Alguien —él o ella— estaba divirtiéndose a mi costa.
Yo había escuchado un violín; había oído el canto. ¿Por qué habría de ser yo la elegida para escuchar estas cosas? Estaba segura de que era por la leyenda y porque yo era la nueva Novia. ¿Acaso mi actitud, mi determinación de no ser afectada por las historias de fantasmas y aparecidos irritaba a alguien? ¿Mi escepticismo constituía un desafío? Eso parecía lo más lógico. Alguien que creía en el fantasma de Pendorric estaba decidido a hacerme cambiar de opinión.
No sabía con quién podía hablar de esto que comenzaba a ocupar demasiado mis pensamientos.
Si se lo mencionaba a Roc, se reiría y me diría que estaba cayendo en el hechizo de Pendorric tal como habían caído todas las novias. Morwenna era siempre cordial pero un tanto distante; en cuanto a Charles, lo veía menos que a todos los demás y no me podía imaginar charlando tranquilamente con él. ¿Las mellizas? Imposible. Lowella era demasiado cabecita loca, y nunca podía estar segura de lo que pensaba Hyson. En realidad, si alguien estaba tratando de atemorizarme, yo me inclinaba a pensar que podría ser Hyson, pues, después de todo, había un elemento de infantilidad en el método.
Nunca me había gustado Rachel Bective, y se me ocurrió que ella podría haber captado mi rechazo, actuar a la recíproca, y estar tratando de hacerme sentir incómoda en mi nuevo hogar.
Al parecer había una sola persona en quien podía confiar. Deborah. Ella era más afectuosa que Morwenna, más inclinada a compartir confidencias, y yo sentía que por ser una mujer de Devonshire era una mujer práctica que consideraba la superstición de forma muy parecida a mí.
Hubo una oportunidad de hablarle cuando fui a su habitación a buscar sus álbumes y nos sentamos ante la ventana en su cuarto de estar, con los libros sobre nuestras rodillas, mientras ella me iba explicando las fotografías. Habían sido dispuestas con cuidado, en orden cronológico, con leyendas debajo de cada una. La mayoría de las primeras eran de Barbarina y su esposo. Había varias de Barbarina y Deborah misma y yo no podía distinguir cuál era una y cuál era la otra.
—Es porque estamos quietas —explicó Deborah—. Ella era mucho más animada que yo; poseía todo el encanto. Pero eso no puede verse en una instantánea.
Había muchas de Roc y Morwenna, y a mí me parecía muy interesante estudiar su pequeño rostro y descubrir en él la sugerencia de sus rasgos actuales.
Luego, di la vuelta a una página y ya no había más fotografías.
—Esa última fue tomada una semana antes de que muriera Barbarina —me dijo Deborah—. Después de eso nunca volví a usar ese tomo. Pensaba en él como el dedicado a Barbarina. No podía ser continuado después de que ella había partido. —Tomó otro álbum y lo abrió. Miré la fotografía de un Roc mayor y de Morwenna—. Pasado un tiempo —continuó Deborah—, la vida comenzó a retomarse siguiendo un nuevo esquema, y yo tomé fotografías una vez más.
Volví la página y me detuve, porque estaba viendo lo que me parecía un grupo integrado por Roc, Morwenna y Barbarina.
—Ésta no pertenece a este libro. —Deborah sonrió.
—Oh, sí, pertenece. Ésa no es Barbarina. Ella murió seis meses antes de que fuera tomada esta fotografía.
—De modo que eres tú. Pero eres exactamente como ella.
—Sí… cuando ella ya no estaba para servir de punto de comparación conmigo, la gente me consideraba más parecida de lo que yo había sido antes. Pero era porque ella no estaba allí. —Dio la vuelta a la página como si no pudiera tolerar mirarla—. Oh, y aquí están Morwenna y Charles. Él era muy joven. Vino a Pendorric cuando tenía más o menos dieciocho años. La idea de Petroc fue prepararlo para que pudiera hacerse cargo, y eso fue lo que hizo. Fíjate en la forma en que lo mira Morwenna. Él era un dios para ella. —Se echó a reír—. Era un tanto divertido contemplar el efecto que él producía en ella. Cada frase que Morwenna decía comenzaba con «Charles dice…». O «Charles hace…». Lo adoró desde el momento en que puso el pie en Pendorric y así fue siempre.
—Son muy felices, ¿verdad?
—A veces yo solía pensar que eran demasiado devotos entre ellos. Recuerdo que una vez bajaron al mercado y se vieron envueltos en una revuelta callejera. Fue sólo un accidente menor, y él debió hospitalizarse menos de una semana, pero Morwenna estaba deshecha. Y entonces yo pensé: «No estás viviendo una vida propia, querida. Estás viviendo la vida de Charles. Todo andará bien en tanto Charles continúe viviendo y amándote. Pero ¿qué sucedería si así no fuera?». Creo que hubiera muerto de tristeza.
—Charles parece muy dedicado a ella.
—Charles será siempre un esposo fiel, pero en sus vida hay otras cosas además del matrimonio. Está muy dedicado a la iglesia, tú lo sabes. Peter Dark dice a menudo que no se imagina qué haría sin él. El padre de Charles era un clérigo, y él fue criado con principios muy rígidos. Es profundamente religioso. En efecto, no me explico cómo no tomó los hábitos. Creo que cultivar la tierra es para él una suerte de religión. En verdad, hizo a Morwenna a su manera de ser. Hubo una época en que estaba tan predispuesta para la malignidad como su hermano. Pero nunca la he visto ponerse en contra de Charles de ninguna forma… excepto, quizá, en una cosa.
Aguardé expectante y Deborah vaciló como si no supiera si debía proseguir o no.
—Quiero decir… su amistad con Rachel Bective.
—Oh, ¿Charles rechaza a Rachel?
—No creo que la rechace definitivamente, pero en una época ella solía traerla a casa para las vacaciones. Le pregunté si no tenía otra amiga que pudiera venir, o si Rachel no tenía su propia casa a donde ir. Recuerdo lo cabeza dura que era Morwenna. «¡Debe venir aquí» dijo, «quiere venir y odia ir a su propia casa!» Charles en realidad no se negó a que la trajera, pero nunca las llevó consigo a cabalgar, y cuando iba a hacer el recorrido por los campos, no las invitaba como lo hacía con Morwenna cuando estaba sola. Pensé que eso sería suficiente para que ella dejara de invitar a Rachel. Pero no fue así.
—¡Y ahora ella vive aquí!
—Solo hasta que las chicas vuelvan de nuevo al colegio. Y entonces supongo que encontrará alguna excusa para quedarse, aunque quizás ahora que tú eres la dueña de la casa…
Deborah suspiró y yo sabía lo que quería decir. La desafortunada Rachel, proveniente de un hogar pobre, había venido a Pendorric, amaba todo lo que había visto y ansiaba convertirlo en suyo. ¿Había creído que ella podría ser la nueva Novia de Pendorric? Roc, evidentemente, se había comportado amistosamente con ella, y yo podía comprender lo fácil que era enamorarse de él. ¿Rachel estaba enamorada de Roc? ¿O lo había estado en algún momento? En ese momento decidí que sí, y que Rachel Bective podría tener muy buenas razones para no desear mi presencia.
—¿Recuerda usted —le pregunté despacio— que me contó que Barbarina hacía de Ofelia y que cantaba una canción tomada de la obra?
Deborah se quedó inmóvil durante unos segundos y yo era consciente de que no me miraba. Asintió.
—Me pareció oír que alguien cantaba esa canción en el ala este. Me pregunté quién podría ser.
El silencio pareció continuar durante largo rato, pero quizá solo fueran algunos segundos. Luego Deborah dijo:
—Supongo que cualquiera podría cantar esa canción.
—Sí, es verdad.
Deborah se volvió para tomar uno de los álbumes que yo no había visto aún: se sentó junto a mí explicándome las fotografías. Evidentemente, a ella no le parecía extraño que yo hubiera escuchado a alguien cantando esa canción.
* * *
Pocos días después, en respuesta a una invitación, llamé a la casa del médico. Era un lugar encantador —de comienzos del siglo diecinueve— rodeado por un jardín con panales de abejas. Mabel Clement era una persona muy ocupada, alta y rubia como su hermano, y llevaba el pelo recogido en una gruesa trenza que le colgaba hasta la mitad de la espalda. Al menos, así se peinaba cuando la conocí; en oportunidades posteriores vi que llevaba su cabello recogido en un moño sobre la nuca, siempre un poco flojo y amenazando aflojarse más; usaba chaquetas, a veces, anudadas en la cintura; calzaba sandalias de rafia, collares de ámbar y aros colgantes.
Se había propuesto que todo el mundo la reconociera como una artista, y ésa parecía ser su debilidad, pues parecía una excelente persona, de fácil acceso y buena anfitriona. Estaba muy orgullosa de su hermano; y él era muy afectuoso y tolerante con ella. Me imagino que en esa casa se servían las comidas a horas inusitadas, pues Mabel admitió que, cuando sentía el ímpetu de pintar o de beber o de hacer jardinería, ella simplemente debía complacerlo.
Me mostraron Tremethick, el horno de las cerámicas y lo que se denominaba el estudio. Pasé una tarde agradable e interesante.
El doctor Clement dijo que me llevaría de vuelta a Pendorric, pero media hora antes de la hora en que yo debía hacerlo recibió una llamada de uno de sus pacientes y tuvo que salir inmediatamente.
En consecuencia, fui caminando a Pendorric sola.
Cuando llegué a la villa no había señales de nadie. Era una de esas tardes tranquilas, de mucho calor y sofocantes. Pasé la hilera de los cottages, y fui en busca de Jesse Pleydell, pero él no estaba ante su puerta. Dudé si hacerle una visita como le había prometido, pero decidí abstenerme. Quería averiguar a través de la señora Penhalligan o María qué tabaco fumaba y llevarle un poco cuando fuera a verlo.
El cementerio estaba a mi derecha. Tenía aspecto fresco y un tanto acogedor. Vacilé y luego atravesé el portillo. Siempre había sentido atracción por los camposantos, particularmente los que se hallan desiertos. Me transmitían una especie de paz, y me gustaba pensar en todos los que ahora yacían debajo de esas lápidas, y que una vez vivieron y sufrieron.
Caminaba entre las tumbas leyendo algunas de las inscripciones tal como lo había hecho Roc no mucho tiempo atrás; y de pronto, vi el mausoleo de Pendorric.
Irresistiblemente atraída, fui hasta allí. Quería ver si aún estaba la guirnalda de laureles.
Había desparecido, pero su lugar estaba ocupado por una pequeña guirnalda de rosas, y a medida que me aproximaba, reconocí las Paul’s Scarlets que crecían en el jardín. Sobre las flores no había ninguna leyenda, pero estaba segura que estaban ahí por Barbarina. En ese momento se me ocurrió que Carrie las había llevado.
Escuché un roce en el césped detrás de mí y, volviéndome bruscamente vi a Dinah Bond que venía hacia mí. Aquí, entre los muertos, ella tenía un aspecto más vital que en el almacén del viejo herrero; caminaba muy derecha y balanceando las caderas, de un modo que era a la vez gracioso y provocativo.
—Hola, señora Pendorric —dijo airosa.
—Hola —le respondí.
—Está tranquilo esto… muy tranquilo.
—Me pareció que hoy el lugar resultaba apacible.
—Pero hace demasiado calor para andar de un lado a otro. Se está formando una tormenta. ¿Puede usted sentirlo? Todo está quieto y como esperando que se desencadene la lluvia.
—Creo que tiene razón.
Ella me sonrió con insolencia y, lo que era peor, con un dejo que sentí como de compasión.
—¿Está echándole una mirada a la cripta de la familia? Yo a menudo lo hago. Apuesto a que no ha estado adentro, señora Pendorric.
—No.
Ella se echó a reír.
—Sobra el tiempo para ello, pensará usted. Adentro está frío como la muerte… y todos los ataúdes están en estantes. A veces vengo y miro… como esa tarde… solo por el placer de saber que estoy afuera y no ahí encerrada… como lo estuvo una vez Morwenna.
—¡Morwenna! ¡Encerrada! ¿Cómo sucedió eso?
—Fue hace muchos años. Yo era una criatura entonces… Más o menos hace seis años, creo. ¿Cuándo me dejará que le lea el futuro en las manos?
—En cualquier momento.
—No hay mejor momento que el presente.
—¿Por qué tiene tanta ansiedad?
—Simplemente me surge la inspiración.
—No tengo ninguna moneda para cruzarle la palma.
—¡Puf! Eso es simplemente un modo de conseguir dinero. Yo no lo haría por dinero… no a usted, señora Pendorric. Ahora estoy casada con Jim Bond, y no lo hago profesionalmente. Acabé con eso cuando terminé con mis costumbres de gitana.
—Cuénteme acerca de Morwenna, cómo estuvo encerrada en la cripta y quién la encerró.
No respondió sino que se sentó en el borde de una lápida y, apoyando la cara sobre sus manos, contempló meditabunda el panteón.
—La llave de la cripta estaba siempre en un armario del estudio del señor Petroc. Era una llave grande. Ella había venido a pasar las vacaciones.
—¿Quién?
—Rachel Bective.
—¿Qué edad tenía ella entonces?
—Yo diría que más o menos la edad de las mellizas ahora… quizás alrededor de un año menos. Yo siempre andaba detrás de ella. Creo que era el color de su pelo, el mío era negro y el de ella, colorado. Yo solo quería estar mirándoselo. No era que me gustara, no. Sin embargo me gustaba Morwenna. «La señorita Morwenna» debíamos llamarla. Pero yo nunca la llamé así y a ella no le importaba nada.
Era como Roc… ellos no le dan importancia a esas cosas. Pero ella sí le daba… la colorada ésa. Me decía: «Me llamarás Señorita Rachel o aprenderás». ¡Señorita Rachel! ¿Quién se creía que era?
—Dime cómo fue que Morwenna quedó encerrada en el panteón.
—Yo estaba siempre en el cementerio. Solía venir aquí a jugar entre las tumbas, y una vez las vi juntas y me escondí para escuchar su conversación. Después siempre quería espiarlas y escuchar más, de modo que a menudo estaba en el mismo lugar sin que ellas lo supieran. Yo sabía que estarían en el panteón porque oí que lo mencionaban el día antes mientras permanecían en el cementerio leyendo las inscripciones. Morwenna dijo a Rachel lo que ella solía hacer con su hermano, y eso decidió a Rachel, porque ella siempre quería igualarlos. Quería ser uno de ellos y no podía… no podría haberlo sido nunca… tal como no puede ahora. Oh, ha tenido educación, lo sé… pero yo sería tan buena como ella si me hubieran enviado al colegio.
—¿Qué te hizo ella que la odias tanto?
—No es que me haya hecho nada a mí. No se hubiera dignado prestar demasiada atención a la gente como yo, señora Pendorric. Lo que importa es lo que hizo a otros.
—Me lo estabas contando.
—Sí, es verdad. —Puso las manos ante ella como si se estuviera leyendo su propio destino. Luego prosiguió—. Las escuché hablar. Rachel quería que Morwenna consiguiera la llave para que pudieran entrar en la cripta, pero ésta se negaba. La llave estaba en el estudio de su padre, usted sabe. Él estaba ausente en esa época… se ausentaba a menudo después del accidente… Y Rachel le dijo a Morwenna: «Si no la traes, lo lamentarás». Yo estaba subida a un árbol y ellas no podían verme, pero yo sabía que Morwenna conseguiría la llave, pues de no hacerlo, realmente tendría que lamentarlo. Luego las oí decir que vendrían a la tarde siguiente, de modo que yo también estuve ahí.
—Entonces, Morwenna obtuvo la llave.
Dinah asintió.
—Yo estaba aquí en el camposanto al día siguiente, cuando ellas vinieron. Traían la llave. Rachel Bective abrió la puerta del mausoleo y entraron, aunque Morwenna no tenía muchas ganas. Rachel le decía: «Tienes que hacerlo, tendrás que lamentarlo si no lo haces», y Morwenna le respondía: «No puedo; otra vez no». Entonces, de repente, Rachel lanzó una carcajada y salió corriendo de la cripta cerrando la puerta detrás de ella. Luego le puso llave y Morwenna quedó encerrada.
—Debe haber sido una experiencia horrible. Espero que no se quedara ahí mucho tiempo.
—No. —Dinah sacudió la cabeza—. En la cúpula hay una pequeña claraboya y Rachel pronto la alcanzó. Todo el tiempo le gritaba: «No te dejaré salir hasta que prometas invitarme para la Navidad. Volveré y les diré que no sé dónde estás. Nadie pensará que estás aquí porque repondré la llave en su lugar… y pasarán semanas hasta que te encuentren. Para entonces serás un esqueleto como la Novia en las Ramas del Muérdago». Entonces Morwenna prometió que haría lo que ella quisiera y Rachel le abrió la puerta. Nunca lo olvidé. Jamás paso por el lugar sin volver a recordar aquello, cómo la pobre Morwenna tuvo que prometer que haría lo que Rachel deseaba, y cuan satisfecha se sentía Rachel en su estilo solapado.
—Era solo una criatura, y supongo que tendría muchas ganas de venir a Pendorric para sus vacaciones.
—¡Y cree que eso la justifica… hacer semejante cosa!
—Fue una travesura infantil…
—Oh, no, no fue así. La hubiera dejado ahí encerrada si Morwenna no hubiera cedido.
—Estoy segura de que no lo hubiera hecho.
Dinah me miró con burla.
—Creo que estoy comenzando a leer su futuro, señora Pendorric, con solo una mirada a sus manos. Usted es una de esas personas que dicen «no, no es así» cuando no quieren que sea. Ese tipo de gente debe cuidarse.
—De ninguna manera. Le aseguro que me enfrento a los acontecimientos cuando sé que debo hacerlo.
—Sí, pero es saber que están ahí lo importante. ¿No le parece señora Pendorric? Le diré una cosa, hay gente que no cambia mucho a través de su vida. Y no se puede saber hasta que no se haya probado que es así., pero no veo nada malo en que se ponga usted en guardia. Oh, yo no sé mucho sobre Pendorric… pero vivir cerca de ellos toda la vida hace que me parezca natural que sean como son.
—Supongo que debe haber siempre bastantes comentarios en torno a la familia.
—En una época los hubo y aunque yo no había nacido, aún hablaban de lo mismo cuando yo era una criatura. Mi madre era muy lista y no se le escapaba nada. Recuerdo que hablaba de Louisa Sellick, la chica que a él le gustaba antes de casarse con la señora Barbarina.
—¿Louisa Sellick? —repetí, porque nunca había oído mencionar ese nombre con anterioridad.
—Oh, es una vieja historia y todo sucedió hace mucho tiempo. No tiene sentido revivir eso… excepto que usted sea la próxima Novia.
Me aproximé adonde estaba sentada Dinah y mirándola le dije muy en serio:
—A veces tengo la impresión de que usted está tratando de prevenirme en contra de algo.
Ella se echó el pelo hacia atrás y riéndose me dijo:
—Eso es porque quiero predecirle el futuro. Algunas veces he andado por ahí… por donde ella vive ahora, y la he visto. Pero eso fue después que él murió… de modo que ya no era lo mismo. Se dice que él solía ir a visitarla y que Barbarina Pendorric se mató porque no podía soportar más que… él gustara más de Louisa que de ella. Cuando se casaron, ella pensó que todo había concluido. Eso fue cuando Louisa se fue a vivir al páramo.
—Y Louisa vive aún allí.
—Bueno, al menos —respondió Dinah asintiendo con la cabeza— ahí vivía cuando pasé por el lugar la última vez. Es Bedivere House, un amplio lugar que él le compró para ella. Era su nidito de amor, podríamos decir. Y cuando él se iba en viaje de negocios paraba ahí en Bedivere. Quizá hubiera niebla en el páramo o él estuviera demasiado ocupado como para volver hasta Pendorric… ¿me entiende? Pero se descubrió que ella estaba ahí… y entonces sucedieron las cosas.
—¿Usted va a menudo por allí?
—Ahora no. Recuerde que tengo mi propia casa. Me casé con Jim Bond, ¿no es así? Estoy en el mejor de los mundos y tengo mis propias cuatro paredes; pero cuando voy en dirección de Dozmary Pool y Jamaica Inn… veo la casa y pregunto por Louisa. Ya no es tan joven y linda… pero ninguna de las dos permanecemos tal como éramos, ¿no es verdad?
Recordé de pronto que escuchando la conversación de Dinah, me había quedado más tiempo de lo previsto. Miré mi reloj.
—No tenía idea de que fuera tan tarde —dije.
—Es mejor que vuelva —dijo sonriendo con pereza—, señora Pendorric. El tiempo no tiene importancia para mí. Pero sé que para la gente como usted sí lo tiene. Algunos andan siempre apurados como si les quedara poco tiempo por delante. Acaso tengan razón. ¿Quién podría decirlo?
Sonreía con su sonrisa burlona y enigmática.
—Adiós —le dije y comencé a sortear las lápidas dirigiéndome hacia el portillo.
