La institutriz

No podía quedarme indefinidamente en Trecorn Manor, pero tampoco sentía el menor deseo de regresar a Londres. Había acudido a Trecorn Manor con la esperanza de descubrir algo que me ayudara a resolver el misterio; empezaba a comprender lo ridículamente optimista que había sido.

La muerte de Theresa alejó de mis pensamientos aquella otra tragedia, pero regresó poco a poco. A veces creía que si pudiera ir a Perrivale Court y conocer personalmente a alguno de los partícipes principales en el drama, progresaría algo. Había sido una estúpida al confiar en ello, solo por el hecho de hallarme cerca de aquella casa. Me sentía fuera de lugar y sola. Hubo momentos en que estuve a punto de confiárselo todo a Lucas. Él era inteligente y sutil, capaz de tener ideas. Pero, por otro lado, también podría tildar de tontería romántica la fe que yo había depositado en Simon. Si adoptaba ese punto de vista realista, me diría: «Se encontró a ese hombre con el arma en la mano, y después huyó y no quiso afrontar una investigación. Eso habla por sí mismo. El hecho de que demostrara tener muchos recursos y nos ayudara a salvar nuestras vidas no quiere decir que sea inocente».

No, no debía confiar en Lucas, pero ¡cómo anhelaba confiar en alguien! Alguien capaz de trabajar conmigo, de unirse a mí en mis esfuerzos por llevar adelante la investigación, alguien que creyera en la inocencia de Simon.

No había la menor posibilidad. Debía regresar a casa. Ya habían transcurrido dos semanas desde la partida de Felicity y James, y en un principio yo solo pretendía quedarme una semana más.

Al pensar en la perspectiva de regresar a Bloomsbury, bajo el dominio de tía Maud, me sentí verdaderamente deprimida, incapaz de afrontarlo. Además, debía considerar mi futuro. Mi fantástica aventura había significado una especie de puente entre mi niñez y mi vida adulta.

Me sentía perdida y sola. Si al menos pudiera demostrar la inocencia de Simon, me decía una y otra vez. Si él regresara y pudiéramos estar juntos.

Habíamos establecido entre ambos un lazo que parecía indestructible. Lucas había compartido aquella aventura con nosotros, pero él no se vio tan implicado. Por muy cerca que estuviera durante aquellos días, no compartió el secreto y eso le dejó aparte. Era muy perceptivo, y a menudo me preguntaba si no habría sospechado algo.

¡Cuántas veces al día estuve a punto de comunicarle mis verdaderos sentimientos, de contárselo todo!

Él me habría ayudado mucho a solucionar el misterio. Pero ¿me atrevería a contárselo?

No dejaba de reflexionar, pero a medida que pasaban los días me di cuenta de que no podía seguir así. Tenía que tomar una decisión, tarde o temprano. ¿Debía abandonar una investigación que parecía inútil? ¿Debía regresar a Bloomsbury y ponerme en las capaces manos de tía Maud?

Uno de mis grandes consuelos fue hablar con Nanny Crockett. Ella era el más fuerte eslabón que me unía con Simon. Le amaba tanto como yo; sí, ahora ya lo admitía; y esto establecía un lazo muy fuerte entre nosotras.

Era una mujer a la que le gustaba hablar, y el asesinato de Bindon Boys era para ella un tema tan absorbente como para mí. En realidad, Nanny abordaba el tema sin necesidad de estímulo alguno. Y así, poco a poco fueron surgiendo algunos datos que adquirieron una importancia vital para mí.

Incluso sabía cosas sobre el hogar de los Perrivale en aquella época.

—Yo iba de vez en cuando por allí —me dijo—. Eso fue antes de que todo estallara. Cuando los niños empezaron a ir a la escuela acepté un puesto de trabajo en Upbridge, de modo que no me alejé mucho. Me hice cargo de una pequeña llamada Grace de la que, con el tiempo, llegué a sentirme muy orgullosa. Ella me ayudó a compensar un poco la pérdida de mi niño preferido. Bueno, no es que lo hubiera perdido del todo, no. Simon no era de los que hubieran permitido eso. Venía a verme y en ocasiones yo iba a Perrivale y tomaba allí una taza de té con el ama de llaves, la señora Ford, que era amiga mía, y con la que siempre me había entendido bien. Ella dirigía las cosas en aquella casa, y aún lo sigue haciendo. Hasta el mayordomo estaba bajo sus órdenes. Es una persona que sabe mantener las cosas en orden, aunque tiene buen corazón. Y creo que eso es lo que debería hacer una buena ama de llaves. Eso no quiere decir que le permitiera interferir en la habitación de los niños, aunque jamás lo intentó, y por eso siempre fuimos buenas amigas, o casi siempre. De modo que iba por allí de vez en cuando a tomar una taza de té y a enterarme de cómo iban las cosas.

—Así pues, usted solo dejó de verlos cuando vino a trabajar aquí.

—Oh, sigo yendo de vez en cuando. Si Jack Carter tiene que llevar una carga de algo y pasar por Upbridge, viene a verme y me lleva. Me deja en la mansión y vuelve a recogerme cuando ha terminado sus asuntos. Es una bonita excursión y me permite mantenerme en contacto con los que viven en Perrivale.

—¡De modo que todavía va a Perrivale Court!

—Bueno, hace uno o dos meses que no voy por allí. Y cuando sucedió todo aquello no fui durante una larga temporada. De alguna forma, no me pareció que fuera correcto. Estaba la policía y todo el mundo andaba cuchicheando… Ya sabe lo que quiero decir.

—¿Cuándo fue usted por última vez?

—Creo que hará unos tres meses. Aquello ya no parece lo mismo… desde que Simon se marchó.

—De eso hace más tiempo.

—Sí…, hace más tiempo. Cuando se ha cometido un asesinato en un lugar, parece que todo cambia.

—Hábleme de la casa. Me gustaría saber detalles.

—Usted es como los demás, señorita. No puede resistir la tentación de enterarse de lo ocurrido, cuando se trata de un asesinato.

—En este caso se trata de un hecho muy misterioso, ¿no? Y usted no cree que Simon lo cometiera.

—No, no lo creo, y daría cualquier cosa por demostrarlo.

—Quizá la respuesta se encuentre en algún lugar de aquella mansión.

—¿Qué quiere decir?

—Alguien mató a Cosmo, y quizá alguien de la casa sepa quién lo hizo.

—Desde luego, alguien, en alguna parte, conoce toda la verdad.

—Hábleme de la casa.

—Bueno, allí estaba sir Edward.

—Ahora ya ha muerto.

—Sí. Murió más o menos en la época en que se cometió el asesinato. Ya estaba muy enfermo, y no tenía muchas esperanzas de vida.

—¿Y la vieja lady Perrivale?

