La tumba del marino

La visita al mayor resultó un éxito mucho mayor del que había creído. Kate se hizo más amiga mía a consecuencia de ello. Yo le había gustado a su abuelo y ella había llegado a la conclusión de que este me gustaba a mí; y como él era un héroe ante sus ojos, aumenté muchos puntos en su estimación.

La niña hablaba de él con franqueza, me contaba las maravillosas aventuras que había vivido, cómo había participado en batallas triunfales, y aseguraba que era el único responsable del éxito del Imperio británico. Kate jamás podía hacer o pensar algo a medias.

Me encantó la creciente amistad que se fue desarrollando entre nosotras.

Las lecciones ya no planteaban ningún problema. Había sido un verdadero golpe de suerte introducirla en la lectura de libros con fuertes argumentos narrativos. Casi habíamos terminado de leer La isla del tesoro, y nos esperaba El conde de Montecristo.

Yo utilizaba la lectura de aquellos libros como una especie de chantaje inconsciente.

—Bueno, esas sumas son un tanto difíciles, pero cuando las hayamos terminado nos dedicaremos a ver qué le ha sucedido a Ben Gunn.

El éxito que había alcanzado con ella me extrañaba tanto como a los demás. Empezaba a comprender que Kate era algo más que una niña rebelde y caprichosa. Suponía que había razones detrás de todo aquello. Y estaba decidida a descubrir más cosas al respecto.

Durante todo ese tiempo no me olvidé ni un solo instante de la verdadera razón por la que estaba allí. Deseaba ver al mayor a solas. Me sería difícil hacer preguntas comprometidas en presencia de Kate. Ella ya se mostraba un poco sospechosa a consecuencia de mi interés por el asesinato. Claro que yo no podía ir sola a visitar al mayor. Quizá surja la oportunidad, me dije, y cuando suceda debo estar preparada para aprovecharla.

Sabía que Kate sentía un interés por las cosas morbosas, de modo que no me sorprendió descubrir la gran fascinación que para ella tenía el cementerio.

La iglesia era muy antigua y famosa por su arquitectura normanda. No estaba muy lejos de Perrivale Court y a menudo pasábamos cerca.

—Imagínatelo —dije mientras cabalgábamos hacia ella—. Fue construida hace tantos años…, casi ochocientos.

Estábamos «aprendiendo», como decía Kate, la historia de Guillermo el Conquistador, y ella empezaba a interesarse por él debido a la forma particular que había empleado para pretender a su esposa Matilde, golpeándola en las calles. Tales incidentes encantaban a Kate y yo los resaltaba cada vez que los encontraba, como una manera de estimular su interés.

—Construyó muchos sitios aquí —dijo la niña—. Castillos, iglesias y otros edificios. Y todos los del cementerio…, algunos deben de estar ahí desde hace varios cientos de años.

—Seguro que te interesa más pensar en eso que en los maravillosos arcos y torres normandas. La iglesia es muy interesante.

—Entremos —dijo ella.

Dejamos atados los caballos y entramos. El silencioso ambiente interior la impresionó un poco. Estudiamos la lista de vicarios, que se remontaba a mucho tiempo atrás.

—Todo esto da una maravillosa sensación de antigüedad —dije—. No creo que esa sensación se obtenga en ningún otro lugar mejor que en una iglesia.

—Perrivale es muy antiguo.

—Sí, pero allí vive gente y la modernidad se instala poco a poco.

—Vayamos al cementerio.

Salimos y nos encontramos inmediatamente entre las lápidas de piedra.

—Le mostraré el panteón de los Perrivale si quiere.

—Sí, me gustaría verlo.

Permanecimos de pie ante él. Estaba muy ornamentado y era imponente.

—Me pregunto cuántas personas hay enterradas aquí —dijo Kate.

—Supongo que bastantes.

—Cosmo está aquí. Me pregunto si sale por la noche. Apuesto a que sí.

—Tu mente siempre anda dándole vueltas a lo macabro.

—¿Qué es lo macabro?

Se lo expliqué, y ella dijo:

—Bueno, es lo que hace que los cementerios sean interesantes. Si no estuvieran llenos de gente muerta, serían como cualquier lugar. Son los muertos los que producen los fantasmas. No se puede ser un fantasma hasta haber muerto. Vamos, quiero enseñarle algo.

—¿Otra tumba?

Corrió delante de mí y yo la seguí. Se detuvo frente a una de las tumbas. No había ningún ornamento en ella, ni lápida grabada, ni ángeles o querubines, ningún epitafio. Solo una piedra sencilla con el nombre «Thomas Parry» y la fecha. Estaba rodeado por un bordillo de piedra que la separaba de las demás, y en él había un frasco de mermelada vacío y con algunas florecillas que parecían arrancadas de los parterres cercanos.

—¿Quién fue? —pregunté—. ¿Y por qué te interesa tanto esta tumba?

—Fue el que cayó por el acantilado y se ahogó.

—Ah…, ya recuerdo. Me lo mencionaste una vez.

—Dijeron que estaba borracho.

—Bueno, supongo que lo estaba. Me pregunto quién le puso esas flores. Alguien piensa en él. Alguien tiene que recordarle. —Ella no dijo nada—. ¿Quién era? —Pregunté de nuevo—. ¿Le conociste?

—No vivía aquí. Solo vino y se dirigió hacia el acantilado.

—Qué estupidez haberse emborrachado tanto para hacer tal cosa.

—Quizá alguien le empujó.

—Pero si dijiste que estaba borracho…

—Bueno, alguien pudo haberlo dicho. Creo que camina por las noches. Sale de la tumba y camina por el cementerio hablando de asesinato.

Me eché a reír. Kate se volvió hacia mí. Tenía una expresión muy seria en el rostro.

Después se encogió de hombros y empezó a alejarse. La seguí. Me volví una sola vez hacia aquella patética tumba, descuidada, a excepción de un frasco viejo de mermelada lleno de flores silvestres.

Dick Duvane acudió a Perrivale Court, procedente de Trecorn Manor. Me traía varias cartas, junto con una nota de Lucas. Dijo que esperaría una respuesta.

Las cartas eran de Londres, una de mi padre y la otra de tía Maud.

Abrí la nota de Lucas.

Querida Rosetta:

¿Qué tal te sienta el papel de institutriz? ¿No te has cansado todavía? Dime que sí y acudiré inmediatamente a recogerte.

