Los siguientes meses fueron de los más desdichados que recuerdo. Fui testigo de buena parte de la desgracia que cayó sobre Perrivale Court, y sabía que, aun cuando había actuado como debía para hacerle justicia a un hombre inocente, yo era en buena medida la responsable de tanta desgracia.
El mismo día que el mayor intentó inútilmente matarme, regresó a la casa Dower y se suicidó.
Al haber logrado escapar de él, se dio cuenta de que le había arrebatado la única posibilidad que tenía para continuar viviendo de la manera que tan importante era para él. Cuando logré salir corriendo de aquel bosquecillo destruí de un plumazo aquello que él se había esforzado en conseguir durante toda su vida. Había estado dispuesto a asesinarme para conservarlo. Al mirar hacia atrás y encajar en su lugar todas las piezas del rompecabezas comprendí cuan sofisticado había sido su plan de drogarme y arrojarme por el acantilado, como había sido su primera intención. Fue una ironía que su propia y querida nieta, que le amaba y a quien él tanto amaba a su vez, echara por tierra sus planes y contribuyera a derrotarlo. Su plan había fracasado por una coincidencia. La niña me había visto abandonar la casa y me había seguido. Si no lo hubiera hecho, mi muerte habría constituido otro misterio.
El segundo método que empleó para intentar asesinarme no fue tan inteligente. Pero, claro está, se vio obligado a planearlo apresuradamente. No se atrevía a dejarme suelta y con vida. Temía la información que pudiera comunicarle a Lucas. Yo me había traicionado de un modo muy claro al visitar la casa de maternidad, dirigida por una de sus amigas. Tenía que hacerme desaparecer antes de que yo llegara a El Rey Marino. Al parecer estaba convencido de que Harry Tench le había traicionado.
A menudo me pregunto qué habría hecho de haber tenido éxito. ¿Ocultar mi cuerpo en el bosquecillo… y espantar a mi caballo? O quizá arrojar al caballo conmigo sobre el acantilado para que así pareciera un accidente. El destino actuó contra él cuando Goldie escapó y se dirigió hacia la posada, en la que tantas veces había estado.
Se pusieron al descubierto muchas cosas sobre él, y eso fue muy doloroso para la familia, en Perrivale Court, pues no cabía la menor duda de que todos le habían querido mucho, tanto por su hija como por la propia Kate. Fue un hombre muy popular en todas partes, lo que es una señal de lo compleja que puede llegar a ser la naturaleza humana, cuando se considera que al mismo tiempo fue un asesino a sangre fría y un cariñoso hombre de familia. Toda su vida estuvo basada en la fantasía. Nunca había sido mayor en el ejército, como le había hecho creer a todo el mundo, aunque había servido en un cuerpo de abastecimientos con el rango de sargento mayor. Había sido expulsado del ejército a consecuencia de ciertos negocios sucios relacionados con mercancías, en los que se vio envuelto. Había evitado ir a prisión por bien poco. Era un hombre extraordinario, un hombre de gran carisma que debería haber tenido éxito en cualquier otra actividad. Había sido un esposo devoto para quien fue muy importante el bienestar de su hija, hasta el punto de que estuvo dispuesto a matar por ello.
Cierta parte de esta información se descubrió gracias a la prensa, pero hubo muchas más cosas de las que me enteré más tarde. Antes de volarse la cabeza de un disparo había dejado una nota en la casa Dower. Deseaba ávidamente que su hija y su familia no se vieran implicados de ninguna forma. La culpa de todo la tenía exclusivamente él.
Supo que aquel día Cosmo acudiría a Bindon Boys, y llegó antes para esperarlo. Lady Perrivale, que consideraba al mayor como su mejor amigo, le contó que sir Edward había revelado la existencia de un matrimonio anterior. Así pues, cuando Simon fue acusado del asesinato de Cosmo, le pareció una oportunidad caída del cielo para quitarlo de en medio y eliminar una amenaza para el futuro de Mirabel. En cuanto a Cosmo, fue necesario hacerlo desaparecer porque había descubierto que Mirabel le era infiel con su hermano Tristan, y amenazó con plantear todo tipo de problemas y destruir aquello que el mayor había planeado tan cuidadosamente.
