Después de haber estado tan cerca de la muerte y durante tanto tiempo, había pensado que cualquier cosa sería preferible; pero los temores por los que tuve que pasar durante las semanas siguientes superaron todo lo imaginable.
¿Cuántas veces me dije a mí misma que habría sido preferible hundirme con el barco, o que nuestro pequeño bote hubiera sido destruido por el huracán?
Recuerdo ahora la alegría que sentimos al principio, cuando vimos el barco en el horizonte. Poco después, una vez rescatados, tuve la seguridad de que habría sido mucho mejor permanecer en la isla, con la esperanza de ser socorridos, aunque fuera en vano. ¿Quién sabía?, quizá hubiéramos podido encontrar alguna forma de sobrevivir; allí, al menos, habíamos disfrutado de cierta paz y seguridad.
Nuestra euforia inicial por estar a punto de ser rescatados se vio sustituida por un temeroso recelo en cuanto desembarcaron aquellos hombres de tez oscura, turbantes rojos en las cabezas y espadas cortas colgando de sus cinturas. Llegamos inmediatamente a la conclusión de que no comprendíamos su idioma. Supuse que debían de ser de origen árabe. Su barco no era precisamente el Atlantic Star. Parecía más bien una antigua galera. No se me había ocurrido pensar que en alta mar aún pudiera haber piratas, pero recordé que una noche, durante la cena, el capitán del Atlantic Star nos dijo que todavía quedaban barcos que seguían rondando por ciertas aguas, llevando a cabo algún que otro inicuo comercio. Y enseguida me di cuenta de que acabábamos de caer en manos de tales hombres.
No me gustó el barco; tampoco me gustaron aquellos hombres, y pronto estuvo claro que tanto Simon como Lucas compartían mis sospechas.
Nos mantuvimos cerca, como protegiéndonos los unos a los otros. Ellos eran unos diez hombres. Se arremolinaron a nuestro alrededor y nos contemplaron con miradas escrutadoras. Uno de ellos se me aproximó y tomó entre sus manos un mechón de mis cabellos. Los hombres nos rodeaban y conversaban animadamente entre sí. Ahora que había tomado tanto el sol, mi cabello era aún más rubio, y comprendí que se sintieran tan asombrados por su color, tan distinto del suyo.
Percibí la inquietud experimentada por Simon y Lucas, que se me acercaron más. Sabía que ambos lucharían hasta la muerte por mí, lo cual me proporcionó cierta sensación de consuelo.
La atención de los hombres se dirigió a Lucas, que había permanecido de pie, apoyado en su bastón improvisado. Tenía un aspecto pálido y enfermizo.
Los hombres siguieron conversando y haciendo gestos de asentimiento con sus cabezas. Me miraron, y después a Simon. Se echaron a reír y asintieron de nuevo. Sentí el terrible temor de que fueran a llevarnos a nosotros y a dejar allí a Lucas.
—Permaneceremos juntos —dije.
—Sí —murmuró Simon—. No me gusta nada su aspecto.
—Ha sido una mala suerte que nos hayan encontrado ellos —susurró Lucas—. Habría sido mejor…
—¿Qué crees que son?
Simon sacudió la cabeza y yo me sentí muda de terror. Temía a aquellos hombres, sus voces gritonas, sus miradas de soslayo, y lo que todo aquello implicaba en cuanto a lo que podían hacer con nosotros.
De repente, tomaron una decisión. Uno de ellos, al parecer su jefe, señaló algo y cuatro hombres se encaminaron hacia nuestro bote, lo examinaron y regresaron, asintiendo a los demás. Parecían dispuestos a llevarse nuestro bote a la galera. Simon avanzó un paso, pero se vio obstaculizado por un hombre con una espada.
—Déjalos que se lo lleven —le susurré.
Poco después nos llegó el turno. El jefe hizo señas a dos hombres, que desenvainaron las espadas y se colocaron detrás. Nos empujaron un poco y comprendimos lo que se nos indicaba. Nos iban a llevar a la galera. Lucas avanzó cojeando entre los dos. Al menos, seguíamos estando juntos.
—De todos modos, no habríamos podido resistir mucho más tiempo en esa isla —murmuró Simon.
Fue difícil subir a Lucas a bordo. Ninguno de aquellos hombres nos ayudó. Teníamos que ascender por una escala de cuerda, lo que representaba una dificultad casi insuperable para Lucas. Creo que Simon medio le transportó hasta cubierta.
Después, nos encontramos de pie en cubierta, rodeados por hombres curiosos. Todos parecían mirarme exclusivamente a mí. Algunos me tocaron los cabellos. Se echaron a reír, se retorcieron las manos y tiraron de él.
De pronto, se produjo un silencio repentino. Apareció un hombre. Supuse que se trataba del capitán del barco. Era más alto que los otros, y en sus vividos ojos oscuros había una expresión de humor. De hecho, sus bien definidos rasgos mostraban cierto refinamiento, lo que me permitió concebir una pequeña esperanza.
Gritó algo y los hombres retrocedieron. Nos miró a los tres y a continuación inclinó la cabeza a modo de saludo.
—¿Ingleses? —preguntó.
—Sí…, sí —nos apresuramos a contestar.
Asintió con un gesto. Aquello parecía ser todo su conocimiento de nuestro idioma; pero su actitud cortés era reconfortante. Se volvió hacia los hombres y les habló de una forma que pareció amenazadora. Todos se mostraron sumisos. Se volvió hacia nosotros y dijo:
—Vamos.
Le seguimos hasta un pequeño camarote. Había un banco y nos sentamos agradecidos en él. El capitán levantó una mano y dijo:
—Comer.
Abandonó el camarote y cerró la puerta con llave tras él.
—¿Qué significa esto? —pregunté. Lucas creyó que tratarían de pedir un rescate por nosotros.
—Es un asunto que puede reportarles algún beneficio —dijo—. Estoy seguro de que es eso lo que intentan hacer.
—¿Quieres decir que rondan los mares en busca de náufragos?
—Oh, no. También se dedicarán a algún otro comercio. Contrabando, quizá…, o incluso asaltar otros barcos cuando les sea posible…, como los antiguos piratas. Le pondrían las manos encima a cualquier cosa de la que pudieran beneficiarse. Supondrán que tendremos un hogar en alguna parte, y que somos ingleses. Esta clase de hombres suelen considerar millonarios a todos los ingleses.
—Cuánto me alegra seguir estando juntos.
—Sí —dijo Lucas—. Creo que hubo un momento en que se preguntaron si valdría la pena hacer el esfuerzo de llevarme consigo.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Simon mirándome con fijeza.
—Todo lo que podamos por permanecer juntos.
—Rezo para que así sea.
Nos trajeron comida. Estaba caliente y muy sazonada. En una situación normal, yo la habría rechazado, pero estábamos medio muertos de hambre y cualquier alimento nos parecía delicioso. Lucas nos aconsejó que comiéramos poco.
Después de comer me sentí algo mejor. Me pregunté cómo se las arreglarían para pedir rescate por nosotros. ¿A quién se lo exigirían? Mi padre tenía una hermana a la que apenas había visto durante los diez últimos años. ¿Estaría dispuesta a pagar un rescate por su sobrina? Quizá mis padres hubieran llegado ya a casa, pero, en cualquier caso, no eran ricos.
¿Y Simon? Lo último que desearía es que se conociera su verdadera identidad. En cuanto a Lucas… probablemente era el que se encontraba en mejor posición de los tres, puesto que procedía de una familia rica.
—Me gustaría saber dónde estábamos —dijo Simon—. Ese dato nos sería de gran ayuda.
Me pregunté si acaso ya tenía planes para escapar. Era un joven de muchos recursos, tal y como había demostrado al huir de Inglaterra.
Si lo había hecho una vez, cabía la posibilidad de que volviera a conseguirlo.
Meditamos tristemente, y estoy segura de que los tres habríamos preferido seguir en la isla. Es posible que allí la comida fuera escasa, y las esperanzas de salvación mínimas, pero al menos habríamos estado en libertad.
La primera noche tuve una experiencia muy desagradable. Estaba todo a oscuras y tratábamos de dormir cuando escuché unos pasos al otro lado de la puerta y a continuación el sonido de una llave que giraba en la cerradura.
Me quedé mirando cómo la puerta se abría silenciosamente.
Dos hombres entraron en el camarote. Creo que eran dos de los que habían desembarcado para llevarnos consigo, pero no lo supe con certeza, puesto que todos me parecían iguales.
Habían venido para llevarme. Me sujetaron entre ambos y yo grité. Lucas y Simon despertaron enseguida.
Los hombres intentaban sacarme a la fuerza del camarote, y por sus gruñidos y expresiones comprendí muy bien cuáles eran sus intenciones.
—¡Dejadme! —grité.
Simon golpeó a uno. Pero recibió una patada del otro y fue a parar a un extremo del camarote. Lucas blandió su muleta y lanzó golpes hacia ellos.
Se produjo un gran alboroto de gritos y otros hombres aparecieron ante la puerta. Todos se reían y hablaban entre sí. Simon se incorporó, se me acercó y me colocó detrás de él. Vi que la mano le sangraba.
Me sentí invadida por un gran temor. Sabía que estaba en grave peligro.
No me atreví a imaginar lo que habría ocurrido si no hubiera aparecido en aquellos momentos el capitán. Ordenó algo, y los hombres adoptaron actitudes sumisas. Entonces me vio, medio protegida por Simon y con Lucas a mi lado.
Simon les indicó con gestos que si intentaban hacerme algún daño tendrían que vérselas con él. Se mostró imponente. Lucas también se mostró protector, pero estaba lisiado, claro.
El capitán comprendió enseguida lo ocurrido. Sabía muy bien cuáles habían sido las motivaciones de aquellos hombres. Yo era diferente; tenía el cabello largo y trigueño y ellos nunca habían visto nada semejante. Es más, yo era una mujer, y eso parecía bastarles.
El capitán se inclinó hacia mí y su gesto sugirió una disculpa por el brutal comportamiento de sus hombres. Después, me indicó que le siguiera.
Simon avanzó un paso. El capitán sacudió la cabeza.
—Ella…, segura —dijo—. Yo… solo… capitán.
Por muy extraño que pueda parecer, confié en él. Sabía que era el capitán de un barco involucrado en algún tipo de comercio inicuo pero, por alguna razón, creí que me ayudaría. En cualquier caso, se trataba del capitán. Si hubiéramos intentado desobedecerle, no lo habríamos podido hacer durante mucho tiempo. Estábamos a su merced. A pesar de sus gestos, ni Simon ni Lucas habrían podido defenderme durante mucho tiempo. Por lo tanto, no tenía más remedio que confiar en el capitán.
Caminé tras él, pasando por entre aquellos hombres. Algunos extendieron las manos como para tocarme el cabello, pero ninguno se atrevió a hacerlo. Comprendí que sentían mucho respeto por el capitán y era evidente que este había dado órdenes terminantes de que nadie me tocara.
Me llevó a un pequeño camarote que me pareció adosado al suyo. Se apartó a un lado para dejarme entrar. Era algo más cómodo que el camarote que acababa de abandonar. Había mantas y cojines sobre una especie de diván. Allí descansaría mucho mejor. Detrás de una cortina había una jofaina y un jarro de agua. ¡Podía lavarme!
El capitán señaló el camarote con las manos y me dijo:
—Segura aquí… Yo ver segura.
—Gracias.
No sé si me comprendió pero mi tono de voz expresaba mi gratitud.
Se inclinó de nuevo ante mí y cerró la puerta con llave.
Me dejé caer sobre la cama. Y entonces empecé a temblar con violencia, al comprender la penosa experiencia de la que acababa de salvarme el capitán.
Tardé bastante tiempo en recuperar mi compostura. Me pregunté cuáles podrían ser las intenciones del capitán. Quizá Lucas tuviera razón. Tuve la sensación de que debía de estar en lo cierto. Aquellos hombres pensaban en un rescate, y si era así desearían entregarnos sanos y salvos.
Aparté la cortina y me di el lujo de lavarme un poco.
Regresé al diván y me eché en él. Me sentí exhausta, tanto física como mental y emocionalmente. Durante un rato me olvidé de todos los peligros que me rodeaban.
Y me quedé dormida.
*****
Creo que traté de olvidarme de aquellos días en los que viví en un estado de terror permanente. Cada vez que escuchaba pasos, cada vez que se abría la puerta de mi camarote, me invadía una abrumadora angustia. En tales situaciones, la propia imaginación puede convertirse en nuestro peor enemigo.
Me servían la comida con regularidad y gracias a ello me tomé un respiro para no estar en constante alerta; a pesar de todo, conocía muy bien los peligros que me rodeaban. No estaba segura de cuáles serían sus propósitos, pero era evidente que habían planeado algo especial para mí. Sin lugar a dudas, el capitán había intervenido para evitarme una desgracia, y al menos debía sentirme agradecida por ello. Confiaba en aquel hombre…, no porque creyera en su caballerosidad, sino porque su actitud significaba que yo debía ser tratada con cierto respeto debido a lo que él había planeado para mí.
Empecé a comer con regularidad, y también atendí otras necesidades. Fue una bendición poder lavarme con frecuencia. Habría deseado saber hacia dónde se dirigía el barco y qué destino me esperaba. Quería saber dónde estaban Simon y Lucas.
El capitán acudió una vez a mi camarote. Yo acababa de lavarme el cabello, que me estaba secando cuando escuché golpes en la puerta. En ningún momento dejó de mirarme el cabello, pero se comportó con amabilidad. Sabía que deseaba hablar conmigo, pero su inglés era exasperantemente limitado.
—¿Tú… vienes… barco… Inglaterra?
—Sí —contesté—. Pero naufragamos.
—¿Inglaterra… sola? ¿No? —preguntó sacudiendo la cabeza.
—En compañía de mis padres…, mi padre y mi madre.
Era inútil. Supuse que trataba de averiguar de qué clase de familia procedía. ¿Poseía dinero? ¿Cuánto estarían dispuestos a pagar por recuperarme?
Abandonó sus intentos de hacerse comprender, pero por la forma en que contemplaba mi cabello y sonreía para sí, me di cuenta de que le agradaba lo que veía.
Una mañana, al despertarme, observé que el barco ya no se balanceaba. El sol ya había salido y cuando miré por la pequeña portilla divisé unos edificios blancos.
Percibí ruidos y ajetreo. La gente se gritaba con voces excitadas. De una cosa estaba segura: acabábamos de llegar a nuestro destino, y no tardaría en saber lo que me aguardaba.
A lo largo de la mañana fui dándome cuenta poco a poco de lo que me esperaba, y me sentí llena del más profundo horror. Empecé a preguntarme si no habría sido mucho mejor no haber escapado tan milagrosamente del mar embravecido.
El capitán acudió a mi camarote. Traía una capa negra, un velo para el rostro y una redecilla. Me indicó por señas que me pusiera todo aquello. Tuve que introducirme el cabello en la redecilla, y cuando estuve vestida por completo tenía el aspecto de una mujer árabe, como las que se encuentran en cualquier mercado oriental.
Me llevaron a tierra y, para mi gran alivio, logré ver a Simon un instante. Pero enseguida me sentí angustiada, ya que no vi a Lucas.
Simon me reconoció a pesar de mi disfraz y observé el temor que se reflejó en su rostro al verme de aquella guisa. Tratamos de acercarnos, pero fuimos apartados con brusquedad.
El sol era abrasador y yo tenía mucho calor con aquellas ropas. Caminamos en grupo, con Simon acompañado por un hombre a cada lado y el capitán avanzando junto a mí.
Jamás olvidaré aquella caminata. Nos encontrábamos en lo que supuse sería la kasbah. Las calles eran estrechas, empedradas y llenas de hombres con túnicas y de mujeres vestidas como yo. Las cabras deambulaban entre nosotros; algunos perros de aspecto famélico nos husmeaban, esperanzados. Distinguí a una rata introduciéndose en un resquicio entre las piedras. Había pequeñas tiendas abiertas a la calle, con mesas donde se exponían baratijas, ornamentos de latón, pequeños artículos de cuero y alimentos, exóticos, muy sazonados y nada apetitosos a mis ojos. El olor era nauseabundo.