En cualquier caso, necesito verte. ¿Podríamos vernos mañana por la tarde? Nos encontraremos en la posada El Rey Marino. ¿Nos vemos allí o prefieres que acuda directamente a la casa? Podría llevarte un caballo. Quiero hablar contigo. Siempre devoto de tus intereses,

LUCAS

Recordé mi entrevista con lady Perrivale, quien me había dicho que podía tomarme una tarde libre de vez en cuando. Le escribí a Lucas una nota apresurada diciéndole que nos encontraríamos en El Rey Marino, al día siguiente, a las dos y media de la tarde.

Después me llevé las cartas a mi habitación y las leí. Ambas eran como había esperado que fueran. Mi padre se mostraba bastante afectado. No comprendía por qué razón me había parecido necesario aceptar un trabajo. Si lo que deseaba era trabajar, él podría haberme encontrado algo adecuado, quizá en el museo. Confiaba en que regresara pronto a casa y habláramos sobre lo que yo deseaba hacer.

No logré imaginarme explicándoselo todo a mi padre. Sentí pena por él. Supuse que tía Maud le había instado a que me escribiera desaprobando mi actitud.

No cabía la menor duda sobre los sentimientos de tía Maud.

Mi querida Rosetta:

¿Cómo has podido? ¡Una institutriz! ¿En qué estás pensando? Sé que algunas mujeres se ven obligadas a realizar ese trabajo, pero no es tu caso. Si quieres aceptar mi consejo, deberías abandonar inmediatamente esa tontería. Hazlo con rapidez. La gente no tiene por qué enterarse de nada, o si se entera se puede decir que fue un impulso alocado. Lo ideal para ti sería pasar una temporada en Londres, pero sabes que actualmente no es posible. Sin embargo, eres hija de un profesor, de un hombre muy respetado en los círculos académicos. Habrías tenido tus oportunidades…, pero ¡institutriz!

La carta continuaba expresando cosas por el estilo a lo largo de varias cuartillas, que leí por encima. La reacción se parecía tanto a la que me esperaba que no me conmovió en absoluto.

Me sentía mucho más interesada por mi próximo encuentro con Lucas.

Al día siguiente, le dije a Kate que iba a ver a un amigo.

—¿Puedo ir yo también?

—Oh, no.

—¿Por qué no?

—Porque no has sido invitada.

—¿Y qué haré mientras esté usted fuera?

—Te divertirás.

—Pero yo quiero ir.

—Esta vez no.

—¿La próxima ocasión?

—No somos nosotros quienes decidimos el futuro.

—Es usted la institutriz más desconcertante.

—En tal caso, hago honor a mi alumna.

Se echó a reír. Desde luego, en el corto espacio de tiempo que llevaba allí habíamos recorrido un largo camino. Habíamos establecido unas relaciones que antes me habrían parecido imposibles.

Kate se resignó, aunque de mala gana. Sin embargo, se refirió una vez más a mi deserción.

—Yo le he enseñado cosas —murmuró—. Le he presentado a Yayo y la he llevado a la tumba.

—Ambas cosas las sugeriste tú. Yo no te lo pedí. Además, las personas tienen derecho a que al menos una parte de su vida sea privada.

—Y ese hombre con el que se va a ver ¿está en su vida privada?

—Como no lo conoces, puedo decirte que sí.

—Pues lo conoceré —me dijo amenazadoramente.

—Es posible…, quizá algún día.

Le habría gustado montar un berrinche, pero no se atrevió. Su vida había cambiado desde mi llegada y eso se debía a mi presencia. En cierto sentido, me consideraba como su protégée. Disfrutaba estando conmigo, que era la razón por la que armaba tanto alboroto: solo porque iba a dejarla durante algunas horas. Pero yo había logrado hacerle sentir verdadero temor ante la posibilidad de marcharme, y eso la contenía.

Aquella noche, en mi habitación repasé lo sucedido en los últimos días y pensé que había progresado bastante, aunque, desgraciadamente, no había avanzado nada en mi proyecto principal. Eso había permanecido más o menos estático. En lo que sí había progresado extraordinariamente era en mi nueva vida como institutriz de Kate Blanchard. Cierto que había conocido a personas que estuvieron cerca del lugar de los hechos, lo cual me daba esperanzas de realizar algún día un buen descubrimiento. Necesitaba tiempo para hablar con esas personas, para conocerlas, y debía hacerlo de manera natural para que ellas no sospecharan mis verdaderas motivaciones.

Habría querido descubrir algo sobre el primer marido de Mirabel, el señor Blanchard. ¿Cómo era? ¿Cuándo había muerto? ¿Cuánto tiempo transcurrió desde su muerte y la llegada de Mirabel a Cornualles, en compañía de su padre y de su hija? No debieron de estar muy bien de medios económicos, puesto que la pequeña casa en la que se instalaron era muy humilde…, al menos en comparación con Perrivale Court y con la casa Dower.

Quizá aquello no fuera más que simple curiosidad por mi parte. Pero no del todo. Mirabel había sido una de los protagonistas principales del drama, y sería muy ventajoso saber de ella todo lo posible.

Después pensé en Lucas, recordando su proposición con cierta ternura. Sentía un gran anhelo de contarle por qué razón estaba en la mansión de los Perrivale, y sabía que ese anhelo se intensificaba cuando me encontraba a su lado.

Me senté junto a la ventana, mirando hacia el patio. Estaba tratando de convencerme de que Lucas sería de una gran ayuda para mí. ¡Qué alivio sería compartir todo aquello con él! Se preocupaba por mí…, después de él, claro. Sonreí al recordar sus palabras.

Si le hacía jurar que no traicionaría a Simon… ¿sería posible?

Pero no debía hacerlo aún, me dije. Aquel secreto no me pertenecía. Simon me lo había confiado porque supuso que jamás tendríamos oportunidad de salir de la isla, y necesitó confiar en alguien. Además, existió una relación muy especial entre ambos. Yo me había dado cuenta de eso… tanto como él.

De pronto, capté una luz en una de las ventanas de enfrente. Era débil, y supuse que procedía de una vela. Parpadeó y luego desapareció.

Quedé asombrada. Recordé entonces una conversación que había mantenido con Kate unos días antes. Estábamos sentadas ante mi ventana, mirando hacia el patio.

—¿De quiénes son las habitaciones de enfrente? —pregunté.

—¿Se refiere a la del piso superior? ¿Ve usted algo especial allí?

—No. ¿Debería verlo?

—Me preguntaba si habría visto el fantasma del papá de Padrito.

—Tus preocupaciones por los fantasmas se están convirtiendo en una verdadera manía.

—Siempre pasa en las grandes mansiones, sobre todo cuando ha ocurrido un asesinato. Esa habitación de allí es el dormitorio del papá de Padrito. Ahora ya casi nadie va por ahí.