Fue la propia Mirabel quien me explicó muchas de estas cosas, ya que me hice muy amiga de ella durante los meses siguientes.
Kate se sentía muy deprimida por la muerte de su abuelo, y yo era la única capaz de animarla un poco. Me vi arrastrada hacia el círculo familiar, y cuando la prensa hizo algunas revelaciones sobre su padre, Mirabel pareció encontrar cierto consuelo hablando conmigo.
Ya no tuvo pretensiones. Todo lo contrario, se mostró muy humilde. No dejaba de decir que todo había sido por culpa suya. Había echado a perder su vida. Su padre había deseado tantas cosas para ella… Todo lo había hecho por ella.
Apenas tenía diecisiete años cuando se casó con Steve Tallón. Eso sucedió antes de que su padre fuera expulsado del ejército. Él la había obligado a aprender costura y a convertirse en sombrerera, pensando que era una forma respetable de ganarse la vida. Pero ella odiaba aquella vida.
—Apretujada en una habitación con otras tres chicas, aprendiendo el oficio —me dijo—. Largas horas inclinada sobre el trabajo…, ninguna libertad. ¡Cómo odiaba aquellos sombreros! Conocí a Steve un día que salí a entregar un encargo. No teníamos muchas oportunidades de conocer a otras personas. Tenía la costumbre de escaparme de casa por la noche para verme con él. Las chicas me ayudaban. Aquello representaba un alivio del tedio que me rodeaba. Yo era tan tozuda y tan estúpida… Pensé que sería libre si me casaba con él. Steve solo tenía un año más que yo. Mi padre se sintió amargamente desilusionado…, ¡y qué razón tenía! El pobre Steve lo intentó. Encontró trabajo en una fundición. Teníamos muy poco dinero. No tardé en descubrir el terrible error que había cometido. Apenas llevábamos casados un año cuando Steve resultó muerto en un terrible accidente laboral. Yo debía de ser muy cruel, porque recuerdo que lo primero que pensé fue que por fin era libre.
»Después… conseguí un trabajo en un grupo de bailarinas. Pasamos por todos los music-hall de Londres. Algunas veces había trabajo… y otras no. Yo soñaba con conocer a alguien…, un hombre rico que me proporcionara una vida llena de lujos. Eso se convirtió en mi obsesión. Hubo uno… en el que creí. Prometió casarse conmigo, pero cuando me quedé embarazada de Kate, desapareció y nunca volví a verlo. Yo lo había echado todo a perder. Y cuando apareció Tom Parry y se mostró ansioso por casarse conmigo, aproveché la oportunidad a causa de la niña. Al parecer, tenía talento para arreglármelas bien en situaciones desesperadas. Pero a partir de entonces las cosas fueron yendo de mal en peor, y terminé por odiarle. —Cerró los ojos, como si tratara de apartar los recuerdos de su mente—. Fue terrible, Rosetta. Aquellas horribles habitaciones. Yo tenía mucho miedo cada vez que él regresaba de sus viajes por mar. Bebía mucho. Después del nacimiento de Kate volví a trabajar con un grupo de bailarinas. Tenía la idea fija de que si lograba mantenerme, podríamos salir adelante. Solía dejar sola a Kate, y no regresaba hasta bastante tarde. Entonces mi padre cayó en desgracia y fue expulsado del ejército. Pero las cosas mejoraron gracias a su presencia. Tenía algo de dinero ahorrado. Me sentí bastante más feliz entonces.
Pero Tom seguía viniendo a casa, y sus salidas eran cada vez menos frecuentes. Kate estaba creciendo y llegó un momento en que ya no pude soportarlo. Mi padre me dijo que teníamos que encontrar un mejor estilo de vida para ella.
»Expuso la idea de que debíamos venir a Cornualles. Recordó a Jessica Arkwright, que se había convertido en lady Perrivale. Ella había sido buena amiga de mi madre y, por lo que sabía, Jessica estuvo en otro tiempo muy encaprichada de mi padre.