Algunos de los comerciantes saludaron al capitán y a sus hombres, y yo experimentaba cada vez mayor angustia por mi eventual destino, pues todos parecían conocer el propósito de su visita. Me pregunté cuántas mujeres jóvenes habrían caminado por aquellas calles en compañía del capitán. Si al menos hubiera podido acercarme a Simon… ¿Y qué habían hecho con Lucas?
Penetramos en una calle algo más ancha, donde había unos pocos árboles, la mayoría de ellos palmeras polvorientas. Allí, las casas eran más grandes. Giramos ante una puerta de entrada y nos encontramos en un patio donde había una fuente. En el patio había varios hombres; supuse que se trataría de sirvientes, pues se apresuraron a ponerse en pie cuando entramos, y empezaron a hablar excitadamente entre ellos.
Uno se nos acercó y se inclinó reverencialmente ante el capitán, quien hizo un gesto de asentimiento y movió sus manos. Fuimos conducidos a través de una puerta y entramos en un gran salón. Las ventanas estaban cubiertas de cortinajes y situadas en nichos. Aquella disposición debía de servir para dejar penetrar el mínimo calor posible.
Un hombre vestido con espléndidos ropajes se inclinó ante el capitán y pareció ávido por demostrarle el mayor respeto. Al parecer, le dijo que le siguiéramos, pues fuimos conducidos a través de una puerta y entramos en otro salón. Y allí, sobre un estrado, reclinado en un sillón muy ornamentado, estaba un hombre pequeño y viejo.
Iba vestido suntuosamente, pero era tan pequeño y arrugado que aquellas ropas no hacían más que acentuar su edad. Era muy viejo, a excepción de sus ojos, muy oscuros y vivos; me hicieron pensar en los ojos saltones de un mono.
El capitán se acercó al sillón y se inclinó ante el anciano, que hizo un movimiento con la mano, a modo de saludo. Después, deduje que el capitán había dado órdenes a sus hombres para que nos llevaran a Simon y a mí.
A continuación, el capitán me agarró de un brazo y me empujó hacia delante. Dejó caer la capa al suelo, y me quitó el velo y la redecilla, de tal modo que el cabello me cayó en cascada sobre los hombros. Los vividos ojos del anciano se abrieron como platos. Murmuró algo que pareció agradar al capitán. El viejo tenía los ojos fijos en mi cabello. Ambos empezaron a discutir con excitación. Cómo habría deseado saber lo que estaban diciendo.
Después, Simon también fue empujado hacia delante. El viejo entrecerró los ojos, le sopesó y le observó de arriba abajo. Simon era muy alto y fuerte y, al parecer, su fortaleza física le causó al viejo tan buena impresión como mi cabello.
El anciano asintió con un gesto y supongo que aquello fue la señal de que habían llegado a un acuerdo.
El capitán se acercó al viejo y se ensimismaron en una conversación. Eso nos dio a Simon y a mí una oportunidad para acercarnos.
—¿Dónde está Lucas? —pregunté con un susurro.
—No lo sé. Me sacaron del camarote y me trajeron aquí. Él no estaba conmigo.
—Espero que esté bien. ¿Dónde nos encontramos?
—Creo que en alguna parte de la costa del norte de África.
—¿Qué van a hacer con nosotros? ¿De qué están hablando?
—Probablemente están regateando.
—¿Regateando?
—Me da la impresión de que nos están vendiendo.
—¡Como si fuéramos esclavos!
—Así parece.
—¿Qué vamos a hacer?
—No lo sé. Esperar a que llegue nuestra oportunidad. Ahora mismo, somos impotentes. Tendremos que esperar el momento adecuado y entonces… largarnos de aquí… si podemos.
—¿Estaremos juntos?
—No lo sé.
—Oh, Simon…, espero que no nos perdamos el uno al otro.
—Recemos porque así sea.
—Estoy muy asustada, Simon.
—Yo también, te lo aseguro.
—¿Quién es ese viejo?
—Supongo que será un mercader.
—¿Un mercader… de esclavos?
—Eso, entre otras cosas. Supongo que comerciará con cualquier cosa que tenga a mano, siempre que valga la pena. Y eso incluye a la gente.
—Tenemos que encontrar un modo de escapar.
—¿Cómo?
—Echar a correr…, ir a cualquier parte.
—¿Acaso crees que llegaríamos muy lejos? No, es mejor esperar. Si nos mantenemos juntos, lo lograremos. Quién sabe, es posible que se nos ofrezca una oportunidad. Ya nos las arreglaremos.
—Oh, Simon, creo que deberíamos intentarlo.
Recuerdo la forma en que ambos nos miramos. Atesoré aquel instante, para recordarlo en los momentos más oscuros y amenazadores. Y durante las semanas que siguieron lo recordaría con mucha frecuencia.
*****
Hay ciertas cosas que una no querría tener que recordar. Una desearía alejarlas de la mente y creer que jamás sucedieron. A veces, la mente ayuda de tal modo que esos acontecimientos se convierten en un recuerdo borroso. Tal como me sucedió a mí.
Recuerdo que estuve en la casa del mercader. Debí de haber estado allí una sola noche. Recuerdo la terrible angustia que sentí, las crueles imágenes que acudían a mi imaginación y que me asaltaban continuamente, todas ellas relacionadas con mi destino. El viejo aquel me pareció un ogro horrible. Yo solo tenía un consuelo. Simon estaba conmigo, en la misma casa. La transacción acordada con el capitán nos afectó a ambos.
Aquel mismo día, algo más tarde, el capitán abandonó la casa y jamás volví a verle.
Al día siguiente me envolvieron en las mismas vestiduras con las que había llegado y me ocultaron el pelo de la misma forma. Después, Simon y yo fuimos conducidos por las calles de la kasbah hasta el puerto, donde nos esperaba un nuevo barco. Era evidente que ahora el anciano se había hecho cargo de nosotros, aunque no nos prestó la menor atención y tuve la impresión de que solo estaba allí para proteger su propiedad, que éramos nosotros.
No teníamos idea de adónde nos llevaba.
A bordo del barco, Simon y yo tuvimos una o dos oportunidades de hablar. El tema principal de nuestra conversación fue Lucas.
Simon me contó que habían tenido una o dos entrevistas con el capitán. No los habían tratado mal. Me dijo que se habían interesado mucho por Lucas. Simon creía que se lo habían llevado a alguna otra parte. Los habían separado y ya no pudieron hablar, pero imaginaba que Lucas se sentía esperanzado…, o al menos no se mostraba muy alarmado.
—Creo que hubo un momento en que creyó que le arrojarían por la borda puesto que no era capaz de realizar ningún trabajo. Me imagino que eso es lo que querían que yo hiciera.
Permanecí en silencio, sin atreverme a pensar en cuál sería mi destino.
Simon creía que el lugar que acabábamos de abandonar era Argelia.
—En los viejos tiempos solía ser un refugio de piratas; contaban con la protección del gobierno turco. Quizá lo siga siendo. La kasbah es un lugar ideal para efectuar transacciones de todo tipo. No creo que haya muchos capaces de aventurarse por ella en ciertas épocas.
Probablemente tenía razón.
Continuamos viaje a lo largo de la costa Siria, en dirección a los Dardanelos, y desde allí hacia nuestro destino, que, según se nos comunicó a su debido tiempo, era Constantinopla.
*****
Cuando nos aproximábamos al Bósforo, una mujer entró en mi camarote. Iba acompañada por una joven que llevaba entre sus brazos una gran cantidad de telas. Resultaron ser vestidos, que dejó sobre el diván. Después, me dirigieron toda su atención. Yo ya las había visto en el barco, y me había preguntado cuáles serían sus obligaciones. Pronto me di cuenta de que habían acudido a mi camarote para ayudarme a vestirme con aquellos espléndidos ropajes.
Había pantalones bombachos largos, hechos de una seda exquisita, que se ceñían a los tobillos. Sobre ellos me pusieron una túnica de un material muy hermoso y transparente. La tela relucía con lentejuelas que parecían pequeñas estrellas. Me dejaron el cabello suelto, extendido sobre los hombros. Me lo peinaron mientras se miraban entre sí, asintiendo y riendo.
Una vez que estuve así vestida, retrocedieron unos pasos y dieron unas palmadas.
—Quiero mis ropas —alcancé a decir.
Pero no podían comprenderme. Siguieron riendo y mirándose. Me acariciaron el cabello y me sonrieron.
Poco después, el anciano acudió al camarote. Me observó con atención y se frotó las manos.
Mis temores aumentaron más que nunca. Sabía que las conjeturas de Simon eran acertadas. Íbamos a ser vendidos como esclavos: él como un joven fuerte para trabajar, y yo destinada a un propósito mucho más siniestro.
Tuve la impresión de que Simon se sentía mucho más preocupado por mi propio destino que por el suyo.
Trajeron la capa, el velo y la redecilla y el esplendor de mis ropajes quedó oculto a la vista de los demás. Llevando a Simon a mi lado, nos hicieron descender del barco y nos introdujeron en un carruaje que nos estaba esperando, acompañados por el anciano y otro hombre mucho más joven que parecía un empleado o ayudante. Y así atravesamos las calles de Constantinopla.
Yo estaba demasiado preocupada por mi inminente destino para darme cuenta de lo que me rodeaba, pero más tarde supe que la ciudad estaba dividida en dos partes, la cristiana y la turca, y que ambas se hallaban conectadas por dos puentes, construidos de una manera bastante chapucera, pero adecuados y muy necesarios. Vagamente, me di cuenta de la existencia de mezquitas y minaretes y, con gran desolación por mi parte, tuve la impresión de hallarme muy lejos del hogar.
Nos condujeron a la parte turca de la ciudad.
Me sentía perdida y muy asustada. No dejaba de mirar a Simon, para tranquilizarme un poco con su presencia.
Viajamos en el carruaje durante largo rato. Aquello era como otro mundo: calles estrechas, una increíble suciedad por todas partes, edificios exquisitos, con espiras deslumbradoramente blancas elevándose hacia el más azul de los cielos; mezquitas, bazares, casas de madera apenas más grandes que cabañas, ruido y personas por todas partes. La gente se apartaba presurosa ante el carruaje y yo pensaba que atropellaríamos a alguien, pero siempre se las arreglaban para escapar casi de debajo de los cascos de los caballos.
Al fin entramos en una avenida tranquila. Los árboles y los arbustos mostraban flores de brillantes colores. El carruaje se detuvo ante un alto edificio blanco, un poco apartado de la avenida principal.
Descendimos del carruaje, y un hombre vestido con túnica blanca salió a recibirnos. El anciano se inclinó ante él con una actitud obsequiosa y el saludo fue devuelto de modo algo condescendiente. Fuimos introducidos en la casa, en un salón que me pareció muy oscuro después de la luminosidad del sol en el exterior. Las ventanas eran similares a las que había visto antes, retiradas y cubiertas de cortinajes.
Se nos acercó un hombre alto. Llevaba un turbante con una joya incrustada y una larga túnica blanca. Se sentó en un sillón como si fuera un trono, y observé que el anciano se comportaba con mayor deferencia que nunca.
Los pensamientos se agolparon en mi mente: ¿iba a ser ese mi nuevo propietario?
Me quitaron la capa y el velo y dejaron mi cabello al descubierto. El hombre sentado en la silla quedó claramente impresionado al verlo. Jamás me había sentido tan humillada en mi vida. Después, el hombre miró a Simon y asintió con un gesto.
Había dos hombres de pie ante la puerta; supongo que se trataba de guardias. Uno de ellos dio una palmada y enseguida acudió una mujer. Era algo rolliza, de mediana edad e iba vestida de forma muy cuidada, como yo.
Se me acercó, me estudió, tomó entre sus manos mi mata de pelo y sonrió débilmente. Después me subió las mangas de la túnica y me empujó. Frunció el ceño, sacudió la cabeza y emitió pequeños sonidos que sin duda alguna indicaban desaprobación.
El anciano empezó entonces a hablar con suma rapidez; el otro hombre hablaba con más serenidad. La mujer dijo una palabra o dos y asintió con prudencia. Resultaba angustioso no saber lo que decían. Solo podía suponer que se estaban refiriendo a mí, y que no se sentían tan contentos conmigo como había esperado el anciano.
A pesar de todo, parecieron llegar a alguna clase de acuerdo. El viejo dio unas palmadas y el otro hombre asintió. La mujer también hizo un gesto de asentimiento. Les estaba explicando algo. El hombre la escuchó con suma atención. Al parecer, ella le estaba asegurando algo.
Luego, la mujer me hizo un gesto para que la siguiera.
Simon quedó atrás. Le dirigí una mirada angustiada y él hizo un movimiento, para seguirme. Uno de los guardias avanzó y le cerró el paso, llevándose una mano a la empuñadura de su espada.
Vi una expresión de impotencia en el rostro de Simon; después, la mujer rolliza me sujetó con firmeza por el brazo y me condujo afuera del salón.
*****
Me dijeron que había sido destinada al serrallo de uno de los más importantes pachás de Constantinopla. Todos los hombres que había visto hasta aquellos momentos no eran más que sus sirvientes.
El harén es una comunidad de mujeres y en él no se permite la entrada de ningún hombre, a excepción de los eunucos, como aquel importante caballero al que había visto regatear mi precio con el anciano. Según descubrí, aquel hombre era el eunuco jefe, e iba a tener que verlo con frecuencia.
Tardé algún tiempo en darme cuenta de que debía sentirme agradecida por las duras pruebas por las que había tenido que pasar, ya que mi frágil estado físico fue la razón principal por la que se me dejó en paz durante aquellas semanas. Mi cabello de color trigueño me distinguía entre las demás mujeres. Yo era un precioso objeto, gracias a ser tan diferente de las demás. Todas eran de pelo y ojos oscuros. Mis ojos, en cambio, eran de un azul claro, y eso, al igual que el color de mi cabello, me distinguía.
A quienes tenían el deber de aliviar los hastiados sentidos del pachá, les parecía que mi diferencia me haría especialmente aceptable ante sus ojos. Pero, según descubrí más tarde, ellos también habían notado otra cosa en mí. Aquellas mujeres eran serviles por naturaleza. Habían sido llevadas allí sabiendo que formaban parte del sexo inferior, y que su misión en la Tierra consistía en complacer los deseos de los hombres. Yo, en cambio, poseía un espíritu de independencia. Procedía de una cultura diferente, y eso me distinguía casi tanto como mis ojos azules y mi cabello trigueño.
Sin embargo, cuando me desnudaron y me obligaron a meterme en un baño aromático que se me había preparado, la vigilante mujer que estaba a cargo de todas nosotras observó que mi piel era muy blanca y suave, sobre todo en aquellas partes que no habían estado expuestas al sol. Antes de que se me ofreciera al pachá se tenía que restaurar e igualar el color de toda mi piel. Además, había llegado allí muy mal alimentada, y al pachá no le gustaban las mujeres demasiado delgadas. Disponía del potencial, pero tenía que recuperarme; y ese proceso duraría algún tiempo.
¡Qué agradecida me sentí por ello! Dispuse de tiempo para adaptarme, para aprender las costumbres del harén, y quizá incluso para descubrir lo que había sido de Simon. ¡Quién podría saberlo! Por el momento, había sido muy afortunada, y aún me quedaba esperanza de escapar antes de alcanzar el estado en que se me considerara lo bastante valiosa para someterme al hombre que me había comprado.
En cuanto me di cuenta de que estaba a salvo, aunque solo fuera por el momento, mi estado de ánimo se reavivó y recuperé la esperanza. Decidí aprender todo lo posible sobre el ambiente que me rodeaba, y no dejé de hacer preguntas a mis compañeras.
