Althea Grey había sido un tanto desconcertante, porque había sido terriblemente franca. Le había creído mientras estuve sentada allí, pero ahora me preguntaba si no se habría estado burlando de mí y de mi candidez.
¿Verdaderamente se iba? Por lo menos no estaba con Roc y eso ya me daba cierta tranquilidad.
El día parecía extenderse interminablemente ante mí. Yo no quería retornar a Pendorric, pero no parecía haber otra posibilidad. Pensé en ir en busca de Deborah y hablar con ella, pero no porque estuviera realmente ansiosa por hacer confidencias.
Mientras me aproximaba a la casa, la señora Penhalligan, que debía haberme visto cuando me aproximaba, salió corriendo. Estaba muy agitada y apenas podía hablar con coherencia.
—Oh, señora Pendorric, ha habido un accidente…
Mi corazón se detuvo un instante y luego comenzó a palpitar apresuradamente. «¡Roc! —pensé». Tendría que haber estado con él…
—Es Morwenna, señora. Ha tenido un accidente con su coche. Hablaron del hospital.
—Morwenna… —respiré.
—Sí, sucedió en Ganter Hill. La llevaron a Treganter Hospital.
—Está…
—Dicen que es muy serio. El señor Chaston ya ha salido para allá.
—Bueno.
Me sentía anonadada. No sabía qué podía hacer para ayudar.
—Las mellizas… —comencé.
—La señorita Bective está con ellas. Ya se lo ha dicho.
Deborah llegaba en ese momento. Bajó de su automóvil y nos dijo:
—¿No es una mañana hermosa? ¿Qué… pasa algo?
—Ha habido un accidente —dije—. Es Morwenna; iba camino a Plymouth.
—¿Es grave? ¿Está herida? Asentí con la cabeza.
—Charles ha ido a Treganter Hospital. Creo que es bastante serio.
—Oh, Dios mío —murmuró Deborah—. ¿Y Hyson… y Lowella?
—Están con Rachel. Ella las cuidará.
Deborah se puso la mano sobre los ojos.
—Esto es terrible. —Contuvo un sollozo—. Justamente ahora. ¿Estará muy herida? Si ha dañado al niño será terrible.
—¿Cree que deberíamos ir al hospital?
—Sí —dijo Deborah—. Vayamos inmediatamente. ¡Pobre Charles! Sube, Favel, no está muy lejos.
La señora Penhalligan se quedó mirándonos mientras nos alejábamos.
Deborah se veía apesadumbrada y yo pensé: ella ama a Morwenna como una madre; y en realidad es natural que así sea, pues crió a Roc y a su hermana desde que murió Barbarina.
—Supongo que pensaba en el niño —murmuró Deborah—. No deberíamos haberle permitido que condujera. Últimamente ha estado muy distraída.
—Yo podría haberla llevado a Plymouth —dije.
—O yo. ¿Por qué quiso ir, de todos modos?
—Para comprar lana de tejer y agujas de punto.
—¡Qué ironía! Quería tener otro niño, y a causa de ello…
De pronto recordé y el recuerdo me golpeó como un martillazo;
—Deborah —le dije despacio—, Morwenna no iba conduciendo su propio coche. Llevaba el pequeño Morris azul, que yo utilizo casi siempre.
—Pero lo ha conducido antes —asintió Deborah. Además ella siempre fue una buena conductora.
Me quedé en silencio. La coincidencia no parecía impresionar a Deborah como me impresionaba a mí. Yo casi temía examinar mis pensamientos.
Me los quité de la mente. Estaba poniéndome muy nerviosa. Al menos debía aguardar y saber cuál había sido la causa del accidente.
Y si por casualidad algo se había estropeado en el motor, yo tontamente imaginaría que había sido un atentado; que alguien, creyendo que yo lo usaría había hecho algo que hiciera inevitable el accidente. Yo no era una conductora tan experimentada como Morwenna. ¿Qué hubiera sucedido de ser yo la que llevaba el coche esta mañana?
Deborah había puesto su mano sobre la mía.
—Favel, no debemos anticipar desastres, querida. Esperemos y recemos que salga bien de esto.
* * *
Era un extraño día. Estábamos cercanos al horror: la vida de Morwenna estaba en peligro; yo creía que la mía también lo había estado, pues estaba segura de que lo sucedido era parte de un plan y no un mero accidente, y que alguien no muy lejano a mí estaba contrariado porque había caído en la trampa la persona indebida.
Había un testigo del accidente. Éste había sucedido en Ganter Hill, una colina no muy empinada como son las de Cornwall, pero sí con una larga bajada que llevaba al Treganter. Uno de los lugareños había visto el coche; nadie más estaba implicado. De pronto había comenzado a descender por la cuesta con la dirección evidentemente fuera de control; había alcanzado a ver a una mujer atemorizada al volante mientras el coche iba descontrolado a estrellarse contra un árbol.
Al concluir la tarde llamaron del hospital y, como resultado de esa llamada, Charles llevó a las mellizas a ver a Morwenna. Deborah y yo fuimos con ellos pues Charles nos lo pidió. Era evidente que él temía que cuando llegara allí se encontrara con un cuadro deplorable.
Deborah y yo no entramos a ver a Morwenna porque estaba muy débil y solamente podían verla sus familiares inmediatos.
Nunca olvidaré la cara de Hyson cuando salió. Estaba tan pálida y desencajada que parecía una mujer anciana. Lowella lloraba pero Hyson no derramaba una lágrima.
Charles nos dijo que el estado de Morwenna era aún muy delicado, que él se quedaría en el hospital y que quería que nosotros nos lleváramos a las mellizas a casa; de modo que yo conduje, mientras Deborah iba sentada atrás con una de las mellizas de cada lado, rodeándolas con sus brazos, sosteniendo a la sollozante Lowella y a la silenciosa Hyson.
Cuando llegamos a Pendorric, Rachel y la señora Penhalligan dijeron que debíamos tratar de comer algo. Fuimos al jardín de invierno y cuando estábamos ahí Hyson gritó de repente:
—Tenía la cabeza toda vendada. ¡Mamita no me conoció! ¡Se va a morir… y la muerte es horrible!
Deborah la tomó entre sus brazos diciendo:
—Vamos, mi queridita. Shss. Estás asustando a Lowella.
Hyson se soltó. Tenía los ojos extraviados y pude advertir que estaba al borde de la histeria:
—Tendría que asustarse. Todos tenemos que asustarnos. Porque mamita se va a morir y yo… yo los odio.
—Mamita se mejorará —le reconfortó Deborah.
Hyson clavó la vista delante de ella por algunos segundos, y luego de pronto, su vista se fijó en la mía. Ella continuó mirándome, y Deborah, advirtiendo esto, tomó la cabeza de la niña y la sostuvo contra su pecho.
—Llevaré a Hyson a mi habitación —dijo—. Se quedará conmigo esta noche. Esto ha sido terrible… terrible.
Salió del jardín de invierno llevando a Hyson tomada de los hombros, pero Hyson se había dado vuelta una vez más para clavar su mirada en mí.
—Lo odio… lo odio… —gritaba.
* * *
Roc volvió enseguida a casa sin completar sus negocios, y cuando lo vi advertí una vez más la profundidad del afecto por su hermana. Estaba azorado por lo que había sucedido, y parecía haber olvidado todo sobre nuestras relaciones tirantes.
Los días siguientes se fueron en idas al hospital, aunque sólo Charles y Roc podían ver a Morwenna. Deborah manejó muy bien a las mellizas, y yo sentí que Hyson necesitaba mucho cuidado durante esos días. Hasta ahora yo no había notado la profundidad de sus sentimientos hacia su madre.
Habían pasado tres días del accidente cuando oímos decir que Morwenna probablemente se recuperaría; pero había perdido a su bebé; y aún no se lo habían dicho.
Recuerdo que una tarde mientras llevaba a Charles del hospital a casa después de que le habían dado esa información, éste estaba muy perturbado y me habló más íntimamente que nunca.
—Ves, Favel —dijo—, significaba tanto para ella. Yo quería un hijo, naturalmente; pero ella parecía tener una especie de obsesión acerca de ello. Y ahora no habrá más niños… nunca. Eso es lo único que me pueden asegurar.
—Si ella se repone… —murmuré.
—Sí, mientras ella se recupere no hay por qué lamentarse.
* * *
Cuando supimos que Morwenna estaba fuera de peligro Roc volvió a irse. No había nada que pudiera hacer desde casa —dijo— y él o Charles tenían que atender sus asuntos. Dadas las circunstancias, Charles debía permanecer en Pendorric, cerca de Treganter.
Durante los últimos días había estado tan inmersa en la tragedia de Morwenna que no había pensado mucho acerca de mi propia posición, pero en cuanto Roc se fue mis miedos comenzaron a retornar, especialmente porque parecía firmemente establecido que había sido un fallo inusitado de la dirección la causa del accidente. Yo sabía muy bien que el coche andaba perfectamente cuando lo había usado el día anterior.
