Hasta la primavera no me casé con Jason. Para entonces, él podía caminar ya con la ayuda de un bastón. Yo había pasado con él tres meses en Austria. Tía Patty volvió a su casa al cabo de tres semanas. Dijo que estaba segura de que yo podía arreglármelas sin ella y que deseaba saber qué estaba haciendo Violet.
Fue una gran ayuda con Fiona, que se negaba a creer que hubiera estado casada con un individuo muy diferente al héroe romántico que ella había conocido siempre. Se había mostrado siempre tierno y afectuoso. Pensé cuán extraño resultaba esto y me quedé perpleja ante la complejidad de la naturaleza humana. Supuse que cuando él estaba con ella era tal como Fiona lo describía, y sin embargo en todo momento estaba esperando la oportunidad para matarla. Me pregunté qué clase de hombre podía ser para representar estos dos papeles con toda convicción.
Se habló en los periódicos del llamado caso del Novio Satánico. Se reveló que Hans Dowling era hijo de madre alemana y padre inglés, y que había asesinado a dos mujeres. Hubo otra antes de Lydia. Evidentemente, era un método para amasar una fortuna, pues cada una de las mujeres asesinadas le había dejado dinero. Su gran negocio había de ser el de Fiona y su hermana, a través del cual podía hacerse no sólo con la fortuna de Fiona sino también con la de la hermana, que pasaría a Fiona al morir Eugenie. Era la perspectiva de conseguir el dinero de Eugenie, así como el de Fiona, lo que había mantenido a ésta con vida. De no ser por esta circunstancia, habría sido eliminada mucho tiempo antes.
Jason era mi principal preocupación. Los dos juntos nos concentramos en acelerar su mejoría. Había horas de ejercicios en los que yo ayudaba; estaba junto a él día tras día y a menudo nos entregábamos a aquellas estimulantes batallas verbales que habían sido características de nuestra anterior relación.
Yo era más feliz que nunca, después de saber que iba a recuperarse, y a menudo me maravillaba el hecho de que tanta felicidad pudiera surgir de tantas cosas de mala índole.
Daisy se sintió ofendida por el hecho de no regresar yo a su escuela y por el de que se esfumara de la misma un poco de la gloriosa influencia de Schaffenbrucken, pero se esmeró en participar a los padres que la señorita que había aportado a su establecimiento la influencia de Schaffenbrucken iba a convertirse en lady Verringer, esposa del primer terrateniente de Devon. Y creo que esto le aportó no poco consuelo.
Elsa fue objeto de extradición y juzgada en Austria. En realidad no había matado, pero fue acusada de intento de asesinato y de complicidad en asesinato. Lo confesó todo, cosa que ayudó a Fiona a aceptar la verdad, y se le impuso una larga sentencia de cárcel.
Debió de haber innumerables habladurías en Colby y yo podía imaginar lo que tuvo lugar en aquellas charlas a través del mostrador de la estafeta de correos. Daisy me escribió, muy satisfecha, que ningún padre había considerado necesario retirar a su hija de la escuela.
Por consiguiente, llegamos a casa y nos casamos en la iglesia de Colby, y las campanas redoblaron con una nota muy diferente de la que habían saludado a mi llegada.
Elsa resultó ser una presa ejemplar y con el tiempo se le concedieron privilegios que le permitieron escribir un libro sobre su vida, libro que resultó muy revelador.
Explicó que ella y su familia vivieron en la pobreza en el pueblo de Croston, en Suffolk. Su madre sabía economizar, pero su padre era un borracho despilfarrador. Antes del incendio, había trabajado para el squire Edward Compton y, después de destruido el Manor, sólo trabajó a intermitencias, hasta que al final una borrachera lo llevó a la muerte. En casa, los niños habían hablado en alemán y en la escuela del pueblo en inglés, por lo que eran prácticamente bilingües. Elsa y su hermano Hans se avenían muchísimo; solían jugar los dos en las ruinas de la mansión incendiada y se imaginaban ser los propietarios de ella y vivir allí con todo esplendor. Hans juró que cuando fuese mayor encontraría la manera de poseer un lugar semejante, y que él y Elsa vivirían juntos allí. Éste fue el sueño constante a través de los duros años de extrema pobreza. Hans había llegado a odiar a los ricos. Solía ir al cementerio y contemplar la tumba de Edward Compton. «Moriste entre las llamas —decía—. Te estuvo bien merecido. Tú lo tenías todo y nosotros no tenemos nada. Pero un día yo tendré todo lo que se me antoje… Elsa y yo juntos». También iban a la iglesia y contemplaban las placas y monumentos de la familia Compton… Fue como un voto. Él le dijo a Elsa que era una batalla entre los que eran como ellos y los ricos. Si los ricos habían de morir para darles lo que ellos querían, los ricos morirían.
