Capítulo 5

Ya no podía seguir engañándome a mí misma. Debía enfrentarme a todos los miedos que me había negado a reconocer durante las últimas semanas.

Alguien me había seducido deliberadamente para que entrara en la cripta y luego me había encerrado, pues me rehusaba a creer la teoría de Roc, según la cual la puerta se había atrancado. En el primer momento era verdad que podía haberme dejado dominar por el pánico; pero cuando descubrí a Hyson y traté de reconfortarla ya me había tranquilizado. Entre las dos habíamos tratado de abrir esa puerta con todas nuestras fuerzas y habíamos fracasado. Y la razón era que esa puerta estaba cerrada con llave.

Esto sólo podía significar una cosa: alguien quería hacerme daño.

Supongamos que Deborah no hubiera venido. Supongamos que ella no hubiera oído mis gritos, ¿cuánto tiempo podríamos haber vivido dentro de la cripta? Entraba algo de aire, era verdad; pero hubiera llegado el momento en que nos hubiéramos muerto de hambre, porque efectivamente poca gente iba por ahí, y aunque lo hubieran hecho, nosotras no los hubiéramos oído a menos que pasaran cerca del enrejado y nos llamaran.

Podría haber pasado una semana… dos semanas. Para entonces hubiéramos estado muertas.

Alguien estaba tratando de matarme, pero de una manera que, cuando mi muerte fuera descubierta, pareciera un accidente. ¿Quién? Sería la persona que más se beneficiara con mi muerte. ¿Roc?

No podía creerlo. Yo era quizás ilógica, tal como se supone que lo son las mujeres enamoradas. Pero no creería ni por un momento que Roc me iba a matar. Él no era capaz de matar a nadie… y en último lugar, a mí. Era jugador, yo lo sabía; incluso podía serme infiel; pero de ningún modo era capaz de cometer un crimen.

Si yo moría él sería inmensamente rico. Se había casado conmigo sabiendo que yo era la nieta de un millonario. Él necesitaba dinero para Pendorric, y Roc y yo éramos socios para que mi fortuna asegurara que Pendorric continuaría perténeciéndonos por entero. Todo eso era verdad; y muriera yo o no, Pendorric estaba a salvo.

Me rehusé a continuar mis cavilaciones; pero continuaba creyendo que alguien me había encerrado en la cripta con la esperanza de que no fuera descubierta hasta que hubiera muerto.

Pensé de nuevo en todo lo que había sucedido, y mis pensamientos siguieron volviendo al día en que Roc apareció por vez primera en el estudio. Mi padre debió saber quién era en cuanto pronunció su nombre —seguramente no había tantos Pendorric en el mundo— y sin embargo no me había dicho nada. ¿Por qué? Porque mi abuelo no quería que yo lo supiera. Primero Roc tenía que informar sobre mí, tomarme fotografías. Sonreí con tristeza. Eso era típico de la arrogancia de mi abuelo. En cuanto a mi padre, probablemente hubiera hecho todo lo que hizo porque consideraba que era por mi bien.

¿Y el día que murió? Roc había parecido extraño ese día. ¿O no era así? Había vuelto al estudio y había dejado a mi padre que nadara solo. Y cuando supimos lo que había sucedido… ¿no había parecido aliviado? ¿O yo me lo habría imaginado?

Debía dejar de pensar en Roc en esa forma; si tenía que pensar en alguien que deseara hacerme daño, debía investigar por otro lado.

Hubo una ocasión en que tomé un peligroso camino junto a los acantilados, después de la lluvia. Habían retirado el cartel de advertencia. Recuerdo cuan inquieta me había sentido entonces. Pero fue Roc el que recordó que yo debía ir por allí y se lanzó detrás de mí. Era reconfortante recordar eso. ¿Pero, por qué habría de ser reconfortante? Porque demostraba que Roc me amaba, que quería protegerme, y que era imposible que tuviera nada que ver con todo eso.

Pero, por supuesto, yo sabía que él no tenía nada que ver.

¿Quién tenía que ver entonces?

Mi atención se dirigió entonces a esas mujeres en quienes yo creía que él había estado interesado una vez… quizás aún lo estuviera. Uno nunca podía estar seguro con Roc. ¿Rachel? ¿Althea? ¿Y qué pasaba con Dinah Bond?

Recordaba que ella me había dicho una vez que Morwenna había sido encerrada en la cripta. ¿Y la conversación que había escuchado entre Morwenna y Charles? Oh, pero era natural que ellos estuvieran encantados porque Roc se hubiera casado con una heredera en lugar de casarse con una muchacha sin un céntimo. ¿Por qué querría Morwenna librarse de mí? ¿Qué podía importarle?

Pero si me sacaran del medio mi fortuna iría a parar a Roc y él quedaría en libertad para casarse con… ¿Rachel… Althea?

Rachel había estado allí cuando habíamos hablado sobre la Novia en el arcón de roble; y si yo podía creer a Dinah Bond, ella, hacía largo tiempo, había encerrado a Morwenna en la bóveda. Ella sabía dónde encontrar la llave; pero sólo había una y era Roc quien la tenía. Era una llave enorme que estaba colgada dentro de su armario y éste estaba siempre cerrado. Cuando abrieron la cripta tuvieron que buscar primero a Roc porque él tenía la única llave.

Rachel sabía esto y se las había ingeniado de algún modo, todos estos años, para sacar la llave del armario del padre de Roc.

Rachel, pensé. No me había gustado desde el momento en que la conocí.

Observaría a Rachel.

* * *

Morwenna dijo que semejante experiencia tendría que haberme impresionado mucho y que debía tomarme todo con mucha calma durante los días siguientes. Ella cuidaría de que Hyson hiciera lo mismo.

—Hubiera preferido que Lowella fuera quien se quedara encerrada contigo —me dijo un día cuando al salir de la casa la vi trabajando en los canteros de flores del frente de la casa—. Hyson es demasiado sensitiva.

—Fue una experiencia horrible.

Morwenna se enderezó y me miró.

—Para las dos. ¡Tú, pobrecita! Yo hubiera estado aterrorizada.

Una sombra pasó por su rostro y advertí que estaba recordando la vez en que Rachel la encerró y se negó a dejarla salir hasta que ella le hiciera la promesa.

Deborah salió de la casa.

—Es un día hermoso —dijo—. Estoy comenzando a pensar en mi propio jardín; qué aspecto tendrá.

—¿Extrañando tu casa? —le preguntó Morwenna, y mirándome, me sonrió—. Deborah es así. Cuando está en Dartmoor piensa en Pendorric, y cuando está aquí comienza a extrañar su casa.

—Sí, amo mucho los dos lugares. Los dos son mi casa para mí. Estaba pensando, Favel, este horrible asunto… ha sido una impresión muy grande, y tú no estás muy bien. ¿No es verdad Morwenna?

—Una experiencia semejante es como para alterar a cualquiera. Espero que en un par de días se haya recuperado por completo.

—Estaba pensando en irme a Dartmoor por una semana más o menos. ¿Por qué no vienes conmigo, Favel? Me encantaría mostrarte el lugar.

—Oh… qué amable de su parte.

«¿Dejar a Roc? —Estaba pensando—. ¿Dejárselo a Althea? ¿A Rachel?»

¿Y cómo podría yo descansar hasta que resolviera ese asunto?

Debía hallar quién tenía algo contra mí, quién quería quitarme de en medio. A no dudar, sería un gran descanso pasar una semana con Deborah, pero durante todo el tiempo estaría pensando en Pendorric, queriendo volver.

—En realidad, tengo mucho que hacer aquí —continué—… y además Roc…

—No olvides —le recordó Morwenna a Deborah— que no hace tanto que están casados.

—Bueno, quizás otra vez —dijo Deborah poniendo cara larga—… pero creí que necesitarías un poco de descanso y…

—Se lo agradezco realmente, y más adelante tendré mucho gusto en ir a pasar unos días.

—Me gustaría que te llevaras a Hyson —dijo Morwenna—. Todo este asunto la ha alterado más de lo que parece.

—Bueno, llevaré a la querida Hyson —replicó Deborah—. Pero tenía muchas ganas de mostrarle a Favel nuestra vieja casa.

—Es usted muy buena —dije poniéndole el brazo en torno al hombro—, y espero que vuelva a invitarme pronto.

—Desde luego que lo haré, te perseguiré hasta que aceptes. ¿Salías a caminar?

—Yo iba justamente hasta Polhorgan; hay un par de cosas que debo hablar con la señora Dawson.

—¿Puedo ir contigo?

—Sería un gran placer.

Dejamos a Morwenna con sus flores y partimos por el camino que lleva a Polhorgan. Me sentía algo culpable por rechazar la invitación de Deborah y estaba ansiosa porque no me considerara grosera.

Traté de explicarle.

—Por supuesto que lo entiendo, querida. No quieres dejar a tu marido. En realidad, estoy segura de que Roc protestaría si te oyera decir eso… Pero un día, quizá más adelante vendrás a pasar el fin de semana cuando él tenga que irse. A veces tiene que viajar por asuntos de negocios, ya sabes. Elegiremos la oportunidad. Era sólo que después de eso…

Ella se estremeció.

—Si no hubiera sido por usted, aún podríamos estar ahí.

—Nunca dejo de estar agradecida porque se me ocurriera entrar al cementerio. Estaba decidida a buscar palmo a palmo. Y cuando pienso en lo afortunado de mi decisión, me estremezco. Yo podría haber andado en torno a la cripta y tú podrías no haberme oído ni yo a ti.

—No me gusta pensar en ello… ni siquiera a plena luz del día. También resulta tan extraordinario… Roc dice que la puerta no estaba cerrada sino sólo trabada. Debo confesar que eso me hace sentir un poco tonta.

—Bueno, una puerta puede quedarse atrancada.

—Pero estábamos desesperadas. Empujamos con todas nuestras fuerzas. Parece increíble. Y sin embargo hay sólo una llave y esa llave está colgada en el armario de Roc.

—Entonces —continuó ella—, únicamente Roc podría haber sido. —Se echó a reír ante lo ridículo de la idea y yo reí con ella.

—Solía haber dos llaves, recuerdo —continuó ella—. El padre de Roc guardaba una en el armario en el mismo lugar donde Roc la guarda ahora.