»“¡Nos las arreglaremos bien!”, dijo mi padre. Pero teníamos que planearlo cuidadosamente. Debíamos asegurarnos de que Tom Parry no pudiera encontrarnos. Yo me cambiaría de nombre. Y así me convertí en la señora Blanchard. Eso no me importó. Ya había tenido tres nombres diferentes. Ahora, en lugar de Mabel Parry, sería Mirabel Blanchard… Y así fue como llegamos aquí.
»A partir de entonces todo fue diferente. Lady Perrivale fue muy afable. Exageró mucho sobre mi belleza, y los dos hermanos se enamoraron de mí. Mi padre ansiaba que me casara con Cosmo. Aquello era para él como un sueño. Yo me convertiría en la señora de la mansión. Tendría un título cuando muriera sir Edward. Todo era maravilloso. Claro que estaba Tom Parry. Mi padre dijo que debíamos olvidarnos por completo de él. Debíamos actuar como si jamás hubiera existido.
—¿Y usted estuvo de acuerdo con eso?
—Estaba desesperada —asintió ella—. Habría hecho cualquier cosa con tal de permanecer lejos de él. Entonces apareció por aquí, buscándome. Creí de buena fe que se había caído por el acantilado, encontrando la muerte. Siempre bebía mucho…, de modo que me pareció muy probable. Jamás habría podido creer que mi padre… hubiera podido hacer eso. Él era siempre tan amable y tan gentil…, todo el mundo lo decía.
—Lo sé —asentí.
—Pero incluso en aquellos momentos eché a perder las cosas. Yo amaba a Tristan. Únicamente le amé a él. En mi vida aparecieron Steve Tallón, Tom Parry y Cosmo… Tristan sentía lo mismo por mí. No pudimos evitarlo. Nos amamos. Entonces yo quedé embarazada y fui a aquella horrible casa de maternidad. Mi padre lo organizó todo. Conocía a la mujer que la dirigía. Pero Cosmo descubrió la relación entre Tristan y yo. Tenía un temperamento violento. Era arrogante y vengativo. No soportó pensar que le habíamos engañado. Nos amenazó con arruinarnos. Expulsaría a Tristan de la casa, dejándolo sin nada. Podíamos casarnos si queríamos, y marcharnos de la casa. Se lo dije a mi padre. Y después… sucedió. —Sentí compasión por ella. Había sufrido más que suficiente. Esperaba que fuera feliz con Tristan—. No puedo creer que mi padre cometiera todos esos crímenes. Robó y engañó…, eso lo entiendo, en cierto modo. Pero que cometiera dos asesinatos… Lo único que sé es que para mí fue el más amable y cariñoso de los padres. Empezó sin nada. Se pasó toda su vida tratando de conseguir lo que él denominaba «un lugar bajo el sol». Decía que no quería pasarse la vida entera expuesto al frío. Eso es lo que pretendía, encontrar un lugar bajo el sol… para mí, para Kate… y también para sí mismo. Y cuando creyó haberlo encontrado… el destino amenazó con arrebatárselo. Lo comprende usted, ¿verdad? ¿Comprende cómo ocurrió todo?
—Sí, lo comprendo —dije.
Nuestra amistad se hizo más profunda. Hablamos mucho acerca de Kate. Le dije que, en mi opinión, Kate se había sentido muy sola. Se había comportado mal para llamar la atención sobre sí misma. Pedía que se la tuviera en cuenta…, que se la quisiera…
—Sí —replicó Mirabel—. Yo estaba tan metida en mis propios asuntos… que la descuidé.
—Ella la admira a usted. Pero se sintió muy sola de pequeña, en aquella habitación. Se pasaba toda la noche asustada…, pensando que nadie la quería.
—Resulta muy difícil explicarle ciertas cosas a una niña.
—Se sentía aterrorizada cuando Tom Parry regresaba a casa. Ella necesitaba consuelo…, seguridad…
—Mi padre le proporcionó todo eso.
Admití que fue así.
—Y ahora lo ha perdido —añadí—. Debemos recordarlo. Debemos ser muy amables y cariñosos con ella.
—Gracias por todo lo que ha hecho usted —me dijo, expresando sus verdaderos sentimientos.
¿Qué había hecho yo? Había puesto la verdad al descubierto, y mis acciones eran las responsables de la situación actual.