Pasé una noche sin dormir después de que Roc se fuera, y a la mañana siguiente Mabel Clement me llamó por teléfono y me preguntó si podía ir a tomar con ella un café. Parecía un tanto ansiosa, y cuando llegué a Tremethick Mabel me tomó con ambas manos y exclamó.
—Gracias a Dios que ha venido.
—¿Qué sucede? —Quise saber.
—Me he pasado casi toda la noche sin dormir pensando en usted. Andrew está muy preocupado. Estuvimos hablando sobre usted todo el tiempo anoche. No nos gusta nada, Favel.
—No entiendo. ¿Qué es lo que no les gusta?
—Usted sabe, o quizá no sepa… pero le aseguro que él es. Quiero decirle, Andrew, es el hombre más equilibrado que conozco. Y a él no le gusta nada. Cree que es demasiada coincidencia para que sea pasado por alto.
—Quiere decir…
—Siéntese. Tengo el café listo. Andrew llegará en un momento. Por lo menos tratará de estar. Pero tiene que ver al niño de la señora Pengelly, de modo que posiblemente tarde un poco. Si es así, tendré que hacérselo ver yo.
—Nunca la he visto tan agitada, Mabel.
—No creo que nunca me haya sentido tan agitada. Nunca he conocido a nadie que estuviera en peligro de ser asesinado.
Me quedé mirándola horrorizada, porque sabía lo que me quería decir; y el hecho de que tal pensamiento estuviera tanto en su cabeza como en la mía era significativo.
—Tenemos que ser lógicos, Favel. Tenemos que enfrentarnos a esto. Es inútil decir que este tipo de cosas no pueden suceder aquí… o a mí. Eso es lo que dice todo el mundo. Pero sabemos que esas cosas ocurren. Y sucede que usted es muy rica. La gente envidia el dinero más que nada. Están dispuestos a matar por él.
—Sí, creo que usted tiene razón, Mabel.
—Ahora bien, escuche, Favel. Alguien la encerró en la cripta y tenía la intención de dejarla ahí, donde no se podrían oír sus gritos, y usted hubiera muerto de miedo y de hambre o de lo que fuera. Ése era el plan.
Yo asentí.
—Si la señorita Deborah no hubiera pasado por ahí y no hubiera oído sus gritos, usted aún estaría ahí… al menos su cuerpo estaría… junto con el de la criatura.
—Creo que usted tiene razón.
—Bueno, supongamos que hay una explicación para ello, supongamos que la puerta verdaderamente se atrancó tal como dicen que sucedió…
Ella hizo una pausa y yo pensé: «tal como dijo Roc. Oh Roc… tú no. Eso sería más de lo que yo podría soportar».
—Bueno, supongo que es posible —continuó ella—. Pero lo que resulta muy extraño es que, poco después, el coche que se suponía que usted conducía se viera envuelto en un accidente. Cuando Andrew y yo nos enteramos de lo que había sucedido nos quedamos… estupefactos. La misma idea se nos había ocurrido a los dos.
—¿Usted cree —dije tratando de mantenerme serena— que la… persona que me encerró en la cripta es la misma que preparó el coche para el accidente?
—Yo creo que dos accidentes como ésos no pueden ser pura casualidad.
—Hubo otro. —Le conté la desaparición de los carteles indicadores de peligro—. Gracias a Dios Roc lo recordó y salió en mi busca.
Yo sabía lo que ella pensaba, porque sus labios se endurecieron cuando dijo:
—Y eso no era tan terriblemente peligroso como la cripta… y el automóvil.
—Pero, sin embargo, alguien quitó las indicaciones. Podría haber sido alguien que supiera que yo estaba en Polhorgan. Y luego está, por cierto, ese asunto de que alguien toca el violín y canta, toda esa historia de las Novias.
—Como dije, no nos gusta nada. Nosotros le tenemos un gran cariño, Favel, tanto yo, como… Andrew. Creo que alguien está tratando de hacerle daño, y es alguien que está en Pendorric.
—Es un pensamiento siniestro, y ahora que Roc está lejos…
—Oh, ¿de modo que está ausente?
—Sí, se fue el fin de semana pasado por asuntos de negocios y volvió cuando se enteró del accidente. Ahora ha tenido que irse otra vez.
Mabel se puso de pie. Esa expresión dura volvió a adueñarse de su rostro. Yo sabía de quién sospechaba ella.
—La enfermera esa se ha ido de Cormorant Cottage —dijo.
—Yo sabía que se iría.
—¿Dónde podrá estar ahora?
Nos quedamos en silencio durante varios minutos, luego Mabel estalló:
—Definitivamente no me gusta la idea de que usted se quede en Pendorric.
—Pero es mi casa.
—Creo que por el momento debe alejarse de allí… dejar que las cosas se aclaren. ¿Por qué no viene y se queda aquí durante una o dos noches? Podríamos hablar y usted se sentiría a salvo aquí.
Miré en torno de la habitación, con los cuadros (que Mabel no había sido capaz de vender) sobre las paredes, y ejemplos de su trabajo de cerámica sobre el hogar de ladrillos.
Era realmente como un puerto. Me sentiría perfectamente en paz ahí. Tendría tiempo para pensar en lo que había sucedido, hablar acerca de ello con Mabel y Andrew; pero no había una verdadera razón para que yo estuviera con ellos.
—Parecería muy raro —comencé.
—Supongamos que yo fuera a pintar su retrato. ¿Eso no nos daría una excusa?
—No. Dirían que yo podría venir a posar cuando quisiera.
—Pero odiamos la idea de que usted esté allí. Tenemos miedo de lo que pueda suceder.
Pensé en Roc, que se había ido en viaje de negocios; esta vez no sugirió que podría ir con él. Entonces, ¿por qué no podría quedarme con unos amigos?
—Mire —dijo Mabel—. La llevaré de vuelta y usted puede prepararse una maleta. Sólo con sus cosas para dormir.
Ella estaba tan decidida y yo tan vacilante que le permití que sacara el coche y me condujera de vuelta a Pendorric.
Cuando llegamos a la casa yo dije:
—Tendré que explicarle a la señora Penhalligan que no estaré en la casa durante una o dos noches. Le diré lo del cuadro… sólo que debo aceptar que parecerá bastante extraño que en medio de todo este malestar…
—Cosas peores han estado sucediendo —dijo Mabel firmemente.
Subí a mi habitación y puse unas cuantas cosas en un bolso. La casa parecía muy tranquila. Yo me sentía un poco aturdida, como lo había estado desde que hablé con Mabel. Ahora estaba segura de que alguien quería matarme; y que ello podía suceder mientras yo estuviera en Pendorric. El sonido del violín, los cantos, habían sido signos de advertencia; alguien había tratado de enervarme, y hacerme creer la historia de la mujer que me seducía para llevarme, a la muerte y poder descansar tranquila cuando yo hubiera tomado su lugar.
Pero los fantasmas no tenían llaves de las criptas ni estropeaban los automóviles.
Preparé mi bolso. Iba a bajar a la cocina para decirle a la señora Penhalligan que me iba. Si Morwenna hubiera estado se lo hubiera explicado a ella. No quería perturbar a Charles. Pero también podía explicárselo a Deborah.
Fui hasta sus habitaciones. Ahí estaba ella leyendo cuando yo entré, y cuando me miró la serenidad desapareció de su rostro. Se pudo inmediatamente de pie.
—Favel, estás nerviosa.
—Bueno, todo es muy difícil.
—Mi querida. —Me tomó de la mano y me condujo hasta la ventana—. Siéntate y dímelo todo.
—Vine a decirle que pasaré una o dos noches en casa de los Clement.
—¿Quieres decir —parecía sorprendida—, con el doctor y su hermana?
—Sí. Mabel va a pintar mi retrato. —Mientras lo decía me daba cuenta de lo pueril que sonaba. Ella se daría cuenta de que estaba procurándome una excusa para salir de Pendorric. Había sido siempre tan bondadosa conmigo, que yo estaba segura de que me comprendería si le decía la verdad, entonces tartamudeé:
—Mire, Deborah, quiero alejarme. Aunque sólo sea por un día o dos, quiero irme.
—Comprendo —asintió ella—. Las cosas no han marchado muy bien entre tú y Roc y estás alterada. Y ahora, para colmo todo esto…
Me quedé en silencio y me sentí aliviada cuando ella continuó:
—Es perfectamente comprensible. Te hará mucho bien, querida, irte durante un tiempo. Yo también me siento así. Esta ansiedad por Morwenna ha sido terrible. Y ahora que sabemos que se recuperará nos damos cuenta de la tensión en que hemos estado, y comenzamos a sentir los efectos de la impresión. De modo que te irás a casa de los Clement.
—Sí, Mabel me lo sugirió; ya he preparado mi bolso.
—Mi querida —Deborah frunció el ceño—, espero que sea sensato.
—¿Sensato?
