Capítulo 3

Fui directamente a mi habitación y en cuanto abrí la puerta me quedé sin aliento, porque una mujer estaba sentada en un sillón de espaldas a la luz. Después de mi experiencia en el patio, debía estar verdaderamente nerviosa, porque tardé varios segundos en reconocer a Morwenna.

—Me temo que te he sorprendido —dijo—. Lo siento. Subí a buscarte… y me senté por un momento.

—Ha sido una tontería de mi parte, pero no esperaba encontrar a nadie aquí.

—He venido porque Deborah ha llegado. Quiero que la conozcas.

—¿Quién dices que ha llegado?

—Deborah Hyson. Es la hermana de mi madre. Pasa mucho tiempo con nosotros. Estuvo fuera y acaba de llegar esta tarde. Creo que ha vuelto por ti. No puede soportar que pasen cosas en la familia y no participar de ellas.

—¿Puedo haberla visto en una de las ventanas no hace mucho tiempo?

—Es muy probable. ¿Era en el costado del oeste?

—Sí, creo que sí.

—Entonces era ella. Deborah tiene sus habitaciones de ese lado.

—Estaba mirando hacia el patio y Hyson la saludó, luego salió corriendo sin dar explicaciones.

—Están muy apegadas una a otra. Eso me alegra, porque en general Lowella es mucho más popular. ¿Vienes ahora? Tomaremos el té en la sala de invierno. Deborah está ansiosa por conocerte.

—Vamos ya entonces.

Bajamos a la pequeña habitación en el primer piso del ala norte, en donde una mujer alta se puso de pie para saludarme; yo estuve casi segura de que era la misma que había visto en la ventana.

Ahora no llevaba el sombrero, y su abundante cabello blanco estaba peinado como debió haber sido la moda hace treinta años o más. También me di cuenta de que sus ropas eran antiguas. Los ojos eran muy azules y su blusa de crespón de seda con volantes le quedaba perfectamente bien. Se la veía muy espigada y delgada con su traje sastre negro.

Me tomó las manos y me miró directamente a los ojos.

—Querida —dijo—, ¡qué contenta estoy de que hayas venido! —Me asombró el fervor de su bienvenida, y solo pude presumir que, como la mayor parte de la familia, estaba encantada de que Roc se hubiera casado y preparada para recibirme con una bendición—. Vine en cuanto supe las novedades.

—Es muy amable de su parte.

Sonrió esperanzada mientras sus ojos permanecían fijos en mí.

—Ven y siéntate a mi lado —dijo—. Tenemos muchísimas cosas de que hablar. Morwenna querida, ¿van a traer pronto el té?

—En seguida —contestó Morwenna.

Nos sentamos una al lado de la otra y Deborah continuó:

—Debes llamarme Deborah, querida. Los chicos lo hacen. Oh, cuando digo los niños quiero decir Petroc y Morwenna. Las mellizas me llaman abuelita. Siempre lo han hecho. Y a mí no me molesta.

—¡Usted no tiene aspecto de abuelita!

Deborah sonrió.

—Supongo que para las mellizas, sí. Creen que cualquiera que tenga veinte años es una persona de edad y, por encima de eso, es, por supuesto, un anciano. Pero me alegro por ellas ya que no tienen abuela y yo la reemplazo.

La señora Penhalligan trajo el té y Morwenna lo sirvió.

—Charles y Roc no vendrán hasta dentro de una hora aproximadamente —dijo dirigiéndose a Deborah.

—Los veré a la hora de la cena. Oh, aquí están las mellizas.

La puerta se abrió de golpe y Lowella entró corriendo seguida por Hyson que venía más despacio.

—Hola, abuelita —dijo Lowella y acercándose a Deborah la abrazó y la besó. Hyson la seguía y me di cuenta de que el abrazo para ella fue todavía más afectuoso. No había duda de que Deborah y Hyson se querían muchísimo.

Lowella se acercó a la mesita rodante con el té para mirar qué había para comer, mientras Hyson se quedaba apoyada en la silla de Deborah.

—Debo decir que me agrada estar de vuelta —dijo Deborah—, pese a que echo de menos el páramo. —Me explicó—: Tengo una casa en Dartmoor. Crecí allí y ahora que mis padres han muerto, me pertenece. Deberás venir a conocerla.

—Yo iré contigo —dijo Lowella.

—¡Querida Lowella! —murmuró Deborah—. No soporta que la dejen fuera de nada. Y tú también vendrás, ¿no es cierto, Hyson?

—Sí, abuelita.

—Eres una buena niña. Espero que os hayáis ocupado de tía Favel y la hayáis hecho sentir en su casa.

—Nosotros no la llamamos tía. Ella es solamente Favel y, por supuesto que nos hemos ocupado de ella —dijo Lowella—. Tío Roc nos dijo que lo hiciéramos.

—¿Y Hyson?

—Sí, abuelita. Le he mostrado lo que tenía que ver y le he dicho lo que necesitaba saber.

Deborah sonrió y acarició suavemente la cola de caballo de Hyson. Me miró y me sonrió.

—Debo mostrarte fotos de los chicos. Tengo muchísimas en mi habitación.

—En las paredes —gritó Lowella— y en álbumes con cosas escritas al pie de las fotos. Dice «Petroc a los seis años», «Morwenna en el patio a los ocho años». Y hay un montón de la abuela Barbarina y abuelita Deborah cuando eran niñas, pero en Devon.

Deborah se inclinó hacia mí.

—Siempre hay alguien como yo en las familias, ésa que no se casó pero a la que se puede pedir que cuide a los chicos. La que guarda todas las fotos y sabe las fechas de los cumpleaños.

—Abuelita Deborah nunca se olvida —me dijo Lowella.

—¿Puedo haberla visto cuando yo estaba en el patio? —No pude dejar de preguntarle a Deborah, ya que por tonto que fuera, necesitaba aclarar ese punto.

—Sí, acababa de llegar. No les había avisado a Morwenna ni a Roc que llegaba hoy. Curioseé por la ventana y te vi con Hyson. No sabía que me habías visto, de otro modo hubiera abierto la ventana para saludarte.

—Hyson la saludó con la mano, y yo levanté la vista y la vi. Me quedé asombrada cuando me dijo que era su abuelita.

—¿Y no te explicó nada? ¡Oh, Hyson, mi querida niña! —continuó acariciándole la cabeza.

—Le dije que eras mi abuelita y es así —se defendió Hyson.

—No estáis comiendo nada —nos reprochó Morwenna—. Probad esa torta. María se molestará si no la coméis.

—Yo siempre digo que la crema de Cornwall no es tan buena como la nuestra en Devonshire —dijo Deborah. Morwenna rió.

—Eso es puro prejuicio. Son exactamente iguales.

Deborah me preguntó sobre mi vida en Capri y acerca de la forma como había conocido a Roc.

—¡Qué encantador! —exclamó cuando contesté a sus preguntas—. ¡Un romance tan luminoso! Es adorable, ¿no lo crees, Morwenna?

—Estamos todos encantados, por supuesto… particularmente ahora que conocemos a Favel.

—Y estábamos ansiosos por tener una nueva Novia en Pendorric, —dijo con calma Hyson.

Todos rieron y la conversación se hizo general mientras terminábamos el té.

Cuando concluimos, Hyson preguntó si podía ayudar a su abuelita a abrir las maletas. Deborah se mostró muy satisfecha, contestó afirmativamente y agregó:

—Supongo que Favel no conoce mis habitaciones, ¿no es cierto? ¿La invitamos a que venga con nosotras, Hyson?

Me pareció que ésta aceptaba de mala gana, pero yo dije que sí rápidamente, ya que estaba ansiosa por conocer más a este nuevo miembro de la casa.

Las tres salimos juntas. Muy pronto estuvimos en el corredor del oeste y pasamos por la ventana desde la cual Deborah había aparecido sorprendiéndome.

Abrió la puerta de una habitación con ventanas muy parecidas a las nuestras. Poseían una visión soberbia de la línea costera en dirección hacia el oeste. Mis ojos se dirigieron inmediatamente hacia la cama —con cuatro pilares y dosel como la nuestra— porque sobre la colcha de color rosa estaba colocado el sombrero negro con la cinta azul. No era exactamente igual al del retrato, pero el color era semejante. Me sentí tonta y, al mismo tiempo, muy aliviada, porque era muy tranquilizante poder resolver el misterio de la aparición tan rápidamente; pero también me desconcertaba recordar cómo me había estremecido al divisarla.

Entonces pude ver que una de las paredes estaba cubierta con fotografías de todos los tamaños y de distintas clases. Algunas eran retratos tomados en estudio y otras, simples instantáneas.

Deborah rió y siguió mi mirada.

—Siempre he acumulado fotos de la familia. Es lo mismo en Devonshire, ¿no es cierto Hyson?

—Sí, pero ésas son todas fotos tuyas de antes… éstas son de después.

—Sí, por supuesto. El tiempo parece casi dividido en esa forma…, antes del casamiento de Barby… y después.

—Barbarina —murmuré involuntariamente.

—Sí, Barbarina. Ella era Barby para mí y yo era Deb. Nadie más nos llamó nunca así. Barbarina era el nombre de una antepasada nuestra. Un nombre poco común, en verdad. Hasta el matrimonio de Barbarina nosotras estuvimos juntas siempre. —Los ojos azules se ensombrecieron momentáneamente y adiviné que seguramente hubo una gran devoción entre las hermanas—. Oh, bien —continuó—, todo eso pasó hace mucho tiempo. Algunas veces me resulta difícil creer que ella esté muerta… y en su tumba…

—Pero… —comenzó a decir Hyson.

Deborah levantó una mano, la posó sobre la cabeza de la niña y siguió hablando.

—Cuando ella murió, vine a vivir aquí y me ocupé de Petroc y Morwenna. Traté de tomar su lugar, pero ¿alguien puede ocupar el lugar de una madre?

—Estoy segura de que la quieren muchísimo.

—Creo que sí. Déjame que te muestre las fotografías. Pienso que muchas son verdaderamente encantadoras. Querrás ver a tu marido en distintas épocas de su vida. Siempre es divertido ver a la gente tal como es ahora y como era antes. ¿No crees?

Sonreí ante ese muchacho de ojos traviesos con la camisa abierta y pantalones de franela, y ante la foto de Roc de pie al lado de Morwenna, ella, sonriendo tímidamente a la cámara y Roc, con el ceño fruncido. Había otra foto de ellos cuando eran bebés y una hermosa mujer inclinada sobre ellos.

—Barbarina y sus mellizos —murmuró Deborah.

—¡Qué hermosa era!

—Sí —hubo una nota de infinita tristeza en su voz. «Entonces todavía llora a su hermana», pensé; y vino a mi mente el recuerdo de la bóveda de la familia y la corona de laureles. Adiviné quién la había colocado allí.

Volví mi atención a la foto de un hombre y una mujer; no tuve dificultad en reconocer a Barbarina y con ella estaba un hombre muy parecido a Roc. Adiviné que se trataba del marido de Barbarina.

Allí estaba, con una sonrisa provocadora, el rostro del hombre que sabe cómo conseguir lo mejor de la vida, el jugador temerario con un indefinible encanto. Noté que las orejas eran ligeramente puntiagudas en los extremos. Un nombre apuesto, que resultaba incluso más atractivo por ese aire de malicia y perversidad, o lo que fuera que yo había sentido en Roc.

—Los padres de Roc —dije.

—Tomada un año antes de la tragedia —dijo Deborah.

—Es muy triste. Él da la impresión de quererla mucho. Debió haber quedado destrozado.

Deborah sonrió sombríamente, pero no dijo nada.

—¿No le ibas a mostrar a Favel los álbumes? —preguntó Hyson.

—Ahora no, querida. Tengo cosas que hacer y las historias del pasado pueden ser un poquito aburridas para los que no las vivieron.

—No estoy aburrida. Tengo mucho interés en aprender todo lo que pueda sobre la familia.

—Por supuesto, ahora eres una de nosotros. Y me gustará mucho mostrarte los álbumes en otra oportunidad.

Era una manera amable de pedirme que me fuera y dije que yo también tenía cosas que hacer y que la vería después. Se me acercó y tomándome de las manos me sonrió con afecto.

—No te puedo decir lo contenta que estoy de que estés aquí —me dijo, y no pude dudar de su honestidad.

—Todos han sido tan buenos conmigo en Pendorric —le dije—. Ninguna Novia debe haber sido recibida con tanto entusiasmo y, considerando lo repentino de nuestro matrimonio y que mi llegada podría haber sido un golpe para la familia, estoy muy agradecida a todos.

—Por supuesto que te damos la bienvenida, querida.

Hyson dijo sinceramente:

—La hemos estado esperando durante años…, ¿no es verdad abuelita?

Deborah rió y acarició suavemente la cabeza de Hyson.

—Te fijas en todo, querida. —Y dirigiéndose a mí—: Estamos encantados con el matrimonio de Roc. Los Pendorric en general se casan jóvenes.

Se abrió la puerta y una mujer pequeña penetró en la habitación. Vestía de negro, lo que no combinaba con su piel cetrina. Su cabello era de color gris acero y alguna vez debió haber sido totalmente negro; las cejas negras ocultaban unos ojos pequeños y preocupados, la nariz era larga y delgada y los labios, finos.

Estaba a punto de hablar pero al verme vaciló. Deborah dijo:

—Ésta es mi querida Carrie, que fue nuestra niñera y nunca me ha dejado. Ahora se ocupa de mí por completo. No sé qué haría sin ella. Carrie, ésta es la nueva señora Pendorric.

Sus ojos de mirada preocupada se fijaron en mí.

—Oh —murmuró—, la nueva señora Pendorric, eh.

Deborah me sonrió.

—Ya conocerás muy pronto a Carrie. Ella hará cualquier cosa por ti, estoy segura. Es maravillosa con la aguja. Confecciona la mayoría de mi ropa, como siempre lo ha hecho.

—Lo he hecho para las dos —dijo Carrie con orgullo—. Y solía decir que no había muchachas mejor vestidas en todo Devonshire que la señorita Barbarina y la señorita Deborah.

Entonces me di cuenta de la forma en que pronunciaba, arrastrando las erres y la ternura que ponía cuando nombraba a las dos hermanas.

—Carrie, hay algunas cosas para guardar.

La expresión de Carrie cambió y pareció casi malhumorada.

—¡Carrie odia dejar su amado páramo! —dijo Deborah con una carcajada—. Le llevó mucho tiempo acostumbrarse a este lado del Tamar.

—Ojalá nunca hubiéramos cruzado el Tamar —murmuró Carrie.

Deborah me sonrió y colocando su brazo a través del mío, me acompañó hasta el corredor.

—Debemos adaptarnos a Carrie —susurró—. Es una criada privilegiada. Está envejeciendo y su mente falla un poco. —Retiró el brazo—. En otro momento me encantará mostrarte más fotos, Favel —y siguió diciendo—: No puedo decirte lo feliz que estoy de que tú estés aquí.

La dejé, agradeciéndole por varias razones, no solamente por su afecto y sus ganas de ser mi amiga, sino porque me había hecho sentir yo misma otra vez. Ahora estaba segura de que la persona que me miraba desde la ventana era alguien vivo, de carne y hueso.

