Tía Patty nos estaba esperando en la estación, con un sombrero constituido casi exclusivamente por violetas. Nos abrazamos las tres entre risas.
—Vaya por Dios —dijo tía Patty—, esto es muy diferente de la última vez. ¿Te acuerdas, Cordelia? No estaba Teresa.
—Pues me alegro de estar ahora —dijo ésta.
—No más que nosotras de tenerte a nuestro lado. Violet está muy nerviosa, preguntándose si en el último momento aquellos primos tuyos no irían a cambiar de idea. Estará con una excitación febril hasta que nos vea llegar, y no sabía si venir conmigo a recibiros o quedarse en casa para vigilar las tortas de chicharrones. Dice que son una de tus especialidades favoritas, Teresa, y quería que las encontraras a punto de comerlas.
—Vayamos en seguida a casa —sugirió Teresa.
Subimos al calesín y tía Patty tomó las riendas.
—¿Qué tal el último trimestre? —preguntó al ponernos en camino.
—Lleno de incidentes —respondí—. Demasiados para poder contártelos ahora.
—Está bien, esperaremos hasta estar bien sentadas —dijo tía Patty—. A propósito, ha venido un caballero que deseaba verte.
—¿Quién era?
—Fue Violet quien lo recibió. Quedó entusiasmada con él. Dice que es el caballero más apuesto y amable que jamás haya visto.
—Pero… ¿cuál es su nombre?
—No lo recuerda. Ya sabes cómo es Violet. Demasiado absorta en hacerle probar alguno de aquellos pastelillos de almendra de los que tanto se enorgullece. Ha dicho que él no podía esperar. Está instalado en El Escudo Real.
—Es extraño. No tengo idea de quién pueda ser.
Había pensado al principio que tal vez Jason hubiera decidido no ir a Suiza y en cambio hubiese venido a verme. Pero él sabía exactamente cuándo llegaba yo y no nos habría visitado el día antes. Por otra parte, Violet ya lo conocía.
—Violet te dará más detalles. Ya estamos llegando. ¡Vamos Botón de Oro! Este caballo siempre se excita cuando enfilamos el camino de casa. Aunque lo quisieras, no lograrías que pasara de largo ante ella.
Allí estaba la casa, separada del camino por sus extensiones de verde césped y el seto de macrocarpas que había plantado Violet. Cuando llegaron, yo recordaba que eran poco más que cañitas plumosas, pero habían crecido mucho. Había las matas de lavanda y de budleya, cubiertas de blancas mariposas, y aquel ambiente de paz perfecta.
Violet hizo su aparición, secándose apresuradamente las manos, y nos abrazó a Teresa y a mí.
—¡Ya estáis aquí! Bienvenidas a casa. Cordelia, te encuentro un poco pálida. Y tú, Teresa, ¿cómo estás? Ya temía que esos primos tuyos volvieran a dar la lata. Pero ya estás aquí, y aquí te vas a quedar. Las tortas de chicharrones están en su punto y, apenas oí que el coche entraba en el camino, puse la tetera al fuego.
—Es maravilloso estar en casa —dije yo, y entramos todas en ella.
—¿Y si tomáramos el té afuera? —inquirió Violet, y prosiguió—: Pero las avispas son una plaga este año; será mejor que lo tomemos dentro. Podemos abrir las ventanas de par en par y así veremos el jardín. Estupendo, ¿verdad? Después podéis ir a vuestras habitaciones, pero antes el té.
—Y lo que dice Violet siempre es una orden, como todas sabemos —dijo tía Patty, arrellanándose cómodamente en una butaca—. Bueno, ¿qué ha ocurrido pues? —preguntó.
—La gran noticia es que Fiona Verringer se fugó con un hombre después del festival.
—¿Que se fugó? ¿No es la chica de aquella gran mansión?
—Sí, una de las dos hermanas.
—Alguien vino aquí una vez —recordó Violet—. ¿No era de esa casa?
—Sí, es el tío de ellas. Hubo un escándalo tremendo, ¿no es verdad, Teresa?
—Ya lo creo. La señorita Hetherington estaba furiosa.
—Lo creo —dijo tía Patty—. ¡Mira que fugarse una de sus alumnas!
—Fue muy romántico —comentó Teresa.
—Creo que están en algún lugar de Suiza.
—A lo mejor están cerca de Schaffenbrucken —dijo Violet—. Anda, coge otra torta, Teresa. Las he hecho especialmente para ti.
—Oh, Violet, es demasiado. ¿Qué hay para cenar?
—No hagas preguntas y no oirás mentiras. Sabes perfectamente que no hablo de mis platos hasta que los sirvo. Espera y lo verás…, pero todavía falta mucho para la cena y, en tu lugar, yo comería otra torta.
Teresa lo hizo y me asombró ver cómo desaparecía en ella el malhumor que yo le había notado ese último trimestre. Me pregunté si debía contarle a tía Patty lo del anónimo, pero opté por esperar. No quería trastornar la paz de aquel hogar, y mientras estuviera en él bien podía olvidar lo demás.
—A propósito, Violet —dije—. Dice tía Patty que vino un visitante.
—Oh, sí. Ayer. ¡Qué caballero tan refinado! Bien hablado, cortés en todo, alto y bien parecido.