* * *
A medida que pasaban los días crecía mi interés por Barbarina. A menudo iba a su habitación y pensaba en ella. Me preguntaba si acaso habría sido una naturaleza apasionada y celosa. Debió haber sido terriblemente desgraciada si, como lo había sugerido Dinah, su esposo hacía visitas periódicas a esa mujer del páramo.
Ya no escuché más tocar el violín, ni cantar en esa extraña voz de falsete Quien quiera que hubiese sido el responsable, había decidido evidentemente dejarlo, y yo solo estaba levemente desconcertada porque no había podido descubrir quién era el músico fantasma. Pero me interesaba mucho saber más de Barbarina. Deborah siempre estaba deseosa de hablar sobre ella, y en efecto se la veía deleitada de poder hacerlo. Poco a poco iba completando el retrato de su hermana en mi mente; a veces incluso describía la ropa que usaba en algunas fiestas, y lo hacía con tal veracidad que era como si Barbarina se materializara ante mis ojos.
Desde mi conversación con Dinah el cuadro se había vuelto aún más claro ante mis ojos, y yo sabía que un día mi curiosidad crecería hasta hacerme ir al páramo e intentar ver a Louisa Sellick con mis propios ojos.
Hasta el momento no había hecho ninguna excursión sola con el coche, y no era muy natural que le pidiera a Roc o a Morwenna que me llevaran ahí.
Tenía una especie de incómoda sensación de que lo mejor que podía hacer era no escarbar en el pasado, y sin embargo, dado que no podía reprimir la necesidad de saber, era incapaz de no seguir adelante. Además, las veladas admoniciones de Dinah no contribuían a que dejara las cosas como estaban.
En el garaje había tres coches pequeños además del Daimler de Roc y el Land Rover de Charles; Morwenna usaba uno de ellos y me habían dicho que los otros dos eran para uso general.
A menudo yo había dicho que quería ir a Plymouth para hacer algunas compras y, aunque no dije exactamente que iría ahí en esa ocasión, dejé que Morwenna pensara que lo haría.
Roc había salido para hacer gestiones de propiedades esa mañana y yo no le había dicho siquiera que saldría, lo cual, después de todo, se me ocurrió de repente.
En la galería de cuadros me detuve ante el de Barbarina y miré a los ojos de esa cara que expresaba pesadumbre. Medité sobre su asombro al descubrir que su esposo visitaba esa casa del páramo, ¿acaso le habría dicho que sabía todo? «Si yo descubriera una cosa así lo haría» me dije a mí misma; y recordé las miradas maliciosas de Rachel, las insolentes de Dinah Bond, y la belleza de la enfermera Grey.
Yo no era del tipo de las mujeres que sufren en silencio. Si tenía la certeza de que Roc me era infiel tendría que enfrentarme a él e insistir en conocer la verdad.
¿Qué había hecho Barbarina?
¿Me estaba identificando con ella y trayendo cosas de su vida a la mía de tal modo que nuestras historias comenzaban a parecerse?
Sea como fuere mi interés en ella estaba haciéndose un tanto morboso.
Aunque me asaltó este pensamiento, ello me evitó que quisiera ir a la casa donde mi suegro había instalado a la rival de Barbarina, pero trataba de decirme a mí misma que era el páramo lo que realmente me fascinaba y que se trataba de una mañana ideal para conducir hasta ese lugar.
Salí alrededor de las diez y media, tomé un desvío del camino a Plymouth y en muy poco tiempo estuve en el páramo.
Era una mañana gloriosa. La brisa fresca rozaba la hierba silvestre y yo sentía necesidad de aventura mientras miraba los repliegues de las lomas y recorría kilómetros sin ver un alma ni edificio alguno.
En un momento dado, disminuí la velocidad ante un poste indicador y vi que estaba solo a pocos kilómetros de Dozmary Pool.
Avancé. Podía ver las montañas coronados por el Brown Willy detrás, y el Rough Tor a la distancia. Era un lugar muy solitario, y mirando a mi alrededor advertí varios montículos que anteriormente Roc me había señalado como el lugar donde los antiguos bretones enterraban a sus muertos.
Se suponía que aquí era donde el Rey Arturo había peleado su última Batalla. De ser cierto, pensé, debió haber tenido exactamente el mismo aspecto que tenía hoy.
Y de pronto vi la laguna; no era grande y calculé que en su parte más ancha no podría tener más de medio kilómetro. Detuve el coche, bajé y fui caminando hasta la orilla del agua. No había sonido alguno como no fuera el murmullo del viento y de la áspera hierba.
Pensé en la leyenda que recordaba, y suponía que cientos de visitantes al lugar recordarían lo mismo que yo: Bedivere parado en la orilla del agua con la espada del agonizante Arturo en la mano, debatiéndose entre el deseo de retenerla y la obligación de tirarla tal como le había sido ordenado, en medio de las aguas.
Finalmente la había arrojado, y un brazo había surgido del centro de la bahía y había tomado la espada Excalibur.
Sonreí y di media vuelta.
Bedivere, murmuré, Bedivere House. Debe estar bastante cerca; así lo había dicho Dinah.
Volví al coche, me alejé lentamente algo más de medio kilómetro y luego hallé un angosto camino que decidí explorar.
No había andado mucho cuando un chico salió de una callejuela angosta y comenzó a caminar en mi misma dirección. Al aproximarme advertí que tendría unos catorce años; sonrió y desde el primer momento reconocí algo familiar en esa sonrisa.
—¿Está perdida? —me preguntó.
—No, precisamente, ando vagando por aquí. Vengo de Dozmary Pool —dije.
—Bueno, ésta es una calle secundaria. No lleva a ninguna parte, como no sea a Bedivere House… y luego de vuelta al camino principal. Solo que se vuelve más intransitable. Lo mejor que puede hacer si busca el camino principal es volverse.
—Gracias —le dije—, pero avanzaré un poco más y echaré una mirada a Bedivere House. ¿Cómo es?
—Oh, no puede equivocarse; es una casa gris con los postigos verdes.
—Parece interesante… especialmente con un nombre así.
—Oh, no lo sé —dijo con otra sonrisita—, porque como yo vivo ahí…
Estaba de espaldas a la luz, y entonces noté que las puntas de sus orejas un tanto prominentes, eran levemente sonrosadas y puntiagudas.
Él había dado un paso atrás.
—Adiós —dijo.
—Adiós.
Al tiempo que echaba a andar una mujer se puso al alcance de mi vista. Era alta y delgada y tenía una masa de pelo blanco rizado.
—Ennis —llamó ella—. Oh, estás ahí.
Me miró mientras yo pasaba y al dar la vuelta a una curva vi de golpe la casa. El muchacho tenía razón. No había posibilidad de confundirla. Ahí estaban los postigos verdes. Era algo más que un cottage, era una casa de unas siete u ocho habitaciones, me imaginaba. Tenía un portón verde que se abría sobre un jardín de césped bordeado de flores. El porche de la casa tenía paredes y techo de vidrios. Dentro de él se veían plantas, al parecer, de tomates; y, tanto la puerta del porche como la de entrada, estaban abiertas.
Seguí un poco, luego bajé del coche y haciendo visera con la mano ante mis ojos contemplé el paisaje.
El muchachito y la mujer volvían tomados del brazo y entraron juntos a Bedivere House.
Estuve segura entonces de que había visto a Louisa Sellick; pero me pregunté quién podría ser el chico. Ennis. Me pareció que había un santo de Cornwall que llevaba ese nombre; no cabía duda de que me recordaba a algunos de los retratos que había visto en Pendorric… y, por cierto, a Roc.
* * *
Cuando me estaba cambiando para la cena vi a Roc, y aún pensaba en el muchachito con quien había hablado cerca de Dozmary. Ahora el parecido entre él y Roc me parecía más sorprendente.
Roc había sido seguramente igual a él a los trece o catorce años, me dije. Podía imaginármelo jugando en el cementerio con Rachel y Morwenna; montando su caballo y yendo hasta la casa de Jim Bond cuando éste perdiera una herradura; nadando, remando…
Había acabado de vestirme cuando entró a nuestro dormitorio y se sentó ante la ventana contemplando las olas de abajo.
—Hola —dijo—. ¿Pasaste bien el día?
—Sí, Roc. ¿Y tú?
Me puse de pie y me encontré mirándole las puntas de las orejas. No cabía duda de que sólo los Pendorric tenían esa característica.
—Muy bien.
—Fui con el Morris hasta el páramo —le dije.
—Me hubiera gustado estar contigo.
—A mí también me hubiera gustado que vinieras. Me levantó y me alzó.
—Me gusta volver a casa para encontrarte —dijo—. Estuve hablando con Charlie sobre tu colaboración en el cuidado de los asuntos de la propiedad junto conmigo. Entonces seremos socios. ¿Qué te parece?
—Estoy encantada, Roc.
—Tú eras el cerebro allá en el estudio —dijo—. Nosotros necesitamos cerebros aquí en Pendorric.
De pronto tuve la visión de mi padre, realizando su trabajo en el estudio y, como siempre que pensaba en él, también recordé su muerte, y sé que una sombra pasó por mi rostro.
—Ahora que los días de los grandes señores han pasado —prosiguió rápidamente— necesitamos cerebros. En este momento son los trabajadores del campo los que se llevan la mejor tajada. Tienen sus sindicatos que miran por ellos. Pero nunca he oído de un sindicato que cuide los intereses de los pobres poseedores de la tierra. No se puede elevar el precio de los alquileres, pero hay que hacer reparaciones. ¡Ya ves cómo nos será de útil una mujer de negocios como tú!
—Oh, Roc, estaré encantada.
—Muy bien —dijo besándome—. Ya estás encargada.
—Roc, no lo lamentas, ¿verdad?
—Yo no soy el tipo de hombre que se lamenta… de no ser así.
—¿De no ser así lo lamentarías?
—Oh querida, ¿qué sentido tiene lamentarse? Si no podemos seguir en la forma en que vivíamos en los viejos días, tenemos que adaptarnos a las nuevas formas. Adaptarse a las circunstancias es la cuestión, ¿o al revés? Dios mío, las alternativas no son muchas. Izquierda, derecha, centro.
Yo le había puesto los brazos en torno al cuello y mis dedos casi involuntariamente le tocaron las orejas; era un hábito. Él me estaba sonriendo y me recordó vívidamente al muchachito que había visto esa tarde.
—Roc —le dije—, he visto un par de orejas exactamente como las tuyas hoy.
Se echó a reír. Luego su expresión se volvió seria.
—Creí que eran únicas. Siempre me lo has dicho así.
—Son las orejas de los Pendorric. —Las toqué con la yema de los dedos—. Y hacen juego con tus ojos. Te dan ese aspecto de sátiro.
—Por lo cual debo estar muy agradecido, ya que eso hizo que te enamoraras de mí.
—Tenía tus mismos ojos… ahora que lo pienso bien.
—¿Dime, dónde hallaste ese ejemplar?
—Fue en el páramo, cerca de Dozmary Pool. Le pregunté a un muchacho por el camino y me dijo que vivía en un lugar llamado Bedivere House y que su nombre era Ennis.
Se produjo una corta pausa, pero mientras duró, ¿o me pareció después?, creo que la expresión de Roc se volvió algo reservada.
—¡Cuánta información te dio! Después de todo sólo le preguntaste por el camino, ¿no es así?
—Todo sucedió muy naturalmente. Pero el parecido era realmente notable. Me pregunto si tiene algún parentesco contigo.
—Hay sangre de los Pendorric por todo el Duchy —dijo Roc—. Tú sabes que éramos una banda de salvajes, vándalos. No es que fuéramos los únicos. Los viejos días eran muy distintos de los actuales. Por entonces era «Que Dios bendiga al señor y su mesnada y cuidemos nosotros de nuestra manada»; era enternecedor que se consideraran afortunados porque tenían un lugar en el establo, en la cocina o en el huerto. Imperaba el derecho del señor. Ahora impera el «valemos tanto como ustedes» y te dan el golpe. ¡Ah! Los buenos viejos tiempos se han ido para siempre. Y hablando de los derechos del señor… bueno, ahí tienes la respuesta. Andarás recorriendo el campo y descubrirás rastros de los Pendorric en la mitad de los nativos. Así era el orden de las cosas.
—Parece que lo sintieras. Creo que suspiras por los viejos tiempos.
Me puso las manos sobre los hombros y me sonrió. Se me ocurrió que había un cierto alivio en su rostro, como si hubiera llegado a un punto peligroso y lo hubiera sorteado bien.
—Desde que la conocí y me casé con Favel Farington —replicó— no pido nada más de la vida.
Y aunque estaba sonriendo, yo no podía dudar de que sentía lo que decía; y, como de costumbre, tenía la capacidad de disipar todas mis dudas y temores con una sola mirada, una palabra y una sonrisa.
* * *
Roc mantuvo su promesa y al día siguiente me llevó con él a su estudio y, dentro de lo posible, en el corto tiempo disponible, me explicó algunas cosas acerca de la propiedad. No me costó mucho comprender que aunque no estábamos al borde de la bancarrota, de algún modo estábamos perdiendo la batalla contra los tiempos que corrían.
Roc me sonrió lleno de vitalidad.
—Es como la marea, avanza lenta pero segura. El final del viejo orden no es exactamente inminente, pero se aproxima. Fíjate que hemos resistido más que la mayoría. Lamentaría que fuéramos a caer en manos del Patrimonio Nacional en mi tiempo de vida.
—¿Crees que ello sucederá con certeza, Roc?
—Nada en la vida es seguro, querida. Suponte que yo ganara unas cien mil… en ese caso estaríamos salvados por algunas generaciones.
—¿No estarás pensando en jugar? —le pregunté alarmada.
—No te aflijas —dijo rodeándome con un brazo—. Nunca arriesgo lo que no estoy en situación de perder.
—Ya me lo has dicho antes.
—Es sólo una de las tantas cosas que ya te he dicho antes. Por ejemplo, cuánto te amo.
—Pero estamos derivando la conversación —le dije echándome a reír.
—Así es —replicó—. Yo sé que serás una buena mujer de negocios. Me mantendrás en el buen camino, ¿no es así? Las cosas han llegado a estar peor de lo que están ahora, te lo puedo asegurar, y las hemos sacado a flote. Así fue en la época de mi padre…
—¿Qué sucedió entonces?
—Nos vimos en dificultades mucho más grandes. Afortunadamente, mi padre trajo consigo lo suficiente como para ponernos nuevamente en pie.
Miré fijamente el libro abierto que tenía ante mí y, en lugar de columnas de cifras, vi el triste rostro dulce debajo del sombrero con la cinta azul. Al parecer, no había manera de escapar de Barbarina.
Roc, que estaba de pie detrás de mi silla, se inclinó inesperadamente y me besó la cabeza.
—No dejes que te entristezca. Algo sucederá, ya verás. A mí siempre me sucede así. ¿Te dije alguna vez que había nacido con suerte?
Pese a todo fue un día muy feliz para mí, y el hecho de que las finanzas de Pendorric no fueran tan sólidas como deberían haberlo sido me provocaba un gran sentimiento de responsabilidad.
Había comenzado a pensar que Roc era demasiado parecido a su padre y que mi historia estaba siendo demasiado similar a la de Barbarina.
Pero la diferencia era ésta: Barbarina había sido llevada al matrimonio por dinero cuando el padre de Roc estaba enamorado de Louisa Sellick. Roc, pese a necesitar dinero para Pendorric, tal como le había sucedido a su padre, me había conocido, sin un céntimo, y se había casado conmigo.
Oh, no, mi historia era totalmente distinta de la de Barbarina.
La señora Penhalligan estaba haciendo repostería casera cuando entré a la cocina.
Cuando me vio, levantó la vista con los ojos brillantes y la cara enrojecida. Las mangas de su camisa colorada estaban arremangadas por encima de los codos y sus dedos cortos y gordos trabajaban diligentes.
Una de las mellizas estaba sentada debajo de la mesa comiendo un pastel.
—Buenas tardes, señora Pendorric —dijo la señora Penhalligan.
—Buenas tardes, señora Penhalligan.
Ella continuó trabajando la masa.
—No debo retrasarme demasiado —murmuró como disculpándose—. El secreto consiste en prepararla y meterla directamente en el horno tan pronto como sea posible. Esto es para Padre. Él es muy exigente con respecto a sus pasteles y quiere uno todas las noches. De modo que cuando amaso le hago cuatro o cinco para él. Los guardo en una lata… de esa forma se mantienen frescos, aunque la mejor manera de comerlos es recién salidos del horno.
—He venido a preguntarle qué tabaco fuma su padre. Quiero ir a verlo en cuanto tenga tiempo y llevarle algo para fumar.
Una cabeza apareció sobre un lado de la mesa.
—Cuidado con los Idus de Marzo —dijo una voz cargada de profecía.
—Oh, basta señorita Lowella, basta —dijo la señora Penhalligan—. La he tenido en mi camino todo el día. Mirando a través de la ventana… metiéndose aquí y allá con su charla de «cuidado con esto, cuidado con aquello». Creo que tendría que estar en el manicomio de Bodmin.
Lowella sonrió y se volvió a la tahona.
—Yo no sé —musitó gruñona la señora Penhalligan—, esa señorita Bective, se supone que tiene que cuidar a las dos. ¿Dónde se mete la mayor parte del tiempo?, realmente no lo sé.
—Me iba a decir qué clase de tabaco.
—Eso es lo que iba a hacer, y es muy bondadoso de su parte, señora. Es el Tres Hermanas… el Empire, sabe. Es su única manía. Bueno, pero únicamente eso: fuma dos onzas a la semana. María y yo queremos que se dé su pequeño gusto.
—Lo recordaré.
Lowella estaba de vuelta; tenía un pequeño pastel en la manó.
—Alguien que yo sé no va a querer comer después —comentó la señora Penhalligan.
Lowella nos miró a las dos solemnemente antes de ir gateando de nuevo debajo de la mesa.
—Se pondrá muy contento —continuó la señora Penhalligan—. Estará sentado afuera esperándola. Será un día de fiesta para él, seguro.
—Bueno, me voy —le dije.
Mientras yo iba hacia la puerta, Lowella salió corriendo de abajo de la mesa y llegó a la puerta antes que yo.
—Iré con usted, Novia —me dijo— si usted quiere… para ver a Jesse, quiero decir.
—No te molestes —le respondí—. Conozco el camino.
Ella se encogió de hombros y volvió a la cocina, presumiblemente para ir a sentarse de nuevo debajo de la mesa y concluir su pastel o tal vez para irrumpir de pronto y decirles ya fuera a la señora Penhalligan o a María o a Hetty que se cuidaran de los Idus de Marzo.
* * *
No lejos de los cottages había una casa que estaba convertida en un almacén de suministros generales. Era pequeño, y siempre estaba lleno de gente. Lo administraba la señora Robinson, quien había venido a Pendorric a pasar unas vacaciones veinte años atrás. Se dio cuenta de que el negocio más cercano estaba a más de un kilómetro de distancia y compró la casa para convertirla en un almacén de suministros generales. Entre otras cosas vendía las marcas del tabaco que fumaban sus vecinos, y guardaba en cantidad suficiente para ellos. De modo que no tuve dificultad en conseguir lo que quería.
Cuando salía vi que las mellizas estaban aguardándome.
No me causó ningún placer, pues quería estar sola con el viejo, pero no tenía otra salida que aceptar su compañía tan complacientemente como me fuera posible.
Se acompasaron a mi paso sin decir una palabra, como si nos hubiéramos citado.
—¿Dónde está la señorita Bective? —le pregunté.
Las mellizas se intercambiaron miradas, como si cada una esperara que la otra respondiera.
Lowella fue la que respondió.
—Salió en el pequeño Morris. Dijo que debíamos encontrar seis flores silvestres diferentes. Es para botánica.
—¿Cuántas habéis encontrado hasta ahora?
—Aún no hemos buscado. Mi querida Novia, ¿cuánto tiempo crees que nos llevará hallar seis clases diferentes de flores silvestres? Becky no nos dirá nada de todos modos. Nunca diría que somos indisciplinadas, porque si lo hiciera ellos responderían que nos hace falta ir a la escuela, y si fuera así no habría ninguna excusa para que Becky permaneciera en Pendorric más tiempo.
—¿No te parece que tendrían que obedecer sus instrucciones? Después de todo ella es vuestra institutriz.
—No deberías preocuparte por nosotras —dijo Hyson.
Lowella, de un salto, se adelantó y fue corriendo hasta la orilla para cortar una rosa silvestre. La colocó en su pelo y se puso a bailar ante nosotros cantando: Cuidado… cuidado… cuidado con los Idus de Marzo.
—Lowella es muy infantil algunas veces —dijo Hyson—. Repite cosas todo el tiempo.
—Parece que le gusta advertir de algo a la gente —le comenté—. Recuerda a «¡Cuidado, la avalancha!».
—Me gustan más los Idus —exclamó Lowella—. No puede haber avalanchas en Cornwall, pero en cambio puede haber Idus en cualquier parte. Es una lástima que sean en marzo y estemos en julio.