La persona más importante del harén era Rani, la mujer de mediana edad que me había inspeccionado y decidido que aún no era lo bastante valiosa para someterme al pachá. Si hubiéramos podido entendernos en un lenguaje común, podría haber aprendido mucho de ella. Las otras mujeres le tenían un respeto reverencial. Todas la adulaban y se mostraban muy obsequiosas, pues era ella quien seleccionaba a las que debían ser presentadas al pachá. Cuando llegaba la orden, dedicaba mucho tiempo a reflexionar sobre la cuestión, y en esos momentos resultaba divertido ver cómo todas ellas trataban de llamar su atención sobre sí mismas. Me extrañó mucho darme cuenta de que aquello que yo tanto temía era buscado con anhelo por todas las demás.
En el harén había algunas jovencitas que no debían de tener más de diez años de edad, y mujeres que debían de rondar la treintena. Todas llevaban una vida muy extraña, y más tarde descubrí que algunas estaban allí desde su infancia…, y que habían sido entrenadas para proporcionar placer a algún hombre rico.
Apenas tenían nada que hacer durante todo el día. Yo tenía que tomar un baño diario y someterme a masajes con ungüentos. Era un mundo muy alejado de la realidad. El aire estaba impregnado del olor a almizcle, sándalo, pachulí y esencia de rosas. Las mujeres se sentaban junto a las fuentes y se dedicaban a charlar ociosamente. A veces escuchaba el tañido de un instrumento musical. Recogían flores y las entrelazaban en el aire; se escrutaban los rostros en pequeños espejos de mano; observaban el reflejo de sus figuras en los estanques; a veces participaban en juegos; charlaban, se reían y se contaban sus pequeñas historias.
Dormían en un salón amplio y aireado, lleno de divanes; todas ellas vestían con ropas muy hermosas. Era un estilo de vida de lo más extraordinario y aquellas mujeres se limitaban a dejar transcurrir los días, sin pensar en nada que no fuera su propia hermosura y cómo matar el tiempo, con la esperanza de ser seleccionadas para compartir la cama del pachá.
Existía gran rivalidad por obtener ese honor. No tardé en darme cuenta de ello. Mi presencia atrajo mucho la atención. Era tan diferente a ellas que supongo a ninguna le cabía la menor duda de que, en cuanto estuviera preparada, sería elegida por ser una extranjera, y nada más.
Mientras tanto, continuaban progresando los intentos por eliminar los resultados de los duros momentos por los que había tenido que pasar. Me sentía como un pavo engordado para las fiestas de Navidad. Me resultó difícil aceptar la comida que me ofrecían, muy condimentada. Para mí fue un pequeño juego tratar de deshacerme de aquella comida sin que Rani se diera cuenta.
Resultó muy excitante el día en que descubrí que una de las mujeres más maduras, y creo que una de las más hermosas, era francesa. Se llamaba Nicol y desde el principio me di cuenta de que era algo distinta a las demás. Ella también parecía importante, desde luego con un rango inferior al de Rani.
Un día en que estaba sentada junto a la fuente, se acercó y se sentó a mi lado.
Me preguntó en francés si hablaba su idioma.
¡Al fin podía comunicarme! Fue maravilloso. Mis conocimientos de francés no eran muy profundos, pero al menos pudimos entablar una conversación.
—¿Eres inglesa? —me preguntó. Le dije que sí y ella siguió preguntándome—: ¿Cómo has venido a parar aquí?
Con un francés balbuceante, le dije que mi barco había naufragado y que después habíamos sido recogidos en una isla.
Ella llevaba siete años en aquel harén. Era de origen criollo, nacida en Martinica, adónde regresaba desde Francia después de haber asistido a la escuela. Su barco había sido asaltado y hundido por los corsarios, que la llevaron allí y la vendieron como hicieron conmigo.
—¿Y has estado aquí todos estos años? —pregunté—. ¿Cómo lo has podido soportar?
Se encogió de hombros.
—Al principio se siente mucho miedo —me dijo—. Entonces solo tenía dieciséis años. Odiaba el convento. La vida aquí me pareció mucho más fácil. Me gustaron las ropas…, esta clase de vida ociosa. Y yo era diferente a las demás, como tú. Le gusté al pachá.
—Tengo entendido que te convertiste en la favorita del harén —dije.
—Sí —asintió—, gracias a que tuve a Samir.
Había visto a Samir, un hermoso niño de unos cuatro años de edad, muy mimado por las demás mujeres. Era el niño de mayor edad que había en el harén. Había otro, Feisal, que tenía un año menos y que también era muy atractivo. Lo había visto en compañía de otra mujer algunos años más joven que Nicol. Se llamaba Fátima.
Fátima era una belleza voluptuosa, con una espesa mata de cabello negro y unos ojos oscuros y lánguidos. Se mostraba muy inmoderada en la comida, indolente y vana. Permanecía sentada junto al estanque durante horas, comiendo dulces y alimentando con ellos a uno de sus pequeños perros spaniel que le hacían constante compañía. Fátima se ocupaba con verdadera pasión de cuatro seres: ella misma, Feisal y sus dos pequeños perros.
A veces venían a buscar a ambos niños y entonces se llevaban a cabo numerosos preparativos. Iban a ver al pachá. También había dos pequeños bebés en el harén. No había niñas. Al principio, no dejé de preguntarme cómo era posible que todos los hijos del pachá fueran varones.
Nicol me lo explicó. Dijo que si una mujer del harén daba a luz a una niña, esta era sacada del harén y entregada quizá a la familia de la mujer. Al pachá no le interesaban las hijas, solo los hijos; y si una de las mujeres tenía un hijo hermoso e inteligente, como era el caso de Samir, era considerada en alta estima.
Samir, al ser el mayor, sería el heredero del pachá. Esa era la razón por la que otras mujeres tenían celos de ella. Nicol había sido colocada por encima de las demás en las preferencias del pachá —aunque eso podía ser engañoso—, pero Samir siempre estaría allí, recordándole al pachá que él era capaz de engendrar hijos exquisitos; y solía favorecer a las mujeres que le ayudaban a demostrarlo.
Me dijo que, en secreto, le había enseñado a Samir a hablar francés, y que se sintió aterrorizada cuando el pachá lo descubrió. Pero el eunuco jefe dijo que se había sentido muy complacido por el hecho de que el niño aprendiera todo lo posible, añadiendo que ella podía continuar enseñándole.
Me sorprendió mucho que una mujer perteneciente al mundo occidental pudiera haberse adaptado de tal modo a este estilo de vida, y que incluso se sintiera orgullosa de la posición que ocupaba, y odiara con mucha intensidad a toda mujer que intentara arrebatársela.
Pero, en cualquier caso, me agradó mucho hablar con ella y descubrir detalles del mundo que me rodeaba.
Me enteré así de la tremenda rivalidad existente entre ella y Fátima, que tenía grandes ambiciones para su hijo Feisal.
—De no ser por Samir —me dijo—, Feisal sería el heredero del pachá, y entonces ella sería la primera dama. Tiene muchos deseos de ocupar mi puesto.
—Nunca lo conseguirá. Tú eres mucho más hermosa e inteligente. Además, Samir es un niño maravilloso.
—Feisal tampoco es malo —admitió—. Y si yo muriera…
—¿Y por qué ibas a morir?
—Fátima es una mujer muy celosa —dijo, encogiéndose de hombros—. En cierta ocasión, hace ya tiempo, una de las mujeres envenenó a otra. No sería muy difícil hacer lo mismo conmigo.
—No se atrevería.
—Una de las mujeres se atrevió.
—Pero fue descubierta.
—De eso hace ya algún tiempo, a pesar de lo cual siguen hablando del asunto. Se la llevaron de aquí y la enterraron en los terrenos de ahí fuera hasta el cuello. La dejaron expuesta al sol… hasta morir. Ese fue su castigo. —Me estremecí de espanto—. Desearía que le aplicaran el mismo castigo a Fátima si le hiciera algún daño a mi hijo.
—Debes asegurarte de que no lo consiga.
—Eso es lo que intento.
La vida me resultó algo más fácil a partir de que establecí contacto con Nicol.
Disponíamos de nuestros hermosos ropajes, de perfumes, ungüentos, dulces y tiempo de ocio; éramos como aves del paraíso en jaulas de oro. Después de las privaciones por las que había pasado, me pareció extraño llevar ahora ese estilo de vida.
Y no dejaba de preguntarme cuánto tiempo duraría.
*****
El pachá estaba fuera, y esta noticia me encantó.
Una especie de letargo se posesionó del harén. Las mujeres permanecían echadas, sin hacer nada, admirándose soñadoramente en los espejos de mano, que llevaban en los amplios bolsillos de sus pantalones bombachos, mordisqueando dulces, cantando o tocando pequeños instrumentos musicales, e incluso peleándose.
Dos de ellas se pelearon con singular encono, rodando sobre el piso de mosaicos, agarrándose del pelo y pateando de un modo salvaje hasta que Rani acudió y las golpeó, les dijo que acababan de caer en desgracia y que no tendrían la menor oportunidad de ver al pachá durante tres meses. Eso no tardó en calmarlas.
Cuando el pachá regresó se produjo un gran revuelo. Todas se mostraron dóciles y ávidas de agradar, desplegando sus encantos, aunque no tenían más compañeras que otras mujeres y algún que otro eunuco.
Rani seleccionó a seis. Sus ojos se posaron sobre mí y mi sensación de horror se vio sustituida por otra de alivio en cuanto me di cuenta de que aún no me consideraba preparada para tan gran honor.
Las seleccionadas eran dos que ya habían estado antes con el pachá, recibiendo un trato especial, y cuatro novicias.
Todas las observamos mientras se las preparaba. Primero se las bañó, se les ungió la piel y se les perfumó el cabello. Se les aplicó alheña a las plantas de los pies y las palmas de las manos. Se enrojecieron sus labios con cera de abeja y se les agrandaron los ojos con carboncillo. Se les prendieron flores en el cabello, y se les pusieron brazaletes en las muñecas y en los tobillos antes de ser vestidas con ropajes suntuosos.
Todas esperamos a ver quiénes de ellas serían devueltas.
En esta ocasión, la elegida fue una de las más jóvenes.
—Se dará muchos aires cuando regrese —me dijo Nicol—. Siempre lo hacen…, sobre todo las más jóvenes. Creí que te había llegado el turno a ti. —La expresión de mi rostro debió de reflejar mi repulsión, pues añadió—: ¿No lo deseas?
—Deseo con todas mis fuerzas poder marcharme de aquí.
—Si él te hubiera visto…, habrías sido la elegida.
—Yo… no…, no…
—Llegará el momento. Quizá pronto.
—Haría cualquier cosa…, cualquier cosa por escapar.
Nicol permaneció pensativa.
*****
Nicol me informó de que para recibir los pequeños privilegios que formaban parte de la vida del harén, había que estar a buenas con dos personas; una era Rani, desde luego, y la otra el eunuco jefe.
—Él es el verdaderamente importante, ya que es como si fuera el pachá del harén. He logrado que sea muy buen amigo mío.
—Eres muy astuta.
—Desde que estoy aquí… Es el único hogar que conozco.
—¿Y te has adaptado a todo esto…, a ser una más entre muchas?
—Es el único modo de vivir aquí —me contestó—. Samir es mi hijo. Algún día será el pachá. Yo seré entonces la madre del pachá, y ese es un puesto muy honorable, te lo puedo asegurar.
—¿No te gustaría un matrimonio normal…, esposo e hijos…, y no tener que pasarte todo el tiempo preguntándote si alguien te va a sustituir?
—Esto es lo único que conozco —dijo, señalando la estancia con un amplio movimiento de los brazos—. Lo mismo sucede con todas las demás. No conocen nada más. Todas quieren convertirse en la favorita del pachá. Desearían tener un hijo que superara a todos los demás… y que le proporcionara a su madre una posición tan elevada de la que nadie pudiera desplazarla.
—¿Puede suceder eso?
—Sí, es posible.
—¿Y es eso lo que ambicionas?
—Mi ambición la tengo puesta en Samir. Dime cuál es la tuya.
—Marcharme de aquí. Regresar a mi hogar… y a mi propia gente. Encontrar a quienes estaban conmigo cuando naufragamos.
—Es casi seguro que serás la elegida del pachá. Cuando Rani crea que estás preparada, te enviará a él. Y le gustarás, porque eres diferente. Debe de estar bastante harto de todas estas bellezas de piel oscura. Tú, en cambio, eres algo completamente nuevo. Si tienes un hijo… tu futuro estará asegurado.
—Haría cualquier cosa por escapar de ese futuro, Nicol. Estoy muy asustada. Yo no deseo esto. No es aquello para lo que he sido educada, y no puedo comprenderlo. Me siento sucia…, vendida como una esclava…, una mujer sin personalidad… y sin vida propia.
—Hablas de una forma extraña y, sin embargo, te comprendo. Yo tampoco empecé siendo como una de ellas.
—Pero has aceptado esta forma de vida.
—Era demasiado joven para otra cosa, y ahora debo tener en cuenta la existencia de Samir. Deseo todo esto… por él. Algún día será el pachá. Y eso es lo que más deseo.
—Cumplirás tu deseo. Él es el hijo mayor.
—A veces tengo mucho miedo de Fátima. Cada vez que visita al pachá lleva consigo un poderoso estimulante. Sé que lo prepara ella misma. Hay formas de despertar los deseos de un hombre. He oído hablar de eso. Es algo hecho de rubíes machacados, huesos de pavo real y testículos de carnero. Se mezcla y se vierte un poco en el vino. Creo que ella lo utiliza cada vez que va a ver al pachá.
—Pero ¿dónde…, dónde encuentra esas cosas?
—Rani dispone de un armario secreto en el que guarda muchas cosas extrañas. Hierbas…, pociones…, toda clase de mezclas. Rani sabe mucho de estas cosas. Es posible que disponga de ese estimulante entre sus perfumes y ungüentos.
—Pero dices que se trata de un armario secreto.
—Siempre lo tiene cerrado con llave, pero es posible que haya formas de encontrarla. Fátima debe de ser muy astuta en esa cuestión. La conozco muy bien. Haría cualquier cosa…, cualquier cosa. Y eso es de lo que tengo miedo.
—Pero ¿cuándo va a ver al pachá?
—Ella y yo somos las madres de sus hijos favoritos. El pachá envía a buscarnos de vez en cuando…, como una especie de visita de cortesía, para hablar de nuestros hijos y pasar la noche con él. Oh, temo a esa mujer. Es muy decidida y está dispuesta a cualquier cosa. Tiene depositadas todas sus esperanzas en Feisal. El pachá se siente muy orgulloso de él. El eunuco jefe es quien me lo cuenta todo, ya que a él no le gusta Fátima. Eso no es bueno para ella. A veces se comporta de un modo muy tonto, y las mujeres tontas cometen imprudencias. Cuando empezó a verse favorecida se dio muchos aires, creyéndose que ya era la primera dama. Se mostró muy poco respetuosa con el eunuco jefe…, de modo que ahora son enemigos. Fue una tontería por parte de Fátima. Si pudiera, me haría algún daño, a mí y a Samir.
—Pero Samir es el hijo mayor, y es muy brillante e inteligente.
—Eso lo sé, pero todo está en manos del pachá. Ahora le gusta Samir. Se siente orgulloso de él. Es el mayor y el favorito. Mientras las cosas se mantengan así, todo estará bien. Pero, en cualquier caso, es el pachá quien decide y sin duda alguna tendrá muchos hijos. Si Fátima tiene la oportunidad de hacernos algún daño, a mí o a Samir, lo hará.
—No creo que se atreva.
—Ya sucedió una vez… en el harén.
—Pero no volverá a suceder. Todos saben lo que ocurrió la última vez. Eso será suficiente para contenerlas a todas.
—No lo sé. Fátima es una mujer muy decidida. Está dispuesta a arriesgar mucho, por Feisal y por sí misma. Debo estar muy vigilante.
—Yo también vigilaré.
—Y ahora, además, estarás tú. Tendrás un hijo. Ese hijo será diferente. Será como tú. En Samir y en Feisal…, bueno, hay cierta similitud. Pero tu hijo será muy diferente.
Me sentí horrorizada ante el simple pensamiento de tener un hijo del pachá, y retrocedí espantada.
—Es cierto —prosiguió—. ¿Estás diciendo la verdad al afirmar que no deseas nada de todo esto?
