En el transcurso de unos pocos días había pasado de un mundo fantástico e irreal a la más completa normalidad. Me extrañó la forma en que fui recibida en la embajada. Casi me dio la impresión de que no era nada tan insólito como yo me había imaginado el que una joven naufragara en medio del océano y fuera vendida en un harén.
La piratería había sido abolida casi un siglo antes, pero aún quedaban algunos que seguían dedicándose a ese comercio inicuo en alta mar, y los poderosos continuaban manteniendo sus harenes detrás de altos muros guardados por eunucos, tal y como habían hecho en el pasado. Es posible que algunos actos no se pudieran realizar abiertamente, pero seguían existiendo.
La embajada era un pequeño enclave, un pequeño trozo de Inglaterra en un país extranjero, y desde el momento en que crucé el umbral me sentí como en casa.
No tardaron en quitarme las extrañas vestiduras que llevaba y me ofrecieron ropas adecuadas. Me interrogaron y yo conté todo lo sucedido. Sabían que el Atlantic Star había naufragado y que solo hubo unos pocos supervivientes. Se establecería un contacto inmediato con Londres. Conté la historia de cómo había logrado sobrevivir, gracias a la ayuda de un marinero de la tripulación, cómo llegamos a la isla y cómo fuimos recogidos por los corsarios y vendidos como esclavos.
Sabía que no debía decir hada sobre el hecho de que Simon hubiera escapado conmigo. Mi historia fue aceptada sin mayores problemas.
Tuve que permanecer en la embajada durante un tiempo. Me dijeron que intentara relajarme y que recordara que ya estaba a salvo. Me visitó un médico, un anciano inglés que se mostró muy amable y suave. Me hizo algunas preguntas. Le dije cómo había logrado entablar una buena amistad en el harén, donde no fui molestada durante todo el tiempo que permanecí allí. Eso pareció aliviarle mucho. Dijo que me encontraba en buenas condiciones, pero que debía cuidarme. Haber pasado por tantas penalidades podía tener sobre mí algunos efectos no discernibles en un primer momento. Si yo deseaba hablar de ello, debía hacerlo; pero, en caso contrario, se respetarían mis deseos.
Yo pensaba mucho en Simon, pues, naturalmente, no podía quitármelo de la cabeza. Eso hizo que aparentara preocupación, y quienes me rodeaban supusieron que mi actitud se debía al horror del que acababa de escapar.
Es más, no podía dejar de preguntarme qué habría pasado en el harén, cuál habría sido la reacción de Rani al descubrir que yo había ocupado el lugar de Fátima. ¿Qué habría sucedido al descubrirse la fuga de Simon? Afortunadamente el eunuco jefe había estado involucrado en todo el asunto, y sin duda se ocuparía de que hubiera el menor alboroto posible. Estaba segura de que Rani se habría enojado mucho, pero hasta ella tenía que inclinarse ante el eunuco jefe.
Me pregunté por la suerte de Nicol. Había pagado su deuda de una forma elegante, y confiaba fervientemente en que fuera recompensada por todo lo que había hecho por mí, y pudiera conservar el alto favor del pachá con respecto a Samir.
Pero eso era algo que nunca sabría. Aquellas personas habían salido de mi vida de un modo tan repentino como habían entrado.
Después, me sentí abrumada por el milagro de la libertad. No tardaría en regresar a casa. Llevaría la vida normal de una joven inglesa. Jamás dejaría de sentirme agradecida por haber pasado incólume por todo aquel horror, excepto por el hecho de qué, en ese proceso, había perdido a Simon.
*****
Los días que pasé en la embajada me parecen ahora muy vagos. Por la mañana, al despertarme, creía durante unos segundos que seguía estando en el diván del harén. Entonces me invadía una angustia terrible. ¿Sería convocada ese día a presencia del pachá? Hasta ese momento no había cobrado plena conciencia de la enorme tensión por la que tuve que pasar.
Enseguida recordaba dónde me encontraba y una sensación de gran alivio se apoderaba de mí… hasta que pensaba en Simon. ¿Cómo se las estaría arreglando en aquella ciudad extraña? ¿Habría encontrado un barco en el que trabajar para pagarse el viaje a Australia? Supuse que era uno de los mejores lugares a los que podía ir teniendo en cuenta sus circunstancias. ¿Cómo sobreviviría? Era un hombre joven, fuerte y lleno de recursos. Abrigaba la esperanza de que encontrara su camino. Algún día, cuando fuera capaz de demostrar su inocencia, regresaría a casa. Quizá volvería a verle y entonces podríamos reanudar nuestra amistad en el mismo punto en que la habíamos interrumpido. Me había dado a entender que me amaba. ¿Me amaba de una forma especial, o solo se trataba del afecto natural que surge entre dos personas que han pasado juntas por tantas penalidades?
Era libre de volver a casa, de regresar a la mansión de Bloomsbury. ¿Seguiría siendo nuestra casa? ¿Qué les habría sucedido a mis padres? ¿Seguirían estando en la cocina el señor Dolland, la señora Harlow, Meg y Emily? ¿Cómo podría ser si mis padres no estaban allí? Me había imaginado a menudo la escena: el señor Dolland sentado al extremo de la mesa, con las gafas subidas sobre la frente, contándoles a los demás el suceso del naufragio. Pero si mis padres no habían regresado, ¿qué habría sido de mis amigos de la cocina?
A veces, la vida seguía pareciéndome tan incierta como lo había sido tras los muros del harén.
El embajador me pidió que acudiera a verle, y así lo hice. Era un hombre alto, dignificado por una actitud ceremoniosa. Se mostró muy amable y gentil, como todos los demás miembros de la embajada.
—Tengo noticias para usted —me dijo—. Algunas son buenas… y otras malas. La buena noticia es que su padre sobrevivió al naufragio. Ahora se encuentra en su casa de Bloomsbury. La mala noticia es que su madre desapareció en el océano. Se ha informado a su padre de que está usted a salvo, y espera con impaciencia su regreso al hogar. El señor y la señora Deardon regresan a nuestra patria dentro de unos días. Parece una buena idea y sería muy conveniente que usted viajara en su compañía.
Yo apenas le escuchaba. ¡Mi madre muerta! Intenté recordarla, pero solo pude pensar en su sonrisa distraída cuando su mirada se posaba sobre mí. «Ah…, la niña…», y: «Esta es nuestra hija Rosetta. Me temo que le parecerá muy poco educada»; recordaba con mayor claridad a Felicity en aquella ocasión. Y ahora mi madre había muerto. El cruel océano nos la había arrebatado. Siempre había pensado en ella y en mi padre juntos, y me pregunté cómo se sentiría él sin ella.
La señora Deardon acudió a verme. Era una mujer rolliza y algo coqueta, que no dejaba de hablar en ningún momento, lo que me pareció un verdadero alivio, ya que no tenía muchas ganas de decirme nada a mí misma.
—Querida —me dijo—, ¡qué calvario ha sufrido! ¡Cuánto ha tenido que pasar! Pero no importa. Jack y yo cuidaremos de usted. Tomaremos un barco que nos conducirá desde Constantinopla hasta Marsella, y desde allí atravesaremos Francia hasta Calais. ¡Qué viaje! Siempre me ha dado miedo. Pero no hay más remedio que hacerlo. De todos modos, a cada minuto que pasa una sabe que está más cerca del hogar.
Era la clase de mujer que le proporcionaba a una un breve resumen de su vida en apenas cinco minutos de conversación. Me enteré de que Jack trabajaba en el servicio diplomático, que ambos habían ido juntos a la escuela, se habían casado cuando tuvieron veinte años, y habían tenido dos hijos, el pequeño Jack, que trabajaba ahora en el Foreign Office, y Martin, que aún estaba en la universidad. Probablemente él también pasaría a formar parte del servicio diplomático. Era como una tradición familiar.
Comprendí que aquella mujer iba a aliviarme de la pesada carga de sostener una conversación en la que quizá dijera algo que pudiera lamentar después. Mi mayor temor en aquellos momentos era cometer alguna indiscreción que pudiera afectar a Simon. Debía respetar a toda costa su deseo de mantener el secreto. Debía recordar que si yo descubría cuál era su paradero, lo buscarían, lo detendrían y se enfrentaría entonces a una posible sentencia de muerte.
Salí en compañía de la señora Deardon para comprarme algunas ropas. Nos sentamos en el carruaje, mientras ella no dejaba de parlotear. Ella y Jack llevaban ya tres años en Constantinopla.
—¡Qué lugar! Me estremecí de emoción cuando Jack me comunicó el lugar al que había sido destinado. Ahora, en cambio, daría cualquier cosa por salir de aquí. Me gustaría algún lugar agradable, como París, Roma o cualquier sitio parecido. Algún lugar no muy lejos de casa. Este país está a miles de kilómetros de distancia y es tan extraño… Pero, querida, ¡qué costumbres tienen aquí! ¡Y qué cosas suceden en la parte turca! Solo Dios lo sabe, aunque usted ya ha tenido una experiencia al respecto. Lo siento, no debería haberlo mencionado. Sé cómo se siente usted. Le ruego me disculpe. ¡Mire! Al otro lado del mar se ve Scutari. Fue un lugar muy agradable durante la guerra de Crimea, cuando la maravillosa Florence Nightingale se hizo cargo de sus enfermeras. Creo que ellas desempeñaron un papel mucho más importante de lo que se admite en la victoria final. Ahora estamos en la parte norte del Cuerno de Oro. La otra parte es muy siniestra. Oh, ya empiezo de nuevo… No estamos muy lejos del Gálata, el barrio de los comerciantes… Fue fundado por los genoveses hace ya muchos siglos. Jack le contará toda la historia. A él le interesan mucho esa clase de cosas. Las calles son increíblemente ruidosas y sucias. Nuestra gente no se arriesgaría a ir allí. Nosotros estamos en el mejor barrio de todos, en Pera. La mayoría de las embajadas están allí, así como las legaciones y consulados. También hay algunas casas muy bonitas.
Mientras hablaba, yo permanecía sumida en una especie de sueño. Los recuerdos de los días pasados en la isla cruzaban por mi mente…, cómo nos marchábamos Simon y yo y dejábamos a Lucas vigilando por si aparecía algún barco…, y finalmente la llegada de la galera de los corsarios. Y, una vez más, volvía a hacerme la misma pregunta: ¿dónde estaría ahora? ¿Qué sería de él? ¿Me enteraría alguna vez?
—Aquí hay un sastre muy bueno. Veamos qué podemos hacer. Tenemos que ponerla presentable antes de su regreso a casa.
La señora Deardon continuó hablando. Lo más encantador de su actitud era que no esperaba ninguna respuesta.
Pareció transcurrir mucho tiempo antes de que abandonáramos Constantinopla por barco. Abordar el buque, mucho más pequeño que el Atlantic Star, contemplar el Bósforo hacia la histórica Scutari, donde nuestros hombres habían sufrido tanto en aquel hospital que, desde la distancia, parecía un palacio árabe, echar un último vistazo a las torres y minaretes de Constantinopla…, todo aquello fue una gran experiencia emocional para mí.
El señor Deardon era un hombre alto, de cabello canoso y actitud muy digna. Era el típico diplomático inglés, bastante reservado, dando siempre la impresión de que nada podría alterar su compostura o quebrantar su reserva.
El viaje hasta Marsella fue incómodo, tal y como había pronosticado la señora Deardon. El Apollo tuvo que atravesar una tormenta casi tan furiosa como la que había experimentado yo, y hubo momentos en que todo me pareció un sueño que volvía a repetirse. Si el Atlantic Star había sucumbido a la furia de la tormenta, me preguntaba cómo podría sobrevivir el Apollo.
La señora Deardon se metió en su camarote y no salió de él. Eché de menos su incesante parloteo. El señor Deardon, en cambio, aceptó la furia de la tormenta con el equilibrio que se esperaba de él. Llegué a la conclusión de que se mantendría sereno y digno, sin preocuparse por ningún posible desastre.
Pude acudir a cubierta y allí recordé vívidamente la ocasión en que Simon me encontró durante la gran tormenta y me ordenó que saltara al agua. Creí que conservaría recuerdos de él durante toda mi vida.
Finalmente, aquel martirio acabó. La señora Deardon se recuperó con rapidez y volvió a ser la misma parlanchina de siempre. El señor Deardon la escuchaba con contenida resignación; pero su parloteo me alegraba. La escuchaba vagamente mientras en mi interior seguía el hilo de mis pensamientos, sabiendo que si se me descubría prestando poca atención se achacaría a las terribles situaciones por las que había tenido que pasar.
Después siguió el largo viaje a través de Francia, la llegada a Calais y la travesía del Canal.
Todos nos sentimos emocionados al divisar los blancos acantilados de Dover. Las lágrimas acudieron a los ojos de la señora Deardon, e incluso su marido mostró, por primera vez, cierta emoción, expresada en sus labios apretados.
—Estamos en casa, querida —dijo la señora Deardon—. Siempre sucede lo mismo. Una piensa en los narcisos… y en la hierba verde. No hay un verde más verde que el nuestro. Es lo único en lo que se piensa cuando se está lejos. Y la lluvia, querida, esa bendita lluvia nuestra. ¿Sabía que en Egipto se pasan a veces hasta un año entero sin que caiga una sola gota de agua? Solo conocen esas horribles tormentas de arena. Estuvimos en Ismailía… ¿durante cuántos años, Jack? Bueno, en realidad no fueron tantos…, y en todo ese tiempo apenas vi caer una gota de agua. Y aquí estamos ahora, querida. Ahí están los acantilados blancos. Nos encontramos en casa. ¡Qué alegría volver a verlos!
Y después de eso: Londres.
Los Deardon insistieron en no acompañarme a casa.
—Deben ustedes venir y conocer a mi padre —dije—. Querrá conocerlos.
A la señora Deardon le habría gustado mucho hacerlo así, pero el señor Deardon se mostró firme en su decisión, demostrando su talento como diplomático.
—La señorita Cranleigh querrá encontrarse a solas con su familia —dijo.
—Sin duda alguna a mi padre le gustaría agradecerles todo lo que han hecho por mí —le dije, mirándole con expresión de agradecimiento—. Quizá puedan ustedes venir a cenar un día con nosotros.
—Eso será un gran placer —asintió el señor Deardon.
Así pues, me despedí de ellos junto al carruaje que me llevó a casa y se quedó esperando hasta que llamé a la puerta y esta se abrió. A continuación, el señor Deardon ordenó al cochero que continuara su camino.
*****
Fue el señor Dolland quien abrió la puerta.