—¿Y no recuerdas el nombre de tan brillante caballero?
—Lo dijo, pero no acierto a recordarlo. Dijo que en particular quería verte a ti… Algo acerca del pasado.
—¿Qué quieres decir con eso del pasado?
—Bueno, al parecer te conocía ya.
—Y tú no recuerdas su nombre. Ay, Violet…
—En realidad, lo dijo al llegar, y ya sabes qué calamidad soy yo para los nombres. Lo sabrás mañana, pues él volverá. Sé que lo hará. Parece hombre de palabra, y deseaba tanto verte…
—¿Y dices que es alto?
—Alto y rubio.
Me sentí transportada de nuevo al bosque. «Es el momento propicio para que ocurran cosas extrañas. Ha regresado y dará explicaciones», pensé.
Una gran excitación se apoderó de mí y pensé que resultaría maravilloso verlo de nuevo.
—¿No se llamaría Edward Compton? —pregunté.
Violet reflexionó.
—Podría ser. No diría que no fuese éste su nombre… pero tampoco aseguraría que sí lo fuese.
—¡Oh, Violet! —exclamé exasperada.
—Bueno, ¿a qué viene tanta pregunta? Lo sabrás mañana. La paciencia es una virtud… y no me refiero a ti, Patty.
Tía Patty sonrió, sin dejar ver que había oído esa broma cientos de veces de labios de Violet.
«Mañana», pensé. No era una espera muy larga.
*****
La ya familiar paz de Moldenbury descendió sobre mí. Vacié mis maletas y fui a dar un paseo con Teresa. Después de cenar nos sentamos en el jardín y hablamos jocosamente acerca de cosas del pueblo. La gran tómbola y la fiesta de la parroquia estaban al caer, y hubo una controversia acerca de si los beneficios debían ir destinados al campanario o a las campanas. Tía Patty era partidaria del campanario.
—No queremos que se nos derrumbe sobre nuestras cabezas —alegó.
Pero Violet estaba en favor de las campanas:
—De poco sirve tener un campanario si no hay campanas que atraigan a la gente a la iglesia.
Y la conversación se prolongó por estos derroteros.
Cuando fui a acostarme, tía Patty vino a mi cuarto.
—¿Todo va bien? —me preguntó—. Me ha parecido verte un poco… remota. Supongo que no estarás preocupada por esa chica que se ha fugado, ¿verdad? Espero que no te culpen de ello…
—Oh, no… Daisy es muy justa. No fue culpa de ninguna persona de la escuela. Fueron más bien las mismas chicas. Algunas de ellas habían estado viéndose con ese hombre. Si se hubiera tratado de Eugenie Verringer, yo no me habría sentido tan sorprendida, pero que Fiona se mostrase tan audaz… bueno, fue impropio de ella.
—Enamorada, supongo. Dicen que eso cambia a la gente. Cordelia, ¿quieres decirme qué es lo que te da vueltas en la cabeza?
Vacilé, pero al final se lo solté:
—Recibí un anónimo. Era horrible. Me acusaba de estar implicada… nada menos que en un asesinato.
—¡Dios me valga!
—Algo referente a una mujer que desapareció repentinamente. Durante algún tiempo fue la amante de Jason Verringer y él…
—Él parecía muy interesado en ti cuando vino. Lo recuerdo.
—Sí —admití.
—¿Y qué sientes tú por él?
—Trato de evitarlo tanto como puedo, pero no es hombre que respete los deseos de los demás si entran en conflicto con lo que quiere él. Es arrogante y cruel, y es también muy poderoso. Parece como si fuera el amo de todo lo que hay en Colby… incluida la escuela. Hasta Daisy Hetherington es un pequeño súbdito suyo.
Tía Patty meneó lentamente la cabeza.
—Yo diría que hay muchas cosas en lo que acabas de contarme.
Las había, pero no osaba hablar de aquella escena en la que me había cortado las manos con los cristales de la ventana.
—Siempre puedes marcharte —prosiguió ella, con afecto—. Vuelve aquí. Más adelante, podrías hacer otra cosa si quisieras. Ya sabes que el de Daisy no es el único colegio del país.
—¿Dejar la escuela? ¿Dejar Colby? No puedo ni pensarlo. Además, debería darles todo un trimestre después de despedirme, de modo que igualmente habría de volver a todos aquellos rumores y maledicencias. Hasta Teresa está trastornada.
—¿En qué la afecta todo esto a ella?
—Debe de haber muchas habladurías sobre Jason Verringer y yo. Ella cree que él tiene que ver con la desaparición de esa mujer, y estoy segura de que teme por mí. Tengo la impresión de que desea prevenirme contra él… ¡cómo si yo necesitara que me previnieran!
Tía Patty me miraba inquisitivamente, y proseguí:
—Las chicas hablan por los codos y exageran las cosas. Ella sospecha que él mató a esa mujer. Para las chicas de la edad de Teresa sólo hay lo bueno y lo malo…, los santos y los demonios.
—Y ella lo ha puesto a él en la categoría de los demonios.
—Desde luego.
—¿Y tú también?
Me sentí bastante confusa al recordar tantas cosas de él y el peculiar agrado que su proximidad me producía.
—Le recuerdo perfectamente desde su visita —prosiguió tía Patty—. No me pareció una persona muy dichosa.