—Hasta el punto de que casi desearía no haberme salvado del naufragio. Desearía haber permanecido en aquella isla. Si pudiera escapar… Oh, Nicol, si fuera posible. Haría cualquier cosa por conseguirlo…, cualquier cosa.
Nicol se quedó mirando fijamente ante sí, sumida en profundas reflexiones.
*****
Pocos días más tarde, me hallaba sentada junto a la fuente cuando ella se aproximó y se sentó a mi lado.
—Tengo algo para ti —dijo.
—¿Para mí? —le pregunté, sorprendida.
—Creo que te agradará. El eunuco jefe me lo ha dado para ti. Procede del hombre que vino contigo.
—¿Quieres decir…? Nicol, ¿dónde está?
—Ten cuidado. Es posible que nos vigilen. Fátima lo vigila todo. Coloca tu mano sobre el borde de la fuente. Te deslizaré un papel debajo de la palma.
—Nadie está mirando ahora.
—¿Cómo puedes estar segura? En todas partes hay ojos que vigilan. Todas esas mujeres parecen ociosas.
—Y lo son…, pero como no tienen otra cosa que hacer se inventan intrigas…, aun cuando no existan más que en su imaginación. Se sienten aburridas, buscan excitación, y cuando esta no aparece intentan producirla por su propia cuenta. No tienen otra cosa que hacer excepto vigilar y murmurar. Haz lo que te digo si quieres que te entregue la nota.
—Oh, sí, lo haré.
—Después, procura estar alerta. El eunuco jefe dice que es muy importante. Él podría perder la vida por esto. Lo hace por mí…, porque yo se lo he pedido.
Dejé la mano sobre el borde de la fuente, con una actitud indolente. Nicol dejó la suya cerca de la mía y al cabo de un momento me deslizó un papel arrugado bajo la palma.
—No lo mires ahora. Guárdatelo y actúa con naturalidad.
Deslicé el papel en el bolsillo de mi pantalón. Apenas podía permanecer sentada de la impaciencia que sentía. Pero Nicol me dijo que no sería prudente levantarme y alejarme de allí con paso apresurado. Alguien podría sospechar algo y eso tendría consecuencias terribles para nosotros.
Sabía que si un hombre intentaba comunicarse con una de las mujeres del harén y era descubierto, podía ser condenado a una muerte cruel y lenta. Y a la mujer en cuestión no le esperaría mejor suerte. Esa había sido la regla durante siglos, y podía estar segura de que aún prevalecía en aquel lugar que parecía haber retrocedido, o no haber salido nunca de otra época.
Así pues, tuve que reprimir mi impaciencia hasta el momento en que tuve la sensación de que podía alejarme sin despertar una curiosidad indebida. Todas estaban acostumbradas a verme a solas cuando no estaba en compañía de Nicol, pues ella era la única con la que podía hablar. Me introduje en la sala donde dormíamos. Estaba desierta. Me senté en el diván y extraje de mi bolsillo el trozo de papel, que decía:
Rosetta:
Estoy cerca de ti. He sido traído aquí contigo y trabajo en los jardines, fuera del harén. He podido realizar un servicio para una persona importante y su orgullo le exige devolvérmelo. Así lo hace permitiendo que esta nota llegue a tus manos. Estamos cerca. No dejo de pensar. Haré algo. No temas. No pierdas la esperanza.
S.
Me sentí casi desmayada de alivio. Arrugué el papel. Habría querido conservarlo, ocultarlo bajo mis ropas, sentirlo contra mi piel, aunque solo fuera para recordarme que él lo había escrito, que estaba cerca y que pensaba en mí.
Pero debía destruirlo. Era peligroso conservarlo, ya que si lo descubría alguien podía significar nuestra perdición. Lo rasgué en pedacitos muy pequeños. Los esparciría en algún lugar… dejando caer cada vez unos trocitos para que nadie los descubriera.
Más tarde, hablé con Nicol.
—Te veo más feliz —me dijo—. Lo que te he traído te ha gustado.
—Oh, sí, pero es difícil ver cómo puede haber cambios en mi situación. ¿Alguna vez ha salido alguien de aquí?
—A veces, si el pachá no está interesado por una mujer, y sabe que jamás volverá a estarlo, se le encuentra un marido. Unas pocas han regresado al seno de sus familias.
—Pero ¿ha escapado alguna?
—No lo creo posible —contestó, negando con un movimiento de cabeza.
—Nicol, tengo que lograrlo —le dije—. Tengo que hacerlo.
—Sí —dijo con lentitud—, tienes que hacerlo. Si no lo consigues, no tardarás en ser enviada al pachá. Se te está poniendo la piel muy blanca. Has engordado algo y ya no pareces tan esquelética. Ahora eres diferente de cuando viniste. Rani está muy contenta contigo. Será dentro de poco…, quizá la próxima vez que él envíe a por alguien.
—Ahora está fuera.
—Sí, pero regresará. Y en cuanto regresa siempre envía a buscar a alguien… Entonces, Rani dirá: «Sí, la rubia; ya está preparada. Qué contento se sentirá el pachá por haberle ofrecido tal regalo…, algo como no había probado jamás». Casi estoy segura de que le gustarás. Es posible incluso que te conserve a su lado. Sin duda alguna, tendrás un hijo. Le gustarás mucho al pachá, porque eres diferente. Incluso es posible que tu hijo le guste más que Feisal… y más que Samir. El eunuco jefe asegura que el pachá se siente muy interesado por Occidente…, y sobre todo por Inglaterra. Quiere saber más de ese país. Quiere tener noticias de la gran reina.
—No…, no. —Casi lloré—. Odio todo esto. No me quedaré aquí. Me las arreglaré para escapar. No me importa lo que me hagan…, pero no me quedaré aquí para eso. Haría cualquier cosa… Nicol, ¿puedes ayudarme?
Me miró fijamente y una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.
—El eunuco jefe es buen amigo mío —dijo con lentitud—. No desearía que se me sustituyera como primera dama. Quiere que siga siendo la madre del próximo pachá. Entonces trabajaremos juntos. Somos amigos, ¿comprendes? A través de él me entero de lo que pasa en el exterior, y a través de mí él se entera de lo que ocurre aquí dentro. Sé todo lo que pasa aquí. Se lo puedo contar. Él me recompensa con información del exterior. Quizá…
—¿Quizá?
—Bueno, solo quizá… pueda descubrir algo.
Le puse una mano en el brazo y la sacudí ligeramente.
—Si pudieras ayudarme, Nicol… Si supieras algo…
—Te ayudaré —me aseguró—. Nadie debe sustituir a Samir. Además, tú y yo somos buenas amigas.
Había esperanza. Era lo último que me quedaba, y empezaba a aprender que la esperanza es lo último que pierden los que se encuentran en una situación desesperada.
La nota recibida y las palabras de Nicol me dieron aquella esperanza que tanto necesitaba.
Pensé en todos los peligros por los que había pasado desde aquella aciaga noche en que el desastre se abatió sobre el Atlantic Star. Había tenido una buena suerte extraordinaria. ¿Se mantendría? Sabía que Nicol me ayudaría todo lo que pudiera. No lo haría solo por el hecho de que fuéramos buenas amigas, sino sobre todo porque pensaba que podía convertirme en una amenaza para su posición. Nicol era una mujer realista. Y el eunuco jefe la favorecía. Sin duda alguna, él también tendría sus razones para hacerlo así. Pero ¿qué importaban los motivos siempre y cuando ambos actuaran en mi favor?
Yo estaba desesperada. Necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir.
Tenía razones para abrigar cierta esperanza. Dos de las personas más importantes del serrallo estaban de mi parte. Y Simon no se encontraba muy lejos.
Sí, había esperanza. Por primera vez desde que entrara en aquel lugar, escapar de él ya no me parecía algo completamente imposible.
*****
Rani se sentía complacida en mi presencia. Gruñía de satisfacción mientras me daba masajes.
Me sentí abatida. Escapar de allí parecía algo remoto, al menos bajo la fría luz de la razón. Me había permitido sentirme entusiasmada por una oleada de euforia. Pero ¿cómo podría escapar?
Aquella tarde, me dirigí al dormitorio y me tumbé en mi diván. Las cortinas estaban echadas y la estancia aparecía fresca y en semipenumbra. Alguien entró. Vi a Nicol a través de los ojos semicerrados.
—¿Estás enferma? —me susurró.
—Enferma de miedo —contesté. Se sentó a mi lado, sobre el diván—. Temo que no haya nada que pueda salvarme.
—Rani tiene intención de enviarte… la próxima vez.
—Yo… no iré.
Se encogió de hombros, un gesto suyo muy habitual.
—El eunuco jefe dice que el pachá estará fuera durante una semana. Cuando regrese enviará a buscar…
—Una semana. Oh, Nicol, ¿qué puedo hacer?
—Disponemos de una semana —me dijo.
—¿Qué podemos hacer?
—Al eunuco jefe le gusta tu hombre. Quiere ayudarle. Ellos han hablado. Rani tiene muchos deseos de presentarte al pachá. Quiere que él sepa que cuando llegaste aquí no estabas en muy buenas condiciones… aparte de tu cabello, que, además, no parecía entonces muy lustroso. Ahora, en cambio, brilla. Te ha hecho engordar para el pachá, y ahora que estás preparada te enviará a él. El pachá se sentirá agradecido para con el hombre que te trajo aquí, y que no es otro que el eunuco jefe, pero ha sido Rani la que te ha devuelto la salud. A pesar de todo…, ya te he dicho que disponemos de una semana.
—¿Qué podremos hacer? Dímelo.
—Tu amigo tendrá que ocuparse de todo.
—¿Qué le harían si se enteraran de que me ha escrito una nota?
—Es casi seguro que le convertirían en un eunuco. En cualquier caso, es posible que lo hagan. Ese es el destino que corren algunos de los hombres jóvenes vendidos a los pachás. Se les pone a trabajar en los jardines y durante un tiempo siguen siendo jóvenes normales, pero si se les necesita para trabajar en el harén…, bueno, ¿cómo se podría confiar en un hombre joven entre tantas mujeres? Por eso tienen a los eunucos. Es muy probable que ese sea el destino de tu amigo. No permanecerá siempre trabajando en los jardines. Los eunucos son buenos sirvientes. Pueden estar entre las mujeres del harén sin sentir tentaciones.
—No comprendo qué se puede hacer.
—Harás lo que se te diga que hagas. Debes recordar que si empiezas esto… te pueden descubrir, y en tal caso… cualquier cosa sería preferible.
—Me pregunto si Simon estará dispuesto a correr tantos riesgos. Cuando pienso en lo que podría sucederle…
—Si quieres escapar no puedes permitirte un fracaso —dijo Nicol—. Rani no tardará en enviarte al pachá. Recuérdalo.
Permanecí en silencio, preguntándome cómo podría soportar tal destino. Además, Nicol hablaba de un modo enigmático. ¿Qué planes podrían hacerse?
Ella se mostraba vaga. A veces incluso pensaba que solo me hablaba así para consolarme.
*****
Mi angustia fue aumentando a medida que transcurrieron los días. Me dije a mí misma que, a su debido tiempo, no me quedaría más remedio que afrontar lo inevitable.
El pachá regresó. Observé la mirada de Rani puesta en mí, con una expresión especulativa. Se frotó las manos con cierta satisfacción y supe que había llegado el momento; y después, cuando el eunuco jefe visitó a Rani aquella misma noche, supe que mi destino había quedado decidido.
Tal y como era la costumbre, otras cinco mujeres fueron seleccionadas conmigo, ya que a Rani no le correspondía elegir en lugar del pachá; era él quien debía tomar su propia decisión en cuanto a quién honraría.
Entre las otras cinco había una joven muy bonita, cuyo nombre, según descubrí, era Aida. Debía de tener unos doce años de edad… Era delgada, pero empezaba a mostrar los primeros signos de feminidad. Tenía un largo cabello negro y grandes ojos, lo que le daba un aspecto de inocencia virginal. Imaginé que resultaría muy atractiva para un hombre cuyos sentidos debían de estar hastiados por los excesos.
Me interesé por Aida porque deposité en ella mis últimas esperanzas. Tuve la seguridad de que ella contaba con muy buenas posibilidades de ser la elegida. La joven se sentía muy excitada; danzaba por los jardines, sin ocultar a nadie su alegría. Fátima gruñó diciendo que ya empezaba a darse aires.
—Es muy bonita —le dije a Nicol—. Sin duda alguna, el pachá la preferirá a ella, ¿verdad?
—Bonita sí que lo es —admitió, sacudiendo la cabeza—, pero también lo son cientos de mujeres…, y muy parecidas a ella. El mismo cabello…, los mismos ojos, encanto y avidez. Tú, en cambio, destacarás entre todas. Y el eunuco jefe dice que el pachá se siente muy interesado por Inglaterra. Admira a la reina inglesa.
Sus palabras me deprimieron aún más y me sentí llena de temor. ¿Cómo era el pachá? Debía de ser bastante joven. Hacía relativamente poco que se había convertido en el heredero de su padre. Hablaba un poco de inglés, según sabía Nicol por el eunuco jefe. Quizá pudiera hablar con él…, interesarlo por Inglaterra, convertirme en una especie de Sherezade capaz de mantener su atención contándole historias sobre el estilo de vida inglés.
Aquel día me pareció interminable. Hubo momentos en los que casi me convencí de estar soñando. ¿Cómo era posible que todo aquello me estuviera sucediendo a mí? ¿Cuántas jóvenes de mi edad llevaban vidas tranquilas y convencionales en Inglaterra y de pronto se veían transportadas a un harén turco?
Después, me dije que debía prepararme para el destino que me esperaba. El pachá observaría la diferencia que me caracterizaba. Debía rezar para que no me eligiera. Si no lo hacía, se podía decidir que yo no era adecuada para el harén. ¿Qué sucedería entonces? Quizá pudiera convencerlos para que me dejaran marchar. Aida era una joven tan bonita… Estaba acostumbrada a este estilo de vida y, además, disfrutaba con ello.
Rani se me acercó. Había llegado el momento de iniciar los preparativos.
Me suavizó el pelo con sus propias manos, con una actitud casi exultante. Después me peinó y finalmente dio una palmada y aparecieron dos de sus chicas. Ella se levantó y les hizo una seña.
Fui llevada al baño, donde me sumergieron bajo chorros de agua perfumada. Luego de que me secaran, tuve que tumbarme para que me frotaran la piel con ungüentos que olían a almizcle y pachulí. Me perfumaron el cabello. El olor me hizo sentir náuseas y supe que jamás volvería a oler aquellos perfumes sin experimentar el mismo temor paralizante que sentí entonces.
Me vistieron con sedas perfumadas de lavanda, con los pantalones bombachos sujetos a los tobillos, donde me colocaron brazaletes de joyas. Sobre los pantalones me pusieron una túnica hasta la cintura. Era de seda, recubierta de una fina capa de gasa. Se habían cosido abundantes lentejuelas sobre la seda, que relucían de modo misterioso a través de la gasa, despidiendo un brillo sutil. Tuve que admitir que el vestido poseía un gran encanto.
Me calzaron unas sandalias con las puntas curvadas hacia arriba. Eran de satén y estaban recamadas de joyas.
Volvieron a peinarme, de modo que el cabello me cayera sobre los hombros, y me pusieron en la cabeza un ramillete de malvas, así como en los tobillos. Me enrojecieron los labios, me pintaron cuidadosamente los ojos con carboncillo, de modo que parecieron enormes y de un profundo color azul.
Y así estuve lista para ser sometida.
Salvajes pensamientos se arremolinaban en mi mente. ¿Qué podía suceder si me negaba a ir, o si trataba de escapar del harén? Pero ¿cómo lo haría? Las puertas estaban cerradas y guardadas por los eunucos del pachá…, hombres altos y fornidos, todos ellos elegidos por su tamaño. ¿Cómo podía escapar de allí?
