Capítulo 2

Toda la felicidad se había alejado de nuestra luna de miel y no podía librarme del temor de haber fallado a mi padre de alguna manera.

Me recuerdo yaciendo en los brazos de Roc durante la noche que siguió y diciendo mientras lloraba:

—Hay algo que podía haber hecho. Lo sé.

Roc trataba de consolarme.

—¿Pero qué, querida? ¿Cómo ibas a saber que tendría un calambre? Le puede pasar a cualquiera y por tranquilo que estuviera el mar si nadie oyó su grito de ayuda, fue inútil.

—Nunca había tenido antes un calambre.

—Tiene que haber una primera vez.

—Pero Roc… había algo.

Me apartó suavemente el cabello de la cara.

—Querida no debes torturarte así. No hay nada que podamos hacer ahora.

Tenía razón. ¿Qué podíamos hacer?

—Él estará contento —me dijo Roc— de que yo esté aquí y te cuide.

Había un tono de alivio que no pude entender en su voz mientras decía eso, y sentí los primeros asomos del miedo que llegaría a conocer tan bien.

Roc se encargó de todo. Dijo que debíamos marcharnos de la isla lo más rápidamente posible porque así yo podría comenzar a alejarme de mi tragedia. Quería llevarme a su casa, y con el tiempo, podría olvidar.

Dejé todo en sus manos porque me sentía demasiado infeliz para hacer los arreglos por mí misma. Algunos de los tesoros de mi padre fueron embalados y enviados a Pendorric para esperar nuestra llegada; el resto fue vendido. Roc se entrevistó con el casero que nos alquilaba el estudio y canceló el alquiler. Dos semanas más tarde dejábamos Capri.

—Ahora debemos tratar de alejar la tragedia de nuestras mentes —me dijo Roc mientras navegábamos hacia tierra firme.

Observé su perfil y por un momento fugaz fue como si estuviera mirando a un desconocido. No sabía la razón, excepto quizá porque había comenzado a sospechar, desde la muerte de mi padre, que tenía mucho que aprender sobre mi esposo.

Pasamos dos días en Nápoles y mientras estuvimos allí me dijo que no tenía ninguna prisa en llevarme a casa porque yo todavía estaba muy conmocionada y ofuscada, y quería darme un tiempo para que me recobrara antes de llevarme a Pendorric.

—Terminaremos nuestra luna de miel, querida —dijo.

Pero mi respuesta fue desganada, porque seguía pensando en mi padre, sentado en la oscuridad del estudio y tratando de saber qué era lo que le preocupaba.

—Debería haber tratado de averiguarlo —repetí—. ¿Cómo pude ser tan descuidada? Siempre supe cuando algo le preocupaba. Le resultaba muy difícil ocultarme algo. Y no me habría escondido eso.

—¿Qué quieres decir? —me preguntó Roc casi ferozmente.

—Creo que estaba enfermo Probablemente por eso tuvo el calambre. Roc, ¿qué pasó ese día en la playa? ¿Parecía enfermo?

—No. Se le veía como siempre.

—Oh Roc, si tú no hubieras vuelto. Si te hubieras quedado con él…

—No tiene sentido decir «si…». Favel. Yo no estaba con él. Dejaremos Nápoles. Está demasiado cerca. Vamos a abandonar todo esto detrás de nosotros. —Tomó mis manos y me acercó a él, besándome con ternura y pasión.

—Tú eres mi esposa, Favel. Recuerda eso. Haré que olvides cómo murió y que recuerdes solamente que ahora estamos juntos. Él no hubiera querido que te apesadumbraras por su muerte.

* * *

Tenía razón. A medida que pasaron las semanas mi estado de shock fue disminuyendo. Me decía que aceptar el hecho de que mi padre había muerto no era algo tan insólito. Debía recordar que tenía un esposo de quien ocuparme y ya que él estaba tan ansioso de alejar la tragedia de mí para que fuera feliz, debía hacer todo lo posible para complacerlo.

Se hacía más fácil a medida que nos alejábamos de la isla.

Roc fue encantador conmigo durante esos días y sentí que estaba decidido a hacerme olvidar todas las tristezas.

En una oportunidad me dijo:

—No sacaremos nada bueno dándole vueltas a lo mismo, Favel. Vamos a dejar todo a nuestras espaldas. Recordemos la maravillosa oportunidad que tuvimos al conocernos y enamorarnos.

Permanecimos durante dos semanas en el sur de Francia y cada día me parecía dar un paso más separándome de la tragedia. Alquilamos un Alfa Romeo y Roc encontró un especial deleite en tomar las curvas de forma cerrada, riéndose de mí porque contenía la respiración mientras él hábilmente conducía. El paisaje me deleitaba, pero en tanto yo contemplaba las terrazas de estuco color anaranjado de las villas, que parecían colgar de los peñascos, Roc hacía sonar sus dedos.

—Espera —solía decir—, solo espera a que veas Pendorric.

Era una broma entre nosotros el decir que ni toda la belleza de los Alpes Marítimos, ni las vueltas, ni los desfiladeros realmente magníficos descubiertos en la carretera de Corniche podían compararse con su Cornwall natal.

A menudo, sentados bajo una sombrilla multicolor en el opulento Cannes o bronceándonos en la playa del humilde Mentón, yo misma se lo diría:

—Pero, por supuesto, esto no es nada comparado con Cornwall. —Luego nos reíamos juntos y la gente que pasaba a nuestro lado sonreía sabiendo que éramos una pareja de enamorados.

Al principio pienso que mi alegría era un poco forzada. Estaba deseosa de complacer a Roc y no cabía duda de que nada le gustaba más que verme feliz. Luego me di cuenta de que no tenía que aparentar, me había enamorado tan profundamente de mi esposo, que el hecho de que estuviéramos juntos me colmaba y todo lo demás parecía de muy poca importancia. Roc anhelaba apartarme de mi tristeza y, como era la clase de hombre decidido a hacer su voluntad, no podía fallar. Yo tenía conciencia de su poder, de su naturaleza dominante y me sentí feliz por ello, ya que no hubiera deseado que fuera diferente.

Pero una noche en Niza súbitamente comenzó a crecer en mí la inseguridad. Habíamos conducido desde Villefranche y mientras lo hacíamos notamos las nubes oscuras sobre las montañas, una escena que contrastaba por los centelleos. Roc había sugerido que visitáramos el Casino, y yo, como era habitual, estaba lista a inclinarme a sus deseos. Dio una vuelta por las mesas de juego y entonces, recordé la luz que había en sus ojos cuando estaba sentado con mi padre en el estudio. Tenía el mismo fuego de excitación que solía asustarme cuando lo veía en los ojos de mi padre.

Ganó esa noche y estaba encantado, pero yo no pude ocultar mi preocupación y cuando en la habitación del hotel traicioné mis sentimientos, Roc, se rió de mí.

—No te preocupes —me dijo—, nunca cometo el error de arriesgar lo que no puedo perder.

—Eres un jugador —lo acusé.

Tomó mi cara entre sus manos.

—¿Bueno, por qué no? —me preguntó—. Se supone que la vida es un juego y quizá por eso los jugadores son los que más ganan.

Bromeaba, como solía hacer antes de morir mi padre y me aseguré a mí misma que se trataba solamente de eso, pero el incidente pareció marcar un cambio en nuestras relaciones. Yo ya había pasado mi primer golpe y ya no era necesario tratarme con tan cuidadosa delicadeza. Supe entonces que Roc siempre sería un jugador, no importaba con qué fuerza tratara de persuadirlo contra ello, y experimenté una vez más esas débiles punzadas de aprensión.

* * *

Comencé a pensar en el futuro y, en ocasiones, me sentía desasosegada. Al principio, sucedía durante la noche al despertar súbitamente de un sueño confuso en el que me encontraba con algún peligro desconocido.

Permanecía en la oscuridad, consciente de que Roc estaba a mi lado, durmiendo profundamente y pensaba: «¿Qué me sucede? Dos meses antes yo no conocía a este hombre. Mi hogar era el estudio en la isla con mi padre y ahora, otro artista trabaja en el estudio y yo no tengo padre».

Tenía un esposo. ¿Pero, cuánto conocía de él? La nuestra era una relación profundamente apasionada y, por momentos, me sentía tan completamente absorbida por la necesidad que teníamos uno del otro que eso parecía ser todo lo que me hacía falta. Pero se trataba solamente de una parte del matrimonio. Consideraba el matrimonio de mis padres y recordaba que habían confiado uno en otro sintiendo que todo estaba bien mientras permanecieran cerca.

Y aquí estaba yo, despertándome durante la noche después de una pesadilla que se cernía sobre mí como si fuera una vaga advertencia.

Una de esas noches realmente abrí los ojos de verdad; conocía muy poco al hombre con el que me había casado o, sobre la clase de vida a la que me llevaba.

Pensé que debía tener una conversación con él y, cuando al día siguiente íbamos con el coche por las montañas, decidí hacerlo. Los temores de la noche habían desaparecido y parecían de alguna manera ridículos a la luz del día, aunque me dije que era absurdo que yo conociera tan poco de su pasado.

Encontramos un pequeño hotel donde nos detuvimos a almorzar.

Estaba pensativa mientras comíamos y cuando Roc me preguntó la causa hablé abruptamente:

—Quiero saber más sobre Pendorric y tu familia.

—Estoy listo para la andanada de preguntas. Comienza a disparar.

—Primero, el lugar. Déjame tratar de imaginarlo y luego llénalo con la gente.

Apoyó sus codos sobre la mesa y cerró los ojos como si estuviera mirando algún lugar lejano al que no pudiera ver muy claramente.

—La casa primero —dijo—. En algunas partes tiene una antigüedad de cuatrocientos años. La mayoría ha sido restaurada. De hecho había una casa allí en la Edad Media, eso creo que dice la historia… Está construida sobre el peñasco de una roca a unos quinientos metros del mar. Creo que, mi familia al comienzo, era de granjeros, pero el mar tiene la costumbre de traspasar los límites, tú lo sabes, y con el paso del tiempo avanzó. La construimos en granito gris de Cornwall calculado para soportar los vientos del sudoeste. A propósito, en la arcada del frente, una de las partes más antiguas de la casa, hay un lema grabado en la piedra. Traducido al inglés dice: «Cuando nosotros construimos, creemos que lo hacemos para siempre». Recuerdo que mi padre me levantaba para que lo leyera y me decía que los Pendorric éramos tan parte de la casa como esa antigua arcada y que nuestros antepasados nunca descansarían en sus tumbas si la familia alguna vez dejaba el lugar.

—¡Qué maravilla pertenecer a una familia así!

—Tú ya eres parte de ella.

—Pero como una especie de extraña… como toda la gente que se casa en la familia.

—Muy pronto serás una de nosotros. Siempre ha sucedido con las Novias de los Pendorric. En poco tiempo defienden a la familia con más entusiasmo que los que han nacido con su nombre.

—¿Eres una especie de terrateniente en el vecindario?

—Los terratenientes están pasados de moda desde hace años. Somos los dueños de la mayoría de las granjas del distrito, y las costumbres son más reaccionarias en Cornwall que en ningún otro lugar de Inglaterra. Nos aferramos a las viejas tradiciones y a las supersticiones. Estoy seguro de que una joven práctica como tú se sentirá muy impaciente con algunas de las historias que escuche, pero sopórtalas como nosotros. Somos los excéntricos del lugar, recuérdalo. Te has casado con uno de ellos.

—Estoy segura de que no me quejaré. Cuéntame más.

—Bien, está la casa, un sólido rectángulo que da al sur, al norte, al este y al oeste. El lado norte mira a las colinas de las granjas, al sur estamos directamente frente al mar, y el este y el oeste ofrecen una magnífica visión de la línea costera, una de las más hermosas de Inglaterra y la más traicionera. Cuando la marea se retira verás las rocas como dientes de tiburón y podrás imaginar lo que sucede con los barcos que chocan con ellas. Oh, y olvidé mencionar un paisaje, que no te gustará mucho, desde las ventanas del este. Es conocido en la familia como La locura de Polhorgan. Una casa que parece una réplica de la nuestra. Nosotros la aborrecemos. La odiamos. Rezamos de noche pidiendo que desaparezca en el mar.

—No lo dices en serio, por supuesto.

—¿No lo digo en serio? —Sus ojos echaban llamas pero se reían de mí.

—Por supuesto que no. Estarías horrorizado si sucediera.

—En efecto, no hay peligro de que suceda. Ha estado allí durante cincuenta años, tratando de pretender ante los visitantes que se detienen a mirarla desde la playa que es la casa de Pendorric de gloriosa fama.

—¿Pero quién la construyó?