Lancé un grito de alegría y me arrojé en sus brazos. Él tosió un poco por la emoción. En aquellos primeros instantes no me di cuenta de que algo había cambiado en nuestro hogar. Y allí estaba también la señora Harlow. Me precipité hacia ella. Había lágrimas en sus ojos.
—Oh, señorita Rosetta…, señorita Rosetta —decía llorando, sin dejar de abrazarme—. Está usted aquí. Oh…, ha sido terrible.
Y allí estaban también Meg y Emily.
—Es maravilloso volver a verla —gritaron.
Y después… Felicity. Nos arrojamos la una en brazos de la otra.
—Tenía que venir —me dijo—. Hace dos días que estoy aquí. Le dije a James: «Tengo que ir».
—Felicity… Felicity… ¡Qué maravilla volver a verte!
Escuché una ligera tos. Por encima del hombro de Felicity distinguí a mi padre. Parecía sentirse violento y azorado. Me dirigí hacia él.
—Oh, padre…
Me tomó entre sus brazos y me sostuvo así, con cierta rigidez. Creo que era la primera vez que me abrazaba.
—Bienvenida…, bienvenida a casa, Rosetta —empezó a decir—. No puedo expresarte…
Y entonces pensé: «Le importo. Se preocupa por mí. Solo que… es incapaz de expresarlo».
Una mujer alta y delgada permanecía de pie, uno o dos pasos por detrás de él. Por un instante pensé que, después de todo, mi madre se había salvado. Pero se trataba de otra persona.
—Tu tía Maud está aquí —dijo mi padre—. Vino para atenderme a mí y la casa cuando…
¡Tía Maud! La hermana de mi padre. Solo la había visto una o dos veces durante mi infancia. Era alta y bastante severa. Se parecía algo a mi padre, pero le faltaba su apariencia de desvalimiento.
—Todos nos sentimos muy aliviados al ver que has regresado sana y salva a casa, Rosetta —me dijo—. Ha sido un período muy angustioso para tu padre… y para todos nosotros.
—En efecto —asentí—, lo ha sido para todos.
—Bueno, ahora ya has regresado. Tu habitación está lista. ¡Oh, qué alivio que estés en casa!
Me sentí medio atontada por la sorpresa.
La tía Maud allí…, ocupando el lugar de mi madre. Ya nada volvería a ser igual que antes.
*****
¡Qué razón tuve al pensar así! La casa había cambiado. La tía Maud demostró ser una persona estricta y disciplinada. Ahora la cocina aparecía perfectamente en orden. Ni siquiera se planteó la posibilidad de que yo comiera allí. Debería comer en compañía de mi padre y de tía Maud, y en la forma adecuada. Afortunadamente, durante aquellos primeros días conté con la presencia de Felicity.
No pude esperar a escuchar el veredicto procedente de la cocina. El señor Dolland dijo, con su habitual discreción, que la señorita Cranleigh era una buena ama de casa y que nadie podía dejar de respetarla. La señora Harlow se mostró de acuerdo con esta opinión.
—En realidad, las cosas no funcionaban del todo bien en los viejos tiempos —dijo ella—. No cabe la menor duda de que el señor Dolland obraba milagros, pero en esta casa se necesitaba un amo, o un ama de llaves, y un ama de llaves es mucho mejor porque sabe lo que se hace.
De modo que, al parecer, tía Maud sabía lo que se hacía. Sin embargo, había desaparecido por completo el ambiente poco convencional que reinara antes, y yo anhelaba desesperadamente recuperarlo.
El señor Dolland seguía interpretando ocasionalmente alguno de sus papeles, pero las escenas de Las campanas ya habían perdido para mí todo su horror. Después de haber pasado por aventuras tan horribles, ya no me estremecía en absoluto el asesinato del judío polaco. Meg y Emily echaban de menos los antiguos tiempos; pero una de las cosas de las que seguí disfrutando fue el hecho de que siguieran estando allí algunas de las personas con las que había compartido mi infancia.
Las comidas, naturalmente, eran muy diferentes. Todo debía servirse de la forma adecuada. La conversación ya no se veía dominada por los descubrimientos antiguos o la traducción de un fragmento de papiro. La tía Maud hablaba de política y del tiempo; me dijo que cuando mi padre se sintió triste por la pérdida de mi madre, propuso organizar algunas cenas… para sus colegas del museo…, profesores y cosas así.
Me alegró mucho que Felicity estuviera con nosotros, al menos durante aquellos primeros días, aparte de la alegría que sentía de volverla a ver. Sabía que si ella no hubiera estado allí, solo habría deseado encerrarme en mi habitación y evitar aquellas interminables comidas. Pero Felicity aligeraba la conversación contando historias divertidas sobre la vida en Oxford, los éxitos de su hijo Jamie, que ya tenía tres años de edad, y de la pequeña Flora, que aún no había cumplido un año.
—Tienes que venir a conocerlos, Rosetta —dijo—. Estoy segura de que tu padre podrá prescindir de ti al cabo de un tiempo. Pero por el momento, claro, acabas de regresar…
—Claro, claro —asintió mi padre.
Yo hablaba con Felicity de un modo mucho más libre, y necesitaba hablar con alguien, aunque debía hacerlo con precaución…, incluso con ella. Me resultaba algo difícil hablar de mis aventuras, ya que Simon había desempeñado en ellas un papel tan importante, y no debía traicionarle pronunciando su nombre o haciendo alguna observación extraña.
Pero Felicity y yo habíamos estado siempre tan unidas que ella se dio cuenta de que algo me ocurría.
El día después de mi llegada acudió a mi habitación. Comprendí que, tras haber percibido la existencia de algún problema, deseaba ayudarme a resolverlo. ¡Si alguien pudiera ayudarme!
—Háblame con franqueza, Rosetta —dijo de pronto—. ¿Quieres hablar? Sé lo difícil que debe de ser para ti hablar acerca de lo ocurrido. Dímelo si es así. Pero creo que te ayudaría…
—No estoy muy segura… —dije, vacilante.
—Comprendo. Debió de resultarte muy penoso. Tu padre nos contó cómo te perdieron de vista cuando regresaste a buscar sus notas.
—Oh, sí. Resulta extraño comprobar cómo detalles tan nimios son capaces de cambiar la vida de una.
—Él tiene remordimientos por ello, Rosetta. Sé que no suele expresar sus verdaderas emociones…, pero eso no quiere decir que no las tenga.
—Todo es muy diferente ahora —dije—. La casa…, todo. Sé que las cosas ya nunca volverán a ser como antes.
—Es una verdadera suerte que tu tía Maud esté aquí.
—Cuando yo era niña casi nunca la veíamos. Casi no la reconocí al verla. Me parece tan extraño que ahora viva en esta casa…
—Supongo que ella y tu madre no se llevaban muy bien. Eso es fácil de comprender. Eran muy diferentes. Tus padres estaban enfrascados en su trabajo y, por otro lado, tu tía es muy eficiente en cuanto a la dirección de una casa.
—Me gustaba esta casa tal y como era…, aunque no fuese eficiente —repliqué con una sonrisa.
—Tu padre echa terriblemente de menos a tu madre. Estaban el uno tan cerca del otro en todo lo que hacían…, siempre estuvieron muy unidos. Ha sido un golpe muy triste para él. No puede…
—No puede expresarlo —dije, y Felicity asintió con un gesto.
—Y en cuanto a ti, Rosetta, cuando te sientas más cómoda en casa tienes que venir una temporada con nosotros. A James le encantará y a ti te gustarán mucho los niños. James es un niño muy independiente, y Flora apenas empieza a dar sus primeros pasos. Son adorables.
—Sería maravilloso ir.
—Solo tienes que decirlo. Yo tendré que marcharme pasado mañana. Quería estar aquí cuando regresaras.
—¡Cuánto me alegra de que haya sido así!
—Y a propósito, ¿sabes algo de Lucas Lorimer?
—¿Lucas…? ¡No!
—Oh… ¿no lo sabías? Claro, cómo ibas a saberlo. Él ha regresado.
—¿Que ha regresado…? —repetí.
—Es evidente que no te habías enterado. Él nos contó toda la historia. Al principio te supusimos ahogada, y fue un verdadero alivio saber que habías logrado escapar con vida del naufragio. Pero nos sentimos terriblemente preocupados al saber que habías caído en manos de aquellos malvados. He tenido incluso pesadillas preguntándome qué había ocurrido.
—Háblame de Lucas.
—Es una historia bastante triste. ¡Que eso tuviera que sucederle a él! Solo le he visto en una ocasión desde que regresó. James y yo fuimos a Cornualles. James tenía que pronunciar una conferencia en una facultad universitaria en Truro…, y pasamos de visita por Trecorn Manor. Creo que a él no le gusta ver a nadie. Trecorn Manor es un lugar antiguo y encantador. Su familia lo posee desde hace muchos años. La propiedad fue heredada por Carleton, el hermano de Lucas. Ese es otro aspecto triste. Para un hombre como Lucas siempre será muy difícil ser el hijo segundón. Antes era una persona llena de vitalidad.
—¿Qué le sucedió?
—Bueno, fue capturado contigo, como ya sabes, pero se las arregló para hacer un trato con aquella gente. Les convenció para que lo dejaran en libertad, a cambio de algunas joyas de la familia. No sé muy bien cómo lo consiguió. Evidentemente, no quiso hablar mucho del tema, y una no puede hacer preguntas…, al menos demasiadas preguntas. A pesar de todo, lo dejaron marchar. Fue una especie de rescate. El pobre Lucas jamás volverá a ser el mismo de antes. Le gustaba tanto viajar… James siempre dijo que era una especie de diletante. Se trata de su pierna. Quedó gravemente dañada durante el naufragio. Si hubiera podido recibir atención médica en aquellos momentos… Ha visitado a varios especialistas de huesos, tanto en el país como en el extranjero, en Suiza y Alemania, pero siempre le han dicho lo mismo. Se descuidó el tratamiento de la herida en el momento más importante. Ahora cojea bastante y tiene que caminar con ayuda de un bastón, además de sufrir mucho dolor. Creo que ahora está algo mejor, pero la pierna nunca se pondrá bien. Eso le ha cambiado. Antes era tan chistoso y divertido… Ahora, en cambio, se muestra taciturno. Es la última persona a la que debería haberle sucedido algo así.
Me sentí retroceder hacia el pasado. Le vi siendo izado al bote salvavidas, los inútiles esfuerzos que hicimos por entablillarle la pierna…, su figura, tumbada en la isla, vigilando el horizonte en busca de un barco, mientras Simon y yo explorábamos la isla y nos contábamos nuestros secretos.
—De modo que no le ves a menudo…
—No. Bueno, en realidad no vive tan lejos. Le he pedido que venga a casa y se quede con nosotros una temporada, pero él rechaza mis invitaciones. Creo que no quiere ir a ninguna parte…, ni ver a nadie. Como ves, en él se ha producido un cambio completo. Solía llevar una vida social bastante ajetreada, y parecía disfrutar mucho de ella.
—Me gustaría volverle a ver.
—Desde luego. Es posible que él también se interese. O quizá no quiera que nada ni nadie le recuerde lo sucedido. Lo más probable es que intente olvidarlo todo. Te diré lo que voy a hacer. Ven a casa y también lo invitaré a él. Es posible que decida hacer el esfuerzo de verte. Después de todo, estuvisteis solos en aquella isla.
—Oh, sí, Felicity, disponlo todo de ese modo.
—Así lo haré…, dentro de poco.
Me sentí excitada ante la perspectiva, pero ni siquiera a Lucas podía hablarle de Simon. Ese era un secreto que sólo compartíamos nosotros. Simon me lo había contado porque confiaba en mí. Yo debía respetar aquella confianza. Si a él lo encontraran y lo llevaran a Inglaterra detenido por mi indiscreción, nunca me lo perdonaría. Para Lucas, Simon seguiría siendo el marinero de cubierta que salvó nuestras vidas.
*****
Felicity tuvo que regresar a su casa, y nuestro hogar quedó muy triste con su ausencia. Había tal ambiente de normalidad que me vi obligada a afrontar los hechos y extraer una conclusión lógica.
Me había engañado a mí misma al imaginar que, una vez de regreso en casa, podría demostrar la inocencia de Simon. ¿Cómo?, me pregunté. ¿Por dónde podía empezar? ¿Yendo a su casa? ¿Conociendo a las personas que habían desempeñado un papel importante en el drama que terminó con el asesinato de su hermanastro? No podía aparecer en Perrivale Court y decir: «Sé que Simon es inocente, y he venido aquí para descubrir la verdad y solucionar el misterio». ¡No podía comportarme como un investigador de Scotland Yard!
Necesitaba tiempo para pensar. Me sentía obsesionada por la necesidad de demostrar su inocencia, para que así pudiera regresar y llevar una vida normal. Pero, en el caso de que pudiera llevar a cabo aquella tarea aparentemente imposible, ¿dónde podría encontrarlo después? Todas aquellas ideas no eran más que fantasías. No cabían en este mundo lógico.
La influencia de tía Maud sobre la casa era muy marcada. Los muebles estaban muy pulidos, los suelos brillaban, el latón relucía, y todo, por muy pequeño e insignificante que fuera, ocupaba el lugar que le correspondía. Ella acudía todos los días a la cocina, para consultar las comidas con la señora Harlow. Tanto esta como el señor Dolland habían asumido una nueva actitud muy digna, y hasta Meg y Emily cumplían con su trabajo de un modo mucho más riguroso, sin interrumpir sus tareas para sentarse un rato después de las comidas y escuchar los discursos del señor Dolland, tal y como solían hacer antes de que se produjera la tragedia. Y yo estaba segura de que si lo hubieran hecho así, se habrían visto interrumpidas por una llamada imperiosa, y el señor Dolland tendría que haber abandonado la cocina, después de ponerse su chaqueta negra, para hacer una ceremoniosa aparición en alguna habitación del piso superior.
Creo que la nueva situación me importaba a mí mucho más que a ellos. Todos habíamos estado tan felizmente juntos en el pasado que tardé algún tiempo en darme cuenta de que los buenos sirvientes siempre prefieren una casa bien llevada antes que un hogar feliz.