Kate no hablaba conmigo de su abuelo. Me pregunté cuánto de lo sucedido habría comprendido. Seguimos con nuestras lecciones. Leíamos mucho. Ahora ya no desconfiaba de mí. Se había sosegado y no era más que una niña pequeña y triste.
Se leyó el testamento. Fue encontrado en la Biblia que sir Edward tenía siempre junto a la cama. Me pregunté cómo fue posible que a nadie se le ocurriera mirar allí antes. Todo fue tal y como habíamos supuesto. Había escrito una carta confesando su matrimonio anterior, y nombrando a Simon heredero. A Tristan lo dejó bien dotado, pero el título y la mansión tendrían que pasar a manos de Simon.
Lucas y yo nos veíamos con frecuencia en El Rey Marino. Me pregunté cómo había podido vivir sin él aquellos meses tan melancólicos.
Había cierta tensión entre nosotros. Fueron meses de espera. Sabíamos que algo tenía que suceder, y que no podía tardar mucho tiempo, de modo que esperábamos.
Dick Duvane estaba en Australia siguiéndole la pista. Pero ahora los abogados se habían hecho cargo del asunto. Querían encontrar a Simon Perrivale y llevarlo de regreso a Inglaterra para asignarle la propiedad. Pusieron anuncios en todos los periódicos de Australia; no dejaron de buscar en ningún lugar, por muy remoto que fuera; no se descartó ninguna posibilidad.
Empecé a preguntarme si alguna vez regresaría a casa. Cabía la posibilidad de que nunca hubiera llegado a Australia. Algo le podía haber pasado. Nanny Crockett estaba segura de que regresaría. Rezaba cada noche para que lo hiciera… y pronto.
Y entonces, unos seis meses después de que yo estuviera a punto de perder la vida en el bosquecillo, se recibieron noticias. Una carta de Dick Duvane. Había encontrado a Simon viviendo en una propiedad de las afueras de Melbourne. Anunciaba que Simon regresaba a casa.
Había una nota para mí.
Querida Rosetta:
Dick me ha contado todo lo que has hecho. Jamás lo olvidaré. Dick dice que Lucas ha intervenido también. Los dos habéis hecho mucho por mí. He pensado muy a menudo en vosotros y ahora regreso a casa. No tardaremos en estar todos juntos.
SIMON
Tristan y Mirabel acudieron a la estación para recibirle. Mirabel sugirió que los acompañara, pero yo no quería que nuestro primer encuentro se produjera en público. Supuse que habría varias personas en la estación para darle la bienvenida, pues era bien sabido que regresaba a casa.
Fui a mi habitación y esperé. Sabía que no tardaría en venir a verme y que, al igual que yo, desearía que nuestro encuentro tuviera lugar en privado.
Apareció en el umbral de la puerta. Había cambiado. Parecía más alto; estaba muy bronceado por el sol de las antípodas; sus ojos parecían mucho más azules.
Extendió las manos hacia mí.
—Rosetta —murmuró. Observó inquisitivamente mi expresión—. Gracias por todo lo que hiciste.
—Tuve que hacerlo, Simon.
—Pensé en ti todo el tiempo.
Hubo un silencio. Era como si existiese un freno entre nosotros. Le habían ocurrido tantas cosas a él…, a mí… Supuse que ambos habíamos cambiado.
—¿Estás… bien? —le pregunté.
Pareció una pregunta banal. Allí estaba, delante de mí, reluciente de buena salud. Ambos habíamos pasado por aventuras horrorosas, ¡y yo le preguntaba si estaba bien!
—Sí —me contestó—. ¿Y tú… también?
Hubo otra pausa prolongada. Después dijo:
—Han ocurrido tantas cosas… Tengo que hablar contigo de todo ello.
—Ahora que estás en casa… todo será muy diferente para ti.
—Hasta ahora no me parece muy real.
—Pues lo es, Simon. Ahora eres libre.
«Y yo también lo soy», pensé. Antes había estado prisionera dentro de los muros del harén, y cuando logré escapar me construí un muro a mi alrededor…, un harén que yo misma levanté. En esta ocasión, mi carcelero no era el gran pachá al que no había conocido, sino mi propia obsesión. No comprendí qué me sucedía porque solo era capaz de ver una cosa: un sueño que había construido, configurándolo para que encajara en mi fantasía… ciega ante la verdad.