Tenía que afrontar la realidad. No había forma de escapar. Rani me tomó de la mano y sacudió la cabeza ante mí. Me estaba amonestando por alguna razón. Debía de ser por mi expresión despectiva. Me decía que sonriera, que mostrara felicidad y aprecio ante el gran honor que podía recaer sobre mí aquella noche.
Pero no podía fingir.
Nicol estaba cerca de nosotras. Fue una de las mujeres que ayudaron a vestirme. Le dijo a Rani algo que esta pareció considerar. Después, asintió con un gesto y le entregó una llave a Nicol, que se alejó.
Me senté en el diván. Me sentía impotente. Había llegado hasta tan lejos para terminar así. Tuve una visión de mí misma… elegida por el pachá…, embarazada de un niño que sería el rival de Samir y de Feisal. Mi padre era un hombre importante, un profesor del Museo Británico. Deseaba decirles que si el pachá intentaba tratarme como a una vulgar esclava, tendrían muchos problemas. Yo era inglesa. La gran reina no permitía que sus súbditos fueran tratados de ese modo.
Intentaba con ello darme un poco de valor. Sabía que no me decía más que tonterías sin sentido. ¿Qué le importaba a aquella gente quién fuera yo? Allí eran ellos los que mandaban. Yo no era nadie.
Quizá pudiera decirle al pachá lo ávidas que estaban las otras mujeres de compartir su cama. ¿Por qué no elegir a una de ellas y dejarme marchar? ¿Me sería posible explicárselo así? ¿Me escucharía? Y si me escuchaba, ¿me comprendería?
Nicol regresó. Llevaba una copa en la mano.
—Bebe esto —dijo—. Te sentirás mucho mejor.
—No. No lo beberé.
—Te aseguro que te hará bien.
—¿Qué es?
Una de las otras mujeres añadió su capacidad de persuasión. Se abrazó a sí misma con los brazos y se balanceó de un lado a otro.
—Te está diciendo que te hará desear hacer el amor. Eso te facilitará las cosas. En cualquier caso, ha sido Rani quien lo ha ordenado. Dice que no te muestras muy vehemente, y que al pachá le gustan las mujeres vehementes.
Pensé que se trataba de algún tipo de afrodisíaco.
—No lo tomaré —dije.
—No seas tonta —susurró Nicol acercándose un poco más a mí. Me miró directamente a los ojos, como si tratara de decirme algo sin palabras—. Tómalo —siguió diciendo—. Te sentará bien…, es justo lo que necesitas ahora. Bébelo… Soy tu amiga.
Percibí un significado oculto en sus palabras. Tomé la copa y bebí su contenido. Era repugnante.
—Pronto… —dijo Nicol—. Pronto…
Al cabo de unos momentos empecé a sentirme muy mal. Nicol ya había desaparecido, llevándose la copa. Intenté mantenerme en pie, pero no pude. Me sentí mareada.
Una de las mujeres llamó a Rani, que acudió con expresión de consternación. Sentí las gotas de sudor corriendo por mi rostro, y me vi fugazmente en uno de los espejos. Estaba muy pálida.
Rani le estaba gritando a todo el mundo. Me pusieron en un diván. Me sentía muy enferma.
Nicol apareció de nuevo. No sé si fue imaginación o realidad, pero lo cierto es que creí verla sonriendo a hurtadillas.
*****
No fui presentada al pachá. Permanecí tumbada en el diván, sintiéndome muy enferma, a punto de morir. Creí que había llegado mi hora.
Pensé en Nicol y en aquella sonrisa suya a hurtadillas. Ella lo había hecho. Temía que yo pudiera gustarle al pachá, que pudiera quedar embarazada y tener un hijo capaz de superar a Samir. ¿Podía ser así…, o era realmente mi amiga? Fuera cual fuese la respuesta, lo cierto era que por el momento me había salvado del pachá.
Al día siguiente ya había empezado a recuperarme, y con la recuperación se abrió paso en mí la idea de que Nicol lo había hecho por salvarme de lo que yo más temía. Claro que, al mismo tiempo, se ayudaba a sí misma. ¿Por qué no? Nicol era francesa y adoptaba un punto de vista realista acerca de las cosas de la vida. Lo cierto era que servirse a sí misma y a mí a un tiempo debió de haberle parecido una idea indudablemente atractiva.
A medida que me sentía mejor comprendí que, en realidad, no había estado tan gravemente enferma, ya que en caso contrario no habría recuperado la salud con tanta rapidez.
Más tarde, Nicol me contó que cuando Rani la envió a su armario en busca del afrodisíaco que solía darles a algunas mujeres que iban a ver al pachá por primera vez, lo sustituyó por una droga que ella sabía tendría la virtud de ponerme enferma, lo que me evitaría ser presentada al pachá.
—¿No era lo que deseabas? —me preguntó—. ¿No me dijiste que harías cualquier cosa…?
—Sí, sí, y te lo agradezco mucho, Nicol.
—Ya te dije que era tu amiga. Aida fue la elegida esa noche. No ha regresado todavía. Debe de haber obtenido el favor del pachá. Jamás la habría elegido si tú hubieras estado allí.
—Me alegra mucho saberlo. Ella tenía verdaderas ganas de ser elegida.
—Ese pequeño monstruo será insoportable cuando regrese. Para nosotras es un gran honor permanecer en las habitaciones del pachá. Se considerará demasiado importante hasta para dirigirnos la palabra… Será insufrible. Ya lo verás.
Me recuperaba poco a poco de mi enfermedad, y Rani también de su desilusión, aunque se sentía algo más tranquila al ver que Aida había obtenido tanto favor.
Aida regresó al cabo de tres días. Se había convertido en un personaje muy importante. Cuando entró en el harén, su actitud había cambiado por completo; estaba lánguida y nos contemplaba con desprecio. Llevaba unos hermosos pendientes de rubíes, así como un magnífico collar, también de rubíes, en el cuello. La actitud de Rani con ella también experimentó un cambio. La pequeña Aida se había convertido en una de las damas importantes del harén.
Ella estaba segura de haber quedado embarazada.
—Estúpida criatura —dijo Nicol—. ¿Cómo puede saberlo ya? —A pesar de todo, Nicol se mostró preocupada—. Es posible que estés a salvo durante algún tiempo —me consoló—. Porque si le ha gustado tanto como para mantenerla a su lado durante tres días y tres noches seguidas, es muy probable que pida que se la envíen de nuevo. Eso fue lo que me sucedió a mí. En estos momentos, la mujer más agradecida de todo el harén debería ser Aida, y esa gratitud te la debe a ti.
—Quizá él no me habría elegido a mí. Es posible que le hubiera gustado más ella.
Nicol me miró con incredulidad.
Después, experimenté un gran alivio al enterarme por Nicol, que lo supo gracias al eunuco jefe, de que el pachá estaría fuera durante tres semanas.
¡Tres semanas! Podían suceder muchas cosas durante ese tiempo. Quizá tuviera alguna noticia de Simon. Si fuera posible encontrar un medio de salir de aquel lugar… Si alguien podía hacerlo, él lo haría.
*****
Transcurrieron algunos días. Aida se estaba haciendo muy impopular. Siempre llevaba puestos los rubíes, se sentaba junto al estanque, los tomaba entre las manos y los admiraba, recordándole así a todo el mundo el gran favor con el que se la había distinguido, y cómo sentía lástima de todas las demás por no tener la belleza y los encantos necesarios para fascinar al pachá.
Su aspecto era lánguido y aparentaba experimentar las molestias propias del embarazo.
Nicol se reía de ella. Y también las demás. Una de ellas discutió con Aida de un modo tan violento que terminaron por enzarzarse en una pelea, de la que Aida salió con el rostro maliciosamente arañado.
Eso hizo que Aida se deshiciera en llantos. Con aquel rostro herido, ya no podría ser enviada al pachá cuando este regresara.
Rani se enojó mucho, y las dos mujeres fueron encerradas durante tres días. Según me aseguró Nicol, a Rani le habría gustado apalearlas, pero tuvo miedo de dejarles cardenales en el cuerpo, sobre todo en el de Aida. Una de las características de un harén es que quienes pertenecen a él no son sometidas a violencia física.
No obstante, y según Nicol, fue un verdadero alivio verse libres de aquella pequeña criatura tan arrogante, aunque solo fuera durante tres días.
Una vez transcurridos los tres días, Aida no pareció haber cambiado en absoluto. Seguía mostrándose tan lánguida como antes, e incluso mucho más segura de estar embarazada y de que tendría un niño varón. No se quitaba el collar ni para dormir, y guardaba los pendientes en un pequeño joyero, junto a su cama. Se los ponía en cuanto se levantaba por la mañana.
A mi pesar, me vi envuelta en las intrigas del harén. Ello se debió en buena medida a mi amistad con Nicol. Me dijo que de vez en cuando estallaban violentas peleas, y que existían grandes celos entre todas las mujeres. Aida, al igual que Fátima, era una de las que más problemas creaban. Ambas habían sido elegidas y eso era algo que no podían olvidar. Si Aida estaba efectivamente embarazada, y daba a luz un niño varón, eso haría aumentar mucho las rivalidades ya existentes.
—Pero Samir es el mayor —dijo Nicol—. Tiene que seguir siendo el hijo favorito.
Le dije que estaba segura de que así sería.
Sin embargo, tuve la impresión de que Nicol se sentía cada vez menos confiada. No obstante, estaba dispuesta a continuar actuando en favor de Samir, y sabía muy bien que aquello era algo que debía tener presente de modo constante.
Durante aquellos días, los pensamientos de Nicol parecieron fijarse por completo en Aida. No era la única que pensaba así. A Fátima le sucedía otro tanto. Ambas habían sido las principales rivales, ambas tenían hijos con aspiraciones a heredar las riquezas del pachá. Ahora, ambas se dedicaron a vigilar a Aida.
Para una joven de su edad, era insólito haber satisfecho al pachá durante tres noches seguidas, y mucho más teniendo en cuenta que permaneció en sus aposentos. Así pues, no cabía la menor duda de que Aida le había impresionado de algún modo.
Además, había permanecido el tiempo suficiente para quedar embarazada, y existía una buena probabilidad de que, en efecto, lo estuviera. En consecuencia, ella era un objeto de preocupación para todas, especialmente para Nicol y Fátima.
Eran las primeras horas de la madrugada y yo estaba medio dormida. Era medio consciente de la luz de la luna penetrando por las ventanas del dormitorio. Con los ojos semicerrados, creí percibir un movimiento en la estancia. Distinguí a una figura borrosa inclinándose sobre un diván situado en un rincón. El sueño se apoderó de mí y ya no volví a pensar en aquel incidente.
Al día siguiente se produjo una gran consternación. Los pendientes de rubíes de Aida habían desaparecido. Ella misma nos recordó que siempre llevaba puesto el collar, pero que guardaba los pendientes en un pequeño joyero junto al diván donde dormía.
Rani entró en el dormitorio, preguntando a qué venía tanto alboroto. Aida gritaba furiosa, acusándonos a todas. Alguien le había robado los pendientes. Se lo diría al pachá. Él no toleraría que hubiera ladronas en el harén. Todas seríamos azotadas y expulsadas de allí. Se le tenían que devolver sus hermosos pendientes. Si no los recuperaba ese mismo día le pediría al pachá que nos castigara a todas.
Rani se enfadó.
—Pequeña tonta —dijo Nicol—. ¿Acaso no sabe aún que no debe enojar jamás a las personas importantes? Supongo que se cree tan relevante como para conseguir lo que quiera sin su apoyo.
Se registró el dormitorio, pero los pendientes no aparecieron por ninguna parte.
Fátima dijo que se trataba de algo terrible, y que se debía registrar incluso a los niños. Había algunos niños que nacían ladrones, y aseguró que si Feisal fuera uno de ellos, ella misma se ocuparía de castigarlo con severidad.
Rani dijo que, sin lugar a dudas, no tardarían en encontrar los pendientes. No podían estar muy lejos. No tenía ningún sentido que alguien le robara las joyas a otra mujer, pues entonces ¿cuándo podría lucirlos la ladrona en aquel recinto cerrado?
Yo estaba en los jardines, en compañía de Nicol.
—Esa pequeña idiota arrogante se lo tiene bien merecido —comentó Nicol—. No llegará muy lejos.
—Alguien tiene que haberse apoderado de los pendientes.
—¿Quizá como una especie de broma?
—Ahora recuerdo algo —dije con lentitud—. Yo estaba medio despierta. Vi a alguien en el dormitorio… Sí, lo recuerdo bien… Estaba junto al diván donde dormía Aida.
—¿Cuándo?
—Anoche. Creí estar soñando. Me encontraba en ese estado en el que una no está muy segura de hallarse dormida o despierta. Desde que estoy aquí he tenido sueños muy extraños…, sobre todo después de haber ingerido aquel líquido que me diste a beber. A veces estoy medio dormida…, medio despierta…, casi como si tuviera alucinaciones. En realidad, no estoy segura de si eso lo vi o lo soñé.
—Bueno, si creíste ver a alguien junto al diván de Aida y resulta que a la mañana siguiente han desaparecido sus pendientes… lo más probable es que no estuvieras soñando.
En ese momento Samir se nos acercó. Sostenía algo muy brillante en las manos.
—Mira, mamá —dijo—, cosas bonitas…
Nicol tomó el pequeño joyero en sus manos y lo abrió. Allí estaban los pendientes de rubíes.
Nicol intercambió conmigo una mirada llena de temor y comprensión.
—¿Dónde has encontrado esto, Samir? —le preguntó al niño con voz temblorosa.
—En mi barco.
Se refería a su barco de juguete, el orgullo de su vida. Casi nunca se le veía sin él. Acostumbraba hacerlo navegar en los estanques.
—Se los tengo que llevar a Rani enseguida —dijo Nicol mirándome.
Extendí una mano para detenerla. Miré a Samir con expresión de duda. Nicol comprendió el significado de mi mirada y le dijo al niño:
—Vete a jugar. No le cuentes a nadie lo que has encontrado. No es nada importante. Pero no digas una sola palabra a nadie. Prométemelo, Samir.
El niño asintió con un gesto y se alejó.
—En cuanto a lo que recuerdo… —dije—, podría haber sido Fátima la que vi anoche. ¿Qué pasaría si fuera ella quien robó los pendientes? Cuanto más pienso en ello, más segura estoy de que eso fue lo que ocurrió. ¿Acaso no ha dicho que se debería registrar a todo el mundo…, incluidos los niños? A veces, Fátima comete tonterías. No tiene demasiada sutileza. Resulta fácil leer su mente. Ella quiere hacerte daño…, a ti y a Samir. De modo que robó los pendientes, los dejó en el barco de Samir y ahora pretende hacernos creer que el niño los robó.
—¿Por qué?
—Para convertirlo en un ladrón.
—Pero si solo es un niño.
—Entonces, quizá esté equivocada. ¿Qué habría sucedido si se hubieran encontrado los pendientes en su barco de juguete? El niño habría dicho no saber cómo habían llegado hasta allí, pero ¿lo habrían creído? Es posible que se informara del caso al pachá. Aida, al menos, estaría dispuesta a decírselo en cuanto volviera a verlo…, como es muy posible que suceda. En tal caso, quizá se castigara al niño. El pachá se sentiría disgustado con él. ¿Comprendes adónde voy a parar? Pero quizá esté equivocada.
—No…, no. No creo que estés equivocada.
—En mi opinión, ella dirá que Samir robó los pendientes y que, al descubrirse el hurto, sintió miedo y te los entregó a ti.
—En tal caso, ¿qué podemos hacer?
—Librarnos de ellos… enseguida. Déjalos caer… en cualquier parte. No deben encontrártelos a ti. ¿Qué explicación darías? Si contaras la verdad te preguntarían cómo es que aparecieron en el barco de Samir. Dirían que fue el niño quien los puso allí. Será un asunto muy desagradable. Déjalos… cerca del estanque. El joyero llamará la atención y no tardarán en encontrarlo. Y entonces Samir no tendrá nada que ver con ello. Estoy segura de que es mejor que sea así.
—Tienes razón —admitió Nicol.
—Entonces, cuanto antes te desprendas de ellos, tanto mejor.
