No dormí aquella noche y lo primero que hice por la mañana fue ir a ver a Daisy. Había decidido exponerle toda la cuestión y empecé por relatarle el encuentro con el desconocido en el bosque. Ella me escuchó en silencio. Después dijo:
—Creo que tú y yo debemos ir inmediatamente al Hall y contarle a sir Jason esa historia tan fantástica. Parece ser que Eugenie puede correr peligro.
Asentí y me sentí aliviada después de lo que había pasado aquella noche.
No tardamos en dirigirnos hacia el Hall. Sir Jason estaba dando un paseo a caballo, cosa que aparentemente hacía antes de desayunar, y cuando regresó quedó asombrado al vernos.
La señorita Hetherington dijo:
—Es mejor que lo cuentes tú todo, Cordelia, tal como me lo has contado a mí.
Así lo hice.
—Parece evidente —dijo Daisy— que esa criada nuestra está relacionada de algún modo con ese hombre, que se dedica a hacerse el encontradizo con jovencitas en el bosque, y es de presumir que después las embauca.
—Está claro —repuso Jason—. Es obvio que buscaba el mismo destino para usted, Cordelia.
—Creo que ahora ya sé por qué desapareció tan súbitamente. Fue cuando se enteró de que mi tía iba a vender el Manor. Entonces se dedicó a Lydia y ahora a Fiona. ¿Hay alguna razón por la que se ataque a Eugenie?
—Se me ocurre una —respondió Jason—. Fiona hereda toda la fortuna que se dejó a las chicas si su hermana muere.
—Por consiguiente, Elsa trata de eliminar a Eugenie. ¡Es diabólico!
—Y después le tocará el turno a Fiona.
—¡Este hombre es un asesino empedernido! —exclamó Daisy, palideciendo.
—Creo que esto es lo que se está revelando —dije—. Su cómplice trabaja en escuelas elegantes donde haya jovencitas ricas. Selecciona a las más deseables, les explica leyendas y las conduce a un lugar donde el hombre pueda hacer su aparición, y entonces él despliega sus atractivos y decide cuál será su próxima víctima. Lydia poseía una pequeña fortuna y murió en las pistas de esquí. ¿Se da cuenta de que está enseñando a Fiona a esquiar?
—¡Dios mío! —exclamó Jason—. ¡Tenemos que encontrarla!
—¿Cómo? —pregunté. Reinó el silencio—. Me dijo que vivía en un lugar de Suffolk. Yo fui a este lugar. Me había dicho que se llamaba Edward Compton, pero los Compton llevan muertos veinte años. Imagino que dio un nombre al azar, pero el hecho de que eligiera ese nombre y ese lugar demuestra que en algún momento debió tener relación con ellos. Creo que deberíamos averiguar algo más acerca de esa familia. Pero entretanto, ¿qué vamos a hacer?
—Hemos de encontrar a Fiona —repitió Jason.
—Ya fue a buscarla, pero no pudo hallarla. Se me ocurre una cosa. Parece ser que Fiona está a salvo mientras Eugenie viva. Él quiere toda la fortuna… no sólo la mitad, y ésta es la salvaguarda de Fiona.
—Creo que debería llevarse a Eugenie —dijo Daisy.
—Estoy de acuerdo —asentí—. Elsa… si es que es Elsa, ha intentado envenenarla. Ahora puedo verlo. Trataba de hacerlo gradualmente, de modo que al administrar la dosis final pareciera como si Eugenie hubiera sufrido un ataque más virulento que los que hasta entonces había venido sufriendo. Tal vez la dosis ingerida por Charlotte pretendiera ser la última. Charlotte ha estado muy grave y bien pudiera ser que Eugenie, debilitada como estaba, hubiera sucumbido.
—Sería increíble si no hubiera tantas pruebas como para hacerlo plausible —dijo Jason—. Tenemos que actuar sin tardanza.
—Me gustaría saber cómo —observé.
—Pensemos. Tratemos de captar todas las implicaciones. Ese hombre tiene a Fiona. Se ha casado con ella, pero no sabemos bajo qué nombre. No sabemos quién es.
—Para Lydia Markham fue Mark Chessingham.
—No volvería a utilizar el mismo nombre.
—No. Eugenie dice que se llamaba Carl, pero que nunca oyó su apellido.
—¿Qué vamos a hacer? ¿Recorrer toda Europa otra vez buscando a un hombre llamado Carl con una esposa llamada Fiona? Temo que no sirviera de mucho. Creo que tendremos que recurrir a la policía. Ese hombre ha de ser localizado rápidamente.
—Se me ocurre algo —anuncié.
Me miraron con expectación.