—Ella no sabe nada —dijo Hyson despectivamente, y continuó con la cita:
Marzo, mayo, julio, octubre
los Idus caen el día quince de cada mes.
Lowella se había detenido y preguntó:
—¿Pero que son Idus?
—Es simplemente una fecha, estúpida. En lugar de decir el día quince, los romanos decían los Idus.
—Sólo una fecha —se lamentó Lowella—. Suena maravilloso. Yo creí que era algo como brujas… o fantasmas. Mira… tener que cuidarse de una fecha.
—Si algo sucedía en cierta fecha, si se había vaticinado que sucedería… causaba aún más temor que las brujas o los fantasmas.
—Sí —dijo Lowella—. Supongo que así sería.
Habíamos llegado a la hilera de cottages y el viejo Jesse estaba sentado a la puerta del suyo. Fui hasta él y le dije:
—Buenas tardes. Soy la señora Pendorric.
Noté que sus manos, que descansaban sobre sus rodillas, comenzaron a temblar.
—Es muy amable de su parte, señora —dijo.
—Le traje un poco de tabaco. La señora Penhalligan me dijo la marca que usted fuma.
Sus manos temblequeantes se cerraron sobre la lata y sonrió.
—Bueno, estuvo muy bien pensado, señora. Me hace recordar lo buena que ella era siempre…
Hyson había entrado a la casa y volvió trayendo una banqueta que colocó al lado de la silla del viejo. Me hizo señas de que me sentara y ella se deslizó al otro lado de él. Lowella había desaparecido.
—Su hija ha estado horneando pasteles esta mañana —le dije.
—Es una espléndida cocinera, mi Bessie. Realmente, no sé qué haría sin ella. Hay muchas cosas por las que tengo que estar agradecido. El señor Roc… ha sido muy bueno conmigo. ¿La pequeña está aquí?
—Sí, estoy aquí —respondió Hyson.
Él asintió y se volvió a mí.
—Espero que encuentre este lugar de su gusto, señora.
—Estoy encantada.
—Hacía mucho tiempo que no teníamos una nueva Novia en Pendorric.
—Estuvo mi mamá —dijo Hyson—, y antes, mi abuela Barbarina.
—Era una señora muy agradable. Recuerdo el día en que ella llegó.
—Cuéntenos, Jesse —le urgió Hyson—. La nueva Novia quiere que se lo cuentes.
—Bueno, la habíamos visto muchas veces. No era como si viniera de ninguna parte. Recuerdo que eran pequeñas, ella y su hermana. Solían venir a visitarnos… y el amo y la señora solían visitarlas. Se llamaban Hyson. Tenían nombres muy bonitos. La señorita Barbarina y la señorita Deborah.
—A mí me llamaron Hyson por ellas —terció Hyson.
—De modo que usted se puso contento cuanto ella se convirtió en la señora Pendorric —dije yo.
—Recuerdo que sí, señora Pendorric. No sabíamos bien qué sucedería. Sabíamos algo acerca de cómo había pasado y se hablaba de que Pendorric no podía sostenerse más, sobre todo tal como había sido en el pasado. Y no sabíamos qué sería de nosotros. Se decía que el señor Petroc se casaría con esa muchacha Sellick y luego…
—Pero no se casó —dijo Hyson—. Se casó con mi abuela Barbarina.
—Recuerdo la boda. Era un maravilloso día de verano. Fue ahí, en la iglesia. El reverendo Trewin era párroco entonces. Oh, fue una gran boda. Y la señorita Barbarina era un cuadro, con la señorita Deborah como su dama de honor, y el señor Petroc estaba tan apuesto… y todo iba tan bien…
—¿Y qué pasó con la otra muchacha? —pregunté.
—Oh, se acordó que era asunto concluido. Se había ido… y todo era alegría…
—Alegre como las campanillas de la boda —murmuró Hyson.
—Fue una maravilla. Bondadosa y tranquila… y amable. Solía montar mucho a caballo y tocaba el violín. A menudo, cuando yo trabajaba en los canteros del jardín, la oía.
Tenía conciencia de que Hyson me miraba con intensidad. Hyson, pensé, ¿fuiste tú la que trató de causarme miedo? ¿Y de ser tú, por qué lo hiciste?
—Después, tenía una forma de cantar para sí misma. Recuerdo que una vez mientras venía a casa la oí cantar en el cementerio. Sonaba tan extraño y, sin embargo, hermoso y como algo que no era completamente natural. Entré y la vi. Estaba poniendo flores en la tumba de la pequeña Ellen Pascoe, de los cottages. La pequeña Ellen había muerto de meningitis y era su manera de decir que estaba pensando en ella. Aquí en los cottages todos pensamos muchísimo en ella.
—Usted la recuerda muy bien —dije suavemente.
—Me parece que fue ayer cuando conversaba conmigo, tal como usted lo hace ahora. Entonces yo trabajaba. Justo hasta que ella murió yo trabajé. Pero ella sabía que yo no podía continuar. Yo le dije lo que me estaba pasando y ella me reconfortaba. Me decía: «Nunca temas, Jesse. Me ocuparé de que estés bien». Y todas las veces que me veía me preguntaba por mi salud. Y yo me estaba volviendo ciego, señora Pendorric. No puedo siquiera verla a usted ahora. Pero de algún modo usted me hace recordarla. Usted tiene una bondad que era como la de ella. Es porque usted es feliz. Estoy seguro. Y ella también lo era… al comienzo. Pero las cosas se torcieron para ella, pobre señora encantadora. Después ya no fue más feliz. Me temo que estoy dejando hablar a mi lengua. Bessie dice que estoy tanto tiempo solo que cuando veo gente me quiero poner al día.
—Me alegro de que tenga ganas de hablar —le dije—. Es muy interesante.
—Ella es la nueva Novia, de modo que naturalmente quiere oír acerca de la anterior —dijo Hyson.
—Así es —continuó el viejo—. Usted es feliz… como lo fue ella cuando llegó. Solo más tarde, pobrecita… le deseo a usted toda la felicidad, señora Pendorric. Que siga usted tal como es ahora, siempre.
Le agradecí y le pregunté por su cottage; él me dijo que si quería echarle una mirada le complacería mucho. Su hija y su nieta lo mantenían limpio y ordenado. Se puso de pie, tomando el bastón del costado de su silla y encabezó la marcha hacia adentro. La puerta se abría directamente sobre la sala; verdaderamente estaba limpio y ordenado. Ahí estaba su hamaca con su portapipas y el cenicero, sobre la mesa junto al sillón. Junto al cenicero, una radio. Había una fotografía sobre la pared, era de Jesse. Él estaba parado con la mano apoyada sobre el hombro de una mujer que, supongo, sería su esposa; los dos miraban a la cámara como si estuvieran comprometidos en un deber desagradable solo por el bien de la posteridad. Había fotografías de la señora Penhalligan en el día de su boda.
Saliendo de este cuarto de estar se iba a la cocina, donde una puerta conducía al jardín. Éste, como el resto del cottage, estaba cuidado y bien arreglado, con plantas de cerco y rosales que bordeaban un cantero; un recipiente estaba inclinado sobre la pared para recibir el agua de lluvia.
Arriba había dos habitaciones, me dijo; se manejaba bastante bien con las escaleras. Nada andaba mal en él, excepto su dolencia, y su memoria, que no era la de antes.
Se sentó en su hamaca y me pidió que yo también lo hiciera mientras él me hablaba de cómo conoció y se casó con Lizzie, y cómo ella había sido ayudante de las doncellas de Pendorric durante los días en que él era jardinero allí.
Así continuó con sus narraciones durante un rato y mientras, Hyson al parecer se aburrió y desapareció.
El viejo dijo de repente:
—¿La chica se ha ido?
—Sí —le respondí—. Creo que debe haberse ido en busca de su hermana. Les dijeron que recogieran flores para la lección de botánica.
—La pequeña… hace preguntas y más preguntas…
—Es una muchachita extraña.
—Quiere saber —asintió él—, se lo ha propuesto. No es bueno. La cosa no tiene nada que ver con ella.
—Creo que la historia la ha fascinado, es porque se trata de fantasmas.
—Señora Pendorric —casi murmuró mi nombre, y yo me arrimé mucho más a él.
—Sí, Jesse.
—Hay algo de lo cual ya no hablo más. Se lo dije al señor Petroc y él me dijo: «No hables de eso, Jesse, es mejor que no lo hagas». Entonces no hablé más. Pero quiero decírselo a usted, señora Pendorric.
—¿Por qué quiere decírmelo a mí, Jesse?
—No lo sé… pero como usted es la Novia ahora, entonces… algo me dice que corresponde que lo sepa.
—Dígamelo, pues.
—Mis ojos andaban mal y estaban empeorando. En esos días tampoco podía distinguir mucho las formas y cosas por el estilo. Creía ver a alguien y cuando me acercaba resultaba ser un mueble. Hasta ese extremo no andaba bien. Pero cuanto peor andaban mis ojos tanto más se afinaba mi oído y a veces sabía algo sin verlo ni oírlo. Dicen que ésa es la compensación de los ciegos, señora Pendorric.
—Sí, Jesse, estoy segura de que hay compensaciones.
—Ese día salí al recibidor, señora Pendorric. Y ella estaba en la galería. Sabía quién era porque la oía hablar. En voz baja como hablaba ella… y luego fue como si hubiera dos sombras ahí… no sé muy bien… y hace ya mucho tiempo. Pero yo creo, señora Pendorric, que ahí había dos personas que conversaban en esa galería antes de que la señora Pendorric cayera.
—¿Y no comunicó usted esto antes?
—El señor Pendorric me dijo que no lo hiciera. Y fíjese que los cuadros estaban ahí… el cuadro de esa otra Novia, y ellos dijeron que ella había rondado el lugar durante más de cien años, tratando de entusiasmar a otra Novia para que ocupara su lugar. Había dos de ellas ahí. Lo juro, señora Pendorric… pero el señor Petroc no quería que se dijera. Yo siempre obedecía al amo, tal como lo había hecho mi padre y el padre de mi padre antes que él, de modo que no dije nada… pero a usted se lo digo, señora Pendorric.
—Hace tanto tiempo que es mejor olvidarlo, Jesse.
—Así me pareció, señora Pendorric, y así lo he creído durante veinticinco años. Pero usted está aquí… y me recuerda a la otra… en cierto modo… y dado que usted es tan buena y gentil conmigo, bueno, pensé que tenía que decírselo. Es para prevenirla. Y tengo un sentimiento, aquí… —y se golpeaba el pecho—. Es un sentimiento de que no debía mantener esto en secreto.
No entendía por qué tenía él tal sentimiento, pero le agradecí la preocupación y cambié de tema, lo cual no fue difícil, porque ahora que había hablado parecía más distendido, como si hubiera cumplido con su deber. Habló del cottage y de los viejos días cuando vivía Lizzie, y después de un rato, me fui.
En todo el camino de vuelta a Pendorric no encontré a las mellizas.
Al día siguiente la enfermera Grey me llamó por teléfono.
—Oh, señora Pendorric —me dijo—. Lord Polholgan me ha perdido que la llamara, y que le preguntara si acaso podía venir esta tarde. Él quiere verla.
Vacilé y le dije que creía que podría hacerlo, y le pregunté cómo estaba.
—No tan bien. Tuvo un ataque durante la noche. Hoy está descansando, pero dijo que esperaba que usted pudiera venir, si no hoy, al menos mañana.
Partí esa misma tarde; pensé llevarles algunas flores del jardín, pero en el suyo había tantas que me pareció un tanto innecesario.
Cuando llegué estaba en su silla acostumbrada, no vestido, sino con una bata de seda y zapatillas. Parecía contento de verme.
—Me alegro de que haya venido enseguida —dijo—. Temí que no pudiera arreglarlo.
—Lamento que no haya estado muy bien.
—Son altibajos, querida, superaré esta embestida como he superado otras. Aquí nos traen el té. ¿Servirá, como de costumbre?
Así lo hice y advertí que comía muy poco y parecía más silencioso que otras veces, y sin embargo, en cierta forma ansioso.
En cuanto se llevaron el servicio de té me dijo lo que según él estaba deseando decirme desde que me conoció.
—Favel —comenzó, y era la primera vez que utilizaba mi nombre de pila—… ven y siéntate a mi lado. Me temo que lo que voy a decirte será un gran golpe para ti. Cuando nos conocimos te dije que era un viejo tacaño, ¿no es verdad?
Asentí con la cabeza.
—Una persona insoportable. En mis días de juventud sólo pensé en hacer dinero. Era lo único que me importaba. Incluso cuando me casé mi preocupación principal era tener hijos… hijos a quienes legarles mi fortuna… hijos que pudieran continuar mis negocios y agregar nuevas fortunas a la que yo había hecho. Tuve una vida de negocios llena de éxitos, pero no tuve tanta suerte en mis asuntos privados. Mi mujer me dejó por otro hombre… uno de mis propios empleados. No era precisamente un triunfador. Nunca pude entender cómo podía dejar una vida de lujos por él… pero así lo hizo. Me divorcié de ella y obtuve la custodia de nuestra hija, por la cual ella no luchó. La niña tenía seis años por aquel entonces. Doce años más tarde ella me dejó.
—¿No le causa dolor hablar del pasado?
—Es un tema doloroso, pero quiero que tú comprendas. Mi hija me dejó porque yo estaba tratando de concertar un matrimonio para ella. Quería que se casara con Petroc Pendorric, que entonces era viudo. Su esposa había muerto accidentalmente y pensé que era una buena oportunidad para unir a las dos familias. Yo era aquí alguien de afuera, y pensé que si los míos se vinculaban con una de las más antiguas familias de Cornwall yo dejaría de serlo. Pendorric necesitaba dinero. Yo lo tenía. Me parecía ideal, pero ella no estuvo de acuerdo.
Hubo un silencio, durante el cual me miró desalentado. Por primera vez desde que le conocí parecía no hallar palabras.
—A menudo suele haber esos enfrentamientos en las familias —dije yo.
—Mi mujer se fue… mi hija se fue. Se diría que aprendí la lección, ¿no? Me decía que en el mundo de los negocios había aprendido todo por experiencia, a medida que se iban dando las cosas. Y así era… pero esto era algo que me costaba aprender. Favel, no sé cómo explicarlo. Abre ese cajón. Ahí adentro hay algo que te dirá lo que estoy tratando de decir yo.
Fui hasta la cómoda y abrí el cajón. Saqué una fotografía que tenía un marco de plata. Mientras la contemplaba oía su voz ronca, tan ronca como nunca, por la profundidad de su emoción.
—Ven aquí, querida.
Fui hasta él y ya no parecía el mismo hombre. Sentado ahí en esa lujosa habitación, se había vuelto más frágil, más patético; y al mismo tiempo, infinitamente más cercano.
Actué siguiendo mi impulso y, yendo hacia él tomé su cuerpo frágil entre mis brazos y lo apreté contra mí como si fuera una criatura y yo le estuviera asegurando que podía confiar en mí y que yo lo protegería.
—Favel… —murmuró.
Me aparté y lo miré. Sus ojos estaban húmedos, de modo que tomé el pañuelo de seda del bolsillo de su bata y se los sequé.
—¿Por qué no me lo dijiste antes… abuelo? —le pregunté. Él rió de pronto y sus severas facciones se distendieron de un modo que nunca había visto antes.
—Tenía miedo —dijo—. Había perdido mi mujer y mi hija. Estaba apostando a mi nieta.
El golpe había sido tan grande para mí que aún sentía que todo era irreal. Mis pensamientos eran confusos. Aún no se me había ocurrido preguntarme cuál era la explicación de esa extraordinaria coincidencia que había causado que me casara con un hombre que apareció en mi vida por casualidad y que había resultado ser el vecino de mi abuelo. Eso me ocurriría más tarde.
—Bueno —me dijo—, ¿qué piensas de tu abuelo?
—Aún no sé qué pensar. Estoy tan asombrada…
—Entonces te diré lo que pienso de mi nieta. Si yo hubiera podido elegir cómo quería que fuese no habría sido diferente en ningún detalle. Sabes, Favel, eres tan parecida a tu madre que cuando estuviste ahí sentada jugando conmigo al ajedrez, descubrí que mi mente se remontaba… Creía que ella nunca había muerto. Tú tienes el mismo pelo rubio, aunque ella no tenía ese mechón blanco; y tus ojos son del mismo color… a veces azules, a veces verdes. Y eres como ella en tus gestos… el más bondadoso de los corazones y la impetuosidad. Arremetiendo antes de tener tiempo para pensar. A menudo me pregunto cómo pudo funcionar ese matrimonio suyo. Yo solía decirme que no podía durar, pero parece que sí lo hizo. Y eligió un nombre de Cornwall para ti. Eso demuestra, ¿verdad?, que no siempre pensaba sobre el pasado con desagrado.
—¿Pero, por qué nunca me lo dijeron? Ella nunca hablaba del pasado, y tú…
—¿Nunca te dijo nada? ¿Y tampoco tu padre? Tendrían que haberlo mencionado de vez en cuando. ¿Y tú nunca preguntaste, Favel? ¿Cómo es posible?
Recordé aquellos días soleados de mi infancia.
—Creo que consideraban que todo lo que había sucedido antes de su matrimonio carecía de importancia. Ahora me parece así. Sus vidas estaban tan entrelazadas. Vivían el uno para el otro. Quizá supieran que no tenían mucho tiempo para vivir. Supongo que eso señala la diferencia. En lo que respecta a mí misma, nunca pensé que las cosas fueran de otra manera que como eran. Por eso, cuando ella murió, todo cambió tanto para nosotros.
—¿Y tú querías mucho a tu padre también? —dijo pensativo.
Asentí con la cabeza.
—Él vino aquí a pintar un verano. Alquiló un pequeño lugar a un kilómetro más o menos de la costa… casi una cabaña. Cuando ella me dijo que se iba a casar con él creí que me estaba gastando una broma. Pronto me di cuenta de que no lo era. Ella podía ser muy obstinada… le dije que era una tonta. Nunca dejé de pensarlo. Le dije que no le dejaría un céntimo si se casaba con ese hombre. Le dije que él iba detrás de su dinero. De modo que simplemente se fueron un día y nunca más volví a tener noticias de ellos.
Él estaba pensando en todos los años que se habían perdido para él. Aquí estaba instalado en medio de su opulencia, el más solo de los viejos que yo hubiera conocido jamás.
Ahora había aprendido que él había sido un tonto y no mi madre y mi padre. Y lastimosamente llegaba a mí para pedirme, por el poco de vida que le quedaba, que le diera el afecto que durante más de veinte años había derrochado.
—Abuelo —le dije volviéndome impulsivamente hacia él—, me alegro de haber venido a ti.
—Querida —murmuró—, mi queridísima criatura —continuó—. Cuéntame acerca de ella. ¿Sufrió mucho?
—Durante algunos meses —dije negando con la cabeza— cuando ella sabía y nosotros sabíamos… fue terrible, particularmente para mi padre, pero realmente no fue mucho tiempo, aunque a nosotros nos lo pareciera.
—Yo podría haber pagado para que tuviera la mejor atención —dijo con enojo.
—Abuelo —repliqué—, ya ha pasado. No ganamos nada con que te reproches a ti mismo… o a ellos… o a nadie. Tienes que dejar eso atrás. Ahora yo estoy aquí. Soy tu nieta. Te veré más a menudo. No dejaré pasar un tiempo prudencial para venir a verte. Tú eres mi abuelo y es maravilloso que mi casa esté tan cerca de la tuya… —Volví a recordarme llegando al estudio y viendo a Roc allí con mi padre—. Me parece tan extraño que Roc haya llegado al estudio de mi padre… y que nos hayamos casado —dije lentamente—. Quiero decir que me parece demasiado afortunado para ser verdad.
—No fue pura casualidad —sonrió mi abuelo—, querida. Tu madre nunca me escribió. Yo no tenía idea de dónde se encontraba ni de qué le estaba pasando. Le había dicho que si se casaba con ese pintor no quería saber nada de ella y tomó mis palabras al pie de la letra. Pero… tu padre me escribió. Fue más o menos un mes antes de que Roc fuera al extranjero. Me dijo que tu madre había muerto y que tenían una hija: Favel. Me preguntaba si quería verte y me indicaba la dirección del estudio.
—Comprendo —dije—. No me imagino por qué te escribió papá.
—Tuve mis sospechas. Pensé que andaba en busca de algo. La gente a menudo considera que los de mi posición vivimos bien. Tener dinero no siempre significa vivir bien, te lo aseguro. Estás constantemente al acecho por si puedes perder algo, alerta en cuanto a las formas de acrecentar lo que tienes; y siempre sospechas que la gente busca tu amistad porque quieren un poco de lo que tú tienes. Yo no diría que no vivo bien. De cualquier modo, tomé a tu padre con reparos. Me dije: quiere pedirme algo en préstamo. Lilith no le hubiera permitido escribir si viviera, era demasiado orgullosa. Pero ahora que ella ha muerto él anda detrás de algo. Dejé su carta a un lado y no la respondí. Pero el pensamiento de mi nieta seguía acosándome. Me preguntaba cómo serías… cuántos años tenías. Tu padre no me lo decía. Y yo quería saber más acerca de mi nieta.
