Un interludio estival

Recibimos noticias de los primos y éstos se manifestaban encantados con el plan, y expresaban su seguridad de que, puesto que la señorita Hetherington recomendaba tan encarecidamente a la señorita Grant, ésta sabría cuidar debidamente a Teresa.

—Como si les importara —comentó Daisy—. En cada una de sus palabras se nota la satisfacción que esto les ha causado.

Tía Patty escribió asegurando que la idea le parecía admirable y que Teresa podría disponer de la habitación contigua a la mía. Había confeccionado cortinas de muselina, de color azul como las espuelas de caballero, y un cobertor que hacía juego con ellas. Preciosas, pero Violet decía que el color no resistiría los lavados. ¡Esa Violet! No veía llegado el momento de ir a esperarnos a la estación.

Enseñé la carta a Teresa, que a partir de entonces soñó con una habitación con cortinas de muselina azules.

No había vuelto a montar a caballo desde el accidente. La opinión general era la de que debería hacerlo, pero yo dije a la señorita Hetherington que había experimentado una impresión muy fuerte y que le acometían temblores cada vez que se mencionaba este tema, y que todavía no sabíamos cuáles podían ser los efectos definitivos de su calda. Por tanto, decidimos que dejaríamos que Teresa obrara a su antojo en este aspecto.

Charlotte y sus secuaces no la atormentaron como yo temía. Ello podía deberse a que mis palabras hubieran surtido un cierto efecto en ellas, y tal vez a que estaban demasiado excitadas ante la proximidad de las vacaciones.

No volví a ver a sir Jason. Oí decir que se había marchado a Londres y empecé a comprender que en nuestro primer encuentro no había habido nada de particular importancia. Él se había mostrado dispuesto a convertirlo en lo que él llamaría una aventura, un mero affair pasajero, y al no responder yo con entusiasmo, él, partidario de conquistas más fáciles, no había juzgado interesante insistir en su proyecto. Me avergonzaba de mí misma por pensar tanto en él, y debía dejar de hacerlo. Tenía que relegar al olvido el incidente en el patio, tal como había procurado hacerlo en el caso de mi encuentro con el desconocido en el bosque. Tenía que aceptar las idiosincrasias de la gente sin tratar de encontrar una razón para ellas, cuando resultaba prácticamente imposible saber qué ocurriría en las mentes de los demás. En cuanto a permitir que me causara cierto trastorno, por leve que éste fuera, un hombre de la reputación de Jason Verringer, era una perfecta necedad. Me esforzaría por olvidarlo totalmente.

El resto del trimestre transcurrió con rapidez y, apenas nos encontramos en el mes de julio, las chicas no hablaron más que de las inminentes vacaciones estivales, las más largas del año y las más ansiadas.

Y llegó el día en que el tren se detuvo en la estación, y allí estaba tía Patty con la cabeza cubierta por una creación de color tostado, adornada con flores azules y amarillas. Vi que los ojos de Teresa brillaban de excitación, y supe que tía Patty iba a ser fiel al retrato que yo había hecho de ella.

—¡Ah, ya estás aquí! —Me rodeó con un abrazo y sus efluvios de lavanda me trajeron recuerdos de otros tiempos—. Y ahí está Teresa.

También ésta quedó envuelta en el abrazo de tía Patty.

—Pues bien, ahí estamos todas, en Moldenbury. Violet espera en nuestro cochecillo. No ha querido dejar el caballo solo. Tom cogerá vuestras maletas. Ahí las tiene, Tom —dijo al mozo de la estación. No pude evitar una sonrisa; era típico de tía Patty trabar amistad con todo el mundo en poco tiempo, y al parecer se encontraba allí tan a sus anchas como lo había estado en Grantley—. ¡Ya estamos aquí, Vi! Anda, deja el caballo y ven a saludar a nuestras niñas.

Violet parecía la misma de siempre, con sus cabellos castaños escapando de un sombrero marrón que parecía más sombrío de lo que era en realidad, en comparación con el vistoso modelo de tía Patty.

—Ya están aquí las niñas, Violet. Ésta es Teresa.