—Sí —proseguí, hablando lentamente—. La señora Baddicombe puede resultarnos útil. Yo creía que era una vieja entrometida y chismosa, pero en este momento siento por ella particular afecto. Elsa escribe cartas a alguien que está en el extranjero… Le escribe con bastante regularidad. Él no se encuentra siempre en el mismo lugar, porque Elsa ha de pedirle a la señora Baddicombe el precio de los sellos, de modo que nuestra jefa de correos sabe que Elsa ha estado escribiendo a Suiza, Francia, Alemania y Austria. También sabe el sexo del destinatario de estas cartas. Es un hombre. Ahora bien, si Elsa escribe cartas a su cómplice, y yo estoy casi segura de que así es, ha de ser muy probable que también él le envíe correspondencia.
—Ya veo —dijo Daisy, mirándome con aprobación.
—Si pudiéramos apoderarnos de una de estas cartas, tal vez nos indicara algo.
—No puede resultar difícil —dijo Daisy—. Como sabes, uno de los mozos de los establos va a recoger el correo cada día, ya que debido a la distancia el cartero no llega a nuestra escuela. Generalmente, lo entrega a una de las sirvientas. Puedo darle instrucciones para que me lo traiga directamente.
—Es posible que Elsa aceche el regreso de ese mozo con el correo.
—Esto se resuelve fácilmente —aseguró Daisy—. Alteraré el horario de ese hombre a fin de que ella no sospeche nada. ¿Qué le parece?
Estaba mirando a Jason y éste contestó:
—Sí, hágalo, pero no podemos esperar la llegada del correo. Yo iré hoy a Londres y, entretanto, creo que Eugenie debe venir al Hall.
—Deberemos tener una buena excusa para justificar este traslado y una historia plausible que contar a las niñas —dijo Daisy.
—Siempre podemos decir que tiene usted invitados especiales a los que ella debe conocer, y que por tanto va a dejar la escuela una semana antes de que comiencen las vacaciones —añadí yo.
—Ya encontraremos algo —dijo Daisy—. ¿Y qué hacemos con Charlotte? Todavía me siento algo intranquila.
—Que vaya también al Hall. Ahora ya puede trasladarse y hará compañía a Eugenie. Pero creo que deberemos explicarles el asunto a las chicas…, me refiero a Charlotte y a Eugenie.
Daisy me miró fijamente.
—Tú las conoces bien.
—No estoy tan segura de ello. Pero dada la presente actitud de Eugenie, creo que podré hablar con ella al respecto. En cuanto a Charlotte, está demasiado débil para discutir. Podríamos decirles que las sacamos a dar un paseo, conducirlas al Hall y decirles entonces que van a quedarse en él.
—Ocúpese de esto, Cordelia —dijo Daisy, dando por despachado el asunto con aquel aire de tajante finalidad que utilizaba al asignar tareas difíciles a sus empleados.
—Tráiganla mañana por la mañana, pues —accedió Jason—. Voy a prepararme para ir a Londres y poner algo en marcha. Hay tan poco en lo que basarnos…
—Yo tengo toda mi fe en una carta —insistí—. Creo que debe haber entre ellos una correspondencia muy frecuente.
Cuando subí a mi habitación, Charlotte estaba sentada en una butaca, pálida y ensimismada. Le pregunté cómo se encontraba y me contestó que cansada de estar todo el día en su cuarto.
—¿Te gustaría dar un paseo en coche? —pregunté.
Su semblante se animó y dijo que le encantaría.
—Entonces diré a Eugenie que venga con nosotras.
De momento, todo iba bien. Me sentí también mucho mejor al emprender algún tipo de acción.
Eugenie aceptó satisfecha la oportunidad de saltarse alguna clase y dar un paseo con Charlotte.
—¿Adónde vamos? —preguntó Eugenie.
—Iremos al Hall.
—¿A ver a tío Jason?
—No sé si está allí.
—Ayer estaba —observó Eugenie.
—Ya veremos —repliqué.
Cuando llegamos al Hall, entré con las dos muchachas. Charlotte estaba visiblemente exhausta y pedí a una de las doncellas que nos acompañara a una habitación que habían preparado para ella.
—¿Tengo que echarme en la cama? —preguntó.
—Tienes ganas, ¿verdad?
—Sólo por un rato.
—Puedes echarte y Eugenie te hará compañía. Quiero deciros algo a las dos.
Una vez instalada en la cama, abrí la puerta de comunicación con la habitación contigua, que era también un dormitorio, y manifesté:
—Ahora quiero que me escuchéis atentamente. Vais a quedaros aquí unos días.