—Era una arpía, una de esas norteñas, diferente de nosotros. Estaba acostumbrada a vivir a su aire, y sir Edward se lo permitía, excepto cuando pretendía llevar a algún joven a casa. A ella, claro, no le gustaba que le dieran órdenes, pero de todos modos él dijo que así sería, y así fue. Ella nunca olvidaba que Perrivale se había salvado gracias a su dinero. La señora Ford dijo que las carcomas y los bichos se habrían ocupado del lugar, y con bastante rapidez, de no haber sido porque aquella mujer apareció justo a tiempo en la familia. Y tenía a sus hijos, Cosmo y Tristan. Se sentía orgullosa de ellos. Y entonces llegó Simon. Creo que habría sido mejor para el pequeño que los alborotos se hubieran planteado con toda claridad, y no se le tratara con tanto desprecio. No solo se trataba de lady Perrivale, sino también de la servidumbre. Yo no permitía nada de eso en la habitación de los niños…, como ya le dije antes.

—Me gusta escucharlo y creo que cada vez surge algún detalle más.

—Bueno, en cualquier caso, la vida en Perrivale Court no era muy feliz. Las cosas no funcionaban bien entre sir Edward y su esposa. Él siempre se comportó como un caballero, siempre la trató como la señora de la casa, pero ella era una mujer que seguía su propio camino con cualquier hombre. En cuanto a sir Edward, su situación resultaba curiosa. Era el dueño de todo, pero el lugar se había salvado gracias al dinero de su esposa, quien se ocupaba de que nadie lo olvidara. Por otro lado, sir Edward era muy estricto. En cuanto alguna de las chicas era descubierta en una situación comprometida con alguno de los hombres, las campanas tañían a boda antes de que apareciera la menor señal de posibles problemas. En el salón se rezaba todas las mañanas, y todo el mundo tenía que asistir.

Permanecimos en silencio durante un rato. Ella sonrió con aire ausente al rememorar el pasado.

—Llegó el momento en que los chicos fueron enviados a la escuela y ya no se necesitaron los servicios de Nanny Crockett. Pero entonces conseguí un trabajo en Upbridge…, casi podría decirse que a un tiro de piedra, así que no me sentí muy separada. Grace era una niña muy linda. Sus padres eran los Burrows…, muy respetados en Upbridge. Su padre era el doctor Burrows y ella era hija única. Estuve con ella hasta que la enviaron a la escuela. Ella solía decirme: «Serás la niñera de mis bebés, ¿verdad, Nanny Crockett?, cuando yo tenga bebés». Yo le contestaba que las niñeras se hacen viejas, como cualquier persona, y que llega un momento en que tienen que pensar en sí mismas como solían hacerlo con respecto a los pequeños que cuidaban. Siempre resulta triste despedirse. Una se siente comprometida con ellos. Es como si fueran hijos propios mientras está una con ellos. Así son las cosas.

—Sí, lo sé. La separación es muy triste.

—Yo he tenido suerte con mi preferido. Simon solía venir a verme, y de vez en cuando yo iba allí y tomaba una taza de té con la señora Ford.

—Y después de haberse hecho cargo de Grace Burrows, ¿vino usted aquí?

Ella asintió y prosiguió:

—Todo ocurrió el último año que estuve con los Burrows.

—¿De modo que estaba usted bastante cerca cuando sucedió? —pregunté, percibiendo en mi tono de voz una nota de excitación.

—Vi una o dos veces a aquella mujer.

—¿A quién?

—A la viuda.

—¿Qué pensaba usted de ella?

Permaneció un rato en silencio y finalmente contestó:

—Cuando está presente una mujer como esa suelen suceder cosas. Tienen algo peligroso. Algunos dijeron que era una bruja. Ya sabe que por estos parajes se habla de esas cosas. Les gusta creer que la gente va volando por ahí, montada en escobas, haciendo el mal. Pero lo cierto es que el mal se abatió sobre Perrivale después de que ella apareciera.

—¿Cree usted que ella estuvo implicada?

—La mayoría de la gente así lo cree. Por aquí no se ven muchas mujeres como ella. Tenía un aspecto muy diferente a lo habitual. Un abundante cabello rojo, y ojos verdes que, de algún modo, no se corresponden con el color del pelo. Bueno, el caso es que esa viuda apareció entre nosotros trayendo consigo a su pequeña hija Kate…, casi tan extraña como su madre. El padre, en cambio, era diferente. A todo el mundo le gustaba el mayor. Se mostraba alegre con todos y era un caballero muy amable, muy diferente a su hija.

—Hábleme de la niña. Sabe usted mucho de niños. ¿Qué pensaba de ella?

—Al que mejor conozco es a mi preferido…, conozco todas sus pequeñas costumbres y hábitos como si los estuviera leyendo en un libro abierto. Pero en cuanto a esa niña…, bueno, nunca tuve mucho que ver con ella, ni lo habría querido. Creo que será igual que su madre. Según creo se llama Kate. Un bonito nombre, pero algo vulgar y diferente al de su madre: Mirabel. ¿Qué clase de nombre es ese?

—Parece que es el suyo. El mío es Rosetta. Es probable que a usted le parezca extraño.

—Oh, no, es bonito. Es, en realidad, una rosa pequeña, ¿y qué hay más hermoso que las rosas?

—Dígame lo que descubrió sobre Mirabel y Kate.

—Solo que forman una pareja muy peculiar. Ambas llegaron en compañía del padre de Mirabel, el mayor, y ocuparon la casa de campo Seashell. Pronto quedó claro que la joven viuda andaba a la caza y captura de un apuesto esposo rico, de modo que centró su interés en los Perrivale. La gente decía que podría haberse llevado a cualquiera de los tres, pero ella se fijó en Cosmo. Era el mayor. El heredaría la propiedad y el título…, así que tenía que ser Cosmo.

—Y en cuanto a la familia, ¿se mostró de acuerdo con esta mujer surgida de no se sabía dónde? Teniendo en cuenta los gustos convencionales de sir Edward, supongo que planteó objeciones.

—Oh, sir Edward estaba demasiado ausente, y en cuanto a lady Perrivale, se sintió tan encantada con Mirabel como todos los demás. Según dijeron, el mayor había sido un antiguo amigo suyo, que se había casado con una amiga de la escuela y Mirabel era el resultado de dicho matrimonio. Fue ella quien quiso que se instalaran en Cornualles. No sé qué hay de verdad en todo ello, pero eso es al menos lo que dice la historia. El mayor siempre estaba de visita en Perrivale. Oh, ella estaba muy entusiasmada con él. El mayor era la clase de hombre que se llevaba bien con todo el mundo. Desde luego, lady Perrivale estaba a favor del matrimonio de Mirabel. —Y entonces… ocurrió.

—Todos creyeron que Simon también se sentía atraído por ella, y que ese era el verdadero motivo del asesinato.