A menudo descubría a tía Maud observándome con expresión especulativa. Sabía que, a su debido tiempo, yo también sería incluida en su esquema de las cosas, y que a los ojos de tía Maud solo había una salida digna para mí, puesto que era una mujer joven y virgen: el matrimonio. Aquellas cenas que pretendía seguir organizando solo tendrían un único propósito: buscarme un marido adecuado. Me imaginé cómo sería: serio, ligeramente barrigudo, académico, erudito, quizá un profesor de cierto éxito en el mundo académico. Alguien como James Grafton, aunque no tan apuesto. Quizá trabajara en el Museo Británico, o en Oxford, o en Cambridge. Todo se mantendría dentro del círculo de mi familia. Era posible que a tía Maud mi padre le pareciera una persona muy distraída, y supongo que sintió muy poco respeto por mi madre como ama de casa, que era la verdadera razón por la que se habían visto tan poco en vida de mi madre, pero, al fin y al cabo, mi padre era un hombre muy respetado en su profesión y, en consecuencia, a ella le parecería sensato que yo me casara con alguien similar. Estaba segura de que, inducida por ella, y a diferencia de mi madre, yo podría llegar a ser la esposa de un profesor y una buena ama de casa al mismo tiempo.
Ella se haría cargo de todo el asunto y por tanto todo se desarrollaría de la forma más ortodoxa posible. Tía Maud odiaba perder cualquier cosa, incluso el tiempo. Estaba convencida de que, de no ser por mi extraña aventura, las operaciones en ese sentido ya habrían empezado hacía tiempo. Pero, tal y como estaban las cosas, se me permitió cierto respiro.
Evidentemente, el médico le había advertido a tía Maud que debía tratarme con cierto cariño. Aún no había olvidado todas las calamidades por las que tuve que pasar, y necesitaba tiempo para rehabilitarme y adaptarme a un estilo de vida civilizado. Tía Maud siguió sus instrucciones con una brusca eficacia, y mi padre hizo lo mismo, aunque a cierta distancia. En cuanto a la señora Harlow, se aseguraba de que yo estaba cómodamente sentada y me hablaba como cuando tenía cinco años. Hasta el señor Dolland bajaba su tono de voz al hablar conmigo, y descubrí que Meg y Emily me observaban con respetuosa admiración.
Mi padre solo se refirió al naufragio en una ocasión. Me contó cómo se vieron envueltos en una multitud de pasajeros que avanzaba hacia los botes. Quisieron esperarme, regresar y buscarme…, pero uno de los oficiales los tomó por los brazos y los obligó a avanzar junto con los demás.
—Pensábamos que te unirías a nosotros en cualquier momento —dijo con voz lastimera.
—Fue todo realmente caótico —dije—. No podría haber sido de otro modo.
—Perdí el contacto con tu madre cuando nos empujaban para que subiéramos a los botes…
—No debemos obsesionarnos por ello —dije.
—Si no hubieras regresado para buscar aquellas notas, todos habríamos permanecido juntos.
—No…, no. Tú y mamá fuisteis separados… Lo mismo habría sucedido de estar yo.
Se sentía tan angustiado que comprendí que no debíamos hablar de ello. Le dije que tenía que intentar olvidar.
Todo esto me afectó profundamente, y sentí un gran deseo de escapar, marcharme a Cornualles, ir a Perrivale Court y comenzar la imposible tarea de descubrir lo que había sucedido allí en realidad. Necesitaba tiempo. Necesitaba trazarme un plan. Deseaba desesperadamente emprender alguna acción, pero no sabía por dónde empezar.
Bajé a la cocina y traté de recuperar el espíritu de los viejos tiempos. Le pedí al señor Dolland que interpretara la escena de «Ser o no ser». Él lo hizo, pero, de algún modo, tuve la impresión de que le faltaba convicción, de que ya no lo hacía con la misma facilidad que antes, y de que todos los presentes se dedicaban a observarme a mí antes que al señor Dolland.
—¿Recuerda… que justo antes de marcharme… se produjo un caso de asesinato? —le pregunté.
—¿Cuándo fue eso, señorita Rosetta? Déjeme pensar. Hubo la historia de aquel hombre que se casaba con las mujeres por su dinero.
—Y después se desembarazaba de ellas —añadió la señora Harlow.
—No, no estaba pensando en eso. Me refiero al caso de aquellos dos hermanos…, uno de los cuales fue asesinado con un arma de fuego en una granja abandonada. ¿No escapó alguien?
—Ah, ya sé a cuál se refiere. Fue el caso de Bindon Boys.
—Sí, ese. ¿Se enteraron de lo que sucedió?
—Oh…, el asesino escapó. Creo que nunca llegaron a atraparle.
—Fue más listo que la policía —añadió la señora Harlow.
—Ahora lo recuerdo —siguió diciendo el señor Dolland—. Se trataba de Simon Perrivale…, que fue adoptado de niño. Mató a su hermano adoptivo. Creo que había una mujer de por medio. Cuestión de celos y todo eso.
—Sé que usted guarda recortes de periódicos, señor Dolland. ¿Conserva algunos referentes a ese caso?
—Oh, solo guarda cosas relacionadas con el teatro —intervino la señora Harlow—. De esta o aquella obra…, de tal o cual actor o actriz, ¿verdad, señor Dolland?
—En efecto —contestó él—. Esos son los recortes que suelo conservar. ¿Qué quería saber sobre ese caso, señorita Rosetta?
—Oh…, solo me preguntaba si tendría usted algún recorte, eso es todo. Sé que tenía álbumes. Ocurrió todo antes de marcharme de viaje… y había ido desapareciendo de mi memoria.
Intercambiaron unas breves miradas.
—Oh, considero que todo eso ya ha pasado —dijo la señora Harlow, como si estuviera consolando a una niña pequeña.
—La policía no cerró el caso —añadió el señor Dolland—. No lo hará mientras no haya descubierto al asesino y aclarado las cosas. Lo tienen en sus archivos. Eso es lo que suelen decir. Darán con él cualquier día de estos. Ese hombre dará un paso en falso. Quizá solo tenga que cometer un error, y enseguida le habrán atrapado.
—Dicen que los asesinos no pueden resistir nunca volver al escenario del crimen —comentó la señora Harlow—. Eso es lo que hará cualquier día ese Simon como se llame. Puede apostar a que así será.
No pude evitar el preguntarme si él regresaría algún día.
¿Qué podía hacer yo? Solo abrigaba aquella obsesiva ilusión de que podría demostrar su inocencia para que él regresara sin temor. Entonces, él volvería a conocer la libertad y ambos estaríamos juntos.
*****
Transcurrieron algunas semanas. Después de haber vivido envuelta en un temor y una angustia constantes, aquellos días tan previsiblemente pacíficos me parecieron entonces interminables.
Tía Maud intentó que me interesara por las cosas de la casa, todas aquellas cosas que una joven como yo debía conocer. Creía con firmeza que su deber consistía en hacer aquello en lo cual habían fracasado mis padres: prepararme para el matrimonio. Tenía que aprender a comportarme con la servidumbre. Mi actitud para con ellos dejaba mucho que desear. Claro que era necesario mantener cierta amistad, pero siempre desde la distancia. Yo me mostraba demasiado familiar, con lo cual los estimulaba a hacer lo mismo conmigo. Así pues, la culpa no era de ellos. Lo que yo necesitaba aprender era una mezcla de condescendencia indiscernible, amistad sin familiaridad, de tal modo que, por muy amistosa que una se comportara con ellos, nunca se atrevieran a traspasar la sutil línea que nos separaba. Mi tía tampoco me echaba la culpa a mí. Según ella, eran otros los responsables. Pero no había razón alguna para que yo continuara mostrando una actitud tan poco satisfactoria. Lo primero que debía hacer era aprender a tratar a la servidumbre. Debía escuchar a tía Maud cuando ella ordenaba las comidas. En una o dos ocasiones me pidió que presenciara su visita diaria a la cocina. Por otro lado, debía mejorar mis habilidades de costura y practicar más con el piano. Hizo una alusión a la necesidad de tomar clases de música. Me dijo que no tardaría mucho en poner en práctica su idea de invitar a gente a la casa.
Yo le escribí a Felicity: «Por favor, Felicity, quiero salir de aquí. Si pudieras invitarme… pronto».
Recibí contestación inmediata: «Ven en cuanto puedas. Oxford y los Grafton te estamos esperando».
—Voy a pasar una temporada en casa de Felicity —le dije a tía Maud.
Ella me sonrió con aires de suficiencia. En casa de Felicity conocería a hombres jóvenes…, la clase de hombres jóvenes que yo necesitaba conocer. El lugar del que surgiera el plan no le importaba en absoluto. La operación «Matrimonio» podía iniciarse tanto en Oxford como en Bloomsbury.
*****
Llegar a Oxford fue una experiencia excitante. Siempre me había gustado lo poco que había visto de aquella ciudad. Me parecía una ciudad muy romántica, allí donde se encontraban el Cherwell y el Támesis —llamado aquí Isis—, con sus torres y chapiteles elevándose hacia el cielo, y su ambiente de indiferencia con respecto al mundo cotidiano. Me gustó mucho la ciudad, pero lo más agradable de todo fue estar en compañía de Felicity.
Los Grafton tenían una casa en la calle Broad, cerca de los colleges Balliol, Trinity y Exeter, no lejos del lugar donde los mártires Ridley y Latimer fueron quemados en la hoguera por sus opiniones religiosas. El pasado lo envolvía todo y allí encontré la paz, lejos de la eficacia de tía Maud, y de las sutiles atenciones que me dedicaban todos los habitantes de la casa.
Con Felicity las cosas eran diferentes. Ella me comprendía mucho mejor que los demás. Sabía que guardaba en mi pecho secretos de los que no me atrevía a hablar. Quizá pensara que algún día lo haría. En cualquier caso, fue lo bastante sensible para saber que debía esperar a que fuera yo la que lo hiciera, sin hacer ningún intento por sonsacármelos.
James se mostró como un hombre lleno de tacto y encanto, y los niños fueron una gran distracción para mí. El pequeño Jamie ya hablaba bastante; me mostraba sus dibujos y me señalaba con orgullo el gato o el tren que acababa de dibujar. Flora me observó con cierta suspicacia durante un tiempo, pero finalmente decidió que yo era inofensiva y hasta permitió que la sentara sobre mi regazo.
Al día siguiente de llegar, Felicity me dijo:
—En cuanto supe que ibas a venir le escribí a Lucas Lorimer. Le dije que nos sentiríamos encantados de tenerlo una temporada entre nosotros, y que suponía que tú y él teníais muchas cosas de que hablar.
—¿Ha aceptado? —le pregunté.
—Todavía no. La última vez que le vi comprendí con claridad que no deseaba hablar de sus aventuras. Probablemente tiene miedo de que sea demasiado doloroso hablar de sus recuerdos.
—Me gustaría verle.
—Lo sé. Por eso le pedí que viniera.
Durante todo el día pensé en Lucas cuando fue izado a la galera de los corsarios, y en el momento en que, tras habernos encontrado en la isla, parecieron dudar sobre si llevarlo consigo o no. Apenas le había visto desde entonces.
¿Qué le había ocurrido? ¿Cómo había logrado quedar en libertad cuando Simon y yo fuimos vendidos como esclavos? A pesar de su impedimento, había logrado eludir a sus captores, algo que nosotros no habíamos conseguido.
Había muchas cosas que deseaba preguntarle.
Al día siguiente estábamos desayunando cuando llegó el correo. Felicity extrajo una carta, la abrió, la leyó, sonrió y levantó la vista moviendo el papel en el aire.
—Es de Lucas —me dijo—. Llegará mañana. Me alegra tanto… Pensé que le gustaría verte. ¿No te agrada la perspectiva, Rosetta?
—Sí. Estoy encantada.
—Me atrevería a decir que quizá será un poco… inquietante —comentó, mirándome con expresión de ansiedad.
—No lo sé. Ahora ambos estamos a salvo.
—Sí, pero ¡qué experiencia habéis pasado! Sin embargo, creo que es mucho mejor para ambos que os veáis y habléis con franqueza. No sirve de nada reprimir estas cosas.
—Tengo enormes deseos de volver a verle.
Felicity envió un carruaje a la estación para recogerlo. James fue a recibirlo. Habíamos hablado sobre la conveniencia de que también fuéramos nosotras, pero finalmente decidimos que sería mucho mejor esperar en la casa.
En cuanto le vi me sentí profundamente conmocionada. Claro que le había visto en peores condiciones, en la isla y cuando lo izamos al bote salvavidas, pero ahora lo comparaba con el hombre que había conocido antes del naufragio. Tenía grandes sombras bajo los ojos, y aquella chispa un tanto cínica de su mirada había sido sustituida por otra de desesperación. Tenía el rostro demacrado, lo que le daba un aspecto casi cadavérico. También había desaparecido la tolerante actitud divertida con la que parecía contemplar el mundo. Ahora parecía muy débil y desilusionado.
Nuestro encuentro fue muy emotivo. Su expresión cambió en cuanto me vio. Sonrió y se acercó, apoyado en su bastón. Extendió la mano libre y tomó la mía. La sostuvo durante un instante, mirándome a los ojos con intensidad.
—Rosetta —dijo, haciendo una ligera mueca con los labios.
La evidente emoción que experimentaba le hizo parecer diferente…, en cierto modo indefenso. Jamás le había visto así antes. Sabía que él estaba recordando, al igual que yo, la isla donde Simon y yo lo dejábamos a solas para que vigilara el horizonte, la llegada de los corsarios, todos aquellos días que pasamos en el bote salvavidas.
—Oh, Lucas —dije—. Cuánto me alegra verte… sano y salvo.
Hubo un breve silencio en el que ninguno dejó de mirar al otro, casi como si no pudiéramos creer que el otro fuera una persona real.
—Sé que ambos tendréis muchas cosas que deciros —intervino Felicity—. Pero antes vayamos a mostrarle su habitación a Lucas, ¿os parece?
*****
Ella tenía razón. Había muchas cosas de las que hablar. La primera noche fue algo difícil. James y Felicity se mostraron como anfitriones perfectos, llenos de comprensión, interviniendo con habilidad y naturalidad cada vez que se producían silencios tensos.
Felicity fue la personificación del buen tacto. Sabía que había cosas de las que desearíamos hablar a solas, y que eso solo se produciría cuando ambos estuviéramos preparados para ello. Al día siguiente, James acudió a la universidad y ella nos dijo que tenía que cumplir un compromiso.
—Os ruego que me disculpéis, pero esta tarde tengo que dejaros solos.
En el jardín había un lugar muy agradable, protegido por un muro de ladrillos rojos, con un pequeño estanque en el centro, el típico jardín de estilo Tudor, con su rinconcito íntimo. Las rosas habían florecido, y le sugerí a Lucas que fuéramos allí.