—¿Quedarnos aquí? —exclamó Eugenie—. ¿Y la escuela?
—Las dos habéis estado muy enfermas… misteriosamente enfermas. Hemos pensado que es mejor que os quedéis aquí hasta las vacaciones. Yo no conozco los planes de Charlotte, pero tú, Eugenie, de todas maneras tenías que venir aquí.
—¿Y qué dirá la señorita Hetherington?
—Ya lo sabe. En realidad, es idea suya así como mía y de tu tío. Queremos que os quedéis aquí, porque en la escuela puede haber algo que no sea bueno para vosotras.
Guardaron silencio mirándose entre sí, y pude observar que a ninguna de las dos le desagradaba finalizar con antelación el curso.
—Ya sé de qué se trata —dijo Eugenie—. Aquellas tuberías.
—¿Tuberías?
—Sí, a veces pueden llegar a enfermarte. Yo estuve enferma y ahora también Charlotte, y creen que debemos alejarnos de allí. Supongo que son las que hay en nuestra habitación. Debajo de la ventana.
Pensé que no dejaba de ser una salida airosa, puesto que yo no quería explicarles nuestro temor de un atentado contra la vida de Eugenie.
—Bueno, vais a pasarlo bien aquí las dos juntas, y tú, Eugenie, te ocuparás de Charlotte, ¿verdad? No os faltarán ocupaciones.
Se miraron y se echaron a reír.
—¿Y qué será de Romeo y Julieta? —quiso saber Charlotte.
—¡Ay, pobre Romeo! —exclamó Eugenie—. Lo hacías muy bien, Charlotte. Yo nunca me sabía del todo el papel. ¿Quién ocupará nuestros puestos?
—Creo que van a eliminar la obra —contesté—. Sólo representarán El mercader de Venecia.
Charlotte se mostró entristecida.
—No estarías aún repuesta —le dije—. Imagina cuánto te hubiera disgustado que otra tomara tu papel.
Charlotte admitió este punto y así llegó a aceptar la decisión. Si Romeo no era Charlotte Mackay, nadie más podía serlo.
—Ahora yo debo regresar —les dije—. Creo, Eugenie, que tu tío llegará dentro de uno o dos días.
Las dejé y volví a la escuela. Cuando expliqué a Daisy lo ocurrido, primero se mostró ofendida por la sospecha de que las tuberías de su escuela pudieran ser imperfectas, pero pronto se sobrepuso y comprendía que siempre era mejor que decir a las dos chicas la verdad.
—Me siento muy inquieta respecto a esa Elsa.
—Lo comprendo, pero creo que es imperativo que ella no sepa que sospechamos algo. Y durante algún tiempo no tiene por qué saber que Eugenie y Charlotte se han marchado.
—¿Y cuando se entere?
—Creo que entonces empezará a hacerse preguntas. Debemos tener muchísimo cuidado con ella.
—Me gustaría hacerla detener ahora mismo.
—¿Con qué pruebas? Nos basamos sobre todo en suposiciones. Debemos tener pruebas concretas; esperemos disponer de ellas dentro de poco, pero entretanto vigilemos estrechamente a Elsa.
*****
Al día siguiente, las alumnas hablaban de la partida de Eugenie y Charlotte. Yo había explicado que Charlotte necesitaba restablecerse y que Eugenie, que era su mejor amiga, la había acompañado. Elsa no tardaría en saberlo y se preguntaría qué conclusiones debía sacar de este hecho. Tal vez no llegara a abrigar sospechas, pero por otro lado no podría llevar adelante su plan de asesinato… si eran ciertas nuestras suposiciones de que esto era lo que estaba urdiendo.
Jason regresó de Londres al cabo de dos días, con pocas esperanzas de que se encontrara a Fiona y su marido. Se le había explicado que podían encontrarse en cualquier lugar de Europa y que toda la información que él podía presentar era la de que él se hacía llamar Carl y su esposa era Fiona.
Observé discretamente a Elsa y traté de descubrir qué podía estar pensando, pero ella no reveló nada y no pude menos que preguntarme si me habría equivocado con ella. Había estado en Schaffenbrucken y ahora estaba aquí, pero no me cabía duda de que nunca habría venido a Colby de haber sabido que iba a encontrarse conmigo. Había contado la historia de encontrarse con un hombre en el bosque. ¿Era posible que pudiera tratarse de una coincidencia? Desde luego que no… Todo resultaba demasiado claro. Tenía la seguridad de que ella estaba implicada.
Le pregunté si deseaba volver a su casa para pasar la Navidad.
—Ya lo creo, a casa de mi hermana. Está bastante lejos de aquí. Hacia el norte.
—¿Dónde?