* * *

La criada nos trajo la carta junto con el té de la mañana temprano; y unos pocos días más tarde, Roc llegó a reírse a carcajadas de ella.

—Llegó —me dijo mientras yo estaba bañándome—, sabía que llegaría.

—¿Qué? —le pregunté, saliendo envuelta en una toalla.

—Lord Polhorgan solicita el placer de gozar de la compañía del señor y la señora Pendorric este miércoles a las tres y media.

—Miércoles. Es mañana. ¿Vamos a ir?

—Por supuesto. Tengo mucho interés en que conozcas La Locura.

No pensé mucho en la invitación de lord Polhorgan porque estaba más interesada en Pendorric y no llegué a sentir el deleite casi malicioso que la familia encontraba en burlarse de La Locura y su dueño. Como ya le había dicho a Roc, si ese hombre de Manchester, Leeds o Birmingham, deseaba construir una casa en el peñasco, ¿por qué no iba a hacerlo? ¿Y si quería que pareciera un castillo medieval, por qué no? Aparentemente los Pendorric habían estado contentos de venderle la tierra. No era cosa de ellos el decirle cómo la tenía que usar.

Cuando Roc y yo salimos esa tarde del miércoles, él parecía divertirse con alguna broma secreta.

—No puedo esperar para ver qué opinas de la construcción —me dijo Roc.

Para mi mirada inexperta la casa se veía tan antigua como Pendorric.

—Sabes —le dije a Roc mientras nos aproximábamos hacia los unicornios de piedra que ocupaban el mismo lugar que nuestros gastados leones—, yo no hubiera sabido que esta casa no era auténticamente antigua si tú no me lo hubieras dicho.

—Ah, espera a que tengas la oportunidad de examinarla.

Tocamos la campana en el gran pórtico y la oímos sonar a través del recibidor.

Un sirviente muy digno nos abrió la puerta e inclinando la cabeza, dijo solemnemente:

—Buenas tardes, señor. Buenas tardes, señora. Lord Polhorgan está aguardándoles, así que los conduciré inmediatamente ante él.

Nos llevó un largo rato llegar hasta la habitación en donde nos esperaba nuestro anfitrión y pude notar que, pese a que los muebles eran antiguos, las alfombras y las cortinas eran costosamente modernas.

Por fin llegamos a una gran habitación con ventanas hacia un jardín que llegaba hasta el mar. Descansando en un sofá estaba el anciano.

—Lord —anunció el criado—, el señor y la señora Pendorric.

—Ah, que se acerquen, Dawson. Que se acerquen.

Volvió la cabeza y la fija atención de esos ojos grises fue casi perturbadora, en particular, porque estaban dirigidos a mí.

—Me alegro de que hayan venido —dijo casi con brusquedad, a pesar de que no quería hacerlo—. Deben perdonar que no me ponga de pie.

—Por favor, no se preocupe —dije. Me acerqué rápidamente y tomé su mano.

Tenía un débil color purpúreo y las venas muy marcadas en sus manos largas y delgadas.

—Tome asiento, señora Pendorric —dijo, todavía con la misma brusquedad—. Dele a su esposa una silla, Pendorric. Y colóquela cerca de mí… así está bien, frente a la luz.

Tuve que reprimir un tenue resentimiento al ser sometida a ese penetrante escrutinio y experimenté un nerviosismo que no había esperado sentir.

—Dígame, señora Pendorric, ¿qué le parece Cornwall?

Hablaba abruptamente, con brusquedad, como si estuviera lanzando órdenes en una barraca.

—Estoy encantada —contesté.

—¿Y la comparación es favorable con respecto a la isla en donde vivía?

—Oh, sí.

—Todo lo que veo ahora del lugar es este paisaje —hizo un gesto hacia la ventana.

—No me puedo imaginar que haya nada más hermoso.

Me miró y después a Roc, y noté que la expresión de mi esposo se volvía casi sardónica. A Roc no le gustaba el anciano; eso estaba muy claro y me sentí molesta porque tenía miedo de que lo hiciera evidente.

Nuestro anfitrión fruncía las cejas mientras miraba la puerta.

—El té llega tarde —dijo.

Debía dar bastante trabajo a los sirvientes, pensé, porque había pedido que sirvieran el té en cuanto habíamos llegado y todavía no habían pasado más de dos o tres minutos.

Entonces se abrió la puerta y entraron la mesita con el té. Había toda clase de tortas, pan, mantequilla, bollos, crema y mermelada.

—Ah —gruño lord Polhorgan—, ¡por fin! ¿Dónde está la enfermera Grey?

—Aquí estoy. —Una mujer entró en la habitación. Era tan hermosa que por un momento me quedé mirándola fijamente. El azul de su uniforme hacía juego con sus ojos; su delantal almidonado era blanco como la nieve y su toca colocada con desenvoltura sobre la masa de cabellos dorados, resaltaba su belleza. Nunca había visto un uniforme de enfermera tan favorecedor, pero me di cuenta de que esa mujer estaría bien con cualquier clase de ropa, simplemente porque era muy hermosa.

—Buenas tardes, señor Pendorric —dijo la enfermera.

Roc se puso de pie cuando ella entró y por ese motivo no alcancé a ver en qué forma la miraba. Dijo:

—Buenas tardes, enfermera. —Luego se volvió—. Favel, ella es la enfermera Grey, que cuida de lord Polhorgan.

—Estoy encantada de conocerla. —Tenía una boca ancha y dientes perfectos.

—¿Qué le parece si le da el té a la señora Pendorric? —gruñó lord Polhorgan.

—Por supuesto —dijo la señorita Grey—. Está todo listo. Ahora, señora Pendorric, si quiere sentarse cerca de lord Polhorgan… Voy a colocar esta mesita para usted.

—No necesito una enfermera todo el día —me dijo lord Polhorgan— pero puedo precisarla en cualquier momento. Es por eso que ella está aquí. Es una mujer muy eficiente.

—Estoy segura de que lo es.

—Es un trabajo fácil. Le deja mucho tiempo libre. Y los alrededores son preciosos.

—Ideal —murmuré, preguntándome cómo se sentiría la enfermera al oír que se referían a ella en tercera persona. Le lancé una mirada de reojo. Estaba sonriéndole a Roc.

Le alcancé a lord Polhorgan los bollos y me di cuenta de que se movía despacio y estaba casi sin respiración cuando tomó uno.

—¿Quiere que le alcance la crema y la mermelada? —le pregunté.

—Hum —me espetó con algo que parecía ser asentimiento—. ¡Gracias! —agregó cuando se los alcancé—. Muy amable. Ahora sírvase usted.

La señorita Grey me preguntó si prefería té de la China o de la India y elegí un delicioso Mandarín Pekoe con limón.

La enfermera se había sentado cerca de Roc. Yo deseaba oír lo que hablaban, pero lord Polhorgan reclamaba toda mi atención disparándome preguntas. Parecía muy interesado por saber cómo había vivido en la isla, y le prometí enseñarle algunos de los trabajos de mi padre, ya que los habíamos enviado a Pendorric.

—Bien —dijo. Me hizo hablar de mi niñez, y al poco tiempo estaba reviviendo esa época—. Usted no es feliz —me dijo lord Polhorgan súbitamente, y dejé que toda la historia de mi padre y su muerte brotara otra vez mientras el anciano me escuchaba gravemente. Luego dijo—: Usted debe haber estado muy apegada a él. ¿Su madre también lo quería tanto?

Le conté detalles de nuestra vida juntos, cómo ellos habían vivido el uno para el otro, sobre la enfermedad de mi madre y cómo me habían explicado que deseaban vivir intensamente cada hora de sus vidas porque sabían que llegaría el momento en que no podrían estar juntos. Mientras le contaba todo esto, me maravilló ver que estaba relatando cosas tan íntimas a un anciano gruñón al que casi no conocía.

Apoyó su venosa mano sobre mi brazo.

—¿Él es así con usted? —me preguntó rápidamente y lanzó una mirada en dirección a Roc, quién reía con la enfermera.

Vacilé solamente un segundo demasiado largo.

—Casada con tanta prisa… —agregó—, me parece que oí decir eso en algún lado.

Me ruboricé.

—Soy muy feliz en Pendorric —repliqué.

—Usted se precipita hacia las cosas —dijo—. Es un mal hábito. Yo nunca me apresuré. Tomé decisiones, sí…, y algunas veces rápidamente, pero siempre les dediqué una adecuada reflexión. ¿Volverá a visitarme otra vez?

—Si usted me lo pide.

—Entonces se lo pido ahora.

—Muchas gracias.

—Después no querrá venir.

—Sí, claro que querré.

Sacudió la cabeza.

—Me dará una disculpa. Demasiado ocupada. Otro compromiso. ¿Para qué querría una mujer joven como usted venir a visitar a un viejo enfermo como yo?

—Pero me encantará volver.

—Usted tiene un corazón muy tierno. Pero la gentileza a veces no llega a mucha profundidad. No desea herir al pobre viejo… entonces vuelve. Pero, qué aburrido. ¡Qué fastidio!

—Nada de eso. Usted está muy interesado en muchas cosas. Y me atrae la casa.

—¿Un poco vulgar, eh? El viejo que salió del pueblo y quiere construirse un poco de antecedentes. Eso no les parece bien a los aristócratas, puedo asegurárselo.

—¿Por qué la gente no puede construirse antecedentes si así lo desea?

—Escuche, jovencita. No hay ninguna razón para que alguien no pueda construir lo que quiera. En este mundo cada uno recibe su merecido. Yo deseaba hacer dinero y lo hice. Deseaba tener una mansión para la familia… bien, la tengo. Y si uno tiene agallas debe ir y conseguir lo que quiere. Uno obtiene lo que paga. Si eso sale mal, hay que buscar el error, ya que, puede estar segura, será porque se equivocó en algo.

—Espero que tenga razón.

—Me gustaría que viniera otra vez, aunque se aburra. Quizá después se aburra un poco menos… cuando nos conozcamos más el uno al otro.

—Todavía no he empezado a aburrirme.

Se restregó las manos, frunciendo el ceño.

—Soy un anciano incapacitado por la enfermedad producida por la vida que he llevado, eso me han dicho. —Se golpeó el pecho—. Parece que hice mucha fuerza con éste y ahora debo pagarlo. Muy bien, me dije, la vida es un asunto de hacer apuestas y sacar ganancias. Estoy listo.

—Puedo ver que tiene su filosofía.

—¿Juega al ajedrez?

—Mi madre me enseñó.

—¿Su madre, eh?

—Ella me enseñó a escribir, leer, aritmética, todo eso antes de que me enviaran a un colegio en Inglaterra.

—Me doy cuenta de que usted era la niña de sus ojos.

—Era su única hija.

—Sí —contestó serenamente—. Bien, si juega al ajedrez conmigo no se aburrirá con la conversación de este anciano. ¿Cuándo volverá?

Lo pensé.

—Pasado mañana —contesté.

—Muy bien. ¿A la hora del té?

—Sí, pero no debo comer muchos de esos bollos o engordaré demasiado.

Me miró y en sus ojos había una oculta dulzura.

—Usted es tan delgada como una sílfide —me dijo.

La enfermera Grey se acercó con un plato con torta, pero ya no queríamos comer nada más.

Me di cuenta de que los ojos de la enfermera estaban más luminosos y tenía un débil color rosado en las mejillas. Me pregunté dudosa si Roc habría tenido algo que ver con ella y me acordé de Rachel Bective y Dinah Bond, la joven mujer del herrero.

La conversación se volvió general y después de una hora nos retiramos.

Roc estaba realmente divertido cuando volvimos a casa.

—Otra conquista para ti —comentó—. El viejo está encantado. Nunca lo había visto tan simpático.

—Pobre anciano, creo que la gente no trata de comprenderlo.

—No es necesario —me replicó Roc—. Es tan fácil de leer como el A B C. Es el típico hombre que se hizo a sí mismo, una personalidad clásica. Hay gente que decide moldearse con modelos antiguos. Deciden la clase de persona que llegarán a ser y comienzan a representar el papel; después de un tiempo son tan buenos que ello se convierte en su segunda naturaleza. Por eso hay tantos caracteres repetidos en el mundo. —Me sonrió con una mueca—. No me crees, ¿no es verdad? Bien, mira a lord P. Comenzó vendiendo diarios… quizá no eran diarios, pero una clase de trabajo así. Lo que importa es el molde, no el detalle. Nunca se procuró diversión, juntó un poco de dinero para empezar y cuando tenía treinta años la habilidad y el trabajo le habían dado un gran capital y ya estaba en camino de convertirse en millonario. Todo eso está muy bien, pero no puede ser él mismo, tiene que ser uno de los hombres que se hacen solos. Se aferra a su modales rudos. «Me hice de la nada, —dice—, y estoy orgulloso de ello. No voy a dejarme regir por las maneras convencionales de vivir. ¿Por qué debo cambiar? Soy perfecto tal como soy». Y bien; yo no trato de entender a lord P. Si fuera de vidrio no sería más transparente para mí.

—No le perdonas por haber construido su casa.

Roc se encogió de hombros.

—Quizá no. Es un fraude y yo odio los fraudes. Imagina que todos los hombres que se han hecho a sí mismos deciden edificar a lo largo de nuestra costa. ¡Qué espectáculo! No, yo estoy en contra de esas pseudo antigüedades, y que hayan puesto una a nuestra puerta es un abuso. La Locura de Polhorgan es una extraña aquí en nuestra costa, con casas como Pendorric, Mount Mellyn, Mount Widden, Cotehele y demás. Es como su dueño con sus modales del Midland, haciéndose llamar a sí mismo lord Polhorgan. Como si no se supiera que su nombre carece de abolengo.

—¡Que vehemente eres! —dije y tratando de hablar ligeramente agregué—: Si yo hice una conquista, ¿qué me dices de ti?

Sonreía cuando se volvió hacia mí.

—¿Te refieres a Thea?

—¿La llamas así?

—Ése es su nombre, mi querida. Althea Grey, Thea para sus amigos.

—De los cuales tú eres uno.

—Por supuesto, y tú también lo serás. Por lo que a mí respecta —continuó— esa conquista dura mucho. Está aquí desde hace un año y medio, sabes.

Luego me pasó el brazo por la cintura y comenzó a cantar:

Donde quiera que oigas Tre, Pol y Pen

Sabrás que estás con gente de Cornwall.

Luego me sonrió y continuó:

Ay de mí, tengo que añadir una cláusula

No se puede ignorar al rico forastero.

—Creo —dije—, que prefieres a la enfermera al inválido.

Vi la luz de la burla en sus ojos.

—Que es exactamente lo contrario de lo que te sucede —comentó—. Por eso ésta fue una visita tan afortunada. Yo me ocupé de la enfermera mientras tú te dedicabas a tu anfitrión.