Hacía una tarde muy suave, agradablemente cálida sin ser muy calurosa, y nos dirigimos con lentitud hacia aquel lugar. El aire estaba en calma, y protegidos por los muros que rodeaban el jardín fue como si hubiéramos retrocedido dos o tres siglos en el tiempo.
—Sentémonos aquí —dije—. Ese estanque es tan bonito y está todo tan tranquilo… —Hubo un silencio y después proseguí—: Sería mejor que habláramos de lo ocurrido, Lucas. Los dos queremos hablar de ello, ¿no es así?
—Sí —admitió—. Supongo que es en eso en lo que más pensamos.
—¿No te parece todo como un sueño? —le pregunté.
—No —contestó con brusquedad—. Ha sido todo de lo más real. Llevo conmigo un recuerdo permanente. Aquí me encuentro ahora… en estas condiciones.
—Lo siento. No supimos cómo entablillarte bien la pierna… y no disponíamos de nada apropiado.
—Mi querida jovencita —dijo casi con acritud—, no te estoy acusando de nada. Solo a la vida…, al destino, o como quieras llamarlo. ¿No lo comprendes? Voy a tener que pasarme el resto de la vida así.
—Pero al menos estás aquí…, al menos estás con vida.
—¿Acaso crees que eso es para regocijarse? —replicó encogiéndose de hombros.
—Al menos así será para algunas personas. Tus amigos…, tu familia. Estás impedido, y sé que debe de dolerte de vez en cuando, pero te podrían haber sucedido cosas mucho peores.
—Tienes razón al reprenderme. Me estoy mostrando egoísta, gruñón y desagradecido.
—Oh, no, no… ¿Crees…, es posible… hacer algo?
—¿Qué?
—Bueno, en la actualidad se dispone de muchos medios y técnicas. Últimamente se han hecho toda clase de descubrimientos médicos.
—El hueso quedó roto. No fue encajado a su debido tiempo. Ahora es demasiado tarde para hacer nada.
—Oh, Lucas, lo siento mucho. Si hubiéramos podido hacer algo…, ¡qué diferente sería todo!
—Hiciste todo lo que buenamente pudiste, y soy un egoísta al pensar en mis propias desgracias. No puedo soportar la idea de lo que te sucedió a ti.
—Pero yo escapé. Los temores estaban solo en mi cabeza.
Quiso saber con todo detalle lo sucedido, de modo que le conté la amistad con Nicol, cómo me había administrado aquella poción, salvándome así de las atenciones del pachá, y cómo aquella poción la suministró el propio eunuco jefe, que era un gran amigo de ella. Lucas escuchó muy atentamente.
—Gracias a Dios —dijo al fin—. Eso podría haberte marcado tanto como yo lo estoy…, o quizá más. ¿Y qué le sucedió a aquel hombre…, John Player?
El silencio que se produjo entre nosotros pareció durar un largo rato. Escuché el zumbido de una abeja, y la nota alta de un grillo. «Ten cuidado —me dije a mí misma—. Podrías traicionarle con suma facilidad. Recuerda que no es solo un secreto tuyo, sino también de Simon».
—Él… fue vendido al mismo pachá —me oí decir.
—Pobre diablo. Me imagino su destino. Era un hombre extraño. Siempre tuve una rara sensación con respecto a él.
—¿Qué clase de sensación? —le pregunté, angustiada.
—La de que las cosas no eran lo que parecían. De vez en cuando imaginaba que le había visto en alguna parte. En otras ocasiones me daba la impresión de que ocultaba algo.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué podría haber ocultado?
—Cualquier cosa. No tengo ni la más remota idea. Solo era la impresión que me causaba. No era la clase de hombre que uno espera encontrar fregando la cubierta de un barco, ¿no te parece? Aunque debo admitir que era un hombre lleno de recursos.
—Creo que ambos le debemos la vida.
—Sí, tienes razón. Y me gustaría saber qué fue de él.
—En los jardines del harén había muchos hombres. Él era alto y fuerte…
—Me atrevería a decir que habrían pagado un precio justo por él. —Se produjo un nuevo silencio. Yo no osaba hablar, por temor a decir algo inconveniente. Lucas prosiguió en voz baja—: Qué extraño que estuviéramos los tres en aquella isla…, sin saber si nos encontrarían antes de que muriéramos de hambre.
—¿Cómo conseguiste regresar a casa, Lucas?
—Bueno, ya sabes que soy pájaro viejo. —Me sonrió y, al hacerlo, volvió a ser el hombre que yo había conocido—. Aproveché mis oportunidades. Logré aprender algo de su lengua, y eso me ayudó mucho. Algunos años antes ya había aprendido algunas palabras, cuando viajé por el mundo. Es curioso lo mucho que ayuda poder comunicarse con los demás. Les ofrecí dinero… por la libertad de los tres. Les dije que en mi país era un hombre muy rico. Me creyeron, porque sabían que yo había viajado mucho. No quisieron considerar la idea de dejaros en libertad a ti y a Player. Erais demasiado valiosos para ellos, pero yo no. Mi cojera me hacía inútil. ¿Ves cómo todo tiene sus pequeñas ventajas? Hubo momentos en que deseé que me arrojaran por la borda.
—No debes decir eso. Significa aceptar la derrota… e incluso darle la bienvenida. No es esa la mejor forma de vivir.
—Tienes toda la razón. Oh, qué agradable es estar contigo, Rosetta. Recuerdo lo ingeniosa que fuiste en la isla. Te debo tantas cosas…
—Pero la mayoría de ellas se las debemos…
—A ese tal Player. Bueno, él era una especie de líder, ¿no? Estaba hecho para ese papel… y le sentaba muy bien. Debo admitir que lo hizo a la perfección. Y yo era el impedido, el único que representaba una molestia.
—No fuiste nada de eso para nosotros. ¿Cómo te las habrías podido arreglar tú solo en aquella isla? Cuéntame el resto.
—Cuando comprendí que no podía salvaros a ninguno de los dos, y que nada lograría que aquellos hombres se separaran de ti o de Player, me concentré en mi propio caso. En ese sentido, me parecieron más manejables. ¿Qué precio obtendrían por mí? ¿Por un hombre en mis condiciones? Ninguno. Les dije que si me dejaban en libertad, les enviaría una valiosa joya. Si trataban de venderme no conseguirían nada, pues ¿quién querría comprar a un hombre que ni siquiera podía caminar sin bastón? Si me arrojaban por la borda, eso también sería improductivo para ellos. Pero si aceptaban mi oferta de cambiar mi vida por una joya, al menos habrían obtenido algo de sus esfuerzos.
—¿De modo que te dejaron marchar… a cambio de la promesa de enviarles una joya?
—En realidad, todo fue cuestión de simple lógica. Solo tenían dos alternativas. Arrojarme por la borda o liquidarme de cualquier modo y perderlo todo, o aceptar la oportunidad de que yo cumpliera mi palabra y les enviara la joya. Se les ocurrió, como le habría sucedido a cualquiera, que yo no cumpliera mi parte del trato. Y si no lo cumplía, bueno, a ellos les daba lo mismo arrojarme por la borda. Pero lo más sensato les pareció aceptar al menos esa oportunidad, ya que era la única forma de obtener algo a cambio de mi vida. Así que… me dejaron en Atenas…, a una o dos calles de la embajada inglesa. El resto fue sencillo. Se informó a mi familia y no tardé en emprender el viaje de regreso a casa.
—¿Y la joya?
—Mantuve mi palabra. Se trataba de un anillo que perteneció a mi madre… Se podría decir que era una de las joyas de la familia, que habían sido repartidas entre mi hermano y yo. Había sido el anillo de compromiso de mi madre y de mi abuela. Si me hubiera comprometido, lo habría sido también de mi futura esposa.
—No tenías por qué enviarlo.
—No, pero esas gentes conservan los recuerdos durante mucho tiempo. No deseaba pasarme el resto de mi vida preguntándome si el destino volvería a cruzarme de nuevo en su camino. Además, ¿y si otro pobre diablo caía en sus manos y trataba de emplear esa misma táctica? Si se hubieran sentido engañados, no habrían aceptado un segundo acuerdo. Por otro lado, ese anillo no me habría servido de nada. No es muy probable que alguien quiera casarse conmigo… en mis condiciones.
—¿Se la llevaste tú mismo o sabías adónde enviarla?
—Habíamos acordado un lugar donde debía entregarla. Hay una vieja posada en la costa italiana. Se me advirtió que siguiera sus instrucciones al pie de la letra. Tenía que enviar la joya a esa posada. Creo que era un lugar frecuentado por contrabandistas. Allí sería recogida. No la llevaría yo mismo, ya que no estaba en condiciones de hacerlo, y así lo admitieron. Pero les dije quién la llevaría. Dick Duvane, mi antiguo ordenanza durante el tiempo que pasé en el ejército. Él también abandonó conmigo la carrera de las armas y desde entonces hemos permanecido juntos. Es mi mayordomo, mi confidente, y a menudo viajamos juntos. No es un sirviente, sino uno de los mejores amigos que he tenido nunca. No sé qué haría sin él. Confío por completo en él.
—Me alegro de que hayas salido con vida, Lucas.
—Supongo que yo también… Solo que…
—Ya lo sé. Y te comprendo.
Permanecimos en silencio. Aún estábamos en el jardín cuando Felicity acudió a buscarnos.
*****
La visita a Oxford me fue de gran ayuda. La forma tan lógica con la que Lucas contemplaba la vida, por muy amarga que fuera, me hizo tocar la tierra con los pies. ¿Qué podía hacer yo? ¿Cómo podía demostrar la inocencia de Simon? Ni siquiera me encontraba en el lugar de los hechos. No sabía nada de la familia de Perrivale Court, excepto lo que me había contado Simon y lo que había leído en los periódicos después del asesinato. Si pudiera hallar los medios para conocerlos, para ir a Perrivale Court de un modo natural. ¿Qué esperanzas tenía en ese sentido? Pensé en Lucas. ¿Y si le pedía ayuda? Él disponía de recursos. Así lo demostraba la forma en que había salido de una situación tan peligrosa. No vivía muy lejos de Perrivale Court; no mantenía amistad con la familia, y ni siquiera la conocía bien, a pesar de haber estado allí una vez, mucho tiempo atrás, cuando visitó el lugar en compañía de su padre. Deseé haber hablado de Simon con él, haber logrado su ayuda. ¿Me atrevería a proponérselo?, me pregunté. Pero no podía estar segura de cuál sería su reacción.
Me sentía más impotente que nunca, pero aquella visita a Oxford contribuyó a animarme un poco.
Lucas abandonó Oxford el día anterior a mi partida. Al despedirse, parecía desamparado y bastante vulnerable, y sentí un gran deseo de consolarlo. En cierto momento pensé que sugeriría encontrarnos de nuevo, pero no dijo nada.
Felicity y yo lo acompañamos a la estación. Parecía marcharse de mala gana y permaneció junto a la ventanilla, observándonos en el andén, mientras el tren se alejaba poco a poco, llevándolo de vuelta al oeste.
—Es muy triste —dijo Felicity—. Es un hombre cambiado.
Al día siguiente regresé a casa.
*****
Tía Maud quiso saber a quién había visto en Oxford. Le dije que no me había distraído mucho porque a Felicity le pareció que yo necesitaba un período de descanso. Cuando estaba cenando con ella y con mi padre, comenté que Lucas Lorimer estuvo en Oxford al mismo tiempo que yo.
Mi padre se mostró interesado enseguida.
—Oh, sí…, el joven que estaba con nosotros en el Atlantic Star. —Se volvió hacia tía Maud y añadió—: Le sucedió algo de lo más extraordinario. Descubrió una piedra en su jardín de Cornualles. Una antigua piedra egipcia. Es un verdadero misterio saber cómo fue a parar allí. Pero fue un descubrimiento muy excitante. Sí, ese joven estaba con nosotros en el Atlantic Star.
—Fue uno de los supervivientes —le dije a tía Maud.
Comprendí el hilo de los pensamientos de mi tía. Así pues, ¿me había encontrado con un hombre en Oxford? ¿Quién era él? ¿Procedía de buena familia? ¿Estaba en posición de mantener a una esposa?
—Está lisiado —dije con brusquedad—. Resultó herido en el naufragio.
Tía Maud pareció sentirse desilusionada, y después resignada. Me imaginé cuáles serían sus ideas sobre invitar a cenar a jóvenes elegibles. ¡Cómo echaba de menos a Felicity y la paz que se respiraba en Oxford!
Implacable, tía Maud continuó poniendo en práctica su política. Hubo varias cenas a las que invitó a jóvenes que consideraba adecuados. Acosaba a mi padre para que invitara a sus conocidos; ante mi diversión y su desazón, la mayoría de ellos ya eran de edad madura, y tan fanáticamente dedicados a su trabajo que no tenían la menor intención de introducir un estorbo en sus vidas, en forma de una esposa, o de casarse con una esposa erudita y enérgica y formar una familia de genios.
Fueron pasando las semanas, convertidas en meses. Me sentía muy inquieta y no veía manera alguna de escapar.
Felicity nos hizo una rápida visita. Le resultaba difícil dejar a sus hijos durante mucho tiempo. La niñera que tenía era buena, y disfrutaba con la responsabilidad de quedarse a cargo de los niños, pero a Felicity no le gustaba nada dejarlos.
Estaba segura de que solo había venido porque se sentía preocupada por mí.
Le dije lo mucho que echaba de menos los viejos tiempos en nuestra casa, agradablemente desorganizada. Sabía que debía sentirme agradecida para con la infatigable tía Maud, pero en la vida había algo más que muebles bien pulidos y comidas servidas a tiempo. Tía Maud era una persona tan arrolladora que nos sometía a todos, y su influencia se sentía principalmente en la cocina, donde yo había pasado tantas horas felices.
—Rosetta, ¿tienes algo en la cabeza? —me preguntó Felicity. Y al verme vacilar, continuó—: ¿No te gustaría hablar del tema? Sabes que soy muy comprensiva. Pero no quiero presionarte. Sé que, por muy terrible que pueda parecemos una preocupación mientras la vivimos, a veces puede ser muy importante lo que suceda después. Ha ocurrido, Rosetta. Ya ha pasado todo. No creas que no comprendo lo que significa estar en un harén. Tuvo que haber sido terrible. Pero escapaste. Fue un gran golpe de suerte, a pesar de lo cual ha dejado en ti sus secuelas. Me preocupas, y también me preocupa Lucas. Siempre me ha gustado ese joven. Antes era muy divertido. Ha viajado mucho y solía hablar con naturalidad de sus viajes. Siempre me pareció una persona muy alegre. Y ahora creo que se está encerrando en su amargura. Es un error. Claro que es angustioso para él, sobre todo porque siempre fue una persona muy activa. Voy a ser muy franca contigo. James tiene que volver a Truro para pronunciar una nueva conferencia en la universidad. Iré con él y sugeriré hacerle una visita mientras estamos en Cornualles. Sería muy agradable que nos acompañaras. ¿Qué te parece?