Asintió con un gesto. Tomando toda clase de precauciones para no ser vista, dejó caer el joyero en el interior del estanque y luego se alejó de allí.
—Estoy segura de que ha sido Fátima —le dije—. Estoy tratando de recordar lo que vi anoche. Para ella habría sido muy fácil levantarse de su diván en un momento en que nos creía dormidas a todas… y apoderarse del joyero.
—Sí, fue Fátima. Lo sé. Ha sido ella. Oh, cómo odio a esa mujer. Creo que un día voy a matarla.
*****
El joyero fue descubierto. Aida aseguró que no lo comprendía. Lo había dejado junto a su diván. Alguien debía de haberlo cogido y luego, asustada ante la magnitud del hurto, se había desprendido de él.
Rani dijo que, como se habían encontrado los pendientes, ya no había más que hablar del tema.
Pero, en realidad, no sucedió así. La enemistad entre Fátima y Nicol aumentaba de forma alarmante. Ya era casi seguro que Aida no estaba embarazada, lo cual contribuía a aumentar la rivalidad entre las madres de Samir y de Feisal. Aida se mostraba malhumorada. Alguien dijo que había simulado el robo de sus pendientes solo para llamar la atención sobre el hecho de haberle gustado tanto al pachá como para que este se los regalara. En el harén había muchas riñas y desprecios mezquinos, quizá porque nadie tenía gran cosa que hacer.
Sin duda alguna, Nicol me estaba agradecida. Comprendía con toda claridad el peligro que habían corrido, tanto ella como Samir, puesto que si el niño hubiera sido considerado como un ladrón, habría disminuido mucho el favor del pachá para con él. Nicol estaba segura de que había sido una trama urdida por Fátima y digna de ella.
A partir de entonces Nicol se mostró más abierta conmigo. Yo siempre supe que existía una amistad muy especial entre ella y el eunuco jefe, pero ahora me confesó que ambos habían estado juntos en el mismo barco, y que ya entonces habían entablado muy buena amistad. No me dijo que hubieran estado enamorados, pero sin duda alguna se habrían sembrado entonces las semillas del amor. Cuando ella fue llevada al harén, él fue vendido al pachá. En aquel entonces se necesitaban eunucos, y ese había sido su destino. Era un hombre alto, apuesto e inteligente, de modo que había ascendido con rapidez hasta alcanzar el rango que ostentaba entonces. Nicol le pasaba información sobre lo que sucedía en el harén, y él le daba noticias sobre lo que ocurría en el mundo exterior. Ambos se habían adaptado y obtenían las mayores ventajas posibles de su situación.
Ahora que conocía lo cerca que habían estado el uno del otro, antes de su cautividad, comprendí mejor la naturaleza de su relación. Les había costado algún tiempo resignarse a aquel estilo de vida, pero él había terminado por convertirse en el eunuco jefe, y ella abrigaba la intención de convertirse en la primera dama del harén a su debido tiempo.
Mi relación de amistad con Nicol se fue profundizando cada vez más.
Yo había salvado a su hijo de una situación que pudo haber perjudicado mucho las oportunidades de ambos. Comprendí que ella me aceptaba sin reservas como amiga, y que deseaba devolverme el favor.
Intenté hacerle comprender que, entre amigas, los favores no se pagan. Me dijo que, aun dándose cuenta de ello, haría por mí lo que pudiera. Y ella sabía muy bien que yo solo deseaba una cosa: escapar de allí. En algún momento, hacía ya mucho tiempo, ella se había sentido exactamente igual que yo, lo cual le permitía comprender mi situación.
Lo primero que hizo fue traerme una nueva nota. Creo que le contó a su amigo, el eunuco jefe, la historia de los pendientes, asegurándose también su ayuda. Me entregó la nota tomando las mismas precauciones que la vez anterior, y cuando me encontré a solas la leí:
No pierdas la esperanza. Gracias a un amigo mío, sé lo que sucede al otro lado del muro. Si aparece una oportunidad, estaré preparado. Tú también debes estarlo. No desesperes. Contamos con amigos. No te olvido. Tendremos éxito.
¡Qué alivio fue leer aquellas palabras!
A veces, cuando me sentía con ánimo pesimista, me preguntaba qué podría hacer Simon. Entonces, me convencía de que él haría algo. Tenía que seguir confiando.
Nicol vigilaba a Samir. Yo también me dediqué a vigilarlo a hurtadillas. El niño y yo nos habíamos hecho buenos amigos.
Él sabía que yo pasaba bastante tiempo con su madre, y que existía una comprensión especial entre ambas; tuve la impresión de que el niño también quería participar de ella.
Se trataba de un niño encantador, de muy buen aspecto y saludable; y como quería a todo el mundo, creía que todo el mundo también le amaba a él.
Una vez en que estaba sentada junto al estanque, se me acercó y me enseñó su barco de juguete. Lo pusimos a flote sobre el agua y el niño se quedó observando su avance con expresión soñadora en sus ojos.
—Ha venido de un lugar muy lejano, muy lejano —dijo.
—¿De dónde? —le pregunté.
—De Mart… Mart…
—De Martinica —dije, con una repentina inspiración.
El niño asintió, con expresión de felicidad.
—Y se va a un lugar que está en Francia —siguió diciendo—. A Lyon. Allí hay una escuela. —Supuse que su madre le habría contado la historia, porque el niño continuó—: ¡Piratas! —gritó—. Van a intentar capturarnos, pero no se lo permitiremos, ¿verdad? ¡Bang, bang! ¡Fuera de aquí, horribles piratas! No nos gustáis. —Movió las manos como si fueran bajeles imaginarios. Se volvió y me sonrió—. Está bien ahora. No te asustes. Ahora se marcharán todos. —Después, señaló hacia un árbol y dijo—: Higos.
—¿Te gustan los higos? —le pregunté.
Asintió vigorosamente. Su madre se acercó a nosotros. Había escuchado las últimas palabras.
—Es un glotón para los higos, ¿verdad, Samir? —preguntó.
El niño se encogió de hombros y asintió con un gesto de cabeza.
Más tarde recordaría aquella escena.
*****
Estaba sentada junto al estanque, pensando en lo rápidos que pasaban los días, y preguntándome cuándo regresaría el pachá. ¿Podría escapar de nuevo a mi suerte? Ya no habría ninguna otra droga como la que me dio Nicol. Si ocurriera algo parecido, Rani terminaría por sospechar algo. Y, de todos modos, si la tomaba no sabía qué efectos podría causarme. ¿Qué sabía Nicol sobre aquellos extraños brebajes? Además, supuse que en una nueva ocasión sería la propia Rani quien prepararía el afrodisíaco. No era estúpida. Incluso cabía la posibilidad de que sospechara lo sucedido. ¿Quedaba alguna esperanza? ¿Podía Simon ofrecerme algo más que palabras de consuelo?
Samir se acercó. Llevaba un higo en la mano.
—Oh, qué higo tan precioso, Samir.
—Sí, me lo ha dado Fátima.
—¡Fátima! —Un estremecimiento de alarma me recorrió todo el cuerpo—. Dámelo, Samir —le pedí.
—No es tuyo. Es mío —dijo el niño, escondiéndolo tras la espalda.
—Solo enséñamelo.
Retrocedió un paso y después, sacando la mano de detrás de la espalda, me lo enseñó. Hice ademán de quitárselo, pero se volvió y echó a correr. Yo le seguí.
Acudió corriendo junto a su madre, quien lo levantó y me miró al tiempo que yo llegaba a su lado.
—Fátima le ha dado un higo —me limité a decir. Nicol se puso pálida—. Lo tiene en la mano. No ha querido dármelo.
Nicol se lo arrebató y el niño se puso a hacer pucheros.
—No te preocupes —le dijo ella—. Te daré otro.
—Pero ese es mío. Fátima me lo dio.
—No importa —dijo Nicol con la voz temblorosa—. Te daré otro más grande y mejor. Pero este no es bueno. Tiene gusanos dentro.
—¿Me los enseñas? —exclamó Samir, excitado.
—Antes te daré otro higo mejor.
Me entregó el higo y añadió:
—Regresaré enseguida.
Se alejó en compañía de Samir y regresó pocos minutos después.
—¿Qué piensas? —le pregunté.
—Esa mujer es capaz de cualquier cosa.
—Yo también lo creo.
—Rosetta, voy a probarlo.
Se sentó sobre las baldosas sosteniendo el higo en la mano y contemplándolo con expresión sombría. En aquellos momentos apareció uno de los pequeños perros de Fátima.
Nicol se echó a reír y llamó al perro, que se acercó enseguida. Ella le extendió el higo, el animal lo agarró entre los dientes y se lo tragó de un bocado, mirándola como si esperara más.
—¿Por qué le habrá dado un higo? —pregunté.
—Quizá se sintiera culpable por lo de los pendientes y quisiera congraciarse con él.
Nicol me miró con expresión sarcástica. Luego, volvió a mirar al perro. El animal se había alejado hacia un rincón y parecía sentirse enfermo. Nicol volvió a mirarme con expresión de triunfo.
—Es una bruja…, una verdadera bruja… Habría matado a Samir.
—No podemos estar seguras.
—¿No te parece prueba suficiente? Mira al perro.
—Pudo haber sido otra cosa.
—Estaba perfectamente bien antes de tragarse el higo.
—¿Crees que sería capaz de llegar tan lejos? ¿Qué le sucedería si la descubrieran?
—Sería condenada a muerte por asesinato.
—Ya lo habrá pensado.
—Fátima nunca piensa. Solo tiene una idea fija metida en la cabeza: desembarazarse de Samir, para que Feisal pueda convertirse en el hijo favorito del pachá.
—Nicol, ¿crees realmente que sería capaz de llegar a tales extremos?
El perro se retorcía sobre el suelo. Ambas lo contemplamos llenas de horror. De pronto, las patas del animal se pusieron rígidas y quedó tumbado de lado, inmóvil.
—Pudo ser Samir —susurró Nicol—. Si no le hubieras visto con ese higo… La mataré por esto.
En aquel momento llegó Aida.
—¿Qué le ocurre al perro? —preguntó.
—Ha muerto —contestó Nicol—. Ha comido un higo.
—¿Un qué?
—Un higo.
—¿Y cómo ha podido morirse por eso? Es el perro de Fátima.
—Sí —asintió Nicol—. Ve a decirle que su perro ha muerto porque se ha comido un higo.
Me sentí verdaderamente alarmada. Hasta ese momento había sentido cierto desprecio por las rivalidades entre ambas, pero cuando estas conducían a un intento de asesinato, ya era otra cuestión.
No se podía esperar que el asunto terminara así. Nicol no era la clase de persona que pasaba por alto una cosa así.
Sus comentarios sobre el higo y la muerte del perro serían suficientes para demostrarle a Fátima que sospechaba de ella, puesto que fue ella quien dio el higo a Samir, el mismo higo que después envenenó a su propio perro.
Entre Nicol y Fátima había un estado de guerra declarada. Todo el mundo comentaba la muerte del perro de Fátima, causada por un higo.
Rani se sentía preocupada. Odiaba que hubiera problemas en el harén, y le gustaba pensar que era capaz de mantenerlo todo en orden.
Nicol y Fátima intercambiaban miradas de abierta provocación y todas esperábamos que empezaran los problemas.
Le rogué a Nicol que tuviera mucho cuidado. Sería mucho mejor para ella contarle a Rani o al eunuco jefe lo que sospechaba; ellos podrían hacerse cargo de la situación.
—Quiero enfrentarme a Fátima —me dijo—. Ellos no creerán lo que ha hecho esa mujer. Dirán que la muerte del perro se debió a otra cosa. No querrán que el pachá se entere de que en el harén se ha producido un intento de asesinato.
—Él no tardará en regresar —dije temerosamente—. Sin duda alguna, se enterará de algo.
—No. No se enterará de nada. Además, ellos intentarán echar tierra sobre el asunto antes de que él regrese. Pero no voy a permitirlo. Intentó acusar a mi hijo de ladrón, y cuando fracasó ha tratado de envenenarlo.
—Y ninguno de sus intentos ha tenido éxito.
—No. Gracias a ti. Has sido muy buena amiga mía, y te lo recompensaré en cuanto pueda. Sí, te compensaré por todo el bien que me has hecho, y a ella por todo el mal que ha causado.
La situación no podía mantenerse en calma por mucho tiempo. Fátima se aproximó a Nicol cuando esta se hallaba en los jardines.
—Estás haciendo circular malvados rumores sobre mí —dijo.
Yo ya había aprendido lo bastante del idioma para comprender a grandes rasgos lo que ambas se dijeron.
—Nada puede ser más malvado que la verdad de lo sucedido —replicó Nicol—. Has tratado de matar a mi hijo.
—Yo no he hecho nada de eso.
—¡Embustera! Envenenaste un higo y trataste de matarlo. Pero en lugar de eso resultó muerto tu perro. Eso lo prueba.
—Yo no le di el higo a tu hijo. Ese niño es un embustero, y también un ladrón.
En cuanto escuchó aquellas palabras, Nicol levantó una mano y la descargó con fuerza sobre la mejilla de Fátima, quien se lanzó sobre ella gritando. Me sentí aterrorizada al ver que blandía un cuchillo en la mano. Fátima había acudido bien preparada para la batalla.
Algunas mujeres se pusieron a gritar.
—Llamad a Rani —dijo alguien—. Llamad al eunuco. Llamadlos.
Fátima había hundido el cuchillo en el muslo de Nicol y la sangre se extendió con rapidez sobre sus pantalones bombachos, salpicando por todas partes.
Rani acudió corriendo, gritándoles que se detuvieran y acompañada por el eunuco jefe. La fuerza del hombre le permitió apartar a Fátima, que no dejaba de patalear y chillar, mientras Nicol permanecía en el suelo, sangrando profusamente.
Entonces aparecieron otros dos eunucos que estaban trabajando en los jardines. Rani les ordenó que se llevaran a Fátima. El eunuco jefe se arrodilló junto a Nicol. Le dijo algo a Rani. Luego, levantó tiernamente a Nicol en brazos y la transportó al interior del edificio.
Yo estaba horrorizada. Sabía que tarde o temprano habría problemas entre ellas, pero jamás me habría imaginado que se produjera una lucha tan brutal, con cuchillo y todo. El arma le había proporcionado ventaja a Fátima. Ahora me sentía preocupada por Nicol, por quien sentía un gran afecto. Era la única con quien me podía comunicar. Gracias a ella, la vida había sido un poco más tolerable para mí.
Entonces pensé en Samir. Pobrecillo, ¿qué sería de él?
Estaba muy asustado y acudió a mí en busca de consuelo.
—¿Dónde está mi mamá? —preguntó, quejumbroso.
—Está enferma.
—¿Cuándo se pondrá mejor?
—Tenemos que esperar y ver qué pasa —le dije.
Fue una de las respuestas más insatisfactorias que pude ofrecerle, según recuerdo muy bien por mi propia infancia.
Fátima fue puesta bajo vigilancia. Me pregunté qué sería de ella entonces. Estaba segura de que aquel incidente no se pasaría por alto con facilidad. Hacerlo habría significado despreciar la ley y el orden del harén, y eso era algo que no se podían permitir ni Rani ni el eunuco jefe.
Por lo poco que pude comprender, las mujeres se dedicaron a hablar sobre el higo envenenado y el ataque de Fátima contra Nicol; Aida y sus pretensiones dejaron de ser el tema principal de sus conversaciones.
Rani estaba furiosa porque, evidentemente, Fátima había tenido acceso al armario donde ella guardaba sus pócimas. Me pregunté con qué frecuencia habrían sido utilizadas para eliminar discretamente a alguna persona no deseada del harén. Imaginé que el pachá impartiría órdenes, a través de su eunuco jefe, cuando deseara desembarazarse de alguien discretamente. Eso tenía que haber sucedido de vez en cuando. Los secretos de aquel armario debían estar celosamente guardados, y el hecho de que Fátima hubiera tenido acceso a ellos debió de ser motivo de alarma.
El eunuco jefe se hallaba en constante comunicación con Rani. Yo le veía con frecuencia en el harén.