—¿Y quién tenía la otra?

Ella hizo una pausa durante unos segundos, y luego dijo:

—Barbarina.

Después nos quedamos en silencio y casi no hablamos hasta despedirnos de Polhorgan.

* * *

Siempre me disgustaba ir a Polhorgan desde la muerte de mi abuelo. El lugar parecía vacío e inútil sin él; tenía un clima de no vivido, ese clima que siempre me parece tan depresivo; como de una mujer cuya vida nunca ha sido plena. Roc a menudo se reía de mi manera de sentir sobre las casas, como si ellas —decía— tuvieran una personalidad propia. Bueno, de momento la personalidad de Polhorgan era negativa.

Indudablemente, pensé, si yo llenara el lugar con huérfanos que nunca habían visto el mar, que nunca habían recibido cuidado alguno ni atención, ¡qué casa tan distinta sería!

¡Los sueños idealistas! Me parecía oír lo que diría Roc.

—Espera hasta que veas en qué forma te castigan los burócratas. Éste es el condado de Robin Hood donde se roba a los ricos para ayudar a los pobres.

No me importaban las dificultades a las que me tendría que enfrentar. Yo tendría mis huérfanos, aunque fueran menos de los que había soñado inicialmente.

La señora Dawson vino a saludarme.

—Buenos días, señora. Dawson y yo estábamos diciéndonos si no vendría usted; y como ha venido, ¿quisiera tomar una taza de café en la sala? Tenemos algo en la mente…

Le dije que estaría encantada, y la señora Dawson me respondió que prepararía el café inmediatamente y que enviaría a buscar a Dawson.

Diez minutos más tarde estaba yo en la confortable sala de los Dawson, tomando el café de la señora Dawson.

Dawson tenía cierta dificultad en abordar el tema, y me di cuenta inmediatamente de que se trataba de las sospechas que lo asaltaron la noche de la muerte de mi abuelo.

—Verá usted, señora, no es fácil decirlo. Un hombre teme decir demasiado… y también teme no decir lo suficiente.

Dawson era el típico mayordomo, con su aire digno y la noción del lugar que le correspondía, el tipo de servidor que mi abuelo pretendía. Lo que Roc hubiera llamado un cliché de mayordomo del mismo modo que mi abuelo era un cliché del hombre que lo ha logrado todo por sí mismo.

—Usted puede ser perfectamente franco conmigo, Dawson —le dije—. No repetiré nada de lo que me diga a menos que usted me lo pida.

Dawson pareció aliviado.

—No se lo pediría, señora, porque no quisiera ser llevado ante la justicia por la mujer en cuestión. Aunque si es verdad que ya ha tenido que ver con los tribunales, ello serviría muy bien en mi favor.

—¿Usted se refiere a la enfermera Grey?

Dawson dijo que a ella misma se refería.

—No estoy nada satisfecho con la naturaleza de la muerte de mi señor. Y habiendo hablado de esto con la señora Dawson llegamos a la conclusión de que se trató de un acto deliberado.

—¿Usted lo dice porque las píldoras se hallaron debajo de la cama?

—Sí, señora; su señoría había tenido uno o dos ataques menores durante el día, y la señora Dawson y yo advertimos que cuando tenía uno, a menudo se le repetía; luego tenía dos o tres seguidos, de manera que era casi seguro que sobrevendría otro durante la noche.

—¿No llamaba a la enfermera cuando tenía esos ataques durante la noche?

—Solamente si el ataque era tan fuerte que necesitaba morfina. Entonces tocaba el timbre que estaba sobre su mesita de noche. Pero, primero tomaba las píldoras.

—Sí, y parecía que las hubiera tirado al estirar la mano para buscarlas.

—Sí, eso fue posiblemente lo que se quiso que pareciera, señora.

—¿Usted sugiere que la enfermera Grey deliberadamente puso las píldoras y el timbre fuera de su alcance?

—Solo entre usted y yo, señora.

—¿Pero, por qué habría de querer que se muriera? Ha perdido un buen trabajo.

—Ha recibido un buen legado —terció la señora Dawson—. ¿Y qué puede evitar que consiga otro trabajo donde pueda conseguir otro legado?

—No estará queriendo decir que deja morir a sus pacientes para conseguir los legados que le dejan, ¿no?

—Así podría ser, señora, y tengo necesidad de descubrirle mis sospechas con respecto a esa señorita: considero que es una aventurera y que es necesario vigilarla.

—Dawson —dije—. Mi abuelo está muerto y enterrado. El doctor Clement afirmó que había muerto de muerte natural.

—La señora Dawson y yo no dudamos de la palabra del doctor Clement; pero lo que creo es que a mi señor le apresuraron la muerte.

—Ésa es una acusación terrible, Dawson.

—Lo sé, señora; y por eso no queríamos que saliera de estas cuatro paredes; pero consideré que usted debía conocer nuestras sospechas puesto que la señorita en cuestión aún está en la vecindad.

La señora Dawson miró pensativamente su taza de café.

—Yo estuve hablando con la señora Greenock —dijo—, la dueña de Cormorant Cottage.

—Ahí es donde está viviendo ahora la señorita Grey, ¿no es verdad?

—Sí, tomando un pequeño descanso entre trabajo y trabajo, según dice ella. Bueno, la señora Greenock no tenía muchas ganas de alquilarle la casa. En realidad, ella prefería alquilarlo por un tiempo largo, todo el invierno, y la enfermera Grey lo quería solamente por lo que denominó un período indefinido. Pero, al parecer el señor Pendorric persuadió a la señora Greenock para que aceptara.

Estaba comenzando a comprender por qué los Dawson querían hablar conmigo. No solamente estaban señalando sus sospechas acerca de por qué mi abuelo había muerto cuando lo hizo sino que me estaban diciendo que entre nosotros había una aventurera nada escrupulosa, y que tenía con mi marido más amistad de la que ellos consideraban conveniente.

Si habían querido inquietarme lo habían conseguido, por cierto.

Cambié de tema tan suavemente como pude; hablamos de los problemas de Polhorgan, y les dije que quería que continuaran en sus puestos hasta que decidiera qué haría con la casa. Les aseguré que no tenía intenciones de vender y que quería que permanecieran y que esperaba que nunca se fueran.

Estaban encantados conmigo como su nueva señora. La señora Dawson así me lo dijo con lágrimas en los ojos, y Dawson aseguró, sin perder su digna compostura, que servirme era un placer.

Pero yo me sentía muy desgraciada porque sabía que habían hablado de esa forma porque realmente se preocupaban por mí.

* * *

Esa tarde fui a ver a los Clement porque quería hablar con el doctor sobre mi abuelo.

Mabel Clement emergía triunfante de lo que ella llamaba el taller de las cerámicas cuando yo llegué. Tenía el pelo en parte levantado y en parte caído, y vestía una blusa de algodón y una falda amarilla fruncida.

—Qué buena sorpresa —dijo con vivacidad—. Andrew estará encantado. Pase, que le prepararé una taza de té. Es uno de los días más satisfactorios que he tenido desde hace mucho tiempo.

Andrew salió a la puerta a recibirme y me dijo que había llegado en buen momento porque era su tarde libre, y que su socio, el doctor Lee, estaba atendiendo.

Mabel preparó el té. Había bollos tostados —un poquito quemados— y una torta que se había combado en el centro.

—Esto sabe a budín de Navidad —me advirtió Mabel.

—A mí me gusta el budín de Navidad —le aseguré.

También me gustaba Mabel; ella era una de las pocas personas que no se había impresionado por mi riqueza repentina.

Mientras tomábamos el té dije al doctor Clement que estaba inquieta por la muerte de mi abuelo.

—¿Podría haber vivido mucho más si no hubiera tenido ese ataque?

—Sí, hubiera podido. Pero esos ataques eran de esperar y sus consecuencias tenían que ser fatales. Cuando me llamaron no me sorprendió en absoluto.

—No, pero si hubiera tomado sus píldoras a tiempo aún podría estar vivo.

—¿Dawson ha estado hablando de nuevo con usted?

—Dawson le comentó esto, ¿verdad? —respondí a mi vez con otra pregunta.

—Sí, cuando murió su abuelo. Él halló las píldoras y el timbre en el suelo.

—Si hubiera podido alcanzarlas… o el timbre…

—Parecía perfectamente claro que lo había intentado y había tirado todo al suelo. En esas circunstancias fue creciendo el ataque y… bueno, se produjo el final.

Mabel trajo la torta que era como un budín de Navidad y me serví una porción.

—Ahora todo ha concluido —dijo amablemente—; sólo se añade inquietud al volver sobre algo que ya ha pasado.

—Sí, pero me gustaría saber.

—En realidad, creo que los Dawson no se llevaban bien con la enfermera —continuó Mabel—. Las enfermeras son evidentemente autoritarias; los mayordomos, evidentemente ampulosos; las amas de llaves tienden a considerar la casa como su propio dominio y a ser hostiles con todos los que no sean empleados por ella. Creo que se trataba de una de esas luchas domésticas acostumbradas, y ahora los Dawson ven la oportunidad de anotarse tantos a su favor.

—Ya ve —dijo Andrew—. Dawson ahora puede sugerir que ella deliberadamente puso las píldoras y el timbre fuera de su alcance; ella empecinadamente lo negará. No habría pruebas en ninguno de los dos sentidos.

—Ella parece frágil como una pieza de porcelana pero creo que es fuerte como la loza piedra —musitó Mabel—. Debe de haber sido un buen trabajo el que tuvo con lord Polhorgan. Sea como fuere a ella parecía agradarle. ¿Cuánto tiempo permaneció con él?

—Más de dieciocho meses —dijo Andrew.

—¿Era una buena enfermera? —le pregunté.

—Muy eficiente.

—Parecía dura —sugerí.

—Era una enfermera y como tal había tenido contacto con el sufrimiento anteriormente. Las enfermeras… los médicos… ya se sabe que no pueden sentir lo mismo que uno de fuera. Estamos viéndolo continuamente.

—Sé que puedo confiar en ustedes dos —dije—, de modo que les diré esto: ¿creen ustedes que ella sabía que heredaría mil libras cuando mi abuelo muriera y que eso la hizo acelerar su muerte?