Hizo una pausa y me miró reflexivamente, y yo dije:
—¿Entonces le pediste a Roc que… espiara un poco el terreno?
—Sabía que él iría a Italia —dijo asintiendo—, entonces le pedí que me hiciera este favor. Yo no podía ir. Quería que viera cómo era el tal estudio y cómo era mi nieta. Mi plan fue que cuando él retornara, y siempre que me agradara lo que me decía, yo invitaría a mi nieta a Polhorgan… y a su padre también, quizás, en caso que ella no viniera sin él.
—Entonces fue por eso por lo que Roc apareció en el estudio.
—Así es. Pero tú eres impetuosa como tu madre. Te enamoraste de él. Entonces en lugar de traerme de vuelta un informe, te trajo de vuelta a ti como su esposa.
—De modo que Roc estaba realizando tus deseos —dije.
—Él lo sabía.
—Pero nunca me lo sugirió siquiera… en verdad, nunca hasta ahora.
—Bueno, mira, le había pedido que no lo hiciera. No quería que tú vinieras a ver a tu abuelo. Quería que nos encontráramos como extraños. Quería saber qué opinión te merecía yo y qué opinión me merecías tú. Pero en cuanto te vi, eras tan idéntica a tu madre que sentí que ella había vuelto a mí. Mi querida criatura, no puedo decirte cuánto cambia todo para mí.
Le toqué la mano pero estaba pensando en Roc… Roc cuando llegó al estudio, Roc tendido en la playa hablando sobre Pendorric, sobre La Locura y el hombre que vivía ahí, y de quien sabía todo el tiempo que era mi abuelo.
—Así que Roc estaba realizando tus deseos —dije.
—Hizo aún más que eso. Te trajo al hogar.
—Entiendo que no me lo haya dicho en un principio, pero más tarde…
—Le dije que quería ser yo quien te dijera todo.
Me quedé en silencio. Luego le dije:
—Tú querías que mi madre se casara con el padre de Roc.
—Ah, eso era en los días en que yo creía que podía manejar la vida de los demás mejor que ellos mismos. Ahora pienso de otro modo.
—De modo que te he dado una alegría al casarme con un Pendorric.
—Si hubieras querido casarte con un pescador, criatura, no hubiera puesto objeción alguna. Aprendo mis lecciones a tiempo. Todos estos años de soledad no tendrían por qué haber sucedido. Si yo no hubiera tratado de interferir los hubiera tenido junto a mí. Acaso ella no hubiera muerto. Yo no hubiera tenido que esperar a que mi nieta fuera una mujer casada para llegar a conocerla.
—Abuelo —insistí—, tú querías que mi madre se casara con un Pendorric. ¿Estás contento de que yo me haya casado con Roc?
Se quedó en silencio un momento; luego dijo:
—Porque estás enamorada de él… sí. De otro modo no lo hubiera querido.
—Pero tú hablaste de vincular las familias. Mi madre se fue de tu casa porque tú querías que se casara con el padre de Roc.
—Eso sucedió hace años. Yo sospecho que esos Pendorric no querían tanto a mi hija como a mi dinero, y tu padre en cambio la quería por ella misma… Debe de haberla querido, porque ella me conocía lo suficiente como para comprender que si yo había dicho que no le daría un céntimo si se iba, lo cumpliría.
Yo estaba en silencio y él, recostado contra el sofá, cerró los ojos, aunque había tomado mi mano y la mantenía en la de él. Yo podía ver cómo se le dibujaban las venas y que estaba más alterado que de costumbre. Esa excitación no era buena para él, estaba segura.
«¡Mi abuelo! —pensaba yo mirándolo». De modo que yo tenía un pariente después de todo. Mis ojos recorrieron la habitación mirando los cuadros sobre las paredes. Eran todos de la vieja escuela. El abuelo no hubiera comprado nunca cuadros de pintores modernos, que él odiaba, aunque de todas maneras hubiera tenido un ojo especial para pescar una buena compra. Me di cuenta de que sólo los cuadros de esa habitación valían una fortuna.
Después pensé en el estudio y en mi madre que tironeaba los precios como una fiera con el trabajo de mi padre; y me pareció que la vida era en verdad irónica.
Estaba contenta de tener un abuelo. Me gustó desde el momento en que lo vi; pero deseaba, ¡oh, cuánto lo deseaba!, que no hubiera sido un hombre tan rico. Recordé lo que había dicho sobre que a pesar de todo no se vivía bien siendo tan opulento.
Aunque había pasado menos de una hora desde que descubriera que era la nieta de un millonario, comprendía muy bien lo que eso significaba.
Me quedé sentada con él una hora más; hablamos del pasado y del futuro. Le conté hechos de mi infancia que no había pensado relatar, pero ahora comprendía cuan vitalmente interesado estaba él en todos los detalles aparentemente insignificantes. Y me dijo que Polhorgan era ahora mi casa y que debía conducirme, en consecuencia, como la dueña.
Fui caminando de vuelta a Pendorric en estado de aturdimiento y cuando llegué a mitad de camino me detuve y miré hacia una y otra mansión.
Mis casas, murmuré. Y mi orgullo se desvirtuaba por una desagradable sospecha que comenzaba a surgir dentro de mí.
Cuando subí a nuestra habitación me sentí aliviada al ver que Roc ya estaba ahí.
—Roc —exclamé; y cuando él se volvió a mirarme dijo:
—¿De modo que te lo dijo?
—¿Cómo lo sabes?
—Querida, estás justamente como una mujer a quien acaban de decirle que es la nieta de un millonario.
—¡Y tú lo sabías todo el tiempo!
Él asintió sonriendo.
—Me parece increíble que hayas podido guardar semejante secreto.
Se reía mientras me tomaba de los hombros.
—Son las mujeres las incapaces de guardar secretos, lo sabes.
Él puso sus brazos en torno de mí y me retuvo contra él; pero yo me aparté porque quería mirarle la cara.
—Quiero pensar acerca de todo esto… tal como ha sucedido —dije—. Tú viniste al estudio, buscándome a mí. Tú ibas a informarle al abuelo sobre mí.
—Sí. Yo iba a tomarte algunas fotografías para mostrárselas. Estaba decidido a cumplir fielmente mi cometido.
—Lo cumpliste de verdad.
—Me alegro de que estés de acuerdo con mis métodos.
—Y mi padre… —le dije—. ¿Él también lo sabía?
—Desde luego que lo sabía. Él había vivido cerca de Pendorric. Ahí fue donde conoció a tu madre.
—Papá lo sabía y no me dijo nada…
—Yo le había explicado mi promesa de mantener el secreto.
—No puedo comprenderlo. Era totalmente ajeno a él mantener secretos conmigo.
—Éste era un asunto muy importante. Seguramente él quería que tú le agradaras a tu abuelo. Es comprensible.
Le miré fijamente; él estaba sonriendo complacientemente.
—Cuánto hubiera deseado… —comencé.
—¿Qué deseas?
—Que tú no lo hubieras sabido.
—¿Por qué? ¿En qué cambian las cosas?
Me quedé en silencio. Sentí que estaba yendo demasiado lejos. Estaba a punto de preguntarle a Roc si se había casado conmigo por el dinero de mi abuelo, cuando yo no sabía siquiera que era una heredera. Pero todo había cambiado. Cuando yo pensaba en Barbarina continuamente me había dicho que nuestras posiciones eran tan diferentes porque su esposo se había casado con ella por su dinero. Pero la simple realidad era que yo ahora comenzaba a pensar si a mí también me había pasado lo mismo.
—¿Qué está pasando por tu cabeza? —insistía Roc.
—Es el golpe —repliqué evasivamente—. Cuando tú piensas que no tienes familia y de pronto te encuentras con un abuelo… es un tanto desconcertante. Lleva tiempo hacerse a la idea.
—Estás algo distante, me estás estudiando. Y eso no me gusta mucho. —Me miraba intensamente, muy serio.
—¿Por qué?
—Temo que me estés juzgando y que me halles en falta.
—¿Por qué habrías de temer?
—Porque me estás ocultando algo… o tratando de ocultarme.
—Tú eres el que me estás ocultando algo y lo logras.
—Solamente una cosa… pero hice la promesa de no decírtela.
Él se echó a reír, y tomándome, me levantó tan alto que tenía que mirarlo desde arriba.
—Oye —me dijo—, y ten esto bien claro. Me casé contigo porque me enamoré de ti. Hubiera sido lo mismo que fueras la nieta del viejo Bill, el Playero. ¿Me entiendes?
Liberé mis manos y le toqué las orejas; él me bajó hasta la altura de su rostro. Luego me besó; y como sucedía siempre que estaba con él, olvidé mis temores.
* * *
Ahora que se había descubierto el secreto, todo Pendorric hablaba de ello. Yo sabía que no tenía más que aparecer para que el asunto fuera tema de conversación. La gente me miraba como si hubieran descubierto algo diferente en mí. Al principio yo había aparecido como la Novia de Pendorric; y ahora resultaba que era la nieta del viejo lord Polhorgan. Muchos podían recordar que mi madre se había fugado con un pintor, y parecía un buen final romántico que yo volviera como una desposada.
La señora Robinson del almacén de suministros generales me dijo por lo bajo que mi historia era un buen argumento para televisión; Dinah Bond me dijo cuando la encontré un día en la villa, que ella sabía que había algo dramático en mi mano y que me lo hubiera dicho si yo se lo hubiera permitido; Morwenna y Charles parecían estar encantados; Lowella, con gran algarabía expresaba su deleite y comenzó a saltar cantando algo sobre «cuando el abuelo invitó a la abuela a bailar un segundo minuet», que parecía no tener nada que ver con nada; Hyson me observó con silencioso interés como si el curso de los acontecimientos no fuera totalmente inesperado.
Durante varios días, todo el mundo habló de ello. Pero advertí que se convertía en la maravilla del noveno día.
Hubo dos conversaciones que se me quedaron grabadas. Una que tuve con Rachel Bective, y otra que escuché.
Había ido hasta la playa de Pendorric a nadar una tarde y mientras salía del agua vi a Rachel que venía desde los jardines hacia allí.
Miré buscando a las mellizas, pero estaba sola.
Se aproximó hasta donde yo estaba y me dijo:
—¿Qué tal está hoy el agua?
—Bastante tibia —respondí y me recosté sobre una estera.
Ella se sentó a mi lado y comenzó a juguetear con los guijarros.
—¡Qué sorpresa debe de haber sido para usted! —dijo—. ¿No tenía ni idea?
—En absoluto.
—Bueno, no le sucede a todo el mundo que de pronto le obsequien con un abuelo a esta altura de la vida. ¡Y además, un millonario, imagínese!
Me pareció que su expresión era un tanto desagradable y me levanté a medias, preparándome para volver a través de los jardines.
—Roc lo sabía, por cierto —continuó. Luego se echó a reír—. No habrá podido creerlo.
—¿Crees que es algo agradable que haya rupturas en las familias?
—Me parece que es divertido que Roc haya salido en su busca y que la haya traído consigo, convertida en su esposa. Con razón se le veía tan satisfecho.
—¿Qué quiere decir?
Sus ojos de tinte verdoso debajo de sus cejas color arena se entrecerraron un poco; la boca era una línea dura. Pensé: está o muy herida o muy enojada; y de pronto, no me sentí tan fastidiada con ella como lo había estado un momento antes.
Ella pareció dominarse.
—A Roc siempre le gustó saber lo que no sabían los demás. Le debe haber parecido maravilloso tener un secreto como ése y que los demás no pudiéramos adivinarlo. Además… —Esperé que ella continuara, pero se encogió de hombros. Luego lanzó una carcajada áspera que parecía esconder una nota de amargura—. Algunos tienen toda la suerte —dijo—. Ser la señora Pendorric y la nieta de lord Polhorgan, que está encantado con ella.
—Vuelvo a casa —dije—. No está tan tibio como pensaba.
Ella asintió y yo me arrodillé sobre la estera mientras miraba hacia el mar. Yo podía imaginarme su expresión, porque ya había demostrado que estaba celosa de mí. ¿Celosa porque era la nieta de un hombre rico? ¿O celosa porque era la esposa de Roc? ¿O por las dos cosas?
La segunda conversación tuvo lugar al día siguiente, y sin querer escuché su final. Era en los jardines del patio cubierto y una de las ventanas de la planta baja del ala norte estaba totalmente abierta, de modo que la voz llegaba hasta mí y capté el giro de la conversación antes de prestar atención.
Era entre Charles y Morwenna, y al principio no me di cuenta de que hablaban de mí.
—Creía que estaba contento consigo mismo —ése era Charles.
—Nunca lo he visto tan contento.
—Ella es una criatura muy agradable.
—Lo tiene todo.
—Bueno, no será antes de que sea necesario, puedo asegurártelo. Pasé algunos momentos de ansiedad preguntándome cuál podría ser el desenlace. Pero por supuesto que estamos dando por sentado que las cosas son así.
—No lo creas. Ese tipo nunca deja que salga mucho de la familia. Después de todo, ella es su nieta y él no puede durar mucho más…
Me puse de pie y atravesé la puerta sur. Me ardían las mejillas.
Al entrar a la casa mis ojos dieron con el cuadro de Barbarina. Me detuve a mirarla. Casi me parecía que su expresión había cambiado y que ella me estaba diciendo: «Lo comprendo. ¿Quién comprendería mejor que yo, a quien todo esto le ha sucedido antes?».
* * *
Mi abuelo quería que todo el mundo supiera cuan contento estaba porque su nieta había llegado al hogar.
Me dijo que hacía años que no daba una recepción en Polhorgan y me propuso organizar un baile al que invitaría a todos los señores del lugar.
—Aún no estás del todo bien —le dije. Pero él me aseguró que no le haría ningún daño. Puso su mano sobre la mía.
—No trates de disuadirme. Me dará un inmenso placer. El baile será para ti y tu esposo. Quiero que tú lo dispongas todo; quiero que sea un marco apropiado para ti, querida. Por favor, dime que aceptas.
Él parecía tan contento con esa perspectiva que asentí, y cuando hablé a Roc y a Morwenna acerca de ello se mostraron muy divertidos y contentos. Ya se me había pasado el fastidio con Morwenna y Charles, diciendo para mis adentros que puesto que amaban tanto esa casa era natural que les agradara la idea de que un miembro de esa familia tuviera acceso a tanta cantidad de dinero.
—Imagínate —dijo Morwenna—. Polhorgan va a sacudir sus capas de polvo.
Las mellizas estaban encantadas. Cuando se le dijo a Lowella que los bailes no eran para las chicas de doce años, fue a ver a mi abuelo y le pidió una invitación para ella y su hermana. Tal conducta, que él denominaba iniciativa, le encantó, e inmediatamente le escribió a Morwenna pidiéndole que permitiera la asistencia de las mellizas.
Lowella estaba enloquecida cuando oyó eso. Los ojos de Hyson brillaban de secreto placer. Lowella saltó por todos lados citando con una voz deplorable:
«Hubo un sonido de festejos en la noche…».
Morwenna contribuyó a escribir la lista de invitados, pues dado que era una Pendorric, conocía a todos los vecinos.
—Todos querrán venir y ver a la nieta de lord Polhorgan —me dijo.
Roc, que estaba presente añadió:
—Tonterías. Es a la señora Pendorric a quien quieren conocer, porque es mucho más importante que la nieta del lord.
—Les debe parecer que todo esto es muy extraordinario —sugerí.
—Un milagro, querida —me aseguró Roc—. Tú sabes que estos lugares están llenos de supersticiones.
—Es verdad —me aseguró Morwenna.
Deborah estaba tan excitada como las mellizas ante la perspectiva de un baile y me invitó a su habitación para que viera la tela del vestido que Carrie le iba a hacer. Había dos colores y ella quería que la ayudara a decidirse.
Extendidas sobre la mesa había dos piezas de crepé de china, una color malva suave, la otra de un rosa pálido.
—Me parece una tela exquisita que ya casi no se encuentra —dije tomando el tejido entre mis dedos para ver la calidad.
—Lo tenemos desde hace algunos años, ¿verdad Carrie? —comentó Deborah.
No había advertido que Carrie entraba silenciosamente a la habitación; traía una cinta métrica en torno al cuello, un par de tijeras y una almohadilla con alfileres, a la cintura.
—La hallé en Plymouth —dijo—. Temí que no hubiera cantidad suficiente para las dos.
Deborah me miró sonriéndome amablemente; luego puso una mano sobre el hombro de Carrie.
—Carrie es una maravilla con una aguja en la mano. Estoy segura de que me hará algo digno del baile.
—¿Se acuerda de los vestidos que les hice para la fiesta de compromiso? —murmuró Carrie con los ojos fijos—. Estilo imperio. Entonces usted llevaba el rosado; ella, el malva.
—Sí, decidimos que teníamos que ser diferentes entonces.
—Antes era siempre lo mismo. Lo que llevaba una lo llevaba la otra.
—He traído a la señora Pendorric para que me ayude a decidir cuál de los dos colores llevaré —dijo Deborah.
—El malva era su color. Ella lo usaba mucho… después…
—Quizá sea mejor que me decida por el rosa —murmuró Deborah.
Me llevó a su sala y mientras nos sentábamos juntas a mirar el mar ella dijo:
—Me da un poco de miedo que Carrie me haga cosas nuevas. Siempre se lleva la costura a su casa. En Devon, sabes, siempre solía hacer las cosas de dos en dos. No puede olvidarlo.
Cuando dejé a Deborah me encontré con Rachel Bective. Me dirigió una sonrisa con desgana y parecía casi ansiosa.
—Todo el mundo está hablando del baile que da su abuelo —dijo—. Me siento como la Cenicienta. Pero supongo que la institutriz no puede esperar que la inviten.
—Qué tontería —repliqué—. Desde luego que está invitada.
—Oh —murmuró algo confundida—, gracias… me siento honrada.
Cuando se dio la vuelta y se fue pensé: Su problema es ese complejo de ser la empleada aquí. Si pudiera olvidarlo se sentiría más feliz y yo le tendría más simpatía.
* * *
Durante los días siguientes pasé mucho tiempo en Polhorgan. Mi abuelo estaba muy ansioso porque yo hiciera un recorrido completo de la casa, y lo hice en compañía de Dawson y su esposa que me trataban con mucho respeto ahora que sabían que yo era la nieta del amo.
Polhorgan no estaba edificado con el mismo esquema que Pendorric. Ésta era una sola casa muy grande, mientras que la nuestra en Pendorric era como cuatro más pequeñas, juntas. En Polhorgan había un inmenso salón que serviría de escenario para el baile, y Dawson y su mujer habían quitado las fundas a los muebles de modo que yo podía ver el lugar en todo su esplendor.
Era una sala de magníficas proporciones, con el alto cielorraso abovedado y paredes artesonadas; y había una tarima en un extremo que sería ideal para la orquesta. Dawson sugirió que se trajeran algunas plantas exóticas de los invernaderos y que acaso yo quisiera hablar de ello con Trehay, el jardinero principal.
Pasando este gran salón había varias habitaciones que podían servir de comedores. Me di cuenta de que la señora Dawson era una mujer muy eficiente y que estaba encantada ante la perspectiva de poder lucir sus habilidades como ama de llaves.
Me mostró las cocinas que era un modelo de modernidad.
—¡Todo esto, señora —suspiró la señora Dawson—, y nadie para usarlo! Yo podría haber cocinado para el señor con una sola hornilla, para lo que él come. ¡Aunque la enfermera exige que la atiendan, puedo asegurárselo!
Mientras ella me mostraba el lugar apareció la propia Althea Grey. Se la veía tan atractiva como siempre con su uniforme, y me dirigió una sonrisa amable. Me llamó la atención cuan perfectas eran sus facciones y recordé con incomodidad la vez que la encontré en la playa con Roc.
—De modo que le está mostrando la casa a la señora Pendorric —dijo.
—Así parece, señorita. —La voz de la señora Dawson era mordaz.
—Si lo desea la reemplazaré. Supongo que tendrá trabajo por realizar.
—Como ama de llaves considero que mi deber es mostrarle a la señora Pendorric la casa, señorita.
La enfermera me sonrió y se encogió de hombros pero, como desafiando a la señora Dawson y afirmando su derecho a estar allí, permaneció con nosotros.
La señora Dawson continuó y se comportó como si no estuviera enterada de la presencia de la enfermera.
Me pregunté qué habría hecho Althea Grey para que le tuviera tanta antipatía.
Subimos una hermosa escalera y fuimos a inspeccionar los cuartos del primer piso de la mansión, con sus enormes ventanales, y esa hermosa vista a la cual yo ya me había acostumbrado en Pendorric.
La señora Dawson quitó las fundas a algunos muebles y me mostró algunas piezas hermosas, la mayoría antiguas, que me parecieron de gran valor.
—Una joya en cada rincón —murmuró Althea Grey, con expresión risueña en sus hermosos ojos azules.
La evidente hostilidad entre ellas hizo que me sintiera un poco incómoda.