—¿Por qué no?

—Bueno, pues porque murió ahí. Mi madre dice que una tiene que mostrar respeto.

—¿Respeto?

—Bueno, murió ahí, ¿no?

—Pero alguien tiene que entrar, aunque solo sea para limpiar.

—Espero que sí. De todas formas, ahí no hay nadie…, excepto la mamá de Padrito con María. Las dos pasan ahí la mayor parte del tiempo.

—¿María?

—Su doncella. Creo que por ahí rondan los fantasmas. Sir Edward murió en ella.

Creí que solo se trataba de una muestra más de las preocupaciones de Kate y me olvidé del asunto. Pero cuando vi oscilar aquella luz, un escalofrío me recorrió la espalda.

Me eché a reír para mis adentros. Kate estaba empezando a afectarme con sus obsesiones.

Tal y como había dicho ella, debía de ser porque se había cometido un asesinato relacionado con aquella mansión.

Después de todo, la niña tenía razón. Yo estaba allí precisamente a causa de aquel asesinato.

Lucas estaba en El Rey Marino, esperándome, y me sentí muy feliz de volver a verle.

Se levantó y tomó mis manos. Nos observamos escrutadoramente durante unos segundos y después me besó en la mejilla.

—Ser institutriz te sienta estupendamente —me dijo—. Bien, sentémonos. ¿Cómo van las cosas? He pedido sidra. Es demasiado temprano para el té, ¿no te parece? —Me mostré de acuerdo—. ¿De modo que te permiten dar una vuelta a caballo de vez en cuando? —siguió preguntándome.

—Son muy afables —contesté, asintiendo.

—¿Y tu alumna?

—La estoy domesticando.

—Pareces sentirte muy orgullosa.

—Lucas, ¿cómo van las cosas en Trecorn Manor? ¿Y los niños…?

—Están muy dolidos por tu ausencia.

—Oh, no, ¿de veras?

—Sí, de veras. Preguntan por ti veinte veces al día. ¿Cuándo va a volver? Bien, yo te hago la misma pregunta.

—Todavía no, Lucas.

—¿Qué satisfacción obtienes de esto?

—No te lo puedo explicar, Lucas. Desearía poder hacerlo.

Me di cuenta de que la confesión afloraba a mis labios. «Pero ese secreto no te pertenece», me recordé una y otra vez.

—¡Una institutriz! Es lo último…

—He recibido cartas de casa.

—¿De tía Maud?

—Sí, y también de mi padre.

—¡La buena y vieja tía Maud!

—Lucas…, por favor, compréndelo.

—Lo intento.

Nos trajeron la sidra y permanecimos en silencio durante un rato. Después, dijo:

—Tú y yo pasamos por una experiencia extraordinaria, Rosetta. No ha podido dejar de afectarnos. Míranos. A ti te ha convertido en institutriz y a mí en lisiado.

—Querido Lucas —dije y extendí una mano por encima de la mesa, tocando la suya.

Él me la tomó y sonrió.

—Me hace mucho bien volver a verte —dijo—. Si ser institutriz se te hace insoportable algún día y no quieres regresar junto a tía Maud…, bueno, ya sabes que hay un refugio esperándote.

—No lo olvido. Es un consuelo saberlo. Siento por ti tanto cariño, Lucas…

—Ahora espero la aparición del «pero».

—Desearía… —empecé.

—Yo también lo desearía. Pero no nos pongamos sentimentales. Cuéntame cosas de este lugar. Da la impresión de que hubiera un misterio envolviéndolo todo.

—Bueno, claro. Eso se debe a lo que sucedió.

—Hay algo respecto a un caso de asesinato no solucionado. Eso es algo muy insatisfactorio. Siempre queda un signo de interrogación. Por lo que se sabe, podrías estar viviendo en la misma casa de un asesino.

—Tal vez.

—¿Lo dudas? Se trata de algo muy evidente. ¿Acaso el culpable no huyó?

—Pudo haber tenido otras razones para hacerlo.

—Bueno, en cualquier caso no es asunto tuyo. Lo que sucede es que estás en esa casa. No me gusta que estés ahí. Y no solo por lo del asesinato. ¿Los ves con mucha frecuencia?

—Me paso la mayor parte del tiempo con Kate.

—Ese pequeño horror.

—Bueno…, a mí me parece una niña interesante. Estamos terminando de leer La isla del tesoro.

—¡Qué felicidad!

—Y vamos a empezar El conde de Montecristo —añadí riendo.

—No sabes cuánto me maravilla.

—No te burles. Si conocieras a Kate te darías cuenta de los tremendos progresos que he logrado con ella. Creo que ahora incluso le caigo bien.

—¿Y qué tiene eso de extraordinario? También gustas a otros.

—Pero no son como Kate. Es algo fascinante, Lucas. Todo ese lugar es fascinante. Y da la impresión de que detrás de todo hay algo.

—Creo que vuelves al caso del asesinato.

—Bueno, hubo un asesinato. Supongo que cuando sucede algo violento, eso afecta a las personas… e incluso a los lugares.

—Ahora comprendo lo que te interesa. Dime, ¿qué has descubierto?

—Nada… o muy poco.

—¿Ves con frecuencia a la fascinante Mirabel?

—De vez en cuando.

—¿Y es realmente tan fascinante?

—Es muy hermosa. La vimos, ¿recuerdas?, cuando nos encontramos con aquel rebaño de ovejas. Debes admitir que es extraordinaria.

—Hummm.

—Yo solo la veo en mi calidad de institutriz. Me ha dicho con toda claridad que está muy satisfecha conmigo. Al parecer, soy la única institutriz que ha logrado que su hija se comporte casi como una niña normal. En realidad, fue bastante fácil. Kate se dio cuenta desde el principio de que yo no tenía ninguna necesidad de estar allí, y luego la amenacé con marcharme si las cosas se ponían demasiado difíciles. Resulta extraño observar la gran fuerza que puede haber en la indiferencia.

—Siempre lo he sabido. Esa es la razón por la que pretendo mostrarme indiferente ante las circunstancias.

Apoyé los codos sobre la mesa y le observé con atención.

—Sí, así es como actúas, Lucas. Y luego resulta que no eres tan indiferente como aparentas.

—Casi nunca. Pero hay una cosa ante la que no soy indiferente: tu trabajo como institutriz. Tengo sentimientos muy fuertes al respecto. Es algo que no puedo disimular. Háblame más de ellos. Se han portado bien contigo, ¿verdad?

—De modo irreprochable. Dispongo de tiempo de vez en cuando, como ves, para dar un paseo a caballo. Me han elegido una montura especial, una yegua de color castaño. Se llama Goldie.