Hubo un largo silencio. Mabel tomó una larga boquilla de ámbar, abrió una caja de plata, y me ofreció un cigarrillo.

—Porque —dije lentamente—, si fuera capaz de hacer algo semejante es un poco cruel permitir que vaya a cuidar otros enfermos y que la vida de otros pacientes sea puesta en sus manos.

El doctor Clement me miró intensamente. Luego dijo:

—En este momento ella está descansando. Goza de unas vacaciones antes de tomar un nuevo puesto, y creo que sería muy desatinado hablar de algo así fuera de estas cuatro paredes.

Mabel cambió de tema en su forma un poco torpe.

—Supongo que se ha recuperado de esa aventura nocturna suya de medianoche.

—Oh… sí.

—Una experiencia muy desagradable —comentó Andrew.

—Todavía me estremezco al recordarlo.

—La puerta se trabó, ¿no es así?

—Yo estaba segura de que nos habían encerrado.

—Toda la lluvia que hemos tenido pudo hacer que con la humedad la puerta se atrancara —dijo Andrew.

—Sin embargo…

Mabel pensativamente sacudió la ceniza de su cigarrillo.

—¿Quién demonios podría haberla encerrado?

—Eso es lo que sigo pensando desde entonces.

Andrew se inclinó para preguntar:

—¿Usted no cree que la puerta se quedó atrancada?

Vacilé. ¿Qué impresión les estaba causando? Primero, repetía las impresiones de Dawson sobre la enfermería Grey, y ahora sugería que alguien me había encerrado en la cripta. Ellos eran personas demasiado inteligentes, sin prejuicios. Pensarían que yo tenía manía persecutoria si no me manejaba con tino.

—La opinión general es que la puerta se había trabado. De todos modos había solamente una llave, y estaba guardada en el armario del estudio de mi esposo. Él la trajo hasta el lugar y halló que la puerta estaba sin cerrar con llave.

—Bueno, gracias a Dios la encontraron.

—Si Deborah no hubiera acertado a andar por ahí, y fue realmente pura casualidad que anduviera, sabe Dios el tiempo que hubiéramos permanecido ahí. Quizás aún estaríamos encerradas.

—¡Oh, no! —replicó Mabel.

—¿Por qué no? Se sabe que tales cosas han sucedido.

Andrew se encogió de hombros.

—No sucedió —dijo.

—En el futuro —agregó Mabel— debe tener mucho cuidado.

Andrew volvió a inclinarse y había una expresión de azoramiento en sus ojos.

—Sí —repitió—, en el futuro debe tener mucho cuidado.

Mabel rió un poco nerviosamente y comenzó a hablar de una cerámica que había hecho y que consideraba fuera de lo común. Una vez que la horneara quería conocer mi opinión.

Supuse que al irme comentarían mis asuntos. Dirían que resultaba sorprendente que la puerta estuviera trabada pero sin llave y quizá que resultaba raro que Roc tuviera la única. Indudablemente había llegado a sus oídos que Roc había persuadido a la señora Greenock para que alquilara Cormorant Cottage a Althea Grey. Y se estarían preguntando qué estaba sucediendo en Pendorric.

Mi inquietud se acentuaba.

* * *

No quise hablar más sobre los perturbadores pensamientos que se agitaban en mi mente; temía haber dicho demasiado a los Clement. Hubiera querido haber hablado sólo con Roc sobre mis temores, pero imaginaba que se reiría de ellos. Además, él mismo estaba implicado en ellos.

En consecuencia traté de continuar tan normalmente como me fuera posible. Por lo tanto una semana después de la desafortunada aventura fui a visitar a Jesse Pleydell de nuevo. Me saludó con mayor cordialidad que nunca y me hizo notar que estaba contento de que yo hubiera venido. De modo que también había oído hablar de la historia.

Ya no nos sentamos fuera del cottage pues la tarde era demasiado fría. Yo estaba en su propio sillón que insistió en cederme mientras él me preparaba una taza de té.

Dejó que yo misma me lo sirviera y cuando estuvimos sentados frente a frente dijo:

—Me afligí mucho cuando supe lo suyo.

—Quiere decir…

—Fue la última vez que usted vino a verme.

—Sí, resultó algo muy desgraciado.

Él sacudió la cabeza:

—No me gusta mucho.

—Tampoco a mí me gustó nada.

—Es como si…

—Pensamos que el sepulturero dejó la puerta abierta la última vez que estuvo ahí, y que debió quedar así durante un tiempo. No lo advirtieron porque nadie anduvo por ahí…

—Oh, no lo sé —murmuró Jesse.

Nos quedamos un momento en silencio, luego él dijo:

—Bueno, querida, sugiero que tome toda clase de precauciones. Tendría que hacerlo.

—¿Jesse, qué está pensando?

—Si estos viejos ojos no estuvieran tan ciegos yo podría haber visto quién estaba en la galería con ella.

—¿Jesse, tiene alguna idea de quién fue?

Jesse bamboleó la cabeza y se golpeó la rodilla.

—Me temo que sí —murmuró.

—Usted cree que fue Lowella Pendorric, la que murió hace tanto tiempo.

—No podría asegurarlo. Pero yo creo que sí, porque ella fue la última Novia, y se dijo que en cuanto se convirtiera en la desposada de Pendorric estaba señalada para morir.

—Y usted cree que yo…

—Yo creo que usted debe tener cuidado, señora Pendorric. Yo creo que usted no debe ir a donde pueda sobrevenirle el mal.

—Quizá tenga razón, Jesse —dije; tras una pausa continué—: Sus margaritas Michaelmas parecen un cuadro.

—Sí, así es. Las abejas no las dejan tranquilas. Siempre me gustaron las margaritas Michaelmas, aunque es una pena verlas porque ello significa el fin del verano.

Lo dejé y me fui y mientras dejaba atrás los cottages vi la iglesia ante mí. Me detuve ante el portillo y miré hacia dentro del cementerio.

—Hola, señora Pendorric.

Dinah Bond venía hacía mí.

—Me contaron lo que le pasó —dijo—. Pobre señora Pendorric. Me imagino el miedo que habrá pasado en ese lugar. —Casi se reía de mí—. Tendría que haberme dejado leerle las manos —prosiguió—. Yo podría haberla advertido.

—Usted no andaba por aquí cuando sucedió, supongo —le pregunté.

—Oh, no. Mi Jim me había llevado con él al mercado. No volvimos hasta tarde. Me lo contaron al día siguiente, sin embargo. Lo lamenté porque me imagino lo que pudo llegar a sentir en un lugar semejante y a oscuras. —Ella llegó hasta el portillo y se apoyó en él—. Estuve pensando —continuó—, que hay algo extraño en ese hecho. ¿Se ha dado cuenta de que al parecer las cosas suceden dos veces?

—¿Qué quiere decir?

—Bueno, Morwenna estuvo encerrada en la cripta, ¿no es verdad?, y luego usted con Hyson. Parece como si alguien lo recordara y tratara de intentarlo de nuevo.

—¿Tú crees que alguien me encerró, entonces? La creencia general es que la puerta se atrancó.

—No se puede saber —se encogió de hombros—. Cuando Barbarina se casó con un Pendorric sucedió algo, y Louisa Sellick tuvo que irse a vivir cerca de Dozmary a causa de ello. Ahora usted, me dicen que es inmensamente rica. Además, señora Pendorric, resulta que usted es la nueva Novia…

—Por favor, continúa.

—¿No me deja leerle la mano? —Se echó a reír—. Usted no creía que yo supiera nada. Muy bien, no quería creer lo que podría decirle. Pero todo está claro como el día, si es que usted me entiende.

—No, me temo que no.

Atravesó el portillo y siguió caminando, sonriéndome.

—Usted será enormemente rica, señora Pendorric, pero yo diría que no es muy inteligente.

Me miró por encima del hombro; luego se encaminó hacia la herrería, balanceando las caderas en la forma provocativa que constituía su segunda naturaleza.

* * *

Todo esto no me permitía estar tranquila. Ansiaba tener una conversación con Roc y contarle lo que pasaba por mi cabeza. Pero algo me advertía que no debía hacerlo. No estaba segura de la forma en que lo tomaría Roc.

La casa parecía tranquila. Deborah había llevado a Hyson y a Carrie a Devonshire con ella; y Lowella se negó a estudiar puesto que a su hermana le habían dado vacaciones.

—No sería justo para Hyson —explicaba afectadamente—. Yo adelantaría tanto que ella no podría alcanzarme.

Morwenna, mientras decía que no sucedería así, iba cediendo, y Lowella, que de repente se había apegado a su padre —sus afectos cambiaban según soplaran los vientos—, insistió en pasar el tiempo con él en la casa de la granja.

Yo me encontré constantemente escuchando para ver si oía cantar o tocar el violín, y me di cuenta de que la aventura de la cripta me había afectado más de lo que quería admitir; en consecuencia quería alejarme de la casa para pensar. Una tarde tomé el coche y me fui al páramo.

Al principio no tuve intención de tomar el mismo camino de la primera vez. Solamente quería estar sola para pensar; y hacerlo lejos de la casa, porque comenzaba a sospechar que ejercía su efecto sobre mí.

Tomé por un desvió solitario, apagué el motor y, después de encender un cigarrillo me recliné sobre el asiento a meditar. Repasé cada uno de los detalles de lo que había sucedido desde el primer día que conocí a Roc. Y por muchas vueltas que le diera a mis pensamientos siempre llegaba a la misma conclusión: él sabía que yo era una rica heredera cuando se casó conmigo.

Dinah Bond se había maravillado por la forma en que los hechos se repetían. Con Barbarina se habían casado por su dinero pese a que su esposo hubiera preferido a Louisa Sellick. ¿Mi esposo se había casado conmigo por la misma causa cuando hubiera preferido hacerlo con…?

Era algo que rehusaba aceptar. Nunca podría haber sido tan buen actor como para engañarme tan rotundamente. Pensaba en la pasión con que nos amábamos; Pensaba en las formas en que habíamos hecho el amor. Evidentemente no podía haber sido todo mentira. Podía escuchar su voz diciéndome:

—Soy un jugador, querida, pero nunca me arriesgo a perder lo que necesito.

Jamás había pretendido ser un santo. Nunca me había dicho que yo era la primera mujer a quien había amado. No había negado que fuera un jugador.