—Me han dicho que tendremos unos sesenta invitados, señora Pendorric —dijo Althea Grey—. Por suerte, tenemos grandes salones; de no ser así, estaríamos pisándonos unos a otros.
—Bueno, después de todo, enfermera —terció la señora Dawson—, eso no tiene por qué inquietarla a usted, ¿no es verdad?
—Oh, pero me inquieta; no me gusta que me pisen —rió—. Oh, usted cree que porque soy nada más que la enfermera de lord Polhorgan no estaré ahí. Pero usted está equivocada, señora Dawson. Desde luego que estaré. No podría dejarle sin mis cuidados, ¿no?
Me sonreía como invitándome a unirme al festejo de su victoria sobre la señora Dawson, quien parecía totalmente descolocada, y supuse que ése era el trato habitual entre una servidora que se consideraba con más derecho que la otra. Ésa debió ser la razón de la animosidad.
—Por supuesto que no —dije apresuradamente; y el rostro de la señora Dawson se mostró fastidiado.
—Me parece, señora —dijo— que la señorita Grey podría mostrarle a usted las habitaciones superiores.
Se lo agradecí y le aseguré que vería con mucho agrado que ella permaneciera con nosotros, pero ella murmuró algo sobre cosas que tenía que hacer, y nos dejó.
Cuando quedamos a solas, Althea Grey me hizo una mueca de sonrisa.
—Convertiría la vida en un duelo si yo se lo permitiera. Bruja celosa.
—¿Cree que tiene celos de usted?
—Siempre los tienen. Ya me he topado con este tipo de cosas anteriormente… ser enfermera en casas privadas… A ellas no les gusta porque tienen que servirnos. Están todo el tiempo ansiosas por decirnos que valen tanto como nosotras.
—Debe ser bastante incómodo para usted.
—No dejo que me incomode. Puedo manejar ese tipo de personalidades, se lo aseguro.
Pese a su delicada belleza era indudable que podía.
Llegamos hasta la habitación de mi abuelo y cuando entré con ella, él me dio una bienvenida muy cariñosa, con una sonrisa que levantó mi ánimo al ver el cambio que se operaba en él con mi llegada.
La enfermera ordenó que trajeran el té, y lo tomamos los tres juntos. Toda la conversación versó en torno del baile, y antes de que ella nos dejara advirtió a mi abuelo que estaba excitándose demasiado.
—¿Tiene las píldoras a mano? —dijo.
Como respuesta él tomó una cajita de plata de su bolsillo y se la mostró.
—Muy bien.
Me sonrió y nos dejó a los dos solos.
* * *
Había tenido una mañana muy ajetreada y después del almuerzo, puesto que lucía un hermoso sol y hacía varios días que no iba al patio, me senté en mi lugar favorito debajo de una palmera.
No llevaba allí más de cinco minutos cuando la puerta del norte se abrió y salió una de las mellizas.
Siempre me avergonzaba un poco mi falta de habilidad para distinguir cuál era cuál cuando no estaban juntas, y trataba de descubrirlo sin demostrar mi ignorancia…
Ella vino y se paró delante de mí.
—Hola. ¿Qué te parece este lugar? Últimamente no has venido aquí, ¿verdad?
—He estado demasiado ocupada.
Ella me miró con solemnidad.
—Lo sé, es un asunto de mucho trabajo… saber de pronto que eres la nieta de lord Polhorgan. —Se sostuvo sobre un pie y dio unos cuantos saltos aproximándose—. ¡Qué cosa! Pensar que podrías haber estado siempre aquí… si tu madre y tu padre no se hubieran escapado. Y nosotros te hubiéramos conocido desde siempre.
—Hubiera podido suceder muy fácilmente —admití.
—Pero es más interesante de este otro modo. No hubieran hecho este baile entonces… si hubieras estado siempre aquí. No tendría ningún sentido ofrecer un baile para alguien que nunca se hubiera ido, ¿no es así?
—¿Dirás que es como el retorno del hijo pródigo?
Ella asintió vigorosamente.
—Ahora eres rica, ¿no es verdad?, y debes haber sido pobre, aunque quizá no comieras las vainas que comen los cerdos.
Ahora estaba segura de que ella era Lowella. Había comenzado a saltar en torno a mi silla, y cuando se encontró detrás de mí se puso muy cerca y respiraba sobre mi cuello.
—No todos estuvieron contentos cuando él retornó al hogar, ¿verdad? Estaba el hermano que había permanecido en su casa. Él no entendía por qué habrían de festejar con un cordero engordado la vuelta de alguien que se había ido cuando le había dado la gana.
—No te aflijas. Yo no tengo ningún hermano que se ponga celoso por la recepción que se me brinde.
—Bueno, no tiene por qué ser un hermano. En una parábola es diferente. No tiene por qué significar exactamente lo que dice. Uno tiene que interpretarla… así dice Becky. Carrie me está esperando para probarme el traje que llevaré al baile.
—Ella te lo está haciendo, ¿no?
—Sí, es color dorado. Está haciendo dos… exactamente iguales. Será gracioso. Nadie sabrá cuál es Hy y cuál es Lo.
—Si Carrie quiere probártelo es mejor que vayas. ¿No te parece?
—Ven conmigo y lo verás. Es muy bonito.
Comenzó a dar saltitos hacia la puerta oeste y yo me levanté y la seguí hasta el interior de la casa, insegura, una vez más, de si había estado hablando con Hyson o con Lowella.
Mientras subíamos las escaleras, comenzó a canturrear, y el canto era una tonada que yo había escuchado en esa extraña voz de falsete que me había sobresaltado tanto. Este canturreo era muy diferente sin embargo, sin entonación y muy monótono.
—¿Qué es lo que estás cantando? —le pregunté.
Ella se detuvo, se volvió lentamente, y me miró desde arriba, pues estaba varios escalones delante de mí. Entonces supe que era Hyson.
—Es la canción de Ofelia en Hamlet.
—¿La aprendiste en la escuela?
Sacudió la cabeza.
—¿Te la enseñó la señorita Bective? —Advertí que yo estaba volviéndome demasiado ansiosa; y ella lo notó y lo encontró divertido.
De nuevo sacudió la cabeza. Aguardaba malignamente la próxima pregunta.
—Es una canción pegadiza —comenté simplemente y continué subiendo.
Ella se me adelantó corriendo hasta llegar a la puerta del cuarto de costura de Carrie.
Carrie estaba sentada ante una máquina de coser antigua y vi que trabajaba en un vestido color oro.
En la habitación había dos maniquíes, uno de niña y otro de adulta. En el más pequeño había otro vestido color oro; en el más grande, un traje de noche color malva.
—¡Ah!, muy bien, señorita Hyson —dijo Carrie. La estuve esperando. Venga por aquí. Ese cuello no me agrada.
—Aquí está la señora Pendorric también —dijo Hyson—. Ella quería ver el vestido y entonces la traje.
Fui hasta el maniquí sobre el cual se hallaba el otro vestido color oro.
—Es encantador —le dije—. Éste es el de Lowella, supongo.
—Se lo probé a la señorita Hyson —masculló Carrie—. La señorita Lowella no puede quedarse quieta durante más de un par de segundos.
—Es verdad —dijo Hyson remilgadamente—. Su cabeza revolotea como una mariposa. No se puede concentrar en nada por un rato. Becky dice que es un desastre.
—Venga aquí, entonces —dijo Carrie dándole un tijeretazo a una costura y quitando el vestido de la máquina.
Hyson se quedó quieta mientras Carrie le quitaba el vestido que tenía puesto y le ponía el de seda color oro.
—Es una preciosidad —dije.
—El cuello está mal. —Carrie respiraba pesadamente mientras soltaba y tomaba el cuello del vestido. Yo me aproximé el traje malva y lo examiné. Estaba muy bien hecho. Pero como toda la ropa de Deborah tenía algo de ropa del tiempo pasado. Las hileras de volantes en la falda larga hubieran estado de moda muchos años atrás, lo mismo la puntilla del cuello. Era como un hermoso traje de estilo.
—Creí que se haría el rosa —dije.
—Uh —murmuró Carrie, con la boca llena de alfileres.
—Supongo que Deborah cambió de parecer, pero cuando estuve aquí, creí que ella quería el rosa.
Hyson negó vigorosamente con la cabeza y la inclinó hacia el vestido que colgaba detrás de la puerta. Miré y vi una réplica exacta del otro, esta vez en rosa.
—Carrie hizo dos ¿verdad, Carrie? —dijo Hyson—. Ella hizo dos vestidos color dorado… uno para mí, uno para Lowella, e hizo dos como ése, uno rosa y otro malva, porque desde que dejaron Devon ellas nunca usaron el mismo color. Fue distinto a partir de Devon, ¿verdad, Carrie?
Hyson me miraba casi con expresión triunfadora y yo me sentí impaciente con ella.
—¿De qué demonios estás hablando? —le pregunté. Hyson se quedó absorta en la punta de sus pies y no me contestó.
—Carrie —insistí—, supongo que la señorita Deborah hizo hacer los dos vestidos. Quizá sea porque usted tenía la tela desde hacía mucho tiempo… creo que usted dijo que la tenía.
—El rosa es para la señorita Deborah —dijo Carrie—. Me gusta como le queda el rosa.
—¿Y el malva…?
Hyson se apartó bruscamente de Carrie, corrió hacia mí, puso una mano sobre mi brazo y me sonrió mirándome a la cara.
—El rosa fue hecho para la abuelita Deborah —me murmuró— y el malva para la abuelita Barbarina.
Carrie le sonreía al vestido malva como si viera algo más que un vestido en él; luego dijo apaciblemente:
—El malva era su color, querida; y yo siempre digo que nunca hubo dos doncellas más hermosas en Devonshire que la señorita Deborah y la señorita Barbarina.
De pronto me causó impaciencia la atmósfera cerrada del cuarto de costura y dije:
—Tengo cosas que hacer —y me fui.
* * *
Pero una vez que hube cerrado la puerta me pregunté qué motivo había detrás de la extraña conducta de Hyson. Podía entender que Carrie desvariara un poco; era vieja y evidentemente había querido mucho a Barbarina. Deborah había dicho que nunca se había recuperado del golpe que le había causado su muerte. ¿Pero cómo encajaba Hyson en todo esto? ¿Podría ser que por alguna razón ella lamentara mi llegada a Pendorric? Todo eso acerca del cordero engordado… ¿qué sentido tenía?
Miré por encima de mi hombro y reprimí el impulso de volver a la habitación. En cambio, seguí por el corredor y fui hasta la puerta de la sala de estar de Deborah.
Vacilé un momento, luego golpeé.
—Adelante —dijo Deborah.
Estaba sentada ante una mesa, leyendo.
—Querida, qué agradable sorpresa. ¿Pasa algo malo?
—Oh no… nada. Estoy desconcertada, eso es todo.
—Ven, siéntate y dime qué es lo que te desconcierta.
—Hyson es una chiquilla rara, ¿verdad? Creo que no la comprendo.
Ella se encogió de hombros, luego respondió:
—No siempre es fácil entender qué pasa en la mente de una criatura.
—Pero Hyson es tan extraña… Lowella es muy diferente.
—Es el caso de una extrovertida y otra introvertida.
Son mellizas con caracteres totalmente distintos. Dime qué ha estado haciendo Hyson que te haya molestado.
Le hablé acerca del vestido que había visto en el maniquí en el cuarto de costura de Carrie.
—Lo sé —dijo Deborah con un suspiro—. Ya lo hizo anteriormente antes de que yo pudiera impedírselo. Me había decidido por la tela rosa y por el modelo; y descubrí que no sólo estaba haciendo el rosa sino también el malva.
—¿Ella realmente cree que Barbarina aún vive?
—No lo cree todo el tiempo. A veces es tan lúcida como tú o como yo. Y otras veces cree que ha retrocedido al pasado. No importa. Los vestidos son exactamente iguales, de modo que puedo usar cualquiera de los dos. Nunca la reprendo.
—¿Pero, qué me dice de Hyson? —le dije—. ¿Carrie le habla de ella?
—Hyson sabe perfectamente bien cuál es la situación. Se lo he explicado. Pero le he dicho que nunca debe herir los sentimientos de Carrie. Hyson es una buena chica. Hace todo lo que puede. Parece que no estás de acuerdo, querida.
—Creo que es un poco… malsano —respondí.
—Oh, no hace mal a nadie y da felicidad a Carrie. Mientras ella pueda creer que Barbarina aún está con nosotros permanecerá contenta. Cuando se enfrenta con lo que realmente pasó se deprime y entristece. En Devonshire es más fácil. Allí a menudo tiene la impresión de que Barbarina está en Cornwall, y que pronto vendrá a visitarla. Aquí no es tan fácil porque considera que Barbarina tendría que estar aquí.
Me quedé en silencio y ella puso su mano sobre la mía.
—Querida —prosiguió con suavidad—, tú eres joven y rebosante de sentido común. Para ti es difícil comprender las divagaciones de la gente que no está muy normal. No te dejes fastidiar por Carrie. Hace mucho que está así. Yo no podría soportar hacerla desgraciada… por eso la dejo pasar y le permito que diga: «la señorita Deborah irá al baile con el vestido rosa y la señorita Barbarina con el malva». No pasa nada. Y ya que hablamos de vestidos, dime, ¿tú qué vas a ponerte?
Le dije que llevaría un vestido verde y dorado que había comprado en París durante mi luna de miel. Hasta ahora no había tenido oportunidad de usarlo y el baile parecía una ocasión ideal.
—Estoy segura de que estarás hermosa, querida, muy hermosa; y tu abuelo y tu marido estarán muy orgullosos de ti. Oh, Favel, ¡qué mujer tan afortunada eres: encuentras un marido y un abuelo en unos pocos meses!
—Sí —dije lentamente—, es verdaderamente muy extraño. Ella rió alegremente.
—Ves, te están sucediendo cosas extrañas desde que has llegado a Pendorric.
* * *
Se decidió que Roc y yo fuéramos a Polhorgan media hora antes de lo establecido para que llegaran los invitados y pudiéramos estar con lord Polhorgan y recibirlos.
Me bañé y vestí a tiempo y estaba muy satisfecha con mi aspecto al verme con el vestido verde. Era ajustado al cuerpo, de terciopelo y de seda verde. Se abría en abanico a partir de las rodillas, llevaba un estrecho cinturón dorado y bajo la falda asomaba un borde de satén dorado.
Me había hecho un peinado alto, y estaba encantada con el efecto parisino.
Roc entró mientras yo estaba de pie ante el espejo y tomándome las manos me sostuvo apartada, con los brazos extendidos para examinarme.
—No tengo la menor duda de quién será la más bella del baile —dijo, y me atrajo hacia él besándome tan suavemente como si yo fuera una figura de porcelana que pudiera quebrarse si me apretaban.
—Es mejor que te vistas —le advertí—. Recuerda que tenemos que llegar temprano.
—Primero, quiero darte esto —dijo sacando una cajita de su bolsillo.
La abrí y vi un hermoso collar de esmeraldas y diamantes.
—Conocidas un tanto exageradamente como las esmeraldas de Pendorric —me dijo—. Usadas en su boda por aquella a quien llaman la Primera Novia.
—Son exquisitas, Roc.
—Las tenía en la mente cuando te sugerí que compraras ese vestido. No pretendo conocer nada sobre moda, pero al ser verde pensé que hacía juego.
—¿Entonces, deberé usarlas esta noche?
—Desde luego. —Las sacó del estuche y me las puso al cuello. Ya parecía soignée antes, pero ahora estaba majestuosa. Las esmeraldas me transmitían ese halo.
—¿Por qué no me dijiste que me las pensabas regalar?
—¡Porque en todas las mejores escenas las joyas se colocan en torno al cuello de las damas en el preciso momento psicológico!
—Tienes buen ojo para el teatro. Oh Roc, son hermosas, tendré miedo de perderlas.
—¿Por qué habría de ser así? Tiene una cadena de seguro. Las esposas de los Pendorric las han usado desde hace unos doscientos años y no las han perdido. ¿Por qué habría de perderlas ésta?
—Gracias, Roc.
Alzó los hombros y me miró sardónicamente.
—No me lo agradezcas a mí, querida. Agradéceselo al otro Petroc que se casó con Lowella. Él las compró para ella. De todas maneras, las heredas tú. Será estupendo demostrarle a ese opulento abuelo tuyo que tienes un marido que puede regalarte algo que vale la pena tener…
—¡Me has dado tanto que vale la pena tener! No quiero quitar valor al collar pero…
—Lo sé, querida. Los corazones bondadosos son más valiosos que las esmeraldas. Es un sentimiento con el que estoy totalmente de acuerdo. Pero se está haciendo tarde, de modo que más tarde desarrollaremos ese pensamiento.
—Sí, es mejor que te des prisa.
Se fue al baño y yo miré mi reloj. Teníamos que salir en un cuarto de hora. Conociendo su tendencia a hablar mientras se vestía y sabiendo que eso lo retrasaría, salí de la habitación al pasillo. Me quedé apoyada en la ventana mirando al patio. Pensaba en mi abuelo y en todo lo que me había sucedido en las últimas semanas, y me pareció que mi vida, que hasta entonces había sido muy previsible, de pronto se había vuelto dramática. No pensé que me sorprendiera lo que me sucediera en adelante.
Aún era feliz: estaba cada día más enamorada de mi marido y a la vez crecía mi afecto por mi abuelo, y hallaba gran placer en ser la que podía llevar alegría a su existencia. Sabía que él había cambiado mucho desde que yo había venido, y más aún desde que me había revelado su parentesco. A menudo me recordaba a un muchacho con su entusiasmo por cosas simples, y yo comprendía que esto se debía a que nunca había tenido tiempo de ser realmente joven.
Un impulso me hizo levantar la vista de la fuente a las palmeras. Esa impresión que tenía a menudo cuando estaba en el patío, se hizo más fuerte en ese momento. Era una sensación de inquietud inaccesible, como si alguien me estuviera mirando intensamente y no de manera desaprensiva ni cordial.
Inmediatamente dirigí la vista hacia las ventanas del este… a ese piso en el cual Barbarina había tenido su sala de música.
Hubo allí un movimiento. Alguien estaba de pie ante la ventana del corredor, no asomado sino un poco más atrás. Ahora la figura se aproximaba. No podía distinguir la cara pero supe que era una mujer porque llevaba un vestido color malva.
Era el que yo había visto en el maniquí de la modista; el vestido que Carrie había hecho para Barbarina.
—Barbarina… —murmuré.
Durante algunos segundos vi claramente el vestido, pues una mano pálida había descorrido las cortinas. Sin embargo no podía ver la cara… luego la cortina se volvió a su lugar.
Me quedé mirando la ventana.
Desde luego, me dije, tenía que ser Deborah. Decidió usar el vestido malva después de todo. Ésa es la respuesta. ¿Pero por qué no me saludó con la mano ni dejó que la viera?
Todo había ocurrido en pocos segundos, ¿no? Ella no podía haberme visto.
Roc salió de la habitación gritando que ya estaba listo.
Estuve a punto de decirle lo que había visto, pero de alguna manera había carecido de importancia. Cuando viera a Deborah en el baile con el vestido malva estaría satisfecha.
El salón de baile con Polhorgan estaba magnífico. Trehay, ansioso de lucir sus flores más exóticas había hecho un estupendo despliegue, pero las hyndrageas naturales de Cornwall eran, en mi opinión, las más deslumbrantes.
Mi abuelo estaba ya en el salón de baile en su silla de ruedas con Althea Grey a su lado, notablemente hermosa con su vestido celeste muy pálido y los hombros al descubierto. Una camelia blanca era todo su adorno. Su mano descansaba sobre la silla de mi abuelo con gesto de propietaria.
—Te pareces más que nunca a tu madre —dijo bruscamente mi abuelo y supe que se había conmovido cuando yo me incliné para besarlo.
—Todo irá bien —le repliqué—. Tengo muchos deseos de conocer a todos tus amigos.
Mi abuelo se echó a reír.
—No son mis amigos. Pocos de ellos han estado antes aquí. Vienen a conocer a la señora de Pendorric. Ése es el hecho. ¿Qué te parece el salón de baile?
—Absolutamente magnífico.
—¿Tienen algo semejante a esto en Pendorric, Roc?
—Creo que no llegamos a esta gloria. Nuestros ambientes son diminutos en comparación a esto.
—¿Te gusta ese artesonado? Lo hice traer especialmente de los Midlands. De una vieja mansión que estaba deshaciéndose. Yo solía decirme: «Un día serán todos míos». Y bien, así fue en cierto modo.
—Ello encierra una lección —dijo Roc—. Toma lo que quieras y paga por ello.
—Lo pagué con gusto.
—Lord Polhorgan —dijo Althea—, no debe usted excitarse demasiado. Si lo hace deberé insistir en que vuelva a su habitación.
—¿Ven cómo me tratan? —dijo mi abuelo—. Es como si fuera un escolar. En efecto, estoy seguro que a veces la señorita Grey cree que lo soy.