—Newcastle.
—Es un buen trecho.
—Sí, pero es mi única hermana. Las familias deben permanecer unidas, ¿no cree? Me considero afortunada por tener un lugar al que ir. Usted también quiere estar con su familia el día de Navidad, ¿no es así? Teresa me ha dicho que irá con usted.
—Así es.
—Espero que la señorita Charlotte se reponga pronto.
—Yo creo que sí.
—Pobre chica, ha estado muy enferma. Y la señorita Eugenie se ha ido con ella. Me alegro. Dos inseparables, esas dos.
Siguió agitando su plumero con la misma negligencia de siempre. Resultaba difícil sospechar de ella.
Comenzaba la semana de Navidad y el miércoles dábamos por finalizado el trimestre. Habían terminado los ensayos y llegado el gran día. Sólo se ofrecería El mercader de Venecia, lo cual, según Eileen, era una bendición del cielo. Nadie parecía juzgar extraño que Charlotte se hubiera marchado para su convalecencia y que Eugenie la hubiese acompañado, y Eileen estaba encantada de haberse librado de Romeo y Julieta.
Daisy envió a buscarme y, cuando entré en su estudio, tenía una carta en la mano. Iba dirigida a Elsa Kracken y el matasellos era austríaco.
—Creo —me dijo— que esto puede ser lo que hemos estado esperando. No la he abierto. Opino que debemos proceder con cuidado en este aspecto, ya que bien puede ser necesario que ella la reciba, en cuyo caso no debe saber que la hemos leído. Por tanto, me dispongo a abrirla al vapor, cuidadosamente, y después, si es necesario, podremos cerrarla de nuevo.
Algo más tarde, nos sentamos una junto a otra y leímos la carta:
Querida hermana:
¡Qué desastre! Sin embargo, no debes culparte. Estas cosas ocurren, y ya te he dicho muchas veces que si nosotros hacemos cuanto podemos y las cosas no salen bien, no debemos echarnos la culpa. Pero fue una circunstancia desdichada y estoy un poco alarmado. Presentí peligro apenas me enteré de que esa mujer estaba ahí. Tal vez hubieras debido marcharte después de completar la primera parte del plan. En este caso, ahora ya habríamos finalizado el proyecto. Y esto es lo que vamos a hacer. Despídete en el acto y diles que no regresarás después de Navidad. Di que es por motivos familiares. Haz que todo parezca de lo más natural. Tú ya sabes hacerlo.
Sé cuándo conviene poner punto final. Nos contentaremos con lo que tenemos. Nuestro pajarillo está bien dotado y aceptaremos la mitad porque buscar el resto es claramente peligroso. Voy a dejar zanjado este proyecto de una vez por todas. Tal vez será el último y nos compraremos nuestra pequeña mansión en algún lugar… cualquier lugar. Será una mansión tan grande como Compton, tal como nosotros solíamos soñar. Pero seremos los dueños de ella. No será para nosotros lo que fue para nuestro padre. No seremos los esclavos de los ricos. Ellos serán los nuestros…
Sobre todo, querida hermana, no quiero que te culpes. En ese momento, las circunstancias nos eran adversas. Yo debí mostrarme más alerta al enterarme de la presencia de esa mujer. Ella ha sido nuestro genio maligno. Al principio me dejé engañar por ella, y si esto te hace sentirte menos culpable, hermana, permíteme recordarte que también yo he cometido mis errores. Graves errores. Es algo que ocurre con tanta facilidad cuando uno baja la guardia. Imprudentemente, le di aquel nombre que tanto significaba para nosotros en el pasado…, y no sólo el nombre, sino también el lugar. Comprendí inmediatamente la terrible equivocación cometida, pero, como te he dicho a veces, todos somos descuidados. Puedo asegurarte que esto me preocupó muchísimo, pero ahora te lo explico para recordarte los errores en los que podemos caer cuando estamos desprevenidos, aunque sólo sea por unos instantes.
No fue culpa tuya. Tu método era el correcto. ¿Cómo podías sospechar que aquella otra chica se bebería la leche? Si hubieras tratado de impedirlo, como sugieres que debiste haber hecho, tal vez el resultado habría sido todavía más desastroso.
No, no quiero que sigas atormentándote. Vete y remataremos el proyecto, y después seremos libres.
Hemos tenido grandes éxitos con nuestros planes, y si éste sólo es un éxito a medias, ya nos bastará.
Pronto estarás conmigo. Apenas puedas marcharte sin despertar sospechas, ven a este hotel. Estaré aquí durante algún tiempo. Hasta que pueda decir finis.