¿Qué había sucedido aquel día que había ido a nadar con mi padre? ¡Qué estaba pensando yo ahora! La muerte de mi padre no tenía nada que ver con todo esto. Ése había sido un desgraciado accidente.

Arrojé mi cigarrillo, puse en marcha el motor, y continué durante varios kilómetros sin advertir en qué dirección iba; luego, de pronto, me di cuenta de que me había perdido.

El páramo era igual no importaba para qué lado se mirara. Lo único que podía hacer era seguir adelante hasta que encontrara una indicación.

Así lo hice y cuando leí Dozmary advertí que estaba ansiosa por volver a ver al muchachito que se parecía a Roc. Después de todo, me dije, Louisa Sellick había desempeñado un papel en la historia de Barbarina, y era como si su historia estuviera muy estrechamente relacionada con la mía.

Cuando llegué al Pool dejé el coche y fui hasta la orilla del agua; se la veía fría y gris y el lugar estaba desierto. Comencé a caminar hasta que encontré un sendero que conducía a la casa.

Tomé por ahí pero de pronto se me ocurrió que si volvía a encontrar al muchacho, éste me reconocería y se preguntaría por qué había regresado; y como había otro sendero que se abría a partir de éste —era un sendero sólo para coches— tomé por ahí y vi que iba subiendo la loma.

Ahora tenía una buena vista del frente de la casa, aunque había algunas grandes matas de helechos entre la calle donde se encontraba la casa y yo. Me senté junto a una de estas matas y me puse a mirar la casa, que ahora podía estudiar a mis anchas. Vi un establo y deduje que el niño tendría su propio caballo; había también un garaje y el jardín al frente y a los costados de la casa estaba bien mantenido. Alcancé a distinguir invernaderos. Era una casa confortable ubicada en un lugar un tanto extraño, pues no parecía tener vecinos. Sería un tanto solitaria para Louisa Sellick cuando el niño se iba a la escuela, lo cual suponía que ocurriría. ¿Quién era el niño? ¿Su hijo? Parecía demasiado pequeño para que lo fuera. No podría tener más de trece o catorce años; evidentemente Petroc Pendorric hacía más tiempo que había muerto.

Entonces, ¿quién era el chico? Ésa era otra de las cuestiones sobre las que no quería pensar demasiado. Y ya sumaban unos cuantos los temas sobre los que no quería ahondar.

De pronto se abrió la puerta del porche con techo de vidrio y alguien salió. Era el chico una vez más. Podía ver el parecido con Roc aun en la distancia. Él parecía estar hablando con alguien dentro de la casa; luego ella salió. Creo que me escondí dentro de la mata de helechos porque de repente tuve miedo de ser reconocida, ya que la mujer que salía de Bedivere House era Rachel Bective.

Ella y el chico se encaminaron hacia un coche que reconocí como el pequeño Morris gris de los garajes de Pendorric.

Rachel subió y el muchachito se quedó haciéndole adiós con la mano mientras el Morris se alejaba.

En un momento de pánico se me ocurrió que podría pasar junto a mi automóvil y reconocerlo. Corrí por el sendero y al llegar al camino me sentí aliviada porque ella había pasado en dirección contraria adonde yo había estacionado.

Desaceleré el paso y luego conduje pensativamente hasta llegar a casa.

¿Por qué, me preguntaba, Rachel Bective visita al muchacho que era obviamente un Pendorric?

* * *

Deborah, con Hyson y Carrie, volvieron a Pendorric pocos días más tarde. Me pareció que la niña estaba pálida y que las vacaciones no le había hecho mucho bien.

—Extraña a Lowella —me dijo Morwenna—. Nunca son felices cuando se separan aunque pelean todo el tiempo cuando están juntas.

—Cuando se es melliza uno entiende esas cosas —dijo Deborah—. Nosotras lo entendemos, ¿verdad, Morwenna?

—Sí, creo que sí —replicó Morwenna—, Roc y yo siempre estábamos muy juntos aunque rara vez peleábamos.

—Roc nunca se tomaba el trabajo de pelear con nadie —murmuró Deborah. Luego se volvió hacia mí—. Mi querida, no se te ve tan bien como me gustaría. Tendrías que haber venido con nosotras. El aire de Dartmoor te hubiera hecho muchísimo bien.

—Tonterías —rió Morwenna—. Seguramente que no es tan bueno como nuestro aire de mar.

—Un cambio le hace bien a todo el mundo.

—Me alegra mucho que haya vuelto —dije a Deborah—. La he echado de menos.

—Ven conmigo —dijo complacida—. Te he traído un pequeño regalo de casa.

—¡Para mí! ¡Qué amable de su parte!

—Es algo que quiero mucho.

—En ese caso no debería aceptarlo.

—Está claro que debes aceptar, querida. ¿Qué gracia tendría darte algo que quisiera quitarme de encima?

Ella deslizó su brazo por debajo del mío y yo pensé: quizás podría preguntarle a Deborah. No así de golpe, por cierto. Pero tal vez indirectamente. Después de todo, ella debería saber lo que esta sucediendo mejor que la mayoría de los demás.

Subimos a su habitación, donde Carrie estaba vaciando las maletas.

—Carrie —llamó Deborah—, ¿dónde está el pequeño regalo que traje para la señora Pendorric?

—Aquí —dijo Carrie sin mirarme.

—Carrie odia dejar su amado Dartmoor —me susurró Deborah.

Me alcanzó un pequeño objeto envuelto en papel de seda. Lo abrí y, aunque se trataba de una de las cosas más exquisitas que he visto, me quedé helada. En un marco incrustado de jade y topacio había una miniatura muy delicada de una jovencita; el pelo le caía sobre los hombros, sus ojos eran serenos.

—Barbarina —murmuré.

Deborah miraba arrobada el hermoso rostro.

—Sé cuan interesada has estado siempre en ella y pensé que te gustaría tenerlo.

—Es algo muy hermoso. Debe ser muy valioso.

—Qué suerte que te guste.

—¿Hay uno de usted? Me gustaría más tener ése.

Evidentemente mis palabras le agradaron porque de pronto se la vio muy hermosa.

—Los pintores siempre querían pintar a Barbarina —dijo—. Papá invitaba a muchos pintores a casa. A él le interesaba el arte. Y ellos solían decir: «Debemos pintar a las mellizas; y comenzaremos por Barbarina». A veces lo hacían; y cuando llegaban a mí, se olvidaban. Te lo dije, ¿no es verdad? Ella tenía algo que a mí me faltaba. Atraía a todos, y como yo era tan parecida a ella, me veía como una sombra más pálida… un duplicado, podríamos decir, un tanto borroso, mucho menos atractivo.

—Usted sabe que siempre se desvaloriza, Deborah —le dije—. Estoy segura de que era tan atractiva como ella.

¡Oh, Favel, qué encantadora eres! Le estoy muy agradecida a Roc por haberte encontrado y haberte traído con nosotros.

—Soy yo la que debería estar agradecida. Todos han sido muy buenos conmigo, particularmente usted.

—¿Yo? ¡Aburriéndote con mis viejas fotografías y mi charla sobre el pasado!

—Me ha parecido enormemente interesante. Quiero preguntarle muchas cosas.

—¿Y qué te lo impide? Ven y siéntate junto a la ventana. Oh, qué bueno es estar de vuelta. Me encanta Dartmoor, pero el mar es quizá más interesante. Es imprevisible.

—Debe haber extrañado Dartmoor cuando Roc y Morwenna eran pequeños y usted debía cuidarlos.

—A veces, pero cuando ellos se iban a la escuela yo solía marchar a Devonshire.

—¿Ellos iban a Devon durante las vacaciones?

—Casi siempre estaban en Pendorric. Después, Morwenna comenzó a traer a Rachel para las vacaciones, y parecía natural que vinieran con nosotros todas las veces. Morwenna estaba muy unida a ella por alguna razón. Y ella no era en realidad una criatura simpática. Una vez encerró a Morwenna en la bóveda. ¡Simplemente por placer! Tú podrás comprender lo aterrorizada que estaba la pobre Morwenna. Poco después que sucedió eso, ella tuvo una pesadilla y cuando fui a calmarla me lo contó. Pero ello no alteró para nada su amistad, y cuando Roc y Morwenna fueron a Francia, Rachel fue con ellos.

—¿Cuándo sucedió eso?

—Fue cuando ya eran más grandes. Debían tener unos dieciocho años. Yo siempre tuve la esperanza de que Morwenna dejara esa amistad, pero nunca lo hizo. Y en esa época los tres se hicieron muy amigos.

—Cuando tenían alrededor de dieciocho años…

—Sí. Morwenna estaba ansiosa por ir a Francia. Ella quería mejorar su acento, y dijo que le gustaría ir por unos dos meses. Había concluido su internado inglés y yo pensaba que podría asistir a un colegio en el extranjero; pero ella dijo que le sería mucho más conveniente quedarse en alguna pensión donde aprendería el idioma mezclándose con la gente.

—Y Morwenna se fue a Francia dos meses.

—Rachel fue con ella. También fue Roc, por un tiempo. En ese momento me alarmé un poco. Roc estaba tanto con ellas que comencé a temer que él y Rachel…

—¿No le hubiera parecido bien?

—Mi querida, tal vez esté siendo un poco maligna, pero realmente no me hubiera gustado ver a Rachel como el ama de Pendorric. No tiene el… encanto. Oh, sí, es educada, pero hay algo en ella que no me gusta… algo que no me la hace del todo fiable. Esto es estrictamente entre tú y yo; no se lo diría a ninguna otra persona.

—Creo que entiendo lo que quiere decir.

—Es demasiado suspicaz. Uno tiene la idea de que siempre está esperando la mejor oportunidad. Espero que sea mi estúpida imaginación, pero puedo decirte que pasé grandes preocupaciones entonces, porque Roc estaba muy ansioso de ver a las chicas establecidas en la pensión confortablemente. Él, además, se quedó ahí durante un tiempo y venía y volvía a ir, y cada vez que lo hacía yo estaba aterrorizada de que me anunciara su intención de formalizar sus relaciones. Afortunadamente todo pasó.

—Eso fue hace mucho tiempo —dije.

Deborah asintió con la cabeza.