Me estaba contemplando y había algo maligno en su mirada que me alarmó fugazmente, porque, por un segundo, me pareció que su desagrado estaba dirigido a mí, pero luego me di cuenta de que pensaba en el dueño de La Locura de Polhorgan.

—Un tal Josiah Fleet, mejor conocido como lord Polhorgan. Llegó allí hace cincuenta años desde Midlands en donde había hecho una fortuna con cierto comercio, he olvidado cual. Le gustó nuestra costa, nuestro clima y decidió construirse una mansión. Lo hizo y pasaba ahí un mes más o menos por año, hasta que finalmente se radicó para siempre, y tomó su nombre de la ensenada debajo de la casa.

—De verdad, no te gusta mucho. ¿O estás exagerando?

Roc se encogió de hombros.

—Quizás. En realidad es la enemistad natural entre los nuevos pobres y el nuevo rico.

—¿Somos muy pobres?

—Para la medida de mi lord Polhorgan… sí. Supongo que lo que nos molesta es que hace sesenta años éramos los señores del feudo y él caminaba trabajosamente por las calles de Birmingham, Leeds o Manchester, nunca puedo recordar cuál, descalzo. La industria y su astucia natural lo convirtieron en millonario. La pereza y la natural indolencia nos llevó a una decorosa pobreza, mientras nos preguntábamos semana tras semana si debíamos acudir a Patrimonio Nacional para que se hiciera cargo de nuestra casa y la mostrara a media corona la entrada al público curioso que deseara saber cómo había vivido alguna vez la aristocracia.

—Creo que eres mordaz.

—Y tú, crítica. Tú estás del lado de la industria y la astucia natural. ¡Oh, Favel, que unión más perfecta! Te das cuenta, tú eres todo lo que yo no soy. ¡Vas a ponerme en orden maravillosamente!

—Te estás burlando de mí otra vez.

Apretó mi mano tan fuerte que me sobresalté.

—Es mi modo de ser, querida, me río de todo y algunas veces mientras más serio estoy, más me río.

—No creo que permitas a nadie que te mande.

—Bueno, tú me elegiste, querida, y si yo era lo que deseabas cuando hiciste tu elección, ahora no querrás cambiarme, ¿no es verdad?

—Espero —dije con seriedad— que nunca cambiemos, que seamos tan felices como hasta ahora.

Por un momento su expresión se llenó de la mayor ternura y luego se volvió risueña otra vez.

—Te lo dije —continuó—. He hecho un muy buen equipo.

De repente me asaltó el pensamiento de que quizá su familia, que yo imaginaba amando a Pendorric tanto como él, podría estar desilusionada porque se había casado con una joven sin dinero. Sin embargo me emocionaba que se hubiera unido a mí, que no podía darle nada. Sentí que mi pesadilla se evaporaba y me pregunté en qué se habría fundado.

—¿Eres amigo de ese lord Polhorgan? —le pregunté rápidamente para ocultar mi emoción.

—Nadie puede ser amigo de él. Somos amables. No lo vemos mucho. Es un hombre enfermo cuidado por una enfermera y sus sirvientes.

—¿Y su familia?

—Se ha peleado con todos. Y ahora vive solo en su gloria. Hay cien habitaciones en Polhorgan… todas amuebladas con objetos recargados. Creo que a pesar de eso el polvo cubre permanentemente ese lujo. Ya ves por qué llamamos Locura a esa casa.

—¡Pobre anciano!

—Sabía que tu tierno corazón se vería tocado. Lo podrás conocer. Probablemente considere que debe recibir a la nueva Novia de Pendorric.

—¿Por qué siempre te refieres a mí como la Novia de Pendorric… como en letras mayúsculas?

—Oh, es un dicho en Pendorric. Hay muchísimas cosas tan locas como ésa.

—¿Y tu familia?

—Ahora todo es muy diferente en Pendorric. Algunos de nuestros muebles están allí desde hace cuatrocientos años. Tenemos a la vieja señora Penhalligan, que es la hija de Jesse y Lizzie Pleydell. Los Pleydell han atendido a los Pendorric durante generaciones. Siempre hay un fiel miembro de esa familia para ver qué necesitamos. La anciana señora Penhalligan es una buena ama de llaves y constantemente remienda las colchas y las cortinas que se destrozan. Mantiene a los sirvientes en orden, lo mismo que a nosotros. Tiene sesenta y cinco años, pero su hija María que nunca se casó, seguirá sus pasos.

—¿Y tu hermana?

—Mi hermana está casada con Charles Chaston, que trabajaba como comisionado cuando mi padre de dedicaba a viajar. Ahora dirige conmigo la granja. Ellos viven en la sección norte de la casa. Nosotros tendremos la parte sur. No tengas miedo de que las relaciones te quiten la libertad. No hay nada de eso en Pendorric. No necesitas ver nunca al resto de la familia si no quieres, excepto para las comidas. Comemos todos juntos, es una antigua costumbre familiar y, de todos modos, ahora los problemas con los sirvientes lo han hecho necesario. Te sorprenderán las costumbres familiares que hemos preservado. De verdad, es como si hubiéramos retrocedido cien años. Yo también lo siento así después de haber estado lejos por un tiempo.

—¿Y tu hermana, cómo se llama?

—Morwenna. Nuestros padres querían seguir las tradiciones de la familia y darnos nombres de Cornwall siempre que fuera posible. De ahí los Petrocs y las Morwennas. Las mellizas se llaman Lowella y Hyson… Hyson era el nombre de soltera de mi madre. Lowella se hace llamar Lo y su hermana Hy. Sospecho que ella tiene sobrenombres para todos nosotros. Es una criatura incorregible.

—¿Cuántos años tienen las mellizas?

—Doce.

—¿Van a la escuela?

—No. Iban de vez en cuando pero Lowella tiene la desafortunada costumbre de escapar y llevarse a Hyson con ella. Ella dice siempre que no pueden ser felices en otro lugar que no sea Pendorric. Por el momento nos hemos comprometido a ponerles una institutriz, una profesora con experiencia. Fue difícil conseguir el permiso de las autoridades de educación… pero Charles y Morwenna quieren tenerlas en casa por un año o más hasta que las niñas se vuelvan más estables. Deberás tener cuidado con Lowella.

—¿Por qué?

—Todo irá muy bien si le gustas. Pero está llena de jugarretas. Hyson es diferente, más tranquila. Son exactamente iguales pero sus temperamentos, completamente distintos. Gracias al cielo por eso. Ninguna casa podría tolerar a dos Lowellas.

—¿Qué pasa con tus padres?

—Murieron y recuerdo poco de ellos. Mi madre murió cuando teníamos cinco años y una tía se ocupó de nosotros. Todavía viene a quedarse a menudo y tiene sus habitaciones en Pendorric. Nuestro padre vivía en el extranjero mucho tiempo cuando vino Charles. Él tiene quince años más que Morwenna.

—Dijiste que tu madre murió cuando teníais cinco años. ¿Quién más, además de ti?

—¿No te mencioné que Morwenna y yo éramos mellizos?

—No. Dijiste que Lowella y Hyson lo eran.

—Bueno, los mellizos se repiten en las familias. Mucho más en la nuestra.

—¿Es Morwenna como tú?

—No somos idénticos, como Lowella y Hyson. Pero la gente dice que se ve el parecido.

—Roc —dije inclinándome hacia adelante—, estoy empezando a sentir que no puedo esperar más para conocer a tu familia.

—Eso es estupendo —dijo—; es tiempo de volver a casa.

Así que ya estaba, de alguna manera, preparada para ir a Pendorric.

Dejamos Londres después del almuerzo y eran las ocho antes de que bajáramos del tren.

Roc me había dicho que deseaba que llegáramos en coche porque quería que mi cruce por el Tamar fuera como una ceremonia.

Como quiera que fuera, había dado órdenes para que su automóvil estuviera esperando en la estación para poder conducirme al hogar. El viejo Toms, el chofer, jardinero y hombre para todo servicio en Pendorric, lo había dejado allí esa mañana.

Así fue como me encontré sentada en el viejo Daimler, con sentimientos mezclados de añoranza y aprensión, lo cual me parecía bastante natural en esas circunstancias.

Estaba muy ansiosa de causar una buena impresión. De repente me daba cuenta de que estaba en una posición muy extraña ya que en esa nueva vida que iba a iniciar no conocía a nadie más que a mi esposo.

Estaba en un país desconocido —ya que la isla había sido mi hogar— y sin amigos. Si Esther McBane hubiera estado en Inglaterra no me hubiese sentido tan sola. Pero ahora estaba lejos, en Rhodesia, y tan profundamente absorta en su nueva vida como yo empezaba a estarlo con la mía. Había tenido otras amigas en el colegio, pero ninguna tan cercana como Esther y como nunca nos habíamos escrito después de dejar el colegio, nuestra relación había cesado.

¡Pero qué pensamientos tan tontos eran ésos! Podría no tener viejos amigos, pero tenía un marido.

Roc sacó el coche de la explanada de la estación y dejamos atrás el pueblo, mientras la quietud de la tarde de verano se cerraba sobre nosotros. Íbamos por un camino angosto y serpenteante bordeado de terraplenes con rosas silvestres y el aire estaba impregnado de aroma a madreselva.

—¿Qué distancia hay hasta Pendorric? —pregunté.

—Más o menos trece kilómetros. El mar está delante de nosotros, el páramo, detrás. Haremos paseos caminando por el pantano… o a caballo. ¿Sabes montar a caballo?

—Me temo que no.

—Te enseñaré. Convertirás este lugar en tu lugar, Favel. Algunas personas nunca lo logran, pero creo que tú lo harás.

—Yo creo que lo lograré.

Permanecimos en silencio y yo estudié ávidamente el paisaje. Los cottages que pasábamos no eran nada bonitos —incluso me parecían sombríos—, todos hechos con esa piedra gris de Cornwall. Me pareció que veía un jirón del mar cuando subimos una empinada colina y avanzamos en dirección al bosque. Muy pronto descendimos otra vez del otro lado de la colina.

—Cuando veas el mar sabrás que no estamos lejos de casa —me dijo Roc y casi inmediatamente comenzamos a subir de nuevo.

En la cima de la colina detuvo el automóvil y colocando su brazo en el asiento, señaló en dirección al mar.

—¿Puedes ver la casa allí, exactamente sobre el borde del peñasco? Ésa es La Locura. No puedes ver Pendorric desde aquí porque hay una colina en el camino, pero es un poquito hacia la derecha.

La Locura parecía casi un castillo medieval.

—Me pregunto por qué no hizo un puente levadizo y un foso —murmuró Roc—. Pese a que Dios sabe lo difícil que sería hacer un foso allí arriba. Por ello mismo aún sería más loable que lo hubiera logrado.

Puso en marcha el coche y cuando habíamos recorrido casi un kilómetro pude tener mi primera visión de Pendorric.

Era tan parecida a la otra casa que quedé asombrada.

—Desde aquí se ven muy juntas —dijo Roc—, pero hay un kilómetro entre ellas por el camino de la costa. Por supuesto en línea recta están más cerca, pero puedes entender la cólera de los Pendorric al encontrar que «eso» se levantaba justo delante de nuestra vista.

Ahora habíamos alcanzado un camino principal y lo recorrimos hasta que llegamos a una curva y comenzamos a hundirnos en una de las más empinadas colinas que habíamos encontrado hasta entonces. Los barrancos estaban cubiertos de flores salvajes como las que ya había visto antes y de pinos con resinoso aroma.

En el fondo de la colina tomamos el camino del desfiladero y entonces vi la costa en toda su gloria. El agua estaba en calma esa noche y podía oír el suave murmullo cuando chocaba contra las rocas. Los peñascos se hallaban cubiertos de hierba y helecho y manchones de valeriana rosada y blanca; la vista de la bahía era magnífica. Con la marea baja y a la luz del anochecer pude ver esas malignas rocas que aparecían cruelmente en las aguas bajas.

Medio kilómetro más adelante estaba Pendorric y contuve la respiración, porque inspiraba un temor reverente. Descollaba sobre el mar como un macizo rectángulo de piedra gris con torres almenadas con aire de impugnabilidad, noble y arrogante, como si desafiara al mar y al tiempo y a cualquiera que se le opusiera.

—Éste es tu hogar ahora, querida —dijo Roc y pude sentir el orgullo en su voz.

—Es… espléndido.

—¿Entonces no estás triste? Me alegro de que lo veas por primera vez. De otra manera pensaría que te casaste por esto y no por mí.

—¡Nunca me casaría por una casa!

—No, eres demasiado honesta… demasiado llena de sentido común… de hecho, demasiado maravillosa. Por eso me enamoré de ti y decidí casarme contigo.