—Él no lo hizo, Nanny —aseguré muy seria—. ¿Por qué iba a hacerlo? No creo que estuviera enamorado de esa mujer.

—No —dijo—. Tenía demasiado sentido común. Además, la muerte de Cosmo no significaba necesariamente que ella cayera en sus brazos. No…, no es esa la respuesta. Cómo desearía conocer la respuesta.

—Usted cree en la inocencia de Simon, ¿verdad, Nanny? Quiero decir, si cree en ella de un modo absoluto.

—Desde luego. Y conozco a ese chico mejor que nadie.

—¿Acaso hay alguno de nosotros que conozca realmente a los demás?

—Yo conozco a mis niños —aseguró con altivez.

—Si pudiera ayudarlo, ¿lo haría, Nanny?

—Con todo mi corazón.

Y entonces se lo conté todo. Le narré toda la historia, empezando por nuestro primer encuentro en la cubierta del barco, hasta que nos separamos a las puertas de la embajada inglesa en Constantinopla.

Nanny estaba atónita.

—¿Y ha estado usted aquí durante todo este tiempo sin decirme una sola palabra?

—No podía estar completamente segura de usted. Tenía que proteger a Simon, ¿me comprende?

Ella asintió con un gesto lento. Luego, se acercó y me sujetó por la mano.

—Nanny —le dije con un solemne tono de voz—. Deseo solventar este asunto más que ninguna otra cosa. Quiero descubrir la verdad.

—Eso es también lo que yo quiero —afirmó.

—Usted sabe muchas cosas sobre ellos, y, además, tiene acceso a la casa. —Asintió y entonces, con una repentina oleada de esperanza, añadí—: Usted y yo vamos a trabajar juntas. Demostraremos, entre las dos, la inocencia de Simon. —Los ojos le brillaban. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan feliz—. Lo conseguiremos… juntas.

*****

¡Qué gran cambio significó compartir mi secreto con Nanny Crockett! Hablábamos continuamente, repasando una y otra vez los mismos detalles, pero fue sorprendente ver cómo, al hacerlo así, surgían las ideas. Estábamos convencidas de que en la casa había alguien que sabía quién había matado a Cosmo Perrivale, y compartíamos el ardiente deseo de encontrar la verdad para demostrar la inocencia de Simon.

Pocos días después de haber confiado por completo en Nanny, Jack Carter dejó un mensaje diciendo que iba a llevar una carga a Upbridge, y que si Nanny Crockett quería que la llevara estaría encantado de hacerlo, pues sabía lo mucho que le gustaba dar aquel paseo.

Aquello fue como una respuesta a nuestras plegarias. Nanny dijo que, si yo me ocupaba de los niños, iría; parecía hallarse en un estado de gran excitación.

Fue un día muy largo. No vi a Lucas, ya que pasé la mayor parte del tiempo con los niños. Jugué con ellos, les leí cuentos y les conté historias. Estaban muy contentos, pero yo contaba los minutos que faltaban para el regreso de Nanny, aunque no sabía qué esperaba que descubriera en tan corto lapso de tiempo.

Regresó con excitación contenida, pero no quiso decirme nada hasta que los niños tomaron su sopa de leche, el pan y la mantequilla y se acostaron en sus camas.

Después nos sentamos para tener nuestra pequeña conversación.

—Bien, fue una verdadera bendición haber ido —empezó—. Parece que la señora se encuentra en un estado espantoso.

—¿Se refiere usted a lady Perrivale?

—Me refiero a la pequeña lady Perrivale.

Entrelazó las manos sobre el regazo y me observó con expresión de satisfacción y, como suele suceder con aquellas personas portadoras de noticias excitantes, retrasó el momento de comunicármelas, como si saboreara el placer que iba a proporcionarme.

—Sí, sí, Nanny —la urgí con impaciencia.

—No es nada insólito en aquella casa. Son cosas que suceden con regularidad, pero están desesperados. Se trata de la pequeña Kate.

—Dígame lo que ha hecho, Nanny, y qué tiene que ver con nosotras.

Se arrellanó en la silla y sonrió con expresión de connivencia, lo que me resultó mucho más irritante porque seguía sin saber qué había sucedido.

—Bueno —prosiguió—, la situación es la siguiente. La institutriz que trabaja allí se ha despedido. Es algo que suele suceder con las institutrices, sobre todo en esta zona. Ninguna soporta a la pequeña Kate durante más de una semana. Pero eso hace que toda la casa quede alborotada. Realmente, esa tal Kate debe de ser una especie de demonio. La señora Ford me ha dicho que están todos rezando por encontrar una institutriz capaz de darle a Kate la educación que debería tener…, y no me importaría decir que también la necesitan para evitar que la niña se cruce en el camino de los mayores. Y como no pueden conseguirla, se sienten desesperados, y la pequeña Kate no deja de reírse porque lo último que ella desea en aquella casa es la presencia de una institutriz. Solo Dios sabe cuántas habrán pasado ya por allí, y ninguna se ha quedado. La señora Ford cree que pronto será demasiado tarde y que los mayores se darán por vencidos. Esa Kate es una pequeña diablesa. Siempre quiere hacer lo que se le antoje. La señora Ford dice que como no consigan a alguien capaz de controlarla, las institutrices no serán las únicas en abandonar la mansión. Bueno, así están las cosas en Perrivale. —Me miró fijamente y prosiguió—: Entonces le dije a la señora Ford: «Me pregunto…». Ella me miró intensamente y dijo: «¿Qué te estás preguntando, Nanny?». «Bueno, no sé si estoy hablando demasiado…, pero se me acaba de ocurrir una idea».

—Sí, Nanny, continúa —le dije, con la respiración entrecortada.

—Pues le dije a la señora Ford: «No sé…, es posible que hable sin tener que hacerlo, de modo que no confíe mucho, pero en la casa donde trabajo hay una mujer joven…, muy bien educada. Ha estado en las mejores escuelas y todo eso… El caso es que el otro día me comentó que le gustaría hacer algo. No es que necesite encontrar un trabajo, nada de eso. Pero lo cierto es que se siente un poco inquieta sin hacer nada. Se porta muy bien con los dos niños que cuido, le gusta enseñarles cosas. Bueno…, no sé… Solo es una idea que se me acaba de ocurrir». Tendría que haber visto usted el rostro de la señora Ford. Creo que me darían una medalla si pudiera encontrarles una institutriz.

—Nanny, ¿qué está sugiriendo?

—Bueno, siempre hemos dicho que si usted pudiera introducirse en esa casa… Hemos dicho muchas veces que el secreto tiene que estar muy bien guardado en alguna parte de esa mansión. Y no hay forma de descubrirlo desde fuera.

A medida que iba comprendiendo la oportunidad que se me presentaba, me sentí enormemente excitada.

—¿Cree usted que me aceptarán?