—No creo que en realidad haya conocido la dicha. Su matrimonio fue un fracaso y creo que ha buscado en todas las direcciones menos recomendables.
—Es extraño —dijo tía Patty— que tantas personas poseedoras de bienes mundanos carezcan de una auténtica felicidad. Supongo que debe de ser muy rico.
—Muchísimo.
—Siempre he pensado que las personas realmente afortunadas en la vida son aquellas que saben cómo ser felices. Si no eres feliz, no tienes éxito. Puedes poseer todos los reinos de la tierra, pero si no has encontrado la felicidad habrás fracasado. Al fin y al cabo, es lo que todos andamos buscando, ¿no crees?
—Tienes razón. Tú y Violet debéis de ser las dos personas más afortunadas del mundo.
—Te hace reír, ¿verdad? Ahí estamos metidas en esta casita… sin ninguna importancia ante el mundo, excepto para los más próximos a nosotras, y sin embargo hemos conseguido el objetivo por el que tantos pelean. Sí, somos felices. Mi querida niña, quiero para ti esta misma felicidad. Tal vez para mí haya sido más fácil. Yo siempre he estado soltera y me he creado mi propia vida, pero ha sido una buena vida.
—Tú has logrado que lo fuese.
—Todos hacemos de nuestras vidas lo que son. A veces hay una pareja para ayudarnos en esta tarea, en cuyo caso no siempre es fácil seguir el camino que una quiere. Ahí radican las dificultades. ¡Ese pobre hombre! Interesante… pero yo entreví en él alguna faceta oscura. No es una persona dichosa. Tú sí lo eres, Cordelia. Tú llegaste a nuestro lado y todo fue perfecto… desde un buen principio. Te dimos amor y tú lo aceptaste y nos diste amor a cambio. Fue fácil… no hubo complicaciones. Sé que no hablo con claridad, pero quiero que tengas mucho cuidado si llega el momento de decidir que alguien comparta tu vida.
—No pienso compartir mi vida con nadie, tía Patty, excepto contigo y con Violet.
—Piensas mucho en aquel hombre.
—Tía Patty, lo aborrezco. Lo considero el más…
Levantó una mano para interrumpirme.
—Eres tan vehemente…
—También lo serías tú si…
Ella esperó, pero yo no continué. De pronto, tía Patty se acercó a mí y me besó.
—Querida —me dijo—, has elegido tu profesión y te amoldas bien a ella. Tu intención era guiar, aconsejar y proteger. Él es, como explicas, un hombre de mundo, y a veces éstos son los que necesitan más amparo. Bien, ya veremos. Ahora estás aquí y debes entregarte al descanso, y hablaremos una y otra vez. Pero ya es hora de que te acuestes. Buenas noches, querida.
Me arrojé en sus brazos y me besó. Después me soltó y se encaminó hacia la puerta. Ninguna de las dos quiso mostrar la profundidad de su emoción, pero ambas conocíamos nuestro amor y confianza mutuos y no había necesidad de hablar de ellos.
Me acosté entre las sábanas aromatizadas con lavanda y pensé en Violet, recolectando asiduamente los brotes y metiéndolos en bolsitas para perfumar la ropa de la casa, así como los vestidos de tía Patty. Paz… pero ¿cómo iba a disfrutarla yo?
Después pensé en el día siguiente y en la visita del misterioso caballero. Estaba casi convencida de que se trataba del desconocido del bosque que por fin había venido a buscarme. Podía recordar su cara con toda claridad. Sí, indudablemente era guapo. Sus cabellos rubios arrancaban desde una frente despejada y tenía facciones enérgicas y ojos azules penetrantes, y había en él algo que le diferenciaba de otros hombres, algo que no parecía ser de este mundo. ¿O acaso lo imaginaba yo desde que tuve aquella insólita experiencia en el cementerio de Suffolk?
Qué extraño sería si realmente volviera a verlo. Me pregunté qué explicación podía haber y qué sentiría yo al encontrarme cara a cara con él.
*****
Habíamos desayunado y Teresa ayudaba a Violet a lavar los platos. Tía Patty se disponía a ir a la vicaría para hablar de la tómbola y me preguntaba si me gustaría ir con ella.
—Te adjudicarán un tenderete —me dijo—; por favor, no te quedes con el Elefante Blanco si puedes evitarlo. Los sacan un año tras otro, y ahora todo el mundo los conoce ya.
—Los elefantes nunca olvidan —sentenció Violet desde la cocina—. Y la gente nunca olvida a los elefantes blancos.
—Violet está de buen humor esta mañana —comentó tía Patty—. Es porque sabe que Teresa va a ayudarla en el cobertizo del plantel.
—Voy a buscar mi chaqueta y vendré contigo —dije.
Cuando bajé, un hombre se acercaba por el camino de entrada. Era alto y rubio, y nunca le había visto antes.
Violet también lo había visto desde la ventana de la cocina.
—¡Está aquí! —gritó—. Es aquel caballero…
Salí al jardín frontal y él me dijo:
—Usted debe de ser Cordelia…, la señorita Grant.
—Sí —contesté—, pero no sé con quién…
—Usted no me conoce, pero pensé que debía venir a verla. Soy John Markham, el hermano de Lydia. ¿Recuerda a Lydia?