—Bueno, no es como si Mabel viviera sola, ¿no? El lugar es pequeño y siempre se comenta todo. Será absurdo, por cierto, pero, hay… y yo lo he notado… y supongo que otros también lo habrán notado… hay un marcado interés del doctor hacia ti.
—¡No! ¡El doctor Clement! —dije totalmente sorprendida.
—Él es muy joven y la gente está siempre dispuesta a hablar. Se podría decir que se interesan y hablan sobre la vida de los Pendorric. Quiero decir, los hombres. Pero sobre las mujeres es diferente. No será justo, por cierto, pero así está hecho el mundo. Las mujeres debemos ser irreprochables. Por los niños, querida. Es ridículo. Verdaderamente muy absurdo, pero así es la chismografía y el escándalo en este lugar. Debes hacer tu voluntad, Favel, pero realmente no creo que… dadas las circunstancias… sea muy sensato que fueras a Tremethick.
Me quedé sorprendida; luego recordé la ansiosa amistad de los Clement. Andrew Clement siempre había demostrado placer en mi compañía; Mabel lo sabía. ¿Sería por eso por lo que ella se había comportado tan cordialmente conmigo?
—Estoy segura de que Mabel Clement lo entendería si se lo planteáramos —dijo Deborah—. Vayamos a buscarla y se lo diremos.
Así lo hicimos. Mabel se mostró sorprendida cuando la hicimos pasar, pero Deborah planteó las cosas con mucho tacto y, aunque Mabel evidentemente no estaba de acuerdo, no hizo ningún intento por persuadirme.
—Es el lugar —dijo Deborah agitando una mano—; todos los lugares pequeños son lo mismo, supongo. Pasan tan pocas cosas que la gente arma sus propios argumentos.
—Yo no diría que pasa muy poco en Pendorric —terció Mabel—. Favel fue encerrada en la cripta y Morwenna ha tenido un accidente casi fatal.
—Esas cosas estimulan la imaginación dramática de la gente —dijo Deborah—. No, estoy segura de que sería un error. Fíjense, queridas mías, supongamos que a Favel le pintaran un retrato, ¿por qué no habría de ir a posar todos los días? —Se volvió hacia mí—. Ahora, si lo que tú quieres es irte, querida, te llevaré a Devon durante el fin de semana. ¿Por qué no? Siempre has querido ver mi casa. Podríamos salir mañana si tú quieres. ¿Qué te parece?
—Me gustaría —respondí.
Mabel pareció satisfecha, aunque defraudada porque no volvía con ella.
—¿Qué podría ser más natural que nosotras nos ausentáramos por uno o dos días? —dijo Deborah sonriendo—. Luego, estarás de vuelta en el momento en que vuelva tu marido.
—Sería un… respiro —dije.
Mabel estuvo de acuerdo.
* * *
Una vez que Mabel partió, Deborah le dijo a Charles lo que habíamos planeado. Él pensó que era una idea excelente. Rachel Bective estaba ahí para hacerse cargo de las mellizas; y él consideraba que para el momento en que estuviéramos de vuelta ya se sabría cuándo saldría Morwenna del hospital.
—Querida —dijo Deborah—, no veo por qué no habríamos de salir hoy. ¿Por qué esperar hasta mañana? Si tú estás lista para partir, yo también lo estoy.
Yo estaba muy ansiosa por alejarme de Pendorric porque tenía la idea fija de que la amenaza que sentía cercana estaba localizada en algún lugar de la casa.
Recogí todo lo que consideré que podría necesitar y Deborah fue a decirle a Carrie que le preparara su maleta. Luego Deborah trajo su automóvil al porche del oeste, y Carrie bajó con las maletas.
Cuando bordeábamos la casa las mellizas salieron por la puerta del norte.
Corrieron hasta el coche.
—Hola, abuela Deb —dijo Lowella—. Hola, Novia. Vamos a ver a mamita esta tarde. Papá nos llevará al hospital.
—Magnífico, querida —dijo Deborah, deteniéndose para mirarlas—. Mamita pronto regresará a casa.
—¿Adónde vais? —preguntó Lowella.
—Llevo a Favel a conocer mi casa.
Hyson se había aferrado al costado del coche.
—Dejadme que vaya con vosotras.
—Esta vez no, querida. Tú te quedas con la señorita Bective. Nosotras volveremos pronto.
—Yo quiero ir. Yo quiero ir. No quiero quedarme aquí… sola —dijo Hyson con voz estridente.
—Esta vez no, querida —dijo Deborah—. Quita las manos de ahí. —Le tocó suavemente las manos. Hyson las quitó y Deborah continuó. Yo me volví y vi a Rachel Bective que salía de la casa; luego Hyson echó a correr detrás del coche.
Pero Deborah había acelerado. Salimos del camino principal.
* * *
Cruzamos el Tamar en Gunnislake, y me parecía que era como si a medida que la distancia entre nosotros y Pendorric se agrandaba, el humor de Deborah se volvía cada vez más eufórico. No cabía duda de que los acontecimientos recientes la habían deprimido enormemente.
Habló mucho sobre Morwenna, el alivio que significaba saber que se iba a recuperar.
—Cuando esté bien —dijo— la traeré a Dartmoor. Estoy segura de que le hará mucho bien.
Me estaba dando cuenta de que ella consideraba que el aire del lugar era una especie de panacea para las enfermedades, ya fueran del cuerpo o del espíritu.
Después de pasar Tavistock llegamos pronto al lugar. Me recordó mucho al páramo de Cornwall, pero con una sutil diferencia, me dijo Deborah. Diferencia que se descubría cuando se llegaba a conocer bien el lugar. No había llanura como la de Dartmoor, me aseguraba, e insistía para que Carrie lo corroborara, cosa que ella hizo inmediatamente.
Carrie también estaba excitada y eso me hizo sentir más cómoda de lo que me había sentido desde mi discusión con Roc.
Laranton Manor House se destacaba sola a menos de un kilómetro de la villa de Laranton. Era una construcción notable, estilo reina Ana, con sólidas puertas de hierro a la entrada.
En el terreno se veía un cottage, y dentro de él, me dijo Deborah, vivían el señor y la señora Hanson y su hijo soltero, y todos ellos trabajaban para ella, y mantenían la casa lista para que ella volviera en cualquiera momento.
Sacó una llave y abrió la puerta principal de la casa, por donde trepaban las enredaderas que al florecer debían ser espléndidas.
—Ah, qué hermoso llegar a casa —exclamó—. Ven, querida. Ven a ver la vieja casa que siempre será el hogar para mí.
Conocí a la señora Hanson, quien no demostró ninguna sorpresa al ver llegar a su ama. Deborah le impartió órdenes en su forma amable pero competente.
—Señora Hanson, ésta es la esposa de mi sobrino. Se quedará una o dos noches. Quiero que Carrie le prepare el cuarto azul para ella.
—¿El cuarto azul? —repitió la señora Hanson.
—Sí, por favor. Dije el cuarto azul. Carrie, pon dos botellas de agua caliente en la cama. Tú sabes cómo es siempre la primera noche en una cama extraña. Y nos gustaría comer algo, señora Hanson. Hay un buen tirón desde Pendorric.
Me hizo sentar porque estaba segura de que me sentiría un tanto fatigada por el viaje.
—Te voy a mimar —me dijo—. Es maravilloso que estés aquí. Siempre quise traerte.
Me senté en una silla cerca del gran ventanal, que me brindaba el panorama de un cuidado césped con canteros de flores.
—Hanson es un buen jardinero, pero no es tan fácil cultivar cosas en el páramo como lo es en Pendorric. Aquí el terreno es pedregoso y en invierno puede ser muy frío. La nieve es algo raro en Pendorric; pero deberías ver lo que es aquí en invierno. Había veces en que Barbarina y yo no podíamos salir en toda una semana, pues estaba completamente cubierto de nieve.
Miré en torno de la gran habitación con sus muebles de estilo y el gran jarrón de crisantemos sobre la mesa de mármol de una consola dorada.
—Le he dicho a la señora Hanson que siempre tenga flores en la casa —me dijo siguiendo mi mirada—. Barbarina solía cuidar de las flores, hasta que se casó. Luego me hice cargo yo. Yo no las arreglo tan artísticamente como lo hacía ella. —Se alzó de hombros y sonrió—. Voy a enseñarte tu habitación. Pronto la tendrán lista. Pero, primero tengo hambre. ¿Y tú? Es el aire del páramo. Oh, qué bueno estar en casa.
—Es notable que pasen tanto tiempo en Pendorric —dije—, cuando es evidente que prefieren estar aquí.
—¡Oh, es por la familia… Morwenna, Roc, Hyson y Lowella! Pendorric es su casa y si yo quiero estar con ellos debo estar en Pendorric. He traído a menudo a Hyson aquí. Lowella prefiere el mar, pero Hyson realmente tiene tendencia al páramo.
—Ella estaba muy ansiosa por venir con nosotras esta vez.