—Hola, Teresa —dijo Violet, como si la hubiera conocido de toda la vida—. Hola, Cordelia.

Nos abrazamos muy emocionadas. Yo quería mucho a Violet y sabía que también ella a mí.

Violet conducía el ligero vehículo y Teresa y yo íbamos sentadas frente a tía Patty, mientras avanzábamos a lo largo de los caminos.

Tía Patty no dejaba de hablar.

—Os encantará la casa. No es un Grantley, claro. Teníamos una casa muy grande antes de venir aquí, Teresa. Representa un cambio notable, pero ventajoso. Esas casas pequeñas tienen algo…, son cálidas y confortables. ¿Recuerdas cómo soplaba el viento a través de aquellas ventanas de Grantley, Cordelia? Dios mío, era como si fuese a llevarnos a todas. No pasa nada de eso en Moldenbury; aunque el viento aúlle, y a veces lo hace, estamos tan calentitas como una tostada. ¿Te gustan las tostadas, Teresa? A mí me chiflan. No hay nada como unas cuantas tostadas bien untadas con mantequilla. Siempre la conservamos sobre un recipiente con agua, ¿verdad, Cordelia? Tal como hacía mi abuela. Yo soy partidaria de las antiguas costumbres, Teresa. Mi abuela solía decir que los métodos antiguos son los mejores, y a veces pienso que tenía toda la razón.

Siguió hablando todo el rato hasta que nos apeamos y entramos en la casa.

Éste fue el comienzo de las vacaciones ideales para Teresa y para mí, puesto que la evidente felicidad de mi tía hacía que todo resultara doblemente placentero. Yo me sentía orgullosa de tía Patty, que poseía el secreto de diseminar la felicidad a su alrededor, y nos reíamos de buena gana al ver a Violet mirando por encima de sus gafas para saber lo que tía Patty se disponía a hacer en cualquier momento.

Violet era el complemento perfecto para tía Patty, siempre considerando la parte negra de las cosas, cuestionando en todo momento la prudencia de las decisiones de mi tía y siempre desconcertada ante la su impetuosidad, pero queriendo a ésta tan intensa y devotamente como cualquiera de nosotras.

Hasta entonces Teresa nunca había estado en un hogar como aquél y ella misma acusaba un cambio. Estaba desapareciendo su timidez, ya que nada había de temer allí. Siempre había muchas cosas que hacer y, curiosamente, la compañía que más frecuentaba era la de Violet.

Su afición a las flores y las plantas había sido detectada en seguida y, puesto que Violet se ocupaba de la jardinería, Teresa no tardó en convertirse en su ayudante. Hablaban constantemente del huerto y de los parterres con flores, mientras tía Patty y yo escuchábamos en silencio, y cuando Violet decía que las avispas acabarían con casi todas las ciruelas y que una plaga de pulgón verde daría buena cuenta de las rosas más bellas, hasta Teresa se reía con nosotras del pesimismo de Violet.

Teresa iba con Violet a cortar las hortalizas que consumíamos a diario, y ella y Violet hablaban de plantar y podar como si la joven fuera a quedarse con nosotras para siempre.

En poco tiempo, tía Patty se había hecho popular en todo el pueblo y estaba muy metida en todas sus actividades. Era lo que ella siempre había deseado y nunca había tenido tiempo de hacer en Grantley. Su nuevo papel le sentaba perfectamente. Era una organizadora innata y se disponía a asumir un puesto muy importante en la fiesta estival que tendría lugar durante las vacaciones. Todo el mundo tomaría parte en ella. Violet y Teresa se ocuparían del puesto de flores. Yo compartía la parte del león con tía Patty, y los preparativos para el acontecimiento continuaban a lo largo de los días.

Yo estaba asombrada ante el entusiasmo de Teresa.

Había en el pueblo un comandante retirado que dirigía un picadero y, creo que porque ella quería mostrarme su gratitud, pude convencer a Teresa para que volviera a montar. Yo había explicado al comandante lo que había ocurrido y él ofreció una yegua a la que llamaba Copo de nieve, explicándome que era de diente largo y tenía una boca como el cuero a causa de haber tirado de ella tantas veces y con tanta fuerza.