* * *

Dos días más tarde, como habíamos convenido fui a jugar ajedrez con lord Polhorgan. Cuando regresé le conté a Roc casi desafiante que me gustaba el anciano más que la primera vez, cosa que pareció divertirlo mucho. La enfermera Grey no estuvo presente y yo serví el té. El anciano estuvo encantado cuando me ganó; luego me miró astutamente y dijo:

—No estará burlándose del anciano dejándolo ganar, ¿eh?

Yo le contesté que había hecho todo lo posible para ganarle, y eso le complació. Antes de irme le prometí que lo llamaría en un día o dos para jugar la revancha.

Estaba adaptándome a mi vida en Pendorric. Comencé a practicar un poco de jardinería con Morwenna, y era muy agradable charlar con ella mientras trabajábamos.

—Es un entretenimiento muy útil —me dijo— porque no tenemos jardineros como antes. En la época de mi padre había cuatro, ahora está Bill Pascoe, de los cottages, que viene tres tardes por semana con Toms cuando tiene la posibilidad. Pero Roc y yo siempre hemos amado hacer crecer cosas.

—Roc no hace mucho en el jardín —señalé.

—Bueno, ahora tiene que ocuparse de la granja. Él y Charles trabajan duro en eso. —Se sentó sobre los talones y miró sonriendo la horquilla que tenía en la mano—. Me alegra tanto que se lleven bien los dos, pero por supuesto, son personas maravillosas. He pensado muchas veces en la suerte que tengo…

—Sé lo que quieres decir —le contesté orgullosa—. Las dos tenemos suerte.

Charles tenía un carácter tranquilo, era muy amistoso conmigo, y me gustaba su jovial encanto. Cuando Roc me llevó por primera vez a recorrer la granja me di cuenta inmediatamente del respeto que Charles tenía por los juicios de Roc, y eso hizo que me gustara más todavía.

Incluso me gustaba un poco más Rachel Bective y me reprochaba por haberla juzgado demasiado apresuradamente al principio, ya que había imaginado algo de solapado en su aspecto.

En una ocasión salimos juntas a caminar y espontáneamente me habló de sí misma, contándome cómo había conocido a Morwenna en el colegio y luego había pasado las vacaciones en Pendorric. Después había regresado a menudo. Luego tuvo que ganarse la vida y había comenzado a dar clases. Estuvo de acuerdo en tomar una licencia durante un año para hacerse cargo de la educación de las mellizas ya que sabía el problema que eran para la madre.

Las mellizas tenían la costumbre de acercarse a mí en los momentos más inesperados y parecían tener un placer especial en dar saltos y sorprenderme.

Lowella se dirigía a mí llamándome Novia, lo que al principio me pareció divertido, pero luego ya no estuve tan segura; Hyson tenía el hábito de clavar su silenciosa mirada en mí siempre que estaba en mi compañía, lo que también encontraba desconcertante.

Deborah estaba tan decidida como los otros a hacerme sentir en mi hogar; me dijo que se sentía como una madre para mí porque Roc había sido siempre como un hijo para ella.

Una tarde estaba sentada en el patio, cuando de golpe tuve la atemorizante sensación de que me observaban. Aparté ese pensamiento que siempre me preocupaba cuando estaba en ese lugar, pero la sensación persistió cuando levanté la vista y miré hacia la ventana en el lado oeste donde había visto a Deborah el día de su llegada. Casi esperaba verla allí.

Permanecí mirando fijamente hacia esas ventanas con cortina; luego me volví y miré hacia el lado este. Estaba segura de haber visto un movimiento.

Agité una mano y continué observando, pero no hubo respuesta.

Diez minutos más tarde, Deborah se reunió conmigo en el patio.

—¡Cómo te gusta este lugar! —dijo mientras empujaba una de las sillas blancas, para sentarse cerca de mí.

—Mis sentimientos por este lugar están mezclados —le dije con franqueza—. Me siento inmensamente atraída y al mismo tiempo, jamás estoy exactamente cómoda aquí.

—¿Por qué no?

Miré por encima de mi hombro.

—Creo que son las ventanas.

—A menudo he dicho que es una lástima que solo sean las ventanas del corredor las que dan a este patio. Podría haber un panorama encantador y sería un cambio con respecto a la visión del mar que tienen las del sur, oeste y este, y del campo las del lado norte.

—Pero es que son las ventanas en sí mismas. Le quitan toda privacidad al lugar.

Deborah rió.

—Creo que después de todo eres una persona imaginativa.

—Oh, no. En realidad no lo soy. ¿Hace un rato estabas tú al lado este? Sacudió la cabeza.

—Estoy segura de que alguien estaba mirando desde allí.

—No lo creo, querida, no desde el lado este. Esas habitaciones ahora casi no se usan. Los muebles están cubiertos por capas de polvo, salvo en las habitaciones de ella.

—¿Sus habitaciones?

—Las de Barbarina. Siempre le gustó el lado este. A ella no le importaba Polhorgan como a los otros. Ellos no podían evitar el mirarlo. Barbarina tenía su cuarto de música allí. Decía que era el lugar ideal porque podía practicar con tranquilidad ya que no molestaba a nadie.

—Quizás vi a una de las mellizas.

—Eso es posible. Los sirvientes no van mucho por ese lado. Carrie se ocupa de la habitación de Barbarina. Se enoja si alguien intenta hacerlo. Pero debes verlo. Debes ver todo lo que hay en esta casa. Tú eres, después de todo, su nueva señora.

—Me encantaría ver las habitaciones de Barbarina.

—Podemos ir ahora.

Me puse de pie con ansiedad y Deborah me tomó el brazo mientras caminábamos cruzando el patio hacia la puerta este. Parecía excitada ante la perspectiva de llevarme a hacer una visita por esa parte de la casa.

La puerta se cerró detrás de nosotras y caminamos por un largo pasillo que nos condujo a un recibidor donde fui consciente del silencio. Me dije a mí misma que debía hacer algo con mis estados de ánimo ya que, si no había nadie en ese rincón de la casa, ¿por qué debía sorprenderme el silencio?

—Los sirvientes dicen que ahora ésta es la parte embrujada de la casa —me dijo Deborah.

—¿Y Barbarina es el fantasma?

—¿Entonces conoces la historia? Lowella Pendorric es la que se supone embrujó la casa hasta que Barbarina tomó su lugar. Es una típica situación de Cornwall, querida. Estoy encantada de haber nacido del otro lado del Tamar. No hubiera querido estar siempre perturbada por fantasmas y apariciones y cosas que rondan por las noches.

Observé el recibidor, que era una réplica exacta de los otros. En las paredes había armas, los utensilios de peltre en la mesa, el par de armaduras al pie de la escalera. Los cuadros de la galería eran diferentes, por supuesto, y los observé al pasar mientras subíamos las escaleras.

Alcanzamos el corredor y eché una mirada por las ventanas hacia el patio, preguntándome en cuál había visto el movimiento.

—Las habitaciones de Barby están en el segundo piso —me dijo Deborah—. Yo solía venir y quedarme aquí cuando ella se casó. Ya ves que casi no nos separamos durante nuestras vidas y Barby no quería que eso sucediese. Esto se volvió un segundo hogar para mí. Estoy aquí tanto como en Devonshire.

Subimos hasta el segundo piso y Deborah abrió varias de las puertas para mostrarme las habitaciones cubiertas de capas de polvo. Parecían lugares embrujados, como todos esos cuartos de las casas grandes y silenciosas.

Deborah me sonrió y adiviné que estaba leyendo mi mente y quizá tratando de demostrarme que yo no era tan inmune a las supersticiones de Cornwall como quería hacerle creer.

—Ahora —dijo y entreabrió una puerta— éste es el cuarto de música.

Allí no había capas de polvo y suciedad. Las angostan ventanas me dieron una visión de la costa con Polhorgan que se levantaba majestuosamente en lo alto del risco, pero esta vez no miré el panorama sino la habitación, y creo que lo que más me impresionó fue que parecía un lugar en donde había vida. Había un estrado en un costado y en él una partitura abierta. Detrás del atril, en una silla estaba el violín, como si lo acabaran de dejar, con su estuche abierto a un lado, en una mesa cercana.

Deborah movió la cabeza.

—Es una costumbre tonta. Pero algunas personas encuentran consuelo en ello. Al principio ninguno de nosotros nos animábamos a tocar nada. Carrie limpiaba y colocaba las cosas exactamente en donde estaban. Carrie se siente realmente orgullosa de hacerlo y es más que nada por su bienestar que permitimos que lo siga haciendo. No puedo decirte la devoción que sentía por Barbarina.

—Y usted también.

Deborah sonrió.

—Y yo también. Pero Barbarina era su favorita.

—¿Ustedes eran mellizas idénticas?

—Sí. Como Lowella y Hyson. Cuando éramos jóvenes algunas personas encontraban difícil reconocernos, pero cuando crecimos eso cambió. Barbarina era alegre y divertida; yo, casi impasible y más lenta. Hay algo más que las facciones. Empieza a suceder lo mismo con Hyson y Lowella. Es solamente cuando están dormidas cuando resultan tan semejantes. Como te estaba diciendo, Barby era la preferida de todos y porque ella era como era… yo parecía más opaca y menos interesante de lo que hubiera parecido si no hubiéramos estado siempre juntas.

—¿Eso la molestaba?

—¡Molestarme! Yo adoraba a Barbarina, como el resto de la gente. En realidad no tuvo una admiradora más devota. Cuando la alababan, yo me sentía feliz como si me sucediera a mí. Esto pasa muy a menudo entre los mellizos, pueden compartir los triunfos y los fracasos mucho más intensamente que el resto de la gente.

—¿Y ella sentía lo mismo por usted?

—Totalmente. Desearía que hubieras podido conocer a Barbarina. Era una persona maravillosa. Tenía todo lo que yo hubiera querido tener.

—Debió haber sido una conmoción para usted cuando ella se casó.

—No dejamos que eso nos separara dentro de lo posible. Yo tenía que estar en Devonshire la mayor parte del tiempo porque mi padre necesitaba que lo cuidasen. Nuestra madre había muerto cuando teníamos quince años y él nunca se repuso de ese golpe. Pero en cuanto podía yo venía a Pendorric. Ella estaba encantada de verme. De hecho no sé qué hubiera hecha ella si… —Vaciló y tuve la impresión de que iba a hacerme una confidencia. Luego se encogió de hombros y pareció cambiar de parecer.

Pero aquí, en el cuarto de música de Barbarina, tuve conciencia del enorme deseo que tenía de saber más sobre ella. Era, pese a que no deseara admitirlo, algo que me estaba volviendo más y más interesada en la historia de esa mujer que había sido mi inmediata predecesora como Novia de Pendorric.

—¿Fue un matrimonio feliz? —pregunté.

Deborah me dio la espalda y se volvió hacia la ventana; me sentí incómoda al darme cuenta de que había hecho una pregunta inconveniente, así que me acerqué y colocándole una mano sobre el brazo dije:

—Lo siento mucho. He sido demasiado curiosa.

Se volvió hacia mí y me di cuenta de que sus ojos estaban brillantes. Sacudió la cabeza y sonrió.

—Por supuesto que no, y es natural que estés interesada. Después de todo ahora eres una de nosotros, ¿no es así? No hay ninguna razón para que te ocultemos secretos de familia. Ven, siéntate y te contaré.

Nos sentamos frente a la ventana que miraba hacia la costa en dirección a Rame Head y Plymouth. El cabo sobresalía oscuro sobre el agua gris, y se podía imaginar que era un gigante el que yacía indolente en ese lugar. La niebla se había disipado y las rocas eran visibles. Lancé una mirada a Polhorgan cuyas grises paredes eran del color del mar en este día.

—Hay un parentesco lejano entre los Hyson y los Pendorric —dijo Deborah—. Primos emparentados varias veces. Por eso conocíamos Pendorric desde nuestra niñez y a Petroc y su familia. No me refiero a tu Roc, por supuesto, sino a su padre, que era el Petroc de Barbarina. Cuando él era un chico solía estar con nosotras. Era un año mayor que nosotras.

—Era parecido a Roc, ¿no es cierto?

—Tan parecido que a veces cuando veo a Roc me impresiona, y por un momento pienso que es Petroc que ha vuelto.

—Físicamente, quiere decir.

—Oh…, de muchas formas. La voz, los gestos, todo. Hay un parecido muy fuerte entre los hombres de Pendorric. Solía oír historias sobre el padre de Petroc, otro Petroc, y todo lo que decían se podía aplicar a su hijo. Barbarina se enamoró de él cuando tenía siete años. Y siguió así hasta su muerte.

—Debió sentirse muy feliz cuando se casaron.

—Una especie de afiebrado éxtasis. Solía asustarme. Se preocupaba mucho por él.

—¿Y él por ella?

Deborah sonrió un poco melancólica.

—A Petroc le gustaban demasiado las mujeres como para preocuparse muy profundamente por una en particular. Eso es lo que siempre sentí. Se lo advertí a Barbarina, quien por supuesto no me escuchó.

Hubo un silencio y después de un rato Deborah continuó.

—Solíamos montar a caballo en Dartmoor. Nuestra casa está en el páramo, lo sabes, ¿no? La vista es maravillosa si te gusta esa clase de paisaje. Debes ir a conocerlo. Puedes salir de nuestro jardín y llegar directamente al páramo. Una vez habíamos salido juntos y me perdieron. La niebla cubrió todo, como suele suceder en el páramo, y por bien que conozcas el lugar es posible perderse fácilmente. Puedes pasar el tiempo vagando en círculos. Es realmente aterrador. Encontré el camino de regreso, pero ellos no volvieron a casa hasta el día siguiente. Se refugiaron en una cabaña que Petroc descubrió y se alimentaron con chocolate. Algunas veces pienso que él organizó todo.

—¿Para qué? Quiero decir, si ella estaba enamorada de él, ¿no podía estar con ella… más cómodamente?

Otra vez el silencio. Luego suspiró y dijo:

—Petroc estaba enamorado de otra chica del pueblo y le había prometido matrimonio. Era la hija de un granjero. Pero la familia deseaba el matrimonio con los Hyson porque mi padre tenía una buena posición y el dinero se necesitaba mucho en Pendorric. Barbarina era muy desdichada. Oyó que Petroc iba a desposar a esa muchacha y supo que él debía estar muy enamorado. Pendorric significaba mucho para él y probablemente si él no traía dinero a la familia tendrían que tomar alguna determinación sobre la casa. Por lo tanto, ella supo que él debía estar profundamente enamorado de esa muchacha para considerar el matrimonio con alguien que no iba a aportar ni un penique al lugar. Petroc sentía afecto por Barbarina. No hubiera sido muy duro casarse con ella si no hubiera estado tan enamorado de la otra mujer. Petroc era esa clase de hombre que puede seguir con una mujer… como… bueno, conoces esa clase de personas.

Asentí incómoda.

—¿Eran los Pendorric muy pobres entonces?

—No, exactamente, pero se había producido un gran cambio. Las cosas no eran como debían ser. La casa necesitaba reparaciones muy costosas. Y Petroc había jugado mucho pensando que iba a mejorar la situación de la familia.

—Así que era un jugador.

Asintió.

—Como lo era también su padre.

—¿Y qué sucedió después de esa noche en el páramo?