Estábamos subiendo la colina nuevamente y ahora nos acercábamos más a la casa, que realmente dominaba el paisaje. Había luz en varias ventanas y vi la arcada en el pórtico norte.

—Los terrenos —explicó Roc— están del lado sur. Podemos acercarnos a la casa desde el sur; hay cuatro pórticos: norte, sur, este y oeste. Pero iremos por el norte esta noche porque Morwenna y Charlie nos esperan allí. Pero mira —dijo, y siguiendo su mirada divisé una delgada figura con pantalones de montar y una blusa escarlata, cabello negro suelto corriendo hacia nosotros. Roc aminoró la marcha y ella saltó al estribo. Su rostro estaba tostado por el sol y sus ojos eran alargados y oscuros como los de Roc.

—¡Quería ser la primera en ver a la Novia! —gritó.

—Y siempre consigues lo que quieres —contestó Roc—. Favel, ésta es Lowella, de la que hay que cuidarse.

—No le escuches —dijo la niña—. Espero ser tu amiga.

—Muchas gracias —contesté—. Confío en que lo seremos.

Los oscuros ojos me observaron con curiosidad.

—Dije que debía ser rubia —continuó—. Estaba segura.

—Bueno, estás impidiendo nuestra marcha —le dijo Roc—. Entra o bájate.

—Me quedo aquí —anunció—. Conduce.

Roc la obedeció y seguimos despacio hasta la casa.

—Están esperando para conocerte —me dijo Lowella—. Estamos todos muy excitados. Tratamos de adivinar cómo serías. En el pueblo también esperan verte. Cada vez que uno de nosotros baja, alguien pregunta: «¿Y cuándo vendrá la Novia de Pendorric?».

—Espero que yo les guste.

Lowella miró a su tío con malicia y pensé una vez más en lo notable del parecido entre ambos.

—Oh, ya era hora de que se casara —dijo—. Empezábamos a preocuparnos.

—Ya ves que tenía razón en prevenirte —señaló Roc—. Ella es una niña terrible.

—No soy una niña —insistió Lowella—. Ahora ya tengo doce años, ¿sabes?

—Te vuelves más terrible con los años. Tiemblo al pensar en cómo serás a los veinte.

Ahora estábamos pasando a través de las puertas y vi el gran arco de piedra. Más allá había un pórtico guardado por dos leones esculpidos, gastados por los años pero que todavía parecían feroces, como si previnieran a cualquiera que se atreviera a entrar.

Y allí estaba una mujer, tan parecida a Roc que reconocí en ella a su hermana melliza, y a su lado, un hombre. Adiviné que era su marido y el padre de las mellizas.

Morwenna se acercó al automóvil.

—¡Roc! Por fin habéis llegado. Y ésta es Favel. Bienvenida a Pendorric, Favel.

Le sonreí y en esos primeros instantes me agradó que se pareciera tanto a Roc, porque no la sentía como una desconocida. Su cabello oscuro era grueso, con suaves ondas naturales, y a la media luz daba la impresión de que llevara una capa del siglo dieciséis. Vestía un traje de lino de color verde esmeralda que hacía más oscuro su cabello y sus ojos, y llevaba pendientes de oro.

—Estoy tan contenta de conocerlos, por fin —dije—. Espero que no haya sido una conmoción para ustedes.

—Nada de lo que mi hermano haga nos sorprende en realidad, porque esperamos sus sorpresas.

—Ya veis que la he traído por el camino correcto —dijo Roc alegremente—. Oh, aquí está Charlie.

Mi mano fue apretada con tal fuerza que me estremecí. Esperé que Charles Chaston no lo notara mientras miraba su cara redonda y bronceada.

—Estábamos deseando conocerla desde que supimos que venía —me dijo.

Vi que Lowella bailaba en círculos a nuestro alrededor: con sus cabellos flotando cantaba para sí misma, algo parecido a un encantamiento y me recordó a una bruja.

—Oh, Lowella, ¿quieres detenerte? —gritó su madre con una risita—. ¿Dónde está Hyson?

Lowella levantó los brazos en un gesto que indicaba que no sabía.

—Ve y encuéntrala. Querrá saludar a su tía Favel.

—No la llamaremos tía —dijo Lowella—. Es demasiado joven. Será simplemente Favel. ¿Te gustará más, no es cierto Favel?

—Sí, me suena más amistoso.

—Ya lo habéis visto —dijo Lowella y corrió dentro de la casa.

Morwenna deslizó su brazo en el mío y Roc se acercó y me tomó el otro, mientras llamaba:

—¿Dónde está Toms? ¡Toms! Ven y lleva nuestro equipaje.

Oí una voz que contestaba.

—Ya voy, señor.

Pero antes de que apareciera, Morwenna y Roc me llevaban hacia el pórtico y, con Charles detrás, entramos en la casa.

Me encontré en un enorme recibidor. De cada extremo arrancaba una maravillosa escalera curva que llevaba a la galería. En las paredes con paneles se veían espadas y escudos y al pie de cada escalinata, una pareja de armaduras.

—Ésta es nuestra ala —me dijo Morwenna—. En realidad es una casa muy conveniente al estar construida como un cuadrilátero. Es casi como si fueran cuatro casas en una y fue hecha con la intención de mantener unidos a los Pendorric en la época de las familias numerosas. Creo que hace años la casa estaba repleta. Solamente unos pocos sirvientes viven en el ático; el resto habita en los cottages. Hay seis de ellos, la mayor parte pintorescos e insalubres… hasta que Roc y Charles se ocuparon de hacer algo. Todavía recurrimos a ellos para que nos ayuden, y solo tenemos en casa a Toms, su esposa, su hija Betty y la señora Penhalligan y su hija María. Un cambio en relación a otras épocas. Espero que tengáis hambre.

Le dije que habíamos comido en el tren.

—Entonces tomaremos algo más tarde. Querrás ver algo de la casa, pero quizá prefieras recorrer primero tu parte.

Le dije que me gustaría y mientras hablaba, mis ojos fueron atrapados por un retrato que colgaba en una pared de la galería. Era el retrato de una mujer joven de cabellos rubios, con un ceñido vestido azul que mostraba sus hermosos hombros; llevaba el cabello levantado sobre la cabeza y un rizo le colgaba sobre la espalda. Era evidente que pertenecía al siglo dieciocho y pensé que su retrato, colocado en ese lugar dominaba la galería y el recibidor.

—¡Qué encantador! —dije.

—Ah, sí, una de las Novias de Pendorric —me dijo Morwenna.

Allí estaba otra vez, esa frase que oiría tan a menudo.

—Se la ve preciosa… y tan feliz.

—Sí, ella es mi tatara, tatara tatara… se pierde la cuenta de las tatarabuelas —dijo Morwenna—. Era feliz cuando pintaron el retrato, pero murió joven.

Me resultó difícil apartar los ojos del retrato porque había algo que me atraía en ese joven rostro.

—Pensé, Roc —continuó Morwenna—, que ahora que estás casado te gustaría el dormitorio principal.

—Gracias —contestó Roc—. Es exactamente lo que quería.

Morwenna se volvió hacia mí.

—Las alas de la casa están todas conectadas entre sí. No necesitas usar las entradas separadas a menos que lo desees. Así que si subes por la galería te llevaré hasta allí.

—Debe haber cientos de habitaciones.

—Ochenta. Veinte en cada una de las cuatro partes. Creo que es más grande de lo que era al principio. Muchísimas han sido restauradas, pero a causa del lema de la arcada, han sido muy cuidadosos en conservar la construcción original.

Pasamos la pareja de armaduras y subimos la escalera hacia la galería.

—Otra cosa —dijo Morwenna—, una vez que conoces tu propia ala ya conoces todas las otras; simplemente tienes que imaginar las habitaciones situándolas en diferentes direcciones.

Morwenna abría la marcha y Roc y yo la seguíamos enlazados del brazo. Cuando alcanzamos la galería pasamos por una puerta lateral que daba a otro corredor en el que había maravillosas figuras de mármol colocadas en nichos.

—No es el mejor momento para ver la casa —comentó Morwenna—, casi no hay luz.

—Deberás esperar hasta la mañana para explorar —agregó Roc.

Miré por una de las ventanas tras la cual crecían unas de las hortensias más magníficas que hubiera visto.

Lo hice notar mientras pasábamos.

—Los colores son estupendos a la luz del sol —me dijo Morwenna—. Aquí crecen mucho porque nunca falta la lluvia. Y tienen abrigo en el patio.

El patio parecía un lugar encantador. Había un estanque, en cuyo centro se levantaba una oscura estatua de Hermes, como descubrí más tarde, y dos magníficas palmeras que crecían hacia abajo y le daban el aspecto de un oasis en el desierto. Entre las piedras había grupos de flores y varios bancos blancos con adornos dorados.

Entonces me di cuenta de que todas las ventanas daban hacia allí y se me ocurrió que era una pena, porque si uno se sentaba en ese patio no podría evitar la sensación de ser observado.

Roc me explicó que cuatro puertas allí, se abrían, una correspondiente a cada una de las alas.

Seguimos por el corredor a través de otra puerta y Roc dijo que ahora estábamos en el ala sur, la nuestra. Subimos una escalera y Morwenna fue delante de nosotros hasta una gran habitación con enormes ventanas que daban al mar. Las cortinas de terciopelo rojo oscuro habían sido corridas y cuando vi el paisaje que se extendía ante mí di un grito de placer y fui inmediatamente hasta la ventana. Permanecí allí mirando hacia la bahía; los peñascos parecían amenazadores, y con el resplandor pude ver la línea de las rocas. El aroma y el suave murmullo del mar parecían llenar la habitación.

Roc estaba detrás de mí.

—Es lo que todos hacen —dijo—. Nunca miran la habitación, miran el paisaje.

—El paisaje es igual de espectacular desde el este y el oeste —dijo Morwenna— y es muy parecido.

Movió una llave y se encendió una enorme araña que colgaba del centro del techo haciendo brillar la habitación. Me volví desde la ventana y vi la cama con dosel con el largo escabel a los pies, y las cómodas. Todo perteneciente a una generación anterior, una generación de exquisita gracia y encanto.

—¡Pero si es adorable! —exclamé.

—Lo mejoramos nosotros, así tenemos lo mejor de ambos mundos —me dijo Morwenna—. Convertimos un viejo armario en el cuarto de baño. —Abrió una puerta y descubrió un moderno cuarto de baño. Lo miré con interés y Roc rió.

—Ya tienes un baño —dijo Roc—. Veré qué está haciendo Toms con el equipaje. Después comeremos algo y quizá te lleve a caminar bajo la luz de la luna, si no hay otra cosa que hacer.

Dije que pensaba que era una excelente idea y me dejaron sola.

Cuando me quedé a solas volví una vez más a la ventana para contemplar el magnífico paisaje. Permanecí durante varios minutos con mis ojos en el horizonte, mientras observaba los intermitentes destellos del faro.

Luego fui al cuarto de baño, donde habían dejado para mí sales de baño y talco. Supuse que lo había hecho mi cuñada. Estaba obviamente ansiosa de complacerme y sentí que era una muy buena bienvenida.

Si pudiera pensar que mi padre estaba trabajando en el estudio hubiera podido ser muy feliz. Pero debía comenzar una nueva vida, dejar de inquietarme, ser alegre. Era mi deuda con Roc y él era la clase de hombre al que le gustaba que su esposa fuera vital.

Tomé un baño y pasé casi media hora deliciosa en él. Cuando salí Roc todavía no había regresado, pero mi equipaje estaba en la habitación. Abrí una maleta pequeña y cambié mi vestido por uno de seda. Estaba cepillando mi cabello frente al tocador con tres espejos, cuando golpearon a la puerta.

—Entre —dije y me volví para ver a una mujer joven y una niña. Pensé al principio que la niña era Lowella y le sonreí. No me devolvió la sonrisa sino que me miró con gravedad, mientras la mujer joven decía:

—Señora Pendorric, soy Rachel Bective, la institutriz de las niñas. Su esposo me pidió que le mostrara el camino cuando estuviera lista.

—¿Cómo está usted? —dije y me quedé asombrada ante el cambio de Lowella.

Había un aire de eficiencia en Rachel Bective, que debía tener unos treinta años, y me acordé de lo que Roc me había dicho sobre una maestra que se ocupaba de la educación de las mellizas. Su cabello era color arena y sus cejas y pestañas tan claras que le daban aspecto de mirar sorprendida; los dientes eran cortos y blancos. No sentí afecto por ella. Me pareció evidente que me estaba juzgando y que sus modales eran calculados y críticos.

—Ésta es Hyson —dijo—, creo que usted conoció a su hermana.

—Oh, ya veo. —Sonreí a la niña—. Pensé que eras Lowella.