Mientras tanto yo pensaba: ellos tenían dieciocho años, y el chico podría tener unos catorce años ahora. Roc tiene treinta y dos.

A menudo yo había sentido que Rachel tenía un cierto poder sobre los Pendorric. Ella daba esa impresión. Era como una persona con una pena en el corazón y a la vez había algo de truculento en torno a ella. Era como si constantemente dejara implícito: ¡trátenme como un miembro de la familia o si no…!

¡Y ella visitaba al chico que vivía con Louisa Sellick!

—Supongo que en esa época su padre estaría muerto… quiero decir el de Roc y Morwenna.

—Ellos tendrían unos once años cuando él murió. Fue seis años después que Barbarina…

De modo que el niño no era de él, pensé. Oh, Roc, ¿por qué me ocultas esos secretos? No hay necesidad.

Tuve el impulso de hablar con Roc a la primera oportunidad, exponerle mis conjeturas.

Cuando fui a mi habitación, puse la miniatura sobre la repisa de la chimenea y me quedé algunos minutos mirando los ojos serenos ahí pintados.

Después decidí aguardar un poco más; tratar de averiguar más sobre la naturaleza de esta trama en la que me estaba enredando.

En medio de esta incertidumbre Mabel Clement ofreció una fiesta. Cuando Roc y yo fuimos estábamos un poco apaciguados. Yo me sentía algo apesadumbrada por los pensamientos acerca del muchacho que vivía en el páramo y las conjeturas sobre qué papel había desempeñado Roc para traerlo al mundo. Deseaba hablar con Roc, y sin embargo temía hacerlo. En verdad, temía enfrentarme al hecho de que podría no decirme la verdad. Estaba patéticamente ansiosa de que no me mintiera, y al mismo tiempo, trataba desesperadamente de mantener intacta la maravillosa felicidad que había conocido.

Roc decía que mi aventura en la cripta me había descentrado un poco, naturalmente, y que necesitaría tiempo para recuperarme.

Me trataba con dulzura, y me recordaba aquellos días que siguieron a la muerte de mi padre.

Mabel, con un par de aros colgantes que se balanceaban, era una magnífica anfitriona y había un aire de informalidad en la fiesta. Varios de los pintores locales se hallaban presentes, pues nuestro distrito, por su panorama, se había convertido en una colonia de artistas. Me sentí agradecida cuando uno de ellos mencionó a mi padre, y habló con admiración sobre su obra.

Desde el otro extremo de la habitación me llegaba la risa de Roc y vi que era el centro de un grupo, fundamentalmente integrado por mujeres. Él parecía estar entreteniéndolas, y yo hubiera querido estar con ellas. Cuánto deseaba yo que no cupieran dudas sobre nosotros y que yo pudiera escapar de mis temores hacia esa felicidad completa y no adulterada que nada en la tierra, excepto Roc, podía darme.

—Aquí hay alguien que quiere saludarte —dijo Mabel a mi lado y junto a ella estaba un joven. Lo miré durante algunos segundos antes de reconocerlo.

—John Poldree, ¿me recuerda? —dijo.

—Por supuesto, el baile…

Mabel le dio un pequeño empujoncito hacía mí y luego desapareció.

—Fue un baile magnífico —prosiguió él.

—Me alegro de que lo pasara bien.

—Y fue muy triste que… Yo asentí.

—Hubo algo que quería decirle, señora Pendorric. Aunque no creo que ahora tenga mayor importancia.

—¿Sí?

—Algo, señora Pendorric, acerca de la enfermera.

—¿La enfermera Grey?

—Sí. Dónde la había visto antes.

—¿Y lo recuerda ahora?

—Sí. Salió algo en un diario. Más tarde lo recordé. Era en Genova, donde yo estaba en ese momento. Allí se hallaban fácilmente diarios ingleses. Después que recordé la fecha me fijé en los números atrasados y ahí estaba. Enfermera Althea Stoner Grey. Enfermera Stoner Grey se llamaba. Si hubiera oído el doble apellido lo hubiera recordado. Pero no podía engañarme su cara. Rara vez se encuentra una cara tan perfecta como la suya.

—¿Y de qué se trataba?

—Me temo que cometí un error de apreciación. Se me había metido en la cabeza que ella había cometido algún acto criminal. Espero no haberle transmitido esa impresión. De todos modos, no era algo muy agradable. Tuvo suerte de llamarse así. Pudo dejar caer la primera parte y parecer una persona diferente. Después de todo, Grey es un nombre bastante común. Junto con Stoner no lo es en absoluto. Ella perdió el juicio.

—¿Qué clase de juicio era?

—Había estado cuidando a un señor anciano y él le había dejado dinero. Su mujer, repudiada, protestó el testamento. Eran solo unos cuantos párrafos y uno ve cuan dislocados pueden ser esos informes periodísticos.

—¿Cuándo sucedió todo eso?

—Hace más o menos unos seis años.

—Supongo que debe de haber tenido un par de casos más antes de llegar a mi abuelo.

—No cabe la menor duda.

—Pues debe haberle traído buenas referencias a mi abuelo, me imagino. Era de ese tipo de personas que no la hubiera empleado sin estar seguro.

—Bueno, eso no resultaría difícil para una mujer como ella. Tiene una forma especial de imponerse a la gente. Pude observarlo inmediatamente. Yo diría que sabe hacer las cosas.

—Yo también.

—Desde que resolví el misterio —dijo él— quería contárselo. Espero que se halle lejos ahora.

—No, está viviendo bastante cerca de nosotros, en un cottage alquilado, donde pasa unas vacaciones durante un tiempo. Mi abuelo le dejó un pequeño legado, de modo que quizá sienta que puede costearse ese descanso.

—Enfermera privada, debe de ser un trabajo bastante productivo, siempre que se tenga el buen ojo de elegir pacientes ricos.

—Desde luego, pero no se puede estar seguro de que se morirán en el momento oportuno y que dejarán un legado.

—Una mujer inteligente… —dijo alzando los hombros—, supongo que es de las que elegirá con cuidado. —Había tomado entre sus manos una pieza de cerámica de las que había por el estudio—. Es bueno esto —dijo.

Y para él el tema había concluido; pero no para mí. No podía quitarme de la mente a la señorita Grey, y cuando pensaba en ella, la relacionaba con Roc.

* * *

En el camino de vuelta a Pendorric yo iba muy callada.

Advertí un cambio en Morwenna; había días en que daba la impresión de andar sonámbula. Sus sueños parecían agradables, pues a veces su expresión era casi venturosa. También estaba distraída, y en una o dos oportunidades yo le había hablado y ella no me había respondido.

Una noche subió a nuestra habitación mientras nos estábamos cambiando para la cena.

—Hay algo que quiero deciros.

—Somos todo oídos —dijo Roc.

Ella se sentó y durante algunos segundos no dijo nada. Roc me miró y sus cejas se levantaron.

—No quería deciros nada hasta que no estuviera segura completamente.

—El suspense se está haciendo insoportable —comentó con ligereza Roc.

—Se lo he dicho a Charles y quería decíroslo a vosotros dos antes de que se supiera.

—¿Es que pronto oiremos pisadas de pequeños pies en las nurseries de Pendorric? —preguntó Roc, mientras ella se ponía de pie.

—¡Oh, Roc…! —exclamó y se arrojó en sus brazos. Él la apretó y luego comenzó a bailar con ella por la habitación. Se detuvo en seco con exagerado cuidado—. Ah, ahora tendremos que cuidarte mucho, ¿no? —La soltó y, poniéndole la mano sobre el hombro, le besó solemnemente la mejilla—. Wenna —dijo él, volviendo al apodo de la niñez—, estoy feliz. Es maravilloso. Bendita seas.

Había verdadera emoción en su voz y me conmovió.

—Yo sabía que te alegrarías.

Me sentía como segregada de la alegría de ellos, y advertí cuan unidos estaban, porque Morwenna parecía haberse olvidado de mi existencia. Yo sabía que cuando ella había dicho que quería decírnoslo primero, había querido expresar que deseaba comunicárselo a Roc. Naturalmente, ellos eran mellizos, y realmente el vínculo entre los mellizos era muy fuerte.

De pronto parecieron acordarse de mí, y Morwenna inmediatamente me incluyó en el cuadro.

—Creerás que estamos locos, Favel.

—No, desde luego que no. Creo que es una magnífica noticia. ¡Felicidades!

—¡Si supierais! —murmuró ella juntando las manos.

—Rogaremos porque sea un niño —dijo Roc.

—Esta vez tiene que ser un niño… tiene que ser.

—¿Y qué dice el viejo Charles?

—¡Y qué os parece! Está encantado. Ya le está buscando nombres.

—Hay que asegurarse que sea un buen nombre antiguo de Cornwall, pero basta de Petrocs por un tiempo en este lugar.

—Después de todos estos años —murmuró Morwenna—. Realmente parece maravilloso. Además nosotros siempre quisimos un niño…

Todos bajamos juntos a comer y después de la comida Roc propuso un brindis para la futura madre, y todos estuvimos muy contentos y charlatanes.

Al día siguiente tuve un conversación con Morwenna, quien al parecer, se había vuelto más comunicativa. Me gustaba su nueva serenidad.

Me dijo que llevaba tres meses de embarazo y que había comenzado a planear la habitación del niño. Estaba tan segura de que sería un niño que yo me inquieté algo por ella, porque me di cuenta de cuan grande sería su desilusión si llegaba a ser una niña.

—Tú probablemente consideras que me estoy comportando como una jovencita que va a tener su primer niño —dijo ella riendo—. Bueno, así es como me siento. Charles deseaba tanto un niño… y yo también, y siempre he sentido que lo había defraudado al no tener uno.

—Estoy segura de que él no lo sentía así.

—Charles es un hombre tan bueno que nunca mostraría resentimiento. Pero sé que deseaba un niño. Deberé tener cuidado de que nada marche mal esta vez. Hace cinco años cometí un exceso y estuve muy mal, y el doctor Elgin, que estaba aquí antes de que viniera Andrew Clement, dijo que no debería hacer más intentos… o por lo menos que dejara pasar tiempo. De modo que imagínate cómo nos sentimos.

—Bueno, debes tomar todas las precauciones.

—Por supuesto, se puede hacer. Algunos creen que se debe continuar con la vida tan normal como sea posible durante la mayor parte del tiempo.