—Creo que Petroc decidió que tenía que casarse con Barbarina. Pendorric era importante, así que debía aceptar los deseos de su familia y los de Barbarina. Pero no podía decírselo a ella…, así de golpe. Entonces se perdieron en el páramo y Barbarina fue seducida, y eso hizo todo más fácil.

—¿Ella se lo dijo?

—Mi querida Favel, Barbarina no necesitaba decirme las cosas. Éramos tan cercanas como dos personas pueden serlo. No te olvides que durante los meses de gestación estuvimos unidas. Yo sabía exactamente lo que había sucedido y por qué.

—Y después de eso se casó con él y no fue feliz.

—¿Qué te parece? Petroc no podía ser fiel. No estaba en su naturaleza serlo, lo mismo que no lo había estado en la de su padre. Volvió con la hija del granjero. Fue un escándalo notorio. Pero no fue la única. Como su padre, no podía resistirse a una mujer o a una oportunidad de jugar. Pensé que cuando Roc y Morwenna nacieran ella dejaría de preocuparse por él, y por un tiempo lo hizo. Yo esperaba que tuviera más hijos y dedicara a ellos su vida.

—¿Pero se vieron desilusionados?

—Barbarina era una buena madre, no me malinterpretes, pero no era una de esas mujeres que pudiera ignorar las infidelidades de su marido y se dejara absorber totalmente por sus hijos. Petroc significaba demasiado para ella.

—¿Así que fue muy infeliz?

—Puedes imaginarlo, ¿verdad? Una mujer sensible en un lugar como éste, y un marido infiel que no podía mantener en secreto sus infidelidades, ya que no había nada secreto en la vida de Petroc. Nunca pretendió ser diferente de lo que era, un jugador empedernido y un don Juan. Parecía asumir esa actitud, es una característica de la familia y no había nada que pudiera hacerse.

—Pobre Barbarina —murmuré.

—Yo solía venir cuantas veces podía y luego, cuando murió mi padre, prácticamente viví aquí. Fue por mí que volvió a interesarse en la música otra vez. Creo que en otras circunstancias ella podría haber sido una muy buena concertista de violín. Pero nunca practicó bastante. Sin embargo encontraba gran placer en tocar, sobre todo en los últimos tiempos. De hecho, era una persona muy dotada. Recuerdo cuando íbamos al colegio. Debíamos tener unos catorce años… ella estaba en el teatro del colegio. Representaban Hamlet y hacía de Ofelia, un papel que le quedaba perfecto. Yo era el fantasma. Ése era el límite de mi capacidad. Creo que fui un fantasma muy pobre. Pero Barbarina se convirtió en el éxito de la representación.

—Puedo imaginarla… por su retrato, quiero decir. En especial el que está en la galería.

—Oh, ésa es Barbarina tal como era. Algunas veces cuando la miro imagino que bajará del cuadro y me hablará.

—Sí, hay un toque de realidad en el cuadro. El artista debió ser muy bueno.

—Fue pintado un año antes de su muerte. Le gustaba mucho montar a caballo. Algunas veces yo sentía que tenía un placer exagerado por las cosas: su música, cabalgar y cosas por el estilo. Estaba encantadora con esas ropas y por eso la retrataron con ellas.

Fue muy triste que, como Ofelia, muriera antes de tiempo. Desearía que la hubieras oído cantar en la obra. Tenía una voz rara… un poquito fuera de tono, lo que quedaba bien con la canción y con Ofelia. Recuerdo que en la representación en el colegio, el público permaneció en silencio cuando ella apareció en el escenario con vestido vaporoso y flores en el cabello y en las manos. No sé cantar, pero era una canción que empezaba así:

¿Cómo había de distinguir yo tu amor verdadero de uno falso?

por su sombrero aplastado

y el brillo de su sandalia.

Él está muerto y ha partido, señora.

Él está muerto y ha partido.

En su cabeza hay un penacho de hierba;

en sus pies hay una lápida.

Citó las palabras con un tono bajo y monótono; luego me dirigió una sonrisa radiante.

—Me gustaría poder hacértela oír cómo ella la cantaba. Tenía una manera de hacerlo que resultaba estremecedora. Después se convirtió en su canción favorita y había unos versos que no cantó en la representación en la escuela pero que más tarde solía cantar:

Entonces se levantó y compuso sus vestiduras

y entreabrió la puerta de la alcoba;

dejo entrar a la doncella que despidió a otra

doncella para nunca más partir.

—Había algo raro en su sonrisa cuando lo cantaba y siempre sentí que se relacionaba con aquella noche en el páramo.

—¡Pobre mujer! Siento que no fue nada feliz.

Deborah cerró los puños como si súbitamente estuviera enojada.

—Y ella había nacido para ser feliz. Nunca conocí a nadie tan capaz de serlo. Si Petroc hubiera sido todo lo que ella esperaba de él… si… ¿pero qué es lo bueno? Cuando la vida es todo lo que deseas, en ningún caso dura todo lo que uno quiere.

—Oí lo que pasó, la balaustrada se rompió y ella cayó en el recibidor.

—Fue muy desgraciado que ocurriera en la galería en donde cuelga el cuadro de Lowella Pendorric. Eso en realidad es lo que despertó todas esas habladurías.

—Debe haber revivido la leyenda.

—Oh, no es que la reviviera. La gente siguió diciendo lo que siempre decía, que el lugar estaba embrujado por Lowella Pendorric, la Novia de tiempo atrás.

—Y ahora dicen que Barbarina tomó su lugar.

Deborah rió, luego miró sobre su hombro.

—A pesar de que siempre me río de eso, cuando estoy en esta casa me siento a veces un poco inclinada a aceptarlo.

—Es la atmósfera de las casas viejas. Los muebles están colocados en general en el mismo sitio donde estuvieron durante cientos de años. No se puede dejar de pensar que la casa está igual que cuando vivía Lowella, a la que llaman la Primera Novia.

—¡Yo solo deseo que Barbarina pudiera volver! —dijo Deborah con vehemencia—. No puedo decirte lo que daría por verla otra vez. —Se puso de pie—. Vamos a dar un paseo. Es malsano que nos quedemos en la habitación de Barbarina. Tendremos que buscar impermeables. Mira esas nubes. Hay viento del sudoeste y eso quiere decir que la lluvia no está lejos.

Le dije que me gustaría caminar y salimos juntas del ala este. Me acompañó a mi habitación para que buscara la ropa, luego la acompañé a ella y cuando estuvimos listas me guió por el ala norte. Pasamos entonces por la galería ante el retrato de Lowella Pendorric.

—Aquí es donde ella cayó —me explicó Deborah—. Mira, puedes ver en dónde arreglaron la balaustrada. Deberían haberlo hecho mucho antes del accidente. Ahora está sujeto con tornillos. Es inevitable y costaría una fortuna hacerlo de nuevo.

Miré hacia el retrato de Lowella Pendorric y pensé llena de alegría: Roc no es como su padre y su abuelo y todos los jugadores y don Juanes Pendorric. ¿Si hubiera estado en lugar de su padre se hubiera casado con la hija del granjero, como se casó conmigo? ¿Qué le podía dar yo? En diez minutos estábamos caminando por el sendero del peñasco, con el viento del mar acariciando nuestras caras.

* * *

No tenía deseos de llevar una vida sin ocupaciones. En la isla siempre tuve muchas cosas de qué ocuparme. Había sido la dueña de la casa para mi padre, al mismo tiempo que su vendedora. Le señalé a Roc que deseaba ocuparme de algo.

—Puedes ir a la cocina y tener una pequeña charla con la señora Penhalligan. Ella te lo agradecerá. Después de todo eres la dueña de la casa.

—Lo haré —dije— porque a Morwenna no le importará si hago algunas sugerencias.

Me pasó los brazos por el cuerpo y me abrazó.

—¿No eres acaso la señora de la casa?

—Roc —le dije—, soy tan feliz. No pensé que eso fuera posible tan pronto después de…

Un beso de Roc me impidió seguir hablando.

—¿No te lo había dicho? Y hablando de hacer algo… como señora Pendorric debes interesarte en las actividades del pueblo, ¿sabes? Es lo que se espera y estoy seguro de que podrás hacerlo con los Dark. Te digo, Favel, que dentro de unas cuantas semanas no te quejarás de tener poco que hacer, sino todo lo contrario.

—Creo que voy a llamar a los Dark. Por otra parte, esta tarde me comprometí para tomar el té con lord Polhorgan.

—¿Otra vez? De verdad te debe gustar ese anciano.

—Sí —contesté casi desafiante—. Me gusta.

—Entonces, que lo disfrutéis.

—Creo que lo haré.

Roc me estudió, sonriendo mientras decía:

—Realmente parece que lo has impresionado.

—Siento que es un hombre realmente solitario y tiene algo de paternal.

Roc sonrió débilmente y asintió despacio.

—Todavía estás apesadumbrada.

—Es difícil olvidar, Roc. Oh, pero soy tan feliz aquí. Me gusta todo, la familia es tan cariñosa conmigo y tú…

Roc se empezó a reír.

—¿Y yo también soy cariñoso contigo? ¿Qué es lo que esperabas? ¿Un hombre que castiga a su mujer? Entonces me acercó a él.

—Escucha, Favel —dijo—. Quiero que seas feliz. Es lo que más deseo. Entiendo cómo te sientes con el anciano. Es paternal. De alguna manera te da algo que te hace falta. Él está solo. Puedes apostar la vida a que ha perdido muchas cosas. Entonces os gustáis mutuamente. Es muy comprensible.

—Me gustaría que lo apreciaras un poco más, Roc.

—No te preocupes por lo que digo. Casi todo es en broma. Cuando me conozcas mejor te darás cuenta de lo bromista que soy.

—¿No te parece que te conozco bien?

—No tanto como dentro de veinte años, querida. Iremos aprendiendo a conocernos el uno al otro, eso es lo que lo hace tan excitante. Es como un viaje de descubrimientos.

Hablaba con ligereza, pero seguí pensando en lo que me había dicho y todavía recordaba esas palabras cuando esa tarde pasé bajo la arcada. En ese momento oí pasos detrás de mí y al darme la vuelta vi a Rachel Bective caminando tranquilamente con las mellizas, una a cada lado.

—Hola —dijo Rachel—, ¿sale a caminar?

—Voy a tomar el té a Polhorgan.

Se unieron a mí y seguimos caminando todas juntas.

—Espero que esté preparada —me previno Rachel—. Va a llover.

—He traído mi impermeable.

—El viento sopla del sudoeste y una vez que comienza a llover empieza uno a preguntarse si alguna vez se detendrá.

Hyson se colocó a mi lado, de manera que quedé entre ella y Rachel; Lowella iba delante.

—¿Va a Polhorgan por el sendero que rodea el peñasco? —preguntó Rachel—. Es por lo menos cinco minutos más corto.

—Siempre voy por este camino.

—Puedo enseñarle el atajo, si quiere.

—No quiero sacarla de su camino.

—Solamente salimos a caminar.

—Bueno, gracias, si no les importa…

—Lowella —llamó Rachel—, vamos a bajar por Smuggler’s Lane para enseñarle a tu tía Favel el atajo hasta Polhorgan.

Lowella daba vueltas rápidamente.

Bien. Será encantador y vamos a chapotear bajando por Smuggler’s Lane.

—No lo haremos. No ha llovido como para eso.

Doblamos a un costado del camino y tomamos un angosto sendero con los bordes tan agrestes que en algunos tramos teníamos que ir en fila india.

Lowella encontró una rama rota y abrió la marcha, golpeando los arbustos y gritando:

—¡Cuídense de la horrible avalancha! ¡Cuídense de las ramas de pino! ¡Siempre arriba!

—Oh, Lowella, tranquilízate —le pidió Rachel.

—Por supuesto si no quieren que las guíe para que lleguen a salvo, díganlo.

—Hyson le lee cuando están en la cama —me explicó Rachel—, y después ella repite lo que le gusta.

—¿Te gusta leer, no? —pregunté a Hyson.

Asintió. Luego dijo:

—Lowella es una chiquilla. ¡Y esto no se parece en nada a la terrible avalancha!

El sendero terminaba abruptamente y caminamos por lo que parecía un saliente.

Debajo de nosotros, a gran distancia, estaba el mar. Y a nuestro lado, imponente, surgía la faz pizarrosa del peñasco, con toques de arbustos aquí y allá sobre la tierra castaña.

—Es perfectamente seguro —dijo Rachel Bective—. A menos, por supuesto, que tengas vértigo.

Le dije que no tenía problema con las alturas y agregué que estábamos bastante más abajo que en la carretera de la costa.

—Sí, pero esa es una carretera de verdad. Esto es solamente un sendero y un poco más adelante se hace todavía más angosto. Hay un aviso para que se sepa que es peligroso, pero solamente lo obedecen los turistas. La gente de aquí lo usa siempre.

Lowella se adelantó, pretendiendo que encontraba el camino.

—Sería maravilloso si tuviéramos una soga y nos atáramos todas —gritó—. Entonces, si la Novia cayera del peñasco podríamos levantarla.

—Es muy amable de tu parte, pero no tengo intenciones de caer.

—¡Excelsior! —gritó Lowella—. ¡Es una palabra estupenda! —corrió gritándola.

Rachel me miró y se encogió de hombros.

En unos pocos segundos supe lo que quería decir sobre el sendero angosto; a lo largo de dos metros era poco más que un saliente. Caminábamos cautelosamente en fila, luego rodeamos una parte del peñasco que se proyectaba sobre el agua y, en cuanto hicimos eso, vi que casi estábamos en Polhorgan.

—Es realmente un atajo corto —dije—. Gracias por mostrármelo.

—¿Volveremos por el mismo camino? —preguntó Rachel a las mellizas.

Lowella se dio la vuelta y estuvieron listas para regresar. La oí gritar «Excelsior» mientras yo continuaba a Polhorgan.

Lord Polhorgan estuvo encantado al verme. Me pareció que los sirvientes me trataban con una especial deferencia y se me ocurrió que debía ser raro que su amo se hiciera tan amigo de alguien en tan corto tiempo.

Cuando entré en su habitación, la enfermera Grey estaba con él, leyéndole el Finantial Times.

—Por favor, no se interrumpan por mí —dije—. Debo haber llegado temprano. Iré a caminar por el jardín. Siempre tuve deseos de explorarlo.

Lord Polhorgan miró su reloj.

—Es usted puntual —dijo y levantó la mano hacia la señorita Grey, que rápidamente dobló el diario y se levantó—. Nunca pude soportar a la gente que no tiene respeto por el tiempo. La impuntualidad es un vicio. Encantado de verla, señora Pendorric. Me gustaría mostrarle el jardín, pero en estos días no puedo hacerlo. Mis paseos son en la silla de ruedas.

—Hoy disfrutaré mirando el jardín desde la ventana —le contesté.

—La señorita Grey se lo mostrará uno de estos días.

—Estaré encantada —dijo Althea Grey.

—Dígales que traigan el té. Y no hay necesidad de que usted se quede, enfermera. La señora Pendorric se ocupará, estoy seguro.

La señorita Grey inclinó la cabeza y murmuró:

—Voy a preparar el té.