—¿A Lydia Markham? Ya lo creo. Oh, me complace mucho conocerle.
—Espero que no le importe que me haya presentado de improviso.
—Estoy contenta de su visita. —Tía Patty había salido también—. Tía Patty —dije—, te presento al señor Markham. Ya me has oído hablar de Lydia, que estaba conmigo en Schaffenbrucken. Es su hermano.
—Encantada de conocerle —dijo tía Patty—. ¿Verdad que vino ayer?
—Así es, y me dijeron que hoy encontraría aquí a la señorita Grant.
—Entre, por favor.
—¿No se disponían a salir?
—No importa.
Conduje al señor Markham a la pequeña sala de estar y Violet vino también.
—Veo que ha vuelto —dijo—. Siéntese, por favor. Voy a prepararle algo. ¿Prefiere café o té?
—Ante todo —contestó—, desearía hablar con la señorita Grant.
—Más tarde le serviré algo —insistió Violet—. El vino de chirivía ha salido particularmente bueno este año.
—Muchas gracias.
—Yo iré a la vicaría —dijo tía Patty—. Los dos pueden hablar y después volveremos a vernos.
Se retiraron pues las dos y nos dejaron solos.
—Espero no haber llegado en un momento intempestivo —me dijo él.
—No, desde luego. Y me alegro de conocerle. He estado pensando mucho en Lydia porque le escribí y no tuve respuesta. ¿Cómo está? Me gustaría que hubiera venido con usted.
—Lydia ha muerto —me dijo.
—¿Ha muerto? Pero si…
—Sí. Fue un golpe terrible para todos nosotros. La echamos mucho de menos.
—Pero si era tan joven… y nunca estaba enferma. ¿Cómo murió?
—Fue un accidente en la montaña… en Suiza. Estaba esquiando.
—¿Lydia esquiando? Pero si siempre evitaba los deportes al aire libre cuando estaba en la escuela. Incluso procuraba saltarse la gimnasia si podía.
—Estaba con su esposo.
—¡Con su esposo! ¿O sea que Lydia se había casado?
—Es una historia muy larga. Yo quería verla porque ella me había hablado a menudo de usted. Creo que entre sus amigas del colegio usted era la predilecta. Después usted le escribió. Yo encontré su carta y pensé que o bien debía escribirle para explicarle lo ocurrido, o bien venir a verla. Y opté por venir.
—Lo siento… no puedo pensar con claridad. Ha sido un duro golpe. ¡Lydia… muerta!
—Fue muy trágico. Su marido estaba desconsolado. No llevaban más de tres meses casados.
—Es que no puedo creerlo. Yo creía que ella iba a pasar otro año en Schaffenbrucken.
—Sí, ya lo sé. Sólo tenía diecisiete años. Pero conoció a ese hombre y se enamoró de él. Nosotros queríamos que esperaran, pero Lydia se negó. A veces era muy testaruda. Nuestro padre titubeaba, pero siempre había mimado mucho a Lydia. Mi hermano y yo le llevábamos unos años. Él nos quería mucho a todos, pero a Lydia la adoraba. Murió poco después que ella. Tenía el corazón delicado y ese golpe acabó con él.
—No sé cómo decirle lo trastornada que estoy.
—Le agradezco este sentimiento. Quería que usted lo supiera, pues pensé que tal vez escribiría otra vez a Lydia.
—¿Y dónde conoció a ese joven?
—Mark Chessingham se había instalado cerca de nuestra granja en Epping. Nosotros no somos granjeros; dirige la granja un administrador, pero es para nosotros un hobby. Vivimos casi siempre en Londres y vamos a la granja los fines de semana y siempre que podemos escaparnos. Él estaba allí cerca, estudiando leyes. Su familia tenía su negocio en Basilea y vivienda en Londres, pero él se había trasladado al campo para estudiar, ya que debía examinarse. Nuestra granja se encuentra junto al bosque de Epping, lo que resulta muy conveniente dada su proximidad con Londres. En realidad, por esto mi padre seleccionó en particular este lugar. —Hizo una breve pausa y prosiguió—: Se encontraron un día, se enamoraron y querían casarse. Mi padre hubiera preferido un noviazgo largo, pero Lydia no quiso saber nada de ello y amenazó con fugarse si no se le daba el consentimiento. Al final mi padre cedió… aunque de mala gana, claro está. Pero Mark era un joven encantador y parecía ser un partido conveniente. Debido a esta rapidez, hubo una boda de estricta intimidad.
—Ella no me escribió para comunicármelo.
—En realidad es extraño, porque a menudo la mencionaba a usted, y se sentía muy orgullosa de él y de casarse. Él era un joven muy amable. Lydia poseía una pequeña fortuna que pasó a sus manos al casarse; primero pensé que esto podía tener algo que ver con todo lo demás, pero él parecía estar bien acomodado y el negocio de su familia era conocido, incluso en Inglaterra, y además nunca mostró el menor interés por el dinero de ella. Abandonaron Inglaterra casi inmediatamente después de la boda y tres meses más tarde… ella había muerto. Habíamos recibido cartas de ella tan llenas de satisfacción que hasta mi padre llegó a la conclusión de que, después de todo, había obrado acertadamente al permitirle casarse. Y un día recibimos la noticia. Mark estaba deshecho. Nos escribió una carta de un tremendo patetismo. Nos dijo que ella era demasiado intrépida y que muchas veces él se lo había advertido. Pero le gustaba correr riesgos. Ella se mostraba entusiasta y sobre todo deseosa de sobresalir ante él, y trataba de imitar lo que hacían los expertos. Y éste fue el fin. No recuperaron su cuerpo hasta una semana después del accidente.