—Ya sé que lo pensó.

—Eres muy parecida a ella.

—Somos idénticas.

—¿Está lista para bajar? —preguntó Rachel Bective—. Hay una comida ligera porque creo que ya comieron en el tren.

—Sí, lo hicimos y ya estoy casi lista.

Por primera vez desde que había llegado a la casa me sentí incómoda y me alegré cuando Rachel Bective abrió la marcha por el corredor y bajó la escalera.

Llegamos a la galería y no me di cuenta de que no era la misma que había visto por el lado norte hasta que noté allí un cuadro y me di cuenta de que no lo había visto antes.

Era el retrato de una mujer con traje de montar. Vestía de negro y su cabello era muy claro; llevaba un sombrero oscuro con una cinta de terciopelo azul que colgaba sobre su espalda. Era muy hermosa, pero sus grandes ojos azules, del mismo color de la cinta de terciopelo, estaban llenos de tristeza. El cuarto había sido pintado de manera que no se podía escapar a esa mirada. Los ojos seguían a donde uno fuera y en el primer momento pensé que debían estar tratando de dar algún mensaje.

—¡Qué pintura tan magnífica! —exclamé.

—Es Barbarina —dijo Hyson. Por un momento su rostro se vio animado por cierta vitalidad y pareció igual a Lowella cuando fue a recibirnos.

—¡Qué nombre más extraordinario! ¿Y quién fue ella?

—Era mi abuela —me dijo Hyson con orgullo.

—Ella murió… trágicamente, me parece —agregó Rachel Bective.

—¡Qué triste! Y se la ve tan hermosa.

Recordé entonces que había visto el retrato de otra hermosa mujer en el recibidor del norte y que también me habían dicho que había muerto joven.

Hyson me dijo con una voz que evidenciaba una nota de histeria:

—Ella era una de las Novias de Pendorric.

—Bueno, me imagino que lo fue —dije—, desde el momento en que se casó con tu abuelo.

Hyson era una chica extraña: me había parecido muy seria hacía un momento, y ahora estaba vital y excitada.

—Murió hace veinticinco años, cuando mi madre y tío Roc tenían cinco años.

—¡Pero qué triste!

—Usted tendrá que tener su retrato pintado, señora Pendorric —dijo Rachel Bective.

—No he pensado en eso.

—Estoy segura que el señor Pendorric lo querrá.

—No me ha dicho nada sobre ese tema.

—Todavía es muy pronto… Bueno, creo que debemos ir. Nos están esperando.

Seguimos por la galería y caminamos por el corredor pasando otra vez frente al patio cubierto. Noté que Hyson me echaba miradas de soslayo. Me parecía una niña algo neurótica y había algo en su institutriz que me resultaba claramente perturbador.

* * *

Me desperté durante la noche y durante unos cuantos segundos me pregunté dónde me encontraba. Entonces vi las enormes ventanas y oí el murmullo del mar, que sonaba como un eco de las voces que había oído durante mi sueño.

Podía oler el aroma penetrante, dulce y fresco del océano. El ritmo de las olas parecían seguir la respiración de Roc.

Me incorporé y apoyada en un codo, lo observé. Había la suficiente luz de la luna como para mostrarme los contornos de su rostro, que parecía cortado en piedra. Se le veía diferente en reposo y me di cuenta de que rara vez lo contemplaba así, sintiendo otra vez la sensación de haberme casado con un desconocido.

Aparté mis fantasías. Recordé que había sufrido una impresión. Mis pensamientos volvían con frecuencia a mi padre y me preguntaba una y otra vez cuál habría sido su experiencia en esos terribles momentos en que el calambre le atacó y se dio cuenta de que no podía alcanzar la orilla y de que no había una mano para auxiliarlo. Se había enfrentado con la muerte y ése debió haber sido un instante de intenso horror. Lo que me parecía más terrible era que en ese momento, Roc y yo reíamos juntos en la cocina del estudio.

Si Roc se hubiera quedado con él…

Deseé poder dejar de pensar en mi padre, sentado en la soledad del estudio, en la oscuridad, en la ansiedad que había visto en su rostro cuando los encontré a él y Roc juntos.

Debo haber estado soñando con la isla y mi padre, porque lo que me perturbaba era el recuerdo del alivio que vi en el rostro de Roc en la época de la tragedia. Fue casi como si pensara que eso era lo mejor que podía haber sucedido.

Seguro que yo lo había imaginado. ¿Pero, cuando comencé a imaginarlo? ¿Era el resultado de algún sueño?

Permanecí inmóvil para no molestarlo y después de un rato, me dormí. Pero otra vez fui perturbada por mis sueños. Oía un murmullo, como una música de fondo, que podría haber sido el ruido de las olas o la respiración de Roc; entonces, escuché la risa aguda de Lowella, o podría haber sido Hyson, que gritaba: «Dos Novias de Pendorric murieron jóvenes… Ahora tú eres una Novia de Pendorric».

Recordé ese sueño a la mañana siguiente y lo que parecía lleno de sentido en él, ahora se convertía en el resultado natural de un día lleno de nuevas experiencias.

Al día siguiente el sol brillaba radiante. Permanecí en la ventana mirando el reflejo de la luz en el agua, como si un gigante hubiera arrojado allí un puñado de diamantes.

Roc se paró detrás de mí y me puso las manos sobre los hombros.

—Veo que estás atrapada por el encanto de ese Pendorric tanto como de éste.

Me volví y le sonreí. Se le veía tan feliz que le eché los brazos al cuello. Bailó conmigo alrededor de la habitación y dijo:

—Es bueno tenerte aquí en Pendorric. Por la mañana te llevaré en coche para que veas a la gente del pueblo. Los vas a encontrar muy curiosos. Esta tarde tengo que hacer unas cosas con el viejo Charles. He estado fuera un largo tiempo —más de lo que planeaba—, y tengo que ocuparme de los asuntos. Tú puedes ir y explorar por tu cuenta o quizá Lowella te acompañe.

—La otra niña es totalmente diferente, ¿no? —dije.

—¿Hyson?

—Y sin embargo son tan parecidas que no podría decir quién es quién.

—Después de un tiempo notarás una sutil diferencia; quizás está en sus voces. No estoy seguro, pero en general podemos diferenciarlas. Es curioso que siendo tan idénticas tengan temperamentos tan distintos. Es como si las características se hubieran dividido en dos grupos, uno para ésta, uno para la otra. De todas maneras Rachel se ocupa de ellas.

—Oh… ¿la institutriz?

—Eso lo hace sonar casi victoriano y no hay nada victoriano en Rachel. En realidad es más bien una amiga de la familia. Fue compañera de estudios de Morwenna. ¿Estás lista?

Salimos de la habitación y seguí a Roc, dándome cuenta de que la geografía de la casa todavía me resultaba un poco confusa.

Estábamos en el tercer piso; parecía haber puertas corredizas en todas las alas y en todos los pisos. Cuando pasamos junto a las ventanas miré hacía el patio. Era verdad que resultaba encantador a la luz del sol. Me imaginé sentada bajo una de las palmeras con un libro. Sería la mayor paz. Luego miré hacia las ventanas.

—Una lástima… —murmuré.

—¿Qué? —preguntó Roc.

—Que siempre deben tener la sensación de no estar solos allí abajo.

—Oh, te refieres a las ventanas. Son las del corredor, no están para sentarse allí a observar a nadie.

—Supongo que eso hace que sea diferente.

No me di cuenta de que doblábamos hacia el ala norte hasta que Roc se detuvo ante una puerta, llamó y entró.

Las mellizas estaban sentadas a la mesa, con libros de ejercicios ante ellas y las acompañaba Rachel Bective. Sonrió casi perezosamente cuando me vio, haciéndome recordar a un gato amarillo que estuviese durmiendo tranquilamente hasta que alguien lo molestaba de repente.

—¡Hola, Favel! —exclamó Lowella levantándose de un salto—. ¡Y tío Roc!

Lowella abrazó a Roc levantando los pies del suelo y bailando a su alrededor.

Rachel Bective parecía vagamente divertida; Hyson tenía el rostro inexpresivo.

—¡Socorro! —gritó Roc—. Ven, Favel… Rachel… sálvenme.

—Cualquier excusa es buena para dejar las lecciones —murmuró Rachel.

Lowella dejó en libertad a su tío.

—Si quiero encontrar excusas siempre lo consigo —dijo gravemente—. Eso ha sido para demostrar lo contenta que estoy por verlos a él y a la Novia.

—Quiero que le hagas compañía esta tarde —dijo Roc— mientras yo trabajo. ¿Quieres hacerlo?

—Por supuesto. —Lowella me sonrió—. Tengo montones de cosas para decirte.

—Estoy impaciente por oírlas. —Incluí a Hyson en mi sonrisa, pero ella apartó la mirada rápidamente.

—Ahora que estamos aquí —dijo Roc— puedes echar una mirada al aula antigua. Es una verdadera reliquia del pasado. Generaciones de Pendorric se han sentado a esta mesa. Mi abuelo grabó sus iniciales y fue severamente castigado por su institutriz.

—¿Cómo lo castigaron? —Quiso saber Lowella.

—Probablemente con una gran vara… o haciéndolo ayunar a pan y agua y aprender páginas del Paraíso Perdido.

—Más bien prefiero la vara —dijo Lowella.

—No es verdad. La detestas —señaló Hyson inesperadamente.

—No, me gusta, porque tomaría la vara y comenzaría a golpear a cualquiera que lo hubiera hecho conmigo. —Los ojos de Lowella brillaron ante la perspectiva.

—Ahí tienes, Rachel, es una advertencia —dijo Roc.

Se dirigió al estante y me mostró libros que debían estar allí desde años atrás. Algunos eran cuadernos de ejercicios con la escritura vacilante de los niños; también había varias pizarras y cajas de lápices.

—Puedes echar una buena mirada cuando no haya clase, Favel. Creo que Rachel se está poniendo un poco impaciente con nosotros.

Le lanzó una sonrisa a Rachel y sentí una punzada de celos porque pensé que veía una cierta intimidad entre ellos. Hasta ese momento no se me había ocurrido que la manera en que progresó mi amistad con Roc había sido causada por su naturaleza amistosa. Ahora me parecía que él era muy amistoso con Rachel y ella con él, porque su sonrisa era cálida, muy cálida. Comencé a preguntarme cuan profunda sería su amistad.

Me alegré de dejar el cuarto de estudio con la exuberante Lowella, la silenciosa Hyson y Rachel, tan amistosa con Roc. Había muchísimas cosas que quería preguntarle sobre Rachel Bective pero pensé que pondría en evidencia mis celos si lo hacía y decidí dejar el tema para mejor oportunidad.

Cuando estuve sentada en el coche con Roc me sentí de nuevo feliz. Había tenido razón cuando dijo que una nueva vida dejaría atrás el pasado. De esa manera muchas impresiones se superpondrían a las antiguas, que ahora parecían pertenecer a otra vida.

Roc puso su mano en la mía y me dije que esa mañana era un hombre muy satisfecho.

—Veo que te sientes en Pendorric como en casa.

—Es todo tan intrigante, tan hermoso… y la familia es interesante.

Sonrió.

—Nos adulas. Voy a conducir para que pasemos por La Locura, entonces podrás ver lo vergonzoso que es.

Bajamos por el camino y subimos otra vez hasta que estuvimos al nivel de Polhorgan. A primera vista parecía tan antigua como Pendorric.

—Trataron deliberadamente a la piedra para hacerla parecer antigua. Las gárgolas del porche están artísticamente desgastadas.

—No hay señales de vida.

—Nunca las hay de este lado. El dueño de la casa tiene sus apartamentos en el costado del sur, frente al mar. Es dueño de la playa de abajo y posee un magnífico jardín con flores, mucho más grande que el nuestro. Compró esa tierra a mi abuelo.

—Tiene una apariencia estupenda.

—Eso se debe a que el anciano pasa la mayor parte del tiempo en su habitación. Su corazón no le permite otra cosa.

Pasamos la casa y Roc continuó:

—Estoy tomando este camino que nos llevará de regreso a Pendorric porque quiero que veas nuestro pequeño pueblo. Sé que te gustará.

Habíamos dado la vuelta y bajábamos otra vez por el sendero de la costa que pasaba por Pendorric. Lanzó una mirada de feliz propietario hacia la casa. En poco tiempo habíamos subido la colina hacia la senda principal y podíamos ver el mar a nuestra izquierda.

—Son las vueltas de nuestra costa las que hacen perder el sentido de la orientación —explicó Roc—. Una vez, ésta fue el área de un terrible volcán en erupción, lo que significa que la tierra se agitó en todas direcciones. Ahora estamos dando la vuelta por una especie de promontorio y entramos en el pueblo de Pendorric.