Lord Polhorgan asintió y la enfermera salió dejándonos solos.

—El té primero —dijo—, y luego jugaremos al ajedrez. Siéntese y hábleme un rato. Ya está centrada aquí. ¿Le gusta?

—Mucho.

—¿Todo anda bien en Pendorric? —Me disparó una mirada bajo sus hirsutas cejas.

—Sí —contesté impulsivamente—. ¿Usted esperaba que fuera de otra manera?

Eludió la pregunta.

—Nunca es fácil ubicarse en una nueva vida. Debe haber sido muy alegre esa isla en donde vivía. ¿No encuentra esto muy tranquilo?

—Me gusta esta tranquilidad.

—¿Más que la isla?

—Cuando mi madre vivía yo era completamente feliz. Pensaba que no había en el mundo más que felicidad. Me sentía bien cuando iba al colegio, pero después de un tiempo me acostumbré y todo fue tan hermoso como siempre.

Me dirigió una mirada de aprobación.

—Usted es una joven sensata. Me alegro. No podía ser de otra forma.

—La señorita Grey me parece una joven sensata.

—Mm. Demasiado sensata, quizá.

—¿Puede alguien ser demasiado sensato?

—Algunas veces me pregunto por qué se queda aquí. No creo que sea por amor a su enfermo. Yo soy lo que se conoce como un viejo cascarrabias, señora Pendorric.

Me reí.

—No puede ser tan malo, desde el momento en que lo admite.

—¡Que no puedo! Usted olvida que cuando un hombre hace dinero está invariablemente rodeado de gente que quiere librarlo de él… o de parte de él.

—Y usted cree que la enfermera Grey…

Me miró astutamente.

—Buena moza, joven… le gusta la diversión. No hay mucho de eso aquí.

—Pero parece contenta.

—Ah, sí, lo está —asintió sagazmente—. A menudo me pregunto por qué. Quizá piensa que no será olvidada… cuando llegue el gran día.

Debí haber demostrado mi incomodidad porque dijo rápidamente:

—Qué buen anfitrión soy. Si no me ocupo de usted, encontrará una excusa y no querrá venir más. No me gustaría de ninguna manera que sucediera eso.

—No voy a darle ninguna disculpa. Usted es franco y dice lo que le parece, y yo trataré de hacer lo mismo.

—Somos parecidos en eso —dijo y soltó una risita.

Llegó el té y lo serví. Eso se había convertido en una costumbre que indicaba hasta dónde había crecido nuestra amistad. Parecía que le agradaba observarme.

Mientras servía el té, pude ver a Althea Grey cruzando el jardín en dirección a la playa. Se había cambiado el uniforme por unos vaqueros color castaño y una blusa color espuela de caballero, que iba perfectamente con su cabello rubio y advertí que la blusa hacía juego con sus ojos. De golpe se dio la vuelta; al verme agitó la mano y yo le devolví el saludo.

—Es la señorita Grey —repliqué al dueño de la casa—. Estará libre por unas cuantas horas, supongo.

Asintió.

—¿Iba en dirección a la playa?

—Sí.

—Polhorgan Cove me pertenece por derecho, pero me hicieron entender muy pronto que la gente de aquí no considera amable de mi parte que lo convierta en playa privada. Hay matorrales que cercan el jardín, pero se va directo a la playa a través de esa puerta.

—Es como en Pendorric.

—La misma disposición. Pendorric tiene su playa y yo tengo la mía, pero creo que muy poca gente de la que anda entre las rocas con la marea baja sabe eso.

—Si las playas se separan con una cerca, la gente no podría caminar mucho por ellas. Tendrían que volver a subir y tomar un rodeo.

—Siempre he creído que lo que era mío, era mío y que tenía el derecho de decidir sobre ello. Fui muy impopular cuando llegué aquí, puedo decírselo, pero me he dulcificado. Se aprende con la edad. Algunas veces, si uno persiste en sus derechos puede perder lo que significa de más valor para uno.

Se puso momentáneamente triste y me pareció que lo veía más fatigado que la última vez que lo visité.

—Sí, ocurre con frecuencia.

—Aquí está usted, con su madre y su padre en esa isla… perfectamente feliz y no creo que fueran dueños de la casa en que vivían, con todo el terreno que los rodeaba como una playa privada.

—Es verdad. Éramos muy pobres y muy felices.

Frunció el ceño y me pregunté si no habría cometido una falta de tacto. Continuó casi con brusquedad:

—La enfermera Grey pasa mucho tiempo en la playa. ¿Usan mucho la de ustedes?

—No mucho. Pero yo lo haré, por supuesto. Todavía no estoy bien adaptada.

—Le estoy quitando mucho de su tiempo.

—Pero a mí me gusta venir y disfruto jugando al ajedrez.

Se quedó silencioso durante un rato y luego volvió a hablar de mi vida en la isla.

Estaba sorprendida de que fuera tan bueno para escuchar, ya que mientras yo hablaba, él permanecía atento. Luego me disparaba preguntas con su manera casi brusca, y terminé hablando de mí misma.

Cuando se llevaron las cosas del té, coloqué la preciosa mesita en la que jugábamos al ajedrez. Era una pieza exquisita de origen francés incrustada en marfil con los bordes de carey. Coloqué las piezas de marfil, tan bellas como la mesa, y el juego comenzó.

Hacía quince minutos que jugábamos y para mi sorpresa, vi que le estaba ganando. Yo, encantada, continué con mi estrategia, cuando al levantar la vista lo vi muy molesto.

—Perdóneme —murmuró—. Por favor, discúlpeme. —Revisaba su bolsillo.

—¿Ha perdido algo?

—Una cajita de plata. Siempre la tengo cerca de mí.

Me puse de pie y al mirar a mi alrededor vi la cajita en el suelo, a sus pies. La levanté y se la alcancé. Su alivio fue evidente. Rápidamente la abrió y tomó una pastillita blanca que colocó bajo su lengua. Por algunos segundos permaneció echado hacia atrás aferrado a los brazos de la silla.

Me alarmé porque sabía que estaba enfermo, así que fui hasta el timbre para llamar al criado, pero al ver lo que iba a hacer, lord Polhorgan sacudió la cabeza. Lo miré vacilante.

—Estaré mejor dentro de un minuto —murmuró.

—Pero está enfermo. ¿No debo…?

Continuó sacudiendo la cabeza mientras yo permanecía esperando. En cinco minutos comenzó a mostrarse un poco mejor y fue como si la tensión hubiera cesado.

Tomó aire profundamente y dijo:

—Ahora estoy mejor. Lo siento.

—Por favor, no me pida disculpas. Solamente dígame qué puedo hacer.

—Simplemente siéntese… tranquila. En unos pocos minutos estaré bien.

Obedecí observándolo con ansiedad. El dorado reloj francés sobre la ornamentada chimenea sonaba con fuerza, y, aparte de ese ruido, la habitación estaba silenciosa. Podía oír desde la lejanía el ruido de las olas que chocaban contra las rocas.

Pasaron unos cuantos minutos más y el anciano dio un profundo suspiro. Luego sonrió.

—Siento que esto haya sucedido mientras usted estaba aquí. Había extraviado mis pastillas. Siempre las tengo conmigo. Deben haberse caído de mi bolsillo.

—Por favor, no se disculpe. Soy yo la que debo disculparme. Me temo que no supe qué hacer.

—No hay mucho que se pueda hacer. Si hubiera tenido mi caja, me hubiera deslizado una pastilla en la boca mientras usted estaba ocupada en el juego y no hubiera notado nada. Pero así… tardé un poco más.

—Me alegro de haberla encontrado.

—La veo apenada. No lo esté, por favor. Soy un hombre viejo, y una de las desventajas de envejecer es que uno es demasiado viejo para luchar contra las desventajas. Pero yo he tenido mi tiempo. Y de todos modos todavía hay bastante vida dentro de mí. Lo que no me gusta es perder mis pastillas, podría ser peligroso.

—¡Qué pastillas maravillosas deben ser!

—No siempre son efectivas. Se llaman nitroglicerina, dilatan las venas y las arterias.

—¿Y si no funcionan?

—Entonces hay que aplicar una dosis de morfina.

—Lo siento mucho.

Me palmeó la mano.

—Es mi antigua angina de pecho —dijo—. Necesito limpiar mis venas. ¡Qué lástima que no pueda llevarme a casa del viejo Jim Bond!, él me atendería como a un coche, ¿eh?

—¿No debería descansar ahora?

—No se preocupe. Llamaré a mi médico y le pediré que me venga a ver. No me he sentido bien durante este día.

—¿No podemos llamarlo ahora mismo?

—Lo hará la enfermera Grey cuando venga. No me puedo imaginar cómo las pastillas fueron a caer al suelo.

—Quizás hay un agujero en su bolsillo. Sacudió la cabeza.

—Creo que usted debe descansar. ¿Quiere que me vaya? ¿O mejor todavía, puedo llamar al médico?

—Bueno, está bien. Su número está en esa libreta al lado del teléfono. Es el doctor Clement.

Me dirigí de inmediato hacia la libreta y marqué el número. Tuve suerte: el doctor Clement estaba allí. Le dije que llamaba desde Polhorgan y que lord Polhorgan necesitaba verle de inmediato.

—De acuerdo —dijo el doctor Clement—. Voy para allá.

Dejé el teléfono y volvía a la mesa.

—¿Puedo hacer algo por usted? —pregunté.

—Sí, siéntese y terminemos el juego. Me temo que estuve dejándola tomar ventaja. Estaba preocupado por mi cajita de plata. Solamente para demostrarle lo rápido que me recobro, vamos a continuar la partida y le ganaré.

Yo continué echándole miradas de preocupación mientras jugábamos, lo que le hacía soltar unas risitas, y antes de que hubiéramos terminado llegó el doctor Clement.

Me levanté para irme, pero lord Polhorgan no me lo permitió.

—Ahora estoy bien —dijo—. Dejé que la señora Pendorric le llamara porque estaba muy ansiosa. Dígale que no hay nada que se pueda hacer conmigo. El problema, doctor, fue que perdí mis pastillas de nitroglicerina y pasaron unos minutos antes de que la señora Pendorric las encontrara.

—Debe mantenerlas siempre a mano —dijo el doctor Clement.

—Lo sé, lo sé. No me explico cómo sucedió. Deben haberse caído de mi bolsillo. Tome una taza de té. La señora Pendorric puede llamar a Dawson. Hace frío ahora.

El médico declinó el ofrecimiento y yo dije que realmente debía marcharme. Estaba segura de que el médico deseaba quedarse a solas con su paciente.

—No hemos terminado la partida —protestó lord Polhorgan.

—La terminaremos la próxima vez —contesté.

—La he espantado y se va —dijo el doctor Clement casi con pena.

Yo estaba decidida a marcharme y lo hice. Cuando pasé bajo el pórtico, miré mi reloj y vi que era media hora más temprano de la hora en que pensaba irme. Así que en vez de tomar el camino o el sendero con el atajo que Rachel y las mellizas me habían mostrado esa tarde, pensé que me gustaría dar una vuelta por la playa, por el camino del jardín del peñasco hasta las rocas de Pendorric Cove, y a través de nuestro propio jardín hasta la casa.

La marea estaba baja, de modo que era posible hacerlo. Caminé por un lado de la casa y vi que uno de los jardineros salía del invernadero. Le pregunté cómo podía llegar a la playa desde el jardín y él se ofreció a mostrarme el camino.

Me llevó por un sendero bordeado por arbustos. Al finalizar éste había una puertecita y, al pasar por ella, se llegaba al peñasco. Era un panorama maravilloso porque en este clima semitropical las plantas crecían en profusión. Había una palmera con una glorieta que la protegía y que me recordó el patio cubierto de Pendorric. Las hortensias eran incluso más grandes que las de Pendorric, con brillantes tonos de rosa, azul, blanco y multicolores. Parecía haber cientos de fucsias con flores mucho más grandes de las que yo conocía y grandes lilas blancas, que esparcían su aroma con un ligero tono funerario.

El sendero que tomé iba en zigzag en dirección al mar para eliminar el esfuerzo de caminar por ese declive. Primero fui al este, luego al oeste, luego volví a dar la vuelta mientras pasaba entre canteros de flores cuyos nombres yo desconocía, y toda clase de rosas.

Pensé que si el sol hubiera brillado y el mar estuviera azul, hubiera resultado casi demasiado deslumbrante. Pero ése era un día gris y los gritos de las gaviotas sonaban melancólicos mientras se remontaban y bajaban en picado.

Llegué hasta la puertecita que daba a la playa y mientras permanecía en Polhorgan Cove, miré hacia atrás el magnífico jardín ubicado en el peñasco, al lado de las paredes de piedra de La Locura de Polhorgan.

No era una locura, pensé. Era una casa preciosa en un lugar encantador.

La marea había bajado. Yo sabía que cuando estaba alta llegaba hasta las puertas del jardín de Pendorric y supuse que lo mismo sucedería con el de Polhorgan. Era solamente cuando la marea realmente se retiraba, cuando se podía caminar a lo largo de la playa. Hasta donde yo podía ver, la playa estaba desierta. Delante de mí, las rocas sobresalían del agua, encerrándome en la pequeña bahía que se conocía como Polhorgan Cove. Adiviné que me tomaría más tiempo alcanzar Pendorric por este lugar que por el camino, así que me dirigí hacia el oeste. No era fácil rodear las rocas puntiagudas, había muchas para trepar y demasiados pozos peligrosos. Llegué hasta una enorme roca que se hundía en el mar. Era difícil pasarla, pero me las arreglé para hacerlo y entonces vi nuestra propia playa, nuestro jardín, menos grande que el de Polhorgan, pero quizá más bello en su estado salvaje.

Salté sobre la arena blanda y mientras lo hacía oí el sonido de una carcajada.

Entonces los vi. Ella estaba recostada en la arena, con el rostro apoyado entre las manos y él estaba a su lado, con una rodilla en tierra. Se veía tan moreno como lo había visto la primera vez, sentado en el estudio de mi padre.

Estaban hablando animadamente y pensé incómoda que no debían haber esperado verme aparecer de repente.

Quise hacerles saber rápidamente que estaba allí. Quizá tuve miedo de que si no me hacía notar pudiera ver u oír algo que no me gustara. Grité:

—Hola.

Roc se puso de pie y durante algunos segundos me miró fijamente. Luego se me acercó corriendo y me tomó de las manos.

—¡Mira quién está aquí! Pensé que todavía estabas en La Locura.

—Espero no haberte sorprendido.

Me rodeó con el brazo y rió.

—De la manera más agradable —dijo.

Caminamos hacia donde estaba Althea Grey, que permanecía en su lugar. Sus ojos azules, fijos en mí parecían astutos y alerta.

—¿Está todo bien en Polhorgan? —me preguntó.

Le conté lo que había pasado y se puso de pie.

—Será mejor que regrese —dijo.

—Ven a Pendorric —dijo Roc— y te llevaré en automóvil hasta allá.

Althea miró el jardín escalonado y las grises murallas de Pendorric y sacudió la cabeza.