—Saltarán sobre usted. Tendría que haber visto el rostro de la señora Ford. No dejaba de decirme: «¿Se lo preguntarás? ¿Crees que querrá venir?». Yo me mostré muy precavida.

Quería hacerles pensar que usted necesitaría que la convencieran. Le dije: «Lo único que puedo hacer es mencionárselo. No puedo comprometerme a nada… No estoy muy segura de que acepte». Pero ella no dejaba de insistir. Quería aprovechar la oportunidad.

—No poseo ninguna experiencia de ese tipo. ¿Cómo voy a saber si seré capaz de hacerlo?

—Por la forma en que se las arregla usted con los gemelos.

—Ellos no son niños difíciles de nueve años.

—Eso es cierto. Pero cuando la señora Ford me lo comentó, creí que la situación nos venía como anillo al dedo.

—Así parece. No he dejado de anhelar que se me presentara una oportunidad.

—Pues aquí la tiene.

—¿Qué más dijo la señora Ford?

—Se preguntó cuánto tiempo se quedaría…, si es que aceptaba usted. No comprende que alguien quiera ser la institutriz de la señorita Kate, y mucho menos si no necesita trabajar. Yo no le dije que había una razón especial, claro. Entonces, dejó de hablar de ese modo, temiendo que yo no ayudara, y me dijo: «Bueno, quizá la señorita Cranleigh logre manejarla…, quizá todo se deba a que las otras institutrices no han sido buenas», y siguió diciendo cosas por el estilo. Se mostró muy ansiosa de que yo se lo pidiera a usted. Alcanzaría una alta estima a los ojos de la señora si lograra encontrar una institutriz capaz de quedarse algún tiempo. Le dije que no confiara mucho, pero que, de todos modos, hablaría con usted.

Me sentí tan asombrada por la sugerencia que al principio me resultó difícil comprender todas sus implicaciones. Trataba de conservar la serenidad. Iba a meterme en una casa extraña, como una especie de sirviente de alto rango. ¿Qué pensaría mi padre? ¿Y tía Maud? Jamás me lo permitirían. Además, ¿cuál sería mi actitud con una niña que tenía la mala reputación de haberle hecho la vida insoportable a todas las que pasaron por el mismo puesto?

Y, sin embargo, apenas unas horas antes había rezado rogando que se me presentara una oportunidad. Comprendía con toda claridad que jamás descubriría la verdad oculta tras el asesinato de Cosmo Perrivale, a menos que lograra introducirme en aquella casa, a menos que pudiera enterarme de algo acerca de sus habitantes.

A pesar de mis dudas, en lo más profundo de mí sabía que aceptaría aquella oportunidad que parecía caída del cielo.

Nanny Crockett me observaba con intensidad; una leve sonrisa se extendió sobre su rostro.

*****

Sabía que yo iría a Perrivale Court.

Pronto quedó muy claro que sería muy bien recibida en Perrivale Court. Lady Perrivale debía de sentirse desesperada por conseguir una institutriz para su hija, y recibió con entusiasmo la sugerencia de que yo podía aceptar el puesto.

Lady Perrivale envió un carruaje a Trecorn Manor para que me llevara a Perrivale Court, con el propósito de hablar lo antes posible sobre la cuestión.

Me sentí aliviada por el hecho de que Lucas no estuviera cerca cuando me marché, aunque me sentía muy excitada ante la perspectiva de seguir avanzando en la tarea que me había impuesto.

Le hice jurar a Nanny Crockett que no diría nada al respecto, pues no quería que Lucas se enterara hasta que todo estuviera definitivamente acordado. Sabía que él se asombraría tanto que me haría preguntas embarazosas y, desde luego, intentaría disuadirme, ya que, al no conocer mis motivaciones, le sería difícil comprender por qué aceptaba aquel trabajo.

A estas alturas ya había dejado de asombrarme ante los extraños giros del destino, y que ahora me permitían aprovechar esta oportunidad. Durante el pasado más reciente me habían sucedido tantas cosas extrañas que estaba preparada para todo. Supongo que cuando se abandona un estilo de vida convencional, se debe estar preparada para lo inesperado y lo insólito. Así pues, allí estaba yo, transportada en un espléndido carruaje tirado por dos nobles caballos, uno negro y otro blanco, y conducido por un cochero que llevaba la suntuosa librea de los Perrivale.

Llegamos a Perrivale Court. Contemplé el mar, en la distancia. Era un día ligeramente azul y apacible y la temperatura era benigna. Cada vez que me encontraba con el mar siempre visualizaba en mi mente la embravecida tempestad que había jugado con mi vida y con las de muchos otros. Jamás volvería a confiar en el mar. Ahora, si iba a vivir en Perrivale Court, tendría que verlo todos los días. Y eso me recordaría lo ocurrido.

¿Si iba a vivir en Perrivale? Tendría que hacerlo. Cada vez estaba más convencida de lo imperativo que era obtener aquel puesto de trabajo.

El lugar parecía envuelto en una atmósfera en la que el tiempo se hubiera detenido. Los grises muros de piedra, maltratados por los vientos de tantos siglos, le daban el aspecto de una fortaleza, con sus almenas y puestos de vigilancia. Lucas había comentado que lo habían restaurado tantas veces que ya no quedaba nada de su identidad original. Es posible que fuera así, y me resultó difícil analizar mis sentimientos al pasar bajo la gran puerta de entrada y penetrar en el patio, donde el carruaje se detuvo.

Una puerta se abrió enseguida y en ella apareció una mujer. Era de edad ya madura, acercándose a la vejez, y el instinto me dijo que se trataba de la señora Ford.

Había acudido para darle personalmente la bienvenida a su protégée, y me mostró con toda claridad lo contenta que estaba por el hecho de que yo hubiera acudido.

—Entre, señorita Cranleigh —me dijo—. Soy la señora Ford. A lady Perrivale le gustará verla enseguida. Me alegro mucho de que haya venido.

Fue un saludo efusivo, y no correspondía al que habría esperado una institutriz; pero cuando recordé la razón que lo explicaba me sentí menos eufórica.

—Nanny Crockett me lo ha contado todo sobre usted —dijo la señora Ford.

«Espero que no todo», pensé. Me imaginé los encendidos elogios que Nanny habría hecho de mí, y estuve segura de que me había adscrito cualidades que no poseía.

—La acompañaré a ver a la señora —me dijo—. ¿Quiere usted seguirme?

Nos encontrábamos en un gran salón de techo alto, cuyas paredes estaban adornadas con armas, y en una de las cuales había una enorme chimenea con asientos a cada lado. El suelo era de baldosas y nuestros pasos resonaron sobre él y al subir la escalera. Era el típico salón de una gran mansión, con la única diferencia de que en uno de sus extremos había ventanas con vidrieras de colores, que dejaban pasar una intensa luz roja y azul, del matiz del rubí y el zafiro, que se reflejaba sobre el suelo de baldosas. Había una armadura completa, de pie, situada estratégicamente a un lado de la escalera, como un centinela. Parecía tener vida propia y no pude evitar mirarla con inquietud mientras seguía a la señora Ford escalera arriba.