Con todo mi afecto, queridísima hermana, tu
HERMANO
P. D. Me agradará tener a mi hermana a mi lado. Podrás reconfortarme en mi «desconsuelo».
Daisy y yo nos miramos.
—¡Es verdad! —exclamó Daisy—. ¡Es un malvado! Y Fiona…
—Fiona corre el mayor peligro —dije—. Pero mire, ¡tenemos la dirección!
—Pero no el nombre.
—La dirección es lo importante. Creo que debemos llevar esta carta inmediatamente a sir Jason.
Ella asintió y al cabo de diez minutos yo cabalgaba en dirección al Hall.
Cuando Jason leyó la carta, quedó profundamente impresionado.
—¿Qué hará? —le pregunté.
—Iré a Londres. Allí veré a la policía, y seguidamente yo mismo iré a ese lugar. No puede haber demoras. ¡Quién sabe lo que va a ocurrirle a Fiona!
—¡Oh, Jason! —exclamé—. ¡Que Dios te acompañe!
Por un segundo quedó inmovilizado; después me rodeó con los brazos y me besó.
—Debo marcharme en seguida —dijo, y yo me retiré.
Dos días más tarde llegó un hombre a la escuela y solicitó ser recibido por la señorita Hetherington. Se encerró con ella durante un rato y cuando se marchó Elsa se fue con él.
—Han sido de lo más amable —comentó Daisy—. Han hecho lo que debían hacer con el menor escándalo posible.
—¿Se trata de un arresto? —pregunté.
Daisy asintió con la cabeza.
—Detenida por sospecha de complicidad en asesinato.
Fuimos a la habitación de Elsa y en su armario encontramos una hilera de botellas y unos puñados de hierbas secas.
Daisy las olió y dijo:
—Debía de prepararse sus propios venenos. Era una muchacha lista, pero es una lástima que su talento haya estado tan mal orientado.
*****
Romeo y Julieta fue un éxito y los padres que vinieron a ver la función se mostraron gratamente impresionados.
Despedimos a las chicas que se marchaban a pasar sus vacaciones navideñas. Teresa y yo partíamos hacia Moldenbury al día siguiente.
—Yo pensaba que el último curso era el más extraordinario que yo hubiese conocido —dijo Daisy—, pero éste lo ha aventajado con creces. Me pregunto qué estará haciendo sir Jason… Oh, querida, ¡cómo deseo que ese dichoso asunto termine de una vez! De momento, por fortuna, la escuela sigue siendo intachable. Espero que no vaya a hacerse demasiada publicidad respecto a esa chica que trabajaba aquí. Cuando pienso en ello, no me siento tranquila en lo que respecta al próximo trimestre.
Teresa estaba muy animada, especulando acerca de qué sombrero llevaría tía Patty y qué pastel habría confeccionado Violet para acompañar el té.
En el tren que nos llevaba a Paddington pude hablar a mis anchas con Teresa, puesto que disponíamos de un compartimento para nosotras solas. Me parecía un poco inquieta y le pregunté si había algo que la preocupara.
—Ahora no —me contestó—. Creo que ahora todo irá perfectamente. Es maravilloso que vayamos a Epping para pasar allí la Navidad.
—Estoy segura de que nos lo pasaremos muy bien.
—Tía Patty, Violet, usted y yo… y John y Charles. Va a ser magnífico.
—No sé por qué, con semejante perspectiva ante ti, hace un momento parecías un poco triste.
Guardó silencio unos segundos, mordiéndose los labios y contemplando los campos que transcurrían raudamente a su lado.
—Hay algo que debería decirle. Ahora ya no importa. Todo ha pasado ya. Tal vez…
—Es mejor que descargues tu conciencia —le aconsejé.
—Sí —dijo—, ahora ya no hay peligro. Vamos a Epping y veremos a John… y creo que John es maravilloso. No se le puede pedir más.
—Por favor, dímelo, Teresa.
—No encontré aquel pendiente junto al estanque.
—¿Qué?
—No. Estaba en el cuarto de Eugenie. Ella lo había encontrado en los establos del Hall y tenía que devolverlo a la señora Martindale, pero lo olvidó. Estuvo mucho tiempo en la cómoda de su habitación. Y yo lo cogí.
—Oh, Teresa…, me mentiste.
—Sí —dijo—, pero creo que en realidad fue una buena mentira. Él es un hombre malvado, Cordelia, y todas sabemos que la deseaba.
—¡Teresa! ¿Cómo pudiste hacer tal cosa?
—Bueno, la gente decía que él se había desembarazado de ella. Y nada supieron de lo del pendiente. Esto fue sólo para usted. Para detenerla, para demostrarle…
Yo permanecía silenciosa.