—Lo sé, querida, pero yo sentía que tú necesitabas un descanso total… y con su madre en el hospital, debía quedarse ahí. Cuando estoy aquí vuelvo a sentirme joven. ¡Tengo tantos recuerdos! Puedo imaginarme que papá aún está vivo y que en cualquier momento Barbarina entrará por esa puerta…
—¿Barbarina venía a menudo aquí después de su boda?
—Sí, ella sentía lo mismo que yo con respecto a este lugar. Después de todo, era el hogar para ella. Había pasado la mayor parte de su vida aquí. Estoy poniéndome pesada con el pasado. Es un fallo de la edad. Discúlpame, por favor, Favel. Quiero que tú seas feliz aquí.
—Es muy bondadoso de su parte.
—Mi querida, te quiero tanto…
Nos quedamos en silencio por un momento y yo pensé que si hubiera estado con Deborah en algún pequeño hotel del campo me hubiera sentido muy cómoda. Era una lástima que para escapar de Pendorric yo tuviera que venir a la casa donde Barbarina había pasado la mayor parte de su vida.
La señora Hanson vino para decir que la comida estaba lista…
—Una tortilla, madame —dijo—. Si hubiera tenido más tiempo…
—Será deliciosa, estoy segura —sonrió Deborah—. La señora Hanson es una de las mejores cocineras de Devon.
La tortilla estaba ciertamente deliciosa, y había pastel de manzana con crema batida de postre.
—Ésta es la verdadera crema de Devonshire —me dijo Deborah muy alegre—. ¿No estás de acuerdo en que es mejor que la de Cornwall?
Realmente yo no podía advertir la diferencia, de modo que le dije que me parecía muy buena de verdad.
—Ellos la copiaron de nosotros —dijo Deborah—; ¡pero dicen que nosotros la copiamos de ellos!
Las dos nos estábamos mareando un poco, y yo estaba segura de que Deborah había hecho muy bien en traerme aquí; ahora podía ver con toda claridad que hubiera sido muy poco sensato de mi parte haber ido a casa de los Clement.
Cuando concluyó la comida fuimos de vuelta a la sala para tomar el café, y cuando terminamos, Deborah me llevó arriba y me mostró mi habitación.
Estaba en la parte más alta de la casa, era muy amplia y tenía una forma rara. Había dos ventanas, y el cielo raso caía en declive de una manera muy agradable. Era evidente que estábamos inmediatamente debajo del techo. La cama de una plaza en el otro extremo de la habitación era parte de la alcoba; y además había un escritorio, un ropero, una mesa de luz hexagonal, una cómoda; sobre la cama había un cubrecama azul y la alfombra era también azul…
—Es un encanto —dije.
—Y está justo en la parte más alta de la casa. Tiene tanta luz y aire, ¿no? Ven y mira hacia afuera.
Fuimos a una de las ventanas y como había luz de luna pude ver la llanura que se extendía más allá de los jardines.
—Ya lo verás de día —me dijo Deborah—. Kilómetros y kilómetros de páramo. El argomón es todo un cuadro y el brezo también. Puedes distinguir los pequeños arroyos; parecen destellos de plata a la luz del sol.
—Mañana disfrutaré de una buena caminata.
Ella no respondió, simplemente se quedó contemplando hechizada la llanura.
—¿Te ayudo a deshacer las maletas? —dijo volviéndose hacia mí.
—No hace falta. He traído muy pocas cosas.
—Tienes abundante espacio para tus cosas. Abrió la puerta del ropero.
Yo saqué mis cosas y los dos vestidos que había traído, y ella me los colgó en las perchas.
—Te mostraré el resto de la casa —dijo.
Disfruté con mi visita a la casa. Vi la nurserie, donde me dijo que Barbarina había jugado, el cuarto de música, donde Barbarina había aprendido a tocar el violín, el enorme salón de recibir con el gran piano, y espié a través de la ventana el jardín de afuera rodeado por un muro.
—Ahí teníamos hermosos melocotoneros. Nuestro jardinero guardaba los mejores melocotones para Barbarina.
—¿No estaba un poco celosa de ella? —le pregunté.
—Celosa de Barbarina… ¡Nunca! Porque ella y yo éramos… tan cercanas como sólo pueden serlo los mellizos. Nunca podría haber estado realmente celosa.
—Creo que Barbarina tuvo suerte de tenerla por hermana.
—Sí, ella fue la que tuvo suerte… hasta el final.
—¿Qué pasó realmente? —Me sentí obligada a preguntar—. Fue un accidente, ¿no es así? Su rostro se afeó de golpe y dio media vuelta.
—Hace tanto tiempo —dijo casi con lástima.
—Y aún siente… Ella pareció recuperarse.
—Se sugirió que alguien estaba con ella en la galería en ese momento.
—¿Usted lo creyó?
—Sí.
—¿Quién entonces…?
—Nunca se dijo, pero muchos tenían la idea de que fue…
—¿Su marido?
—Hubo un escándalo por aquella mujer. Él seguía viéndola. Nunca la dejó cuando se casó con Barbarina. Se había casado con Barbarina por su dinero. Necesitaba dinero. Las casas como Pendorric son grandes monstruos… necesitan alimentación constante.
—¿Cree que la mató porque quería tener su fortuna y casarse con Louisa Sellick?
—Algunos lo pensaron.
—Pero no se casó con ella.
—Quizá no se atreviera. —Me sonrió con bravura—. No creo que debamos hablar así. No es justo con… Petroc.
—Lo lamento, pero estar aquí en su vieja casa me lo ha recordado.
—Cambiemos de tema, ¿quieres? Dime lo que te gustaría hacer mientras estés aquí.
—Ver todo lo que sea posible en el lugar. Pienso levantarme temprano. Después de todo estaré aquí muy poco tiempo. Quiero aprovecharlo al máximo.
—Entonces, espero que duermas bien. Una cama nueva no siempre es lo mejor, ¿no? Te enviaré a la señora Hanson con algo caliente. ¿Qué prefieres? ¿Algún té? ¿Chocolate? ¿O simplemente un vaso de leche?
Dije que preferiría un vaso de leche.
Nos sentamos a conversar un poco y luego ella dijo que me traería el vaso de leche.
* * *
Más tarde subimos la hermosa escalera y fuimos hasta la parte más alta de la casa.
—Eso sí —me dijo— aquí estarás muy tranquila.
—No me cabe la menor duda.
—Barbarina siempre decía que éste era el cuarto que más le gustaba en toda la casa. Éste fue su cuarto hasta que fue a Pendorric.
—¿Era el cuarto de Barbarina? —dije.
—El más encantador de los dormitorios. Por eso te lo doy a ti.
—Es muy amable de su parte.
—A ti… te gusta, ¿verdad? Si no, te daré otro.
—Me gusta…
Se echó a reír.
—Se supone que ella ronda Pendorric. No la vieja mansión.
Corrió las cortinas y la habitación pareció aún más hermosa. Luego encendió la lámpara que estaba en la mesita hexagonal.
—Bueno. Así estarás cómoda. Espero que no tengas frío. Deben haberte puesto dos botellas de agua caliente en la cama. —Tanteó para ver si estaban—. Sí, lo hicieron.
Se quedó mirándome sonriente.
—Buenas noches, querida. Que duermas bien.
Luego me tomó la cara entre sus manos y me besó.
—Te subirán la leche cuanto tú quieras… ¿En cinco minutos?, ¿o en diez?
—En cinco minutos, por favor —dije.
—Muy bien. Buenas noches, querida.
Salió y me dejó. Me desvestí y volviendo a descorrer las cortinas me quedé algunos segundos mirando el llano. Paz, pensé. Aquí podré pensar sobre todas las cosas extrañas que me han venido sucediendo. Podré adoptar una decisión sobre lo que debo hacer.
Golpearon a mi puerta y me sorprendí al ver a Deborah que me traía un vaso de leche en una pequeña bandeja.
La dejó sobre la mesita hexagonal.
—Aquí tienes, querida. Decidí traértela yo misma.
—Gracias.
—No dejes que se te enfríe. Duerme bien. Me besó y se fue.
Me senté en el borde de la cama y tomando el vaso sorbí un poco de la leche, que estaba muy caliente. Me metí en la cama, pero no tenía nada de sueño.
Pensé que era una lástima no haber traído nada para leer, pero había salido tan apresuradamente de Pendorric que había olvidado hacerlo.
Miré por la habitación para ver si descubría algún libro; luego descubrí que la mesita hexagonal tenía un cajón. Distraídamente lo abrí y ahí adentro había un libro con tapa de cuero. Lo tomé y vi escrito con una letra redonda e infantil sobre la portada: «El diario de Deborah y Barbarina Hyson. Este debe de ser el único diario que hayan escrito dos personas, pero no somos realmente dos tal como los otros. Porque somos mellizas: Firmado: Deborah Hyson. Barbarina Hyson».
Miré las dos firmas; podrían haber sido escritas por la misma mano.
De modo que Deborah y Barbarina habían llevado un diario entre las dos.
Estaba excitada por mi descubrimiento; luego recordé que estaba metiendo las narices en algo privado. Cerré el libro con firmeza y tomé varios sorbos de leche. Pero no pude poner el diario de vuelta en el cajón.