—Hago que todos los principiantes empiecen con Copo de nieve —me explicó—. Puede que sea tan terca como una mula, pero es un animal de lo más seguro.

Por lo tanto, saqué a Teresa a pasear con Copo de nieve y, después de la primera mañana, se mostró dispuesta a montar otra vez. Yo lo consideré un gran logro.

Las semanas pasaron volando: largos días soleados, ya que era un verano espléndido, y cuando llovía siempre había algo que hacer en casa. Yo me había preguntado qué haríamos en tales casos para entretener a Teresa, pero mi inquietud se reveló totalmente innecesaria. Trabajaba con Violet en el invernadero y durante las veladas las dos miraban catálogos de semillas.

—Siempre he querido tener un trozo de jardín para mí sola —dijo Teresa un día.

—Esto se arregla fácilmente —replicó tía Patty—. Seguro que encontraremos algo en ese jardín tan espacioso.

Violet consideró gravemente las posibilidades y dijo:

—¿Y aquel lugar contiguo a las rocas? Nunca hemos hecho gran cosa allí. Sí, eso es. ¿Qué podrías plantar allí?

Ella y Teresa se enzarzaron en una larga discusión, hasta que Teresa exclamó con pesar:

—Pero es que yo sólo estaré aquí durante las vacaciones…

Violet se mostró entristecida, pero tía Patty estaba preparada para semejante ocasión.

—Vamos, pequeña, ésa será tu parcela de terreno por tanto tiempo como quieras. Supongo que no irás a decirnos que no quieres volver más aquí.

Teresa se sintió tan emocionada que estuvo a punto de estallar en sollozos.

—¡Oh, claro que sí! ¡Claro que sí! No podría resistirlo de no ser así.

—Bueno, pues eso ya está arreglado —concluyó tía Patty—. ¿Cómo vamos a llamar a ese jardín? ¿El Placer de Teresa? ¿El Tesoro de Teresa?

—La Tribulación de Teresa a juzgar por el aspecto de aquel suelo —refunfuñó Violet—. Es una tierra muy alcalina.

Todas nos reímos y empezamos a planificar el jardín de Teresa. Yo conocía bien a ésta y sospechaba que no pensaba tanto en su jardín como en su regreso a la casa.

Naturalmente, tía Patty se había mostrado interesada por la escuela y, durante los primeros días de las vacaciones, hablamos mucho de ella, siempre cuando Teresa se encontraba con Violet en el jardín, ya que había ciertas cosas de las que yo no podía hablar delante de una alumna.

Tía Patty escuchaba con avidez. Quería saber con exactitud cómo dirigía Daisy Hetherington su colegio. Sentía una gran admiración por ella y no le causaba ni asomo de envidia el hecho de que Daisy hubiera triunfado allí donde ella había fracasado. De hecho, tía Patty no creía haber fracasado.

—Me gusta estar aquí, Cordelia —me decía—. Es lo que siempre había deseado. Vendí en el momento oportuno. Tengo lo bastante para vivir con holgura… sin grandes lujos desde luego, pero ¿qué es el lujo comparado con la comodidad? Aquí vivimos muy felices, más felices incluso que en Grantley. Allí había tantas preocupaciones… algunos padres pueden resultar difíciles de tratar, y sabe Dios que también algunas alumnas…

Le hablé de la rebelde hon. Charlotte y su fiel Eugenie Verringer.

—La sobrina del hombre que es el propietario del Hall y también de la escuela y de gran parte de los alrededores. Tiene dos sobrinas, Fiona y Eugenie, y ambas están en el colegio. Eugenie es la difícil.

Quiso que le contara el accidente de Teresa y la complací, pero sin mencionar la cena tête-à-tête con sir Jason. No deseaba hablar de ello, como me había ocurrido también con aquella otra aventura.

—¿No has sabido nada más de aquellas jóvenes que estaban contigo en Schaffenbrucken? —me preguntó tía Patty—. En otro tiempo, hablabas mucho de ellas. Me refiero a las que eran tus amigas más íntimas.