Caminamos a lo largo del pasillo hasta una puerta a la que la señora Ford llamó con suavidad.

—Entre —dijo una voz.

La señora Ford abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarme pasar.

—La señorita Cranleigh, milady —anunció.

Y allí estaba ella, sentada en un sillón que más bien parecía un trono, cubierto con un terciopelo oscuro. Observé que en el cuello llevaba un collar en forma de serpiente. Llevaba el espléndido cabello peinado a lo alto, y los ojos verdes aparecían iluminados por una expresión de placer.

—Señorita Cranleigh —dijo—. Entre, por favor. Gracias, señora Ford. Siéntese aquí, señorita Cranleigh, para sostener una pequeña charla.

Se mostró muy afable conmigo. Era evidente su avidez porque aceptara el puesto. Debía de estar desesperada, pensé, y me estremecí al imaginarme a continuación cómo sería aquella niña.

—La señora Ford me ha dicho que desea usted venir aquí para enseñar a mi hija.

—Se me ha sugerido que necesitaba usted una institutriz —repliqué.

—La última institutriz de Kate tuvo que marcharse con cierta rapidez y, naturalmente, no quiero que sus estudios queden interrumpidos durante mucho tiempo.

—No, claro que no. Pero debo decirle que hasta ahora nunca he enseñado.

—Bueno, todos tenemos que empezar en alguna parte.

—Tengo entendido que su hija tiene ocho años…, ¿o son nueve?

—Acaba de cumplir nueve años.

—No tardará en necesitar una instrucción avanzada. ¿Tiene usted la intención de enviarla a la escuela en un próximo futuro?

Observé una expresión de consternación en sus ojos verdes. ¿Se imaginó acaso a su hija expulsada de una escuela tras otra?

—Todavía no tenemos planes al respecto.

Debía de referirse con ello a Tristan, el padrastro de la niña. Las imágenes acudieron atropelladamente a mi mente. Le vi llegando a la granja abandonada, encontrando a su hermano muerto y a Simon allí de pie, con el arma en la mano. Tuve que hacer un esfuerzo para no seguir imaginándome historias. Aquella casa estaría llena de cosas que estimularían mis recuerdos. Pero eso era lo que yo deseaba. Aquellas personas que no habían sido más que simples nombres se iban a convertir ahora en seres de carne y hueso, y yo tenía que valorar el papel que habían representado en el drama si es que quería descubrir la verdad.

—La señora Ford me ha dicho que es usted muy buena en el trato con los niños —dijo.

—Probablemente se habrá referido a los niños de Trecorn Manor. Solo tienen cinco años.

—Oh, sí… Trecorn Manor. Tengo entendido que está usted allí de visita. Nosotras ya nos hemos visto antes, ¿verdad? Delante de aquel rebaño. ¡Qué mal tuvo que haberlo pasado el señor Lorimer! Me refiero a aquel desgraciado naufragio.

—Sí —dije—. Yo también naufragué.

—¡Qué experiencia tan terrible! Me he enterado de ello a través de la señora Ford. Pero afortunadamente ha sobrevivido, y en mejores condiciones que el señor Lorimer.

—En efecto, he sido muy afortunada.

Permaneció en silencio unos segundos, con una expresión que indicaba simpatía. Después dijo alegremente:

—Nos agradaría mucho tenerla entre nosotros. A Kate le sentaría muy bien tener a una… dama que la enseñara. La señora Ford me aseguró que ha tenido usted una educación excelente.

—No hubo nada de extraordinario en ella…

Aquello se estaba convirtiendo en una entrevista de lo más insólita. Yo no dejaba de ofrecerle detalles para que no me empleara, y ella parecía decidida a emplearme a toda costa.

—Las habitaciones de la niña son muy agradables. Los niños de la familia han sido criados en ellas a lo largo de muchos años. Eso representa cierta diferencia…

Yo intentaba apartar de mi mente las imágenes de aquel pequeño niño asustado que acababa de ser conducido a las habitaciones por un decidido sir Edward, para caer, gracias a un golpe de buena suerte, en las cariñosas manos de Nanny Crockett.

—Quizá debería conocer a su hija —dije, dándome cuenta de la inquietud que tales palabras produjeron en ella.

Era lo último que habría deseado, y en sus ojos verdes apareció una expresión de consternación. Al parecer, pensaba que en cuanto viera al pequeño monstruo sería suficiente para rechazar su oferta. Casi sentí lástima por ella. Estaba tan ansiosa por encontrar una institutriz para su hija…, cualquier institutriz.

Ninguna candidata a institutriz se habría hallado jamás en la posición en que me encontraba. Me divirtió percibir el poder de que disponía. La decisión dependería exclusivamente de mí. Sabía que no iba a disfrutar con mi trabajo, pero al menos no tendría que humillarme ante quien me lo proporcionaba. Sabía que solo acudía a aquella casa para ayudar a Simon, y estaba convencida de que allí descubriría algunos de sus secretos, lo que, con un poco de suerte, me permitiría conocer la verdad.

—Es posible que no esté en su habitación —me dijo.

—Creo que deberíamos conocernos antes de tomar una decisión —dije con firmeza y, de algún modo, me las arreglé para dar a entender que se trataba de un ultimátum.

De mala gana, se levantó, se acercó al cordón de llamada y poco después apareció una doncella.

—¿Quiere traer a la señorita Kate? —le pidió.

—Sí, milady.

Lady Perrivale parecía tan nerviosa que me pregunté qué estaría a punto de descubrir. «Si es una niña tan imposible —pensé—, habré tenido al menos una oportunidad de echar un vistazo, y si es realmente mala, siempre podré hacer como las otras institutrices: despedirme».

Cuando llegó la niña quedé sorprendida agradablemente, pero eso quizá se debió a que esperaba algo mucho peor.

Se parecía mucho a su madre. El cabello era un poco menos brillante, y los ojos algo menos verdes. Mostraban un atisbo de azul, quizá porque llevaba un vestido de ese color. Las pestañas y las cejas eran de un color arenoso, y la belleza de su madre se debía en buena medida a sus cejas negras y sus grandes pestañas. Pero era evidente que aquella niña era hija de su madre.

—Kate, querida —dijo lady Perrivale—. Te presento a la señorita Cranleigh. Si tienes suerte, es posible que sea tu próxima institutriz.

La niña me observó, como valorándome.

—No me gustan las institutrices —dijo—. Quiero ir a la escuela.

—Eso no es muy amable, ¿no te parece? —preguntó lady Perrivale con suavidad.