Barbarina había escrito en él. Si yo leía lo que había escrito podría saber algo acerca de ella. Había despertado mi curiosidad desde el momento en que oí hablar de ella. Ahora, esa curiosidad era intensa porque siempre había sentido que Barbarina estaba de algún modo conectada con las cosas que me pasaban a mí. Mientras permanecía ahí sentada, en esa cama ajena se me ocurrió que mi posición no era menos peligrosa porque hubiera dejado Pendorric para tener un momento de respiro. Cuando volviera podría haber más atentados contra mi vida.
Recordé que había oído ese extraño canto en el cementerio antes de ser encerrada en la bóveda. Si era verdad que alguien estaba planeando mi muerte, indudablemente esa persona debía aparecer vinculada con la leyenda de Barbarina. Y no cabía duda de que si la gente supersticiosa que vivía en torno de Pendorric estaba dispuesta a creer que la muerte de las Novias de Pendorric se debía a alguna ley metafísica, estarían menos inclinados a fabular sobre un accidente concreto que hubieran presenciado.
Mientras sostenía ese libro entre mis manos me convencí de que sería una tontería dejar de lado algo que podría ayudarme en lo que necesitaba. Podría haber algo, alguna sugerencia que me indicara cómo había encontrado la muerte Barbarina. ¿Había estado en una posición similar a la mía antes de su caída fatal? ¿Sentía, como yo ahora, que el peligro iba cercándola? ¿Y si lo había sentido, no lo habría incluido en su diario?
Pero éste era el diario de su infancia; el que compartía con Deborah. Seguramente no habría en él nada referido a su vida en Pendorric.
Pero estaba determinada a saber, y abrí el diario.
Seguramente al principio no habría sido concebido como un diario, pues no había fechas en las páginas; pero luego, sí.
La primera era 6 de septiembre. No se indicaba el año. Y en la primera línea se leía:
«Petroc llegó hoy. Nos parece el mejor muchacho que hayamos conocido jamás. Es un poco jactancioso, pero, bueno, todos los muchachos lo son. Nos parece que le somos simpáticas porque nos invitó a su fiesta de cumpleaños en Pendorric».
La fecha siguiente era 12 de septiembre.
«Carrie nos está haciendo nuestros vestidos nuevos. Ella no nos distingue. Les pondrá rótulos a nuestros vestidos: “Barbarina. Deborah”. Como si nos importara. Siempre usamos las cosas de la otra, le dijimos. Lo de Barbarina es de Deborah. Lo de Deborah es de Barbarina; pero ella dice que cada una debe tener lo suyo».
Parecía simplemente un relato infantil de sus vidas aquí en la casa del páramo, de las fiestas a las que concurrían. No tenía idea de quién escribía porque nunca usaban el singular, todo estaba en plural. Continué leyendo hasta llegar a una página en blanco y creí por un momento que ése era el final; sin embargo unas páginas más adelante seguía la escritura, pero no era la misma. Era una letra más madura e imaginé que el diario había sido abandonado por un tiempo y luego retomado. Había más de un cambio en la letra. Leí:
«2 de agosto. Desde mi ventana vi que volvía Deborah».
Estaba excitada porque ahora podía decir que esto estaba verdaderamente escrito por Barbarina.
«16 de agosto. Petroc me ha pedido a papá y éste está encantado. Se hizo el sorprendido. ¡Como si esto no hubiera sido lo que todos esperaban desde hace tanto tiempo! Soy muy feliz. Estoy deseando estar en Pendorric. Entonces escaparé de Deborah. Qué raro querer escapar de Deborah, que hasta ahora ha sido como parte de mí misma. De algún modo es parte de mí misma. Por eso tenía que sentir lo mismo que yo acerca de Petroc. Siempre hemos ido las dos juntas a todas partes, y hemos tenido los mismos problemas que resolver… pequeños problemas tontos, que cuando uno es pequeño cree que son muy importantes. Pero ahora todo ha cambiado. Quiero irme… irme de Deborah. No puedo soportar la forma en que me mira cuando vengo de estar con Petroc… como si estuviera tratando de leer mis pensamientos y no pudiera, tal como solía hacerlo… como si me odiara. ¿Estoy comenzando a odiarla?».
«1 de septiembre. Ayer Papá, Deborah y yo fuimos de visita a Pendorric. Seguimos haciendo arreglos para la boda y estoy muy ansiosa. Hoy vi a Louisa Sellick mientras salíamos a dar una vuelta con Petroc. Supongo que es lo que la gente llamaría bella. Parece triste. Será porque sabe que ha perdido a Petroc para siempre. Le pregunté a Petroc acerca de ella. Quizás hubiera sido mejor no preguntarle nada. Pero nunca he sido del tipo de las que se quedan quietas. Deborah era la tranquila de las dos. Petroc me dijo que todo había concluido. ¿Es verdad? Quisiera haberme enamorado de algún otro. George Fashawe hubiera sido un buen marido y estaba muy enamorado de mí. También lo estaba Tom Kellerway. Pero, tenía que ser Petroc. ¿Si Tom o George se hubieran enamorado de Deborah…? ¿Por qué no lo habrán hecho? Nos parecemos tanto que las personas nos confunden cuando estamos juntas, y sin embargo no se enamoran de Deborah. Sucede lo mismo que cuando éramos jovencitas. En las fiestas ella siempre estaba en segundo plano. Yo nunca. Ella siempre decía: “la gente no me quiere”. Y dado que así lo creía, actuaba en consecuencia y llegó a ser verdad. Ahora Deborah no sabe que yo estoy continuando el diario y que puedo escribir exactamente lo que siento. Es un gran alivio».
«3 de septiembre. ¡Pendorric! Qué magnífica casa antigua. Me encanta. ¡Y Petroc! ¡Qué tiene que es tan distinto de todos los demás en el mundo! ¡Es algo mágico! Es tan alegre, pero a veces me atemoriza el que no parezca estar totalmente conmigo».
Ahora había muchas páginas en blanco, pero luego el diario continuaba.
«3 de julio. Hoy hallé este viejo diario. Hace siglos que no lo escribo. La última vez fue justamente después de mi boda. Veo que he puesto los meses y los días pero no he puesto los años. ¡Es propio de mí hacer este tipo de cosas! Pero no importa. No sé por qué quiero volver a escribirlo. Para reconfortarme. Supongo. Desde que nacieron los mellizos no he pensado más en él. Sólo ahora. Anoche me desperté y él no estaba. Pensé en esa mujer, Louisa Sellick. La odio. Corren rumores sobre ella. Supongo que él aún la ve… a ella y a otras. ¿Es que alguien podría ser tan atractivo y no disfrutar de la ventaja de serlo? Si quería un marido fiel tendría que haberme casado con alguien menos atractivo que Petroc. Advierto todo. La gente en las recepciones comenta. Cuando me acerco cambian repentinamente de tema. Sé que están hablando sobre Petroc y yo… y alguna mujer. Probablemente Louisa Sellick. La servidumbre me mira como con lástima. Por ejemplo, la señora Penhalligan… incluso el viejo Jesse. ¿Qué dirán? A veces siento que me volveré loca si dejo que todo continúe de esta forma. Cuando trato de hablar con Petroc nunca me toma en serio. Me dice: “Bueno, por supuesto que te amo”. Y yo le replico: “¿Y a muchas otras también?” y él responde: “¡Tengo una naturaleza tan ardiente!” Nunca puede hablar en serio. La vida es divertida para él. Quisiera gritarle que para mí no lo es. Cuando pienso en los viejos días en casa de papá; recuerdo cuánto me gustaban las fiestas. Todo el mundo me recibía con aplausos. Y Deborah estaba ahí… ella solía estar tan complacida como yo con mi popularidad. Una vez me dijo: “La disfruto como si fuera mía”. Y yo le respondí: “Es tuya Deb. ¿No recuerdas que solíamos decir que no éramos dos personas… sino una?” En aquellos días eso la satisfacía».
Estaba tan excitada por lo que leía que no notaba lo que me estaba sucediendo. Había bostezado varias veces durante la lectura y ahora mis párpados me parecían tan pesados que no podía mantenerlos abiertos.
Si no hubiera estado tan fascinada no me hubiera sorprendido, pero los contenidos de este diario tendrían que haberme mantenido bien despierta.
Había decidido seguir leyendo.