Volvimos a bajar y contemplé allí el pueblecito más encantador que hubiera visto jamás. Allí estaba la iglesia con su antigua torre de donde colgaba la hiedra, típica arquitectura normanda, ubicada en el medio del cementerio. En un lado, las piedras estaban ennegrecidas por el tiempo, y del otro, blancas con aspecto de nuevas; la vicaría era una casa gris ubicada en una hondonada con sus jardines en la pendiente. Más allá de la iglesia se veía la hilera de cottages que me había mencionado Morwenna, con techos de paja y pequeñas ventanas en las seis viviendas. Supuse que serían de la misma época que la iglesia.

No lejos de los cottages había un garaje con habitaciones arriba.

—Esto fue una vez la herrería —explicó Roc—. Los Bond, que viven allí, han sido herreros durante generaciones. Cuando en el distrito no hubo suficientes caballos como para que valiera la pena el trabajo, se le rompió el corazón al viejo Jim Bond pero tuvieron que transigir. La vieja fragua todavía existe y muchas veces traigo aquí a los caballos para ponerles herraduras. Disminuyó la velocidad y llamó:

—¡Jim! Eh, ¡Jim!

Una ventana de arriba se abrió y apareció una mujer muy linda. Su cabello negro le caía por los hombros y su blusa escarlata parecía demasiado ceñida para ella. Tenía el aspecto de una gitana.

—Buenos días, señor Roc —dijo la mujer.

—Hola, Dinah.

—Me alegro de verlo de nuevo, señor Roc. Roc levantó una mano saludando y en ese momento un hombre se nos acercó.

—Buenos días, Jim —dijo Roc. Era un hombre de alrededor de cincuenta años, corpulento, exactamente como uno se imagina que debe ser un herrero, con las mangas de la camisa arremangadas mostrando sus músculos. Roc dijo:

—He traído a mi esposa para mostrarle la antigua fragua y para que conozca el pueblo.

—Me alegro de conocerla, señora —dijo Jim—. ¿Le gustaría bajar y tomar un trago de nuestra añeja sidra?

Contesté que estaba encantada. Bajamos del automóvil y entramos en la herrería, en donde acababan de herrar un caballo roano. El olor a pezuña quemada llenaba el ambiente y el joven que trabajaba en la fragua nos saludó. Se parecía a Jim.

Me explicaron que era el joven Jim, el hijo del viejo Jim y que había habido un Jim Bond en la fragua desde que tenían memoria.

—Y supongo que siempre los habrá —dijo el viejo Jim—. Pese a que… los tiempos cambian. —Se le notaba un poco triste.

—Nunca se sabe cuándo va a volver la suerte —le dijo Roc.

El viejo Jim fue hasta una esquina de la habitación y trajo una bandeja con vasos. Llenó los vasos de un gran barril que estaba a un lado.

—Los Bond siempre han sido conocidos por su sidra —me explicó Roc.

—Oh, sí querida —dijo el viejo Jim—. Mi abuela solía mantener un sapo vivo en el barril y por eso, según decía, había que probar la sidra y ver que era de verdad. Vamos, no se asuste. Ahora ya no usamos el viejo sapo. Es solamente el jugo de las buenas manzanas de Cornish y la manera en que los Bond las preparamos.

—Es tan fuerte como siempre —dijo Roc.

—Está muy buena —comenté.

—Algunas veces resulta un poco fuerte para los extranjeros —dijo el viejo Jim, mirándome como si yo estuviera balanceándome al borde de la intoxicación.

El hombre joven continuaba impasiblemente con su trabajo y apenas nos miraba.

Entonces se abrió una puerta, y la mujer que habíamos visto desde la ventana entró. Sus ojos negros brillaban y balanceaba las caderas mientras caminaba; vestía una falda corta, sus piernas torneadas estaban desnudas y tostadas y calzaba sandalias.

Me di cuenta de que los tres hombres eran intensamente conscientes de su presencia. El viejo Jim la miró con el ceño fruncido y no pareció muy complacido por su presencia; el joven Jim no podía quitarle los ojos de encima; pero la expresión de Roc era difícil de interpretar. Pude ver inmediatamente el efecto que ella causaba en los otros, pero no en Roc. Era a mi marido al que no podía entender.

La muchacha me estudió detenidamente, tomando nota de cada detalle de mi apariencia. Sentí que miraba con algo de desdén mi limpio vestido de lino, mientras se alisaba las caderas con las manos y sonreía a Roc. Era una mirada familiar, incluso íntima. Entonces sentí algo de vergüenza de mí misma. ¿Sería celosa sólo porque tenía un esposo muy atractivo? Debía dejar de preguntarme qué relaciones había tenido con cada mujer joven a la que hubiera conocido antes de encontrarme a mí.

—Ésta es Dinah, la joven señora Bond —me explicó Roc.

—¿Cómo está? —dije. Dinah sonrió.

—Estoy muy bien —contestó, y encantada de que el señor Roc haya traído una Novia a Pendorric.

—Muchas gracias —dijo Roc. Terminó su vaso—. Tenemos muchas cosas que hacer esta mañana —añadió.

—¿Puedo llenar el tanque de su coche, señor? —preguntó el viejo señor Bond.

—Todavía no me falta combustible Jim —dijo Roc y tuve la sensación de que estaba ansioso porque nos marcháramos…

Me sentía un poco aturdida; me dije que sería la sidra y me alegré de salir al aire fresco.

El anciano y Dinah se quedaron observándonos mientras nos alejábamos. Había una sonrisa amplia en el rostro de Dinah.

—Dinah interrumpió la feliz fiesta —dije.

—El anciano la odia, me parece. La vida no ha sido agradable en la vieja herrería desde que Dinah fue a vivir allí.

—Ella es muy atractiva.

—Esa parece ser la opinión de la mayoría, incluida la de Dinah. Yo esperaba que funcionara, pero me imagino que el joven Jim no debe tener una vida muy buena entre el viejo y la joven. El viejo Jim hubiera querido verlo casado con una de las muchachas Pascoe de los cottages; ahora ya tendría un pequeño Jim. Pero el joven Jim, que siempre fue un muchacho dócil hasta que se enamoró de Dinah, se casó con ella y eso no ha traído la paz a la herrería. Ella es medio gitana y vivía en una carreta en el bosque a unos dos kilómetros de aquí.

—¿Ella es una esposa buena y fiel?

Roc lanzó una carcajada.

—¿Te dio esa impresión?

—Al contrario.

Roc asintió.

—Dinah no pretende ser lo que no es. Colocó el automóvil ante un portón y una voz nos llamó:

—Señor Pendorric, ¡qué agradable verlo de regreso!

Una mujer de mejillas rosadas, con una canasta llena de rosas en el brazo y una podadora en las manos se acercó al portón y lo abrió.

—Ésta es la señora Dark —dijo Roc—. La esposa de nuestro vicario.

—Es muy amable de su parte haber venido tan pronto. Estábamos deseando conocer a la señora Pendorric.

Bajamos del coche y la señora Dark nos llevó al jardín, que consistía en un terreno bordeado de canteros de flores y un seto de macrocarpous.

—El vicario estará encantado de verle. Está en su estudio preparando el sermón. Espero que quieran tomar café.

Le dijimos que acabábamos de tomar sidra en la herrería.

—Me gustaría mostrarle a mi esposa la vieja iglesia. Por favor, no moleste a su marido —agregó Roc.

—Se apenará mucho si no los ve —se volvió hacia mí—. Estamos muy contentos de tenerla con nosotros, señora Pendorric, y esperamos que disfrute viviendo aquí y se quede con nosotros mucho tiempo. Es una gran ayuda cuando la gente de la casa grande se interesa en las cosas del pueblo.

—Favel ya está muy interesada en los asuntos de Pendorric —dijo Roc—. Está esperando conocer la iglesia.

—Iré a decirle a Peter que ustedes están aquí.

Caminamos con ella por el jardín y, pasando una cerca entramos en los terrenos que daban a la vicaría. La iglesia estaba frente a la casa y penetramos en ella mientras la señora Dark se dirigía apresuradamente a la vicaría.

—Esta mañana parece que no podemos escaparnos de la gente —dijo Roc, tomándome del brazo—. Están todos decididos a conocerte. Quiero mostrarte yo mismo la iglesia, pero Peter Dark pronto estará aquí.

Tuve conciencia de la quietud que allí había en cuanto pasamos los tejos que habían crecido considerablemente con el tiempo, y cruzamos una parte del antiguo cementerio antes de entrar a la iglesia.

Inmediatamente sentí que había retrocedido en el tiempo. Era una iglesia del siglo trece que parecía un poco diferente, me imaginé, de lo que había sido en la época en que la construyeron. La luz se filtraba a través de las vidrieras sobre el altar, delicadamente tallado y cubierto con un precioso mantel bordado. En la pared, grabado en la piedra, estaban los nombres de los vicarios desde el año 1280.

—Todos eran gente de la zona —explicó Roc—, hasta que llegaron los Dark. Ellos provienen de alguna parte de Midlands y parecen saber de este lugar mucho más que ninguno de nosotros. Dark es un experto en las costumbres del antiguo Cornwall. Está recopilando todo para escribir un libro.

Su voz sonaba apagada y cuando levanté la vista hacia él, no estaba pensando en los Dark o en la iglesia, sino en la expresión que había visto en los ojos de Rachel Bective esa mañana y, más tarde, en los de Dinah Bond.

Era extremadamente apuesto; eso lo sabía desde el momento en que lo vi. Me había enamorado profundamente cuando todavía sabía muy poco sobre él. Era muy feliz a su lado, excepto cuando me asaltaban las dudas. Ahora me preguntaba si me habría casado con un don Juan que era un amante perfecto porque tenía mucha experiencia. Ésta no sería una mañana tan feliz como yo me había imaginado.

—¿Algo está mal? —me preguntó Roc.

—¿Debería estarlo?

Me tomó de los hombros y me acercó a él apretándome de tal manera que no podía ver sus ojos.

—Te tengo conmigo… aquí en Pendorric. ¿Qué puede estar mal?

Me sobresaltó el ruido de unas pisadas y separándome vi a un hombre con ropas de sacerdote que entraba a la iglesia.

—Hola, vicario —dijo Roc alegremente.

—Susan me dijo que estaban aquí. —Se acercó a nosotros; un hombre de modales agradables con una expresión alegre y atenta, lo que sugería que era feliz con la vida que llevaba. Tomó mi mano—. Bienvenida a Pendorric, señora. Estamos encantados de tenerla con nosotros. ¿Qué le parece la iglesia? ¿No es fascinante?

—Ya lo creo que sí.

—Tan particular. Siempre le digo a Susan que tan pronto se cruza el Tamar se nota la diferencia. Es como un mundo enteramente diferente… muy lejos de la prosaica Inglaterra. Aquí en Cornwall uno siente que algo puede suceder. Se debe a las antiguas supersticiones y costumbres. Hay aquí todavía gente que de veras deja pan y leche en los escalones de sus puertas para los duendes y las hadas. Y juran que desaparecen por la mañana.

—Te prevengo —dijo Roc— que nuestro vicario está entusiasmado con las costumbres del lugar.

—Me temo que sea así. ¿Y usted, señora Pendorric, está interesada?

—No he pensado mucho en eso, pero creo que sí.

—Bien. Vamos a tener una charla uno de estos días. —Comenzamos a caminar alrededor de la iglesia y siguió diciendo—: Éstos son los bancos de los Pendorric. Colocados aparte del resto, como puede verlo… al costado del púlpito; creo que en los viejos tiempos los ocupaban la familia y los servidores. Las cosas han cambiado considerablemente.

Señaló una de las vidrieras más hermosas.

—Éste fue colocado en 1792 a la memoria de Lowella Pendorric. Pienso que el color de los cristales es el más exquisito que he contemplado.

—Tú has visto su retrato en el recibidor del norte —me recordó Roc.

—Oh, sí… ¿No murió muy joven?

—Sí —dijo el vicario—, al dar a luz su primer hijo. Tenía solamente dieciocho años. La llaman la Primera Novia.

—¡La primera! Pero debe haber habido otras. Tengo entendido que ha habido Pendorrics durante siglos.

El vicario permaneció pestañeando ante la ventana.

—Los refranes se vuelven una costumbre y muchas veces sus orígenes se transforman en leyenda. Aquí hay otro recordatorio de un Pendorric. Un gran héroe. Un amigo y partidario de Jonathan Trelawny que también está enterrado en Pelynt, no muy lejos de aquí. Usted sabe, Trelawny el que desafió a James II y del que se canta:

¿Y debía morir Trelawny?