Me eché a reír. Me sentía muy feliz por el hecho de que me hubiera pedido que nos viéramos.

—Suena divertido —dijo.

—Lo es. Ella desea demostrarme que no me consideran una institutriz vulgar. Hija de un profesor y todo eso. La situación me hace pensar en la época en que Felicity apareció en casa. Es todo muy parecido.

—Solo que las cosas fueron más fáciles para ella.

—Mi querida Felicity. Nos hicimos buenas amigas desde el principio.

—¿Les has contado tus éxitos?

—Todavía no. En realidad hace muy poco tiempo que estoy en esa mansión. Voy a escribirle un día de estos. Pero antes de hacerlo quiero ver cómo van saliendo las cosas. Te estaba hablando de Mirabel, la joven lady Perrivale. Hay otra mucho más vieja, ¿sabes? Me siento inclinada a pensar en ella como Mirabel porque así fue como la llamaron los periódicos. Se muestra muy afable conmigo, y también sir Tristan.

—¿Así que también lo conoces a él?

—Solo le he visto algunas veces, pero fue él quien ordenó que me destinaran una montura. Y es posible que me inviten a alguna que otra cena.

—Una especie de propina para una buena institutriz…, siempre y cuando no sea en una ocasión muy importante y se necesite a alguien para completar el número de comensales, ¿no?

—Creo que puede haber una ocasión importante. Están pensando en invitarte a ti y a Carleton. Lo han demorado debido a la muerte de Theresa.

Vi una expresión de interés en sus ojos.

—¿De modo que tú y yo seremos invitados?

—Vendrás cuando te inviten, ¿verdad, Lucas?

—Desde luego.

—¿Está mejor Carleton?

—No creo que lo supere nunca —contestó, encogiéndose de hombros—. Nosotros, los Lorimer, somos muy fieles.

—Pobre Carleton. Siento pena por él.

—Y yo me siento culpable. Antes le envidiaba, siempre estaba preguntándome por qué le salían bien todas las cosas. ¿Por qué me había sucedido esto a mí, mientras que él llevaba una vida feliz? Y ahora está mucho peor que yo. Yo tengo una pierna inútil y él ha perdido a la persona que más le importaba en esta vida. Desearía hacer algo por él, pero no sé qué.

—Quizá vuelva a casarse.

—Eso sería lo mejor. Necesita una esposa. Se siente perdido sin Theresa. Pero, claro está, eso sucederá en el futuro…, en un lejano futuro. Trecorn no es un lugar muy feliz por el momento. Si regresaras aliviarías mucho la situación.

—Y los niños… ¿se sienten felices? —pregunté.

—Son demasiado pequeños para permanecer tristes mucho tiempo. Creo que todavía preguntan por su madre y lloran por ella…, pero luego se olvidan. La buena de Nanny Crockett se comporta maravillosamente con ellos, pero no la perdono por haber organizado todo este alboroto. ¿Qué pudo haberla decidido a ponerlo en marcha? —Me miró fijamente y yo me ruboricé—. Tiene que haber una razón.

Yo me estaba diciendo: «Explícaselo. Se lo debes».

Pero no podía hacerlo. Seguía pensando que no era mi secreto. Al cabo de un rato de silencio, Lucas continuó:

—Creo comprender. Ya nunca seremos como antes, ¿no? A veces recuerdo la primera vez que nos encontramos. Qué diferentes éramos entonces… los dos. ¿Me recuerdas como era entonces?

—Sí, perfectamente.

—¿Era diferente?

—Sí —contesté.

—Tú también lo eras. Ibas a la escuela…, eras muy joven, ávida, inocente. Y después, en el barco, cuando nos sentábamos en cubierta a charlar. ¿Te acuerdas de Madeira? No sabíamos nada de la fatalidad que estaba a punto de sucedemos. —Yo lo iba recordando todo a medida que él hablaba—. Lo siento. No debería habértelo recordado. Si tuviéramos sentido común haríamos todo lo posible por olvidarlo.

—No podemos olvidar, Lucas. Nunca podremos olvidar.

—Podríamos… si nos decidiéramos. Podríamos empezar una nueva vida juntos. ¿Recuerdas cuando hablamos de nuestras iniciales? Dije que era importante que la vida nos hubiera juntado, sin saber entonces lo que íbamos a tener que pasar.

Qué cerca hemos estado desde entonces el uno del otro. Dije que mis iniciales formaban la palabra «infierno»…, por Adrián Edward Lucas Lorimer, y que tú, como R. O, podrías hacerme volver al camino recto. ¿Lo recuerdas?

—Sí, lo recuerdo muy bien.

—Pues bien, es cierto. Tú puedes salvarme. ¿Lo ves? Ha terminado por suceder. En aquel momento hablé proféticamente. Tú y yo… seríamos capaces de enfrentarnos a cualquier cosa estando juntos…, de lograr que la vida fuera mejor de lo que era.

—Oh, Lucas…, desearía…

—Deberíamos marcharnos de aquí ahora mismo, a cualquier sitio que se nos ocurra.

—No puedes abandonar Trecorn. Carleton te necesita.

—¿Acaso importaría el lugar donde estuviéramos? Lo ayudaríamos los dos juntos.

—Oh, Lucas… Lo siento. De veras que desearía…

—Comprendo —me dijo, sonriendo de mala gana—. Bien, aprovechemos lo mejor de lo que tenemos. Ocurra lo que ocurra, lo que hemos pasado juntos siempre nos hará amigos muy especiales. Pienso a menudo en aquel hombre…, en Player. Me pregunto qué le sucedió. Me gustaría saberlo, ¿a ti no? —Asentí con un gesto, temerosa de hablar. Él continuó—: Comprendo por qué hiciste esto, Rosetta. Lo estás haciendo porque quieres desprenderte de todo lo que sucedió antes. En cierto modo, tienes razón. Y así, has decidido ir a ese lugar completamente nuevo para ti, con un nuevo ambiente, un nuevo trabajo…, una especie de desafío, sobre todo en lo que se refiere a esa niña. Has cambiado, Rosetta. Y debo decir que, en mi opinión, ella te está ayudando.

—Sí, estoy segura.

—Ha sido muy valiente por tu parte haberlo hecho. En cuanto a mí, creo que soy un poco cobarde.

—Oh, no, no. Sufriste más que yo, y lograste tu libertad.

—Solo porque era un lisiado inútil.

—No eres inútil. Te quiero mucho. Te admiro, y me siento muy agradecida solo de saber que eres mi amigo.