«8 de agosto. Deborah ha estado aquí durante los últimos quince días. Ahora parece venir más a menudo. Hay un cambio en Deb. Se ha vuelto más animada. Se ríe con mayor facilidad. Algo la ha cambiado. Otros pueden no notarlo… pero es porque no la conocen como yo. El otro día me pidió mi sombrero de montar. El negro con una cinta azul alrededor. Se puso ante el espejo y dijo: “No creo que nadie pudiera saber que no soy tú… nadie”. Y efectivamente desde que es más animada se ha vuelto más idéntica a mí. Sé que en diversas oportunidades el servicio doméstico la ha llamado por mi nombre. Eso la divierte mucho. Tuve la idea de que le hubiera gustado estar en mi lugar. Si supiera… Pero eso es algo que no diría ni siquiera a ella. Es demasiado humillante. No, no puedo hablarle ni siquiera a Deborah de todas las veces que me despierto y veo que Petroc no está a mi lado, de cómo me levanto y camino por la habitación imaginándome lo que estará haciendo. Si ella supiera lo que he tenido que sufrir no querría estar en mi lugar. Ella ve a Petroc tal como lo ven muchos otros… como el hombre más encantador que se pueda conocer jamás, en ninguna parte. Pero ser su mujer es algo diferente. A veces lo odio».
«20 de agosto. Tuvimos otra escena justamente ayer. Petroc dice que tengo que estar tranquila. Dice que no sabe qué sucederá si no soy capaz de controlarme más. ¡Controlarme! ¡Cuando me trata de esa forma! Dice que soy demasiado posesiva. Dice: “No te entrometas en mi vida y yo no me entrometeré en la tuya”. ¿Qué clase de matrimonio es éste?».
«27 de agosto. No se me ha acercado desde hace más de una semana. A veces pienso que todo ha concluido entre nosotros. Dice que no puede soportar escenas. Sí que puede, pero no lo hace porque no tiene razón. Sólo quiere seguir viviendo a su manera… que es más o menos lo mismo que antes de casarse; pero todo debe parecer muy bien en la superficie. No tiene que haber ningún escándalo. Petroc odia los escándalos. En realidad es un cómodo. Por eso se casó conmigo. Pendorric necesitaba dinero. Yo lo tenía. Era simple. Casarse con el dinero y se acababan las preocupaciones. ¿Por qué tiene que ser tan entretenido, tan encantador en la superficie… tan inescrupuloso y cruel por debajo? ¡Si yo pudiera ser tan superficial como él! Si, por lo menos, yo pudiera decir: “Oh… él es así. Debo aceptarlo tal como era cuando lo conocí”. Pero no puedo. Le amo demasiado. No quiero compartirlo. A veces pienso que enloqueceré. Petroc también lo cree. Por eso se aleja de mí. Odia que yo pierda el control. Papá también solía odiarlo. Pero papá era bondadoso y bueno conmigo. Solía decirme: “Barbarina, querida mía, debes portarte bien. Mira a Deborah, mira qué bien se porta. Haz como tu hermana, Barbarina”. Y eso solía dar resultado. Yo recuerdo que Deborah y yo éramos una sola. Ella tenía toda la calma de nuestra naturaleza. Yo era la temperamental. Papá acaso deplorara mi modo de ser, pero era lo que me hacía atractiva y Deborah era más opaca. Deborah debería reconfortarme ahora, pero incluso ella ha cambiado».
«29 de agosto. Desde mi ventana vi a Deborah que volvía de montar a caballo. Llevaba un sombrero con una cinta azul. Esta vez no era el mío. Tiene uno exactamente igual. Cuando venía de la caballeriza, los niños salían con su institutriz. La llamaron. “Hola mamita”, dijeron. Deborah se inclinó y besó primero a Morwenna, luego a Roc. La institutriz dijo: “La rodilla de Morwenna se está curando muy bien, señora Pendorric”. ¡Señora Pendorric! De modo que la gobernanta y los niños la habían confundido conmigo. Me sentí enojada. En ese momento odié a Deborah y fue como odiarme a mí misma. Me odié yo misma. Pero pasados unos minutos me dije: ¿Por qué Deborah no les explicó? No lo hizo, dejó que la tomaran por la madre de los niños… la dueña de la casa».
«2 de septiembre. Si esto continúa creo que me suicidaré. He venido pensando acerca de ello cada vez con mayor frecuencia. Un sueño tranquilo para siempre. Se terminó Petroc. Basta de celos. A veces lo deseo enormemente. A menudo recuerdo la historia de la Novia. Algunas de las personas de servicio están seguras de que el espíritu de Lowella Pendorric ronda la casa; por nada del mundo irían a la galería donde está colgado su cuadro, después del anochecer. Esta Lowella murió después de un año de matrimonio durante el parto; había sido maldita por la amante de su marido. Los hombres de Pendorric no han cambiado mucho. Cuando pienso acerca de mi vida en Pendorric estoy dispuesta a creer que existe una maldición sobre las mujeres de la casa».
«3 de septiembre. Petroc dice que cada vez me estoy volviendo más histérica. ¿Cómo puedo evitarlo? Todo lo que pido es que él esté más conmigo, que me ame como yo le amo a él. Evidentemente no es pedir demasiado. Todo lo que le importa es no perder ninguno de sus placeres, lo cual significa mujeres… mujeres todo el tiempo. Aunque creo que nunca ha dejado a Louisa Sellick. De modo que a ella le es fiel… a su manera. Hay otra cosa que le importa: Pendorric. Qué alboroto el otro día cuando descubrió gusanos de madera en la galería de cuadros. Éstos han invadido particularmente la balaustrada, cerca del cuadro de Lowella Pendorric, la que se supone que murió por la maldición, y cuyo espíritu ronda la casa. Eso es lo que ha hecho que pensara tanto en ella».
«12 de septiembre. Deborah está aún con nosotros. No parece dispuesta a volver a su casa. Evidentemente ha cambiado. A veces creo que está volviéndose más y más parecida a como yo solía ser, y yo me estoy pareciendo cada vez más a ella. Ella se inclina a usar mis cosas como si fueran suyas. Hacíamos esto cuando éramos niños pero entonces era diferente. Entra a mi dormitorio y habla. Parece raro pero yo siento que me quiere obligar a hablar de Petroc y cuando lo hago se retrae. El otro día mientras conversábamos tomó una chaqueta mía. Una chaqueta informal, color mostaza. “Nunca la usas —me dijo—. A mí siempre me gustó”. Se la puso y mientras yo la miraba tuve la extraña sensación de que yo soy Deborah y que ella ha deseado tanto estar en mi lugar que es Barbarina. Sentía cómo me miraba. ¿Tendrá razón Petroc cuando dice que me estoy volviendo loca? Deborah se quitó la chaqueta, pero cuando salió se la echó sobre el brazo y no la he vuelto a ver desde entonces».
«14 de septiembre. Lloro mucho. Me siento muy desgraciada. No es de extrañar que Petroc casi nunca se me acerque. Desde hace algunas semanas duerme en el cuarto de vestir. Yo trato de decirme a mí misma que de esa manera es mejor. De ese modo no sé si está o no está y no tengo que preocuparme pensando con quién estará. Pero la verdad es que me preocupa igual».
«20 de septiembre. No puedo creerlo. Tengo que escribirlo. Si no lo hago me volveré loca. Podía soportar a las demás; pero esto ya no. Sabía lo de Louisa Sellick y podía comprenderlo hasta cierto punto, perdonarlo. Después de todo él quería casarse con ella. Conmigo se casó por Pendorric. ¡Pero esto! ¡Es todo tan antinatural! Ahora odio a Deborah. No hay lugar para las dos en el mundo. Quizás nunca lo hubiera. Tendríamos que haber sido una sola persona. No es de extrañar que ande por ahí engañando a la gente… no llamándoles la atención cuando la confunden con la señora Pendorric. ¡Petroc y Deborah! Es increíble. Pero, en realidad, no lo es. En cierto modo es inevitable. Después de todo tanto de mí es Deborah y tanto de Deborah soy yo. Somos una… por lo tanto, ¿por qué no habríamos de compartir a Petroc tal como hemos compartido tantas otras cosas? Gradualmente ella ha ido tomando lo que es mío… no solo mi marido, sino mi personalidad. La forma en que ella ahora ríe… la forma en que canta. Ésa no es Deborah; es Barbarina. Yo ando por la casa, aparentemente tranquila, dejando que las personas de servicio crean que no me importa. Sonrío, me hablan y pretendo estar interesada tal como hice hoy cuando el viejo Jesse me ofreció traer al recibidor esta o aquella planta. Está haciendo demasiado frío afuera y él no cree que el invernadero sea adecuado para ellas. Sí, sí, sí, le dije sin escucharlo. ¡Pobre viejo Jesse! Está casi ciego ahora. Le dije que no se preocupara. Sabíamos que él tenía razón. Y Petroc lo sabía también. Ésa es una de sus cualidades: es bueno con la servidumbre. Estoy escribiendo trivialidades para no pensar. Deborah y Petroc. Los he visto juntos. Lo sé. Él va a su habitación. Queda saliendo de la galería no lejos de donde está colgado el cuadro de Lowella. Yo me quedé escuchando la noche pasada y oí cuando se cerraba la puerta. Deborah… y Petroc. ¡Cuánto los odio… a los dos! No tendría que haber dos de nosotras. He tolerado a otras. Pero no estoy dispuesta a tolerar esto. ¿Pero cómo podré impedirlo?».