Elsa recordaba la noche en que fue con Hans a las ruinas y, contemplando la luna, él hizo un voto solemne. Había luna llena… la Luna del Cazador. Dijo: «Yo soy el cazador. Salgo a cazar lo que pretendo tener, y cuando lo tenga, mi querida hermana, lo compartiré contigo». Después entró en la iglesia y anunció solemnemente sus intenciones. Entre ellos se solían decir: «Recuerda la noche de la luna del cazador».
Elsa se había visto obligada a ayudarle. Se había sentido atemorizada después del primer asesinato, que tuvo lugar en Noruega, pero la operación fue efectuada sin el menor fallo. El matrimonio, un accidente en las montañas, un joven viudo desolado que recogió el dinero de su esposa y desapareció. Este primer caso aportó escasos beneficios y él decidió apuntar más alto. Se enteró entonces de la existencia de Schaffenbrucken, uno de los colegios más caros y exclusivos de Suiza. Todas las damitas que hubiera allí estarían entre los diecisiete y diecinueve años… por tanto, casaderas ya. Y los dos trazaron sus planes.
Era interesante leer todo aquello y a través del libro translucía algo del carácter de Elsa. Apreciaba a la gente, le gustaba bromear y reírse, y resultaba increíble que semejante persona pudiera contemplar el asesinato sin pestañear.
Dejaba bien claro que ambos habían cometido graves errores. Su hermano tuvo su gran desliz cuando descubrió que yo no correspondía a sus expectativas y en un momento de descuido me dio el nombre de Edward Compton. Tenía una fe casi mítica en que en mi caso había de conseguir el éxito, porque nos habíamos conocido en los días de la luna del cazador. A él le parecía ser éste un período significativo, y eso le había vuelto negligente a causa de un exceso de confianza. Ella cometió su equivocación al quedarse en la escuela tras descubrir que, por un capricho del destino, yo me encontraba en ella.
«Fue una de esas tretas malignas del destino —escribía—, haber elegido una escuela en la que trabajaba una de nuestras posibles víctimas».
Ella y su hermano solían coger las flores silvestres que crecían entre las ruinas de Compton Manor. Habían leído acerca de las propiedades de esas plantas curativas y a veces todo lo contrario. Descubrieron que muchas de las flores consideradas como ordinarias podían producir venenos mortales y, puesto que se habían embarcado en una carrera criminal, bien podían necesitar venenos. Se enteraron de que la dedalera contenía un veneno llamado digitalina y, aunque tuviera aplicaciones médicas, en grandes dosis podía ser fatal. Las hojas y semillas del tejo contenían una sustancia letal y varias setas que crecían en los bosques podían producir la muerte. Elsa se convirtió en una experta; destiló los jugos y los usó en animales para probar su efectividad.
«Curiosamente —escribió—, yo apreciaba a Eugenie. Era una de mis favoritas entre las chicas, pero cuando tuve que desembarazarme de ella yo no pensé en ella como Eugenie. Era tan sólo un objeto que obstaculizaba nuestro camino hacia la mansión soñada. Hans aseguraba sentir lo mismo. No aborrecía a sus víctimas. Las estimaba e, incluso cuando cometía asesinato con ellas, lo hacía de una manera reservada, a sangre fría. No había en él malicia respecto a su víctima, y la eliminación de ésta no era más que una parte de sus grandes planes».