Aquí hay veinte mil hombres de Cornwall

que conocen la razón.

Continuó señalando otros detalles de la iglesia y después de repetir la invitación de su esposa para tomar café nos dejó, pero no antes de decir que esperaba ansioso poder encontrarse conmigo de nuevo, y que si deseaba información sobre el antiguo Cornwall estaría encantado de dármela.

Pensé que su rostro bondadoso estaba un poquito ansioso cuando colocó su mano en mi brazo y dijo:

—No hay que darle mucha importancia a esas antiguas historias, señora Pendorric. Son interesantes solo como curiosidad y eso es todo.

Nos dejó fuera de la iglesia y Roc dio un pequeño suspiro.

—Se vuelve bastante irritante cuando se dedica a su ocupación favorita. Comenzaba a pensar que estábamos en una de sus largas conferencias y que no íbamos a poder librarnos nunca. —Miró su reloj—. Ahora tenemos que darnos prisa. Pero vamos a dar una rápida vuelta por el antiguo cementerio. Algunas de las inscripciones son muy divertidas.

Tomamos el camino entre las lápidas; algunas eran tan antiguas que las palabras grabadas se habían borrado; otras estaban torcidas en grotescos ángulos.

Nos detuvimos ante una que debía haberse protegido del viento y del tiempo más que las otras, pese a que la fecha era 1779. Las palabras eran claramente visibles.

Roc comenzó a leer en voz alta:

Cuando ustedes, mis amigos, contemplen

donde ahora yazgo,

recuerden que está establecido

que todos los hombres deberán morir alguna vez.

A mí mismo en la primavera de la vida, el Señor me llevó.

Y nadie en esta tierra puede decir cuánto tiempo permanecerá en ella.

Se volvió hacia mí sonriendo:

—¡Alegre! —dijo—. Es tu turno. Cuando Morwenna y yo éramos pequeños solíamos venir aquí y leernos uno al otro por turno.

Me detuve delante de otra lápida, un poco menos antigua. La fecha era de 1842.

Pese a que algunos de ustedes pueda creer que está libre de los peligros,

sin embargo en un instante será enviado a una tumba como lo estoy yo.

Me detuve y dije:

—El tema es semejante.

—¿Qué es lo que esperabas aquí sobre la muerte? Es bastante apropiado.

—Voy a encontrar una que no insista tanto en la muerte.

—No es tan fácil —dijo Roc—. Pero sígueme. Continuó el camino entre la alta hierba hasta que se detuvo y comenzó a leer:

Aunque fui sordo y mudo tuve mucho placer

con mi dedo y mi pulgar todos mis deseos para relatar.

Los dos sonreímos.

—Éste es más alegre —estuve de acuerdo—. Me alegro de que haya sido capaz de encontrar placer a pesar de sus desgracias.

Al darme la vuelta para mirar una lápida cercana, tropecé con el borde de otra que estaba oculta entre la hierba y me caí de cabeza sobre la lápida.

Roc me levantó.

—¿Estás bien, querida? ¿No te lastimaste?

—Estoy bien, gracias. —Miré con tristeza mis medias—. Una carrera. Ese parece ser todo el daño.

—¿Seguro? —La ansiedad en sus ojos me hizo sentir muy feliz y olvidé mis anteriores dudas. Le aseguré que estaba perfectamente bien y Roc dijo:

—Ahora algunos de nuestros vecinos dirán que esto es un presagio.

—¿Qué clase de presagio?

—No puedo decírtelo. ¡Pero caerte sobre una lápida! Estoy seguro de que hay algo muy significativo en esto. Y también en tu primera visita al cementerio.

—La vida puede ser muy difícil para algunas personas —reflexioné—; si están viendo constantemente presagios no se dan mucha oportunidad de ejercer su propia libertad de actuar.

—Y tú crees ser la dueña de tu destino y capitán de tu alma, y que la culpa no está en tu estrella y todo eso.

—Sí, creo que sí. ¿Y tú, Roc?

Tomó repentinamente mi mano y la besó.

—Como de costumbre, tú y yo estamos en armonía. —Miró a su alrededor y dijo—: Y por aquí está el mausoleo de la familia.

—Me gustaría verlo.

Seguí a Roc esta vez con más cuidado. Era un mausoleo ornamentado con hierro y dorados, con tres escalones hasta la puerta.

—Aquí hay numerosos Pendorric enterrados —dijo Roc.

Me alejé.

—Ya he pensado bastante en la muerte para ser una brillante mañana de verano —le dije.

Pasó los brazos alrededor de mi cuerpo y me besó. Luego me soltó y subió los tres escalones para examinar la puerta. Permanecí atrás, donde me había dejado, y vi que habían puesto una corona de laureles.

Me acerqué y la miré más de cerca. Tenía una tarjeta en la que habían escrito:

Para Barbarina.

No le mencioné la corona a Roc cuando se me acercó. Él pareció no haberla notado.

Sentí el enorme deseo de alejarme de ese lugar de muerte, alejarme hacia el sol y el mar.

* * *

El almuerzo fue una agradable comida servida en una de las habitaciones pequeñas del ala norte. Sentí que mientras transcurría conocía más a Charles y Morwenna. Las mellizas y Rachel Bective comieron con nosotros. Lowella era locuaz; Hyson apenas pronunciaba palabra y Rachel se comportaba como si fuera una amiga de la familia. Retaba a Lowella por ser tan exuberante y parecía decidida a ser amistosa conmigo. Me pregunté si no habría hecho un juicio apresurado cuando decidí que no me gustaba.

Después del almuerzo Roc y Charles salieron juntos, y yo fui a mi habitación para buscar un libro. Había decidido hacer lo que deseaba desde el primer momento: sentarme bajo la palmera en el patio.

Tomé un libro y me dirigí hacia allí. Debajo del árbol la frescura era deliciosa. Me senté regocijándome con la belleza del lugar y se me ocurrió que tenía algo de un patio español. Las hortensias eran rosadas, azules y blancas, y conjuntos de flores multicolores llenaban el aire con su aroma a lavanda. Desde el agua en donde estaba colocado el busto de Hermes vi el brillo dorado de un pez que se zambullía en el estanque.

Traté de leer pero me resultaba difícil concentrarme con todas esas ventanas que no me permitían sentirme a solas. Miré hacia arriba. «¿Quién iba a querer espiarme? —me pregunté—. ¿Y si alguien lo hacía, qué podía importar?» Sabía que estaba portándome de manera absurda.

Volví a concentrarme en mi libro. Mientras estaba sentada leyendo oí un movimiento muy cerca de mí, y me sobresalté cuando un par de manos se colocaron sobre mis ojos. No pude reprimir un jadeo cuando dije más severamente de lo que deseaba:

—¿Quién es?

Mientras tocaba esas manos, que no eran muy grandes, oí una risita y que alguien me contestaba:

—Tienes que adivinarlo.

—Lowella.

La niña bailó ante mí.

—Puedo mantenerme sobre mi cabeza —me anunció—. Apuesto a que tú no puedes.

Me demostró lo que decía, balanceando sus largas y delgadas piernas con pantalones cortos azul marino, peligrosamente cerca del estanque.

—Muy bien —le dije—, ya lo has demostrado.

Dio la vuelta con un salto mortal y cayó de pie sonriéndome, con el rostro enrojecido por el esfuerzo.

—¿Cómo adivinaste que era Lowella? —preguntó.

—No pude pensar en ninguna otra persona.

—Podía haber sido Hyson.

—Estaba segura de que eras Lowella.

—Hyson no hace cosas así, ¿no es cierto?

—Creo que Hyson es un poco tímida.

Dio otro salto mortal.

—¿Tienes miedo? —me preguntó repentinamente.

—¿Miedo de qué?

—De ser una de las Novias.

—¿Qué Novias?

—Las Novias de Pendorric, por supuesto.

Permaneció inmóvil, con los ojos entrecerrados mientras me vigilaba.

—Tú no lo sabes, ¿no es verdad? —me dijo.

—Por eso te lo pregunto, para que me lo digas.

Se acercó y colocó sus manos sobre mis rodillas, examinando mi rostro; estaba tan cerca que podía ver sus grandes ojos oscuros parecidos a los de Roc y la piel clara e inmaculada. Noté otra vez una cualidad que me recordaba a Roc. Pensé que existía una cierta duda en su mirada, pero no podía asegurarlo.

—¿Quieres contármelo? —pregunté.

Por un instante, la niña miró sobre su hombro hacia las ventanas y yo continué diciendo:

—¿Por qué me preguntaste si tenía miedo?

—Porque tú eres una de las Novias, por supuesto. Mi abuela fue una de ellas. Su retrato está en el recibidor del sur.

—Barbarina —dije.

—Sí, la abuela Barbarina. Se murió. Ves, ella era también una de las Novias.

—Todo eso resulta muy misterioso para mí. No entiendo que debiera morir simplemente porque era una Novia.

—Había otra también. Está en el recibidor del norte. Se llamaba Lowella y solía aparecerse por Pendorric hasta que la abuela Barbarina murió. Entonces descansó en su tumba.

—Oh, ya veo, es una historia de fantasmas.

—De alguna manera, sí, pero también es una historia de personas vivas.

—Me gustaría oírla.

Otra vez se volvió para mirarme y me pregunté si no le habrían advertido que no me la contara.

—Muy bien —habló con un susurro—. Cuando Lowella en el recibidor del sur era la Novia hubo un gran banquete para celebrar su boda. Su padre era muy rico, vivía en Cornwall del Norte y él, su madre, sus hermanas, hermanos, sus primos y tíos vinieron al baile aquí, en Pendorric. Había violines en el estrado y todos estaban bailando y comiendo cuando una mujer entró en la sala. Tenía una niñita con ella, su hija. Ella dijo que también lo era de Petroc Pendorric. No de Roc… porque de esto hace años y años. Era otro Pendorric con ese nombre… solamente que no lo llamaban Roc. Ese Petroc Pendorric era el novio de Lowella, ¿sabes?, y la mujer con la niñita pensaba que debía haber sido su novio. Esa mujer vivía en los bosques con su madre, una bruja, y eso hacía que sus palabras fueran una maldición. Maldijo a Pendorric y a la Novia, y con eso terminó toda la alegría.

—¿Y cuánto hace que sucedió? —pregunté.

—Hace casi doscientos años.

—Es mucho tiempo.

—Pero es una historia que ha continuado. No tiene final, ves. No es solamente la historia de Lowella y Barbarina… es la tuya también.

—¿Cómo puede ser eso?

—No has oído cuál fue la maldición. La Novia debía morir en la primavera de su vida y no descansaría en su tumba hasta que otra novia muriera… en la primavera de su vida, por supuesto.

Sonreí. Estaba asombrada de lo aliviada que me sentía. Esa siniestra frase sobre las Novias de Pendorric ahora estaba explicada. Era solamente esa antigua leyenda, la cual había continuado vigente porque estábamos en Cornwall en donde las supersticiones perduraban, y además le daba su fantasma a la vieja casa.

—No se te ve muy preocupada. Yo lo estaría si fuera tú.

—No terminaste la historia. ¿Qué pasó con la Novia?

—Murió al tener su hijo, exactamente un año después de su boda. Tenía dieciocho años, y deberás admitir que era muy joven para morir.

—Supongo que muchísimas mujeres mueren al dar a luz. En especial en esa época.

—Sí, pero dicen que solía aparecerse por el lugar esperando a la Novia que tomaría su lugar.

—¿Quieres decir, para convertirse en espectro ella también?

—Eres como tío Roc. Siempre se ríe de esto. Yo no me río. Yo sé más.

—¿Así que tú crees en ese asunto de aparecidos? Asintió.

—Yo soy clarividente. Por eso te digo que no te reirás siempre de esto.

Se alejó de un salto y dio otra vuelta mortal agitando sus largas y delgadas piernas ante mí. Tenía la impresión de que ella estaba complacida porque yo iba a dejar de ser escéptica.

Volvió otra vez a colocarse ante mí con una expresión virtuosa mientras decía:

—Pensé que tenías que saberlo. La Novia Lowella solía aparecerse por Pendorric hasta que la abuela Barbarina murió. Entonces descansó en su tumba porque había conseguido que otra Novia tomara su lugar y fuera un fantasma. Mi abuela lo ha estado haciendo durante veinticinco años. Reconozco que debe estar cansada. Querrá descansar en su tumba, ¿no te parece? Puedes apostar tu vida a que está buscando otra Novia para que haga su trabajo.

—Ya veo lo que quieres decir —dije alegremente—. Yo soy esa Novia.

—Te estás riendo, ¿no? —Retrocedió y dio otro salto mortal—. Pero ya verás.