—¿Recordarás eso… siempre? —me preguntó, tomándome la mano entre las suyas.

—Siempre —contesté—. Me alegro mucho de haberte visto. Me siento tan segura al saber que estás cerca…

—Siempre estaré ahí. Y quizá llegue el día en que acudas a mi lado. Y ahora… salgamos de este sitio. Vamos. Enséñame a tu Goldie. Cabalguemos un rato hasta el mar y galopemos por la playa. Digámonos que nuestros ángeles de la guarda nos sonríen, y que nos concederán todos nuestros deseos. Ahí tienes un bonito discurso sentimental proveniente de un viejo cínico, ¿no te parece?

—Sí, y me encanta escucharlo.

—Después de todo, ¿quién sabe lo que nos espera?

—Nunca se sabe.

Y nos dirigimos hacia donde estaban los caballos.

*****

La señora Ford me detuvo por la mañana cuando me dirigía a la habitación de estudio.

—Nanny Crockett vendrá de visita esta tarde —dijo—. Jack Carter va a llevar una carga a la granja de los Turner, así que la traerá y podrá pasar aquí un par de horas. Querrá verla, de modo que puede venir a mi habitación para tomar una taza de té.

Le dije que estaría encantada.

Mientras hablábamos, se produjo una pequeña conmoción en el salón. Escuché la voz del jardinero jefe, que decía algo sobre rosas. La señora Ford levantó una de sus cejas.

—Ese hombre —dijo—. Parece como si todo el mundo tuviera que estar pendiente de sus flores. Está armando tanto jaleo que será mejor que baje y vea lo que sucede.

La seguí, impulsada por la curiosidad.

En el salón había varios sirvientes. Littleton, el jardinero jefe, estaba muy enfadado.

—¿Qué es lo que pasa aquí? —preguntó la señora Ford con tono autoritario.

—Ya lo puede preguntar, señora Ford —contestó Littleton—. Cuatro de mis mejores rosas… que acababan de brotar…, alguien me las ha robado delante de mis narices.

—¿Quién lo ha hecho?

—Eso es lo que me gustaría saber. Si le pudiera poner la mano encima…

—Es posible que las haya cortado milady.

—Milady nunca toca las flores. Esperaba con ansia que brotaran esas rosas. Llevo esperando mucho tiempo para verlas florecer. Eran muy hermosas. Tenían una especie de rosado azulado, un color muy raro para una rosa. Jamás había visto nada igual antes. Eran algo especial, y yo pasé todo el tiempo esperando que brotaran. Tardaron su tiempo…, y entonces viene alguien y las corta, así por las buenas.

—Bien, señor Littleton —dijo la señora Ford—. Lo siento, pero yo no he tocado sus rosas, y si descubre usted quién lo ha hecho, bueno, eso depende de usted, pero no permito que moleste a la servidumbre. Todos tenemos trabajo que hacer.

—Pero eran mis rosas especiales —dijo el señor Littleton con voz lastimera, volviendo su rostro angustiado hacia la señora Ford.

Los dejé y subí a la habitación de estudio.

Aquella mañana resultó difícil dictar la clase. Kate quiso saber detalles de mi entrevista con Lucas la tarde anterior.

—Yo estaba antes con su familia, ya lo sabes —le dije—. Así que vino a visitarme.

—¿Le pidió a usted que se marchara de aquí? —Vacilé un instante antes de responder y ella afirmó—: Lo hizo. Y usted le dijo que lo haría.

—No dije nada de eso. Le dije que estábamos leyendo La isla del tesoro, y que tú y yo nos entendíamos moderadamente bien. Es así, ¿no? —Ella asintió con un gesto, sin decir nada—. Bien, y ahora veamos si podemos resolver esas sumas para disponer de quince minutos extras que dedicar a la lectura. Creo que hoy terminaremos de leer el libro.

—De acuerdo.

—Ve a la pizarra y empezaremos enseguida.

No pude dejar de pensar en Simon durante toda la mañana. La entrevista con Lucas me había inquietado, y la perspectiva de ver a Nanny Crockett hizo que mis recuerdos fueran más vividos de lo habitual.

Aquella tarde, cuando llegué a la habitación de la señora Ford, Nanny aún no había llegado, pero ella tenía una visita. Se trataba del rector de la iglesia, el reverendo Arthur James. Al parecer, la señora Ford solía colaborar bastante en la iglesia, y él había acudido para consultarla acerca de la decoración floral. La señora Ford me presentó.

—Bienvenida a Perrivale, señorita Cranleigh —dijo él—. Sé por la señora Ford lo bien que se las arregla usted con Kate.

—La señora Ford ha sido muy amable conmigo.

—Ella siempre es amable con todos, y créame, tenemos buenas razones para saberlo. Mi esposa y yo nos preguntamos a menudo qué sería de nosotros sin ella. Ahora se trata de la decoración, ya sabe. Dependemos de Perrivale para muchas cosas. Esta gran mansión…, los jardines bien cuidados y tantas otras cosas. Así ha sido durante muchas generaciones. Sir Edward sentía un gran interés por la iglesia.

—Sí, era un hombre muy religioso —intervino la señora Ford—. Cada domingo acudía dos veces a la iglesia en compañía del resto de la familia. Además, todos rezábamos cada día en el salón. Sí, no cabe la menor duda, sir Edward era un hombre muy religioso.

—Que Dios le tenga en su gloria —añadió el rector—. En estos tiempos ya no quedan muchos como él. La generación más joven no tiene el mismo compromiso. Espero verla por allí con su alumna, señorita Cranleigh.

—Sí, desde luego.

—La señorita Kate lleva el diablo en el cuerpo —dijo la señora Ford—, pero la señorita Cranleigh ha obrado milagros. Milady está muy contenta. Fue idea mía que viniera a esta casa. Nanny Crockett y yo lo planeamos juntas. Y milady también se siente muy agradecida conmigo.

—Eso es muy gratificante.

—Esta es la lista —dijo la señora Ford—. A la señora Terris siempre le ha gustado decorar el altar, así que la encargo a ella de eso. En cuanto a los alféizares de las ventanas, creo que los de un lado de la iglesia pueden quedar a cargo de la señorita Cherry y su hermana, y los del otro a cargo de la señorita Jenkins y la señora Purvis. He pensado que si especifico las flores que van a tener que utilizar no habrá discusiones.

El rector se había quitado las gafas y repasaba la lista.

—Excelente…, excelente… Sabía que podía confiar en usted, señora Ford, para que todo quedara amigablemente organizado.

Intercambiaron miradas de desconfianza, previendo la posibilidad de que hubiera problemas, a pesar de la habilidad con que la señora Ford manejaba la situación.