Nicol fue acostada en una estancia privada. A mí se me permitió visitarla, debido quizá a que ella misma lo solicitó así. Todos esperaban con ansiedad que se recuperara, y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de ayudarla.
Me estremecí al verla. Tenía el muslo envuelto en vendajes y estaba muy pálida; mostraba unos oscuros cardenales sobre la frente.
—Esa serpiente habría acabado conmigo… si hubiera podido… Y estuvo a punto de lograrlo —me dijo—. ¿Cómo está Samir?
—Ha preguntado por ti.
—No quería que me viera… así —dijo, con el rostro iluminado por una sonrisa.
—De todos modos, creo que le gustaría mucho verte.
—Entonces, quizá…
—Se lo diré. Se alegrará mucho.
—¿Lo estás cuidando por mí?
—Todo lo bien que puedo, pero es a ti a quien quiere.
—Sé que han encerrado a esa perra bruja. Eso es un gran alivio para mí.
—Así es. Ya no está entre nosotras.
—Gracias a Dios. No podría permanecer aquí sabiéndola libre… y sintiéndome impotente. ¿Sabe Samir el grave peligro que ha corrido?
—Es demasiado pequeño para comprenderlo —contesté.
—A veces, los niños son mucho más agudos de lo que se cree. Escuchan. Y hay pocas cosas que se les escapen por alto. En ocasiones se imaginan incluso demasiadas cosas…, pero Samir sabrá que algo anda mal. Percibirá el peligro.
—Yo le cuidaré. No tienes que preocuparte por él, y en cuanto creas que debe venir a verte, estoy segura de que te lo permitirán.
—Oh, sí. No quieren que muera. En tal caso, el pachá haría muchas preguntas. Se preguntaría cómo está cumpliendo Rani su deber de cuidar de nosotras. Es posible que la sustituyera. Ella siempre está pensando en esa posibilidad. Y el pachá me recordará porque soy la madre de su hijo.
—¿Y qué me dices de Fátima? Ella también es la madre de otro hijo suyo.
—En realidad, Fátima nunca le gustó. Es una estúpida. Siempre lo fue. Es la madre de Feisal, cierto, pero nada más. Feisal es un niño muy bien parecido, pero eso no quiere decir que Fátima conserve el favor del pachá si ella representa una amenaza en el harén. Yo no tenía cuchillo. Fue ella quien lo sacó. Podría haberme matado. Eso era lo que intentaba hacer. Y ahora… he perdido mucha sangre. La herida es profunda. Tardará mucho tiempo en curar.
Al día siguiente acompañé a Samir a verla.
El niño se arrojó sobre el diván y ambos se abrazaron, emocionados. Noté que las lágrimas me corrían por las mejillas. El niño se sentía muy alegre. Su madre estaba allí. Se daba cuenta de que aún estaba enferma, pero estaba allí.
Se sentó junto a ella, y Nicol le preguntó qué estaba haciendo y se interesó por el barco de juguete.
—Los piratas estuvieron a punto de atraparlo —contestó el niño.
—¿De veras?
—Sí, pero yo lo salvé a tiempo.
—Eso son buenas noticias.
—¿Cuándo te vas a levantar?
—Muy pronto.
—¿Hoy?
—Bueno…, no, hoy no.
—¿Mañana?
—Ya veremos.
Allí volvía a estar la misma respuesta. Samir suspiró, dándose cuenta de la vaguedad de la misma.
—Tienes a Rosetta —le dijo ella.
El niño se volvió hacia mí y sonrió, al tiempo que extendía su mano. Nicol se mordió un labio y bajó la mirada. Estaba tan conmovida como yo, y en aquel instante estoy segura de que sintió por mí tanto afecto como yo por ella.
*****
El día siguiente Rani hizo entrar al eunuco jefe. Nicol habló con él en francés. Le contó todo lo que yo había hecho y que gracias a mi rápida reacción Samir había salvado la vida.
—Le debo la vida de Samir —dijo Nicol—. Tengo que compensarla por ello.
Él asintió con un gesto, y creo que las miradas que cruzaron fueron de amor.
La tragedia de sus vidas se me presentó con mayor claridad que nunca. De no haber sido por la desgracia que había caído sobre ellos, todo habría sido muy diferente. Vi el barco en mi imaginación. Me representé sus encuentros a hurtadillas…, la amistad que surgió entre ambos mientras estuvieron a bordo, cuando la gente se podía ver cada día si así lo deseaba. Las relaciones suelen florecer en esa clase de ambientes. Y eso mismo podría haber sucedido entre aquellos dos jóvenes. ¿Qué habría pasado si se les hubiera permitido permanecer juntos? Me los imaginé en alta mar…, en las noches cálidas, sentados en cubierta, arropados por el cielo estrellado, con el suave chapoteo del mar en calma mientras el barco navegaba, rodeados por un ambiente idílico y propicio para el amor. Y entonces…, el asalto, el naufragio, la venta como esclavos y el final de una historia de amor que solo acababa de empezar.
¿Acaso yo no lo comprendía mejor que nadie? ¿Acaso no me había sucedido lo mismo?
¡Pobre Nicol! Cruelmente separada de su amado y, sin embargo, destinada a no vivir lejos de él, e incluso a tener que verlo con frecuencia: ella como miembro de un harén en el que daría a luz un hijo de su inflexible dueño; él destinado a perder su virilidad solo por ser un hombre alto y fuerte y porque de ese modo podía ser útil para aquel hombre desconocido y despiadado. ¿Cómo era posible que algunas personas infligieran tanto daño a otras? ¿Cómo se atrevían a arrancarnos de un mundo civilizado para someternos a su bárbaro estilo de vida? Pero, a pesar de todas mis preguntas, se atrevían a hacerlo así. Disponían de la oportunidad y, por el momento, de la fuerza, y gracias a ello jugaban con nuestras vidas.
Nicol mejoraba. Era una mujer muy sana y Rani demostró ser una enfermera excelente. Sabía con exactitud cómo tratar las heridas. Me pregunté cuánta práctica habría adquirido en una comunidad donde la ociosidad hacía surgir tanta violencia.
Cada día llevaba a Samir a ver a Nicol. El niño se sentía más feliz. Ya no tenía miedo. Sabía que su madre estaría enferma durante un tiempo, pero ella seguía estando allí, él la podía ver, y yo actuaba como su sustituta temporal.
—El eunuco jefe acaba de visitarme —me dijo Nicol un día—. Me cuenta muchas cosas. Todos ansían solucionar esta cuestión antes del regreso del pachá. Si pudieran conseguirlo, no tendrían por qué decirle nada.
—¿Y qué pasa con Fátima?
—Rani dirá que tuvo que ser enviada fuera de aquí…, con su familia. Ya llevaba algún tiempo quejándose de su conducta. Incluso puede decir que me atacó con un cuchillo. Si hay cicatrices tendrá que haber también una explicación. Muchas cosas dependen de ello. Ya habrá tiempo para decidir. Pero Fátima será enviada fuera de aquí.
—¿Y qué pasará con Feisal?
—Él se quedará. Es el hijo del pachá. No puede marcharse.
—Oh…, pobrecillo.
—Estará mucho mejor aquí que con la estúpida de su madre.
—¿Quién se ocupará de él?
—Las otras mujeres. Nadie ha discutido con Feisal. Ese niño no puede evitar tener una madre como la que tiene. Fátima permanecerá encerrada por el momento. Me parece justo. Esa mujer es un animal salvaje.
—¡Pero qué castigo tan terrible para ese niño!
—Fátima merecería perder la vida. Estuvo dispuesta a cobrarse la vida de Samir. Cada vez que pienso en ello, recuerdo lo mucho que te debo. No me gusta deber nada a nadie. He hablado con Jean…, el eunuco jefe. Él comprende… y es posible que pueda ayudar. Sí…, creo que ayudará.
El corazón empezó a latirme con tal rapidez que apenas fui capaz de hablar.
—¿Cómo…? —logré decir.
—El pachá se ha retrasado. No regresará hasta dentro de dos semanas. Lo que se tenga que hacer debe hacerse antes de su regreso.
—¿Sí?
—Ya te lo he dicho, Fátima será enviada fuera de aquí. Vendrá un carruaje para llevársela. El eunuco jefe tendrá que abrir las puertas. El carruaje esperará en el exterior. Será para llevarla de regreso con su familia. Ya no se requiere su presencia aquí, en el harén.
—¿Suceden estas cosas a menudo?
—Es la desgracia más definitiva —dijo Nicol sacudiendo la cabeza—. Si me hubiera matado, habría sido condenada a muerte. Es posible que decida suicidarse —añadió con cierto alivio.
—¡Oh, no…! —exclamé.
—No debería hacerlo —replicó Nicol echándose a reír—, porque de ese modo echaría a perder nuestros planes. Escucha.
Guardó silencio durante unos segundos. Yo apenas podía contener mi avidez por saber más. De repente, la esperanza resurgía en mi interior.
—Todas las mujeres tienen que ir cubiertas por un velo cuando salen. Solo las que pertenecen a clases inferiores no lo llevan. Por lo tanto, una mujer se parece a cualquier otra… Oh, te echaré de menos, porque somos muy buenas amigas, ¿verdad? Pero eso es lo que tú deseas. Nunca habrías llegado a ser una buena mujer para el harén. Tienes demasiado esprit. Eres incapaz de olvidar tu orgullo…, tu dignidad. No, no lo harías ni por todos los rubíes del mundo.
—Nicol, explícame con claridad lo que quieres decir. No me tengas sobre ascuas. Has sido muy buena amiga. No olvido que en cierta ocasión me salvaste gracias a aquella poción.
—Con la cual te pusiste enferma durante un tiempo.
—Eso no importa, ya que me salvó. Me dio un respiro.
—Bueno, pero olvídalo. ¿Acaso no has salvado tú a Samir?
—Nos hemos ayudado la una a la otra. Y ahora…, dime lo que tengas que decirme, por favor.
—El eunuco jefe ayudará… si es que se puede hacer.
—¿Cómo? ¿A qué te refieres?
—Él vendrá para llevarse a Fátima. Ella estará cubierta por una capa, con velo y redecilla…, y si detrás de todos esos ropajes resultara que no estuviera Fátima, sino Rosetta… ¿qué más daría?
—¿Sería… posible? —pregunté con la respiración entrecortada.
—Podría ser. Te llevará a través de las puertas. Nadie tendrá idea de que no se trata de Fátima sino de ti. Todo el mundo sabrá que Fátima iba a ser devuelta a su familia.
—¿Y dónde estará Fátima durante todo ese tiempo?
—En su habitación. Ella tendrá que estar preparada para una hora precisa, pero el carruaje acudirá media hora antes. Entonces, el eunuco jefe dirá que eso no importa, y como es él quien hace los arreglos, vendrá a verme. Tú estarás aquí, en esta habitación…, preparada y esperando. Él saldrá contigo y si te ven, todos creerán que eres Fátima. Es posible que algunos se atrevan a mirarte, pero se les advertirá que permanezcan en el interior del edificio, para no aumentar así la vergüenza de Fátima. El eunuco jefe abrirá las puertas y tú las cruzarás en su compañía. Luego, él volverá a cerrar las puertas y tú entrarás en el carruaje, que estará fuera, esperando. Todo saldrá de acuerdo con el plan previsto, excepto que serás tú la que se marche, en lugar de Fátima.
—¿Adónde me llevarán?
—A la embajada inglesa. Allí contarás tu historia. Ellos te enviarán de regreso a tu hogar. No podrás decirles el nombre del pachá, puesto que no lo conoces. Además, un país extranjero no puede interferir en los asuntos internos de otro. El deber de la embajada consistirá exclusivamente en enviarte de regreso a casa.
—No puedo creerlo. Parece todo demasiado fácil.
—No es fácil. Es algo inteligente y bien planeado. El eunuco jefe es un hombre muy inteligente.
—Y cuando se descubra lo que ha hecho… ¿qué le sucederá a él?
—Dirá que fue un error. Todo el mundo conoce tu poca predisposición. Te las arreglaste de algún modo para ocupar el lugar de Fátima. El eunuco jefe vino para llevarse a una mujer del harén. La única persona que planteará problemas será Rani, pero no será tan estúpida como para pelearse con el eunuco jefe. Puede sospechar todo lo que quiera, pero no podrá hacer nada. Las cosas habrían sido muy diferentes si el pachá hubiera conocido tu existencia. Pero tú ibas a ser una sorpresa, de modo que por ese lado no existe la menor dificultad. Probablemente, se le dirá que hubo ciertos problemas en el harén, y que Fátima me atacó con un cuchillo. Teniendo en cuenta las circunstancias, al eunuco jefe y a Rani les pareció lo más prudente enviarla a su casa. Luego, lo más probable es que Fátima sea enviada a su casa poco tiempo después.
—Oh, Nicol, casi no puedo creerlo. He abrigado esperanzas durante tanto tiempo, y he intentado pensar en tantas posibilidades… Y ahora, de pronto, tú y el eunuco jefe planeáis hacer esto por mí. No estaré soñando, ¿verdad?
—Por lo que a mí respecta estás bien despierta.
—El eunuco jefe arriesga mucho por mi causa.
—No, no lo hace por ti —replicó Nicol con suavidad—, sino por mí.
—Nicol, ¿qué puedo decirte? El que hagas esto por mí…
—Me gusta pagar mis deudas. Esto tiene que funcionar… o yo no lo haría.
—No me debes nada…, nada…
—Sé lo que quieres decir. Pero tú has hecho mucho por mí, y siento una gran alegría por ofrecerte lo que más deseas.
—Tú también podrías escapar.
—Hay momentos en la vida en que ya es demasiado tarde, y eso es lo que sucede conmigo. Es demasiado tarde para… nosotros, pero no para ti. Y ahora… prepárate. No digas nada a nadie. Para que todo funcione bien debemos guardar la máxima discreción posible.
—Lo sé. Solo deseo pensar en lo que tengo que hacer. Me has sorprendido. En estos momentos me siento aturdida.
—Piensa en todo lo que te he dicho. Tendrás que actuar con mucho cuidado. Es muy importante que nada falle.
*****
No pude dormir, ni comer. Repasaba una y otra vez el plan. ¡Verme libre de nuevo! No sentir ya más este terrible miedo pesando sobre mí. Me pareció un alivio tan enorme que al principio ni siquiera me di cuenta. Ser dueña de mi propio destino, volver a ser una persona con capacidad para tomar sus propias decisiones, no ser la esclava que depende de los caprichos de un dueño que podía ordenar mi presencia y sumisión en cualquier momento que le viniera en gana.
Pensé en Simon. ¿Cómo se las arreglaba? Una vez que estuviera libre, tendría que informar sobre lo que le había sucedido a él. Tenía que ser rescatado. No se podía vender a la gente como esclavos. La esclavitud había sido abolida. En el mundo civilizado no podía haber esclavos. Oh, pero… lo había olvidado. Simon no quería que lo encontraran. Él se ocultaba. Claro que estaba trabajando como esclavo en el jardín del pachá, pero al menos no se le juzgaba por un crimen que no había cometido.
¿Y Lucas? ¿Qué habría sido de él?
Pero no debía pensar en ninguna otra cosa que no fuera en escapar. Debía recordar que eso era lo que había anhelado y por lo que tanto había rezado, y que ahora estaba a punto de suceder. Milagrosamente, me había ganado amigos muy poderosos, que estaban en situación de ayudarme y que lo harían así.
Sabía que sería una empresa arriesgada, pero no debía permitir que mi mente se desviara. Debía estar perfectamente preparada para cuando llegara el momento.
*****
Transcurrió el tiempo y un buen día Nicol me dijo:
—Mañana será el momento. Fátima está ahora en una habitación, a solas, en espera de que se la lleven. Estará enojada y muy asustada. La envían de regreso a su casa, cubierta de oprobio. Perderá a Feisal. Rani dice que tiene mucha suerte. Podría haber sido castigada con la pena de muerte. Si Samir hubiera muerto…, si me hubiera matado…, entonces habría sido asesinato. Tú la libraste de la muerte. Fátima lleva varios años en el harén y esto es una terrible desgracia para ella. Se suicidaría si pudiera, lo sé. Pero ya basta de hablar de Fátima. El eunuco jefe acudirá para llevársela a ella, pero en su lugar te llevará a ti.