—No creo que haya ninguna prisa. Iré entre las rocas. —Se volvió hacia mí.

—Lo hago tan a menudo que me he convertido en una cabra. La veré más tarde —agregó y se alejó por la arena.

—Te veo agitada —dijo Roc—, creo que el anciano tiene esos ataques a menudo. Los ha tenido durante años. Qué lástima que sucediera cuando estabas sola con él.

Abrimos la puerta y comenzamos a trepar a través del jardín hasta la casa.

—¿Qué te hizo tomar el camino de la playa? —me preguntó Roc.

—No sé. Quizás el hecho de que es un camino que no había recorrido antes y tenía más tiempo del que pensaba. ¿Althea Grey es una amiga de… la familia?

—De la familia, no.

—¿Solamente tuya?

—¡Ya sabes que soy muy dado a la amistad!

Me tomó y me abrazó con fuerza. Tenía muchas preguntas en la punta de los labios, pero vacilé. No quería que pensara que me volvía loca de celos cada vez que hablaba con otra mujer. Tenía que recordar que me había casado con un Pendorric y que eran conocidos por su galantería.

—¿Os encontráis a menudo en la playa?

—Éste es un lugar muy pequeño. Uno siempre está chocando con los vecinos.

—Me pregunto por qué preferirá nuestra playa a la de Polhorgan.

—Ah, desde la playa de Pendorric se puede mirar una verdadera antigüedad; desde la de Polhorgan se mira un fraude.

—Pero es una falsificación muy bonita.

—Creo que te estás encariñando mucho con su dueño. —Me miró con ironía—. ¿Debo estar celoso?

Me reí, pero todavía me sentía incómoda por la impresión de haberlos encontrado juntos. ¿Estaba tratando de dar la vuelta a la cosa, como lo hacían a menudo las personas culpables? Roc estaba diciéndome: ¿Tú pasas tu tarde con lord Polhorgan y yo no puedo pasar la mía con su enfermera?

Era algo disparatado, pero él continuó:

—Puedo ser muy celoso, así que no me provoques.

—Espero que lo recuerdes para los demás, como lo recuerdas para ti.

—Pero tú nunca serás celosa con razón. Eres demasiado sensata.

—No obstante creo que es más razonable estar celosa de una preciosa joven que de un anciano enfermo.

—A menudo en esas cuestiones hay que considerar otra cosa además de los encantos personales.

—¿Cuáles?

—No encuentras millonarios escondidos en cada roca o montón de arena.

—¡Qué sugerencia más odiosa!

—¿Ah, sí? Y soy un bruto al mencionar temas tan mundanos como el dinero. Pero entonces, como tú una vez dijiste, recuerda que soy un sátiro, que, como supongo, es una forma de bestia. Por otra parte, adivino que no te alegraste de encontrarnos a Thea y a mí juntos y quiero decirte lo ridículo que es… que estés disgustada.

—¿No estarás insinuando que preferirías que no visitara a lord Polhorgan?

—¡Santo cielo, no! Estoy encantado de que lo hagas. Pobre anciano, está comenzando a darse cuenta de que sus millones no pueden comprar todo lo que quiere. Tiene más alegría porque una hermosa joven le sirve su té y juega con él al ajedrez que la que ha disfrutado en años. ¡Y todo sin pagar ni un penique! Es una revelación para él. Me recuerda al pequeño lord Fauntleroy, el terror de mi niñez porque era obligado a leer sus aventuras por una bien intencionada niñera. Lo encontraba particularmente nauseabundo, quizá porque era lo opuesto a mí. Nunca me pude imaginar a mí mismo vestido en terciopelo color ciruela, con mis rizos rubios cayéndome sobre el cuello, yendo a suavizar el duro corazón del viejo querido lord no sé cuánto, Fauntleroy, supongo… el viejo Fauntleroy. Hay algo que nunca pude hacer, conseguir relaciones por mis encantos de niño.

—Es suficiente Roc. ¿Realmente te opones a mis visitas a Polhorgan?

Recogió uno de los claveles de la señora Simkins, que llenaban el aire con su fragancia y lo colocó en el ojal de mi corta chaqueta de lino.

—He estado hablando una serie de tonterías porque soy un charlatán. Querida, quiero que te sientas absolutamente libre. Y en cuanto a visitar a lord Polhorgan, no dejes de hacerlo, por todos los cielos. Me alegro de saber que puedes darle tanto placer. Sé que arruina nuestra vista del este con su monstruosidad, pero es un anciano y está enfermo. Ve todas las veces que él te lo pida.

Se inclinó para oler el clavel, luego me besó en los labios. Me tomó la mano y subimos hasta la casa.

Como siempre, tenía el poder de hacerme aceptar lo que él quería. Solamente cuando estaba sola me preguntaba a mí misma: «¿Quiere que visite a lord Polhorgan para ser libre de seguir viendo a Althea Grey?».

* * *

Una mañana bajé a la cocina y encontré a la señora Penhalligan amasando en la mesa. Había un delicioso aroma a pan horneado en el aire.

La cocina de Pendorric era enorme y pese a las cocinas eléctricas, heladeras y otros equipos modernos recientemente instalados, parecía pertenecer a otra época. Constaba de varios ambientes: el cuarto para hornear, el de la manteca, el lavadero y otro llamado la lechería con el piso de azulejos azules que había sido un almacén para la leche, huevos, manteca y otras cosas. Colgando del techo había jamones y carne y en los estantes puddings de Navidad.

La cocina propiamente dicha era grande pero confortable, con un suelo de azulejos rojos, una mesa de comedor que había servido para que generaciones de sirvientes ingirieran sus comidas y la mesa blanca de madera en la que ahora la señora Penhalligan estaba amasando. A través de una puerta abierta podía ver a María preparando las verduras en el lavadero.

Cuando me vio, la señora Penhalligan se iluminó de alegría.

—Buenos días, señora Penhalligan —dije—. Pensé que ya era hora de visitar la cocina.

—Qué alegría me da verla, señora —me contestó.

—¿Se está cociendo el pan? El aroma es delicioso.

Se la vio muy contenta.

—Siempre cocinamos nuestro pan en Pendorric. No haya nada como el pan casero. Siempre lo digo. Al mismo tiempo le hago pan a mi padre. Eso siempre ha estado sobreentendido.

—¿Cómo está su padre?

—Oh, es muy amable al preguntarlo, señora. Ya no es joven, pero está muy bien para su edad. Cumple noventa años para la Candelaria.

—¡Noventa! Eso es mucha edad.

—Y no tiene problemas serios… excepto, por supuesto, por su gran dolencia.

—¿Oh?

—Usted no lo sabe, señora. Padre se quedó ciego… oh, fue esa noche hace treinta años atrás. No, no le estoy diciendo la verdad. Fue hace veintiocho años. Es mucho tiempo.

—Lo siento mucho.

—Oh, no lo lamente. Padre no siente lástima por él. Es lo bastante feliz… con su pipa y todo lo que quiere para comer. Le gusta sentarse a su puerta los días soleados y usted se asombraría de lo bien que oye. Debe ser algo así como una compensación por no ver.

—Espero verlo alguna vez.

—Tendrá un verdadero placer si usted se detiene a charlar un poco con él. Siempre pregunta por la Novia del señor Roc.

—Lo buscaré.

—No puede equivocarse. Es el segundo de los cottages bajando a la aldea de Pendorric. Allí vive solo. Es independiente desde que Madre se murió. Pero María y yo siempre vamos a verlo. Y le llevamos comida caliente. No paga renta y tiene su pensión. Padre está muy bien. Estaría maravillosamente si pudiera ver.

Estaba encantada de que la señora Penhalligan fuera del tipo conversador, porque me estaba preguntando qué podía decirle yo.

—Me han dicho que su familia ha estado en Pendorric durante generaciones.

—Oh, sí… siempre ha habido Pleydells en Pendorric. Pero mis padres no tuvieron un hijo varón. Yo soy la única hija. Luego me casé con Penhalligan, que fue jardinero aquí hasta que murió. Y nosotros solo tuvimos una… mi María. Ella trabajará aquí hasta el final… y ése será el final de los Pleydells en Pendorric.

—¡Qué lástima!

—Todas las cosas deben llegar a su fin, señora. ¿Desea darme algunas órdenes?

—En realidad, no. Pensé que me gustaría ver cómo andaban las cosas aquí abajo.

—Bien y correctamente como usted puede verlo, señora. Usted es la dueña de la casa. La señorita Morwenna nunca se ha interesado en la casa. Ahora, la señorita Bective… —la señora Penhalligan se ruborizó—, ella es diferente. Cuando vino al principio, decía todo el tiempo «Señora Penhalligan, necesitamos eso y necesitamos lo otro». Pero yo conozco mi lugar y recibo órdenes de la señora de la casa y de nadie más.

—Supongo que estaba tratando de ayudar.

—¡Ayudar! Yo no necesito ayuda en mi cocina, señora… no más de la que tengo. Mi María está muy bien enseñada y Hetty Toms ayuda bien.

—Todo está muy organizado, estoy segura.

—Y así debe ser… y será en los años que esté yo aquí. Estoy en la cocina desde que la otra señora Pendorric vino aquí.

Me sentí excitada, como siempre me pasaba cuando alguien mencionaba a Barbarina.

—¿Ella se interesaba en la cocina?

—Ella era como usted, señora. Interesada, pero de la clase que quiere cambiar las cosas. Recuerdo el día que vino a mi cocina, con su bella cara brillante, saludable; venía de cabalgar con sus ropas de montar… breeches y chaqueta como un hombre. Pero no tenía nada de masculina. Llevaba una pequeña flor azul en el ojal y uno de esos sombreros de montar con una cinta amarilla. Siempre los llevaba… como en el retrato del recibidor del sur, solamente que allí la cinta es azul.

—Sí, conozco bien el retrato.

—Una dama encantadora y era un placer servirla. Fue terrible cuando… Pero mi lengua corre demasiado. María siempre lo dice y tiene razón.

—Es un placer conversar con usted. En realidad vine para eso.

La señora Penhalligan se iluminó de placer y sus hábiles dedos trabajaron con la masa.

—Ella también era igual en eso… siempre lista para conversar, particularmente al principio. Más tarde ella…

Esperé y la señora Penhalligan frunció el ceño.

—¿Era menos amistosa después? —pregunté.

—Oh no, no menos amistosa. Solamente triste, me parece. Y algunas veces parecía que no la veía a una. Parecía estar pensando en otras cosas, pobre señora.

—¿En sus problemas?

—Los tenía. Ella estaba muy apegada a él, usted sabe… —pareció darse cuenta de con quién estaba hablando y se detuvo—. Supongo que usted señora preferirá el pan integral. Yo hago parte blanco… pero la mayoría, integral. A Padre le gusta el blanco… hecho a la manera antigua. Padre está bien, pero a veces su mente divaga un poco. Creo que es porque no puede ver. Eso debe hacer la diferencia.

Dije que personalmente prefería el pan integral y que pensaba que el pan que ella hacía era el mejor que había probado.

Nada pudo haberla deleitado más; desde ese momento se convirtió en mi aliada. Ella también se relajó. Se había dado cuenta de que además de ser la señora de la casa, me gustaban los chismes.

—Por cierto, voy a ir a ver a su padre la próxima vez que pase por los cottages.

—Se lo diré. Estará encantado. Debe prepararse para que divague un poquito. Está cerca de los noventa y a veces le sucede. Tiene la mente un poco lenta. Reconozco que es porque hay una nueva señora aquí en Pendorric.

—¿Y qué es lo que piensa? —pregunté.

—Bueno, señora, usted por supuesto debe haber oído cómo murió la madre del señor Roc y la señorita Morwenna.

—Sí, lo he oído.

—Bueno, Padre estaba allí cuando sucedió. Por un tiempo eso le preocupó. Luego pareció olvidarlo… pero hay ciertas situaciones que lo vuelven hacia atrás, lo que es natural. Y cuando oyó que había una nueva Novia en Pendorric, usted sabe…

—Sí, ya veo. Usted dice que él estaba aquí.

—Él estaba donde sucedió. En el recibidor, cuando ella, pobre alma, se cayó de la galería. Él no era ciego en esa época, no podía ver claro, pero sabía que ella estaba allí y fue él quien dio aviso. Por eso le preocupaba. Es por eso que ahora recuerda, a pesar de que sucedió hace veinticinco años.

—¿Él cree la historia sobre el fantasma?

La señora Penhalligan me miró sorprendida.

—Padre sabe que existen esas cosas. No sé qué piensa exactamente sobre la caída de la señora Pendorric. No habla mucho. Solamente se sienta y cavila.

No se puede hablar mucho con él. Sería mejor si lo hiciera.

—Seguro que lo iré a ver, señora Penhalligan.

—Ya lo verá… pensando con su vieja pipa. Le gustará que usted vaya. María ahora está sacando los primeros panes del horno. ¿Le gustaría venir y ver, señora?

Le dije que sí, y mientras iba por la cocina hasta el lugar donde horneaban y devolvía los saludos a María y Hetty Toms, pensaba no en ellos o en el pan fresco, sino en esa bella joven cayendo desde la galería; el sonriente rostro del retrato de Lowella Pendorric detrás de ella y en el recibidor, un hombre casi ciego, mirando en dirección hacia la figura que caía, tratando de ver qué había sucedido.

* * *

Después de mi charla con la señora Penhalligan, sentí que realmente era la dueña de la casa. La fiel ama de llaves, hija de los Pleydells, que habían servido a la familia por generaciones, me había aceptado. Mi cuñada no tenía muchas ganas de ocuparse de la casa y yo estaba encantada de tener algo que hacer.

Deseaba conocer cada centímetro y rincón de Pendorric. Había comenzado a amar el lugar y a entender que una casa que estaba allí desde cientos de años debía tener necesariamente una corriente muy fuerte en comparación a una que solo tuviera unos pocos años.

Se lo dije a Roc, quien se mostró encantado.

—¿Qué te había dicho? —exclamó—. Las Novias de Pendorric se enamoran terriblemente del lugar.

—Debe ser porque se sienten muy felices de ser Pendorric.

La observación le gustó. Me pasó los brazos alrededor del cuerpo y súbitamente me sentí segura… a salvo.

—Hay muchísimas cosas que quiero preguntarte sobre el lugar, —le dije—. ¿Es verdad que las polillas de la madera van destruyendo despacio las cosas?

—Esas pequeñas bestias son los peores enemigos de las casas de Inglaterra, querida. Son más destructoras que la oficina fiscal.

—Ésa es otra cosa: tú pareces sentir el no ser tan rico como lord Polhorgan. ¿Realmente crees que es necesario entregar Pendorric al Fisco?

Roc me tomó la cara entre sus manos y me besó en los labios.

—No te preocupes, mi amor. Vamos a arreglarnos para mantener la casa ancestral.

—¿Entonces no estamos viviendo por encima de nuestros medios?

Se rió de todo corazón.

—Siempre supe que me había casado con una mujer de negocios. Escucha, querida: una vez que hable con Charles de esto te mostraré cómo funcionan las cosas aquí. Te haré trabajar. Voy a mostrarte todo el mecanismo de un lugar como el nuestro. Entonces verás de qué se trata.