No pude ocultar el entusiasmo que me produjo aquel plan. Ir allí, no estar tan lejos de Perrivale Court…, bueno, por lejos que estuviera, me encontraría más cerca. Sin embargo, no estaba tan segura de lo que debería hacer una vez que estuviera allí. En mi mente predominaba un solo pensamiento: no traicionar a Simon.
—Ya veo que la idea te parece atractiva —dijo Felicity.
Después de plantearle la cuestión, tía Maud pareció complacida. Sus intentos de ponerme en contacto con jóvenes en edad de contraer matrimonio no habían alcanzado mucho éxito. Pero siempre confiaba en que hubiera algo más productivo.
Los Grafton se movían dentro de los círculos más adecuados. James Grafton era para ella «alguien en el ambiente de Oxford». Tía Maud no estaba muy bien informada en cuanto a esa clase de detalles. Para ella, las personas eran adecuadas o no, y los Grafton eran de lo más adecuado, a pesar de que Felicity solo hubiera sido una institutriz. Así pues, se mostró favorable a la idea, que también aceptó mi padre, sobre todo cuando se le dijo que sería bueno para mi futuro.
Se dispuso que acompañara a James y a Felicity a Truro.
A instancias de Felicity, James le escribió a Lucas para comunicarle que estaríamos en Cornualles, y que creía sería una buena oportunidad para hacerle una visita, y vernos todos.
Se recibió una pronta respuesta afirmativa. Lucas nos invitaba a quedarnos al menos algunos días. Trecorn Manor estaba demasiado lejos de Truro para permanecer allí solo un día.
El cambio que experimenté fue evidente para todos.
—Siempre te entendiste muy bien con Felicity —me dijo la señora Harlow—. Recuerdo el día en que llegó a esta casa y esperábamos encontrarnos con una señora madura y mandona. Desde el primer momento en que bajó del carruaje me encariñé con ella…, y a ti te sucedió lo mismo.
—Sí —admití—. Es una amiga maravillosa. ¡Qué suerte tuve de que viniera aquí!
—Yo diría que en ese aspecto te tocó en suerte lo mejor.
—Oh, sí, así fue. Le debo muchas cosas a Felicity.
*****
Trecorn Manor era una agradable mansión de estilo reina Ana, construida en una época notable por su elegancia. Se hallaba sobre terrenos muy bien cuidados. Pensé en lo interesante que sería ver a Lucas en el ambiente de su propio hogar.
Lucas nos recibió calurosamente.
—Me alegra muchísimo que hayáis venido —nos dijo, y creo que lo sentía de verdad.
Nos presentó a su hermano Carleton, y a Theresa, la esposa de este. Carleton se parecía un poco a Lucas, pero ambos tenían temperamentos muy distintos, según descubrí pronto. Carleton era un hombre campechano, de trato fácil, completamente enfrascado en la administración de la propiedad; era el típico señor de campo. Theresa era la mujer más adecuada para ser su esposa. Absorbida por completo en su familia, cumplía sus deberes con encanto, tolerancia y total eficacia; era, sin lugar a dudas, la esposa y madre ideal.
Tenían dos hijos gemelos, un niño y una niña, Henry y Jennifer, de cuatro años. Supuse que Carleton y su esposa eran admirados y respetados por todos los que trabajaban en la propiedad, que ella intervenía infatigablemente en los asuntos de la iglesia y de la comunidad rural. Era la clase de mujer capaz de cumplir con su deber sin ahorrar esfuerzos y que, además, obtenía placer haciéndolo.
Comprendí que Lucas no acababa de encajar en aquel ambiente. Cuando estuvimos a solas, Felicity me dijo:
—Lucas no podría haber tenido un hogar mejor al que regresar.
Aquel comentario me asombró. Aquel ambiente de bienestar podía ser mortificante para un hombre en su situación. Tuve la impresión de que no había deseado nada de todo aquello antes de que se produjera el naufragio. Así lo demostraban sus frecuentes ausencias, señal de su incapacidad para tolerarlo. Era triste darse cuenta de que las virtudes propias de personas como Carleton, su esposa, y la propia tía Maud, tan admirables en sí mismas, crearan atmósferas tan desagradables para quienes los rodeaban.
Teníamos la intención de quedarnos en Cornualles una semana, todo el tiempo del que podía disponer James, y yo sabía que Felicity no deseaba dejar solos a los niños durante más tiempo.
Se nos mostraron nuestras habitaciones, situadas en el primer piso, y desde las que se contemplaban los prados que rodeaban la mansión. La habitación de James y Felicity estaba situada junto a la mía. Theresa nos acompañó.
—Espero que os sintáis cómodos —nos dijo—. Es una pena que solo podáis quedaros una semana. Nos encanta tener huéspedes. Desgraciadamente, no sucede muy a menudo. Me alegra mucho que hayáis venido. Lucas se siente muy contento de que estéis aquí…
—Vacilamos antes de sugerir la posibilidad de venir —dijo Felicity—. Fue un atrevimiento por nuestra parte.
—Nos habría disgustado mucho saber que veníais por aquí y no pasabais a vernos. Carleton está muy preocupado por Lucas… y yo también. Está muy cambiado.
—Bueno, pasó por una experiencia terrible —dijo Felicity.
—Y también por ti —me dijo Theresa poniéndome una mano en el brazo—. He oído hablar de lo ocurrido. Lucas no dice gran cosa. Carleton asegura que obtener información de él es como intentar extraer sangre de una piedra. Antes era un hombre tan activo… Esto le ha afectado mucho. Pero se alegró en cuanto se enteró de que ibais a venir.
—Le gusta hablar con Rosetta —dijo Felicity—. Después de todo, ambos estuvieron juntos. Siempre he creído que hablar ayuda a la gente.
—Es maravilloso que los dos escaparais de aquello. Estuvimos muy preocupados por Lucas. Y cuando supimos que regresaba a casa…, bueno, fue maravilloso. Después… todo fue muy diferente. Tal y como es Lucas… nunca le resultó fácil ser el hermano menor.
Se encogió de hombros y pareció algo azorada, como si creyera estar hablando demasiado.
Sabía que tenía razón. Antes del accidente, Lucas siempre se había preocupado por el hecho de que su hermano mayor fuera el cabeza de familia tras la muerte de su padre. Era un hombre al que le gustaba dirigir, y para él nunca resultó fácil representar el papel de segundón. Así, tras abandonar el ejército, pero incluso mientras estuvo en él, se dedicó a viajar mucho. Había tratado de obtener una amplia erudición en arqueología. Escribió un libro, inspirado por su descubrimiento, y había estado a punto de pronunciar una conferencia cuando se produjo el desastre. En aquella época debió de parecerle que estaba a punto de ganarse bien la vida fuera de Trecorn Manor, que era lo que más deseaba; y después del naufragio regresó… tal y como estaba en ese momento. Comprendía que se sintiera desilusionado con la vida. Anhelaba mantener más conversaciones con él. Quizá pudiera hacerle ver el futuro de modo diferente. Quizá pudiera inspirarle un poco de esperanza. No creía que existieran muchas oportunidades de lograrlo, pero al menos deseaba intentarlo.
Lucas aún era capaz de cabalgar, lo que para él representaba una verdadera bendición. Claro que necesitaba cierta ayuda para montar y desmontar, pero una vez sobre el caballo volvía a ser el mismo de antes. Siempre fue un jinete excelente y me di cuenta enseguida de que existía una fuerte relación entre él y su montura, Charger, que parecía comprender que su amo había cambiado y necesitaba cuidados.
—Nunca nos preocupamos por Lucas cuando sale a dar largos paseos —nos dijo Theresa—. Si monta a Charger sabemos que regresará a casa cuando lo desee.
La primera noche de nuestra estancia allí, durante la cena, me preguntó si sabía montar.
—Tuve pocas oportunidades en casa —le dije—. Pero en la escuela recibí lecciones de equitación. De modo que, aunque no soy novata, me falta algo de experiencia.
—Deberías practicar un poco mientras estés aquí —me sugirió Carleton.
—Sí —asintió Lucas—. Yo me ocuparé de enseñarte.
—Quizá sea un poco aburrido para un jinete tan hábil —repliqué.
—Será un verdadero placer —me aseguró.
Theresa se desvivió por nosotros. Era una mujer muy amable y me di cuenta de lo feliz que se sentía por el hecho de que estuviéramos allí, ya que creía que eso era agradable para Lucas, y que ambos nos llevábamos muy bien.
Se acordó que, después de pasar dos días en Trecorn Manor, James regresaría a Truro para cumplir con su trabajo, mientras Felicity y yo nos quedaríamos allí, en espera de su regreso, uno o dos días tras su partida, y después nos marcharíamos todos juntos.
No tardé en adaptarme a la nueva rutina. Lucas y yo salíamos a cabalgar juntos y hablábamos bastante, a menudo acerca de nuestra aventura. Solíamos recorrer el mismo camino, y estoy segura de que aquellos paseos nos beneficiaban a ambos. Por lo que a mí concernía, solo deseaba conocer algo más de Perrivale Court.
Acudía con frecuencia a la habitación de los niños. Yo le gustaba a Jennifer. Hasta entonces había tenido poco que ver con niños y ahora no estaba muy segura de saber tratarlos, pero Jennifer lo solucionó. Me informó de que se llamaba Jennifer Lorimer, vivía en Trecorn Manor y tenía cinco años. Todo esto me lo dijo con gran seguridad en sí misma y fue casi como si compartiéramos una confianza especial. Aunque era la chica, se había convertido en líder con respecto a su hermano gemelo. Era una niña vivaz y hablaba mucho. Henry, en cambio, era un niño mucho más tranquilo, y muy serio; siempre seguía a Jennifer y como ella había decidido que yo le gustaba, también le gusté a él.
Además, allí estaba Nanny Crockett, otra buena aliada. Creo que me aceptó porque establecí muy buena relación con los gemelos. No era precisamente joven, pero en la habitación de los niños era quien ostentaba todo el poder. Ellen, la muchacha de catorce años que la ayudaba en sus quehaceres con los niños, la trataba como si fuera una verdadera reina. Aparentaba rondar los sesenta años. Tenía el pelo gris, que se peinaba en un moño que le daba cierto aspecto adusto; sus ojos grises siempre estaban alerta, y tenía una forma muy particular de apretar los labios cuando desaprobaba algo, en cuyo caso podía llegar a ser indomable. Se trataba de una mujer con opiniones concretas, que se mantenía fiel a ellas.
—Tuvimos mucha suerte de conseguirla —me confió Theresa—. Es una niñera muy experimentada. No es joven, claro, pero tanto mejor. Es tan activa como una joven y tiene mucha más experiencia.
A Nanny Crockett le encantaba charlar un poco de vez en cuando, sobre todo cuando los niños dormían su breve siesta por la tarde, y si en esos momentos yo no estaba en compañía de Lucas, estaba con ella.
Felicity y Theresa tenían intereses comunes: dirigir un hogar y cuidar del esposo y de los hijos. Eran compañeras ideales. Me imaginaba que cuando estaban juntas hablaban de Lucas y de mí. Creían que ambos éramos buenos «el uno para el otro», y desde luego se nos estimulaba a estar juntos cada vez que se presentaba la oportunidad. No es que sus esfuerzos fueran necesarios, ya que Lucas demostraba con toda claridad que prefería mi compañía a la de cualquier otra persona. Me di cuenta de que, desde mi llegada, Lucas había empezado a ser un poco más el mismo de antes. Se echaba a reír de vez en cuando, y en ocasiones incluso hacía un chiste, aunque a menudo en sus palabras había cierto atisbo de la amargura que parecía formar parte necesaria de su conversación.
Sabía que aquella rutina no tardaría en verse interrumpida por el regreso de James. Yo disfrutaba de mi estancia, pero no dejaba de tener presente la necesidad de descubrir la verdad sobre Simon, y había veces en que me sentía sumida en una profunda frustración y desesperación.
Resultaba angustiante hallarse tan cerca de su antiguo hogar, pero ¿cómo podía acudir allí sin despertar sospechas? Temía hacer preguntas directas. El simple hecho de que Lucas se lo hubiera encontrado en un momento anterior de su vida implicaba que sería muy fácil dar un paso en falso y revelarle, incluso inadvertidamente, quién era en realidad John Player. Y si lo descubría, ¿cómo podía estar segura de cómo reaccionaría? Claro que John Player había salvado nuestras vidas, pero si Lucas creyera que era un asesino, un fugitivo de la justicia, ¿qué haría al respecto?
Para mí habría sido un gran alivio hablar con él sobre Simon, pero no me atreví. A veces, pensé en contárselo a Felicity. De hecho, estaba a punto de hacerlo, pero cada vez que me parecía llegado el momento oportuno, siempre me contenía.
No obstante, empezaba a sentirme desesperada y un día, durante el almuerzo, tuve que hablar y pregunté con precaución:
—¿No se produjo por esta zona un asesinato…?
Theresa arqueó las cejas, me miró y contestó:
—Sin duda te refieres a lo sucedido en Perrivale Court.
—Sí —asentí, confiando en no mostrar la emoción que experimentaba cada vez que se planteaba el tema—. Yo…, sí, creo que fue allí donde sucedió.
—Fue el hijo adoptivo —dijo Lucas.
—Lo habían estado cuidando durante toda su vida —añadió Carleton— y demostró su gratitud asesinando a uno de los hijos de la casa.
—Creo que antes lo mencionamos —le dije a Lucas—. ¿No me dijiste que lo habías conocido?
—Oh, sí…, hace muchos años, pero solo un momento.
—Y ese lugar, ¿está muy lejos de aquí?
Theresa miró a Carleton, que reflexionó unos instantes.
—Yo diría que unos diez kilómetros a vuelo de pájaro, pero si no eres un pájaro podría estar algo más lejos.
—¿Está cerca de algún lugar…, de un pueblo o una ciudad?
—Podría estarlo —contestó Carleton—. ¿Qué dirías tú, Lucas? Quizá Upbridge sea la ciudad más cercana.