—No. Dijimos que nos escribiríamos, pero no lo hemos hecho. Son cosas que verdaderamente quieres hacer, pero después ocurren cosas y te olvidas. Pasan los días y todo aquello parece ya tan remoto…

Mi tía había suscitado recuerdos. Estaba pensando en todas nosotras echadas sobre la hierba del bosque, apoyando las cabezas en los brazos… cuando él hizo su aparición.

—Alguna ha de ser la primera en escribir —apuntó tía Patty—. ¿No tienes sus direcciones?

—Sí, todas cambiamos nuestras señas.

—¿Cómo se llamaban? Estoy tratando de recordar. Había una chica alemana, otra francesa y otra inglesa.

—Así es. Lydia Markham era la inglesa. Estaban también Monique Delorme y Frieda Schmidt. Me pregunto qué estarán haciendo ahora.

—Escríbeles. Así lo averiguarás.

—Lo haré. Escribiré hoy mismo.

Y así lo hice.

Los días pasaron con increíble celeridad, tan llenos los teníamos. Organizamos una merienda en el campo y trotamos por los caminos con nuestro carrito. Violet había preparado una canasta y rezongó a causa del traqueteo del vehículo, que según ella acabaría por cortar la leche, y cuando resultó que así había sido, nos reímos todas.

Nos sentamos en medio de un campo, pusimos a hervir la tetera, bebimos té sin leche y nos vimos atormentadas por las moscas y alarmadas por las avispas, mientras jugábamos a las adivinanzas.

—Os regalo todas las meriendas campestres —dijo Violet cuando descubrimos una legión de hormigas pululando en la tarta de bizcocho.

Sin embargo, fue un día de lo más feliz.

Embriagadas de sol volvimos a casa en la carretela, nos instalamos en el jardín y hablamos de los picnics a los que habíamos asistido. Tía Patty disponía sobre este tema de varias historias jocosas, en tanto que las de Violet fueron característicamente lúgubres, y yo me dediqué a contemplar a Teresa, que escuchaba con avidez cuando no soltaba irreprimibles carcajadas.

Había atardeceres estivales en que, si el tiempo era suficientemente bueno, cenábamos en el jardín. Eran días maravillosos. Cuando pienso en ellos, veo a tía Patty sentada en el jardín, con un sombrero adornado con un reborde de amapolas y con una jofaina sobre las rodillas, desgranando guisantes con gran destreza y dejándolos caer en ella. Veo a Teresa, tumbada en el césped y con los ojos semicerrados; puedo oír el zumbido de las abejas de Violet. Recuerdo veladas de una paz perfecta, con el aroma de la sopa de la cena.

Tuve una gran alegría al recibir una carta de Frieda. Era de esperar que fuera ella la primera en contestar, ya que Frieda siempre había sido meticulosa. Escribía que le había encantado recibir noticias mías. Pasaría otro trimestre en Schaffenbrucken, antes de dejarlo. Me echaban de menos, sobre todo porque Lydia se había marchado antes de lo que esperaba. Leer la carta de Frieda me emocionó, y al parecer la escuela no había cambiado desde que yo estuve allí.

Yo no sabía que Lydia fuera a marcharse tan pronto. Creía que pasaría allí otro año. Debía de haber alguna razón y me pregunté si tendría noticias suyas.

—Ya lo ves —dijo tía Patty—. Cada una esperaba que escribiera la otra. Alguien debe hacer el primer movimiento. Así es la vida. Estoy segura de que recibirás noticias de las demás. Lydia no está tan lejos, ¿no es así?

—No, está en Essex… y en Londres, claro.

—Muy cerca de nosotras. A lo mejor viene aquí a verte. Sería estupendo. Me parece que tú le tenías un gran afecto.

—Es que teníamos más cosas en común. Supongo que por ser ella inglesa.

—No lo dudo. Ya verás como sabrás de ella.

Una semana después llegó una carta de Monique.