Poco después el rector se levantó para marcharse. Estrechó nuestras manos y repitió que esperaba vernos a Kate y a mí el domingo en la iglesia. A continuación, se marchó.

Poco después de su partida llegó Nanny Crockett. Se sintió encantada de verme, y la señora Ford nos contempló con expresión benigna mientras nosotras nos saludábamos.

—Le aseguro que tiene usted muy buen aspecto —dijo Nanny—. ¿Y qué es eso que he oído que usted y la señorita Kate se han hecho muy buenas amigas?

—El cambio que se ha producido en el comportamiento de la señorita Kate ha sido verdaderamente notable —afirmó la señora Ford—. Sir Tristan y milady están encantados.

—La señorita Cranleigh se relaciona muy bien con los niños —dijo Nanny Crockett—. Eso es un don que algunas personas tenemos y otras no. Lo comprendí desde el principio, en cuanto la vi relacionarse con mis dos pequeños.

—¿Cómo están los gemelos? —pregunté.

—Pobrecillos. Haber perdido a su madre… No es fácil de superar. Aunque afortunadamente son muy pequeños. Si hubieran sido uno o dos años mayores habrían comprendido mucho más lo ocurrido. Ahora creen que su madre ha ido al cielo, y eso para ellos es como irse a Plymouth. Creen que volverá algún día. No dejan de preguntar cuándo regresará. Eso le rompe a una el corazón. También preguntan por usted. Tiene que venir alguna vez a verlos. A ellos les gustaría mucho. Claro que hubo lágrimas cuando se marchó usted, no faltaría más. Bueno, yo hago todo lo que puedo.

—¿Y cómo está el señor Carleton?

—A veces creo que nunca lo superará —contestó, moviendo la cabeza con expresión de pena—. Pobre hombre. Anda por ahí como en una especie de sueño. El señor Lucas…, bueno, con él nunca se sabe. Creo que piensa demasiado y está muy triste. Sí, aquella es una casa triste. Yo trato de alegrarla todo lo posible, al menos en la habitación de los niños.

Me miraba con intensidad, confiando en que pudiéramos hablar a solas para enterarse de mis progresos. Pero ¿de qué progresos podía yo hablar?, me pregunté. Si consideraba la situación, me daba cuenta de que no había llegado muy lejos y, en el fondo, mi pequeña aventura no había producido el menor fruto, aparte de un éxito moderado con Kate.

Hablamos sobre diversos temas, el tiempo, el estado de las cosechas, pequeñas murmuraciones sobre distintas personas de los alrededores.

La señora Ford nos dejó a solas durante una media hora. Dijo que tenía que acudir a la cocina para atender algo relacionado con la cena. Deseaba comentar varias cosas con la cocinera, y no podía esperar.

—Ustedes sabrán cuidar de sí mismas mientras yo esté ausente —dijo antes de salir.

En cuanto nos quedamos a solas, Nanny Crockett preguntó:

—¿Ha descubierto usted algo?

—A veces me pregunto si llegaré a descubrir algo —contesté, negando con la cabeza—. No sé dónde está la llave que abre la puerta del misterio.

—Ya surgirá. Lo siento en mis huesos. Si no fuera así, mi pobre chico tendría que pasarse el resto de su vida en el extranjero…, yendo de un lado a otro. Y eso no puede ser.

—Pero, Nanny…, aunque descubramos la verdad y sea declarado inocente, no podremos ponernos en contacto con él fácilmente.

—Lo publicarán los periódicos, ¿no?

—Pero si está en el extranjero… no los leerá.

—Ya encontraremos un medio. Pero antes debemos probar su inocencia.

—A menudo me pregunto por dónde empezar.

—Sospecho que ella tiene algo que ver con el asunto.

—¿Se refiere a lady Perrivale? —Nanny asintió—. ¿Y por qué iba a estar involucrada?

—Eso es lo que tiene que descubrir usted. Y él también… Él lo heredó todo, ¿no? Ese sería el móvil. Se debe encontrar un móvil.

—Ya hemos hablado de eso antes.

—No estará usted dispuesta a abandonar ahora, ¿verdad?

—No…, no. Pero desearía progresar un poco.

—Pues entonces está en el mejor lugar para conseguirlo. Si hay algo que yo pueda hacer… en cualquier momento…

—Es usted muy buena aliada, Nanny.

—No estamos tan lejos. Espero que venga usted alguna vez a Trecorn, y yo puedo pedirle a Jack Carter que me traiga de vez en cuando por aquí. Así que estaremos en contacto. No sabe cuánto daría por volver a ver a mi chico.

—Lo sé.

La señora Ford regresó.

—A veces creo que este sitio se convertiría en ruinas sin mi presencia. A milady no le gusta nada el ajo, no lo soporta, y si no se lo he dicho a la cocinera veinte veces, no se lo he dicho ninguna. Y ella empeñada en poner ajo en el estofado. Pasó unos meses con una familia francesa y eso le ha hecho tener ciertas ideas. Tiene una que vigilarlos continuamente. Esta vez he llegado justo a tiempo. ¿Lo han pasado bien ustedes?

—Le estaba diciendo que si consigo que Jack Carter me traiga no tardaré en volver por aquí.

—En cualquier momento será bien recibida. Oh, miren, el rector se ha olvidado las gafas. A ese hombre se le olvidaría la cabeza si no la llevara fija sobre los hombros. Estará perdido sin ellas. Tendré que llevárselas.

—Yo se las llevaré —dije—. Me sentará bien dar un pequeño paseo.

—Oh, ¿de veras? Me pregunto si ya las habrá echado de menos. Si no es así, no tardará en darse cuenta.

Me hice cargo de las gafas y Nanny Crockett anunció que tenía que marcharse. Jack Carter regresaría en cualquier momento y no le gustaba tener que esperar.

—Entonces será mejor que le espere abajo —dijo la señora Ford—. Bien, adiós, Nanny…, y no lo olvide, aquí siempre hay una taza de té y unas pastas para usted.

Acompañé a Nanny hasta las puertas de entrada a la mansión y apenas llevábamos allí unos minutos cuando apareció Jack Carter. Nanny subió al pescante del carro y yo la despedí, saludándola con la mano mientras el vehículo se alejaba.

Después me dirigí hacia la iglesia. El reverendo Arthur James quedó encantado al recuperar sus gafas, y yo conocí a su esposa, quien comentó con burlona severidad que su marido siempre andaba perdiéndolas, y que esto sería una lección para él.