—Estoy aquí para cuidarlo —le recordó ella—. ¿Tiene usted sus pastillas de nitroglicerina?
Él puso la mano en el bolsillo y le mostró la cajita de plata.
—Bien, téngalas a mano.
—Yo tampoco lo perderé de vista —le dije.
—Cuan afortunado es usted, señor —murmuró Roc—, ¡tiene a las dos mujeres más hermosas del baile cuidándolo!
Mi abuelo puso su mano sobre la mía y me sonrió.
—Así es —asintió—, soy afortunado.
—Parece que llegan los primeros invitados —dijo Althea.
Así era. Dawson, espectacular con libre negra, alamares y botones dorados anunciaba a los primeros en llegar.
* * *
Me sentía muy orgullosa de estar allí entre mi abuelo y mi esposo, saludando a los invitados. Mi abuelo era frío y formal; Roc, totalmente opuesto. Yo, naturalmente, era el centro de mayor interés; me di cuenta de que mucha de esta gente quería ver con qué clase de mujer se había casado Roc Pendorric. El hecho de que yo fuera la nieta de lord Polhorgan significaba que ellos estaban enterados de nuestro romántico encuentro, pues todos sabían que mi madre había escapado de su casa y no se había comunicado con su padre nunca más. Era un buen tema de chismes y la verdad es que dio mucho que hablar. Polhorgan era un lugar imponente, pero muchas de esas personas poseían casas igualmente importantes. La diferencia era que habían permanecido en la familia durante cientos de años, mientras que mi abuelo había ganado el dinero para hacérsela construir. Además, no era probable que pudieran compararse con la opulencia de los decorados que veían ahora. Era bien sabido que mi abuelo era un millonario o algo por el estilo.
De modo que cuando ellos le decían a Roc que había tenido suerte, creo que la fortuna de mi abuelo tenía algo que ver con ello.
No obstante, yo empezaba a pasarlo bien. Había comenzado la música y los invitados seguían llegando. No todos eran jóvenes; había gente muy mayor, pues las invitaciones se habían enviado a las familias enteras. Habría, pues, una concurrencia muy mezclada.
El grupo de Pendorric había llegado, y las mellizas venían delante, del brazo, idénticas con sus vestidos color oro; detrás de ellas Charles y Morwenna, y luego… Deborah.
Deborah llevaba el vestido rosa que Carrie había hecho para ella y parecía salida de una revista de modas para jóvenes de veinticinco años atrás.
¡Pero era rosa! ¿Quién llevaba entonces el malva?
Me esforcé por sonreírles; pero no podía dejar de pensar en la visión que había tenido en la ventana. ¿Quién podría haber sido?
Deborah había tomado mis manos.
—Estás espléndida, querida. ¿Va todo bien?
—Bueno, sí… creo que sí.
—Me pareció que estabas un poco sorprendida cuando me viste.
—Oh, no… ¿Por qué?
—No sé, pasaba algo. Debes decírmelo más tarde. Ahora seguiré adelante.
Se aproximaban más invitados y Roc me iba presentando. Yo tomaba las manos que me extendían, pensando aún en la visión con el vestido malva.
* * *
Bailé con Roc y con muchos otros esa noche. Era consciente de la mirada de mi abuelo, que nunca parecía abandonarme.
Creo que fui un éxito como anfitriona.
Le estaba agradecida a Deborah, quien estaba decidida a hacerme sentir cómoda desde que advirtió que yo estaba confusa.
Aprovechó la primera oportunidad para hablar conmigo.
Roc estaba bailando con Althea Grey y yo estaba de pie junto a la silla de mi abuelo cuando ella se aproximó.
—Ahora que tienes un momento, Favel —dijo ella—, quisiera que me dijeras, ¿por qué estabas sorprendida cuando me viste?
Vacilé y luego le respondí:
—Me pareció verla más temprano ante la ventana este, antes de salir de Pendorric… con el vestido malva.
Hubo silencio por unos cuantos segundos y yo continué.
—Estaba vestida y esperando a Roc cuando me asomé a la ventana y vi a alguien con el vestido malva.
—¿Y no reconociste quién era?
—No pude verle la cara. Solamente vi el vestido y que alguien lo llevaba puesto.
—¿Y qué pensaste?
—Pensé que había decidido usarlo.
—¿Y cuando entré con el rosa no habrás pensado que habías visto a… Barbarina?
—Oh no, realmente no pensé eso. Pero me pregunto quién…
—Desde luego —dijo tocándome la mano—, eres demasiado sensata para pensar algo así. —Hizo una pausa y continuó—: Hay una explicación simple. Podía elegir entre dos vestidos. ¿Por qué no habría de probarme el malva y elegir luego el rosa?
—De modo que era usted.
Ella no respondió; miraba ensoñadoramente a los que bailaban. Me di cuenta de que no creía lo que me estaba sugiriendo. Ella no había dicho que se había probado el malva. Lo había planteado de un modo distinto. «¿Por qué no habría de probarme el malva…?». Era como si no quisiera decir una mentira, pero al mismo tiempo estaba tratando de despejar mi inquietud.
Era sólo un pensamiento fugaz que me cruzó la mente mientras yo miraba su rostro bondadoso y amable.
Casi inmediatamente me dije: «Deborah se probó el malva primero». Era natural. Y además era la única explicación.
¿Pero, por qué habría ido a la ventana del ala este para hacerlo? Porque Carrie habría puesto el vestido ahí, era la respuesta obvia.
Eliminé el asunto de mi cabeza. Deborah lo advirtió y pareció aliviada.
* * *
El abuelo me dijo que no debía permanecer a su lado porque le gustaba verme bailando. Le contesté que estaba un poco preocupada por él, pues parecía algo más alterado que de costumbre.
—Estoy disfrutando —dijo él—. Quisiera haberlo hecho con mayor frecuencia en el pasado. Quizás lo haremos ahora, eh, ahora que tú has venido a casa. ¿Dónde está tu esposo?
Él estaba bailando con la enfermera Grey y se lo señalé. Eran la pareja más llamativa del salón para mí, ella con su pelo rubio; él tan oscuro.
—Él tendría que estar bailando contigo —dijo mi abuelo.
—Me lo sugirió, pero le dije que quería conversar contigo.
—Éste no es momento. Ah, aquí está el doctor. Me encanta no verlo profesionalmente, doctor Clement. Andrew Clement me sonrió.
—Fue muy amable de su parte, señora Pendorric, invitarme.
—¿Por qué no saca a bailar a mi nieta? No quiero que esté pegada a la silla del viejo toda la noche.
Andrew Clement me sonrió y fuimos a la pista juntos.
—¿Cree usted que esto es demasiado excitante para mi abuelo? —le pregunté.
—Yo no diría que estaba demasiado excitado. No, creo que le está haciendo bien. Le diré algo, señora Pendorric; ha mejorado mucho desde que usted está aquí.
—¿Ah, sí?
—Oh, sí, usted le ha dado un verdadero interés en la vida. Había veces en que yo temía que muriera de melancolía… permanecía sentado en esa habitación día tras día, mirando el mar. Ahora ya no está solo. Creo que ha cambiado muchísimo; tiene algo por qué vivir, y usted sabe que es un hombre de inmensa energía. Siempre ha salido en pos de lo que ha querido y ha salido airoso. Y bien, ahora quiere vivir.
—Esa sí que es una excelente noticia.
—Oh, sí me ha dicho lo encantado que está con usted. Hace poco me pidió que fuera testigo para firmar algunos documentos importantes, y le dije a la enfermera Grey después que hacía mucho tiempo que no lo encontraba tan bien. Ella me comentó que se debía a la presencia de su nieta a quien él adoraba.
—No puedo decirle lo feliz que me hace poder serle de alguna utilidad. ¿Su hermana está aquí esta noche?
—Oh, sí, aunque el baile de salón no es para ella. Si se tratara de baile folklórico…
Se rió y en ese momento un apuesto joven rubio le tocó el hombro. Andrew Clement pretendió reprenderle y dijo:
—Oh, ¿estamos en esa clase de baile?
—Me temo que sí —dijo el joven—. ¿Me permite a la señora Pendorric?
Mientras bailaba con el joven me dijo que era John Poldree y que vivía unos cuantos kilómetros tierra adentro.
—Estoy aquí por poco tiempo —continuó—. En realidad, estoy estudiando abogacía en Londres.
—Cuánto me alegro que coincidiera con este baile —le dije.
—Sí, es muy entretenido. Todo es muy interesante además… que usted haya resultado ser la nieta de lord Polhorgan.
—La mayoría de las personas piensan lo mismo que usted.
—Su abuelo tiene una enfermera muy espectacular, señora Pendorric.
—Sí, ella es en verdad muy hermosa.
—¿Quién es? La he visto en alguna otra parte antes.
—Se llama Althea Grey.
—No recuerdo el nombre —dijo sacudiendo la cabeza—. Pero el rostro me resulta familiar. Me parece vincularla con algún juicio… Creía tener muy buena memoria para ese tipo de cosas, pero parece que no es tan buena.
—Yo diría que si la hubiera conocido personalmente la recordaría.
—Sí. Por eso estaba tan seguro. Bueno, ya me volverá a la memoria, espero.
—¿Por qué no se lo pregunta a ella?
—En efecto, se lo he preguntado ya, pero me dejó pasmado. Ella estaba segura que nunca me había conocido anteriormente.
Le tocaron el hombro, y ahí estaba Roc, aguardando para pedirme.
Yo estaba muy feliz bailando con mi esposo. Sus ojos tenían una expresión divertida y pude advertir que lo estaba pasando muy bien.
—Parece mentira —dijo— pero casi he perdido a la anfitriona. Sospecho que ella tendrá sus deberes que cumplir.
—Lo mismo digo yo.
—Bueno, ¿no me has visto cumpliéndolos? No he perdido ningún detalle.
—Te he visto en diversas ocasiones bailando con Althea Grey. ¿Estaba enfadada por falta de atención?
—Este tipo de gente suele estar en desventaja en estas oportunidades. Althea y Rachel por ejemplo. La enfermera y la institutriz. Todavía hay mucho esnobismo, tú lo sabes.
—Y por eso tú te has ocupado de Althea. ¿Y dónde dejas a la pobre Rachel?
—Me tendré que ocupar de ella también.
—Entonces —dije de pasada—, como estarás muy ocupado será mejor que saque el mayor provecho mientras te tengo conmigo.
Me apretó la mano.
—¿Has olvidado —me preguntó con los labios rozándome las orejas— que el resto de nuestras vidas será para los dos?
* * *
La comida fue muy alegre. Habíamos decidido que fuera servida en tres de las habitaciones más grandes contiguas al recibidor; todas miraban al sur, y las enormes puertas ventanas se abrían sobre terrazas que daban sobre los jardines hacia el mar. Había abundante luz de luna, y la vista era encantadora.
Los arreglos florales de Trehay eran tan hermosos en los salones comedor como en el salón de baile; y no se había ahorrado esfuerzo alguno para lograr el mayor esplendor. Sobre las mesas repletas había pescados, budines, pasteles y exquisiteces de toda clase. Dawson y sus subordinados con sus hermosas libreas se encargaron de las bebidas mientras la señora Dawson supervisaba la comida.
Yo compartí la mesa con mi abuelo, John Poldree y su hermano, Deborah y las mellizas.
Lowella estaba tan silenciosa como Hyson en esta oportunidad; parecía apocada y cuando le murmuré que la veía desacostumbradamente callada, Hyson respondió que habían jurado no llamar la atención sobre sí mismas, por si alguien recordaba que no tenían edad suficiente para asistir a bailes y le dijeran a Rachel que las llevara a casa.
Habían escapado de la férula de Rachel y de sus propios padres —me dijeron—, de modo que me pedían que no llamara la atención sobre ellas en caso de que la abuela Deborah lo notara.
Así lo prometí.
Mientras estábamos hablando, algunos de los invitados fueron hacia las terrazas y vi a Roc y Althea Grey que pasaban junto a la ventana.
Se detuvieron un momento mirando hacia el mar; parecían mantener una conversación seria, y al verlos juntos pasó una pequeña sombra por mi felicidad.
Era la medianoche cuando varios de los invitados comenzaron a irse, finalmente sólo quedaron los Pendorric.
Althea Grey revoloteaba mientras nos despedíamos y nos intercambiábamos felicitaciones por el éxito de la fiesta. Luego ella llevó la silla de ruedas hasta el ascensor, que él había hecho instalar hacía algunos años, cuando tuvo que aceptar por primera vez que se hallaba enfermo, y subió a su habitación mientras nosotros nos dirigíamos a nuestros automóviles.
Era la una y media cuando llegamos a Pendorric, y mientras atravesábamos el viejo arco del pórtico norte, la señora Penhalligan abrió la puerta de entrada.
—Oh, señora Penhalligan —le dije—, no debería haberse quedado levantada.
—Bueno, señora —me respondió—, pensé que usted podría querer tomar algo antes de retirarse a dormir. Tengo algo de sopa lista para usted.
—¡Sopa! ¡Con semejante calor! —exclamó Roc.
—¡Sopa! ¡Sopa! ¡Gloriosa sopa! —cantó Lowella.
—Es una de las viejas costumbres, me murmuró Morwenna. No podemos escapar de ellas aun cuando lo deseemos.
Fuimos al salón del norte. La señora Penhalligan abrió la marcha hasta la pequeña sala de invierno, donde estaba puesta la mesa con los platos de sopa; y ante la vista de ellos Lowella saltó en torno de la habitación cantando: «Hubo un sonido de muy lejos en la noche».
—Oh, Lowella, por favor —suspiró Morwenna—. ¿No estás cansada? Es más de la una.
—No estoy cansada en absoluto —insistió Lowella indignada—. Oh, ¿no es éste un magnífico baile?
—El baile ha concluido —le recordó Roc.
—No ha concluido… por lo menos hasta que no estemos todos acostados. Hay que tomar la sopa antes.
—Mañana es mejor que las dejes dormir hasta tarde, Rachel —dijo Morwenna.
La señora Penhalligan entró con una sopera y comenzó a servir los platos.
—En los viejos días, siempre era así —dijo Roc—. Nosotros solíamos escondernos en la galería y verlos cuando regresaban, ¿te acuerdas, Morwenna?
—¿Quiénes? —preguntó Hyson.
—Nuestros padres, desde luego. Nosotros no podíamos tener más de…
—Cinco —dijo Hyson—. Tenían que ser, ¿no es verdad, tío Roc? No podían ser más.
—¡Qué memoria tienen estas criaturas! —murmuró Roc por lo bajo—. ¿Las has estado entrenando, tía Deborah?
—¿Qué clase de sopa es ésta? —preguntó Lowella.
—Pruébala y verás —dijo Roc.
Ella obedeció y giró los ojos encantada.
Todos estuvimos de acuerdo en que, después de todo, no era tan mala costumbre, y que aunque no hubiéramos pensado para nada en sopa caliente en una noche de verano, ésta tenía algo de revivificador, y era agradable echarse hacia atrás en el asiento y comentar los acontecimientos de la noche.
Cuando terminamos la sopa nadie parecía tener prisa por irse a la cama. Mientras, las mellizas recostadas sobre el asiento hacían tremendos esfuerzos por mantenerse despiertas, con aspecto de tulipanes que han sido dejados demasiado tiempo fuera del agua.
—Es hora de que estén en la cama —dijo Charles.
—Oh, papito —se quejó Lowella—, ¡no seas tan antiguo!
—Si vosotras no estáis cansadas otros pueden estarlo —señaló Roc—. La tía Deborah parece medio dormida y tú también, Morwenna.
—Lo sé —dijo Morwenna—; pero se está tan bien aquí y ha sido una noche tan encantadora que no quiero que termine. De modo que podéis continuar charlando.
—Sí, hacedlo, rápido —exclamó Lowella; y todos rieron y parecían de pronto bien despiertos—. Continúa, tío Roc.
—Esto me hace recordar la Navidad —dijo Roc complaciente, y Lowella le sonrió con amorosa gratitud y afecto—, cuando estamos sentados en torno al fuego, queriendo estar en nuestras camas y con demasiada pereza para irnos a ellas.
—Contando historias de fantasmas —dijo Charles.
—Cuéntame alguna ahora —le rogó Lowella—. Sí, por favor, papito, tío Roc.
Hyson se sentó hacia adelante, repentinamente alerta.
—Nada menos oportuno —comentó Roc—, tendréis que esperar algunos meses todavía, Lo.
—No puedo, no puedo. Yo quiero una historia de fantasmas… ¡ahora!
—Verdaderamente es hora de estar en la cama —afirmó Morwenna.
Lowella me miró con ojos solemnes.
—Será la primera Navidad que pase la Novia con nosotros —anunció—. A ella le encantará la Navidad en Pendorric, ¿no es verdad? Me acuerdo de la Navidad pasada, cuando cantamos canciones y contamos historias de aparecidos. Verdaderas canciones de Navidad. Os diré la que me gusta más.
—La Rama del Muérdago —dijo Hyson.
—A ti te gustará ésa, Novia, porque es toda sobre otra Novia.
—Creo que tu tía Favel la conoce —dijo Morwenna—. Todos la conocen.
—No —les dije—, yo nunca la he escuchado. La Navidad en la isla no era exactamente como la Navidad inglesa.
—¡Cómo! ¿Nunca has escuchado «La Rama del Muérdago»? —Lowella parecía muy desencantada.
—Imagínate lo que se ha perdido —se burló Roc.
—Yo se la voy a cantar —declaró Lowella—. ¡Escucha, Novia! Ésta otra novia jugaba al escondite en un lugar…
—En Minster Lovel —completó Hyson.
—Bueno, el lugar no importa nada ahora, tonta.
—Lowella —la reprendió Morwenna, pero ella ya estaba lanzada.
—Estaban jugando al escondite y esta Novia se metió en el viejo armario de roble, la cerradura hizo clic y la encerró para siempre.
—Y ellos no abrieron el armario hasta veinte años más tarde —acotó Hyson—. Y entonces la encontraron… no quedaba nada más que el esqueleto.
—Su vestido de novia y los azahares estaban muy bien, sin embargo —agregó Lowella alegremente.
—Estoy seguro —dijo Roc con ironía—. Eso debe de haber sido un consuelo.
—No deberías reírte, tío Roc. En realidad es triste.
—Ah, había ahí un resorte escondido —cantó ella— y cerró la puerta para siempre.
—Y cuál es la moraleja de eso —dijo Roc con una risita, dirigiéndose a mí—. Será, «no te escondas en los armarios de roble si eres una Novia».
—¡Uf! —Se estremeció Morwenna—. No me gusta nada esa historia. Es morbosa.
—Por eso les gusta a tus hijas, Wenna —le dijo Roc.
—Bueno —dijo Charles—, me voy arriba. Las mellizas hace horas que tendrían que estar en la cama. Deborah bostezó.
—Debo aceptar que me cuesta mantener los ojos abiertos.
—Tengo una idea —exclamó Lowella—. Cantemos todos canciones de Navidad un ratito. Cada cual tiene que cantar una diferente.
—Yo tengo una idea mejor —expresó su padre—. La cama.
—Vamos —dijo Rachel poniéndose de pie—. Vengan; deben ser casi las dos de la mañana.
Lowella nos miró disgustada porque todos nos levantamos; pero nadie se fijó en ella, nos dimos las buenas noches y nos fuimos arriba.
* * *
Al día siguiente fui a Polhorgan a ver cómo estaba mi abuelo después de la excitación de la noche anterior.
La señora Dawson me encontró en el recibidor y yo la felicité por todo lo que ella y su esposo habían hecho para que el baile resultara un éxito.
—Bueno, señora —dijo levantando la cabeza—, es un placer que se reconozca, debo decirlo. No es que Dawson y yo deseemos que nos den las gracias. Era nuestro deber y lo cumplimos.
—Lo cumplieron admirablemente —le dije.
Dawson entró al recibidor en ese momento y cuando la señora Dawson le dijo lo que yo había expresado, se mostró tan satisfecho como su esposa.
Pregunté cómo se encontraba mi abuelo esa mañana.
—Muy contento, señora, pero duerme. Está algo fatigado después de toda esa excitación, supongo.
—Lo dejaré dormir un poco más —dije—. Iré al jardín.
—Le enviaré el café dentro de media hora, señora —me dijo la señora Dawson.
—Muy bien, aguardaré hasta entonces, pues.
Dawson me siguió hasta el jardín; me pareció que había algo de conspiratorio en su actitud; y cuando me detuve ante uno de los invernaderos aún estaba a mi lado.
—Todos están contentos en la casa de que usted haya vuelto, señora —me dijo—, excepto una persona.
Me volví para mirarlo sorprendida, y él no me miró a los ojos. Tuve la impresión de que estaba decidido a ser un buen y fiel servidor que aborda un tema delicado porque había algo que yo debía saber.
—Gracias, Dawson —respondí—. ¿Quién es la excepción?
—La enfermera.
—¿Ah, sí?
Él avanzó su labio inferior y sacudió la cabeza.
—Tenía otros proyectos.
—Dawson, ¿a usted no le gusta la señorita Grey, verdad?