También ella se marcharía, como Frieda, al terminar el próximo trimestre:

Me alegro de que al menos se quede ella conmigo. Esto me evita sentirme tan sola. Celebro lo de tu trabajo como profesora. He sentido mucho lo de Grantley. Me causaba tanta impresión Creo que me casaré con Henri poco después de dejar Schaffenbrucken. Al fin y al cabo, para entonces ya seré bastante vieja. Ha sido espléndido recibir tus noticias. Te ruego que vuelvas a escribirme, Cordelia.

—Ya ves —sentenció tía Patty—. ¿Qué te dije yo?

Extrañamente no hubo respuesta de Lydia, pero no volví a pensar en ello hasta que regresé al colegio y desde allí escribí a tía Patty pidiéndole que me mandara la carta si Lydia llegaba a escribirme. Me parecía raro que ella, que era la que estaba más cerca y con la que había tenido mayor amistad, fuese la única que no contestara.

Pero no es sorprendente que me olvidase de Lydia durante el resto de aquellas vacaciones, ya que ocurrió algo que borró de mi mente todas mis anteriores amistades.

Una tarde estaba leyendo en mi habitación cuando entró Violet, visiblemente excitada.

—Hay un caballero que ha venido a verte. Está con Patty en el jardín.

—¿Un caballero? ¿Quién…?

—Sir No sé Cuántos —contestó Violet—. No he entendido bien su nombre.

—¿Sir Jason Verringer?

—Sí, suena como algo así. Tu tía me ha dicho: «Violet, es sir No sé Cuántos. Ha venido a ver a Cordelia. Sube a su habitación y dile que él está aquí».

Vi mi reflejo en el espejo ornamental que yo había admirado cuando estaba en la habitación de tía Patty y que había sido transferido a la mía. El color se había acentuado en mis mejillas.

—¿Y qué puede estar haciendo aquí?

Buscaba una explicación de labios de Violet, lo que era una tontería por mi parte. ¡Como si ella pudiera saberlo!

—Bajaré en seguida —dije.

Cuando hice mi aparición, tía Patty, con el enorme sombrero que llevaba en el jardín para protegerse del sol y que le daba cierto parecido con una gran seta, se levantó de un salto de la silla en que había estado sentada.

—¡Ah! —exclamó—. He aquí mi sobrina.

—Señorita Grant… Cordelia —dijo él, y avanzó hacia mí tendiéndome las dos manos.

—Usted… usted ha venido a vernos —tartamudeé, cada vez más confusa.

—Sí, venía de Londres y, puesto que pasaba por aquí…

¿Pasar por aquí? ¿Qué quería decir? No pasaba por Moldenbury en su trayecto de Londres a Devon.

Tía Patty nos estaba observando con la cabeza inclinada a un lado, cosa que indicaba particular absorción.

—¿Tomará un poco de té? —preguntó—. Yo me ocuparé de ello. Puedes sentarte en mi silla, Cordelia, tú y el…

—Jason Verringer —apuntó él.

—Podréis charlar un rato —acabó tía Patty, y desapareció.

—Me sorprende su visita —empecé.

—¿Nos sentamos, tal como ha sugerido su tía? He venido a despedirme. Me voy al extranjero y estaré varios meses ausente. Creí que debía explicárselo.

—¿Sí?

—Parece sorprendida. No quería marcharme sin decírselo.

Contemplé fijamente la mata de lavanda, considerablemente desguarnecida, ya que Violet había cortado gran parte de ella para rellenar bolsitas con las que aromatizaba las ropas y los armarios de tía Patty.

—Me sorprende que haya creído necesario venir aquí.

—Bien, creo que somos amigos especiales y, en vista de todo lo que ha pasado, quería hacérselo saber. He enviudado en fecha muy reciente y la muerte de alguien con quien se ha vivido íntimamente durante muchos años resulta desoladora… incluso cuando la muerte es de esperar. Siento la necesidad de marcharme de inmediato. Tengo varios buenos amigos en el continente, a los que visitaré. Haré una especie de grand tour: Francia, Italia, España… y pensé que me agradaría decirle au revoir a usted.

—Sólo puedo decirle que me sorprende que haya venido desde tan lejos para hacerlo. Me hubiera enterado de la noticia a su debido tiempo, al regresar a la escuela.