—Oh, Roc, me va a encantar.

—Pienso que sí. Pero primero tengo que hacer cosas, ya que estuve mucho tiempo fuera de casa. Luego tendré que preparar al viejo Charlie. Es un poco anticuado. Dejar a la mujer fuera de los negocios y cosas por el estilo. No sabe la clase de mujer que yo encontré. Ya ves. Morwenna nunca se ha interesado en nada que no fuera el jardín.

—Entonces convéncelo pronto.

—Confía en mí. —De repente se puso serio—. Quiero que estemos juntos en todo. ¿Entiendes?

Asentí.

—Sin secretos —agregué. Me mantuvo apretada por un momento.

—Muy juntos para siempre, hasta que la muerte nos separe.

—Oh Roc, no hables de la muerte.

—Es solo algo en un lejano y distante futuro, mi amor. Pero tú eres feliz ahora.

—Maravillosamente feliz.

—Es así como quiero que estés. Así que no te preocupes por la casa. ¿No te tengo para que me ayudes? Luego está Charles. Moriría antes de dejar la casa. No es lo mismo si se ocupa el Patrimonio Nacional. Pero no me dirás que tu casa es la misma si tienes gente vagabundeando por ella desde las dos hasta las seis y media todas las tardes con excepción de los miércoles.

Después de esa conversación me sentí totalmente feliz. Nunca me había parecido tan lejana la tragedia de la muerte de mi padre. Mi vida estaba aquí en Pendorric; realmente era una recién llegada, pero todos me aceptaban como un miembro de la familia y Roc me había dado el consuelo que solamente él podía darme.

Muy poco después decidí dar un paseo por las habitaciones y ver si había cosas que necesitaran urgente reparación. Estaba segura de que habría algo que podía hacer, porque Charles estaba ocupado en la granja, Morwenna, en el jardín y Roc, en la dirección de todo.

Comenzaría por el ala este porque era la desocupada y después del almuerzo, me dirigí al patio cubierto, me senté unos cuantos minutos y luego entré por la puerta del este.

Tan pronto como se cerró la puerta tras de mí, comencé a pensar en Barbarina, que había amado esa parte de la casa y tuve el deseo de ver otra vez su cuarto de música.

Fui directamente a ese piso y cuando empecé a subir la escalera un súbito impulso me hizo desear volverme. Rápidamente pensé que no debía temer cada vez que iba a esa parte de la casa a causa de una antigua leyenda.

Cuando alcancé la puerta del cuarto de música, abrí la puerta y entré.

Todo estaba como lo había visto la última vez: el violín cruzado sobre la silla y la partitura en el atril.

Cerré la puerta, recordando que había venido con un propósito determinado. ¿Dónde encontraría las polillas de la madera? ¿En los marcos de madera de las ventanas? ¿En los tirantes de roble del techo? ¿En el suelo quizás, o en las puertas? Si existían, mientras más rápido las encontrase para destruirlas, sería mejor.

Mis ojos seguían fijos en el atril con la partitura y la veía allí con los ojos brillantes por la inspiración, y un débil color en las mejillas. Sabía exactamente cómo debía verse y me preguntaba cuáles habían sido sus pensamientos la última vez que estuvo allí, con el violín en las delgadas manos con hábiles dedos.

—¡Barbarina! —El nombre se pronunció en un susurro.

Sentí una punzante sensación en mi espina dorsal. No estaba sola en esa habitación.

—¡Barbarina! ¿Estás allí, Barbarina?

—Un movimiento detrás de mí me hizo dar la vuelta rápidamente. Mis ojos se clavaron en la puerta y vi que el picaporte se movía lentamente. Mis manos se colocaron involuntariamente sobre mi corazón que estaba latiendo dolorosamente mientras la puerta se abría lentamente.

—¡Carrie! —grité llena de reproches—. Me asustó.

Debajo de las gruesas cejas los pequeños ojos centelleaban mientras se fijaban en mí.

—Así que es la Novia del señor Roc —dijo—. Por un momento pensé…

—¿Pensó que era otra persona?

Asintió despacio y miró alrededor del cuarto como si estuviera buscando algo.

Continué porque deseaba saber qué había en su mente:

—Usted dijo: «Barbarina».

Otra vez asintió sin hablar.

—Ella está muerta, Carrie.

—Ella no descansa —fue su contestación en voz baja.

—¿Entonces usted cree que ella es una aparición que anda por la casa… por estas habitaciones?

—Sé cuándo anda por aquí. Siento un ligero movimiento —se me acercó y me miró a la cara—. Puedo sentirlo ahora.

—Bueno, yo no puedo. —Entonces tuve miedo de haber hablado demasiado abruptamente, y recordé que había sido la niñera de Barbarina y Deborah y las había amado mucho. Cuando alguien que uno ama muere, a menudo los que quedan sienten que la persona muerta puede regresar. Pude ver la devoción brillando en los ojos de Carrie y supe que cuando me había oído en el cuarto de música debió haber creído que se trataba de Barbarina.

—Usted la verá —dijo Carrie.

Sonreí escépticamente.

—Debo irme —dije—. Tengo un poco de prisa.

Salí del cuarto de música, pero ya no quería quedarme en el ala este. Volví al patio y me senté, pero involuntariamente seguí mirando a esas ventanas.

* * *

La próxima vez que fui a visitar a lord Polhorgan, el doctor Clement estaba allí. Tomó el té con nosotros y encontré su compañía muy agradable como estaba segura que le sucedía a nuestro anfitrión.

Estaba muy contenta al ver cómo se había recobrado lord Polhorgan de su reciente ataque, y sorprendida de que se encontrará tan bien.

Hablamos de la aldea y descubrí que el doctor Clement, como el reverendo Peter Dark, estaba muy interesado en las costumbres del lugar.

Vivía en la aldea en la casa del anterior doctor, quien ya se había retirado.

—Se llama Tremethick, que está bien, porque en el idioma de Cornwall quiere decir «la casa del doctor». Debe venir y conocer a mi hermana.

Le contesté que me encantaría y él me habló de su hermana Mabel, que estaba interesada en la cerámica y hacía pequeños cacharros y ceniceros que se vendían en los negocios de los pueblos a lo largo de la costa. Ella también era una artista y entregaba sus cerámicas y sus cuadros «para venta con derecho a devolución» en los negocios.

—Eso y la casa la mantienen ocupada.

Había convertido el antiguo establo en su taller y tenía allí el horno.

—Nunca hará una fortuna con su cerámica —comentó nuestro anfitrión—, hay mucha producción masiva en contra de ella.

—No hará una fortuna pero sí logrará una gran cantidad de placer —replicó el médico—. Y a ella le gusta no ganar demasiado con sus cosas.

Ese día no jugamos al ajedrez y cuando me levanté para irme, el médico dijo que tenía afuera su coche y se ofreció a llevarme.

Le repliqué que no había necesidad, pero él insistió en que debía pasar por Pendorric, de modo que acepté.

Mientras iba conduciendo me preguntó si siempre hacía el recorrido de Pendorric hasta Polhorgan por la ruta principal, y le dije que había tres caminos para llegar: la ruta por Smuggler’s Lane, por el atajo y por el camino de la playa y los jardines.

—Si tengo prisa —le dije—, tomo el atajo.

—Oh, sí —me contestó—, se ahorran unos cinco minutos por ese camino. En una época había una ruta aquí con casas bordeándola. El otro día encontré un mapa antiguo. Eso da una idea de cómo el mar ha ido gradualmente ganando terreno. No pueden haber pasado más de ciento cincuenta años. ¿Por qué no viene ahora y conoce a Mabel? Le encantará que usted vaya. Después la traería de regreso.

Miré el reloj pensando que Roc ya debía estar en casa y le contesté que me parecía que ya no tenía tiempo.

Me llevó hasta Pendorric, le agradecí el viaje y me saludó amistosamente mientras su automóvil se alejaba.

Me volví hacia la casa. No había nadie a la vista y permanecí por un rato bajo la arcada mirando la inscripción escrita en el idioma de Cornwall.

Era un día gris, no había habido sol y no lo habría según me había dicho Roc, hasta que el viento cambiase. Ahora estaba soplando desde el sudoeste, suave y refrescante, la clase de viento que broncea la piel.

Las gaviotas parecían más sombrías que de costumbre, pero debía ser por lo grisáceo del mar y del cielo.

Caminé alrededor de la casa por el costado sur y me detuve un momento para mirar hacia el jardín donde incluso el color de las flores parecía apagado.

Entré en la casa y en cuanto lo hice, mis ojos se fijaron en el retrato de Barbarina. Tenía miedo de que eso se convirtiese en una costumbre. Los ojos del retrato me siguieron mientras yo pasaba al lado de las armaduras y comenzaba a subir las escaleras. Llegué a la galería y miré otra vez la pintura. Era como si los ojos de Barbarina siguieran mirando directamente a los míos. Casi podía imaginarme los labios curvados en una sonrisa, una sonrisa cálida e invitadora.

Realmente me portaba como una tonta, dije para mí misma.

Ese día el recibidor estaba sombrío porque afuera todo estaba gris. Si el sol hubiera brillado a través de esas grandes ventanas, hubiera sido muy diferente.

¿Estará Roc en la casa?, me pregunté. Había mucho trabajo en la granja y en toda la propiedad, y tenía más trabajo todavía por el tiempo que había estado fuera.

Caminé por la galería hasta el corredor. Muchas de las ventanas estaban abiertas. No pude resistirme y miré hacia el patio. Mientras permanecía allí pude distinguir claramente el sonido del violín.

Abrí bien la ventana y me incliné. Sí, no cabía ninguna duda; además una de las ventanas del lado este permanecía abierta. ¿Provendría el sonido del ala este?

Era muy posible. Estaba segura de que venía de allí. Mis ojos se dirigieron hacia el segundo piso. Si alguien estaba tocando en el cuarto de música ¿podría oírlo desde el corredor y en el patio?

Me avergonzaba sentirme tan atemorizada. No iba a dejarme llevar por mi loca imaginación. Me recordé a mí misma el día en que Carrie había entrado al cuarto de música mientras yo estaba allí, y cómo me había asustado cuando ella llamó a Barbarina. En cuanto me di cuenta de que era Carrie había dejado de tener miedo. No compartí en absoluto su teoría acerca de sentir «un estremecimiento».

Comencé a caminar resueltamente por el corredor hacia el ala este. En seguida escuché otra vez el violín. Me apresuré por las escaleras hacia el cuarto de música.

Ahora ya no se oía el sonido del violín. Abrí la puerta con violencia. El violín yacía sobre la silla, la partitura estaba en el atril.

No había nadie en la habitación y sentí la inmovilidad de la casa alrededor de mí.

Luego, súbitamente, oí el graznido de una gaviota en la ventana.

Parecía estar riéndose de mí.

* * *

Como no quería permanecer en la casa, decidí dar un paseo y caminar en dirección a la granja con la esperanza de encontrar a Roc.

Mientras lo hacía, iba razonando conmigo misma: «Alguien en la casa tocaba el violín y tú imaginaste que el sonido venía del ala este, porque habías visto el violín allí. Si realmente estás perturbada por eso, lo más simple es que preguntes quién toca el violín y que menciones de pasada que lo oíste sonar».

Puertas afuera todo parecía mucho más racional que en la casa. Mientras trepaba por la ruta y caminaba cruzando los campos en dirección hacia el norte, fui recobrando el buen ánimo. Nunca antes había tomado ese camino y estaba encantada de explorarlo. El campo parecía tranquilizarme después de la bravía costa y me gustaba mucho el espectáculo del verde dorado de los campos y el escarlata de las flores que crecían por doquier. Noté en particular un árbol, un poco inclinado por los vientos del sudoeste, pero mucho más grande que los que sobrevivían a lo largo de la costa. Podía oler la fragancia de las filipéndulas mezcladas con la escabiosa y las campanillas.

Y mientras contemplaba todo eso oí el sonido de un coche y para mi alegría vi que era Roc.

Se detuvo y sacó la cabeza por la ventanilla.

—Ésta es una agradable sorpresa.

—Nunca había caminado por aquí. Pensé que podía venir a buscarte.

—Entra —me ordenó.

Cuando me abrazó me sentí segura otra vez y muy feliz de haberlo encontrado.

—Regresé de Polhorgan y como no encontré a nadie, decidí salir.

Roc puso el coche en marcha.

—¿Y cómo estaba el anciano hoy?

—Parece haberse recobrado muy bien.

—Creo que por eso se queja. Pobre hombre, debe ser un problema para él, pese a que lo soporta bastante bien… su problema de salud.

—Creo que es muy valiente.

Roc me dirigió una rápida mirada.

—¿La relación sigue amistosa?

—Por supuesto.

—Nadie se ha llevado así con él. Me alegro de que tú lo hagas.

—Todavía estoy sorprendida de que lo tomes así, ya que es tan evidente que no te gusta el anciano.

—La señora de la mansión siempre visitaba a los enfermos. Es una antigua costumbre. Has empezado bien.

—Con seguridad la antigua costumbre era visitar a los enfermos pobres llevándoles sopas y mantas.

Roc estalló en carcajadas.

—¡Imagínate, tú llegando a Polhorgan con un plato de sopa y una manta de franela roja y entregándosela a Dawson para el hambriento millonario!

—De todas maneras… es una clase distinta de visita.

—¿Lo es? Él quiere compañía y necesita consuelo. La misma cosa pero de diferente manera. No, de verdad querida, estoy encantado de que seas capaz de llevar un poco de luz a la vida de ese hombre. Has traído tanta a la mía, que bien puedo darle un poquito a él. ¿De qué habláis todo el tiempo? ¿Te ha hablado de su familia que le abandonó?

—Nunca ha mencionado a su familia.

—Lo hará, está esperando la oportunidad.

—Hablando de otra cosa —dije—. Oí que alguien tocaba el violín esta tarde. ¿Quién puede haber sido?

—¿El violín? —Roc me miró intrigado—. ¿Dónde?

—No estoy segura. Creo que en el ala este.

—Nadie va por allí, excepto Carrie. No puedo creer que se haya vuelto una intérprete del violín. Cuando éramos pequeños, Morwenna y yo estudiamos un poco. Pronto descubrieron, en mi caso por lo menos, que no tenía sentido que siguiera. Morwenna no era mala. Pero lo dejó al casarse con Charles. Charles no tiene oído para la música, no distingue a Beethoven de «Dios salve a la Reina» y Morwenna es una devota esposa. Todo lo que Charles cree, ella lo cree; puedes tomarla como modelo, querida.

—¿Entonces solo vosotros dos podríais tocar el violín?

—Espera un minuto. Rachel les dio lecciones a las mellizas, creo. Lowella no tiene ningún talento. Ahora Hyson… ella es diferente. Creo que Hyson es buena.

—Puede ser que hayan sido Hyson o Rachel las que oí tocar.

—Parece que estás muy interesada. ¿Qué es lo que estás pensando? ¿O eres un genio secreto? Hay un montón de cosas que no sé sobre ti, Favel, pese a que seas mi esposa.