—No —admitió su hija.

—¿Y no te parece que deberíamos ser más amables?

—Quizá debas serlo tú, mamá, pero yo no quiero serlo.

Me eché a reír y dije con toda franqueza:

—Ya veo que tienes muchas cosas que aprender.

—Nunca aprendo a menos que quiera.

—Eso no es muy inteligente, ¿no crees?

—¿Por qué no?

—Porque entonces seguirás siendo una ignorante.

—Si quiero ser una ignorante, lo seré.

—Eso depende de ti, claro está —repliqué con suavidad—, pero jamás le he oído decir a una persona inteligente que quiera ser ignorante.

Miré a lady Perrivale y observé en ella el temor de que rechazara hacerme cargo de su hija.

—En realidad, Kate —intervino ella—, la señorita Cranleigh ha hecho un largo viaje desde Trecorn Manor solo para conocerte.

—Lo sé. Y no ha hecho «un largo viaje». No está tan lejos.

—Tienes que asegurarle que intentarás ser una buena alumna. En caso contrario, es posible que decida no quedarse.

Kate se encogió de hombros.

Me sorprendió casi sentir pena por lady Perrivale. Me pregunté por qué razón permitía que una niña se comportara así, precisamente ella, que parecía la clase de persona capaz de imponer su voluntad.

Me imaginé que la niña sentía cierto antagonismo con respecto a su madre, y que en el fondo de su comportamiento existía un deseo de enojarla. Y me pregunté por qué.

—Si voy a venir a enseñarte, Kate, creo que deberíamos conocernos un poco. Quizá debas enseñarme la habitación de estudio.

Kate se volvió para mirarme. Me di cuenta de que le estaba resultando muy diferente a las demás institutrices a las que estaba acostumbrada. Me imaginé a todas aquellas pobres mujeres necesitadas, con una ávida desesperación por conseguir el puesto, y temiendo hacer algo que pudiera hacérselo perder.

—Si cree usted… —empezó a decir lady Perrivale, incómoda.

—Sí —la interrumpió Kate—, le enseñaré la habitación de estudio.

—Eso está bien —dije.

Lady Perrivale se incorporó, como dispuesta a acompañarnos. Me volví hacia ella.

—¿Permitirá que Kate y yo nos conozcamos un poco… a solas? —sugerí—. De ese modo sabremos mucho mejor si nos entendemos.

No estoy muy segura de qué fue mayor, si su alivio o su consternación. Por un lado se alegraba de dar por terminada la entrevista, pero por el otro temía lo que pudiera suceder cuando me encontrara a solas con Kate.

La niña me condujo escalera arriba, subiendo los escalones de dos en dos.

—Está muy arriba —me dijo por encima del hombro.

—Suele pasar con las habitaciones destinadas al estudio.

—La señorita Evans resoplaba y jadeaba cada vez que tenía que subir la escalera.

—La señorita Evans, ¿fue acaso la infortunada dama que intentó enseñarte antes? —pregunté.

La niña se echó a reír con sorna. ¡Pobre señorita Evans!, pensé. Verse a merced de tal criatura.

—No es un lugar muy bonito allá arriba —siguió diciendo Kate—. Hay fantasmas. ¿Tiene usted miedo de los fantasmas?

—Nunca he conocido a ninguno, de modo que resulta difícil contestar esa pregunta.

—Espere y verá —dijo sin dejar de reír—. Pueden dar mucho miedo. En las casas viejas como esta siempre hay fantasmas. Salen por la noche, cuando una está durmiendo…, sobre todo cuando alguien no les gusta, y a ellos nunca les gustan los extraños.

—Oh, ¿de veras? Yo más bien creía que preferirían regresar para ver a los miembros de la familia.

—No sabe usted nada sobre fantasmas.

—¿Y tú sí?

—Pues claro. Sé que hacen cosas horribles…, como tintinear las cadenas y asustar a la gente por la noche.

—Quizá hayas escuchado demasiados chismes.

—Espere y verá —dijo ominosamente, casi traicionando los planes que abrigaba—. Si se queda usted, quedará aterrorizada hasta las entrañas. Se lo prometo.

—Gracias por la promesa. ¿De modo que es aquí?

—Esta habitación está situada en lo más alto de la casa. Desde aquí se contempla el enorme hueco de la escalera, porque esta sube y sube. Alguien se ahorcó una vez dejándose caer por esta barandilla. Era una institutriz.

—Quizá tuvo a una alumna como tú. —Eso hizo que se echara a reír, y me miró con cierto aprecio—. Además —proseguí—, tuvo que haber sido una operación bastante difícil de realizar, y la persona en cuestión debió de ser muy hábil. Así que esta es la habitación de estudio. ¿Qué libros tienes?

—Un montón de cosas viejas y aburridas.

—Querrás decir que te aburren a ti. Probablemente, esa es la razón por la que no las comprendes.

—¿Cómo sabe usted lo que comprendo o no?

—Bueno, tú misma me has dicho que nunca aprendes nada a menos que quieras, y supongo que eso sucede con mucha frecuencia, lo cual explica tu ignorancia.

—Es usted una institutriz muy divertida.

—¿Cómo lo sabes? Jamás he sido institutriz.

—Pues le voy a dar un pequeño consejo —me dijo, con expresión conspiradora.

—Es muy amable por tu parte. ¿De qué se trata?

—No se quede aquí. Yo no soy una niña muy amable, ¿sabe?

—Oh, sí, eso ya lo he descubierto.

—¿Por qué…? ¿Cómo…?

—Tú misma me lo has dicho, y, en cualquier caso, es algo bastante evidente, ¿no crees?

—Bueno, en realidad no soy tan mala. Solo que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer.

—Eso no es nada extraño, te lo aseguro, lo cual te pone a la altura de la gente vulgar. Pero hay algunas personas que quieren aprender, y así lo hacen. Se trata de las personas que obtienen recompensas en la vida. —Se me quedó mirando con expresión de extrañeza. Yo seguí diciendo—: Bien, ya he visto la habitación de estudio. Ahora regresaré para ver de nuevo a tu madre.

—Va usted a decirle lo terrible que soy, que no le gusto nada y que no está dispuesta a quedarse aquí.

—¿Es eso lo que quieres que le diga? —No me contestó, lo cual me sorprendió y me agradó al mismo tiempo. Le pregunté—: ¿Sueles adivinar lo que la gente va a hacer?

—Bueno, está claro que no se va a quedar. Usted no es pobre como la señorita Evans. No necesita quedarse. Nadie se quedaría aquí a menos que tenga necesidad de hacerlo.

—Me encantaría que me acompañaras a ver a tu madre. En caso contrario, creo que podré encontrar el camino por mis propios medios.