«21 de septiembre. He decidido suicidarme. No puedo seguir. No sé cómo hacerlo. Quizás me arroje al mar. Dicen que pasado el primer momento de lucha, es una muerte fácil. No se sufre mucho. La marea traerá mi cuerpo y Petroc lo verá. Nunca lo olvidará. Le atormentará por el resto de su vida. Sería su castigo y merece ser castigado. La leyenda se convertiría en verdad. La Novia de Pendorric rondaría el lugar, y yo, Barbarina sería la Novia. Se diría que está bien… es inevitable. Creo que es la única forma».
El resto de esa página estaba en blanco, y pensé que había llegado al final del diario. Bostecé. Estaba muy cansada.
Pero al volver la página vi que había más, y lo que leí me sobresaltó tanto que casi perdí totalmente el sueño.
«19 de octubre. Creen que estoy muerta. Sin embargo estoy aquí y ellos no lo saben. Petroc no lo sabe. Es bueno que no pueda soportar estar cerca de mí, porque podría descubrir la verdad. Está ausente la mayor parte del tiempo. Va a casa de Louisa Sellick en busca de consuelo. Que lo haga, ahora no me importa. Todo es diferente. Es… excitante. No hay otra palabra para ello. Yo no debería escribir en este libro. Todo es muy peligroso, pero me gusta leerlo una y otra vez. Resulta gracioso… verdaderamente gracioso porque algunas veces me hace reír… pero solamente cuando estoy sola. Cuando estoy con alguien, con cualquiera, estoy tranquila… terriblemente tranquila. Debo estarlo. Me siento más viva ahora que en mucho tiempo… ahora que creo que estoy muerta. Tengo que escribirlo. Temo olvidarlo si no lo hago. Ya tenía decidida la forma en que moriría. Entraría al mar. Quizá dejara una nota para Petroc, diciéndole que él me había conducido a esto. Entonces estaría segura de que lo perseguiría por el resto de sus días. Todo sucedió de repente. No lo había planeado para nada de esta forma. Luego, de pronto, vi cómo podía hacerlo. Cómo una nueva Novia podría tomar el lugar de Lowella Pendorric, pues era hora de que ella descansara en su tumba, pobrecita. Deborah vino a mi habitación. Traía puesta mi chaqueta color mostaza, y sus ojos brillaban; se la veía feliz y contenta, y supe, con tanta certeza como si ella misma me lo hubiera dicho, que él había estado con ella la noche anterior. “Pareces cansada, Barb”, me dijo. ¡Cansada! ¡También ella lo estaría si hubiera pasado toda la noche sin dormir como yo! Ella también sería castigada. Nunca se lo perdonaría. Yo dudaba si ella y Petroc seguirían siendo amantes después de mi muerte. “Petroc está muy preocupado por la galería —dijo ella—. Seguramente habrá que reemplazar toda la balaustrada”. ¡Pero cómo se atrevía ella a decirme cómo se sentía Petroc! ¡Cómo se atrevía hablarme en ese tono de propietaria sobre Petroc y sobre Pendorric! Ella solía ser sensible para captar mis estados de ánimo; pero ahora su mente estaba llena de Petroc. Levantó un pañuelo de cuello que era mío. Petroc mismo me lo había comprado cuando fuimos a Italia. Era encantador, de una seda color verde esmeralda. Con la chaqueta color mostaza le quedaba perfectamente. Algo sucedió cuando ella tomó el pañuelo. Sentía como que ya no tenía vida propia. Ahora me pregunto por qué no se lo arrebaté de la mano, pero no lo hice. “Ven a ver la galería —dijo—. Es realmente muy peligroso. Los carpinteros vendrán mañana”. Yo hice la concesión de seguirla hasta la galería; ella se detuvo debajo del cuadro de Lowella. “Aquí”, dijo ella, “mira, Barb”. Luego sucedió. De repente me pareció todo claro. Yo iba a morir porque ya no encontraba razón para seguir viviendo. Me había propuesto internarme en el mar. Deborah estaba de pie junto a la baranda comida por las polillas. Había un buen trecho de caída desde ahí al recibidor. Yo sentía que Lowella Pendorric nos miraba desde su cuadro, diciendo: “Una Novia debe morir para que yo pueda descansar en paz”. Era la vieja leyenda y hay mucha verdad en esas viejas leyendas. Por eso perduran. Deborah, era en algún sentido, una novia de Pendorric. Petroc la trataba como tal… y ella era parte de mí. Había veces en que yo no estaba segura de cuál de las dos era yo. Me alegro de haber escrito esto, aunque sea peligroso. Este libro no debe ser visto nunca por nadie. Está bastante seguro. Solo Carrie lo ha visto y ella sabe tanto como yo lo que ha sucedido. Cuando lo leo puedo recordarlo claramente. Es la única forma en que puedo rememorar lo que realmente sucedió ese día. Puedo revivir ese momento en que ella estaba ahí de pie, peligrosamente cerca, y yo me incliné y la empujé con todas mis fuerzas. Puedo oírla retener el aliento con asombro… y horror. Puedo oír su voz, ¿o lo imaginé? Pero la oigo de todos modos: “¡No, Barbarina!”. Luego sé con certeza que yo soy Barbarina y que es Deborah la que está en la bóveda de Pendorric. Luego, puedo reír y decir: Qué inteligente soy. Me consideran muerta y estoy viva durante todos estos años. Pero es solamente cuando leo este libro cuando estoy absolutamente segura de quién soy».
Me sentí paralizada de terror.
Pero había más para leer y continué haciéndolo.
«20 de octubre. No quisiera escribir más en el libro. Pero no puedo resistirlo. Quiero escribir mientras recuerdo, porque desaparece rápidamente de mi memoria y no estoy segura… Había alguien en el recibidor. Sentí miedo. Pero era tan sólo el viejo Jesse y él no podía ver. Me quedé en la galería, mirando la madera rota. No quise mirar hacia abajo. No permanecí mucho tiempo. El viejo Jesse corrió en busca de ayuda. No podía verme, pero sabía que algo pasaba. Corrí al cuarto más cercano porque quise salir de la galería antes de ser vista. Era el cuarto de Deborah. Me tiré en su cama y me quedé ahí. El corazón me palpitaba con fuerza. No sé cuánto tiempo permanecí ahí, pero me parecieron horas. Habían pasado pocos minutos en realidad. Voces. Gritos de horror. ¿Qué estaba sucediendo en el recibidor? Hubiera querido ver, pero sabía que debía quedarme donde estaba. Pasado un momento golpearon a la puerta. Yo aún estaba tirada en la cama cuando la señora Penhalligan entró. Dijo: “Señorita Hyson, ha habido un terrible accidente. —Me incorporé y me quedé mirándola—. Es la balaustrada de la galería. Era peor de lo que habíamos pensado. La señora Pendorric… —Yo seguí mirándola fijamente. Ella salió y oí su voz desde afuera—. La señorita Hyson, recibirá un golpe terrible, pobrecita. No es para menos… estaban tan unidas, tan iguales. Yo misma no podía diferenciar a una de otra».
«Bajé al mar y lo miré. Estaba gris y frío. No podía hacerlo. Es muy fácil hablar de morir; pero cuando uno se enfrenta… se tiene miedo. Un miedo terrible. Me quedé tan anonadada por las noticias que me hicieron quedar en la cama hasta que todo hubo pasado. No veía a Petroc a menos que hubiera otros presente. Así estaba bien. A él era al que temía. Seguramente él reconocería a su propia esposa. Pero aun así había algo que yo sabía sobre Petroc. Ya no era el mismo. Se le había acabado la alegría, la veleidosidad. Se culpaba a sí mismo. La servidumbre hablaba. Decían que estaba predestinado. Y había sucedido justamente debajo del cuadro de la otra Novia. No se podía ir contra lo que estaba predestinado. Barbarina estaba predestinada a morir, para que Lowella Pendorric pudiera descansar en su tumba. Nadie iba cerca de la galería cuando había oscurecido. Creían que Barbarina rondaba Pendorric. Así es. Persiguió a Petroc hasta el día de su muerte. De modo que la historia fue verdad. La Novia de Pendorric había muerto tal como la historia decía que moriría y no podría descansar en su tumba».
«No me pude ir. No pude dejar a los niños. Ahora ellos me llamaban tía Deborah. Yo soy Deborah. Estoy en paz y serena. Carrie lo sabe, sin embargo. A veces me llama señorita Barbarina. Le temo a Carrie, pero ella nunca me haría daño, me quiere demasiado. Yo fui siempre su favorita. Yo era la favorita de todo el mundo. Sin embargo, ahora es diferente. La gente es diferente conmigo. Me llaman Deborah y lo que está sucediendo es que Deborah aún vive y es Barbarina la que está muerta».