—Está a unos tres kilómetros de esa ciudad —añadió Lucas—. El pueblo más cercano es Tretarrant.
—Bueno, pero eso no es más que un pequeño villorrio.
—Sí. Upbridge es la ciudad cercana más grande.
—Si a eso le puedes llamar grande —añadió Carleton—. Apenas alcanza la categoría de ciudad.
—Bueno, es un lugar pequeño, pero muy agradable —intervino Theresa—. Aunque yo he estado allí pocas veces.
—Me atrevería a decir que pareció más importante… después de la muerte de ese hombre.
—El Upbridge Times se vendió bastante en aquella época —dijo Lucas—. Disponían de buena información interna. Conocían bien a la familia. Ya veo que sientes un interés morboso por ese lugar, Rosetta. Te diré lo que vamos a hacer. Mañana cabalgaremos hasta allí y verás por ti misma la notable ciudad de Upbridge.
—Me gustaría mucho —dije, con el corazón latiéndome apresurado, pero con una sensación de triunfo.
Aquello representaba cierto progreso.
*****
Lucas y yo salimos al día siguiente. Una vez que él hubo montado, apenas pude creer que no fuera el mismo de nuestro primer encuentro.
—Ya sabes que está a unos diez kilómetros de aquí —me dijo—. ¿Te sientes con ánimos para esa cabalgada? ¿Diez kilómetros de ida y diez de vuelta? Te diré lo que vamos a hacer. Comeremos por el camino, quizá en la vieja Upbridge. Ahora que lo pienso, creo que hay un lugar muy bueno a este lado de Tretarrant. ¿Crees que podrás resistirlo?
—Claro que sí. Es un desafío.
Lo fue, y en diversos sentidos.
Además, yo no dejaba de decirme: «¿De qué te servirá ver el lugar?». A pesar de todo, ¿quién sabía lo que podía surgir de aquella visita?
—La posada en la que estoy pensando —prosiguió Lucas—, creo que se llama La Cabeza del Rey. Un nombre muy original, ¿no te parece? El rey en cuestión fue Guillermo IV, que no fue precisamente el más popular de los monarcas, excepto quizá en la cuestión de dar su nombre a las posadas. Siempre había confiado en encontrar una que se llamara Carlos I. Cabeza Cortada sería mucho mejor que La Cabeza del Rey. Pero como los mesoneros suelen ser muy diplomáticos, ese nombre nunca ha aparecido en una posada.
Me eché a reír. Lucas era capaz de olvidar la amargura durante un tiempo; pero a menudo había algo a mano para recordársela.
Pasamos junto a unas zarzamoras.
—Este año habrá una buena cosecha —me dijo—. ¿Recuerdas la emoción que sentimos cuando descubrimos algunas en la isla?
—Lo cierto es que nos emocionábamos cada vez que encontrábamos algo comestible.
—A veces me maravilla…
—Sí, a mí también me sucede lo mismo.
—Me pregunto qué habría sido de nosotros si no hubieran aparecido los piratas por allí.
—Solo el cielo puede saberlo.
—Tal y como sucedieron las cosas resultó que aquello fue como saltar de la sartén al fuego.
—Al menos logramos escapar del fuego.
—Tú y yo sí, pero me pregunto qué habrá sido de John Player.
—Sí, yo también me lo pregunto.
Permanecí en silencio. Tuve la impresión de que no tardaría en contarle la verdad, a pesar de mi determinación de no hablar del tema. La tentación era muy grande.
—Confío en que se encuentre bien. A mí me pareció una persona capaz de sobrevivir a todo.
—Necesitará mucha suerte —comenté—. Y a propósito, ¿a qué distancia estamos?
—¿Empiezas a sentirte cansada?
—Oh…, no.
—Pues yo creo que algún día serás una verdadera campeona.
—Por el momento solo deseo montar razonablemente bien.
—En tal caso ya casi lo has logrado.
—Viniendo de ti, es un gran cumplido.
—Dime la verdad, ¿soy lo que se podría denominar un viejo tacaño?
—Te vas acercando. Podrías tener derecho a ese calificativo antes de que yo me convirtiera en una campeona.
—Tienes razón —dijo, echándose a reír—. Seamos francos y no me engañes. Estoy cansado de sentirme protegido. Carleton y Theresa…, bueno, casi los oigo pensar en voz alta: «¿Qué debemos decir ahora para no enojar al pobre diablo?».
—De acuerdo, te diré lo que pienso.
—Me sienta muy bien estar contigo, Rosetta. Confío en que no abandones Trecorn durante mucho tiempo.
—Sabes que tengo que regresar con James y Felicity. A ella no le gusta dejar solos a los niños.
—Debemos aprovechar todos los días que estés aquí —dijo él, suspirando—. Has tenido una idea muy buena al querer salir a dar este largo paseo. Solo confío en que no sea demasiado largo para ti.
—¿No acabas de decir que algún día sería campeona? Pues es posible que ese día no esté tan lejos.
—Bien. Cruzaremos por ese campo. Creo que es un buen atajo.
Cuando cruzábamos el campo, Lucas detuvo su montura.
—Ahí tienes un magnífico panorama. Es una costa muy agradable, ¿no te parece?
—¡Agradable! En todo caso será espectacular y muy recortada, pero en modo alguno agradable. Ese calificativo no se ajusta a la verdad.
—Tienes razón. Las gentes del lugar solían actuar a lo largo de toda esta costa, atrayendo a los barcos cuando el mar estaba enfurecido, para que se estrellaran contra las rocas; de ese modo podían robar las mercancías que transportaban. Te apuesto a que en las noches de tormenta los lugareños escuchaban los gritos de los marinos naufragados. Los ruidos producen a veces extraños sonidos y si son escuchados por oídos susceptibles, ¡ahí aparecen los fantasmas!
—¿Naciste siendo cínico?
—Espero que sí. De otro modo habríamos tenido dos santos en la familia.
—¿Te estás refiriendo a Carleton como si fuera un santo? ¿Por qué la gente siempre trata de modo tan protector a los santos?
—Eso tiene una respuesta muy sencilla: porque nos resulta muy difícil seguir sus pasos. Nosotros, los pecadores, experimentamos la necesidad de sentirnos ligeramente superiores, debido a que lo estamos pasando mejor.
—¿Crees que los pecadores se lo pasan mejor que los santos?
—Oh, sí. Y al mismo tiempo tienen la sensación de que no es justo que eso sea así. Esa es la razón por la que adoptan una actitud protectora para con la santidad. Carleton es una buena muestra de ello. Él siempre hizo lo más correcto. Aprendió a dirigir la propiedad, se casó con la mujer adecuada, tuvo a Henry como heredero y a la encantadora Jennifer; la gente que trabaja para él lo adora; bajo su dirección, la propiedad es mucho más próspera de lo que fue jamás. Oh, sí, él tiene todas las virtudes. El caso es que nunca se tiene bastante gente buena alrededor de uno. Si hubiera muchos cómo él, el mercado quedaría saturado y perderían buena parte de su gloria. De modo que, como puedes ver, los pecadores también tienen su utilidad.
—Es una gran ventaja que Carleton sea tan buen señor.
—Todo aquello que rodea a Carleton es bueno.
—Tú tienes tus propias virtudes…, igual que él.
—Oh, pero él dispone de dos piernas sanas para moverse.
La amargura había surgido de nuevo, siempre dispuesta a aparecer en la superficie. Sentí mucho haber permitido que la conversación llegara a tal punto.
—A Carleton todo le sale bien —siguió diciendo—. Siempre ha sido así. Oh, no me interpretes mal. Sé que las cosas le salen bien gracias a su naturaleza.
—Lucas —le dije con seriedad—, has tenido mala suerte. Pero eso ha terminado. Ahora ya nada puede cambiarlo. Y aún quedan muchas cosas en la vida.
—Tienes razón. A menudo pienso en Player y me pregunto qué le sucedería. Mi naturaleza malvada queda demostrada por el hecho de que esa clase de pensamientos produzcan en mí una módica sensación de consuelo. Al menos, yo estoy en libertad.
—Sí, estás en libertad.
—Oh, mira. Ya se distingue la casa, allá, a lo lejos.
—¿La casa?
—Perrivale Court. Mira justo delante de ti y gira un poco hacia la derecha. Está allí.
Al fin la vi. Parecía enorme e imponente, construida sobre un ligero declive que daba al mar.
—Es bastante impresionante —dije.
—Es muy antigua. En comparación con ella, Trecorn es moderna.
—¿Podríamos echarle un vistazo más de cerca?
—De acuerdo.
—Acerquémonos, entonces.
—Pero si lo hacemos tendremos que sacrificar Upbridge.
—Lo prefiero.
—Creo que empiezas a sentirte un poco cansada.
—Quizá —admití.
Y durante todo el rato no dejaba de pensar que aquel era el hogar al que había sido llevado Simon a la edad de cinco años.
Seguimos cabalgando. Ahora ya podía ver la mansión con mayor claridad. Era casi un castillo, de piedra gris, con una torre y almenas.
—Tiene aspecto medieval —dije.
—Sin duda alguna, una parte lo es…, pero estos lugares tan antiguos han sido restaurados muchas veces, y en ocasiones no queda de ellos más que una extraña mezcolanza.
—Viniste aquí una vez, ¿no es cierto?
—Sí, pero no lo recuerdo muy bien. Se me había olvidado por completo hasta que ocurrió el asesinato. Eso me lo hizo recordar, claro.
Confiaba en que apareciera alguien. Quizá el hermano que había sobrevivido, o la hermosa mujer que podía haber causado toda la tragedia. Me habría gustado mucho verla, aunque solo fuera un instante.
—Estoy seguro de que La Cabeza del Rey no está muy lejos de aquí —dijo de pronto Lucas. Y poco después el tortuoso camino dio un giro, alejándose de la costa. Lucas exclamó—: ¡Ah, ahí está! Solo que no es La Cabeza del Rey. El lugar es el correcto, pero el nombre no. Se llama El Rey Marino. Se trata del mismo monarca, pero con otro apelativo. Vamos, dejaremos los caballos en los establos. Creo que les vendrá muy bien un descanso. Y mientras ellos se refrescan, nosotros haremos lo mismo. Más tarde, si nos queda tiempo, aunque lo dudo mucho, echaremos un vistazo a Upbridge. Pero no te desilusiones si no disponemos de tiempo.
Le aseguré que estaba pasando un día muy agradable y que en modo alguno me sentiría desilusionada.
Le ayudé a desmontar con toda la naturalidad que pude, y después de comprobar que los caballos quedaban en buenas manos, entramos en el salón. No había nadie más en el local, y fue muy agradable disponer de todo el comedor para nosotros.
El posadero se nos acercó exultante de alegría.
—¿Qué será, señor…, señora? Me temo que solo podemos ofrecerles algo frío. Pero les prometo carne y jamón excelentes. Y hay sopa de lentejas caliente.
Le dijimos que eso era precisamente lo que necesitábamos, y el hombre nos sirvió además sidra en jarras de peltre. A continuación nos sentamos a comer.
Una sirvienta llevó la comida, que fue excelente, y mientras estábamos comiendo se nos acercó la esposa del posadero para ver si estaba todo en orden o necesitábamos algo. Se trataba de una mujer a la que sin duda le gustaba charlar con sus clientes.
Nos preguntó de dónde veníamos. Le dijimos que de Trecorn Manor.
—Oh, lo conozco bien. Un lugar muy antiguo y bonito…, aunque no tanto como Perrivale, claro.
—Oh, Perrivale Court —dije con cierta ansiedad—. Hemos pasado cerca. ¿Está habitado ahora?
—Pues claro que sí. Los Perrivale han vivido ahí desde que existe el mundo. Fanfarronean diciendo que llegaron con el Conquistador, y les gustó tanto el lugar que se han quedado aquí desde entonces.
—Hay muchos así —comentó Lucas—. Se sienten contentos por haber llegado al principio.
—Oh, por aquí siempre ha habido Perrivale. Ahora solo queda sir Tristan, después de que el señor Cosmo fuera…
—Creo que leí algo sobre eso en los periódicos —la interrumpí—. Pero hace ya mucho tiempo.
—Sí, tiene usted razón. En aquella época la gente no hablaba de otra cosa. Pero todo se olvida con rapidez. La gente es muy voluble. Si ahora les pregunta usted por el asesinato de Perrivale, algunos jóvenes no le sabrán decir nada. Yo digo que eso ya es historia, y que la gente debería conocerla.
—Algunas personas dirían que se tiene una mente morbosa por querer absorber y retener esa clase de conocimientos —observó Lucas.
La mujer le miró como si le creyera un poco loco, y observé cómo aparecía la desconfianza en la expresión de Lucas, como para convencerla de que estaba diciendo lo que pensaba.
—Bueno —dijo la mujer, a la defensiva—, cuando ocurrió todo este lugar se llenó de gente…, periodistas, detectives y personas así. Dos de ellos se quedaron… bajo este mismo techo. Dijeron que estaban llevando a cabo una investigación, y que este era el lugar más cercano.
—Sí, está situado muy convenientemente —admitió Lucas.
—Bueno, tengo que ir a ver cómo van las cosas. Nunca puedo dejar de hablar.
La mujer se alejó y yo dije:
—Estaba empezando a ser interesante. Me habría gustado escuchar más cosas.
—Los que contemplan la escena obtienen a menudo una visión distorsionada.
—Pero al menos están cerca del lugar de los hechos.
La sirvienta nos trajo dulces de postre. Estaban deliciosos, y bien empapados de jerez. Me alegré de que a la posadera le fuera difícil no seguir charlando, y cuando estábamos terminando de comer el postre se nos acercó para hablar un rato más.
—La gente no suele acercarse por aquí —nos confió—. Bueno, tenemos el local abierto, pero los visitantes como ustedes no suelen pasar por aquí. Todo fue muy diferente en aquella época…, ya saben, cuando sucedió lo de los Perrivale.
—El asesinato es bueno para los negocios —comentó Lucas.
La mujer le miró cautelosamente y yo me apresuré a intervenir:
—Debió de enterarse usted de muchas cosas respecto a esa familia.
—Bueno…, no lo puedo evitar, después de haber vivido aquí toda la vida, ¿no le parece? Yo nací en esta posada. Era de mi padre, y después, al casarme con William, él se hizo cargo. Mi hijo…, otro William, hará lo mismo algún día. No me sorprendería nada que así fuera.
—Una dinastía de posaderos —murmuró Lucas.
—Está muy bien que se conserve en el seno de la familia —me apresuré a añadir—. Eso será un orgullo para usted, ¿no?