Yo guardé silencio y él me dijo afectuosamente:
—Siento haberle dado este disgusto. Tal vez habría sido mejor que no hubiese venido.
—No, no, prefiero haberme enterado. Pero no deja de ser un duro golpe. Cuando se ha conocido a alguien tan bien como yo a Lydia… aunque haya pasado tiempo desde la última vez que la vi…
—Me emociona que la quisiera tanto.
—Dígame —le pregunté—, ¿está usted pasando unas vacaciones?
—No. Estoy trabajando en Londres, pero pensé que debía tomarme unos días de asueto y venir a verla. Tenía el presentimiento de que usted lo querría así. Debo confesar que leí su última carta a Lydia y creí que debía comunicárselo. No quería que usted pensara que ella no había querido contestarle.
—Lydia solía hablarme mucho de su familia. Les quería tanto a todos ustedes… Supongo que usted es ahora el cabeza de familia.
—Así es, en cierto modo, pero en nuestra familia nunca ha habido una actitud patriarcal. Todos nos hemos querido mucho.
—Usted trabaja en la banca, ¿no es así?
—Sí.
—¿En la City de Londres?
Asintió con la cabeza.
—Tenemos una casa en Kensington y además, como ya le he dicho, la granja. Mi madre murió, pero siempre tuvimos la suerte de contar con buenas amas para Lydia. En casa siempre había buen humor. Nuestro padre era más bien como un hermano para nosotros. Tal vez no fuese lo bastante estricto… con Lydia, por ejemplo. Si ella hubiera esperado… Si no hubiese sido tan impetuosa…
—Era una chica tan feliz… Por su manera de hablar de su hogar… se veía lo que éste significaba para ella.
—Sin embargo, se marchó con un hombre al que apenas conocía.
—Así es el amor —dije.
—Supongo que tiene razón. Si al menos… pero éste es un tema morboso. Por favor, cuénteme algo acerca de usted. Lydia solía decir que usted iba a asociarse con su tía en una maravillosa mansión isabelina.
—Creo que exageraba acerca de las glorias de esa mansión. Tal vez yo tienda a exagerar cuando me siento orgullosa de algo.
—Creo que todos lo hacemos.
—Al parecer, di a mis amigas la impresión de que éramos fabulosamente ricas y de que teníamos esa impresionante casa solariega con una escuela muy prestigiosa y rentable como hobby. Cuando llegaron las vacaciones y regresé a casa, descubrí que mi tía se encontraba en dificultades financieras, iba a venderse la casa y yo había de obtener un puesto en otra escuela.
—Cosa que hizo.
—Sí, en Devon… un maravilloso lugar muy antiguo, en medio de las ruinas de una abadía. La escuela es lo que antes eran las dependencias de los hermanos legos.
—Parece fascinante.
—Sí, lo es.
—Y a usted le gusta enormemente.
—Es impresionante. Siento la mayor admiración por la directora y su manera de llevar la escuela, y cuando vienen las vacaciones me escapo a este lugar.
—Es una casa preciosa. No sé por qué… —se interrumpió bruscamente—. Siento que esto haya parecido…
Me eché a reír.
—Esto ha parecido ser la verdad. Una casita de lo más corriente… no mucho más que un cottage, pero algo hay en ella, ¿verdad que sí? No lleva usted aquí media hora y ya lo ha notado. Es mi tía. Logra esto allí donde ella está.
—Espero tener la oportunidad de verla otra vez.
—¿Cuándo debe usted regresar?
—Pensaba marcharme mañana.
—Bien, pues estoy segura de que se le invitará a almorzar si juega debidamente sus cartas. De un momento a otro, Violet, es la mejor amiga y compañera de mi tía, aparecerá con una bandeja en la que habrá copas y una botella de su vino de chirivía. Si lo bebe complacido y llega hasta el punto de asegurarle que jamás había probado mejor vino de chirivía, seguramente se le pedirá que se quede a almorzar.
—¿Todo depende de esto?
—Claro que no. Mi tía se lo pedirá, y yo ya he decidido hacerlo. Con esto basta. Pero complacerá a Violet. No se muestre demasiado efusivo, pues es muy astuta. Limítese a saborearlo, incline la cabeza a un lado y diga: «Ah». Ella es una persona angelical, aunque la gente no siempre lo comprenda. Nos gusta embromarla y al mismo tiempo halagarla.
—Gracias por la advertencia.
—Y ahí está Violet —dije—, y sí… trae su vino de chirivía.
—Fue un buen año —explicó Violet— y nadie puede hacer buen vino sin una buena cosecha. Usted ya lo sabe, señor…
—Señor Markham —la ayudé.
—Oh sí, ahora lo recuerdo. Ahora, señor Markham, pruebe esto. Teresa, trae aquellos bizcochos de vino.
—Me está mimando demasiado —dijo John Markham.