«1 de enero. Ya no escribiré más. Ya no hay nada más que escribir. Barbarina está muerta. Tuvo un accidente fatal. Petroc casi no me dirigió la palabra en adelante. Creo que él suponía que yo tenía celos de ella, y que lo hice con la esperanza de que él se casara conmigo; no quiere saber mucho acerca de ello por si fuera verdad. Ya no me importa nada de Petroc. Estoy dedicada a los niños. No importa ahora que Petroc ya nunca esté aquí. Ya no soy más su esposa; soy su cuñada, la que cuida de los niños que han quedado sin madre. Soy más feliz de lo que nunca fui desde que me casé; aunque a veces pienso en mi hermana y es como si ella estuviera conmigo. La veo por la noche cuando estoy sola y sus ojos son apesadumbrados y acusadores. No puede descansar. Me ronda a mí y ronda a Petroc. Así está en la leyenda; y ella continuará rondando Pendorric hasta que otra joven Novia tome su lugar; entonces ella descansará para siempre».
«20 de marzo. He estado leyendo este libro. No lo leeré más. No escribiré más en él. Lo esconderé. Me perturba. Barbarina está muerta y yo soy Deborah; estoy tranquila y serena y me he dedicado a Roc y a Morwenna. Barbarina me acosa; es porque según la leyenda ella deberá hacerlo… hasta que otra Novia tome su lugar. Pero leer este libro me altera. No lo haré nunca más».
Había una última entrada. Simplemente decía:
«Un día, habrá una nueva Novia en Pendorric y entonces Barbarina descansará en paz».
De modo que había sido Barbarina la que me había traído a esta casa, la que me había seducido para hacerme entrar a la bóveda, la que había intentado asesinarme.
Yo no sabía qué hacer. ¿Qué podía hacer esta noche? Estaba sola en esta casa con Barbarina y Carrie, pues los Hanson estarían en su cottage en la parte baja.
Debo cerrar con llave mi puerta. Intenté levantarme de la cama pero mis piernas parecían incapaces de moverse, y aun en mi estado de agitación no podía luchar contra el amodorramiento que se había apoderado de mí. Me cruzó el pensamiento de que estaba dormida y soñando; y que en ese momento el libro se había deslizado de mis manos y me había quedado dormida como si entrara en una oscura y profunda caverna.
* * *
Desperté sobresaltada. Durante algunos segundos aún estaba en esa profunda caverna de olvido; luego los objetos comenzaron a tomar forma. ¿Dónde estaba yo? Ahí estaba la mesita hexagonal. Recordé el diario, y luego dónde estaba yo.
También sabía que algo me había despertado, e inmediatamente siguió la conciencia de que no estaba sola. Alguien más estaba en la habitación.
Me había quedado dormida tan repentinamente que estaba boca arriba. Me di cuenta de la presencia de la mesa hexagonal al volver mis ojos sin doblar la cabeza. El pesado amodorramiento aún estaba sobre mí, y la profunda oscuridad de la caverna amenazaba con cerrarse sobre mí una vez más.
Estaba tan cansada… demasiado cansada para tener miedo… demasiado cansada para que me importara si estaba o no sola en la habitación.
Estoy soñando, pensé. Desde luego estoy soñando. Pero de entre las sombras surgió una figura. Era una mujer con una bata azul. Cuando la luz de la luna le iluminó la cara supe quién era.
Los párpados pesados me presionaban los ojos; vagamente oí su voz.
—Esta vez no habrá salida. Ya no se hablará más del fantasma de Barbarina… sino del tuyo.
Quise gritar; pero algún secreto instinto alerta me advirtió que no lo hiciera, y comencé a preguntarme si después de todo no estaba soñando.
Nunca había sentido tanto miedo en mi vida. Y sin embargo nunca había estado tan adormilada, y el terror trataba de alejar de mí el sueño. ¿Qué me estaba sucediendo? Quería estar en mi dormitorio en Pendorric con Roc a mi lado. Eso era seguridad. Esto en cambio era el peligro.
Ésta es una pesadilla, me decía a mí misma. En un momento te despertarás.
Ella estaba de pie a los pies de mi cama, mirándome mientras yo la observaba a través de mis ojos a medias cerrados, aguardando lo que haría.
Me vino un impulso de hablarle, pero algo me advirtió que primero debía descubrir qué era lo que ella intentaba hacer. Esto nunca me había sucedido con anterioridad. Estaba aterrorizada; y sin embargo era como si estuviera fuera de esta escena, como si fuera alguien que observara desde las sombras. Yo miraba a la amedrentada mujer que se hallaba en la cama y a la otra que se proponía hacer el mal.
De pronto me asaltó una idea: estoy drogada. La leche contenía una droga. La leche que Deborah me trajo. No… no Deborah. No la bebí toda. De haberlo hecho ahora estaría sumida en un sueño profundo y completamente drogada.
Ella sonreía. Luego vi que sus manos se movían con gesto de rociar con algo mi cama. Fue hasta la ventana y se inclinó unos breves segundos; luego se enderezó y sin volver a mirar mi cama salió corriendo de la habitación.
Yo era consciente de estar pensando: «esto es un sueño». Luego, de repente, me pareció estar totalmente despierta. Miraba la pared en llamas. Las cortinas se prendieron. Durante uno o dos segundos las miré, mientras era como si emergiera de esa negra caverna a la realidad.
Sentí olor a gasolina, y con una comprensión terrible salté de la cama y corrí hacia la puerta. En un segundo vi que mi cama era presa del fuego.
* * *
Es difícil recordar lo que sucedió inmediatamente. Yo era consciente de que mi cama ardía al tiempo que hacía girar el picaporte creyendo que estaría encerrada con llave en esta habitación, tal como había estado encerrada en la cripta. Pero ello sólo se debía a mi ansiedad por salir rápidamente. La puerta no estaba cerrada con llave.
La abrí y tuve el tino de cerrarla al salir. Entonces la vi a ella. Corría por el corredor, y yo corría detrás de ella gritando al mismo tiempo:
—¡Fuego!
Ella se volvió y me miró.
—Rápido —grité yo—. Mi cuarto se quema. ¡Debemos dar la alarma!
Ella me miró anonadada. Entonces supe que estaba completamente loca, y en esos dramáticos segundos incluso olvidé el peligro en que nos hallábamos.
—¡Has tratado de matarme… Barbarina! —grité.
El horror se cernió sobre su rostro. La oí murmurar como para sí misma:
—El diario… Oh, Dios mío, ella ha leído el diario.
—Tú has incendiado mi habitación —le dije con ansiedad—. El fuego se propagará… ¡Rápido! ¿Dónde está Carrie? ¿En este piso? ¡Carrie, Carrie! ¡Venga deprisa!
Los labios de Barbarina se movían; continuaba murmurando para sí misma: «Está ahí… en el diario… ella ha visto el diario…».
Carrie apareció en el corredor, envuelta en una vieja bata, con el pelo sujeto en una trenza atada con una cinta roja.
—¡Carrie! —le grité—. Mi habitación se incendia. ¡Llame urgentemente a los bomberos!
—¡Carrie! ¡Carrie! Ella… sabe… —gimió Barbarina.
Yo aferré el brazo de Carrie.
—Muéstreme dónde está el teléfono. No hay tiempo que perder. Tenemos que salir todos de la casa. ¡No comprenden!
Aun aferrándole el brazo a Carrie la arrastré escaleras abajo. Yo no miraba hacia atrás en la certidumbre de que Barbarina, conocedora de la intensidad del fuego que ella había provocado, seguramente nos seguiría.
No volví a ver a Barbarina. Cuando logramos establecer la comunicación con la brigada de bomberos, el piso de arriba ya era una sola masa de fuego. Todo lo que yo sabía era que Barbarina no nos había seguido escaleras abajo. Siempre he creído que, arrancada de su mundo de fabulación sólo tenía la idea fija de rescatar el diario incriminador. Para ella representaba la única forma de recordar lo que verdaderamente había sucedido; y haberlo perdido era perder su contacto con el pasado. Su desequilibrio la impulsó al inútil intento de rescatarlo. No me gusta pensar en lo que debió sucederle una vez que irrumpió en la habitación que debía ser un horno rugiente.
* * *
Pasó casi una hora antes de que llegaran los bomberos a la aislada mansión, y cuando llegaron ya fue demasiado tarde para salvarla. Sólo después de hacer la llamada telefónica a los bomberos y de que los Hanson llegaran nos dimos cuenta de que faltaba Barbarina. Hanson valientemente subió a tratar de salvarla. Tuvimos que evitar que Carrie se lanzara a las llamas para rescatar a su ama, porque sabíamos que era inútil.
Rememorando, es difícil recordar la secuencia de los acontecimientos. Pero recuerdo que yo estaba sentada en el cottage de los Hanson, que tomaba un té que me había traído la señora Hanson, cuando de pronto oí una voz familiar.
—Roc —grité y corrí a él. Los dos nos quedamos apretados el uno contra el otro.
Y éste era un Roc que no había conocido nunca antes, porque siempre lo había visto envuelto en una nebulosa de sospechas. Fuerte en su capacidad de proteger, débil en su ansiedad por verme a salvo, listo para combatir los poderes del oscurantismo en mi beneficio y sin embargo aterrorizado por temor de que alguien pudiera haberme hecho daño.