—Estoy segura de que estarás muy bien; pero, supongamos que fuera una niña…

Se le ensombreció la cara.

—La amarías lo mismo —le aseguré—. Siempre pasa eso.

—La amaría, pero no sería lo mismo. Deseo tanto un niño, Favel. Tú no sabes cuánto lo deseo.

—¿Qué nombre has decidido ponerle?

—Charles insiste en que, si es un niño, lo llamaremos Ennis. Es un nombre que se le ha dado a muchísimos Pendorric. Si tú y Roc tenéis un niño lo llamaréis Petroc. Ésa es la costumbre para el hijo mayor del hijo mayor. Pero Ennis es un nombre tan propio de Cornwall como Petroc. Tiene encanto, ¿verdad?

—Ennis —repetí.

Ella sonreía y la intensidad de su expresión me perturbaba.

—Seguro que le pondremos Ennis —continuó.

Dirigí mi atención al libro de bebés que tenía sobre la falda y expresé más interés en él de lo que en realidad sentía.

De modo que hasta las novedades de Morwenna contribuían a mi inquietud. Ennis era un nombre de tradición familiar y el niño del páramo tenía el nombre tanto como el aspecto; Morwenna se había llevado a Rachel y Roc había estado a mano para ayudarlas en los arreglos; las había visitado durante la permanencia de ellas en el exterior, y Deborah había temido que Roc se casara con Rachel.

Yo creí que controlaba mis sospechas, pero no se las podía ocultar a Roc.

Un día él anunció que me llevaría a pasar el día fuera. No era cuestión de creer que conocía Cornwall sólo porque había estado en nuestro pequeño rincón. Él me llevaría más lejos.

Había una niebla otoñal en el aire cuando partimos de Pendorric en el Daimler, pero Roc me aseguró que se trataba del encanto de la mañana; el sol aparecería en un momento; y tenía razón.

Fuimos hasta el páramo y luego doblamos hacia el norte y nos detuvimos en un hotel del campo para almorzar.

Habíamos concluido de comer cuando me di cuenta de que Roc me había sacado para que habláramos seriamente.

—Muy bien —dijo él llenándome el vaso con Chablis—, bebamos y veamos cómo es el asunto.

—¿Qué asunto?

—El que tienes en la mente.

—¿En la mente?

—Querida, hacerte la inocente en este caso no te queda bien. Tú sabes perfectamente bien lo que quiero decir. Desde hace más o menos una semana me estás mirando como si yo fuera Barba Azul y tú fueras mi novena esposa.

—Bueno, Roc —le repliqué—, aunque tú eres mi esposo y hace unos cuantos meses que estamos casados, no siempre siento que te conozco muy bien.

—¿Soy una de esas personas que no ganan a través del conocimiento?

Como de costumbre me hacía entrar en su clima; y yo ya estaba comenzando a sentirme alegre y a pensar que mis sospechas eran tonterías.

—Sigues siendo… misterioso —le dije.

—Y es hora de que comiences a despejar las incógnitas que has acumulado.

—Como tú eres mi esposo no creo que deba haber secretos entre nosotros.

Me dirigió esa sonrisa que me desarmaba y que siempre me conmovía profundamente.

—Pienso lo mismo que tú. Pero ya sé lo que te está inquietando. Has descubierto que antes de conocerte a ti no era un monje. Tienes razón. Pero no necesitas los detalles de cada pecadito, ¿no es verdad?

—No —le dije—, no de todos. Solo de los importantes.

—Pero cuando te encontré a ti me di cuenta de que nada de lo que me había ocurrido antes tenía la más leve importancia.

—¿Y no has retomado tu antiguo estilo de vida desde que te casaste conmigo?

—Te aseguro que te he sido fiel de pensamiento y obra. ¡Ya está! ¿Satisfecha?

—Sí, pero…

—¿Entonces no lo estás?

—Hay gente que parece considerarte de un cierto modo y yo me preguntaba si se darán cuenta de que cualquier relación que haya existido antes ahora es… simple amistad.

—Ya sé. Estás pensando en Althea.

—¿Qué pasó con ella?

—Cuando ella llegó a cuidar a tu abuelo pensé que era la mujer más hermosa que había conocido jamás.

Nos hicimos amigos. La familia siempre me estaba urgiendo para que me casara. Morwenna se había casado hacía años y todos parecían considerar que era mi deber hacerlo, pero yo nunca había sentido que quisiera establecerme con una mujer definitivamente.

—¿Hasta que encontraste a Althea Grey?

—En realidad, no había llegado a esa conclusión. Pero, digamos que la idea me pasó por la cabeza como una posibilidad.

—Y luego mi abuelo te pidió que vinieras a echarme una mirada, y pensaste que yo era una pareja mejor.

—Eso suena un poco como de tu abuelo. No era una cuestión de «propuesta»; había decidido que no quería casarme con Althea Grey, antes de que tu abuelo sugiriera que debía ir a echarte una mirada. Y cuando te vi, sucedió. Es simplemente así. De ahí en adelante fuiste la única.

—A Althea no le habrá gustado mucho.

Se alzó de hombros para decir:

—Hacen falta dos para hacer un matrimonio.

—Comienzo a comprender. Seguramente llegaste a estar muy próximo al compromiso con Althea Grey antes de cambiar de idea. ¿Y qué pasó con Dinah Bond?

—No sé. Ella ha contribuido a la educación sentimental de la mayoría de los chicos del distrito.

—Comprendo, ¿nada serio?

—Absolutamente no.

—¿Y Rachel Bective?

—¡Jamás! —dijo casi con indignación. Llenó mi copa—. ¿Concluido el catecismo? —preguntó—. Favel, estoy empezando a preguntarme si no serás un tanto celosa.

—No creo ser celosa… sin motivos.

—Bueno, ahora sabes que no hay motivos.

—Roc… —vacilé, y él me estimuló para que prosiguiera—. Ese chico que vi en Bedivere House…

—¿Sí?

—Es tan parecido a los Pendorric.

—Lo sé, me lo has dicho con anterioridad. Te estás imaginando que es la prueba viviente de mi pecaminoso pasado, ¡Favel!

—Bueno, me ha intrigado saber quién es.

—¿Sabes qué pasa, mi querida? No tienes bastante que hacer. Al final de la semana quiero ir a una de las propiedades de la costa norte. Ven conmigo. Estaremos fuera un par de noches.

—Será estupendo.

—¿Tienes algo más en la mente? —preguntó.

—Hay muchas cosas que no están claras. En efecto, cuando recuerdo la primera vez que te vi… me parece que ahí fue donde todo comenzó a cambiar.

—Bueno, es obvio, las cosas no podían continuar iguales para ninguno de los dos después de conocernos. Nos sentimos emocionados…

—No, Roc. No quise decir eso. Incluso mi padre parecía cambiado.

De pronto, él se puso muy serio; y luego pareció tomar una decisión.

—Hay ciertas cosas que tú no sabías acerca de tu padre, Favel.

—¿Cosas que yo no sabía?

—Cosas que te ocultó.

—No me ocultaba nada. Siempre confiaba en mí. Estábamos tan unidos… mi madre, él y yo.

—Al principio —dijo él sacudiendo la cabeza—, querida, no te dijo que había escrito a tu abuelo.

Tuve que aceptar que eso era así.

—¿Por qué crees que le escribió a tu abuelo?

—Porque pensó que había llegado el tiempo oportuno para conocernos, supongo.

—¿Por qué habría de pensarlo cuando durante diecinueve años no lo consideró necesario? No quise decírtelo, Favel. En realidad había decidido no hacerlo… durante años. Esperaría hasta que tuvieras cincuenta años y fueras una encantadora abuela con pequeñuelos jugando sobre tus rodillas. Entonces te iba a parecer todo demasiado lejano para que fuera doloroso. Pero he llegado a la conclusión… en la última media hora… de que no tiene que haber secretos entre nosotros.

—Estoy segura de ello. Por favor, dime lo que sepas acerca de mi padre.

—Le escribió a tu abuelo porque estaba enfermo.

—¿Enfermo? ¿En qué sentido?

—Se había contagiado la enfermedad de tu madre por estar constantemente con ella. Ella no quería apartarse de él, ni él de ella. Pretendían que nada pasaba. De modo que permanecieron juntos y él fue su único enfermero hasta que ella estuvo muy mal. Me dijo que si se hubiera internado en un hospital habría vivido algo más. Pero ella no quería vivir de esa forma.

—Y él tampoco… pero nunca me lo dijeron.

—No quería que tú lo supieras. Estaba muy ansioso por ti. De modo que le escribió a tu abuelo contándole de tu existencia. Él esperaba que tu abuelo te pidiera que fueras a Cornwall. Entonces, se hubiera quedado en Capri; y cuando estuviera muy enfermo tú no hubieras estado ahí.

—Pero hubiera podido recibir atención médica. Podría haberse internado en un sanatorio.

—Eso fue lo que le dije. Eso fue lo que creía que haría.

—¿Te dijo todo eso a ti… y no a su propia hija?

—Mi querida, las circunstancias eran extraordinarias. Él sabía acerca de mí, y en cuanto llegué al estudio supo por qué había venido. Hubiera sido demasiada coincidencia que un Pendorric llegara sólo un mes o dos después de que él había enviado su carta a Polhorgan. Además conocía los métodos de tu abuelo. De modo que se dio cuenta enseguida de que me habían enviado para observar lo que sucedía.

—Tú se lo dijiste, supongo.

—Lord Polhorgan me había pedido que no lo hiciera, pero era imposible ocultarle algo a tu padre. Sin embargo, acordamos no decirte nada a ti, y que yo le escribiera y le contara lo que había visto. Luego, presumiblemente, él le escribiría a su nieta y la invitaría a Inglaterra. Eso era lo que esperaba tu padre que sucediera. Pero, como tú sabes, nos conocimos… y eso fue suficiente para nosotros.

—Y durante todo ese tiempo él estaba enfermo…

—Él sabía que estaba a punto de estar muy enfermo. De modo que se sintió feliz cuando dijimos que nos casaríamos.

—¿No crees que se inquietó un poco por ello?

—¿Por qué habría de inquietarse?

—Tú sabías que yo era la nieta de un millonario.