Ella me miró lisonjeramente. Estaba pensando que yo era amable y lo bastante normal para disfrutar de un poco de charla, a pesar de mi compañero.
—¿Suele usted ver mucho a los Perrivale? —le pregunté.
—Oh, sí, siempre andan entrando y saliendo. Los he visto por aquí desde que tengo uso de razón. Recuerdo cuando trajeron aquí a ese tal Simon. Ese fue el que…, ya saben.
—Sí, lo sé —asentí.
—Debió de suceder hace ahora unos veinte años por lo menos. William y yo acabábamos de casarnos. Se produjo una buena escena, se lo puedo asegurar, cuando sir Edward llegó a la mansión y dijo que el niño se quedaría allí. Casi se produjeron fuegos artificiales. Y es natural, porque ¿qué mujer soportaría una cosa así?
—Estoy de acuerdo —afirmé.
—Pero ¿por qué razón un hombre lleva a su casa a un niño extraño? Todo el mundo aseguró que la señora era una santa por haberlo aceptado. Aunque, en realidad, ella no tenía nada de santa. Según parece, era una arpía. Pero sir Edward era de esa clase de hombres que no hablan mucho… y siguen su propio camino. Dijo que el chico se quedaría, y se quedó.
—Ese fue Simon —dije.
—¿Qué otra cosa podía esperarse de ese chico? Cuando la mona se viste de seda, mona se queda, se lo puedo asegurar.
—¿Quiere decir…?
—Bueno, ¿de dónde venía ese chico?, pregunto yo. No me extrañaría que procediese de alguna callejuela.
—¿Y por qué razón habría permitido sir Edward que viviera en una callejuela, para decidir después llevarlo a Perrivale Court?
—Lo cierto es que a la gente a veces le quema la conciencia, ¿no le parece? En cualquier caso, el chico llegó aquí. Fue tratado como uno más de la familia. Cuando llegó el momento adecuado, tuvieron un tutor…, eso fue antes de ir a la escuela. Era un buen chico. Solía contarnos cosas sobre cómo era la vida allá arriba. Después, todos fueron a la escuela, incluso el propio Simon, como Cosmo y Tristan. ¿Y cómo les devolvió los favores recibidos? Pues nada más y nada menos que asesinando al señor Cosmo. ¿Le parece que eso es gratitud?
—Pero ¿está usted segura de que fue él quien cometió el asesinato?
—Está tan claro como la nariz que tiene usted en la cara. De no ser así, ¿por qué habría huido?
—Sí, eso parece bastante definitivo —intervino Lucas.
—Pudo haber otras razones —protesté.
—Oh, eso es una muestra definitiva de culpabilidad —insistió Lucas.
—Sí, era culpable. Estaba celoso de aquella viuda, Mirabel… En aquel entonces aún era la señora Blanchard. Ahora, claro está, es lady Perrivale. Llegó aquí en compañía de su padre, el mayor… No encontraría usted un caballero más amable que él. Allí estaban el padre y aquella joven Kate que en aquel entonces se llamaba señora Blanchard. Era una verdadera belleza, de las que tienen el cabello rojo. Ningún hombre podía evitar el mirarla dos veces. A Tristan también le gustaba, por no decir nada de Simon. Y allí estaban los tres jóvenes, perdidamente enamorados, según decían, de la misma viuda. ¿Y qué fue lo que hizo Simon? Atrajo con malas artes a Cosmo a aquella granja abandonada, Bindon Boys se llama, y una vez allí lo mató. Según dijeron, le atravesó la cabeza de un balazo. Podría haber escapado sin ser descubierto, de no haber sido porque el señor Tristan, ahora sir Tristan, llegó en ese momento y le descubrió con las manos ensangrentadas.
—¿Dónde está esa casa de campo?
—Oh…, junto a la costa. Aún se mantiene en pie, aunque está hecha una ruina. Iban a restaurarla cuando ocurrió la tragedia. Después de eso han dejado que se vaya desmoronando poco a poco. A nadie le gustaría vivir en una casa en la que se ha cometido un asesinato. Bueno, ya estoy hablando demasiado. William dice que siempre lo hago.
—Ha sido muy interesante.
—Bueno —dijo ella con orgullo—, no se comete un asesinato a las puertas de todos los sitios. Y le aseguro que no todo el mundo está dispuesto a escuchar la historia. Pero cuando sucedió, la gente no hablaba de otra cosa.
Cuando salimos de la posada me sentía confundida y algo deprimida por las opiniones expresadas por la mujer acerca de Simon. Aparte de eso, me sentí excitada por haber hablado con alguien que vivió cerca de él en la época del asesinato. Llegué a la conclusión de que a la posadera no le cabía la menor duda sobre su culpabilidad. Y temí que eso fuera un veredicto general. Al huir se había condenado a sí mismo.
Poco después, ya en el camino de regreso, Lucas me dijo:
—Parece que has disfrutado con la conversación de nuestra posadera. ¿Te pareció tan apasionante conocer un poco la historia local?
—Me pareció interesante.
—El asesinato fascina a la mayoría de la gente, y en este caso mucho más debido al misterio que lo rodea. Pero ¿es realmente tan misterioso?
—¿Crees tú que esa es la verdad?
—Está bastante claro, ¿no? Él huyó de aquí.
No me atreví a decir nada más. Pero quise haberle gritado: «¡El es inocente! Sé que es inocente». Apenas logré contenerme.
Estaba muy cansada cuando regresamos a Trecorn Manor.
Me había gustado mucho ver Perrivale Court, pero no había descubierto nada nuevo, y solo había confirmado los fuertes sentimientos que había en contra de Simon. Claro que solo había escuchado la opinión de una persona. A pesar de todo, el hecho de haber huido siempre se volvería en su contra.
*****
Disfrutaba de uno de mis agradables momentos en compañía de Nanny Crockett. Los gemelos dormían la siesta que, según la niñera, les beneficiaba mucho. Ellen tenía la tarde libre y se había ido a visitar a sus padres, que vivían en un pueblo cercano.
Me enteré así de algunas cosas sobre la historia de Nanny Crockett. Había llegado desde Londres para hacerse cargo de su primer puesto de trabajo en Cornualles.
—Al principio me resultó algo difícil —me confesó—. No podía acostumbrarme. Echaba de menos demasiadas cosas. Pero los pequeños empezaron a significar algo para mí. Finalmente me adapté a este lugar…, a la meseta, al mar y a todo eso. Debería usted echarles un vistazo a las cercanías. Valen la pena.
Le dije que había disfrutado mucho con la cabalgada.
—Fuimos muy lejos, cerca de un lugar llamado Upbridge. ¿Lo conoce usted?
—¡Que si lo conozco! —Gritó Nanny Crockett—. Vaya que si conozco Upbridge. En una época viví allí, y antes había vivido cerca.
—¿Conocía usted Perrivale Court?
Permaneció en silencio por un momento. En su rostro apareció una expresión extraña que no logré desentrañar. Después, contestó:
—Creo que sí lo conozco muy bien. Viví allí durante ocho o nueve años.
—¿Quiere decir… en la mansión?
—Me refiero a Perrivale Court, señorita.
—¿De veras vivió usted allí?
—Pues claro que sí, fui la niñera de los chicos.
—¿Quiere decir… de Cosmo, Tristan… y Simon?
—Así es. Yo estaba allí, en la habitación de los niños cuando llevaron a Simon. Recuerdo muy bien aquel día. Es algo que jamás se me olvidará. Allí apareció él. Me lo entregaron y sir Edward me dijo: «Este es Simon. Debe ser tratado como los otros». Y allí estaba aquella pequeña criatura. Enseguida comprendí que estaba muy asustado, de modo que le tomé de la mano y le dije: «No tengas miedo, cariño. Estás con Nanny Crockett, y todo irá bien». Sir Edward estaba muy contento conmigo, algo bastante raro, se lo puedo asegurar. Me dijo: «Gracias, Nanny. Cuida del chico. Se sentirá un poco extraño al principio». A partir de ese momento, Simon y yo nos caímos muy bien.
Yo apenas podía contener mi excitación.
—¡Qué cosa más extraña! Me refiero al hecho de traer a un niño a la casa, así, sin más. ¿Había alguna explicación?
—Oh, sir Edward no era hombre de explicaciones. Tomaba las decisiones, y ahí se acababa toda explicación. Si él decía que el chico debía quedarse en la habitación de los niños, así tenía que hacerse.
—Hábleme de ese niño. ¿Cómo era?
—Un pequeño muy agradable…, inteligente como nadie. Anhelaba volver a ver a alguien llamado Angel. Lo único que se me ocurrió fue que se trataba de su madre. Obtuve pequeños fragmentos de información de él mismo, pero ya sabe usted cómo son los niños. No siempre ven las cosas tal como nosotros. Me hablaba de Angel, y habló también de una tal tía Ada que le producía un gran terror. Al parecer, acababan de enterrar a Angel y a continuación a él lo habían llevado a Perrivale. Cuando sonaban las campanas de la iglesia se imaginaba que tocaban a difuntos. En cierta ocasión lo encontré escondido debajo de la cama, tapándose las orejas con las manos para no escuchar el sonido. Creía que aquella tal Ada iba a ir para llevárselo… y entonces sir Edward decidió llevárselo consigo a Perrivale.
Escuché. En mi mente volví a encontrarme de nuevo en la isla, y escuché la propia voz de Simon contándome cómo se había ocultado bajo la mesa cuando apareció tía Ada.
—Bueno, el caso es que el niño estaba allí, y su presencia despertó muchas murmuraciones, se lo aseguro. ¿Quién era aquel chico? ¿Por qué se le había llevado a la casa? Todos decían que era de sir Edward, y debo admitir que tenían razón. Pero resultaba extraño porque él no era de la clase de hombres que se dedican a perseguir a las mujeres. Era un caballero muy digno, rígido y honesto.
—Esa clase de personas tienen a veces una vida secreta.
—Seguro que sí. Pero, de algún modo, una no se imaginaba a sir Edward cometiendo esa clase de tonterías. Sería difícil describírselo. Quería que todo funcionara como un reloj. Las comidas a su hora y en su sitio, y se armaba un buen jaleo en cuanto alguien llegaba tarde. Ya sabe cómo son esa clase de personas. En la mansión trabajaba un lacayo que había servido en el ejército. Solía decir que aquella casa le recordaba un campamento militar. De modo que, como usted comprenderá, sir Edward no era de la clase de hombres que se dedican a perseguir a las mujeres. No era como algunos de los que he oído hablar, y en cuyas casas no había mujer que se sintiera segura. En Perrivale Court, en cambio, las mujeres estaban muy seguras…, incluso las más bonitas.
—¿Se mostraba amable con el chico?
—No era amable… ni cruel. Se limitó a llevarlo y a decir que se le tratara como a los demás. Después pareció olvidarse del chico. El niño no gustó a la servidumbre. Ya sabe cómo son los sirvientes…, siempre temiendo que alguien esté por encima de ellos. Creían que el joven Simon no tenía ningún derecho a estar allí, en la habitación de los niños, junto con los otros dos niños…, y debo admitir que lo demostraron.
—¿Le importó a él?
—¿Quién sabe lo que sucede en la mente de los niños? Pero este era muy inteligente. Creo que se daba cuenta de todo lo que sucedía a su alrededor.
—Pero usted le quiso.
Ella sonrió con ternura, prendida de sus recuerdos.
—De todos los niños que he cuidado, él fue muy especial para mí. En cuanto a él…, creo que yo ocupé el lugar de aquella Angel. Era a mí a quien acudía en cuanto había algún problema…, y los problemas no faltaron. Menos mal que era mayor que los otros dos…, les llevaba un año o dos, nada más. Pero mientras fueron pequeños eso representó una ventaja para él. Sin embargo, los otros no tardaron en percibir las diferencias. Ellos eran los hijos de la casa, mientras que Simon no era más que un extraño. Ya sabe cómo son los niños. Cosmo, el mayor de los hermanos, se daba aires de importancia, ¡vaya que sí! Ya creía ser todo un sir, mientras que Tristan se comportaba como un pequeño diablo. A menudo he descubierto que eso es lo que suele suceder con los hijos más pequeños. ¿Sabe lo que quiero decir? Ah…, pero Simon… era mi preferido. De todos los niños que he cuidado, él fue siempre mi preferido. No sé a qué se debió…, quizá al hecho de que lo llevaran a la casa de aquel modo, a que había perdido a su madre, y al verle metido en todo aquel lío…
—Le conoció usted muy bien —dije, manifestando lo que pensaba—. Según usted, ¿qué sucedió?
—Creo que… No, estoy segura… Tengo la absoluta seguridad de que él no lo hizo. No era de esa clase de personas. No podría haber hecho una cosa así.
—Pero, de todos modos, huyó —observé.
—Oh, eso es lo que dicen todos. Si lo hizo, sus razones tendría. Era capaz de cuidar de sí mismo. Siempre lo fue. Sabía salir bien librado de cualquier situación. Eso es lo que siempre me digo…, porque ahora me siento preocupada. Me despierto por la noche y pienso: ¿Dónde estará? Y entonces me digo: Esté donde esté, sabrá componérselas y cuidar de sí mismo. Y luego me siento mejor. Sé que sabrá arreglárselas. Cuando los dos hermanos intentaban engatusarlo, él siempre les sacaba ventaja. Era más inteligente, y al hallarse en su situación, bueno, tuvo que ocuparse de sí mismo. Siempre hizo lo mejor para sus intereses, y creo que nadie mejor que él lo sabía.
—Estuve en la posada El Rey Marino… El señor Lucas y yo estuvimos comiendo allí. Según la posadera, Simon es culpable.
—Me está usted hablando de Sarah Marks. ¿Qué es lo que sabe ella? Vieja charlatana. Cree saberlo todo solo por ser la esposa del posadero. Pero con ella no se escuchan más que murmuraciones. Sería capaz de destrozar la reputación de cualquiera con tal de tener algo de que hablar. La conozco muy bien… y conozco a Simon. Estaría dispuesta a apostar mi vida por su inocencia.
—Oh, Nanny, ¿dónde cree que puede estar?
—Bueno, no hay forma de saberlo, ¿no? Se marchó de aquí. Estará esperando que llegue su momento.
—¿Quiere decir que regresará cuando pueda arrojar alguna luz sobre el asunto?
—Creo que sí.
—¿Cree usted que… le escribirá alguna vez?
—Es posible. Sabe que conmigo no correrá ningún peligro. Por otro lado, no querrá que yo me vea implicada. ¿No dice la ley algo al respecto?