—Pero, como es natural, yo quería que usted supiera que me marchaba, y en particular cuánto ansiaré verla de nuevo a mi regreso.

—Me siento inesperadamente halagada. No tardarán en traer el té. ¿Se quedará a tomarlo?

—Me sentiré encantado. Es un verdadero placer hablar con usted.

—¿Cuándo se marcha? —pregunté.

—La semana próxima.

—Espero que tenga un viaje interesante. El grand tour solía ser el punto culminante en la vida de un joven.

—No soy tan joven, ni estoy buscando puntos culminantes.

—Sólo siente la necesidad de viajar después de sus días de aflicción, y lo comprendo.

—Uno experimenta ciertos recelos cuando muere alguien.

—¿Se refiere… a la conciencia?

—Hmm. Supongo que es necesario hacer las paces con ella.

—Espero que no le resulte un oponente demasiado formidable.

Se echó a reír y no pude evitar reírme con él.

—¡Es tan agradable estar con usted! —exclamó—. Se está burlando de mí, ¿verdad?

—Lo siento. No debiera hacerlo… sobre este tema.

—Ya conozco los rumores que circulan acerca de mí. Pero quiero que recuerde que el rumor es, muy a menudo, un falso artilugio.

—Oh, yo no hago caso de los rumores.

—No diga esto. Todo el mundo hace caso de ellos.

—Pero seguramente usted es el último en preocuparse por los rumores.

—Sólo por el efecto que puedan ejercer sobre alguien a quien uno desea impresionar favorablemente.

—¿Quiere decir que usted trata de hacerlo conmigo?

—Sí… y fervientemente por cierto. Quiero que tenga en cuenta que tal vez no sea yo tan negro como me pintan, aunque lo último que desearía que hiciera sería que me considerase un santo.

—Puede estar tranquilo. Me costaría muchísimo hacerlo.

Volvimos a reírnos.

—Fue una velada maravillosa la que pasamos juntos —me dijo con voz queda.

—Fue muy amable por su parte permitir que Teresa y yo nos quedáramos en el Hall. Teresa está aquí ahora, con nosotras.

—Sí. He oído decir que usted se la llevó consigo.

—Ahora vendrán todas a tomar el té.

—Me gustaría seguir conversando con usted. Hay tantas cosas que deseo decirle.

—Ya viene Teresa —y añadí—: Teresa, tenemos un visitante. Tú ya conoces a sir Jason Verringer.

—Desde luego —dijo Teresa—. Es el tío de Fiona y Eugenie.

Jason se echó a reír.

—He alcanzado la fama a los ojos de Teresa —dijo—. ¡El tío de Fiona y Eugenie! Se trata tan sólo de una gloria reflejada, claro.

—Es gratificante ser reconocido, cualquiera que sea la razón —repuse yo.

Aparecieron tía Patty y Violet y sirvieron el té.

Se habló de la vida en el pueblo y las descripciones de tía Patty fueron tan aptas como divertidas. Teresa pasaba los platos como si fuera hija de la casa y el cambio que acusaba volvió a sorprenderme. Era una escena convenientemente agradable. Té sobre el césped y un visitante que pasaba por casualidad y había venido a saludarnos.

Pero yo no podía vencer la extrañeza que me inspiraba su presencia y me preguntaba cuál sería el verdadero motivo de su visita. Verme a mí, claro. Pero ¿por qué? Hasta cierto punto me enojaba el hecho de que juzgara tan estimulante esta pregunta. Tía Violet inquirió si había llegado en el tren de las tres cuarenta y cinco, y él contestó afirmativamente.

—Entonces tomará el de las seis.

—A no ser —intervino tía Patty— que pase algún tiempo aquí. Cuando vivíamos en Grantley, hubiéramos podido acomodarle. Aquí, por desgracia, andamos escasas de habitaciones. Está, desde luego, la hostería Las Armas del Rey, en el mismo Moldenbury.

—He oído decir que la comida deja bastante que desear —observó Violet.

—Pero tienen un rosbif excelente —alegó tía Patty—. Incluso les ha dado fama.

—He dicho al cochero del calesín que venga a buscarme a las seis menos cuarto —explicó él.