Cuando llegamos a la ruta de la costa nos encontramos con Rachel y Roc detuvo el auto para que subiera.

—Estoy buscando a las mellizas —nos explicó—. Se fueron a pescar camarones a Tregallic Cove.

—Espero que hayas aprovechado ese respiro —dijo Roc.

—Lo hice. Fui a dar una larga caminata hasta la bahía de Gorman. Tomé té allí y planeaba recogerlas a la vuelta. Espero que ya estén de vuelta en la casa.

—Favel cree que oyó tocar el violín esta tarde.

Me volví y miré a Rachel. Su expresión parecía desdeñosa y sus ojos más disimulados que nunca.

—Difícilmente puede haberme oído a mí en el camino de Gorman.

—Entonces debe haber sido Hyson.

Rachel se encogió de hombros.

—No creo que Hyson pueda dar conciertos y estaría sorprendida de que haya dejado la pesca por la música.

Mientras íbamos llegando a la casa, las mellizas llegaron con los camarones que traía Lowella. Rachel dijo:

—¿Hyson, volviste esta tarde a tocar el violín?

Hyson parecía sorprendida.

—¿Para qué? —respondió.

—Tu tía Favel cree haberte escuchado.

—Oh —dijo Hyson pensativa—. Ella no me oyó a mí tocando.

Se dio la vuelta bruscamente y estuve segura de que lo hacía para que no me diera cuenta de que la observación de Rachel la había excitado.

* * *

Al día siguiente llovió sin parar y continuó durante toda la noche.

—No hay nada raro en eso —me dijo Roc—. Es otra de las costumbres de Cornwall. Comenzarás a comprender por qué nuestra hierba es la más verde en esta agradable tierra.

El suave viento del sudoeste soplaba con fuerza y todo lo que uno tocaba parecía empapado.

Al otro día la lluvia era menos constante, pese a que el cielo prometía que iba a continuar. El mar estaba turbio y de color castaño, cerca de la costa y más lejos, de un verde grisáceo.

Roc se iría a la granja; Yo decidí visitar a lord Polhorgan para terminar la partida de ajedrez, así que Roc me dejó de paso en su camino.

Lord Polhorgan se mostró encantado de verme. Tomamos el té como siempre, jugamos al ajedrez y él ganó la partida.

Después quiso repasar el juego, para saber por qué yo había perdido. Eso lo puso de buen humor y yo lo disfruté ya que el propósito de mi visita era darle alegría.

Cuando iba a irme, llegó el doctor Clement. Yo salía, pasando bajo los unicornios cuando él bajaba de su automóvil, y pareció desilusionado.

—¿Ya se va? —dijo.

—Sí. He estado más de lo que pensaba.

—Mabel está deseando conocerla.

—Dígale que yo también.

—Le diré que la llame por teléfono.

—Sí, por favor. ¿Cómo está de salud lord Polhorgan?

El doctor Clement se puso serio.

—Nunca se puede saber en un paciente en sus condiciones. Puede enfermar muy seriamente en cualquier momento.

—Me alegro de que la enfermera Grey esté siempre aquí.

—Es esencial que haya alguien con él. Sin embargo… No continuó. Adiviné que iba a criticar a Althea Grey, pero había cambiado de parecer. Sonreí.

—Bueno, debo darme prisa. Hasta pronto.

—Hasta pronto.

El médico entró en la casa y yo emprendí mi camino en dirección al camino de la costa. Entonces, cambié de idea y decidí utilizar el atajo.

No había caminado mucho cuando me di cuenta de lo tonta que había sido, ya que el sendero era una masa de lodo rojizo y supuse que Smuggler’s Lane debía estar peor. Me estaba preguntando si debía regresar pero decidí que no sería mucho peor si continuaba. De todos modos, mis zapatos ya estaban empapados.

No hacía mucho que había alcanzado el angosto sendero cuando oí la voz de Roc.

—¡Favel! Detente en donde estás. No te muevas hasta que yo llegue.

Me di la vuelta rápidamente y le vi aproximándose.

—¿Qué sucede?

No me contestó pero se acercó y me apretó con fuerza contra él por algunos segundos. Luego dijo:

—Este sendero es peligroso en los días de lluvia fuerte. ¡Mira! ¿Puedes ver esas grietas en la tierra? Parte del peñasco se ha caído. Es peligroso incluso aquí.

Me tomó del brazo y me llevó por donde había venido, pisando con cuidado.

Cuando alcanzamos el comienzo del sendero se detuvo y suspiró profundamente.

—Estaba verdaderamente asustado —dijo—. Se me ocurrió de repente. Me di prisa, fui a Polhorgan y me dijeron que te habías ido. Mira. ¿Puedes ver el costado del peñasco que se ha derrumbado?

Miré y me estremecí.

—La parte angosta es totalmente insegura —continuó Roc—. Me sorprende que no lo hayas notado.

—Sabía que el cartel hablaba de riesgo, pero pensé que eso era para los turistas que no conocen el peñasco.

—Después de los días muy lluviosos ponen otro cartel: SENDERO PELIGROSO. No puedo comprender por qué no está. —Frunció el ceño y de golpe dio un grito—. ¡Buen Dios! —dijo—. Me pregunto quién habrá hecho esto. —Se detuvo y levantó el cartel que estaba tirado boca abajo—. No me explico cómo se habrá caído. Gracias a Dios que vine.

—Yo iba con mucho cuidado.

—Podías haberte arreglado pero… oh, Dios mío qué riesgo.

Me apretó con fuerza y me sentí profundamente emocionada porque noté que estaba ansioso de que yo no notara lo asustado que se encontraba. Volvió a colocar el cartel y dijo enojado:

—El coche no está lejos. Vamos. Volvamos a casa.

* * *

Cuando llegamos al pórtico, Morwenna estaba ocupada colocando horquillas en unas plantas.

Roc cerró la puerta del coche con fuerza y gritó:

—Alguien tiró el cartel de peligro en el sendero del peñasco. Pude detener a Favel a tiempo.

Morwenna levantó la vista sorprendida.

—¿Quién puede…? —Comenzó a decir.

—Algunos chicos, supongo. Hay que avisar. Si a mí no se me llega a ocurrir ella podría haber seguido adelante… ya que tomó ese camino.

—Yo he pasado a menudo cuando estaba colocado el cartel de peligro.

—Está muy mal —dijo Roc cortante. Se volvió hacia mí—. Ese sendero no debe ser usado hasta que no se arregle. Voy a hablar con el almirante Weston, el jefe del ayuntamiento local.

Charles había llegado desde un lado de la casa, y noté que sus botas estaban embarradas.

—¿Pasa algo?

Roc repitió la historia de lo que me podría haber sucedido en el atajo.

—Visitantes —gruño Charles—. Apuesto a que fueron turistas.

—Todo lo que está bien termina bien —dijo Morwenna, sacándose sus guantes de jardinería—. Ya he tenido bastante por el día de hoy. Me tomaría un trago. ¿Qué te parece, Favel? Espero que Roc quiera uno y Charles nunca dice que no.

Entramos a la casa hasta la pequeña salita. Morwenna sacó botellas de un armario y mientras servía los vasos llegó Rachel Bective con Hyson. Se habían puesto pantuflas y la mirada de aprobación de Morwenna atrajo mi atención. Adiviné que se habían cambiado en la puerta de atrás en donde siempre había botas de goma y zapatos viejos listos para ocasiones como ésta.

El asunto del cartel fue traído otra vez a colación y Rachel Bective dijo sin mirarme:

—Eso pudo haber sido peligroso. Es bueno que lo recuerde, Roc.

—Hyson se miraba fijamente las zapatillas y me pareció ver la curva de una sonrisa en sus labios.

—¿Dónde está Lowella? —preguntó Morwenna. Rachel y Hyson dijeron que no tenían ni idea. Unos cinco o diez minutos más tarde Lowella se unió a nosotros e inmediatamente llegó Deborah.

Lowella nos dijo que había estado nadando. Era evidente que Deborah venía de su habitual siesta; todavía se la veía adormilada. Después de eso nadie más mencionó el incidente del cartel, pero yo pude notar que muchos de ellos no lo habían olvidado. Roc todavía parecía preocupado. Rachel Bective casi arrepentida y Hyson como si tuviera algún secreto que no pensaba compartir con nadie.

Me pregunté si Hyson no habría tirado el cartel. Ella sabía adonde había ido yo, y que era probable que volviera por el atajo. Incluso podía haber estado observándome. ¿Pero qué razón podía tener para hacer eso? Tenía que haber un rasgo de maldad en su naturaleza. Pero, decidí, Roc había convertido en un problema algo que no era muy importante, simplemente porque me amaba.

Me sentí alegre y protegida, hasta el día siguiente en que las dudas comenzaron otra vez.

* * *

A la mañana siguiente el tiempo había cambiado por completo. El cielo lucía con un azul brillante y diáfano, y el mar resplandecía de tal manera que casi encandilaba. Era como un manto de seda, casi sin arrugas. Roc me llevó con él a la herrería, porque uno de sus caballos necesitaba ser herrado esa mañana. Me ofrecieron otro vaso de sidra de barril que estaba en el rincón, y mientras el joven Jim herraba el caballo, Dinah vino para darme el gusto de ver su descarada apariencia. Adiviné que debía estar preguntándose sobre mi matrimonio con Roc y eso me hizo sospechar que alguna vez había tenido una relación íntima con Roc o que estaba tratando de convencerme de que había sido así.

—Alguna vez —dijo— le diré la fortuna a la señora Pendorric.

El viejo Jim murmuró que dudaba que la señora Pendorric estuviese interesada en semejantes tonterías. Ella lo ignoró.

—Soy buena con las cartas, pero con la mano y con la bola de cristal soy la mejor. Puedo decirle muy bien la suerte, señora Pendorric.

Sonrió, echando hacia atrás su cabello oscuro mientras los ojos le brillaban como si tuvieran anillos de oro.

—Quizá algún día… —murmuré.

—No tarde demasiado. Podría ser peligroso.

Cuando dejamos la herrería, pasamos por los cottages y vi al anciano sentado a la puerta de uno de ellos.

—Buenos días, Jesse —dijo Roc.

—Buenos días, señor.

—Debemos hablar con Jesse Pleydell —murmuró Roc.

Las manos agarrotadas se agarraban a las huesudas rodillas y estaban temblando. Me pregunté cuál sería el motivo, luego vi lo viejo que era y pensé que ésa era la causa.

—¿Está la dama con usted señor? —preguntó amablemente.

—Así es, Jesse. Ha venido a conocerte.

—¿Cómo está usted? —pregunté—. Su hija me ha hablado mucho de usted.

—Es una buena chica, mi Bessie… y María, ella también es buena. No sé qué haría sin ellas… tan viejo y enfermo como estoy. Es un placer pensar en ellas y saber que están en la casa.

—Nosotros querríamos que estuvieras tú también Jesse —dijo Roc. La amabilidad de su voz me encantó y me hizo sentir muy feliz, como lo había estado antes de que Dinah Bond me llenara de desconfianza.

—Ah, señor, ése era mi lugar. Pero desde que mis ojos me abandonaron sirvo muy poco para Dios o los hombres.

—Tonterías. Todos estamos orgullosos de ti, Jesse. Debes vivir otros veinte años más y harás famoso a Pendorric.

—Siempre haciendo bromas, amo Roc… como su padre. Era un bromista hasta que… —Sus manos comenzaron a temblar nuevamente y se arregló nerviosamente la ropa.

—Tal padre, tal hijo —contestó Roc—. Bueno, tenemos que irnos.

En un impulso me acerqué al anciano y le coloqué una mano en el hombro. Una sonrisa asomó a sus labios.

—Vendré a verlo otra vez —le dije.

Asintió y sus manos comenzaron a temblar otra vez hasta que las apoyó sobre las rodillas.

—Es como en los viejos tiempos… —murmuró—. Como en los viejos tiempos, con una nueva Novia en Pendorric. Le deseo toda la suerte del mundo, querida.

Cuando estuvimos donde no nos pudiera oír, dije:

—La señora Penhalligan me dijo que él estaba en el recibidor cuando tu madre tuvo el accidente.

—¿Así que te contó eso, no? —Frunció el ceño—. Cómo les gusta volver a cosas que han pasado hace tiempo. —Me lanzó una mirada quizá porque yo parecía sorprendida por su incomodidad, y continuó—: Supongo que pasan tan pocas cosas en sus vidas que esto se aparta de la rutina.

—Confío en que una muerte así sea algo que escape a la rutina.

Rió y puso su brazo alrededor de mí:

—Recuérdalo cuando te sientas tentada de andar recorriendo peligrosos senderos.

Luego fuimos a casa de los Dark, y el reverendo Peter nos invitó a entrar. Estaba ansioso por mostrarnos unas fotos que había tomado en las danzas de Helston Furry antes del mes de mayo.

Esa tarde fui al patio cubierto, pero no para sentarme allí, porque los bancos no se habían secado de la lluvia pese al cálido sol de la mañana. Hyson me siguió y caminó a mi lado. Las hortensias se veían más frescas que nunca y sus colores, más brillantes.

De golpe, Hyson dijo:

—¿Tuviste miedo cuando el tío Roc te rescató del sendero del peñasco?

—No, no se me ocurrió que podía haber algún peligro hasta que él me lo dijo.

—Probablemente habrías pasado sin problemas. Era simplemente que podía suceder un accidente.

—Fue estupendo que me detuviera antes de pasar por allí, ¿verdad?

Hyson asintió.

—Tenía sentido —dijo en voz baja. La miré inquisitiva.

—Quizás —continuó—, era simplemente un aviso. Quizás…

Estaba contemplando fijamente una de las ventanas del lado este. Levanté la vista. No había nadie allí. Hyson vio mi mirada y sonrió débilmente.

—Hasta luego —dijo, y entró en la casa por la puerta norte.

Me sentí irritada. Tenía la idea de que la niña deseaba impresionarme. ¿Qué es lo que estaba sugiriendo? ¿Que ciertas cosas que eran oscuras para la gente común, a ella se le revelaban? Era realmente un poco tonto de su parte. Pero se trataba solamente de una criatura. Debía recordar eso, y era bastante triste si estaba celosa de su hermana.

Luego, casi de golpe oí la voz y por un momento no tuve idea de dónde provenía. Venía flotando hacia mí, una voz rara que cantaba un poco fuera de tono. Pude entender claramente las palabras:

Él está muerto y ha partido, señora,

Él está muerto y ha partido.

En su cabeza hay un penacho de hierba;

en sus pies hay una lápida.

Levanté la vista hacia las ventanas del lado este. Varias estaban abiertas.

Luego me dirigí resueltamente por la puerta del este y subí las escaleras hacia la galería.

—¿Hyson? —Llamé—. ¿Eres tú, Hyson?

No hubo respuesta y me di cuenta de lo fría que resultaba la casa después de haber estado al sol. Estaba enojada y me decía que alguien estaba tratando de gastarme una broma. Estaba más furiosa de lo que era lógico y allí, en esa parte silenciosa de la casa, me di cuenta de que se debía a que había comenzado a tener miedo.