Tomó la copa reverentemente y, alzándola hacia sus labios, aspiró el aroma como si estuviera catando vino en la bodega de un château entre viñedos. Tomó un pequeño sorbo y reinó un profundo silencio. Después miró hacia el techo y dijo:
—Lo sabía antes de probarlo. El bouquet es soberbio y no cabe duda de que debe ser de un año de excelente cosecha.
Las mejillas de Violet se encendieron.
—Veo que usted es de los que saben de qué están hablando.
—Yo sugería al señor Markham que se quedara a almorzar con nosotras —dije—. Se hospeda en el Escudo del Rey.
Violet hizo una mueca.
—He oído decir que la comida no es gran cosa allí. Claro que si lo hubiera sabido…, pero sólo hay empanada de pastor y tarta de manzana.
—Nada puede agradarme más que la empanada de pastor y la tarta de manzana.
—Bueno —dijo Violet, todavía complacida—. Con mucho gusto. Voy a poner otro cubierto.
Teresa había entrado y fue presentada.
Cuando tía Patty regresó, John Markham había conseguido causar una impresión inmejorable tanto en Violet como en Teresa. Para mí, era el hermano de Lydia y ya no podía considerarlo como un desconocido.
*****
Se quedó a almorzar y después regresó a su hotel, pero no antes de haber recibido una invitación para que cenara con nosotras.
Yo sabía que le había entristecido profundamente la muerte de Lydia, pero no era de los que transmiten sus penas a los demás. Tenía una conversación amena y divertida. Habló sobre la banca, sobre su vida en Londres y sobre su granja de Epping. Dijo que su hermano Charles estaba en Londres, pero siempre era agradable ir a la granja cuando surgía una oportunidad.
—Es sorprendente —comentó— cuán agradable resulta segar heno y reunir la cosecha… sobre todo después de pasar días en una oficina barajando cifras y realizando todas las actividades que constituyen la vida de un banquero. No es que yo sea contrario a la profesión de banquero, pues la encuentro fascinante. Es sólo el cambio… la satisfacción de arremangarme, ponerme mis viejas ropas de granjero y cambiar el barniz de la ciudad por un poco de ajetreo rural.
Violet se había criado en una granja, escuchaba con avidez. Nunca había visto que se sintiera atraída tan pronto por un recién llegado. Éste contaba multitud de anécdotas sobre la granja, y cómo al principio no tenía ni idea de lo que debía hacerse allí, y además sabía contarlas con gracejo.
Teresa escuchaba sus anécdotas con el mayor interés.
—Me gustaría vivir en una granja —dijo.
Después de cenar nos sentamos en el jardín.
—El fresco del anochecer es el mejor momento del día —comentó Violet.
Todas fuimos hasta la verja para despedirle, y lamentando que su visita hubiera terminado ya.
Pero volvió a la mañana siguiente.
Violet estaba en el jardín pelando patatas, tarea que a menudo efectuaba al aire libre cuando hacía buen tiempo, y Teresa estaba a su lado desgranado guisantes. Tía Patty estaba vestida para salir y yo me disponía a acompañarla al pueblo para hacer unas compras. Y entonces se presentó él. Desde mi ventana le vi llegar por el camino de entrada.
—¡Hola! —le grité—. ¡Creí que se había marchado!
—No me he sentido con fuerzas —fue su respuesta.
—Vaya al jardín —le dije—. Bajo en seguida.
—¡Válgame Dios! —exclamó Violet; pero había enrojecido de pura satisfacción, y también Teresa.
—En realidad —explicó él—, pensé que podía quedarme un día más.
—Lo cual nos complace a todas —contesté.
Tía Patty salió al jardín con su sombrero de girasoles.
—Ésta es una agradable sorpresa.
—Y una agradable bienvenida —replicó él.
—Se queda otro día —explicó Violet—. Teresa, tráeme tres patatas más. Creo que habrá bastantes guisantes.
—Muchas gracias —dijo el visitante—. Estaba esperando que me pidieran que me quedase.
—Cuando pienso en lo que sirven en el comedor del Escudo del Rey, no estaría bien que no procurásemos sacarlo de él —comentó Violet.
—Yo esperaba —dijo él— que se me pidiera que me quedara por otra razón.
—¿Cuál? —preguntó Teresa.
—La de que juzgaran mi compañía lo bastante amena como para cargar conmigo otro día.
—¡Oh, ya lo creo! —exclamó Teresa.
—Y para cenar hay cerdo asado —dijo Violet.
—¿Es esto una información o una invitación?
—Conociendo a Violet como la conozco —explicó tía Patty—, es ambas cosas.
—Parece como si yo hubiera llegado en el momento en que ustedes se disponían a salir —dijo, mirando las ropas de calle que llevábamos tía Patty y yo.
—Sólo hasta la tienda del pueblo. Vamos a ir en el calesín. ¿Le gustaría venir? Cordelia puede enseñarle la iglesia mientras yo hago mis compras y después podemos regresar juntos. La iglesia merece una visita, aunque el campanario corre peligro de derrumbarse de un momento a otro.
—Y las campanas están resquebrajadas —intervino Violet—. Debiera usted oírlas, señor Markham, o quizá mejor que no las oiga. Es una vergüenza.
—Debemos irnos antes de que empiece la controversia del campanario y las campanas —dijo tía Patty—. En marcha.