—A nadie le cae bien en esta casa, señora… excepto a los jóvenes. Es esa clase de mujer… que no demuestra lo que es con su cara bonita.
Una vez más pensé que probablemente la enfermera Grey impartiera órdenes en la cocina, y que ellos lo tomarían a mal. No era una situación excepcional. Y ahora que ellos sabían que yo era la nieta de lord Polhorgan, me consideraban como la dueña de casa. Ésa era la forma en que Dawson se dirigía a mí y yo lo interpretaba de esa manera.
—La señora Dawson y yo siempre nos hemos considerado en una situación de privilegio, señora. Estamos con el señor desde hace mucho tiempo.
—Por supuesto que están en una situación de privilegio.
—Nosotros estábamos aquí, con su perdón, cuando la señorita Lilith vivía en esta casa.
—¿De modo que ustedes conocieron a mi madre?
—Era una jovencita encantadora, y si me permite el atrevimiento, usted se le parece mucho.
—Gracias.
—Por eso… la señora Dawson y yo… decidimos que debíamos hablarle, señora.
—Por favor, dígame todo lo que piensa, Dawson.
—Bueno, estamos inquietos, señora. Hubo una época en que creímos que ella intentaría casarse con él. No cabía duda de que eso era lo que se proponía. La señora Dawson y yo habíamos decidido que en el momento en que sucediera eso nosotros buscaríamos otra colocación.
—¡La señorita Grey… casarse con mi abuelo!
—Tales cosas han sucedido, señora. Hay señores acaudalados que se casan con sus doncellas. Llegan a creer que no pueden prescindir de ellas, y ellas tienen el ojo puesto en su dinero, usted lo sabe.
—Estoy segura de que mi abuelo no dejaría que se casen con él por su dinero. Es demasiado astuto.
—Eso mismo pensábamos nosotros. Ella nunca lo lograría. Pero no habrá sido por falta de empeño. —Él se me acercó más y murmuró—: La verdad es, señora, que consideramos que ella es lo que podríamos llamar… una aventurera.
—Comprendo.
—Hay algo más. Nuestra hija casada vino a visitarnos no hace mucho… fue justamente poco antes de que usted viniera. Bueno, ella se cruzó con la señorita Grey y dijo que estaba segura de que había visto su fotografía en algún diario. Solo que no creía que su nombre fuera Grey.
—¿Por qué estaba su fotografía en los diarios?
—En algún juicio de tribunales; Maureen no podía recordar qué era. Pero creía que se trataba de algo muy malo.
—La gente se confunde en este tipo de cosas. Quizás haya ganado algún concurso de belleza o algo por el estilo.
—Oh, no, no era eso, pues Maureen lo hubiera recordado. Era algo vinculado con la justicia. Pero Maureen no creía que fuera Grey. Recordaba la cara. Ella tiene ese tipo de cara que una vez que se la ha visto no se la puede olvidar.
—¿No se lo preguntó a ella?
—Oh, no, señora, no era la clase de cosas que uno puede preguntar. Ella se ofendería y, a menos que tuviéramos la prueba, ella podría negarlo, ¿no es verdad? No, no hay nada de lo que podamos asirnos. Y ahora que usted ha venido no parece lo mismo. Su señoría ya no se dejaría atrapar fácilmente. Así es como lo vemos la señora Dawson y yo, señora. Pero mantenemos los ojos abiertos.
—Oh… es la señora Pendorric.
Me volví rápidamente para darme con Althea Grey que sonreía, y me sonrojé un tanto culpablemente, sintiéndome en desventaja al haber sido descubierta hablando de ella con el mayordomo. No sabía si habría escuchado algo. Las voces son llevadas por el viento.
—No tiene aspecto de haber estado levantada hasta la madrugada —continuó ella—. Y estoy segura que debe haberlo estado. ¡Qué noche! Lord Polhorgan estaba absolutamente encantado de la forma en que resultó todo.
Dawson se fue y yo me quedé sola con ella. Llevaba el pelo en alto debajo de su toca blanca impecable que la hacía muy hermosa; pero yo me preguntaba qué tenía en el rostro que la hacía tan particular. ¿Eran las espesas cejas, algunos tonos más subidos que su pelo; los ojos de ese profundo tono azulado que llega casi al violeta y no necesita tomar otro reflejo de nada porque es siempre más vívido que cualquier otra tonalidad? La nariz recta casi egipcia y parecía rara con ese rubio tan anglosajón. La boca ancha tenía una mueca levemente burlona ahora. Estaba segura de que, aunque no hubiera escuchado la conversación, sabía que Dawson había estado refiriéndose peyorativamente a ella.
Era un rostro misterioso, decidí, un rostro que ocultaba secretos; el rostro de una mujer experimentada, ¿una mujer que quizá hubiera vivido un tanto alocadamente y no quería que el pasado perjudicara su presente o su futuro?
Recordé que el joven que había bailado conmigo también había mencionado algo del pasado. De modo que las sospechas de Dawson muy posiblemente tuvieran sus fundamentos.
Me sentí prevenida contra esta mujer mientras íbamos camino de la casa.
—Lord Polhorgan esperaba que usted viniera esta mañana. Yo le dije que seguramente lo haría.
—Me preguntaba cómo se sentiría después de la noche pasada.
—Le hizo muchísimo bien. Disfrutó agasajando a su hermosa nieta.
Sentí que secretamente ella se burlaba de mí, y me alegré cuando estuve con mi abuelo y ella nos dejó a los dos solos.
* * *
Una semana más tarde me llamaron por la noche. El teléfono, junto a nuestra cama, sonó y lo respondí antes que Roc abriera los ojos.
—Soy la enfermera Grey. ¿Podría venir inmediatamente? Lord Polhorgan está muy grave y está preguntando por usted.
Salté de la cama.
—¿Qué diablos sucede? —preguntó Roc.
Cuando se lo dije me hizo poner algunas ropas y él hizo lo mismo.
—Iremos en el coche inmediatamente —dijo.
—¿Qué hora es? —le pregunté a Roc mientras recorríamos la corta distancia que había entre Pendorric y Polhorgan.
—Apenas pasada la una.
—Debe de estar mal para que ella nos llame —dije. Roc puso su mano sobre la mía, como para que yo sintiera que pasara lo que pasara él estaría ahí para compartirlo.
Cuando llegábamos al pórtico se abrió la puerta y Dawson nos hizo pasar.
—Me temo que está muy mal, señora.
—Subiré enseguida.
Subí las escaleras con Roc detrás de mí. Roc esperó fuera de la habitación mientras yo entraba. Althea Grey vino hacia mí.
—Gracias a Dios que ha venido —dijo ella—. Ha estado preguntando por usted. La llamé tan pronto como lo supe.
Fui hasta la cama donde mi abuelo estaba acostado sobre sus almohadas; se encontraba exhausto y me daba cuenta de que le resultaba difícil tomar aliento.
—Abuelo —dije.
Sus labios formaron el nombre Favel; pero no lo pronunciaron.
Me arrodillé junto a la cama y le tomé la mano; se la besé, sintiéndome desolada, hacía tan poco tiempo que lo había encontrado. ¿Tenía que perderlo tan rápidamente?
—Estoy aquí, abuelo. Vine en cuanto supe que me necesitabas.
Noté por el leve movimiento de su cabeza que me había comprendido. Althea Grey se encontraba a mi lado. Murmuró:
—No siente dolor. Le he dado morfina. Le hará efecto enseguida. El doctor Clement llegará en cualquier momento.
Me volví a mirarla y advertí por su expresión que él estaba muy grave. Luego vi a Roc de pie a pocos pasos de la cama. Althea Grey retrocedió hasta donde él estaba y yo volví mi atención a mi abuelo.
—Favel —era un murmullo. Sus dedos se movían entre los míos. Supe que quería decirme algo, de modo que acerqué mi cara más a la de él.
—¿Estás ahí… Favel?
—Es el… adiós, Favel.
—No.
—Tan poco tiempo… —sonrió él—… pero fue feliz… el más feliz… Favel, tú debes tener…
Su rostro se contrajo y yo me incliné más hacia él.
—No hables, abuelo. Es demasiado esfuerzo.
—Favel… —frunció el entrecejo—… debes tener cuidado… Todo será tuyo ahora. Asegúrate de…
Noté qué era lo que quería decirme. Aun cuando estaba luchando por su aliento se preocupaba por su dinero.
—Es diferente —prosiguió—… Cuando lo tengas… no se puede saber, nunca se puede saber… Favel… ten cuidado…
—Abuelo, por favor, no te aflijas por mí. No pienses en nada más que en mejorarte. Tú debes… Él sacudió la cabeza.
—No pude encontrar… —comenzó; pero su lucha por el aliento era demasiado para él; se le cerraban los ojos—. Cansado… —murmuró—. Tan cansado. Favel… quédate… ten cuidado… con dinero es diferente… Quizá me equivoqué… pero quise… ten cuidado… quisiera poder quedarme más… para cuidarte, Favel.
Se le movían los labios pero no salía ningún sonido. Se recostó sobre sus almohadas, el rostro se le veía encogido y gris.
Estaba muy cerca de su fin cuando llegó el doctor Clement.
* * *
Estábamos sentados en la habitación donde yo había jugado tantas partidas de ajedrez con él: el doctor Clement, Roc, la enfermera Grey y yo.
—No es totalmente inesperado —estaba diciendo el doctor Clement—. Podría haber sucedido en cualquier momento. ¿Tocó el timbre?
—No, pues yo lo hubiera oído. Mi cuarto está junto al suyo. El timbre siempre se encuentra junto a su cama para que pueda llamar si necesita algo durante la noche. Fue Dawson el que entró. Dijo que estaba cerrando cuando vio encendida la luz de lord Polhorgan. Lo halló jadeando y muy dolorido. Me llamó y yo me di cuenta de que era necesario darle morfina, y lo hice.
El doctor Clement se levantó de su asiento y fue hasta la puerta.
—Dawson —llamó—. ¿Está usted ahí, Dawson?
Dawson entró en la habitación.
—Me han dicho que usted entró y halló a lord Polhorgan con gran ansiedad.
—Sí, señor. Él había encendido la luz, y al verla yo vine para estar seguro de que se encontraba bien. Vi que estaba tratando de pedir algo, pero no me daba cuenta de qué; después advertí que pedía sus píldoras. No podía encontrarlas, entonces llamé a la enfermera y volví con ella. Luego, ella le dio la morfina.
—De modo que fue como si el ataque se hubiera agravado porque él no pudo contrarrestarlo.
—Siempre le insistía en que tuviera las píldoras a mano —dijo Althea Grey.
Dawson la estaba mirando con desprecio.
—Las encontré después, señor. Una vez que su señoría ya había tomado la morfina. La cajita estaba en el suelo. Se había abierto y las píldoras estaban desparramadas, señor. El timbre también estaba en el suelo.
—Debe haberlas tirado al querer alcanzarlas con la mano —dijo Althea Grey.
Miré a Roc que tenía la vista fija hacia adelante.
—Un asunto triste —murmuró el doctor Clement—. Creo que debería administrarle un sedante, señora Pendorric. Está usted desecha.
—La llevaré a casa —dijo Roc—. No tiene sentido que se quede ahora aquí. Hasta mañana no podremos hacer nada.
El doctor Clement me sonrió con tristeza.
—No se podía hacer nada para evitarlo —me dijo.
—Si hubiera tenido sus píldoras —dije— podría haberse evitado esto.
—Posiblemente.
—Qué accidente tan desgraciado… —comencé; y mis ojos se encontraron con los de Dawson y vi en ellos el brillo de la especulación.
—No se pudo evitar —estaba diciendo Roc—. Es fácil ver cómo sucedió… estirando el brazo… con apresuramiento… se fueron al suelo la cajita y la perilla del timbre.
Estaba tiritando y Roc me dio el brazo.
Quería irme de esa habitación; había algo en la expresión de Dawson que me asustó; también había algo en las tranquilas facciones de Althea Grey.
Me sentía como si estuviera repasando desde afuera todo cuanto había sucedido desde que Roc y yo llegamos a esta casa. Me vi inclinada sobre mi abuelo agonizante; oía su voz advirtiéndome de algún peligro que presentía ante mí. Roc y Althea estaban de pie, juntos en esa cámara mortuoria. ¿Qué palabras se intercambiaban mientras mi abuelo me advertía que tuviera cuidado? ¿Cuál era la expresión de sus ojos mientras me miraban?
Dawson había logrado que yo pensara todo eso con su odio por la enfermera, con sus sospechas sin fundamento. ¿Pero carecían realmente de base sus sospechas?
Sentí el frío aire de la noche en mi rostro y la tierna voz de Roc junto a mí.
—Vamos, querida, estás totalmente exhausta. Clement tiene razón, ha sido un golpe tremendo para ti.
* * *
Las semanas que siguieron fueron muy tristes, pues sólo cuando lo perdí me di cuenta de lo mucho que me había acostumbrado a mi abuelo. Lo extrañaba profundamente; comenzaba a comprender que no fue solamente su compañía; no solo la alegría que me daba saber que había llevado tanto placer a su vida solitaria; sino que me había dado un sentido de seguridad, que ahora había perdido. Subconscientemente yo sabía que él estaba ahí, que era un ser poderoso a quien yo podía acudir en busca de respaldo. Era mi propia carne y mi propia sangre. Sabía que él hubiera hecho cualquier cosa por ayudarme… en caso de haber necesitado de su ayuda.
Parecía extraño que yo sintiera esa necesidad. Tenía un esposo que podía seguramente brindarme toda la protección que necesitara; pero era la pérdida de mi abuelo lo que me daba la dimensión de la verdadera relación entre mi esposo y yo. Haberlo perdido a él hubiera significado la total desolación; él podía entretenerme y también deleitarme; pero seguía siendo verdad que yo no estaba segura de él; aún no lo conocía. Sin embargo, a pesar de esta incertidumbre lo amaba infinitamente, y toda mi felicidad dependía de él. Yo me sentía desgraciada porque debía sospechar de su relación con Althea Grey, Rachel Bective, e incluso con Dinah Bond. Y había comenzado a sentir —desde que descubrí que tenía un abuelo— que él era alguien que tenía por mí un afecto profundo y nada complicado. Ahora lo había perdido.
Yo era su heredera y recibí muchas visitas de abogados. Cuando supe a lo que ascendía la fortuna que me había dejado sentí que me mareaba con la perspectiva de mis riquezas. Había varios legados. Los Dawson recibirían una buena pensión; había mil libras para la enfermera que fuera su empleada en el momento de su muerte; todos los servidores habían sido recordados y recompensados según el tiempo de servicio, y había dejado una suma considerable para ser utilizada en beneficio de los huérfanos. Él mismo había sido un huérfano y me emocionó mucho que hubiera recordado esa obra de caridad. Los impuestos se llevarían, según se me informó, una buena cantidad, pero aun así yo tendría una fortuna considerable.
Polhorgan mismo era mío con todo lo que había dentro; y eso solo tendría un gran valor.
La muerte de mi abuelo parecía haber cambiado mi vida. Quedaba tanto más empobrecida en afecto cuando más enriquecida en dinero; y comenzaba a temer que este último hecho influyera en la actitud de la gente hacia mí.
Me parecía que gente como los Darks y el doctor Clement no eran tan cordiales, que la gente del lugar murmuraba al verme pasar. Yo me había convertido no solamente en la señora de Pendorric sino en la rica señora Pendorric. Pero era en el propio Pendorric donde el cambio me perturbaba más. Sentía que Morwenna y Charles estaban secretamente deleitados, y que las mellizas me observaban un poco furtivamente como si hubieran escuchado alguna habladuría que hacía que me vieran con una óptica diferente. Deborah era más abierta que los demás. Decía:
—Barbarina era una heredera, pero nada comparable con lo tuyo.
Yo abominaba ese tipo de conversación. Hubiera querido que mi abuelo no hubiera sido un hombre tan rico. Hubiera querido que hubiera dejado su dinero en algún otro lugar, pues ahora me daba cuenta de que uno de los hechos que me habían hecho tan feliz en Pendorric era que, aunque la vieja casa y los bienes necesitaban inversión de dinero, Roc se había casado con una muchacha que no disponía de un céntimo. Ya no podía decirme a mí misma: «Él sólo se casó conmigo por amor».
Con el dinero de mi abuelo creció el cáncer que afectó a nuestra relación.
Algunas semanas después de la muerte de mi abuelo tuve una entrevista con su abogado y él me aconsejó que hiciera testamento.
De modo que así lo hice, y con excepción de uno o dos legados dejé el resto de mi fortuna a Roc.
* * *
Había llegado septiembre. Las noches eran cortas y las mañanas cubiertas de bruma; pero las tardes eran tan templadas como lo habían sido en julio.
Habían pasado dos meses desde la muerte de mi abuelo y yo aún estaba lamentándola. No había hecho nada con respecto a Polhorgan, y los Dawson y toda la servidumbre permanecían allí. Althea Grey había decidido tomarse unas largas vacaciones antes de buscar un nuevo puesto y había alquilado un pequeño cottage a más o menos un kilómetro de Pendorric, un cottage que se alquilaba los meses de junio, julio y agosto.
Sabía que tendría que decidir algo con respecto a Polhorgan y se me ocurrió una idea: convertir la casa en un asilo para los huérfanos, ya que mi abuelo había sido uno de los que están privados de padres y nadie los quería.
Cuando le mencioné el proyecto a Roc se sobresaltó.
—¡Qué empresa! —dijo.
—De algún modo me parece que le hubiera complacido a mi abuelo porque él también era huérfano.
Roc se apartó de mí y fue caminando hasta la ventana desde donde se puso a contemplar el mar.
—Bueno, Roc, ¿no te gusta la idea?
—Mi querida, no es el tipo de proyecto al que puedes lanzarte así como así.
—No, desde luego que no. Simplemente estoy pensando en él.
—Recuerda que las cosas no son lo que solían ser. Hay una serie de normas y disposiciones que se deben respetar… y, ¿has pensado en el costo de mantener un lugar así?
—No he pensado mucho acerca de nada; es tan solo una idea. Sin embargo, estoy elaborándola.
—Bueno, tendrás que pensarlo bien —dijo.
Tuve la impresión de que no le había caído del todo bien y decidí guardar mi idea para más adelante, pero estaba determinada a no darme por vencida con facilidad.
A menudo iba a ver a Jesse Pleydell, quien siempre parecía encantado de verme, independientemente del tabaco que le llevaba. La señora Penhalligan decía que lo mantenía abastecido y él me estaba agradecido, aunque eran mis visitas lo que le gustaba tanto como el tabaco.
Nunca olvidaré ese día de septiembre porque significó el comienzo del verdadero terror que entró en mi vida, y fue por aquel entonces cuando comencé a comprender cómo el agradable cuadro había cambiado trozo por trozo hasta que me vi enfrentada con la más cruel de las sospechas y el horror.
El día había comenzado normalmente. Por la mañana fui hasta la casa de la señora Robinson y compré el tabaco. Sabiendo que iría, Deborah me encargó que le comprara algunas horquillas, y Morwenna me pidió que le trajera un poco de esparto para las plantas. Al salir encontré a Rachel y a las mellizas; iban a buscar el material para sus clases de botánica, de modo que las tres fueron caminando conmigo hasta la tienda. Al volver, encontré a Roc y a Charles que iban a la granja juntos.
Pero no salí para los cottages hasta después del té, y cuando llegué Jesse estaba sentado a su puerta tomando el último sol.
Me senté a su lado un momento y como me pareció que estaba haciendo frío, fui adentro con él y me preparó una taza de té. Le gustaba hacerlo y no le ofrecí ayuda, por lo tanto. Mientras nos sentamos a tomar el té cargado, Jesse me hablaba de los viejos días y cómo eran los jardines de Pendorric entonces.
—Ah, señora, usted tendría que haber visto lo que era esto hace cuarenta años… Sí, fue entonces. Yo tenía cuatro hombres bajo mis órdenes, y las flores entre las rocas eran un cuadro… un verdadero cuadro.
Él seguía en esta vena y, puesto que ello le entretenía, lo alentaba para que continuara. Aprendí mucho sobre la vida en Pendorric cuarenta o cincuenta años atrás, cuando Jesse era joven. Era una vida con más tiempo, aunque ya había comenzado a sentirse el cambio.
—Cuando yo era un muchacho las cosas eran distintas.
Eso debió ser unos ochenta años atrás. Muy distintas en verdad, pensé.
—Entonces no se hablaba de que no se podría continuar —murmuró Jesse—. No se consideraba que las cosas serían alguna vez distintas de lo que habían sido siempre. Polhorgan House no existía entonces… ni pensarlo, y todo lo que había de Polhorgan era la pequeña caleta.
Yo lo escuchaba somnolienta, quedándome más tiempo del que me había propuesto, y eran las seis de la tarde cuando me puse en pie para irme.