Nos observamos como dos generales en el campo de batalla. Me di cuenta de que, a su pesar, se sentía ligeramente interesada por mí. No me había comportado como una institutriz normal, y ella, desde luego, tampoco había actuado como una futura alumna. Pero tuve la sensación de que había disfrutado con nuestro pequeño tanteo, al igual que yo, debía admitirlo. Pensé que se trataba de una niña consentida, pero había otra razón, como suele suceder, para que se comportara de ese modo. No acababa de comprender cuál era su actitud con respecto a su madre, pero sentía una creciente curiosidad y me propuse descubrirlo.

Por muy extraño que parezca, aquella niña difícil, que había impulsado a tantas institutrices hacia la desesperación, me atraía de un modo raro. Quería saber más acerca de ella. En cualquier caso, sabía que iba a quedarme en la casa, pero, tras haber conocido a lady Perrivale y a su hija, me sentí intrigada por conocer mejor sus personalidades.

Kate pasó a mi lado y empezó a bajar la escalera.

—Es por aquí —indicó.

La seguí hasta el salón donde habíamos dejado a lady Perrivale, quien me miró con ansiedad, como dispuesta a aceptar la derrota.

—Kate me ha mostrado la habitación de estudio —le dije—. Es muy luminosa, está bien aireada y se halla en un lugar muy agradable…, en lo más alto de la casa. —Me detuve un momento, disfrutando de mi poder con cierta complacencia. Después, proseguí diciendo—: He decidido que, si nos ponemos de acuerdo en los detalles habituales, me gustaría quedarme durante un período de prueba… por ambas partes. Digamos que un mes, y si a partir de ese momento nos parece que la situación es satisfactoria, podremos hacer planes para el futuro.

La sonrisa de ella fue deslumbradora. Había llegado a la conclusión de que pasar un rato en compañía de Kate habría terminado por decidirme. Ahora estaba dispuesta a prometer cualquier cosa, y el salario que me ofreció, estoy segura de ello, era mucho más alto del que normalmente se pagaba a una institutriz.

—¿Cuándo…? —preguntó con avidez.

—¿Qué le parece el próximo lunes… para empezar la semana? Como sabe usted, no vengo de tan lejos.

—Magnífico.

Kate me miraba llena de asombro. Sin hacerle el menor caso, dije fríamente:

—Si el carruaje pudiera llevarme de regreso a Trecorn Manor…

—No faltaría más —se apresuró a decir lady Perrivale—. Esperamos verla el lunes por aquí.

Me sentí triunfante mientras era conducida de regreso a Trecorn Manor. Sabía que iba a tener éxito en mis propósitos. Iba a descubrir quién había sido el asesino de Cosmo. Y después tendría que encontrar a Simon, algo que todavía no sabía cómo conseguir. Pero ya lo pensaría cuando llegara el momento.

No dejaba de pensar en la suerte que había tenido al confiar en Nanny Crockett, ya que, sin duda, eso me había permitido avanzar unos cuantos pasos más. Estaba segura de hallarme en el único camino posible hacia el descubrimiento del misterio.

*****

Nanny me estaba esperando y apenas podía contener su impaciencia. No la mantuve en suspenso durante mucho tiempo.

—Empiezo el lunes que viene —le dije.

Se acercó y me abrazó.

—Sabía que lo conseguiría. Lo sabía.

—Lady Perrivale estaba decidida. Ninguna aspirante a ese puesto habría tenido una entrevista tan extraordinaria como la que tuve. Casi daba la impresión de ser ella la que deseaba el trabajo.

—Bueno, la señora Ford me dijo cómo serían las cosas. —Me miró con ansiedad—. ¿Ha visto usted… a la niña?

—Es un verdadero desafío —dije, asintiendo con un gesto—. Pero si es posible descubrir la verdad, la descubriré.

—Por el bien de Simon. Pobre de él…, por ahí, solo. Si pudiera regresar junto a nosotras…

—Lo conseguiremos, Nanny. Estamos en el buen camino.

Y puesto que había llegado tan lejos, tenía que afrontar las dificultades. Tendría que comunicarle a mi padre que había decidido aceptar un puesto de trabajo como institutriz. Eso le enojaría mucho. Y no debía olvidarme de tía Maud. Estaba convencida de que ella desaprobaría mi decisión, porque convertirme en institutriz no contribuía en nada a aumentar mis oportunidades de lo que ella consideraba un buen matrimonio. Pero cuando se enteraran yo ya estaría instalada en Perrivale Court.

También tendría que escribirle a Felicity. Me pregunté cuál sería su reacción. Si hubiera conocido la verdad que se ocultaba tras mi decisión, habría comprendido, pues percibía con claridad mi propia inquietud. Ella había sido institutriz, aunque yo fui una niña muy distinta de Kate, y Felicity y yo nos entendimos muy bien desde el principio.

Sin embargo, no estaba preparada para la reacción de Lucas.

No le vi hasta la hora de la cena, aquella misma noche. El momento de las comidas era muy doloroso desde la muerte de Theresa. Todos éramos conscientes del vacío existente en el lugar que ella solía ocupar, al otro extremo de la mesa, frente a Carleton. De vez en cuando, sin poderlo evitar, alguno de nosotros miraba en aquella dirección. Sostener una conversación era trabajoso, y había prolongados momentos de silencio en los que Lucas y yo buscábamos algo que decir. Antes de la muerte de Theresa procurábamos que las comidas fueran prolongadas, pero ahora eran ocasiones por las que todo el mundo quería pasar con la mayor rapidez posible.

—No te he visto en todo el día —me dijo Lucas—. Esta tarde te he estado buscando.

—He ido a Perrivale Court.

—¡Perrivale Court! —repitió, incrédulo.

—Sí…, en realidad voy a trabajar allí.

—¿Qué?

—Como institutriz. Lady Perrivale tiene una hija…, Kate. Voy a ser su institutriz.

—Pero ¿por qué?

—Bueno, algo tengo que hacer y…

—¡Qué idea tan ridícula! —Se volvió hacia Carleton, que tenía la vista tristemente perdida en su plato—. ¿Has oído eso? —preguntó—. Rosetta pretende ir a Perrivale Court para trabajar como institutriz de una niña.

—Sí, lo he oído —dijo Carleton.

—Bueno, ¿no te parece que es una locura?

Carleton se limitó a toser ligeramente.

—Empezaré el lunes que viene —agregué—. Tengo que empezar a hacer algo y he creído que esta sería una buena forma de comenzar.

Lucas se quedó sin habla.

—Ha sido muy amable por tu parte quedarte tanto tiempo con nosotros —dijo Carleton—. Le has gustado mucho a los niños. Sabíamos que solo te quedarías una temporada, hasta que ellos se hubieran recuperado de…

Todos permanecimos en silencio. En cuanto terminamos de cenar, Lucas me llevó al salón.

—Me gustaría hablar contigo —me dijo.