—No olvides que él conocía un poco a tu abuelo —rió Roc—. El hecho de que fueras su nieta no quería decir que heredarías su fortuna. Podría haber sentido gran antipatía por ti, y por mí como su nieto político, en cuyo caso no te hubiera dejado un céntimo. No, tu padre estaba encantado. Sabía que te cuidaría; y creo que se sentía más feliz de saberte a mi cuidado que al de tu abuelo.

—Creí que podría estar preocupado por algo… justamente antes de morir. Me pareció que estaba ansioso… por nosotros. ¿Qué sucedió realmente el día que fuisteis a bañaros?

—Favel, yo creo que sé por qué murió tu padre.

—¿Por qué… murió?

—Porque ya no tenía deseos de vivir.

—¿Quieres decir…?

—Creo que quiso abreviar la cosa, y encontró la forma. Fuimos juntos a la playa. Se estaba haciendo tarde, tú lo recuerdas. Había poca gente por el lugar; todos estaban almorzando con las persianas bajas; pronto estarían sumergidos en la siesta. Cuando llegamos a la playa me dijo: «Tú tienes muchas ganas de estar con Favel. —Yo no podía negarlo—. Vuélvete, —me dijo—, déjame, preferiría ir a nadar solo. —Luego me miró muy solemnemente y dijo—: Me alegro de que te hayas casado con ella. Cuídala».

—¿Estás sugiriendo que deliberadamente se lanzó a nadar y que no tenía intención de retornar?

Roc asintió.

—Recordándolo puedo ver ahora que tenía la expresión de un hombre que ha escrito «Fin» a su vida. Todo estaba en orden.

Yo estaba demasiado emocionada para hablar. Podía verlo con gran claridad; aquel día cuando Roc volvió a entrar a la cocina y se sentó a la mesa mirándome, balanceando las piernas, mientras la luz le sonrosaba la punta de las orejas. En ese momento no sabía lo que había sucedido, porque solo después tuve conciencia del significado de ciertas palabras…

* * *

Cuando estaba con Roc yo creía todo lo que él decía; era sólo cuando me quedaba sola cuando volvían a asaltarme las dudas.

¡Si al menos mi padre hubiera confiado en mí! Yo me hubiera preocupado por él, lo hubiera traído a Inglaterra; hubiera tenido la mejor atención. No era necesario que hubiera muerto tan joven.

¿Pero hubiera sido así?

Cuando me quedaba sola me daba cuenta de que la conversación con Roc no había aquietado realmente mis temores; solo los había agravado.

Me fue imposible dejar de sentir que podría hallar alguna solución a mi problema volviendo a la casa cerca de Dozmary Pool, y me hallé pensando constantemente en ello, y también en el chico y en la mujer que vivían ahí. Supongamos que fuera a visitar a Louisa Sellick. ¿Por qué no habría de hacerlo? Podría decirle quién era yo, y que había llegado a mi conocimiento su vinculación con Pendorric. ¿O podría cuestionar la naturaleza de esa vinculación?

Yo había alcanzado a tener un atisbo de ella y me había parecido una persona amable y tolerante. ¿Podría ir hasta ella y decirle que me comparaban constantemente con Barbarina Pendorric y que estaba interesada en todos los que la habían conocido?

No era muy sensato.

Y sin embargo me atormentaba la idea de que debía ir…

Supongamos que pretendiera haberme perdido. No. No quería aparentar nada.

Iría y ya hallaría una razón cuando estuviera allí.

Saqué el pequeño Morris azul, que me había habituado a conducir y que ahora era considerado como mío, y fui hasta el páramo. Ya conocía el camino y pronto pasé la laguna y tomé un camino secundario que conducía a la casa.

Cuando subía aún estaba indecisa sobre lo que debería decir. Lo que realmente quería preguntar era: «¿Quién es el chico que se parece tanto a los Pendorric?». ¿Y cómo podría hacerlo?

Mientras estaba mirando hacia la casa se abrió la puerta del porche de vidrio y salió una mujer. Era una mujer mayor y muy regordeta; evidentemente me había visto desde una ventana y había salido a preguntar qué deseaba.

Bajé del auto y mientras ella se aproximaba le dije:

—Buenos días; mi nombre es Pendorric, señora de Pendorric —comencé.

Ella se quedó sin aliento y sus mejillas sonrosadas se ruborizaron.

—Oh —respondió—, la señora Sellick no está en casa hoy.

—Ah, y usted es…

—Yo soy Polly, la que le hace la limpieza.

—Qué hermosa vista tienen ustedes desde aquí —dije con tono de conversación.

—Como estamos siempre aquí no nos damos mucha cuenta de eso.

—Así que la señora Sellick no está en casa hoy.

—Ella ha ido a llevar al niño de vuelta al colegio. Esta noche no vendrá a dormir. Estará de vuelta mañana.

Noté que la mujer temblaba levemente.

—¿Le pasa algo? —pregunté.

Ella se arrimó más a mí y murmuró:

—No ha venido a llevarse el niño, ¿verdad? Me quedé mirándola con asombro.

—Pase, es mejor —dijo ella—. No podemos conversar aquí.

La seguí a través del césped hasta el porche, y luego pasé al recibidor; ella abrió de par en par la puerta de una agradable sala de estar.

—Pase, siéntese, señora Pendorric. La señora Sellick me diría que le ofrezca algo. ¿Preferiría un café o un poco de mi viejo licor de frambuesa?

—La señora Sellick no sabía que yo vendría. Quizá no debiera quedarme.

—Me gustaría ser yo la que hablara con usted, señora Pendorric. La señora Sellick tendría demasiado orgullo. Ella diría: «Sí… usted debe hacer lo que le parezca…». Y cuando usted se fuera quedaría deshecha. No. A menudo he pensado que me gustaría tener la oportunidad de conversar con usted alguna vez. Parece que esa ocasión ha llegado puesto que usted está aquí y ella no.

—Creo que debe haber un equívoco…

—No hay ningún equívoco, señora Pendorric. Usted viene de Pendorric, y eso es lo que ella siempre temió. A menudo, ella decía: «Entonces no puse condiciones, Polly, y no pondré condiciones ahora». Ella habla de todo conmigo. Yo la conocía desde el comienzo… sabe. Yo vine a trabajar con ella cuando era una recién llegada a Bedivere. Fue entonces cuando él se casó. De modo que hemos pasado juntas muchas cosas.

—Sí, ya veo.

—Bueno, permítame que le sirva un poco de café.

—Preferiría que no. A la señora Sellick podría no gustarle que yo haya venido de esta forma.

—Ella es la criatura más dulce y buena que yo haya conocido nunca, y no me importa decirle a usted que a veces la he considerado demasiado, demasiado buena. A los que son como ella siempre los pisotean. Pero no podría soportar que así fuera. No dos veces en la vida… primero perderlo a él y luego al niño. Sería demasiado. Lo ha tenido desde que cumplió tres semanas. Fue otra mujer desde que el señor Roc se lo trajo.

—¡El señor Roc…!

Ella asintió.

—Recuerdo bien aquel día. Estaba oscureciendo. Supongo que habrían esperado a que así sucediera. Vinieron directamente desde el extranjero… El señor Roc conducía el coche y la joven estaba con él… era una niña, aunque no la vi muy bien. Llevaba un sombrero echado sobre los ojos… no quería que la vieran. Ella llevó al niño adentro, y se lo puso en los brazos a la señora Sellick; luego corrió de vuelta al coche y dejó que el señor Roc llevara toda la conversación.

«¡Rachel! —pensé».

—Ella se sentía culpable. Había amado al padre del señor Roc y creyó que él se casaría con ella. Así lo hubiera hecho, se decía, pero los Pendorric necesitaban dinero en la familia de manera que se casó con esa señorita Hyson. Nunca abandonó a Louisa, aunque también hubo otras, pero ella era la única que tenía importancia, y cuando su esposa murió, él le pidió que se casara con él, pero ella no quiso por algunas razones. Ella consideraba que, puesto que su esposa había muerto en la forma en que murió no sería correcto. Después él estuvo mucho tiempo ausente del lugar, pero cuando volvía siempre veía a Louisa. Nadie podía ser para él lo que ella era. Usted es ahora una Pendorric y ha oído hablar de todo esto, de modo que no es necesario que yo lo repita. Cuando él murió ella quedó deshecha. Siempre había querido tener un hijo de él… aunque hubiera sido ilegítimo. Se interesó mucho por los mellizos, que eran la piel de Judas. Se enteraron de lo de su padre y de esta casa y vinieron una vez a echarle una mirada a Louisa. Eso ocurrió después que él había muerto; y ella los hizo pasar y les sirvió té. Después ellos venían de vez en cuando. La señora les dijo que si alguna vez se encontraban en dificultades… y ellos eran del tipo de gente que bien puede llegar a estar en dificultades… Ahora se han aquietado un poco, pero era muy distintos de jovencitos. Siempre que pudo hacerlo, los ayudó. Bueno, después recibió esa carta del señor Roc. Dificultades; muy bien. Había un niño en camino… ¿podía ayudar?

—Ya veo.

—Desde luego que ella podía ayudar, quería ayudar. De modo que tomó al pequeño Ennis, y ha sido una madre para él desde entonces. Fue como empezar otra vez. Comenzó a ser feliz nuevamente cuando el pequeño llegó a esta casa. Pero nunca dejó de temer. Había crecido muy hermoso, y no era de ella. No iba a aceptar que le dieran dinero por lo que había hecho; no puso condiciones, ¿sabe? De modo que siempre temió que un día el señor Roc viniera y reclamara al niño. Cuando se enteró de que se había casado estuvo segura de que iba a querer al niño… ha vivido atemorizada, se lo aseguro. Y se lo estoy diciendo porque quiero que usted comprenda.

—¿Él viene a ver al niño?

—Sí; viene de vez en cuando. Lo quiere con locura, y el niño también a él.

—Me alegro de que no lo haya dejado totalmente.