Me invitaron a quedarme, pero dije que debía regresar, ya que Kate me estaba esperando. Salí de la rectoría y decidí atravesar el pequeño cementerio. Resulta muy extraña la fascinación que ejercen esos lugares. No pude resistir la tentación de detenerme y leer las inscripciones de algunas tumbas. Correspondían a personas que habían vivido un siglo antes. Me pregunté cómo habían sido sus vidas. Allí estaba el panteón de los Perrivale. Cosmo debía de estar enterrado allí. Si pudiera hablar y contar lo sucedido en realidad…

Mi mirada se vio atraída por un tarro de mermelada vacío, en el que había cuatro hermosas rosas… Eran de color rosáceo con un matiz azulado.

Casi no pude creer lo que veían mis ojos. Me acerqué para mirar. Allí estaba aquella sencilla lápida, tan modesta entre el esplendor de las otras tumbas; y sabía que aquellas eran las mismas rosas que el señor Littleton había echado en falta, y por las que había estado gruñendo todo el día.

Me las quedé mirando fijamente durante un rato.

¿Quién las había puesto allí? Pensé en las florecillas silvestres que viera la vez anterior, evidentemente arrancadas de los macizos de flores del mismo cementerio. Pero aquellas rosas…

¿Quién había arrancado las rosas del jardín de los Perrivale para colocarlas en un tarro de mermelada vacío ante la tumba de un desconocido?

¿Por qué me había mostrado Kate aquella tumba en particular?

Regresé pensativa a Perrivale Court. Cuanto más cavilaba en ello, más claramente comprendía que tenía que haber sido Kate quien arrancara las rosas y las colocara ante la tumba.

Cuando llegué, ella me estaba esperando y apenas llevaba unos minutos en mi dormitorio cuando entró. Se sentó en la cama y me miró con expresión acusadora.

—Ha vuelto usted a salir —dijo—. Ayer se marchó para ver a aquel hombre, y hoy ha estado con la señora Ford, y cuando subí ya se había vuelto a marchar.

—El rector se olvidó de sus gafas y fui a llevárselas.

—Es un viejo estúpido. Siempre anda perdiendo cosas.

—Algunas personas son un poco distraídas. A menudo tienen cosas más importantes en las que pensar. ¿Te has enterado del alboroto de esta mañana por las rosas?

—¿Qué rosas?

Enseguida adoptó una actitud de alerta y me di cuenta, instintivamente, de que estaba sobre la buena pista.

—Había unas rosas especiales. El señor Littleton las había cuidado con esmero y se sentía muy orgulloso de ellas. Alguien las cortó. El jardinero estaba furioso. Pues bien, yo sé dónde están. —La niña me miró con cautela y yo proseguí—: Están en el cementerio, delante de la tumba del hombre que se ahogó. ¿Recuerdas? Me enseñaste su tumba. La primera vez que estuve había un tarro de mermelada vacío con unas flores silvestres. Ahora, las preciosas rosas del señor Littleton están allí.

—Me di cuenta de que las flores silvestres le parecieron a usted horribles.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, solo eran flores silvestres. La gente suele poner rosas y lirios y toda clase de bonitas flores en las tumbas.

—Kate… Tú cortaste las rosas y las pusiste ante esa tumba. —La niña guardó silencio. ¿Por qué?, me pregunté, e insistí—: ¿Lo hiciste?

—Todas las demás tumbas tenían cosas…, estatuas y cosas. ¿Qué son unas pocas flores?

—¿Por qué lo hiciste, Kate?

—Vamos a leer un poco —dijo, tratando de escabullirse.

—No mientras tengamos esto pendiente.

—¡Tener esto pendiente! ¿Qué quiere decir? —preguntó, belicosa, lo que en ella era señal de que se había puesto a la defensiva.

—Dime la verdad, ¿por qué pusiste las rosas en esa tumba, Kate?

—Porque no tenía ninguna flor. ¿Qué importan unas pocas rosas viejas? Además, no son del señor Littleton. Son de Padrito, o de mi madre. Ellos no se han quejado de nada. Ni siquiera saben si estaban en el jardín o en la tumba.

—¿Qué sientes con respecto a ese hombre?

—Él no consiguió nada.

—Es la primera vez que compruebo que tienes un corazón tierno, Kate. No parece muy propio de ti.

—Bueno, quería hacerlo —dijo, ladeando la cabeza.

—Así que cortaste las flores y las pusiste delante de la tumba, ¿no es eso?

—Sí. Tiré las flores silvestres, y fui a buscar un poco de agua fresca de la fuente…

—Lo comprendo muy bien. Lo que quiero saber es ¿por qué lo hiciste por ese hombre en especial? ¿Acaso… le conocías?

La niña asintió y, de pronto, pareció sentirse muy asustada y abatida, una actitud nada propia de ella. Tuve la impresión de que se sentía desconcertada y necesitada de consuelo. Me acerqué y le rodeé los hombros con mi brazo y, ante mi sorpresa, no se resistió.

—Sabes que somos buenas amigas, ¿verdad, Kate? A mí me lo puedes contar.

—No se lo he contado a nadie. Creo que nadie quiere saberlo.

—¿A quién te refieres? ¿A tu madre?

—Y a Yayo.

—¿Quién era ese hombre, Kate?

—Pensé que podía ser… mi padre.

Me quedé asombrada, sin hablar durante unos instantes. El marinero borracho… ¡su padre!

—Comprendo —dije al cabo de un rato—. Eso cambia las cosas.

—La gente pone flores en la tumba de sus padres —dijo la niña—. Nadie lo hizo, así que yo… lo hice.

—Ha sido un gesto muy bonito. Nadie podría acusarte por ello. Háblame de tu padre.

—No me gustaba —dijo ella—. No le vi mucho. Vivíamos en una casa situada en una calle horrible, cerca de un horrible mercado. Él nos tenía aterrorizadas. Estábamos en el piso de arriba. Había gente viviendo en las habitaciones de abajo. Había tres habitaciones, y una escalera de madera en la parte de atrás, que bajaba al jardín. No era como esto. Ni siquiera se parecía a la casa Seashell. Era… horrible.

—¿Y tú estabas con tu madre y tu padre? Estaba intentando imaginarme a la esplendorosa Mirabel en la clase de lugar en que me hacía pensar la sucinta descripción de Kate. No resultaba fácil.

—No estaba mucho tiempo en casa. Se hacía a la mar. Cuando regresaba… era terrible. Siempre estaba borracho… y nosotras le odiábamos. Se quedaba con nosotras un tiempo… y después volvía a embarcar.

—¿Y entonces abandonasteis el lugar?