Era una mañana muy agradable. John Markham y yo fuimos a la iglesia y le enseñé los ventanales con cristales de colores que tenían fama en la región, así como las efigies en bronce de los habitantes ilustres y los nombres de los vicarios a partir del siglo XII. Visitamos el cementerio, pasando por encima de antiguas lápidas cuyas inscripciones estaban ya casi borradas por el tiempo y el clima, y cuando tía Patty se reunió con nosotros, pensé que conocía ya muy bien a John Markham.
Mientras cenábamos al anochecer, éste dijo:
—Mañana tendré que ir a Londres y al cabo de un par de semanas iré a la granja y me quedaré allí ocho días. Me gustaría que vinieran y la vieran.
—¿Qué? —exclamó Teresa—. ¿Todas nosotras?
—Hay lugar de sobra y nos gusta tener visitantes. En realidad, el antiguo edificio no se utiliza debidamente. Simon Briggs, nuestro administrador, tiene su propia casa. Él nunca utiliza la de la granja; ésta es solamente para la familia y siempre decimos que debe ser mejor aprovechada. Y bien, ¿qué les parece?
Tía Patty miró a Violet y ésta bajó la vista hacia su plato. Normalmente, yo hubiera esperado que presentara toda clase de objeciones, pero no fue así.
Tía Patty, a la que entusiasmaba que ocurrieran cosas inesperadas, me estaba sonriendo.
—Oh, sí… —dijo Teresa.
—¿Está usted seguro? —pregunté yo—. Es que somos cuatro.
—Esto no es nada para Forest Hill. Aquel caserón admite veinte personas sin que apenas se note. ¿Qué me contestan?
—Parece… muy tentador —dije.
Todos se echaron a reír y, a partir de entonces, empezamos a planear apresuradamente nuestra visita a la granja de los Markham en el linde del bosque.
*****
La semana que pasamos en Forest Hill permanecería en nuestros recuerdos durante muy largo tiempo.
A menudo yo pensaba en Jason Verringer y me preguntaba qué haría en el continente, en su búsqueda de Fiona, pero también me preguntaba qué haría en caso de encontrarla. Si estaba casada, difícilmente podría llevársela de nuevo a su casa. Se me ocurrió que, cuando regresara, tal vez fuese a Moldenbury y, como no quería que esto ocurriera mientras estábamos en Epping, le escribí una breve nota diciéndole que esperaba que hubiera hallado informaciones satisfactorias respecto a Fiona y que yo no estaría en Moldenbury, puesto que estábamos visitando a unos amigos.
Hubo considerable alboroto en nuestros preparativos para esta visita. Violet insistía en efectuar una cierta limpieza a fondo de la casa.
—Por si acaso ocurriera algo. No querría que entrara gente aquí y lo encontrara todo patas arriba.
—¿Y qué ha de ocurrir? —pregunté yo.
Violet apretó los labios y guardó silencio, pero tratándose de ella seguro que había pensado en accidentes de ferrocarril en los que habíamos de perecer todos, o en cualquier desastre por el estilo. Pero se había empeñado en que la casa quedara como si hubiera de recibir alguna visita especial, y dejamos que obrara a su antojo.
Teresa y yo preparamos nuestro equipaje entre discusiones interminables acerca de lo que habíamos de llevarnos para pasar una semana en una granja. Tía Patty dispuso tres sombrereras, cada una de los cuales contenía dos sombreros. No hicimos el menor comentario al respecto, pues sabíamos que tía Patty y sus sombreros eran inseparables.
John Markham nos esperaba en Londres y partimos juntos, y desde el momento en que llegamos nos encantó el lugar.
A causa del calor estival, la henificación comenzó temprano y todas tomamos parte en ella. Contemplábamos ansiosamente el cielo temiendo señales de lluvia, y Teresa y yo llevábamos botellas de té frío y pan y queso a los jornaleros. Nos sentábamos con ellos a la sombra y escuchábamos su charla. Ayudamos a hacer gavillas y pajares, y recogimos las amapolas que crecían en los linderos de los campos.
Teresa y yo efectuamos paseos a caballo a través del bosque, y otras veces hicimos excursiones a pie. El bosque era hermoso pero los árboles ya empezaban a mostrar los tonos otoñales y los olmos, hayas, abedules y sicomoros se teñían de amarillo, y los robles adquirían una coloración pardo rojiza. Recuerdo el olor de la madreselva, que crecía profusamente junto a la puerta de la casa. Todavía hoy me trae un recuerdo de paz.
Por la noche, acostada en mi habitación, saboreaba el placer de sentirme cansada físicamente e intoxicada por el sol y el aire puro. Dormía mejor que en cualquier otro momento desde que había recibido el anónimo, y me sorprendía comprobar que durante todo el día no había pensado en él ni en rumores o escándalos. Tan cansada estaba y tan repleta de las impresiones del día que era incapaz de sentir la misma aprensión y el horror que antes me asaltaban. Notaba que me estaba curando.
Almorzábamos al mediodía en la gran mesa de madera de la cocina, con las ventanas abiertas de par en par, por las que entraba el olor del heno recién segado, y escuchábamos las conversaciones sobre la cosecha, uniéndonos a ellas.
—Es una lástima que no estén ustedes aquí cuando llegue la cosecha —dijo John.