—No, ni hablar de eso. Pero es desconcertante. Los Pendorric nunca se mostraron muy temerosos del escándalo. El padre venía a ver a Louisa. No lo mantuvo tan en secreto como algunos pensaban que lo haría. Pero se me ocurre que en este caso sería porque el señor Roc era muy joven. No tenía más de dieciocho años y Louisa le aconsejó que no lo hiciera saber… por el bien del niño. A él se lo conoce como Ennis Sellick y cree que Louisa es su tía. —Se interrumpió y me miró implorante—. Por favor señora Pendorric, usted parece buena… por favor, comprenda que hace casi catorce años que él está aquí. No se lo puede llevar ahora.

—No debe inquietarse por ello —le dije—. No tenemos ninguna intención de llevárnoslo.

Ella se distendió y sonrió feliz.

—Bueno, cuando usted se anunció…

—Lamento haberla asustado. En realidad fue un error por mi parte venir. Lo hice por pura curiosidad. Había oído hablar de la señora Sellick y quería conocerla. Eso era todo.

—¿Y usted no se llevará el niño?

—Por supuesto que no. Sería demasiado cruel.

—Demasiado cruel —repitió ella—. Oh, gracias, señora Pendorric. Nos quita un peso de encima. ¿Ahora no me permitirá que le sirva una taza de café? A la señora Sellick no le gustaría que se fuera sin…

Acepté la invitación. Sentí que lo necesitaba. Mientras Polly estaba en la cocina yo pensaba: ¿cómo puedo volver a confiar en él? Si pudo engañarme con respecto al niño, pudo hacerlo sobre otras cosas. ¿Por qué no me lo dijo? Hubiera sido mucho más fácil.

Polly volvió con el café; estaba muy feliz ahora; por lo menos mi visita había hecho mucho bien para devolverles la tranquilidad. Me contó cómo ella y Louisa habían llegado a amar el páramo, y cuan difícil era cultivar el jardín en un terreno que era tan pedregoso.

—El páramo no es una tierra muy fértil, señora Pendorric, se lo aseguro —me estaba diciendo, cuando oí un automóvil que se detenía ante la puerta de entrada a la casa.

—No puede ser que haya vuelto la señora Sellick tan pronto —dijo Polly levantándose y yendo hasta la ventana.

Sus siguientes palabras me hicieron un nudo en la garganta:

—Oh, es el señor Pendorric —dijo—. Supongo que creería que no se iban hasta mañana.

Me puse de pie. Me temblaban tanto las rodillas que creía que me caería cuando oí la voz de Roc.

—Polly, vi el coche fuera. ¿Quién está aquí?

—Oh, ha venido usted hoy, señor Pendorric —respondió Polly alegremente—. Bueno, la señora Sellick pensó que era mejor tomarse dos días para conducir, puesto que es tan lejos. Se quedarán en Londres y luego seguirán hasta el colegio mañana. Supongo que usted interpretó que se irían de aquí mañana.

Él atravesaba el porche con paredes de vidrio y avanzaba hasta la sala de estar con el paso seguro del que conoce bien el camino.

Abrió la puerta y se quedó mirándome.

—¡Tú! —dijo. Después se le ensombreció la expresión. Nunca lo había visto tan enojado.

Nos quedamos mirándonos y creo que él sintió hacia mí lo mismo que yo sentí hacia él: que nos habíamos convertido en extraños.

—La señora Pendorric —dijo Polly entrando a la habitación— me estaba diciendo que no querrán llevarse al niño…

—¿Ah, sí? —dijo él y sus ojos se tornaron oscuros como azabache.

—Me siento aliviada. No porque pensara que usted lo haría señor Roc. Ha sido muy bonito conocer a su esposa.

—Es indudable que sí —respondió Roc—. Tendrías que haber aguardado, querida, hasta que yo te trajera.

Su voz sonaba tan fría como nunca lo había sido cuando se dirigía a mí.

—Y has venido hoy, sin que ninguno de los dos lo supiéramos y ahora tenemos dos coches fuera. ¡Bueno, qué día!

—Le calentaré el café, señor Roc.

—Oh, no, Polly. Vine a ver al muchacho antes de que se fuera al colegio, pero he llegado demasiado tarde. Bueno, no importa, he hallado a mi esposa, en cambio.

—Lamento que la señora Sellick no se lo haya comunicado —dijo Polly riendo. Pero, como usted sabe, ella nunca llama por teléfono a la casa.

—Ya lo sé —respondió Roc, y se volvió hacia mí—. ¿Estás lista para volver?

—Sí —dije—. Gracias Polly por el café.

—Ha sido un placer —dijo Polly.

Ella permaneció en la puerta, sonriendo, mientras nosotros volvíamos a nuestros coches. Roc subió al suyo, y yo al mío. Partí y él me siguió.

Cerca del puente donde se dice que el Rey Arturo peleó su última batalla contra Sir Mordred, Roc me adelantó. Luego oí un portazo y vino junto a mí.

—De modo que me mentiste —le dije.

—Y tú consideraste lógico andar metiendo las narices en asuntos que no te incumben.

—Quizás me incumban.

—Estás muy equivocada si así lo crees.

—¿No debería interesarme por el hijo de mi marido?

—Nunca hubiera creído que eras capaz de hacer algo tan mezquino. No tenía idea de que me había casado con una… espía.

—Y yo no puedo entender por qué tenías que mentir; yo lo hubiera comprendido.

—¡Qué amable de tu parte! Eres extremadamente tolerante y generosa, estoy seguro.

—¡Roc!

Me miró con tal frialdad que me alejé de él.

—En realidad no hay nada más que decir. ¿No es verdad?

—Creo que sí. Hay cosas que quiero saber.

—Las averiguarás. Tu sistema de espionaje me parece excelente.

Se volvió a su coche y tomó el camino de Pendorric. Yo le seguí hasta llegar a casa.

* * *

Una vez de vuelta en Pendorric, Roc sólo me dirigía la palabra cuando era necesario. Yo sabía que estaba planeando su viaje hacia la costa del norte. Pero ya no iría con él.

Era imposible ocultar ante los demás que habíamos reñido, porque ninguno de los dos éramos muy buenos para ocultar nuestros sentimientos; y estaba segura de que todos tenían bastante curiosidad.

Los días siguientes me parecieron terriblemente largos, y nunca me había sentido tan desgraciada desde la muerte de mi padre. Dos días después de esa desastrosa visita a Bedivere fui al jardín interior y me senté debajo de la palmera pensativamente, viendo que el verano llegaba a su fin, y con él la felicidad que yo había considerado que me pertenecía.

El sol brillaba, pero podía ver la tela de las arañas sobre los arbustos, y por hermosas que fueran y por mucho que se parecieran a las margaritas de Michaelmas y a los crisantemos, indicaban que el invierno avanzaba. Pero dado que nos hallábamos en Cornwall, las rosas aún florecían, y aunque las hortensias no lo hicieran en gran profusión, aún había algunas que alegraban el patio cubierto.

Una de las mellizas me había visto porque se había asomado y comenzó a caminar desaprensivamente hacia la fuente, tarareando mientras avanzaba.

—Hola —dijo—. Mamá dice que no tenemos que sentarnos en las sillas porque están húmedas. Si lo hacemos nos moriremos, y ¿qué me dices de ti, sentada aquí?

—No me parece que estén verdaderamente húmedas.

—Todo está húmedo. Podrías pescar una neumonía y morirte.

Sabía que ésta era Hyson, y se me ocurrió que a partir de nuestra aventura en la cripta su actitud hacia mí había cambiado; y quizás no solo hacia mí; me parecía que ella misma había cambiado.

—Habría una forma… —dijo pensativamente.

—¿Una forma de morir quieres decir?

Su rostro se ensombreció repentinamente.

—No hables de morir —dijo—. No me hace mucha gracia… que digamos.

—Te estás volviendo hipersensible, Hyson —comenté.

Ella miró pensativamente hacia la ventana este, como si buscara algo.

—¿Esperas a alguien? —le pregunté.

No me respondió. Pasado un momento me dijo:

—Debiste estar muy contenta de que me encontrara en la bóveda contigo, Favel.

—Aunque haya sido un poco egoísta por mi parte, estaba contenta.

Ella se me acercó más y, poniéndome las manos sobre las rodillas, me miró a la cara.

—Yo también estaba contenta de estar ahí —dijo.

—¿Por qué? No era muy agradable, y tú estabas horriblemente asustada.

—Sí —dijo con su extraña sonrisa—, pero éramos dos y eso lo hacía totalmente distinto.

Dio un paso atrás y puso los labios como si fuera a silbar.

—¿Tú sabes silbar, Favel?

—No muy bien.

—Yo tampoco, pero Lowella sí sabe.

Se detuvo y volvió a mirar a la ventana del este.

—Ahí está —dijo.

Era el sonido de un violín.

Me puse de pie tomando a Hyson por la muñeca.

—¿Quién es? —le pregunté.

—Tú lo sabes, ¿no?

—No, no lo sé, pero lo voy a averiguar.

—Es Barbarina.

—Tú sabes que Barbarina está muerta.

—Oh, Favel, no entres ahí. Tú sabes lo que eso significa…

—¡Hyson! ¿Qué es lo que tú sabes? ¿Quién está tocando el violín? ¿Quién nos encerró en la cripta? ¿Tú lo sabes?

Por un momento me pareció advertir la locura en los ojos de la criatura y fue muy desagradable.

—Es Barbarina —murmuró—. Escucha como toca. Nos dice que se está cansando. Quiere decir que no aguardará mucho más.

La sacudí un poco porque podía advertir que estaba bordeando la histeria.

—Voy a ver quién está tocando el violín. Tú, ven conmigo. Las dos juntas vamos a hallar a esa persona.

Ella no quería pero la obligué a acompañarme hasta la puerta del este. Al abrirla, pude escuchar claramente el sonido del violín.

—Ven —le dije, y comenzamos a subir las escaleras. El violín dejó de sonar, pero subimos a la habitación de Barbarina; abrí intempestivamente la puerta. El violín descansaba sobre la silla. La partitura aún estaba en el atril. El cuarto estaba exactamente como la última vez.

Miré a Hyson, pero ella había bajado la vista y miraba fijamente al suelo…

Yo estaba más asustada que nunca, porque nunca me había sentido tan completamente sola. Primero había tenido a mis padres para protegerme, luego —así lo creía— a mi esposo; finalmente, a mi abuelo.

Los había perdido a todos, pues ahora ya no podía confiar en Roc para que me protegiera de un peligro que sentía tan cercano.