—Y fuiste tú quien lo hiciste, Rosetta —dijo él.
—Me ayudó Nanny Crockett… y Lucas… y Felicity. Ellos ayudaron mucho, sobre todo Lucas.
—Pero fuiste tú…, tú fuiste la única. No lo olvidaré jamás.
—Es maravilloso saber que todo ha pasado, que ha salido bien… y que ahora estás aquí, libre.
Me dije que sí, que era maravilloso. Era como un sueño convertido en realidad. Había esperado mucho tiempo aquel encuentro, había soñado con él, había vivido en función de él, y ahora estaba allí. ¿Por qué entonces se veía matizado por una sensación de tristeza? Me sentía demasiado excitada y emocionada, claro. Era muy natural que así fuese.
—Hablaremos… más tarde —me dijo Simon—. Hay mucho que contar.
—Sí —le dije—. Hablaremos más tarde. Ahora todo parece demasiado. Y habrá personas esperando para verte. Todos quieren hablar contigo.
Él comprendió.
*****
Era cierto que había muchas personas esperando para verle. La historia había sido ampliamente publicada. Era el héroe del día. Aunque había transcurrido algún tiempo desde que se proclamara su inocencia, su regreso a Inglaterra volvió a despertar el interés por el caso. De modo que había mucha gente deseando hablar con él, felicitarlo, compadecerse con él por todos sus sufrimientos. Me alegré de que estuviera tan ocupado. Simon era diferente, claro. Ahora era sir Simon Perrivale y no el humilde marinero de cubierta que había tenido que huir como alguien que sobraba.
La primera noche cené en compañía de la familia.
—Pensamos que te gustaría estar tranquilo —le dijo Tristan a Simon—. A solas con la familia. Estoy seguro de que más tarde te lloverán las invitaciones, y es posible que te sea difícil rechazar algunas. Tendremos que invitar a mucha gente a que venga aquí…
—Eso pasará —dijo Simon—. Y con rapidez. Todo este alboroto no durará más de una semana.
Durante la cena se habló, sobre todo, de Australia. Simon se mostraba entusiasmado. Me di cuenta de ello. Había adquirido una pequeña propiedad.
—El terreno es bastante barato allí —dijo—. Me sentí entusiasmado por ello.
Me lo imaginé allí, trabajando, haciendo planes para una nueva vida…, pensando que nunca regresaría a casa. Pero supongo que incluso entonces debió de permanecer alerta, sin estar nunca seguro de que su pasado no fuera a perseguirlo.
Ahora era un hombre libre. No era nada insólito que se sintiera un poco extraño…, como yo misma me sentía. Para él, debía de ser una profunda experiencia emocional regresar a la casa a la que le habían llevado siendo un niño asustado…, la casa donde había experimentado el horror de haber sido acusado de asesinato.
Lucas acudió al día siguiente. Él también había cambiado. Me recordó mucho al hombre que había conocido en casa de Felicity y James. Le quedaba, desde luego, la cojera, pero ahora apenas era perceptible. Parecía haber recuperado su naturalidad y aquella actitud cínica ante la vida, tan suya.
—Tengo que agradecerte todo lo que hiciste por mí, Lucas —dijo Simon.
—Eso es un pequeño pago a cambio de una vida, y yo me habría despedido de la mía si no me hubieras izado a aquel bote y me hubieras cuidado cuando no fui más que una carga. En cualquier caso, lo que hice fue bajo las órdenes de Rosetta.
—No ha sido así, Lucas —protesté—. Estabas ávido por colaborar en todo.
—Gracias, Lucas —repitió Simon.
—Me vais a poner colorado —replicó Lucas—, así que olvidémoslo. Demasiada gratitud turba a quien la expresa y al que la recibe.
—A pesar de todo, existe, Lucas —comenté.
No se quedó mucho rato.
—¡El bueno y viejo de Lucas! —exclamó Simon después—. No ha cambiado mucho.
—No —dije, tratando de sonreír ampliamente.
Yo no dejaba de pensar en Lucas. Él me amaba de verdad. Me había ayudado a conseguir que Simon volviera, prácticamente me había entregado en brazos de Simon. Supongo que eso era verdadero amor.