—Yayo vino y nos marchamos… con él. Fuimos a la casa Seashell… y entonces todo fue diferente.

—Pero el hombre de la tumba se llama Tom Parry. Y tú te llamas Kate Blanchard.

—No sé nada de nombres. Todo lo que sé es que él era mi padre. Era un marinero y solía regresar a casa llevando una gran bolsa blanca colgada del hombro…, y mi madre le odiaba. Y cuando llegó Yayo todo fue diferente. El marinero, mi padre, ya no estuvo más allí. De todos modos, solo había estado con nosotras cortos períodos de tiempo. Siempre se marchaba de casa. Después subimos a un tren con Yayo, y él nos trajo a Seashell.

—¿Cuántos años tenías entonces, Kate?

—No lo recuerdo…, quizá tres o cuatro. Ha pasado mucho tiempo. Solo recuerdo pequeñas cosas. Estar sentada en el tren… sobre las rodillas de Yayo, que me enseñaba las vacas y las ovejas en los campos. Fui muy feliz entonces. Sabía que Yayo nos llevaba a otro sitio, y que ya no tendríamos que volver a ver a mi padre.

—Y, sin embargo, pusiste flores en su tumba.

—Solo porque creí que era mi padre.

—¿No estás segura?

—Lo estoy… y a veces no lo estoy. No lo sé. Podría haber sido mi padre. Yo lo odiaba y él estaba muerto…, pero si era mi padre yo debía ponerle flores en su tumba.

—¿De modo que vino aquí y os encontró?

Permaneció unos momentos en silencio y finalmente contestó:

—Yo lo vi. Estaba muy asustada.

—¿Dónde lo viste?

—En Upbridge. A veces jugaba con Lily Drake y otras veces ella venía a Seashell para jugar conmigo. A Yayo se le ocurrían cosas estupendas para que jugáramos las dos. A Lily le gustaba venir a vernos, y a mí también me gustaba ir a verla. La señora Drake nos llevaba a la ciudad cuando iba de compras… y fue entonces cuando lo vi.

—¿Cómo pudiste estar segura?

—Yo le conocía, ¿no? —Replicó, mirándome con sorna—. Caminaba de manera muy extraña, como si estuviera borracho…, aunque no siempre lo estaba. Supongo que estaba borracho con tanta frecuencia que hasta se le había olvidado caminar derecho. Yo estaba allí, en la tienda, con la señora Drake y Lily. Todo estaba lleno de brillantes manzanas rojas y peras. Y lo vi. Él no me vio. Me escondí detrás de la señora Drake. Es una mujer muy corpulenta que lleva muchas enaguas. Y me escondí detrás de ella. Le oí hablar. Se dirigió a una de las dependientas y le preguntó si conocía a una mujer de pelo rojo que tenía una hija pequeña. Dijo que se llamaba señora Parry. El tendero le contestó que no conocía a ninguna persona así, y yo pensé que eso estaba bien porque mi madre no se llamaba señora Parry, sino señora Blanchard. Pero, a pesar de todo, supe que era mi padre…

—¿Se lo contaste a tu madre?

—No —contestó, negando con la cabeza—. Pero se lo conté a Yayo.

—¿Y qué dijo?

—Que no podía haberlo visto, que mi padre estaba muerto, que se había ahogado en el mar, y que el hombre que había visto era alguien que se le parecía.

—¿Y le creíste?

—Sí, claro.

—Pero dijiste que estabas segura de que ese hombre era tu padre.

—Bueno, no todo el tiempo. A veces sí… y a veces no. Después pensé que, si era mi padre, debía tener flores.

La estreché con fuerza y a ella pareció agradarle que lo hiciera.

—¡Oh, Kate! —Exclamé—. Me alegro de que me lo hayas contado.

—Yo también —dijo—. Teníamos una tregua, ¿no?

—En efecto —asentí—, pero lo de la tregua ya ha pasado. Ahora ya no la necesitamos. Ahora somos amigas. Cuéntame todo lo que sucedió.

—Bueno…, después supe que se había ahogado. Se cayó por el acantilado cuando estaba borracho. Era la clase de cosa que habría hecho… mi padre, y ese hombre era como él. Tal vez me equivoqué.

—Su nombre era Parry. ¿Cuál era tu nombre cuando vivías en aquel lugar…, antes de que llegara tu abuelo?

—No lo recuerdo. Oh, sí…, era Blanchard…, creo.

—¿Crees que pudo haber sido otro nombre?

—No —contestó, negando vigorosamente con la cabeza—. Yayo dijo que yo siempre había sido Kate Blanchard, que ese era el apellido de mi padre, y que la persona que había visto en Upbridge no era mi padre, sino otro hombre que se le parecía. Él también fue marinero. Los marineros se parecen. Pero todos los marineros de La isla del tesoro eran diferentes, ¿verdad? Aunque ellos son especiales. Oh, creo que no debería habértelo contado.

—Has hecho muy bien al contármelo. Ahora, ambas nos comprendemos mejor. Hemos descubierto que somos verdaderas amigas. Vamos a ayudarnos todo lo que podamos. Cuéntame lo que sucedió cuando ese hombre fue descubierto sobre las rocas.

—Pues eso, que lo encontraron. Dijeron que era un marinero y que no vivía aquí. Venía de Londres. Había estado preguntando por alguien…, un pariente. Eso fue lo que publicaron en los periódicos.

—Y tú le dijiste a tu abuelo que creías que era tu padre.

—Yayo dijo que no era mi padre, así que tuve que dejar de pensar que lo era. Mi padre había muerto y yo ya no pertenecía al lugar donde vivíamos antes. Mi hogar estaba ahora con él y con mi madre en nuestra bonita casa de Seashell, junto al mar.

—Se armó mucho alboroto cuando encontraron el cadáver, ¿verdad? ¿Dónde lo encontraron?

—Sobre las rocas, al fondo del acantilado. Dijeron que la marea lo había llevado hasta allí, pero no fue así.

—¿Qué harás ahora, Kate? ¿Seguirás poniéndole flores en su tumba?

En su rostro apareció una expresión de tozudez.

—Sí —afirmó—. No me importan las viejas rosas del señor Littleton. —Se echó a reír y por un momento volvió a ser la niña traviesa de siempre—. Le llevaré unas cuantas más si quiero hacerlo. No son suyas. Son de Padrito… y de mi madre, porque ella se casó con Padrito y lo que es de él también es suyo.

Pensé que, en el fondo de su corazón, Kate estaba convencida de que el hombre enterrado en aquella tumba era su padre; y yo estaba cada vez más y más segura de haber hecho un descubrimiento importante.