—¿Está usted enfadada conmigo? —Teresa me miraba con ansiedad—. Yo creía que él le gustaba a usted bastante… y él es malo. Tiene el diablo en el cuerpo. Charlotte lo dijo. Dijo que usted y él… y por esto le arrojé el zapato a la cabeza. Usted no ha de tener nada que ver con él, señorita Grant. Y ahora iremos a Epping y allí estará John… y Violet dice que no le sorprendería que él le hiciera muy pronto cierta pregunta.
—Dentro de poco estaremos en Paddington —dije.
—¿Está usted muy enfadada conmigo?
—No, Teresa —contesté—, porque lo que hiciste fue por afecto. Supongo que esto excusa muchas cosas.
—¡Eso es! ¿Bajo ya las maletas?
Tía Patty nos abrazó cariñosamente.
—Pasado mañana iremos a Epping —dijo—. Pensé que querríais pasar un par de días en Moldenbury para preparar las cosas.
—Será muy divertido —dijo Teresa—. ¡Ojalá la nieve no se hubiera derretido!
—Habría sido un impedimento para nuestros desplazamientos, querida —le recordó tía Patty—. Incluso hubiera podido impedirnos el viaje.
—Entonces me alegro de que haya desaparecido.
Violet nos recibió con rudo afecto y dio por supuesto que todas estábamos pensando ávidamente en el té.
—Hay tostadas calientes sobre un barreño de agua para que la mantequilla las empape bien, y para mantenerlas calientes al mismo tiempo —explicó—. Y hay tortas de chicharrones porque un pajarillo me ha dicho que son las favoritas de Teresa.
El mismo calor hogareño. Era difícil creer que esto pudiera existir al lado de dramas horribles.
El día siguiente llegó la carta. Apenas vi el sello austríaco empecé a temblar y por unos segundos me sentí incapaz de abrirla.
Estaba escrita por una mano desconocida y me informaba de que se había producido un accidente. Sir Jason Verringer no estaba en condiciones de viajar y solicitaba mi presencia. Su estado era tal que no convenía perder tiempo.
Estaba firmada con un nombre que no pude descifrar, pero debajo de él había la palabra «Doctor».
Entró tía Patty, se me quedó mirando y después tomó la carta de mi mano.
—Ha ocurrido algo terrible —dije—. Lo sé.
Ella me comprendió en seguida porque la noche anterior yo se lo había contado todo. Ahora me miraba fijamente.
—Irás —dijo.
Asentí con la cabeza.
—No puedes ir sola.
—Debo ir —insistí.
—Está bien —replicó—. Yo iré contigo.
*****
Fue un largo y tedioso viaje a través de Europa y me pareció todavía más largo a causa de mi impaciencia por llegar.
No había sido fácil abandonar Moldenbury. Violet se quedó estupefacta y dijo que estábamos locas… ¡Y además, en vísperas de Navidad! Teresa se mostró enojada y huraña.
Tratamos de explicar la situación pero nos costó un poco, hasta que Violet rezongó que suponía que si Patty lo consideraba acertado es que debía serlo. Tía Patty dijo que Teresa y Violet debían ir a Epping sin nosotras; hubo vivas discusiones, hasta que finalmente se acordó que ésta era la opción más acertada.
Tía Patty estuvo a la altura durante todo el viaje. Habló poco porque sabía que esto era lo que yo deseaba. Me dejó tranquila con mis pensamientos y todos ellos estuvieron dedicados a Jason Verringer.
Fue mucho lo que aprendí en aquel viaje, pues durante todo él estuve pensando en que podía llegar demasiado tarde y nunca más volver a verle vivo. Sabía que estaba en peligro, pues así me lo habían indicado las palabras del médico, y mientras contemplaba desde las ventanillas del tren las colinas, los ríos y las majestuosas montañas, trataba de imaginar lo que sería la vida sin él. Yo había procurado evitarle, pero ¿qué pasaría si no estaba él presente para evitarlo?
Si él no estaba allí, nunca más querría yo ir a la Abadía. Habría en mi vida una profunda tristeza y unos recuerdos que trataría de ahuyentar sin conseguirlo.
—No creo —dijo de pronto tía Patty— que el médico te hubiera sugerido este largo viaje si no hubiese habido alguna esperanza.
Sabía cómo reconfortarme. Yo no hubiera soportado preguntas acuciantes, condolencias o expresiones compasivas. Debía haber sabido que tía Patty comprendería lo que estaba ocurriendo en mi cabeza, y que no trataría de desviar mis pensamientos hacia temas en los que yo no quisiera ocuparme.
Y al final llegamos a Trentnitz.