Su rostro parecía despreocupado visto desde su postura cabeza abajo, y su larga y oscura cola de caballo se arrastraba por la hierba.

—Estoy segura de que nunca viste el fantasma de tu abuela, ¿no es cierto?

No me respondió, pero me observó impasible por unos cuantos segundos. Entonces, se dio la vuelta en un rápido salto mortal y siguió un poco más apoyándose sobre las manos, mientras se alejaba de mí en dirección a la puerta norte. Me quedé sola.

Volví a mi lectura, pero me di cuenta de que seguía mirando hacia arriba. Había tenido razón al pensar que tantas ventanas serían motivo de turbación; realmente eran como los ojos de la casa.

«A causa de toda esta charla sobre fantasmas», pensé. Bien, me habían prevenido sobre las supersticiones de Cornwall y sospeché que Lowella habría tratado maliciosamente de asustarme.

La puerta norte se abrió y vi la cara tostada, la cola de caballo oscura, la blusa azul claro y los pantalones cortos azul marino.

—¡Hola! Tío Roc dijo que me ocupara de ti si estabas sola.

—Bueno, ya lo has hecho, a tu manera —le contesté.

—No podía encontrarte. Subí a tu habitación y no estabas allí. Anduve por todas partes y entonces pensé en el patio. Y así vine hasta aquí. ¿Qué te gustaría hacer?

—Pero estuviste aquí hace un ratito.

Me miró parpadeando.

—Me contaste la historia de las Novias —le recordé. Se llevó las manos a la boca.

—Ella no pudo, ¿lo hizo?

—Tú no eres… ¿Hyson, eres tú?

—Por supuesto que no. Soy Lowella.

—Pero ella dijo… —¿Había dicho que era Lowella? No estaba segura.

—¿Hy pretendió que era yo? —La niña comenzó a reír.

—¿Eres Lowella, no es cierto? —insistí—. Realmente eres tú.

Se chupó un dedo y lo levantó diciendo:

—¿Ves mi dedo húmedo? Lo secó.

—¿Ves mi dedo seco?

Se lo pasó por la garganta.

—Que corte mi garganta si digo una mentira.

Me miró con tanta hostilidad que la creí.

—¿Pero por qué pretende ser tú?

Lowella arrugó las cejas y dijo:

—Creo que no le gusta ser la tranquila. Entonces, cuando yo no estoy, ella cree que puede ser yo. La gente que no nos conoce mucho no es capaz de notar la diferencia. ¿Te gustaría venir al establo y ver nuestros ponies?

Contesté afirmativamente; sentí que deseaba escapar del patio como lo había hecho esa mañana del cementerio.

La cena de esa noche fue muy agradable. Las mellizas no se reunieron con nosotros y solo estuvimos los cinco mayores. Morwenna me dijo que cuando estuviera lista me mostraría la casa y me explicaría cómo se dirigía.

—Roc piensa que al principio, hasta que te adaptes, dejarás las cosas tal como están. —Morwenna sonrió a su hermano con afecto—. Pero eso será como te parezca. Es muy insistente en ese punto.

—Y no creas —señaló Roc devolviéndole la mirada a su hermana— que a Wenna le importará cualquier cosa que quieras hacer en la casa. Ahora, si se te ocurre arrancar su magnolio o convertir el jardín de rosas en algo rocoso, entonces todo será muy diferente.

Morwenna me sonrió.

—Nunca he sido una buena ama de casa. ¿A quién le importa? No es realmente necesario. Es el tesoro de la señora Penhalligan. Yo amo el jardín, pero por supuesto, si quieres cambiar algo…

—Así —gritó Roc—, va a comenzar la batalla de los árboles.

—No te preocupes por lo que dice —continuó Morwenna—. Le encanta gastarnos bromas. Pero espero que ya lo habrás descubierto por ti misma.

Contesté que sí, que no sabía nada de jardinería y que siempre había vivido en un pequeño estudio, muy diferente de una mansión.

Me sentía muy feliz de oír esas bromas entre Roc y su hermana porque el afecto entre ellos era evidente. Estaba segura de que Roc ansiaba que Morwenna no se sintiera desplazada porque él había traído una esposa a la casa, quien fácilmente podía pretender introducir cambios. Lo amé por su consideración con su hermana, y cuando me hicieron preguntas sobre Capri, tuve buen cuidado de no mencionar a mi padre, ya que adivinaba que Roc los había prevenido de mi pena.

Qué considerado era Roc para todo. Lo amé sobre todo porque nunca demostraba su preocupación por nosotros, sino que la ocultaba tras su apariencia bromista.

Morwenna y Charles evidentemente trataban de hacerme sentir en mi hogar, porque eran cariñosos y muy unidos a Roc. Estaba menos segura de Rachel. Parecía absorbida por la tarea de impresionar a los sirvientes y convencerlos de que ella era un miembro bien considerado de la familia. Pensaba que estaba un poco a la defensiva, y, cuando su rostro permanecía en reposo, yo creía ver algo de amargura en su expresión.

Nos sentamos en una de las pequeñas salas a tomar el café que fue servido por la señora Penhalligan. Mientras Charles y Roc hablaban sobre el estado de los negocios, Morwenna y Rachel, una a cada lado de mí, se lanzaban a una descripción de los asuntos locales. Encontré todo muy interesante, en particular después de la breve visita de esa mañana al pueblo. Morwenna dijo que podía llevarme a Plymouth cuando quisiera hacer compras, porque era mejor que la primera vez fuera con alguien que conociera los negocios.

Se lo agradecí y Rachel dijo que, si por algún motivo Morwenna estaba ocupada, podía contar con ella.

—Es muy amable de tu parte —contesté.

—Estoy encantada de hacer todo lo que pueda por la Novia de Roc —murmuró.

¡Novia! ¡Novia!, pensé, con impaciencia. ¿Por qué no «esposa» que hubiera resultado mucho más natural? Creo que fue desde ese momento cuando lo misterioso de la casa pareció cernirse sobre mí y tuve conciencia de la oscuridad de afuera.

Fuimos a acostarnos temprano y, cuando Roc y yo íbamos caminando por el corredor camino de nuestras habitaciones en el lado sur, levanté la vista hacia las ventanas del patio y recordé mi conversación con las mellizas esa tarde.

Roc estaba muy cerca de mí cuando bajé la vista.

—Te gusta el patio, ¿no?

—A pesar de las ventanas como ojos que están observando todo el tiempo.

Roc se rió.

—Ya mencionaste eso antes. No te preocupes. Estamos demasiado ocupados como para espiar. Cuando llegamos a nuestro dormitorio, Roc dijo: —Hay algo que te preocupa, querida.

—Oh…, realmente no es nada.

—Entonces hay algo.

Traté de reír alegremente, pero era consciente del silencio de la gran casa, y no pude dejar de pensar en todas las tragedias y comedias que debían haber tenido lugar dentro de esas paredes durante cientos de años. No podía sentir indiferencia hacia el pasado, que en un lugar así parecía mucho más cercano de lo que hubiera sido en el estudio de mi padre.

Dejé escapar todo lo que había sucedido esa tarde.

—¡Oh, esas terribles mellizas! —gruñó.

—Esa historia sobre las Novias de Pendorric…

—Esas historias abundan en Cornwall. Probablemente puedes ir a una docena de lugares y oír la misma leyenda. Esta gente no tiene la sangre fría como los anglosajones, sabes. Son celtas, una raza diferente de los flemáticos ingleses. Por supuesto, yo sé que hay casas encantadas en Huntingdon, Hereford y Oxfordshire, pero son simplemente casas. De acuerdo con lo que dicen los de Cornwall, todo Cornwall está encantado. Están los gnomos con sus chaquetas escarlata y sus gorros en forma de pan de azúcar. Y hay tontos que han nacido primero con los pies, lo que se supone que es un signo de poderes mágicos. Hay familias principales que han heredado poderes de antepasados pescadores que prestaron algún servicio a una sirena; hay brujas de magia blanca y negra, y también, por supuesto, algunos fantasmas comunes.

—Supongo que Pendorric es de esa clase.

—Ninguna casa grande en Cornwall puede existir sin tener por lo menos uno. Es un símbolo de status. Apostaría que lord Polhorgan pagaría mil o dos mil libras por un fantasma. Pero no lo tiene. Él no es uno de nosotros, así que se le niega el privilegio de tener aparecidos.

Me sentí consolada, pese a que me despreciaba por esa necesidad de que me dieran seguridad. Pero esa tarde la niña me había puesto realmente nerviosa, principalmente porque yo había creído que hablaba con Lowella. Pensé que Hyson era una personita muy extraña y no me gustó el placer malicioso que demostró al notar mi inseguridad.

—Sobre esa historia… —dije—, después de todo, se refiere a las Novias de Pendorric, de las cuales yo soy una.

—Fue muy desgraciado que Lowella Pendorric muriera exactamente al año del día después de su boda. Eso probablemente hizo creer la leyenda. Trajo un heredero al mundo y murió. Un hecho muy común en esa época, pero debes recordar que aquí, en Cornwall, la gente está siempre buscando algo para inventar una leyenda.

—¿Y se supone que la Novia tiene que aparecer por el lugar después de eso?

Asintió.

—Las Novias fueron y vinieron y deben haber olvidado la historia, pese a que te dirán que Lowella Pendorric continuaba caminando por las noches. Entonces mi madre murió cuando Morwenna y yo teníamos ocho años. Ella solo tenía veinticinco.

—¿Cómo murió?

—Eso fue lo que revivió la leyenda, me imagino. Se cayó desde la galería norte al recibidor, cuando la balaustrada se rompió. La madera estaba comida por los gusanos y era muy frágil. El susto y la caída combinados la mataron. Fue un accidente muy desafortunado. Como el retrato de Lowella está colgado en la galería, la historia corrió rápidamente diciendo que Lowella con su influencia había causado el accidente. Lowella estaba cansada de vagar por la casa como un fantasma, decían, así que decidió que Barbarina tomara su lugar. Estoy seguro de que eso de que la Novia tenía que vagar por la casa hasta que otra tomara su lugar empezó en esa época. Ahora oirás que el fantasma de Pendorric es mi madre, Barbarina. Un fantasma muy joven para una casa tan antigua, pero ya ves que tenemos algunos de repuesto.

—Ya veo —dije despacio.

Puso sus manos sobre mis hombros, rió y yo reí con él.

* * *

Esa noche todo parecía agradablemente normal. La mujer con chaqueta de montar y sombrero con cinta azul había comenzado a aparecerse en mis pensamientos, y me encontré dirigiéndome hacia donde colgaba el retrato cada vez que estaba sola en esa parte de la casa. No quería que nadie adivinase cuánto me atraía esa pintura porque pensé que creerían que estaba afectada por esa ridícula leyenda.

Era tan real que los ojos parecían parpadear cuando se los miraba, y los labios, a punto de hablar. Me pregunté qué habría sentido cuando la balaustrada cedió bajo su peso. Me pregunté si ella sentiría un enfermizo interés en esa otra Novia… como yo estaba empezando a sentir por ella.

No, me dije, a mí simplemente me interesaba la pintura y estaba segura de que no permitiría que la leyenda me molestara.

De todos modos, no podía resistirme a contemplar el retrato.

Dos días más tarde, Roc me encontró allí por la mañana. Me tomó del brazo y dijo que venía a buscarme para salir en automóvil.

—No nos parecemos a ella, ¿verdad? —dijo—. Morwenna y yo somos los dos morenos como españoles. Debes sentir algo morboso por Barbarina. Es solamente un retrato, lo sabes.

Roc condujo hacia el páramo aquella mañana. Yo estaba fascinada por esa extensión de región salvaje de peñascos y piedras grandes tan curiosamente formadas que parecían grotescas parodias de seres humanos.

Pensé que Roc estaba tratando de que comprendiera a Cornwall porque sabía que la leyenda me perturbaba y deseaba hacerme reír.

Condujo durante kilómetros a través de Callington y St. Cleer, pequeños pueblos con fachadas de granito gris, y otra vez por el páramo. Me enseñó el Trethevy Quoit, una tumba neolítica hecha con bloques de piedra y me señaló las sepulturas de hombres que habían vivido antes de que la historia fuera registrada. Deseaba que supiera que una región que podía ofrecer tantas pruebas de su pasado necesariamente tenía que tener sus leyendas.

Detuvo el coche en lo alto del páramo y, a la distancia, pude ver esas fantásticas formaciones de rocas conocidas como Cheesewring.