Era un documento revelador, ya que explicaba mucho acerca de todo lo que hasta entonces sólo habíamos imaginado. Desde luego, yo no podía comprender a Elsa, pero ¿quién comprende de veras a otro ser humano?
Dos años después de mi viaje a Austria, Teresa se casó con John Markham. Ella tenía entonces diecinueve años. Salió de Moldenbury para casarse, ya que sus padres seguían en Rhodesia. Adoraba a su esposo y fue inmensamente feliz. Estoy segura de que fue un matrimonio perfecto, ya que si alguna vez John había pensado en casarse conmigo —y según creo así fue— y tuvo una desilusión cuando yo me casé con Jason, aceptó lo ocurrido y encontró la felicidad en otra parte. Era de esos hombres capaces de triunfar en todo lo que se les presente, incluyendo su vida emocional. Había de ser para Teresa el mismo marido bueno y cariñoso que hubiera sido para mí. Era exactamente el hombre que Teresa necesitaba.
Pero todo esto sucedió más adelante.
En su debido momento se celebró mi propia boda y la dichosa comprobación de que Jason y yo éramos dos personas que nunca hubieran podido ser felices de no estar juntas las dos.
La excitación que reinó en el pueblo nos hizo reír. Nuestro matrimonio superó por completo el gran misterio criminal que había afectado a la escuela.
Revivieron recuerdos.
«¿Y qué ocurrió con su primera esposa? ¿Lo sabe esa maestra de escuela? Y después, lo de aquella señora Martindale… Él es un pájaro de cuidado, vaya si lo es. Después de todo, ¿no decían que los Verringer tenían el diablo en el cuerpo?».
Nosotros nos reíamos de todas las habladurías y yo incluso me alegraba de ellas. Nos demostraban a mí y a Jason, sin lugar a duda, que yo estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa en beneficio suyo. Quería que él lo supiera y que siguiera recordándolo.
Dos años después de nuestro casamiento, nos encontrábamos en época navideña. Éramos ya los orgullosos padres de un niño.
Jason deseaba con ahínco que fuéramos a Londres.
—Podrás hacer compras —me decía—. Hay allí muchas cosas que deseas.
No me disgustaba la idea. Tenía una niñera excelente para el pequeño Jason y no me inquietaba dejarlo unos días.
Cuando llegamos a la casa de Londres, Jason dijo que deseaba llevarme al teatro, pues había una obra que le interesaba ver. Me hizo gracia ver, cuando llegamos, que se trataba de East Lynne, y al examinar el programa dos nombres parecieron saltar hacia mis ojos. «Marcia y Jack Martindale. Juntos de nuevo en sus primeros papeles».
Se levantó el telón y apareció ella. Lady Isabel.
No sé cómo contuve mi impaciencia durante la representación, y después me metí entre bastidores, para verla a ella y a Jack.
—Milagrosamente surgido de su tumba acuática —dije.
—Oh, él es un superviviente —respondió Marcia dramáticamente.
Le explicamos los rumores que circularon por Colby después de su partida, y ella los juzgó altamente divertidos. Lo mismo opinó su marido, aquel hombre capaz de resistirlo todo.
—Les diré lo que haremos —sugirió ella—. Visitaremos aquello estas Navidades. ¿Verdad que será divertido, Jack? Pasearemos en coche por las calles y demostraremos a aquellos entrañables chismosos que todavía estamos con vida.
Y así lo hicieron. Marcia insistió en enseñar a Jack El Descanso de los Grajos y en visitar a su querida hijita en los páramos.
Nos alegró verlos marcharse y nos reímos con ganas a costa de ellos.
—Pasan por la vida haciendo teatro —comentó Jason.
—Me pregunto de qué podrá hablar ahora la señora Baddicombe.
—En cierto modo lo siento —dijo—. Yo siempre solía decirme a mí mismo: «Debe quererme mucho para casarse conmigo, habiendo esa nube de sospechas sobre mi cabeza».
—Bien, pero ahora puedes decirte a ti mismo que nunca hubo ninguna razón para dudarlo.
—No. Y sin embargo, nunca deja de sorprenderme. Hay muchas cosas que tú no sabes acerca de mí.
—Me alegro —respondí—. Intentaré mejorar mi educación.