Era un pequeño hotel erigido en la mitad del flanco de una montaña, uno de los centros menos conocidos para practicar los deportes de invierno. Nos llevaron desde el apeadero del ferrocarril hasta la Gasthof en una especie de trineo. Apenas entramos en aquel edificio de madera, tipo chalet, y dijimos quiénes éramos, se nos explicó que el médico estaba en aquel momento con sir Jason y que sin duda quería vernos en seguida. Había tomado la precaución de reservar para nosotras una habitación, que tía Patty y yo podríamos compartir.
El médico vino a nuestro encuentro. Hablaba un buen inglés y pudimos comprobar que se alegraba de vernos.
—Esto es lo que necesita nuestro paciente —dijo—. Quiere que usted esté a su lado. Según tengo entendido es usted su prometida. Estoy seguro de que su presencia ayudará.
—¿Está muy mal?
—Muy mal. La caída fue… —alzó un hombro buscando las palabras—. Fue un verdadero milagro que no se matara como el otro. Vendrá aquí la policía. Querrán verla a usted. Pero primero… el paciente.
Fui inmediatamente. Estaba en una habitación con una ventana que daba al monte. Todo era muy blanco y estaba muy limpio. También él parecía carecer de color y durante unos segundos me costó reconocerle.
—Cordelia —dijo.
Me acerqué a la cama y me arrodillé junto a él.
—Has venido —murmuró.
—Apenas me enteré. Tía Patty ha venido conmigo.
—Supongo que estamos en Navidad —dijo.
—Sí.
—Deberíais estar en Epping.
—Creo que debo estar aquí.
—Estoy muy destrozado.
—No he hablado mucho con el médico. Acabamos de llegar y él me ha traído directamente a tu lado.
Asintió con la cabeza y dijo:
—Tengo que aprender otra vez a andar.
—Lo harás.
—Pero acabé con él. Fiona está aquí. Tendrás que ocuparte de ella. Está deshecha. Guarda cama en este hotel. Entre los dos lo hemos convertido en una especie de hospital.
—¿Qué ocurrió?
—Lo encontré. No fue difícil porque sabía que estaba aquí. Vine directamente. Carl y Fiona… Era todo lo que necesitaba. Los vi juntos. Me entraron ganas de estrangularlo con mis propias manos. Comportarse así con ella, tan enamorada y cariñosa, y ella… ella le estaba mirando a él como si fuese un dios. Los vi mucho antes de que ellos me vieran a mí. Habían salido esquiando y entonces me asaltó el pensamiento de que podía disponerse a cometer su crimen entonces. Bien podían alejarse los dos y él fingir un accidente. La otra chica murió de ese modo… y ahora le tocaba el turno a Fiona. Por tanto, los seguí. Cuando Fiona me vio, lanzó un grito. Él se volvió en redondo. Ella me había llamado tío Jason… y él comprendió. Le dije: «Cerdo asesino…» y me abalancé sobre él. Luchamos. Yo sabía lo que él pretendía. Se disponía a arrojarme por aquella pendiente abrupta. Conocía el lugar y estaba familiarizado con la nieve. Tenía toda la ventaja. Pero yo estaba decidido a acabar con él. Me tenía ya en el borde… y pensé: «Si me caigo, lo arrastraré conmigo. No le dejaré continuar esa serie de asesinatos…». Y… juntos caímos.
—Debiste esperar —dije—. La policía lo hubiera detenido. Le estaban siguiendo la pista. Ya han detenido a Elsa.
—¿Y cuándo lo habrían capturado? ¿Después de haber asesinado a Fiona? No. Nos las veíamos con un asesino experimentado, con un hombre cuya profesión era el crimen. Yo sabía que la policía llegaría, pero yo tenía que estar allí, inmediatamente, apenas… supe lo que ocurría. No podía perder tiempo.
—¿Y a él qué le ocurrió?
—Lo mejor que podía ocurrirle. Tuvo suerte. Se rompió el cuello. Yo me rompí muchas cosas, pero mi cuello quedó intacto. Aterricé en un montón de nieve y quedé sepultado en él. El otro cayó sobre unas rocas.
—¿Te duele hablar de esto? —le pregunté.
—No. Me hace bien. Es Fiona la que me preocupa.
—Veré lo que puedo hacer yo.
—Trata de explicárselo. No te creerá, pero has de convencerla. Ya sé que es muy duro, pero no puede seguir cerrando los ojos ante la verdad. Cordelia… ha sido maravilloso que hayas venido. Supongo que no cesé de pedir tu presencia cuando no sabía ni lo que estaba diciendo.
—¿Sólo habrías pedido que viniera cuando no sabías lo que decías?