Me colocó el brazo alrededor de los hombros y dijo:

—Un día voy a llevarte más allá, hacia el oeste y te mostraré los Merry Maidens. Diecinueve piedras en círculo de las que te pedirán que creas que son diecinueve muchachas que una vez decidieron desafiar la tradición y bailar en un lugar sagrado. Entonces, fueron convertidas en piedras. Realmente las piedras tienen el aspecto de haber sido atrapadas y petrificadas en el momento de la danza. —Sus ojos se volvieron hacia mí con mucha ternura—. Nosotros ya estamos acostumbrados —continuó—. Todo lo que miras en este lugar tiene alguna leyenda. No debes tomarlo en serio.

Supe entonces que estaba preocupado por mí y le dije que no lo hiciera, que yo siempre me había enorgullecido de mi sentido común.

—Lo sé —contestó—, pero la muerte de tu padre ha sido un golpe mayor de lo que crees. Tomaré un cuidado muy especial en ti.

—Entonces —repliqué, empezaré a sentirme muy valiosa, porque imagino que me has estado cuidando muchísimo desde ese día horrible.

—Bueno, recuerda que yo era tu marido.

Me volví hacia él y dije casi con indignación:

—Eso es algo que no puedo olvidar ni por un minuto… incluso, si lo deseara.

Me levantó la cara y me besó con ternura.

—¿Pero no lo deseas, no?

Me abracé a él, aferrándome con fuerza mientras me sostenía con su abrazo. Era como si los dos estuviéramos tratando de hacernos entender el uno al otro la inmensa profundidad del amor que nos unía.

Ése era el consuelo que necesitaba.

Roc siempre podía desprenderse de una escena emotiva con mucha más facilidad que yo y, al momento, era otra vez el bromista de siempre. Comenzó a contarme leyendas de Cornwall, algunas tan fantásticas que lo acusé de crearlas él mismo.

Luego los dos inventamos historias sobre los lugares por los que pasábamos, tratando de sobrepasar al otro en los disparates que se nos ocurrían. Todo eso nos causaba una gran diversión, aunque cualquiera que nos hubiese visto habría pensado que estábamos locos.

Mientras regresábamos en ese estado de alegría, me maravillé de la manera en que Roc siempre me consolaba y me encantaba.

Durante los días siguientes pasé mucho tiempo en compañía de Roc. Me llevaba a sus visitas por las granjas y era bien recibida en todas partes; en general, con un vaso de vino o de sidra casera. También se suponía siempre que debía probar los pasteles de Cornwall recién salidos del horno.

La gente era cálida y amistosa una vez que habían vencido cierta inicial suspicacia que sentían hacia los forasteros del otro lado del Tamar. Yo era inglesa, ellos de Cornwall, por lo tanto me consideraban una extranjera.

—Una vez que te clasifican como extranjero, serás extranjero para siempre —me dijo Roc—. Pero, por supuesto, el matrimonio logra una diferencia. Cuando hayas tenido un pequeño o una pequeña de Cornwall, serás aceptada. De otra manera, te puede llevar cincuenta años.

Una tarde Morwenna y yo fuimos en automóvil hasta Plymouth y nos detuvimos a tomar té cerca de Hoe.

—Charles y yo estamos encantados con el matrimonio de Roc —me dijo—. Queríamos verlo asentado y feliz.

—Lo quieres mucho, ¿no es verdad?

—Bueno, es mi hermano y además, mi mellizo. Roc es una persona muy especial. Espero que estés de acuerdo en eso.

Mientras asentía de todo corazón, mi afecto por Morwenna aumentaba considerablemente.

—Siempre puedes confiar en Roc —continuó Morwenna tomando pensativamente su té. Sus ojos parecían perderse en recuerdos del pasado.

—¿Os sentisteis muy sorprendidos cuando escribió diciendo que se había casado?

—Solamente al principio. Pero él siempre hace cosas inesperadas. Charles y yo habíamos empezado a temer que nunca sentara cabeza, así que cuando supimos que se había casado, nos sentimos realmente encantados.

—A pesar de que se había casado con alguien desconocido para vosotros.

Morwenna rió.

—Esa situación no ha durado mucho, ¿no te parece? Ahora eres una de nosotros.

Fue un paseo muy agradable porque yo siempre estaba feliz hablando de Roc y viendo cuánto lo amaban esas personas que lo conocían desde toda su vida.

Morwenna y yo fuimos a casa de los Dark en la vicaría. Pasé una tarde muy interesante escuchando las historias del vicario sobre las supersticiones de Cornwall.

—Creo que están tan seguros de que ciertas cosas van a suceder que hacen que sucedan —me dijo el vicario.

También hablamos de la gente que habitaba en las propiedades de los Pendorric, y me enteré de que la mayoría de los beneficios que éstos recibían se debía a la administración de Roc. Mientras oía esto resplandecía de orgullo.

Fue en la vicaría en donde conocí al doctor Andrew Clement, un hombre de unos treinta años, alto, rubio y agradable con quien simpatizamos desde el primer momento.

Me dijo que él también era considerado un extranjero que venía de Kent, y vivía en Cornwall desde hacía unos dieciocho meses.

—Paso por Pendorric varias veces a la semana —me dijo— cuando visito a su vecino, lord Polhorgan.

—Está seriamente enfermo, ¿no es así?

—No tan seriamente enfermo como en peligro de llegar a estarlo. Tiene angina de pecho y es posible que eso desemboque en trombosis coronaria. Debemos controlarlo muy cuidadosamente. Tiene una enfermera que vive allí. ¿La conoce?

—No, todavía no.

—Algunas veces viene a Pendorric —me dijo Morwenna—. La conocerás tarde o temprano.

Fue una tarde realmente agradable, y cuando regresábamos con Morwenna la conversación recayó sobre las mellizas.

—Rachel parece muy eficiente —dije.

—Sí.

—Me imagino que sois muy afortunados al tenerla. Debe ser muy difícil conseguir una persona con sus antecedentes en esta época.

—Ella está aquí… temporalmente. Dentro de un año más o menos las mellizas deberán ir al colegio. No pueden quedarse en casa para siempre.

¿Era mi imaginación o el tono de Morwenna había cambiado cuando mencioné a Rachel?

Hubo un corto silencio entre las dos y me reproché a mí misma porque sospechaba que me estaba volviendo extremadamente sensitiva. Había comenzado a observar cosas que no existían y me preguntaba si había cambiado desde mi llegada a Cornwall.

Había querido hablar sobre Rachel porque deseaba saber más cosas acerca de ella. Quería descubrir cuál era la relación entre ella y Roc. De hecho, quería saber si había habido algo inusual en esa amistad.

Pero Morwenna evitó el tema. Comenzó a hablar animadamente sobre los Dark y los cambios que habían efectuado en la vicaría.

* * *

Esa tarde fui al patio. Me sentía atraída por algo contradictorio, ya que podía haber tomado un libro y haberme dirigido al jardín del ala sur que daba hacia la playa.

Allí me hubiera sentado bajo alguna de las glorietas entre las hortensias y el suave aroma de las lavandas; la casa, a mis espaldas y el mar, frente a mí. Hubiera sido muy agradable.

Sin embargo, a pesar de la opresiva repugnancia que había experimentado en el patio —principalmente por las ventanas— me daba cuenta de la compulsión que me obligaba a ir a ese lugar. No era la clase de persona que disfrutaba sintiéndose asustada, y estaba segura de que si me enfrentaba a lo que me desconcertaba lo descubriría más rápidamente.

Me senté bajo la palmera con mi libro y traté de concentrarme; pero una vez más me encontré lanzando continuamente miradas hacia las ventanas.

No hacía mucho que estaba allí cuando las mellizas aparecieron por la puerta norte.

Cuando las vi juntas no tuve dificultad en distinguirlas. Lowella era tan vital, Hyson, tan reprimida. Comenzaba a preguntarme si realmente había sido Hyson la que me previno que me cuidara de Barbarina o si se había tratado de una maliciosa trampa de Lowella para intentar asustarme, y luego había pretendido que Hyson era la culpable.

—Hola —dijo Lowella.

Se acercaron, se sentaron en la hierba y me miraron.

—¿Te molestamos? —preguntó amablemente Lowella.

—No estaba muy interesada en mi libro.

—¿Te gusta estar aquí? —continuó Lowella.

—Es un lugar lleno de paz.

—Estás encerrada aquí. Tienes todo Pendorric a tu alrededor. A Hy también le gusta esto. ¿No es verdad, Hy?

Hyson asintió con un gesto.

—Bien —continuó Lowella—. ¿Qué piensas de nosotros?

—No me he dedicado a pensarlo mucho.

—No quiero decir nosotras dos. Quiero decir todos nosotros. ¿Qué piensas de Pendorric y tío Roc, mamá, papá y Becky Sharp?

—¿Becky Sharp?

—La vieja Bective, por supuesto.

—¿Por qué la llamáis así?

—Hy dijo que es como Becky Sharp, sobre la que leyó en un libro. Hy está siempre leyendo.

Miré a Hyson que asintió con gravedad.

—Me contó cosas de Becky Sharp y yo dije «ésa es Rachel»; entonces la llamé Becky Sharp. Yo le doy nombres a la gente. Yo soy Lo. Ella es Hy. No fue muy inteligente por parte de mamá y papá el darnos nombre así. Pese a que no estoy segura de si me gusta ser Lo. Casi me gustaría ser Hy… solamente en el nombre, quiero decir. Prefiero ser yo misma que Hy. Ella siempre está sentada, pensando.

—No es una mala ocupación —dije, sonriéndole a Hyson que continuaba mirándome seriamente.

—Tengo nombres para todo el mundo… mis nombres secretos… y Becky Sharp es uno de ellos.

—¿Tienes uno para mí?

—¡Tú! Bueno, tú eres la Novia, ¿no es cierto? No puedes ser otra cosa.

—¿Le gusta a la señorita Bective el nombre que le han dado? —pregunté.

—Ella no lo sabe. Es un secreto. Pero, ya sabes que ella estaba en el colegio con mami, y siempre que venía aquí Hy decía: «Un día se quedará porque no le gusta irse».

—¿Ella lo dijo?

—Por supuesto que no. Es todo secreto. La otra gente no sabía lo que Becky Sharp estaba buscando. Pero ella quería quedarse. Nosotras pensábamos que se casaría con tío Roc.

Hyson vino, colocó sus manos sobre mis rodillas y me miró diciendo:

—Eso es lo que ella quería. No creo que le guste mucho que tú lo hayas hecho.

—No deberías decir eso, Hy —la previno Lowella.

—Lo diré si quiero.

—No lo harás. No debes hacerlo.

Hyson estaba repentinamente furiosa.

—Puedo y lo haré.

Lowella canturreó:

—No puedes. No puedes. —Y comenzó a correr alrededor del estanque. Hyson se lanzó a perseguirla. Las contemplé corriendo por el patio hasta que Lowella desapareció por la puerta norte. Pareció que Hyson la seguiría, luego dudó y dándose la vuelta me miró por unos instantes. Entonces regresó hasta donde yo estaba.

—Lowella es realmente muy infantil —me dijo. Se arrodilló a mis pies y me observó.

Me sentí un poco incómoda por su escrutinio y dije:

—Nunca hablas mucho cuando ella está. ¿Por qué?

Se encogió de hombros.

—Nunca hablo a menos que tenga algo que decir —murmuró con severidad.

Ahora parecía que no tenía nada para decir, pero continuaba arrodillada a mis pies en un silencio que duró varios minutos. Luego se puso de pie repentinamente y permaneció mirando hacia las ventanas.

Levantó la mano en un saludo y, siguiendo su mirada, vi que la cortina de una de las ventanas era corrida suavemente y que alguien estaba a unos pasos de la ventana mirando para abajo. Solamente pude ver una borrosa figura de negro con un sombrero con una cinta azul.

—¿Quién es? —pregunté rápidamente.

Me respondió suavemente:

—Ésa es la abuela.

Luego sonrió y caminó despacio hacia la puerta norte y me quedé sola en el patio. Levanté la vista hacia la ventana. Ya no había nadie allí y la cortina había vuelto a su lugar.

—Barbarina —murmuré y sentí como si unos ojos me observaran. Ya no deseé quedarme allí por más tiempo.

Esto es ridículo, me dije. Era una broma. Por supuesto, Lowella la había hecho y habían decidido divertirse a mi costa.

Pero no era una niña la que yo había visto en la ventana, sino una mujer alta.

Me apresuré a entrar en la casa a través de la puerta sur y me detuve frente al retrato de Barbarina. Me imaginé que sus ojos se burlaban de mí.

Esto es absurdo, dije mientras subía las escaleras. Yo era una persona normal, sin complicaciones, que no creía en los fantasmas.

¿O había cambiado? ¿Era todavía tan autosuficiente cuando había experimentado emociones que fueran solo nombres para mí antes de conocer a Roc Pendorric? ¿Amor, celos y ahora miedo?