—Pero entonces ella tendrá que quedarse aquí.
—Naturalmente. No puede llevaros a las dos. Pero el cambio no será detectado hasta que estés bien lejos. No sería lo mismo si el pachá supiera que estás aquí. Ibas a ser una sorpresa para él. El trabajo del eunuco jefe consiste en encontrar mujeres, y el de Rani en cuidarlas y prepararlas para el pachá, quien no podrá echar de menos aquello que desconoce.
—Pero ¿qué le pasará a Rani? Ha sufrido tanto…
—Oh, se sentirá muy enojada, pero sabe que no debe plantearle problemas al eunuco jefe. Después de todo, es posible que Fátima se quede aquí. Pero también pueden decidir enviarla de vuelta a su casa. ¡Quién sabe! A lo mejor le estás haciendo otro favor. No sé si el asunto acabará bien o no, pero, en cualquier caso, a ti ya no te incumbe. Se hablará mucho…, se murmurará…, pero todas estas mujeres se interesan tanto por sí mismas que no piensan durante demasiado tiempo en los demás. Todo se olvidará.
—Y si, después de todo, Fátima se queda, ¿qué será de ti y de Samir?
—Hasta alguien como Fátima es capaz de aprender a veces ciertas lecciones. Si se queda aquí, será muy dócil, no temas. Ha estado demasiado cerca del desastre para volver a intrigar.
—Espero que se quede. Lo espero por el bien de Feisal.
—Olvidas que pudo haber matado a mi hijo…, y también a mí, si hubiera tenido la oportunidad.
—Lo sé. Pero lo hizo por amor a su propio hijo.
—Y por ella misma. Siente la gran ambición de convertirse en primera dama.
—Tú serás la que lo consiga, Nicol.
—Esa es mi intención. Algún día mi Samir será pachá… Estoy decidida a ello. Pero lo más importante ahora es lograr que nuestro plan funcione. Resultará bien, no te preocupes. El eunuco jefe se ocupará de que así sea.
—Oh, Nicol, desearía que vinieras conmigo.
—No lo haría —dijo negando con la cabeza—, aunque pudiera. Mi vida ya pertenece a este sitio. Hace años, antes de dar a luz a Samir, todo habría sido diferente. Sentí todo lo que tú sientes ahora…, pero el destino fue demasiado para mí. En aquel entonces no pude hacer nada, y ahora esta es mi vida. Samir se convertirá en pachá. Eso es lo que más deseo. Eso es por lo único que rezo.
—Y yo rezo para que lo consigas.
—Esa es mi intención —afirmó con gesto decidido—. Podrías pensar que abrigo ambiciones imposibles. Pero eso ya sucedió una vez…, hace algún tiempo. Hubo aquí una joven como yo. Se llamaba Aimée Dubucq de Rivery, y procedía de Martinica, como yo misma. También ella regresaba a su hogar después de haber sido educada en Francia. Su barco fue asaltado y ella fue vendida al harén del sultán. Hace tiempo que leí algo sobre el caso, y ahora me parece que estoy volviendo a revivir la historia. Sé cómo se sentía…, la desesperación que experimentó al principio, hasta que se adaptó y lo sublimó todo en favor del futuro de su hijo. Logró sus propósitos, y su hijo se convirtió en sultán. Como ves, su destino es muy parecido al mío. Ella tuvo éxito, y yo también lo tendré.
—Lo tendrás, Nicol —afirmé—. Sé que lo tendrás.
*****
Y llegó el día.
Desde que fuera herida, Nicol había dispuesto de una pequeña habitación privada, apartada del dormitorio común. Las ropas que yo debía ponerme habían sido introducidas en aquella habitación por el eunuco jefe en una de las ocasiones en que acudió a ver cómo ella mejoraba de su herida.
Me vestí y tuve el mismo aspecto que cualquier otra mujer de las que se encuentran por las calles. Yo era un poco alta, cierto, pero supongo que también habría más de una mujer de mi altura.
Llegó el eunuco jefe y vio que ya estaba preparada.
—Debemos ser muy precavidos —dijo—. Sígueme.
Le acompañé afuera de la habitación después de haberme despedido por última vez de Nicol. No había nadie. Él había dado órdenes para que todo el mundo permaneciera en el dormitorio y nadie fisgoneara.
Fue mucho más sencillo de lo que había imaginado. Nos dirigimos juntos hacia las puertas. Yo bajé la cabeza, como si me sintiera humillada.
Un guardia abrió las puertas y traspasamos el umbral, con el eunuco jefe delante, y yo a uno o dos pasos detrás. El carruaje estaba esperando. El eunuco jefe me empujó al interior y subió detrás de mí. Inmediatamente, el cochero hizo restallar el látigo sobre el caballo y el carruaje se puso en marcha.
Llegamos a una avenida y avanzamos durante unos minutos. Luego, el carruaje se detuvo.
Me pregunté qué estaba sucediendo. ¿Acaso me iban a dejar allí, tan cerca de los dominios del pachá? Me sentía demasiado aturdida para pensar con claridad, pero ante ese pensamiento me sentí llena de angustia.
El eunuco jefe descendió del carruaje y, al mismo tiempo, el conductor bajó del pescante. Inmediatamente, el eunuco jefe ocupó su lugar y el conductor subió al interior, junto a mí.
Creí estar soñando.
—¡Simon! —susurré.
Él me rodeó con sus brazos, y ambos permanecimos estrechamente abrazados. En aquellos momentos, tuve la sensación de haber despertado de una larga pesadilla. No solo estaba libre de todos los temores que me habían acosado desde que fuera capturada, sino que, además, Simon estaba conmigo.
—¡Tú… también! —me oí decir.
—Oh, Rosetta —susurró él—. Hay tantas cosas por las que sentirse agradecidos…
—¿Cuándo…? ¿Cómo…? —empecé a preguntar.
—Hablaremos más tarde —replicó él—. Por el momento…, esto es suficiente.
—¿Adónde nos lleva?
—Ya veremos. Nos está ofreciendo una oportunidad.
No hablamos más. Nos tomamos de las manos, apretándolas con fuerza, como si temiéramos volver a estar separados.
Todavía no se había hecho de noche y a través de la ventanilla del carruaje reconocí algunos de los edificios que había visto por primera vez durante mi primer viaje hacia los dominios del pachá. Distinguí el castillo de las Siete Torres, las mezquitas, las míseras casas de madera.
Sentí un gran alivio cuando cruzamos el puente que, según sabía, separaba las zonas turca y cristiana de la ciudad. Nos encontrábamos ahora en la parte norte del Cuerno de Oro.
Seguimos avanzando durante un tiempo hasta que el carruaje se detuvo de improviso y el eunuco jefe descendió del pescante del conductor. Nos hizo señas para que bajáramos. Levantó la mano e hizo un gesto que nos dio a entender que allí terminaba su compromiso.
—No sabemos cómo agradecérselo —dijo Simon en francés.
—La embajada está ahí —dijo, asintiendo—. Es ese edificio alto.
—Sí, pero…
—Marchaos…, marchaos ahora mismo. Es posible que ya os estén buscando. —Volvió a subir al pescante del carruaje, con un gesto abrupto—. Buena suerte —gritó desde allí.
Y el carruaje se puso en marcha. Simon y yo estábamos solos en Constantinopla.
*****
Sentí una gran excitación. Estábamos en libertad… los dos. Solo teníamos que caminar hasta la embajada y contar nuestra historia, y ellos nos protegerían, informarían de nuestro paradero a nuestras familias y nos enviarían de regreso a casa.
—¿Puedes… creerlo? —pregunté, volviéndome hacia Simon.
—Es difícil creerlo. Te llevaré hasta la embajada. Tendrás que explicar que acabas de escapar de un harén.
—Parece algo increíble.
—Te creerán. Ellos saben lo que ocurre aquí…, sobre todo en la parte turca de la ciudad.
—Vamos, Simon. Contémoselo todo. Pronto estaremos en nuestras casas.
Él permaneció inmóvil, sin dejar de mirarme.
—Yo no puedo acudir a la embajada.
—¿Qué…?
—¿Has olvidado acaso que he escapado de la justicia inglesa? Ellos me enviarían de regreso a nuestro país…, de eso puedes estar segura.
—¿Quieres decir que te vas a quedar aquí? —le pregunté, angustiada.
—¿Por qué no? Al menos durante algún tiempo, hasta que trace mis propios planes. Es un lugar tan bueno como cualquier otro para un fugitivo de la justicia. Pero creo que trataré de abrirme camino hasta Australia. Ya tengo cierta experiencia por haber trabajado en un barco. Creo que ese será el mejor lugar para mí.
—Simon, no puedo marcharme sin ti.
—Claro que puedes. Serás sensata… en cuanto lo hayas pensado un poco.
—Oh, no…
—Escúchame, Rosetta, te acompañaré hasta la embajada inglesa ahora mismo. Tú entrarás. Explicarás lo que te ha pasado. Ellos harán todo lo necesario por ayudarte. Te harán regresar a casa… pronto. Nos han traído hasta cerca de la embajada precisamente con ese propósito.
—Pero para los dos —dije.
—Bueno, ¿cómo iban a saber ellos que yo no podía aprovechar la situación? Pero tú sí puedes. Y sería una tontería que no lo hicieras enseguida. Insisto en que lo hagas.
—Podría quedarme aquí, contigo. Ya encontraremos una forma de…
—Escucha, Rosetta. Hemos tenido mucha suerte, la mayor suerte del mundo. Ahora no puedes darle la espalda a esta oportunidad única. Sería una gran estupidez. Hemos encontrado amigos muy valiosos. Nicol para ti, y el eunuco jefe para mí. Tú fuiste de una gran ayuda para ella, y yo tuve la suerte de entablar una estrecha amistad con él. Nuestros casos eran muy similares, y eso hizo que tuviéramos algo en común. Él fue comprado de un modo muy parecido a como lo fui yo. Pudimos entendernos en su idioma. Cuando se enteró de que tú y yo estábamos juntos, le pareció muy significativo. Él estaba con la joven francesa… y tú estabas conmigo. Eso nos proporcionaba un sentimiento de camaradería. ¿No lo comprendes? Hemos tenido una buena fortuna inmensa. Podríamos haber pasado toda la vida en ese lugar. Tú como esclava a las órdenes del pachá…, yo guardando el harén con los eunucos…, y quizá convertido en uno de ellos. Todo pudo haber sucedido así, Rosetta. Y, sin embargo, hemos escapado. Debemos sentirnos agradecidos para con los ángeles protectores que se han cuidado de nosotros. Ahora, debemos asegurarnos de que sus esfuerzos no fueron en vano.
—Lo sé, lo sé. Pero no puedo marcharme sin ti, Simon.
Él miró alrededor. Estábamos cerca de una iglesia y, al examinarla con mayor atención, resultó una iglesia inglesa.
Había una tablilla de anuncios en el muro. Nos acercamos a ella y leímos que había sido construida como una dedicatoria a los caídos en la guerra de Crimea.
—Entremos —dijo Simon—. Ahí podremos pensar y quizá hablar con más calma.
Todo estaba muy tranquilo en el interior de la iglesia. Afortunadamente no había nadie. Mi aspecto de mujer turca habría parecido incongruente allí. Nos sentamos en un banco, cerca de la puerta, preparados para escapar si fuera necesario.
—Y ahora —dijo Simon—, seamos sensatos.
—No dejas de decirlo, pero…
—Es necesario.
—No puedes pedirme que te abandone, Simon.
—Jamás olvidaré que has dicho eso.
—Ha pasado mucho tiempo. No dejaba de preguntarme una y otra vez qué té estaba pasando, y ahora que por fin estamos juntos…
—Lo sé —dijo. Guardó silencio durante un momento y después continuó—: El eunuco jefe me mantuvo informado de todo. Sabía que la francesa te había salvado del pachá al darte una dosis de cierta medicina. Fue él quien le proporcionó aquella medicina para que te la administrara.
—¿Te lo dijo él?
—Sí. Yo le había hablado de ti. Le conté la historia de nuestro naufragio, del tiempo que pasamos juntos en la isla. Dijo que eso le recordaba su propia experiencia. Creo que quiso darnos una oportunidad debido a que nuestras historias eran tan similares, y a que esa oportunidad existía. Él solía decirme: «Ocurrirá lo mismo contigo, a menos que logres salir de aquí». En su caso no tuvo la menor oportunidad. Pero nosotros sí la tuvimos. Fue una fantástica buena suerte, Rosetta.
—Casi no puedo creer que estemos juntos. Parece como si lo hubiéramos estado buscando desde el principio. Primero en el barco, después en la isla, y ahora aquí.
—Hemos tenido nuestras oportunidades y las hemos aprovechado. Y ahora no debemos darle la espalda a lo que se nos ofrece.
—No puedo abandonarte.
—Recuerda que mi plan original era salir de Inglaterra. ¿Qué sucedería si regresara ahora?
—No puedes quedarte aquí. Ellos pueden buscarte. ¿Qué te ocurrirá si te encuentran? El castigo por escapar es…
—No me encontrarán.
—Podríamos demostrar que eres inocente. Juntos lo conseguiríamos.
—No. No es el momento.
—¿Llegará alguna vez ese momento?
—Quizá no. Pero si regresara contigo me detendrían enseguida. Y entonces me encontraría en la misma situación en que estaba antes de marcharme.
—Quizá no debiste marcharte nunca.
—Piénsalo un momento: si no lo hubiera hecho, jamás nos habríamos conocido. No habríamos estado juntos en aquella isla. Ahora, al mirar atrás, me parece una especie de paraíso.
—Un paraíso bastante incómodo, por cierto. ¿Has olvidado lo hambrientos que estábamos…, lo mucho que anhelábamos divisar un barco?
—Y entonces nos encontramos entre las garras de los corsarios. No, no me olvido de eso.
—La isla no fue ningún paraíso.
—Pero estábamos juntos.
—Sí —admití—. Estábamos juntos, y así deberíamos continuar.
—Esta es tu oportunidad, Rosetta —insistió—. Tienes que aprovecharla. Voy a hacer que la aproveches.
—Pero yo deseo quedarme contigo, Simon. Lo deseo más que cualquier otra cosa.
—Y yo deseo que estés a salvo. Será muy fácil para ti.
—No, sería la decisión más dura que haya tenido que tomar en mi vida.
—Estás permitiendo que tus emociones momentáneas te hagan perder tu buen sentido. Mañana mismo lo lamentarías. En la embajada tendrán una buena cama para ti. Escucharán con simpatía tu historia, y te ofrecerán toda la ayuda necesaria para que regreses a casa rodeada de comodidades.
—¡Y dejarte a ti atrás!
—Sí —afirmó con brusquedad—. Y ahora te llevaré a la embajada. Oh, Rosetta, no me mires así. Es lo mejor para ti. Eso es lo que deseo. Es una gran oportunidad…, como solo tendrás una vez en la vida. No debes pasarla por alto. Estás emocionalmente agotada. No comprendes tus verdaderos sentimientos. Más adelante serás capaz de valorarlos como es debido. Pero ahora tienes que marcharte. Te lo ruego. Yo tengo que ocuparme de mí mismo. Eso ya será bastante difícil. Pero me las arreglaré mejor… solo.
—¿Quieres decir que yo sería una carga?
Simon dudó un momento y me miró con fijeza.
—Sí —contestó. Y entonces me di cuenta de que debía marcharme—. Es lo mejor para ti, Rosetta —prosiguió con suavidad—. Jamás te olvidaré. Quizá un día…
Yo no dije nada. Pensé: «Jamás volveré a ser feliz. Hemos pasado por tantas cosas…».
Me tomó las manos entre las suyas y las mantuvo contra su pecho por un momento. Después, juntos, abandonamos la iglesia y nos encaminamos hacia las puertas de la embajada juntos.