Parecía totalmente distinto del impecable caballero que nos había visitado en Moldenbury. Yo tenía la impresión —y sabía que a las otras les ocurría lo mismo— de que le conocía desde hacía mucho tiempo.
—Tal vez pudiéramos estar —murmuró Teresa, pensativa.
—Teresa —le recordé—, tenemos que volver pronto a la escuela.
—No me hable de ello —replicó Teresa con pesar.
John nos habló de la cosecha en su finca y de la fiesta de los segadores.
—Es el mejor tiempo del año. Los niños hacen muñecos de maíz, cuando ya está todo segado.
—«Y entonces comienzan las tormentas invernales» —citó Violet.
—Y los colgamos en las paredes. Son talismanes para asegurar una buena cosecha el año siguiente.
—En casa los hacíamos —dijo Violet.
—Es una costumbre muy extendida —explicó John—. Y creo que se remonta a la edad media.
—Me gusta que se conserven las costumbres —dijo Violet.
Creo que era ella la que más nos sorprendía. Estaba disfrutando de lo lindo en Forest Hill. Se había apoderado de la cocina. La esposa del encargado, que normalmente se ocupaba de la casa cuando los propietarios estaban en ella, le cedió encantada esta responsabilidad, y Violet se encontraba en su elemento. Hablaba de su infancia y se ponía bastante sentimental.
A pesar de nuestra grata estancia, no podía quitarme a Lydia de mi mente y cuando John me dijo que yo tenía el dormitorio de su hermana, me pareció notar su presencia en él y un par de veces soñé con ella.
Creí oír su voz en sueños: «No debes preocuparte por mí, Cordelia. Estoy muerta».
Desperté con el eco de sus palabras en mis oídos. Las finas cortinas revoloteaban hacia afuera, pues se había levantado viento y la ventana estaba abierta de par en par. Al salir sobresaltada de mi sueño, creí ver un fantasma de pie allí.
—¡Lydia! —grité, sentándome en la cama.
Entonces vi lo que era, me levanté y entorné la ventana. Hacía bastante frío.
Volví a acostarme, pero no pude dormir. Rememoré días ya lejanos, recordando a Lydia, pero por la mañana la olvidé y recorrí los campos riéndome con los demás.
John vino con nosotras a Londres y, después de instalarnos en el tren de Moldenbury, se dirigió a Kensington.
—Ha sido una semana maravillosa —dijo Teresa—. ¡Oh, me gusta John!
*****
Las vacaciones tocaban a su fin. Al día siguiente, Teresa y yo partiríamos hacia Colby.
Esa última noche, después de retirarse las demás, tía Patty vino a mi habitación para charlar un rato.
—En conjunto, han sido unas vacaciones muy agradables —me dijo—. Me agradan los Markham.
—Sí, es una familia feliz, pero todavía pesa sobre ellos la pérdida de Lydia.
Tía Patty guardó silencio durante unos segundos, y después dijo:
—Creo que John Markham va camino de enamorarse de ti, Cordelia.
—¡Vaya, tía Patty, pero si hace tan poco tiempo que lo conozco! Eres muy romántica.
—Ya sé que me consideras una ignorante en estas cuestiones, puesto que soy una vieja solterona que vive en el campo. Pero he leído novelas de esas de tres tomos y las intrigas que hay en ellas abren los ojos, incluso a una solterona vieja y tonta como yo.
La abracé y la besé.
—No quiero oír cosas como ésta sobre ti, aunque las digas tú misma.
—Era una casa tan bonita… —parecía especular con algo—. A menudo pienso en ti, casada y con niños. Has de saber que me encantarían unos cuantos chiquillos.
—Ay, querida tía Patty, lamento no poder complacerte.
—Ya lo harás algún día, no me cabe la menor duda. Sólo pensaba que aquel hogar es encantador… un lugar amable en el que te encuentras a gusto. Y creo que John Markham es una buena persona. Puedes confiar en él. Sabes que siempre está en su puesto en caso de necesidad… para hacer lo que más convenga.
—Estoy segura de que así es.
—Yo diría que volveremos a verle.
Me eché a reír.
—Estás urdiendo sueños románticos, tía Patty.
—¿Crees que sólo son sueños? Conozco los síntomas. Puedes sonreír, pero es porque piensas en mi falta de experiencia en estas cuestiones. Sin embargo, no soy del todo ignorante. En cierta ocasión pude haberme casado… sólo que todo se fue al traste.
—Nunca me lo habías dicho.
—Tampoco valía la pena. Él conoció a otra.
—Debía de ser tonto de capirote.
—Tengo entendido que fue muy feliz. En la vida todo se trata de tomar el buen camino en el momento oportuno. El tiempo es lo importante, y también la oportunidad… y ambas cosas han de ir juntas. Lo que cuenta es reconocer la oportunidad en su momento justo. Cordelia, cuando llegue el momento debes tomar la opción precisa. Buenas noches, mi querida niña.
Me abrazó estrechamente.
—Siempre me sentía reconfortada cuando me abrazabas así —le dije—. Lo hiciste la primera vez que nos vimos. Recuerdo el sombrero y el olor a lavanda… y entonces ya era así.
—Y siempre lo será, Cordelia —me dijo.
Después me besó y salió del cuarto.