*****
Transcurrieron algunos días. Había mucha gente entrando y saliendo de la mansión. Kate se mostraba sumisa. No hacía preguntas, pero me di cuenta de que nos observaba atentamente, a mí y a Simon.
La niña había cambiado mucho desde la muerte de su abuelo; le había querido tanto…, había admirado y cuidado tanto a aquel mayor que, según me aseguró en cierta ocasión, había sido el hombre más valiente del ejército, el héroe de todas las batallas… Tuvo que haber sido una conmoción terrible para ella. Sabía que Kate debía de conocer muchas cosas sobre él, aunque nunca hablaba al respecto. Creo que entonces confiaba en mí más que nunca, y miraba con ansiedad hacia el futuro.
Simon empezó a hablar conmigo con mayor libertad. Parecíamos un tanto recuperados de aquel freno que existiera entre nosotros durante nuestro reencuentro.
—Tristan está hecho para este lugar —dijo—. Él y Cosmo fueron educados para creer que algún día sería suyo. Yo, en cambio, nunca me sentí así. Creo que al pobre Tristan se le partiría el alma si tuviera que marcharse de aquí.
—¿No se podría quedar? Hay mucho que hacer.
—Pero él creyó que este lugar era suyo. Tiene un control completo sobre todo. Es una situación difícil. ¿Sabes?, creo que voy a regresar a Australia. Allí podría comprar una gran propiedad, tener a gente trabajando para mí. Me pregunto… ¿qué te parecería vivir allí?
Pensé: «Se acerca el momento. Al fin me lo va a pedir». Y a ese pensamiento le siguió inmediatamente otro: «¿Australia? Jamás volvería a ver a Lucas».
Él vio la expresión de mis ojos.
—Fue mi sueño todo el tiempo —me dijo—. Soñaba que, de algún modo, te haría llegar un mensaje pidiéndote que vinieras y te unieras a mí. Olvidamos que la gente cambia. Acostumbramos pensar que las personas continúan siendo las mismas… Yo siempre pensé en ti como eras en la isla y cuando te dejé ante las puertas de la embajada… Pero ahora eres diferente…
—Tú también eres diferente, Simon. La vida cambia a las personas. Me han ocurrido tantas cosas… Te han ocurrido tantas cosas…
—No podrías abandonar Inglaterra —dijo—. No podrías hacerlo ahora. Quizá, si en aquellos momentos nos hubiéramos marchado juntos, todo habría sido diferente. Pero lo que tú deseabas era regresar aquí. Tendrás que hacer lo que creas mejor para ti. Ninguno de los dos debemos cegarnos a consecuencia de nuestro pasado romántico y lleno de aventuras. Quizá ambos soñamos en un futuro, olvidando que la vida continúa… cambiándonos…, cambiando todo lo que nos rodea. Ya no somos las mismas personas que nos despedimos ante la embajada.
—En aquel entonces lo que más deseabas era poder volver a Inglaterra.
—¿Lo ves? —dijo él tras asentir con un gesto, y añadió con tristeza—: Tenemos que afrontar la verdad.
—Tú mismo la has explicado —dije—. Somos diferentes.
—Hemos pasado por momentos muy peligrosos, Rosetta. Ahora tenemos que asegurarnos de que seguimos el rumbo correcto. Para mí siempre serás una persona muy especial, y nunca te olvidaré.
—Yo tampoco a ti, Simon.
*****
Me sentí como si me hubieran quitado un gran peso de encima.
Me dirigí a caballo a Trecorn Manor. Lucas me oyó y salió a recibirme.
—Quería hablar contigo, Lucas —le dije—. Simon y yo nos hemos sincerado. Nos hemos comprendido perfectamente.
—Sí, claro —dijo Lucas.
—Simon quiere regresar a Australia.
—Oh, sí. Pensé que lo haría. Y tú te marchas con él, claro.
—No, Lucas, desde luego que no me voy con él. ¿Cómo podría dejarte?
Se volvió hacia mí y creo que nunca le había visto mirarme de aquel modo.
—¿Estás segura? —se limitó a preguntar.
—Estoy absolutamente segura de que es la única cosa que jamás haré.