—Yo sabía que ibas a Epping. Eugenie me ha tenido bien informado. Deduje todo lo demás.
—Bien, pues en cambio he venido aquí.
—Una imprudencia por tu parte.
—Pues yo creo que ha sido un acierto. ¿Recuerdas que una vez me pediste que me casara contigo?
Sonrió levemente.
—Un tanto fanfarrón, ¿verdad?
—¿Está todavía en pie la oferta?
No me contestó y yo proseguí:
—Porque, en caso de que lo esté, he decidido aceptar.
—Te ves arrastrada por la emoción del momento. Te compadeces del hombre que ya nunca más volverá a ser lo que era. No es esto lo que debe haber entre nosotros. Hay aquel dechado de virtudes que te está esperando. Él te dará todo lo que una mujer pueda desear.
Me eché a reír.
—¿Dónde está la gracia? —preguntó.
—Te he estado diciendo durante mucho tiempo que no quería volver a verte nunca más, y tú insistías en lo contrario. Ahora, yo digo que sí y tú me indicas las razones por las que yo debería casarme con otro.
—Somos dos seres perversos. Hemos cambiado. Ha sido un viraje total. Tú has dejado en Inglaterra aquella maestrilla tan práctica y yo he dejado a aquel jactancioso bribón a medio camino de una montaña. ¿Cómo puede cambiar tanto la gente?
—No cambian. Tan sólo se revelan pequeñas facetas de sus caracteres. ¿De veras me quieres?
—¿Tengo que contestar?
—Quiero una respuesta concreta.
—Oh. La maestra de escuela no está tan lejos. Si no es la respuesta correcta, la copiarás cien veces. Claro que te quiero.
—Entonces la cuestión queda zanjada. Tal vez seas el perverso villano con vestigios del diablo en él, pero ¿acaso no he sabido siempre hacerle frente?
—Incluso en la Madriguera del Diablo.
Guardamos silencio. No nos atrevíamos a mirarnos el uno al otro por temor a traicionar la profundidad de nuestra emoción. Cogí su mano y la apoyé en mi mejilla.
Después dije:
—Desde que ocurrió todo esto, he estado pensando muchas horas en ti y en mí, y al venir aquí en el tren, sin saber lo que iba a encontrar, me comprendí a mí misma… mis sentimientos y lo… lo que yo quería. Si te hubiera encontrado muerto, poco me habría importado mi vida. Comprendí que nunca me había sentido tan viva, tan enamorada de la vida, como en aquellas ocasiones en que peleaba contigo. Me refiero a nuestras disputas verbales. Fustigarte con mi desafío era la cosa más excitante que jamás me hubiera ocurrido. Comprendí cuán monótona y carente de sentido seria la vida sin esto. Supongo que el antagonismo oculta a veces la atracción.
—Estás diciendo tonterías —me dijo él—. Te dejas arrastrar por el sentimentalismo. Mi querida maestrilla de escuela está haciendo lo que ella considera justo.
—Si no quieres oír nada más, me iré.
—Quédate.
—Esto suena a orden.
—A ti no te gustan las órdenes. Tú tomas tus propias decisiones.
—Sí, y he decidido que voy a quedarme tanto tiempo como quieras. Vas a ponerte bien. Yo me ocuparé de ello, y la única manera de hacerlo eficientemente es casándome contigo. Sólo una cosa me detendría y sería que tú me dijeras que no me quieres.
—Escúchame —me dijo—. Debes esperar. Has de ver lo que ha quedado de mí.
—Has salvado la vida de Fiona. Recuérdalo.
—No me dará las gracias por ello.
—Con el tiempo, sí. Y ahora, ¿qué me dices?
—Estarías mejor con el banquero.
—¿Debo marcharme, pues?
—No —me contestó—. Quédate. Pero supongamos que te casas conmigo. ¿Cómo sabes que no te administraré una dosis de láudano?
—Correré este riesgo.
—¿Y si te asesino y te arrojo a los estanques de pesca, o entierro tus restos en los terrenos de la abadía?
—También asumo este riesgo.
—¡Imagina qué escándalo! La señora Baddicombe tendrá días gloriosos.
—Me siento muy agradecida a la señora Baddicombe, por el momento. Me alegraría proporcionarle unos cuantos chismes para su repertorio.
—No eres una persona seria.
—Soy de lo más serio. Voy a ver al médico. Quiero saber exactamente cuál es tu estado. Me quedaré aquí hasta poder regresar contigo.
Oculté la cara porque temía que pudiera ver mis lágrimas, y cuando le miré había en su rostro una expresión maravillada y de inconmensurable dicha.