En los cottages siempre había una semipenumbra a causa de las ventanas con persianas, de modo que no advertí que había oscurecido bastante. Estaba templado. La niebla del mar había persistido todo el día en el aire pero ahora se había espesado. Pero de todos modos, se sentía el olor del mar y no era desagradable. La niebla se espesaba aún más en algunos lugares. Especialmente cerca de la capilla, y me detuve ante el portillo para mirar las lápidas rodeadas por la niebla, pensando cuan extrañamente pintoresco era todo. Entonces lo oí. Parecía llegar desde dentro de la tumba; era ese canto extraño, en voz alta y levemente desentonado.
¿Cómo habría de distinguir yo
tu amor verdadero de uno falso?
Por tu sombrero aplastado
y el brillo de tu sandalia.
Mi corazón comenzó a latir rápidamente; yo mantenía la mano sobre el portillo y me temblaba. Miré a mi alrededor, pero me parecía estar a solas con la niebla.
Alguien estaba ahí dentro cantando, y yo debía descubrir quién era, de modo que abrí el portillo y entré al cementerio. Estaba decidida a saber quién cantaba con esa extraña voz y como estaba segura de que era alguien de la casa, instintivamente me encaminé hacia la bóveda de los Pendorric. Ahora estaba casi segura de que se trataba de Carrie. Ella le traía guirnaldas a su querida Barbarina y la oiría cantar esa canción; nada más natural que oyéndola a menudo la hubiera aprendido de memoria.
Debía ser Carrie.
Al llegar al mausoleo de los Pendorric, me detuve asombrada porque la puerta estaba abierta. Nunca la había visto abierta con anterioridad, y tenía la impresión de que nunca se abría excepto cuando estaba preparada para recibir a los que morían.
Me aproximé aún más y al hacerlo, escuché de nuevo la voz.
Él está muerto y ha partido, señora,
Él está muerto y ha partido;
En su cabeza hay un penacho de hierba,
En sus pies hay una lápida.
Y parecía venir desde dentro de la cripta. Bajé los peldaños de piedra.
—¿Quién está ahí? —llamé—. ¿Carrie, está ahí? Mi voz sonaba rara en la entrada de esa extraña cripta.
Carrie —llamé—, Carrie. —Estiré el cuello y vi que cuatro o cinco escalones conducían hacia abajo.
Descendí, llamando.
—¡Carrie! ¡Carrie!, ¿está usted ahí?
Se hizo el silencio. Pero por la luz que llegaba de la puerta abierta podía ver los anaqueles con los ataúdes encima; podía oler la humedad de la tierra. Luego, de repente se produjo la oscuridad y por unos segundos fue tal la sorpresa y el azoramiento que no me pude mover. No podía siquiera gritar en señal de protesta. Me llevó varios segundos comprender que la puerta se había cerrado a mis espaldas y que yo estaba atrapada en el mausoleo…
Di un gemido de horror.
—¿Quién está ahí? —grité—. ¿Quién ha cerrado la puerta?
Luego traté de encontrar los peldaños, pero mis ojos aún no se habían acostumbrado a la oscuridad e iba a tientas, tropecé y fui a dar de bruces sobre las frías escaleras de piedra.
Desesperada volví a enderezarme. Ahora podía darme cuenta de la forma de los escalones y subí. Empujé la puerta pero estaba firmemente cerrada y no podía hacerla ceder.
Por un momento, me temo, me puse histérica. Golpeé en la puerta con los puños.
—¡Ábranme! —grité—. ¡Ábranme!
Mi voz sonaba a hueco y sabía que no me oirían desde fuera.
Me eché sobre la puerta, tratando de pensar. Alguien me había hecho caer en este espantoso lugar, alguien que quería librarse de mí. ¿Durante cuánto tiempo podría resistir aquí? Pero se notaría mi falta. Roc advertiría que no estaba. Vendría a buscarme.
—¡Roc! —llamé—. Oh… Roc… Ven rápido.
Me cubrí la cara con las manos. No quería mirar a mi alrededor. De pronto tuve miedo de lo que podría ver, encerrada en esta cripta con los muertos de Pendorric. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que me convirtiera en uno de ellos?
Después me pareció sentir un movimiento cerca de mí. Escuché. ¿Era una respiración?
El horror iba intensificándose. Yo no creía en fantasmas, trataba de decirme a mí misma. Pero es fácil decirlo cuando uno se halla sobre la tierra y en un lugar soleado, en alguna habitación muy bien iluminada. ¡Otra cosa era enterrada viva… entre los muertos!
Nunca había conocido el verdadero miedo hasta ese momento. Estaba empapada de transpiración. Probablemente tuviera los cabellos erizados. No lo sabía porque en mi mente sólo había espacio para el miedo, para la sensación de que me hallaba ahí enterrada entre los muertos.
Pero no estaba sola. Lo sabía. Algún ser viviente que respiraba estaba en esa tumba conmigo.
Me había cubierto la cara con las manos porque no quería ver. No me atrevía a ver.
Cuando una mano fría tocó la mía di un grito, y me escuché a mí misma gritando:
—¡Barbarina! —Porque en ese momento yo creía en la leyenda de los Pendorric. Creía que Barbarina me había seducido hasta hacerme ir a la tumba para que yo me convirtiera en el fantasma de Pendorric y ella pudiera descansar en paz.
—¡Favel! —Era un agudo susurro y quien susurraba tenía tanto miedo como yo.
—¡Hyson!
—Sí, Favel. Soy Hyson.
¡Fue increíble mi alivio! No estaba sola. Había alguien para compartir este horrible lugar conmigo. Me sentí avergonzada de mí misma. Pero no podía remediarlo. Nunca había estado tan satisfecha al oír una voz humana en mi vida.
—Hyson… ¿Qué estás haciendo aquí?
Ella había subido las escaleras y se apretujaba junto a mí.
—Con la puerta cerrada… se siente mucho miedo —dijo.
—¿Tú hiciste esto, Hyson?
—¿Hacer esto… hacer qué?
—Encerrarme.
—Pero yo estoy encerrada contigo.
—¿Y cómo te ha sucedido?
—Yo sabía que algo sucedería.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Lo sabía. Vine a tu encuentro… para ver si estabas bien.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo podías saberlo?
—Sé cosas. Luego escuché la canción… y la puerta estaba abierta… entonces entré.
—¿Antes que yo?
—Sólo un momento antes. Me había escondido al final de la escalera cuando tú entraste.
—No entiendo lo que eso significa.
—Significa que Barbarina te hechizó. Ella no sabía que yo también estaba aquí.
—Barbarina está muerta.
—Ella no puede descansar hasta que tú no tomes su lugar.
Yo estaba recuperando mi calma. Era sorprendente lo que podía hacer la presencia de un pequeño ser humano.
—Son tonterías, Hyson —dije—. Barbarina está muerta y esta historia de que ella ronda el lugar es tan solo una vieja leyenda.
—Ella está esperando que muera una nueva Novia.
—No pienso morirme.
—Las dos moriremos —dijo Hyson, casi sin darle importancia; y yo pensé: ella no sabe nada de la muerte; nunca ha visto la muerte. Ha mirado la televisión y ha visto que la gente cae muerta. ¡Pum!, te has muerto. En la cabeza de un niño la muerte es rápida y pulcra, sin sufrimiento. Uno olvidaba que ella era nada más que una niña que presumía de ser vidente.
—Eso es absurdo —dije—. No moriremos. Debe haber una cierta cantidad de aire que se filtra en este lugar. Ellos nos echarán de menos y se formarán grupos que saldrán en busca de nosotras.
—¿Pero, por qué habrían de venir a buscarnos al mausoleo?
—Buscarán por todas partes.
—Nunca buscarán en la cripta.
Me quedé un momento en silencio. Estaba tratando de pensar quién podría haber hecho esto, quién habría estado esperando que yo dejara el cottage de Jesse Pleydell para inducirme a llegar a la cripta con cantos, como una cruel sirena del mar.
Esto lo había hecho alguien que quería librarse de mí. Alguien que había esperado que yo entrara en la bóveda, descendiera los escalones de piedra, y que luego se deslizó desde su escondite y cerró la puerta.
Me iba recuperando rápidamente del miedo y dándome cuenta de que no temía las malignidades humanas me sentía capacitada para manejar el asunto. En cuanto pude librarme de la idea de ser seducida para ir hacia la muerte por alguien que estaba muerto, sentí que recuperaba mi natural actitud. Estaba lista para medir mi ingenio con el de otro ser humano. Podía disponerme a luchar con otro ser humano.
—Alguien cerró la puerta —dije—. ¿Quién pudo ser?
—Fue Barbarina —murmuró Hyson.
—Eso no es razonable. Barbarina está muerta.
—Ella está aquí adentro, Favel… en su ataúd. Está en los anaqueles, con el ataúd de mi abuelo al lado. Ella no podía descansar y quiere que… por eso te encerró a ti aquí dentro.
—¿Quién abrió la puerta?
—Barbarina.
—¿Quién cerró la puerta?
—Barbarina.
—Hyson, te estás poniendo histérica.
—¿Quién, yo?
—No debes hacerlo. Tenemos que pensar en cómo salir de aquí.
—Nunca saldremos. ¿Por qué me encerró también a mí? Es como Meddlesome Matti. Abuelita siempre me prevenía. No tendría que haber venido.
—¿Quieres decir que entonces yo hubiera sido la única víctima? —Mi voz era áspera. Me avergonzaba de mí misma. Era una experiencia terrible para una criatura; y sin embargo me hacía mucho bien no estar sola.
—Nos quedaremos aquí —dijo Hyson—, para siempre. Será como «la Rama del Muérdago». Cuando vuelvan a abrir la bóveda solo hallarán nuestros huesos, pues nos habremos convertido en esqueletos.
—Qué tontería.
—¿Te acuerdas de la noche del baile? Todos hablamos acerca de ello.
Quedé en silencio con horror renovado porque cruzó por mi mente la idea de que mientras estábamos todos allí sentados tomando la sopa, después del baile, un miembro de nuestro grupo debió pensar en la bóveda como buen sustituto para el viejo arcón de roble.
Me estremecí. ¿Podría haber otra explicación sino que alguien quería quitarme del medio?
Apreté el hombro de Hyson.
—Escucha —le dije—. Tenemos que encontrar una manera de salir de este lugar. Quizás la puerta no esté verdaderamente cerrada con llave. Pero ¿quién pudo haberla cerrado, de todos modos?
—Bar…
—Oh, tonterías. —Me puse de pie cautelosamente.
—Hyson —dije—, tendremos que ver qué es lo que podemos hacer.
—Ella no nos dejará.
—Dame la mano y ya veremos cómo es esto.
—Ya lo sabemos. Están todos muertos en sus ataúdes.
—Quisiera haber tenido una linterna. Intentemos abrir la puerta una vez más. A lo mejor al cerrarse de golpe se haya atrancado.
Nos paramos en el escalón de arriba y golpeamos contra ella. No se movió un ápice.
—¿Cuánto hará que estamos ahí? —dije.
—Una hora.
—No creo que haga ni cinco minutos. El tiempo pasa lentamente en ocasiones como ésta. Pero nos echarán de menos en el comedor a la hora de la cena. Comenzarán a buscarnos por la casa y luego saldrán. Quiero investigar un poco. Quizás haya una claraboya en alguna parte. Podríamos gritar por ahí.
—No habrá nadie para escucharnos en el cementerio.
—Podría haber. Y si dan una vuelta…
Le tiré del brazo hasta hacer que se pusiera de pie y ella se apretó junto a mí. Luego, juntas, muy pegadas, bajamos cautelosamente las escaleras.
—Hace mucho frío —dijo Hyson temblando.
La rodeé con mi brazo, y con paso vacilante avanzamos en la oscuridad. Yo podía ver las formas vagas a mi alrededor y sabía que eran ataúdes de los Pendorric muertos.
Luego, de pronto, vi una luz tenue y yendo en esa dirección descubrí que era un enrejado al lado de la cripta. Miré por ahí y me pareció advertir el parapeto de un angosto foso. Entonces supe que por ahí entraba una cierta cantidad de aire a la bóveda y me animé un poco. Puse la cabeza junto al enrejado y grité:
—¡Socorro! ¡Estamos aquí, en la cripta!
Mi voz sonaba ahogada como si volviera a mí, y me di cuenta que por muy alto que gritara no sería oída a menos que alguien estuviera muy cerca del lugar.
No obstante seguí gritando hasta quedarme afónica, mientras Hyson temblaba a mi lado.
—Intentemos nuevamente la puerta —dije. Y una vez más tanteando, llegamos hasta los escalones. Una vez más hicimos fuerza echando nuestros cuerpos contra la puerta y una vez más la puerta no cedió. Hyson lloraba y estaba helada, entonces me quité la chaqueta y la puse en torno a las dos. Nos sentamos juntas en el escalón de arriba con los brazos de la una apretando los hombros de la otra. Yo trataba de reconfortarla y decirle que pronto nos rescatarían. Que esto era muy distinto del viejo arcón de roble. Habíamos visto el enrejado, ¿no era así? Eso significaba que teníamos aire. Todo lo que teníamos que hacer era esperar que ellos vinieran y nos encontraran. Quizás oyéramos sus voces y entonces, gritaríamos las dos juntas.
En un momento dado ella dejó de temblar y creo que se durmió.
Yo no podía dormir aunque me sentía exhausta y helada, endurecida y acalambrada; y permanecía ahí sentada sosteniendo el cuerpo de la criatura contra el mío, tratando de penetrar la oscuridad, y preguntándome una y otra vez quién podría haber hecho esto.
* * *
No había manera de saber la hora porque no podía ver mi reloj. Hyson se movió y lloriqueó; la apreté contra mí y murmuré algunas palabras de consuelo, mientras trataba de urdir un plan para escapar de ese lugar.
Me imaginaba a la familia disponiéndose a cenar. ¡Cómo estarían de preocupados! ¿Dónde podría estar Favel? Roc querría saber. Estaría un poco ansioso primero y luego desesperado. Habrían pasado horas buscándonos.
Hyson se había despertado de repente:
—Favel… ¿dónde estamos?
—No es nada. Estoy aquí. Estamos juntas…
—Estamos en ese lugar. ¿Aún estamos vivas, Favel?
—De eso estoy segura.
—¿Entonces no somos… fantasmas?
—No existen —dije apretándole la mano.
—Favel, te atreves a decir eso… aquí… entre ellos.
—Si existieran nos lo harían notar, solo para probarnos que estamos equivocadas, ¿no te parece?
Podía sentir que la criatura retenía el aliento al escudriñar la oscuridad.
—¿Hemos estado aquí durante toda la noche? —preguntó pasado un momento.
—No lo sé, Hyson.
—¿Será oscuro así todo el tiempo?
—Podría entrar un poquito de luz a través del enrejado cuando sea de día. ¿Quieres que vayamos a ver?
Estábamos tan endurecidas y acalambradas que por un momento no pudimos movernos.
—Oye —dijo Hyson estremecida—. Oí algo.
Fui tanteando el camino escaleras abajo y llevando a Hyson de la mano.
—Oye —dijo—. Volví a oírlo.
Ella se apretó contra mí y yo la rodeé con mi brazo.
—Si hubiéramos tenido un encendedor o un fósforo —murmuré mientras íbamos en dirección a donde me parecía que estaba el enrejado, pero no entraba ninguna luz a través de la pared, de modo que me pareció que aún debería estar oscuro afuera. Después vi de pronto un rayo de luz y oí una voz que llamaba:
—¡Favel! ¡Hyson!
La luz me había mostrado el enrejado y yo corrí tropezando hacia allí gritando:
—Estamos aquí… en la bóveda. ¡Favel y Hyson, estamos aquí en la bóveda!
La luz volvió a alumbrar y permaneció fija. Reconocí a Deborah, la voz de Deborah:
—¡Favel! ¿Eres tú, Favel?
—Aquí —grité—. ¡Aquí!
—Oh, Favel… gracias a Dios. ¿Hyson…?
—Hyson está aquí, conmigo. Estamos encerradas en la cripta.
—Encerradas.
—Por favor, sácanos… rápido.
—Estaré de vuelta tan pronto como me sea posible. La luz desapareció y Hyson y yo nos quedamos abrazadas.
* * *
Parecían haber pasado horas hasta que se abrió la puerta y Roc vino a grandes pasos por los peldaños. Corrimos a él —Hyson y yo— y nos retuvo a las dos contra él.
—Cómo día… —comenzó—. Nos habéis dado un buen susto…
Ahí estaba Morwenna con Charles, quien alzó a Hyson en sus brazos y la mantuvo como si hubiera sido un bebé.
Sus linternas nos mostraban las húmedas paredes de la cripta, los estantes con los ataúdes; pero Hyson y yo volvimos la cara y miramos hacia la puerta.
—Tus manos están heladas —dijo Roc restregándomelas—. Tenemos el coche ante el portillo. En pocos minutos estaremos en casa.
Una vez en el coche me recosté contra él, demasiado entumecida, demasiado exhausta para hablar.
Pero con un esfuerzo pregunté la hora.
—Dos de la mañana —dijo Roc—. Hemos estado buscándoos desde poco después de las ocho.
Me fui directamente a la cama y la señora Penhalligan me trajo sopa. Dije que no podría dormir; en efecto, tendría miedo de soñar que aún estaba en ese siniestro lugar.
Pero me dormí casi inmediatamente; y no me perturbó ningún sueño.
Eran las nueve de la mañana y antes de que el sol, entrando por la ventana, me despertara, yo ya había abierto los ojos. Roc estaba sentado en una silla al lado de la cama mirándome, y me sentí muy feliz porque estaba viva.
* * *
—¿Qué sucedió? —preguntó Roc.
—Oí que alguien cantaba y la puerta de la bóveda estaba abierta.
—¿Creíste que los Pendorric habían abandonado sus ataúdes y que… estaban en un aquelarre?
—No sabía quién era. Descendí y entonces… la puerta se cerró detrás de mí.
—¿Qué hiciste?
—Golpeé la puerta; grité. Hyson y yo empleamos toda nuestra fuerza contra ella. Oh Roc…, fue horrible.
—No era evidentemente el lugar más agradable para pasar la noche, debo aceptarlo.
—Roc, ¿quién pudo haberlo hecho? ¿Quién pudo habernos encerrado?
—Nadie.
—Alguien lo hizo. Mira, si Deborah no hubiera venido a buscarnos aún estaríamos ahí. Sabe Dios cuánto tiempo hubiéramos estado ahí.
—Decidimos buscar palmo a palmo durante varios kilómetros a la redonda. Deborah y Morwenna hicieron la villa de Pendorric y los Darks se les unieron.
—Cuando oímos la voz de Deborah, llamándonos, fue magnífico. Pero nos pareció una eternidad hasta que volvió.
—Ella se dio cuenta de que necesitaba la llave, y solamente había una, que yo sepa, de la bóveda. Está guardada en el armario de mi escritorio y el armario está cerrado; de modo que tuvo que buscarme primero.
—Por eso tardó tanto tiempo.
—No perdimos un solo minuto, puedo asegurártelo. No podía imaginarme quién podría haber sacado la llave y abierto la bóveda. El enterrador la pidió prestada hace algunas semanas. Debe haber creído que cerraba.
—Pero alguien nos encerró.
—No, querida —dijo Roc—. La puerta no estaba cerrada. Lo descubrí cuando traté de quitarle la llave.
—¡Que no estaba cerrada!… Pero…
—¿Quién hubiera podido encerrarte?
—Eso es lo que me estoy preguntando.
—Nadie, excepto yo. Durante años ha habido solo una llave. Y esa llave estaba dentro de mi armario que a su vez estaba cerrado. Y ahí estaba, colgando de un clavo cuando lo abrí.
—Pero Roc, no puedo entender cómo…
—Creo que es bastante sencillo. Era una noche de mucha niebla, ¿no es verdad? Pasaste el portillo y entraste al cementerio. La puerta de la bóveda estaba abierta porque el viejo Pengelly no la había cerrado cuando estuvo ahí hace algunas semanas y luego, se abrió sola.
—Era una tarde muy tranquila. No había viento.
—Hubo viento la noche anterior. Probablemente haya estado abierta todo el día y nadie lo haya notado. Poca gente va hasta la parte vieja del cementerio. Bien, tú la viste abierta, te metiste y la puerta se cerró detrás de ti.
—Pero si no estaba cerrada, ¿por qué no cedía cuando la empujábamos con todas nuestras fuerzas?
—Sospecho que quedó pegada. Además, es muy probable que sintieras pánico al hallarte encerrada. Quizás si no hubieras creído que la puerta estaba cerrada hubieras descubierto que solo estaba atrancada.
—No lo creo.
Me miró con asombro.
—¿Qué demonios tienes en la mente?
—No lo sé bien… pero alguien nos encerró.
—¿Quién?
—Alguien lo hizo.
Me alisó el pelo con la mano quitándomelo de la frente.
—Hay sólo una persona que podría haberlo hecho —dijo—. Yo mismo.
—¡Oh Roc…, no!
Él se echó en la cama a mi lado y me tomó entre sus brazos.
—Déjame que te diga algo, querida —dijo—. Prefiero tenerte aquí conmigo que en la bóveda con Hyson.
Se reía; no comprendía el estremecimiento de temor que me había poseído.