—Creo que lo llaman encubrimiento.
—Eso es. Aunque a mí no me importaría. Daría cien libras, si las tuviera, solo por recibir noticias suyas.
Me sentí entrañablemente unida a ella. Era una aliada. La había hecho hablar del tema. Después de eso acudí con mayor frecuencia a la habitación de los niños cuando estos dormían la siesta, solo para charlar un rato con Nanny.
La amistad que me unía con los gemelos fue aumentando. Jennifer me había catalogado como de su propiedad, y adoptaba esa actitud conmigo, lo que me proporcionaba gran placer. Me comunicaba cosas confidenciales sobre sus muñecas. Me enteré así de sus manías, tanto de las buenas como de las malas. Allí estaba el osito Reggie, que no quería tomarse la medicina, y Mabel, que solo tenía un ojo, pues había perdido el otro en un misterioso accidente, y tenía miedo de la oscuridad, por lo que Jennifer se la llevaba todas las noches a la cama. Inventé aventuras y los niños me escuchaban contarlas, embelesados.
El tiempo transcurría con excesiva rapidez y no tenía ningún deseo de marcharme; pero, claro está, no tardaríamos en tener que hacerlo. Felicity empezaba a mostrarse inquieta, aunque sabía que nuestra estancia allí me hacía mucho bien, tanto a mí como a Lucas. Y como era tan generosa, reprimió sus propios deseos y se alegró por nosotros.
Ni siquiera ella sospechaba lo bueno que era para mí estar cerca de la antigua casa de Simon y, sobre todo, haber descubierto la participación de Nanny Crockett en su historia. Felicity se sentía feliz solo de verme con Lucas y de observar mi alegría en la habitación de los niños.
Y entonces, un día, los acontecimientos tomaron un rumbo dramático.
El día empezó muy normal.
Durante el desayuno comentamos la fuerte lluvia caída la noche anterior, y terminamos por hablar de la anciana señora Gregory, madre de uno de los campesinos.
—Tengo que hacerle una visita —dijo Theresa—. Hace casi un mes que no voy a verla. Pensará que me he olvidado de ella.
Supuse que la señora Gregory estaría postrada en cama y que su mayor placer sería tener una visita con la que charlar un rato. Theresa sería especialmente bienvenida, gracias a lo mucho que sabía sobre los asuntos de la comunidad. Me dijo que solía visitar a la anciana con la mayor regularidad posible, y que en tales ocasiones siempre le llevaba un pequeño regalo, una tarta, dulces, una botella de vino, cualquier cosa que le gustara. Pero lo más importante para la anciana era que ella permaneciera durante una hora a su lado, charlando.
—También está ese pequeño asunto del techo de los Mason —dijo Carleton—. Si tienes oportunidad podrías darte una vuelta por allí y decirles que Tom Alien pasará cualquier día de esta semana.
—Iré esta misma mañana —dijo Theresa. Hacía una mañana muy agradable y suave, sin demasiado calor; un día ideal para cabalgar. Lucas parecía más contento de lo habitual y ambos nos dirigimos hacia Upbridge.
—Este es tu paseo favorito —me dijo, sonriente—. Creo que el viejo Snowdrop ya se dirige hacia allí sin esperar instrucciones. Me da la impresión de que tienes una mente morbosa y te sientes fascinada por ese asesinato.
—Es un paseo muy agradable —le dije. Aquel día tuve la clara sensación de estar haciendo algún progreso. Nos encontrábamos a pocos kilómetros de Upbridge, pero decidimos iniciar el regreso para no llegar tarde al almuerzo. Podríamos haber ido a comer a la posada El Rey Marino, pero como no habíamos dicho nada en casa, nos pareció mejor regresar.
Avanzábamos por un estrecho y tortuoso camino cuando, al girar en una curva, vimos directamente delante de nosotros a un pastor con un rebaño de ovejas que bloqueaba el paso. Nos apartamos un poco y observamos a los animales, y mientras estábamos allí, esperando, un jinete se nos acercó. Se trataba de una mujer joven de notable belleza. Llevaba el sombrero negro de amazona descuidadamente colocado sobre su cabello rojo, y sus ojos verdes, profusamente pintados de negro, nos contemplaron con esa divertida expresión que suele aparecer en la gente cuando se encuentra con una obstrucción en su camino.
—Estos son los peligros de la vida en el campo —comentó.
—Algo que debemos aceptar —replicó Lucas.
—¿Vienen desde muy lejos?
—De Trecorn Manor.
—Oh… en tal caso usted debe de ser el señor Lorimer, el náufrago.
—El mismo. Y me acompaña la señorita Cranleigh, que naufragó conmigo.
—¡Qué interesante! Yo soy Mirabel Perrivale.
—Encantado de conocerla, lady Perrivale.
Me sentía tan abrumada que fui incapaz de decir nada. Era una mujer decididamente hermosa. Me imaginé lo impresionados que debieron de sentirse los tres jóvenes cuando aquella hermosa dama apareció ante ellos.
—Gracias al rebaño —dijo ella—. Oh…, ya casi han abandonado el camino.
Avanzó un poco. Al final de la recta, el camino se bifurcaba en dos direcciones. Lady Perrivale tomó la de la izquierda. Nosotros giramos a la derecha.
—Buenos días —se despidió Lucas y ella desapareció de la vista.
—Qué mujer más hermosa —dije—. De modo que es Mirabel…, la femme fatale…
—Y debes admitir que tiene el aspecto adecuado.
—Sí, lo admito, no podría decir lo contrario. Qué extraño ha sido encontrarla así.
—No tanto. Ella vive por aquí cerca.
—Y cuando mencionaste Trecorn supo enseguida quién eras.
—Bueno, a mi manera soy conocido, del mismo modo que ella lo es a la suya. Haber sobrevivido a un naufragio se convierte aquí en una pequeña noticia que comentar… No es lo mismo que estar involucrado en un caso de asesinato, pero al menos es algo.
En cuanto llegamos a Trecorn Manor uno de los mozos de los establos se acercó corriendo.
—Ha habido un accidente —nos dijo.
—¿Un accidente? —Gritó Lucas—. ¿De quién se trata?
—De la señora Lorimer. El cabriolé en el que viajaba… Acaban de traerla.
Todo en la casa estaba absolutamente triste.
Aquella misma mañana Theresa estaba llena de vida, y poco después había muerto. Todos nosotros estábamos demasiado atónitos como para tomar conciencia de la trágica verdad.
Al parecer, fue a visitar a la señora Gregory, tal y como era su intención, llevándole algunos regalos; charló un rato con ella y después se marchó. Cuando se dirigía a casa de los Mason prefirió tomar el camino de la colina. Era un camino que había recorrido muchas veces y nada peligroso. Pero la noche anterior había llovido mucho, y de la colina se produjo un fuerte desprendimiento de tierras en el instante en que ella pasaba. Debió de caer justo delante del caballo, que se asustó y se encabritó, volcando el cabriolé ladera abajo, hacia el valle. Theresa había muerto a consecuencia de la caída, y Trecorn Manor acababa de convertirse en una mansión trágica.
—Me alegro de estar aquí —me dijo Felicity—. No es que podamos hacer mucho para consolar al pobre Carleton. Eran tan felices juntos…, estaban muy unidos. ¿Qué hará él ahora?
—Pobrecillo Carleton. Está demasiado conmocionado para darse cuenta por completo de lo ocurrido. ¿Crees que deberíamos quedarnos algún tiempo más?
—Bueno, supongo que deberíamos esperar un poco. En estos momentos no podemos hablar con ninguno de ellos. Quizá después del funeral… Esperemos y veamos cómo se desenvuelven las cosas.
En cuanto se me presentó la oportunidad, le pregunté a Lucas si creía que debíamos marcharnos.
—Oh, no, por favor —me contestó—. Mi pobre hermano se encuentra en un estado lamentable. No creo que todavía sea capaz de aceptar lo ocurrido. Tenemos que pensar en él antes que nada. Dependía de ella mucho más de lo que le gusta admitir. Estaban muy unidos. Me temo que todos aceptábamos como algo muy natural a Theresa…, su bondad, su generosidad, su forma de restarle importancia a todo lo que hacía por nosotros. Ahora comprendemos lo maravillosa que era. Carleton tuvo mucha suerte con ella…, pero eso significa que para él va a ser mucho peor afrontar su pérdida. La echará de menos a cada instante. Todos la echaremos de menos… Por favor, Rosetta, no te vayas.
—James tendrá que regresar a su trabajo.
—Sí…, no tardará en venir a recogeros. —Asentí con un gesto—. Pero eso no significa que tú también tengas que marcharte.
—Pero yo debo marcharme con ellos.
—No veo por qué. A ti no te espera ninguna obligación.
—Yo… no creo que se desee mi presencia aquí… en estos momentos.
—No digas tonterías. Sé que tu presencia ayudará mucho.
Le conté a Felicity lo que habíamos hablado.
—Tiene razón —sentenció—. Tu presencia aquí ha representado un gran cambio para él. Creo que ha podido hablar sobre esa terrible época que pasasteis juntos.
—Pero no puedo quedarme si tú no estás.
—Supongo que tu tía Maud diría que debes regresar a casa —dijo, elevando las cejas—. Pero, después de todo, no veo por qué no puedes quedarte un poco más de tiempo. James tendrá que regresar, y yo me iré con él.
Lo dejamos así y poco después regresó James. Quedó conmocionado ante la noticia. Nosotros ya empezábamos a darnos cuenta de la enormidad de la tragedia que se había abatido sobre aquella casa.
—Este lugar ya no volverá a ser el mismo de antes —me dijo Nanny Crockett—. La señora Lorimer era la que se ocupaba de que todo funcionara debidamente. Su ausencia va a significar un gran cambio. Pero lo que más me preocupa son los niños. Van a echar mucho de menos a su madre. Sí, claro, me tienen a mí, y ahora la tienen a usted, pero seguro que la van a echar mucho de menos. Ella siempre andaba entrando y saliendo de esta habitación. Ellos solían esperar sus visitas. No sé cómo les va a afectar todo esto.
Fue una época muy triste. Yo me sentía desesperadamente apenada por Carleton, que deambulaba de un lado a otro como en una pesadilla. Lucas dijo que en aquellos momentos era imposible hablar de nada. Su hermano solo era capaz de hablar de Theresa. Lucas también estaba profundamente afectado.
—Esto ha sido lo peor que podía sucederle a Carleton —dijo—. He sido un egoísta al quejarme de mis propios problemas, al decirme que él era el afortunado, que todo le salía bien… Y ahora, míralo, nada le consuela.
Yo temía el momento del funeral. La gente acudió desde todas partes de la región. Fue un verdadero acto de duelo. Theresa había sido una mujer querida y respetada por muchos.
Nanny Crockett se quedó con los niños en la habitación. Me pregunté qué estarían pensando los pequeños, mientras escuchaba el tañido del toque a difuntos. Pensé en Simon, que había escuchado un tañido similar muchos años antes. Aquel sonido había significado para él la muerte, la pérdida de Angel y el verse arrojado a lo desconocido.
Una vez que todos se marcharon, la casa quedó sumida en un profundo silencio. Subí a la habitación de los niños. Nanny Crockett se había vestido de luto. Sacudió la cabeza con expresión de tristeza.
—No dejan de hacer preguntas —me dijo—. ¿Qué se les puede decir a unos niños tan pequeños? No comprenden. «Se ha marchado al cielo», les digo. «¿Y cuándo volverá?», me preguntan. «Bueno», contesto, «cuando las personas se marchan al cielo se quedan allí durante un tiempo». Jennifer me dijo: «No sería correcto marcharse tan pronto, ¿verdad?». Casi me echo a llorar. También me dijo: «Creo que está tomando el té con Dios, y los ángeles están con ella». Es como para partírsele a una el corazón.
Los niños nos oyeron hablar en voz baja y acudieron corriendo.
Permanecieron quietos, mirándome, con una expresión solemne en sus rostros. Percibían que algo terrible había ocurrido, y que todo el mundo estaba muy triste.
Jennifer me miró, y de pronto su rostro se contrajo.
—Quiero ver a mi mamá —dijo.
Extendí los brazos y la niña se refugió en ellos. Henry la siguió enseguida. Los mantuve fuertemente abrazados.
Eso fue lo que me hizo tomar una decisión. No podía marcharme tan pronto. Tenía que quedarme una temporada.
Me alegré de haberme quedado. Tuve la sensación de estar haciendo algo útil y de que aportaba cierto consuelo al hogar destrozado.
Pasé mucho tiempo en compañía de los niños, sobre todo a las horas en que era costumbre que su madre estuviera un rato con ellos. Entre Nanny Crockett y yo nos las arreglamos para ayudarlos a pasar los primeros trágicos días de dolor. Eran demasiado pequeños para comprender del todo lo sucedido, y nuestra presencia suavizó algo la inquietud que inevitablemente sintieron; hubo momentos en que se distraían con algo y se olvidaban; pero en otras ocasiones alguno se despertaba por la noche y lloraba, llamando a su mamá. Entonces el otro se despertaba y compartían la terrible pérdida. Pero Nanny Crockett o yo solíamos estar allí para ofrecerles consuelo.
Carleton seguía estando como aturdido. El golpe fue mucho más brutal por lo inesperado. Afortunadamente, había mucho trabajo que hacer en la propiedad; eso lo mantuvo ocupado, y allí adónde fuera, todos lo recibían con simpatía y comprensión. Yo sabía que nunca volvería a ser el mismo. Se sentía particularmente destrozado porque, para él, la vida siempre había seguido un ritmo alegre y esperaba que siguiera siendo así. Sabía que a veces le resultaría difícil creer que aquello hubiera ocurrido, y que se sentiría incapaz de comprender que Theresa ya no estaba allí, y que jamás volvería a estar.
Lucas se mostró más filosófico. Él no esperaba que la vida fluyera tranquilamente. La tragedia ya le había golpeado, y no le pareció nada sorprendente que reapareciera en su vida. Quizá por eso pudo enfrentarse a la nueva situación de un modo mucho más realista.
—Has hecho mucho por nosotros —me dijo—. Dentro de la desgracia, hemos sido muy afortunados por tenerte a nuestro lado.
—Desearía hacer más —le dije.
—Tú y Nanny Crockett habéis sido maravillosas con los niños. En cuanto a Carleton…, solo el tiempo puede ayudarle.
Dábamos cortos paseos a caballo y los días empezaron a transcurrir con lentitud.