—Entonces no le queda mucho tiempo —dijo tía Patty—. Cordelia, ¿por qué no enseñas el jardín a sir Jason?

—¡Excelente idea! —aplaudió éste.

—No está ahora en su mejor momento —explicó Violet—. El mejor es a principios de la primavera. Las flores empiezan a tener un aspecto fatigado. Este año el sol ha sido muy abrasador.

—Estoy segura de que Cordelia encontrará algo agradable que enseñar a nuestro huésped —dijo tía Patty—. Vamos, Teresa, ayúdame con esta bandeja. Violet se ocupará de lo demás.

—Debe permitir que yo lleve la bandeja —pidió Jason.

—¡Ni pensarlo! —exclamó tía Patty—. Si supiera la cantidad de bandejas con las que he cargado en mi vida…

—Una cantidad astronómica, supongo —dijo Jason, cogiendo la bandeja—. Y ahora enséñeme el camino, sin más discusiones.

Tía Patty echó a andar ante él y les vi desaparecer dentro de la casa, sonriendo para mis adentros.

A los pocos momentos, él volvía a estar a mi lado.

—¡Qué dama tan encantadora es su tía! Tan alegre… y tan llena de tacto.

—Venga. Le enseñaré el jardín.

Caminó en silencio durante unos segundos y yo dije:

—Teresa se ocupa de este rincón. Ha experimentado un gran cambio. La pobre niña se sentía abandonada por todos.

—Voy a echarla de menos —dijo él.

—¿A mí? Habla usted como si me viera cada día. Sólo nos hemos visto unas pocas veces… y ¿cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que le vi?

—Tenía la impresión de que estaba usted enojada conmigo.

—¿Enojada? Le ha dado varias veces las gracias por su hospitalidad con Teresa y conmigo.

—Nuestra feliz velada se vio súbitamente interrumpida.

—Oh sí… cuando llegó su amiga. Me hice perfecto cargo.

—No lo creo.

—Bien, la cosa no tuvo importancia. Habíamos acabado de cenar y yo estaba pensando que ya era hora de volver junto a Teresa.

Suspiró.

—Hay muchas cosas que yo desearía explicarle.

—No hay razón para ello.

—Hay razones. Cuando regresemos debemos vernos. Ansío desesperadamente que lleguemos a ser buenos amigos. Es mucho lo que tengo que decirle.

—Bien, espero que tenga un viaje agradable. El calesín no tardará en llegar y no debe perder su tren.

Posó una mano sobre mi brazo.

—Cuando regrese, quiero hablar con usted… seriamente. Ahora es prematuro…, después; hay ciertas dificultades que deben quedar allanadas. Cordelia, yo regresaré y entonces…

Evité su mirada.

—Ahí está Violet —exclamé—. Debe de estar buscándole. Esto quiere decir que el calesín de la estación ha llegado —y exclamé—: ¡Ya vamos, Violet! Ha llegado el calesín, ¿verdad?

Caminé con él a través del césped. Él tenía mi mano fuertemente cogida en la suya y estaba tratando de decirme algo. Me estaba pidiendo que esperase hasta su regreso, cuando estuviera en condición de continuar nuestra relación. Así debía actuar con cualquier mujer joven, pero parecía extraño que se hubiera salido de su ruta para decirme que se marchaba.

Le saludamos con la mano hasta que el calesín desapareció.

Tía Patty se había quedado pensativa.

Cuando volvimos a estar solas, me dijo.

—Qué hombre tan interesante. Ha sido muy amable al visitarte para decirte que se va de viaje. —Me miró fijamente—. Debe de haber considerado que tú eres una amistad muy especial… para venir de este modo.

—Oh, tengo entendido que pasaba por ahí cerca. Sólo lo he visto unas pocas veces. Es una especie de señor del lugar y probablemente piensa que debe mostrar interés por todos sus vasallos.

—Te diré que me ha caído muy simpático.

Me reí.

—A juzgar por tus palabras, pareces sorprendida de que haya sido así.

Pero ella miraba a lo lejos.

—Muy cortés por su parte esta visita —dijo—. No me cabe duda de que tenía sus razones.