—¿Sí?

—Sobre esa tontería que…

—No es ninguna tontería. Es algo perfectamente razonable. Quiero hacer algo.

—Podrías hacer muchas cosas. Si tienes tantos deseos de cuidar niños, ¿por qué no te ocupas de los dos que hay en esta casa?

—No es lo mismo, Lucas.

—¿Qué quieres decir con que no es lo mismo? ¿Te das cuenta del lío en que te estás metiendo?

—Si me resulta insoportable, lo dejaré.

—¡Ese lugar! Hay algo en él. ¡Y tú allí! No puedo ni imaginármelo.

—Hay muchas mujeres jóvenes que aceptan trabajos como institutrices.

—No estás calificada para ello.

—¿Cuántas de ellas lo están? He tenido una buena educación y soy capaz de enseñar algunas cosas.

—Es absurdo. Dime, Rosetta, ¿por qué lo haces? Tiene que haber un motivo.

Permanecí en silencio durante unos segundos. Tenía deseos de contárselo todo. Así lo había hecho con Nanny Crockett, siguiendo un impulso, pero en su caso había comprendido que ella estaba emocionalmente involucrada en el asunto, y era evidente que, al hacerlo, había dado un paso en la buena dirección. Vacilé. Con Lucas no estaba tan segura. Debería sentirse agradecido para con el hombre que le había salvado la vida, pero Lucas era un realista, y yo no estaba muy segura de su posible reacción.

—Después de haber pasado por todo aquello —siguió diciendo él—, bueno, es natural que te sientas un poco inestable. La vida en casa parece sombría… y predecible. Lo que tú buscas es un cambio. Creo que esa es la razón por la que has tomado esa ridícula decisión.

—Yo no veo que sea ridícula, Lucas.

—Te entiendes tan bien con los gemelos, y tú y Nanny no paráis de hablar, como si estuvierais urdiendo una conspiración. Siempre estáis juntas.

Contuve la respiración. ¿Conspiración? Fue casi como si lo hubiera adivinado todo.

Lucas preguntó con una mirada penetrante:

—¿Cómo te enteraste de que necesitaban una institutriz en Perrivale Court? Supongo que gracias a Nanny Crockett. He oído decir que sigue siendo amiga de alguien que trabaja en aquella casa.

—Bueno, sí…

—Lo suponía. Y lo habéis planeado entre las dos. Es una locura, te lo aseguro. ¡Ir tú a ese lugar! Tiene algo muy desagradable desde que se cometió aquel asesinato. No deberías ir a esa clase de sitios, con todos esos problemas…, y esa mujer comprometida con la víctima y que después se apresura a casarse con otro…

—Eso no tiene nada que ver con el trabajo de institutriz.

—¡Institutriz! —Exclamó con desprecio—. ¿Tú, una institutriz?

—¿Por qué no?

—No eres de esa clase.

—Entonces ¿cómo son las institutrices? Son de todas clases, te lo aseguro.

—En cualquier caso, tú no encajas en ninguna categoría. Harías mucho mejor en casarte conmigo.

Me quedé mirándole con intensidad.

—¿Qué has dicho?

—Estás inquieta. Desde que has regresado, todo te parece aburrido, sobre todo después de las aventuras que has vivido. Deseas que suceda algo. Muy bien. Cásate conmigo.

No pude evitar echarme a reír.

—Vamos, Lucas, ¿quién es ahora el que se muestra absurdo?

—Sigues siendo tú. Yo estoy tan sereno y sensible como siempre. Cuanto más pienso en esa idea, tanto más me complace.

—Pero si yo no te importo.

—Claro que me importas. Después de mí, eres la persona a la que más amo en el mundo.

Eso hizo que volviera a reírme y me alegró el ligero alivio que me proporcionó la risa.

—Evidentemente, no te estoy tomando en serio —le dije—, pero debes reconocer que esa es la proposición más insólita que se pueda hacer.

—En cualquier caso, es honesta.

—Sí, de eso estoy segura.

—Y tampoco es tan insólita. Lo que sucede es que la gente no suele decir la verdad. La mayoría de las personas se aman apasionadamente a sí mismas, y cuando declaran su amor por alguien, siempre lo hacen pensando en su propia comodidad y placer. De modo que, como ves, soy igual que la mayoría de la gente…, aunque bastante más honesto.

—Oh, Lucas, es muy amable por tu parte, pero…

—No hay amabilidades ni peros que valgan… Ya sabía yo que habría un pero.

—No me lo puedo tomar en serio, de veras.

—¿Por qué no? Cuanto más pienso en ello, mejor solución me parece. Tú estás abatida… sea cual sea el camino que decidas seguir. Todo ha cambiado para ti. Tu enérgica tía ha entrado en tu antiguo hogar y lo ha cambiado por completo. Acabas de pasar por una aventura increíble. Jamás volverá a sucederte nada parecido, de modo que la vida te parece ahora un tanto aburrida. No estás muy segura de qué camino seguir. Pero, desde luego, harás algo…, te irás a alguna parte para salir del cenagal en el que has caído. Si has considerado la idea de trabajar como institutriz en una casa de sombría reputación, ¿por qué no casarte con un lisiado que, aun siendo poca cosa, se preocupa por ti y te comprende?

—No lo estás diciendo de un modo muy romántico.

—No estamos hablando de romanticismo, sino de la realidad.

No pude evitar volver a reír y él se me unió en mis risas.

—Oh, vamos, Rosetta —continuó—. Abandona esa loca idea… y considera al menos esta otra proposición. Tiene ciertas ventajas. Somos buenos amigos, ¿no crees? Hemos afrontado la muerte juntos. Te comprendo como muy pocas personas te comprenderán jamás. ¿Acaso deseas regresar a tu tía Maud y a los planes que tiene para ti?

—Desde luego que no —repliqué—. En determinado sentido, tienes razón. Me comprendes… hasta cierto punto.

—En tal caso, abandona esa idea. Enviaré a Dick Duvane a Perrivale para decirles que sigan buscando institutriz. Piensa en lo que te he sugerido. Quédate aquí una temporada. Permite que nos vayamos conociendo más. No tienes necesidad de meterte en nada de eso. Hagamos planes.

—Eres muy bueno conmigo, Lucas.

Puse mi mano en la suya, y él se la llevó a los labios.

—Es cierto, y lo sabes, Rosetta —me dijo, ahora muy serio—. Siento mucho cariño por ti.

—¿Y realmente me colocas en segundo lugar, después de ti? —Se echó a reír y me abrazó ligeramente—. Pero… —intenté decir.

—Sí, ya conozco ese pero. De todos modos vas a ir a Perrivale, ¿no es eso?

—Tengo que ir, Lucas. Hay una razón.

Luces de peligro relampaguearon en mi mente. Me hallaba, una vez más, a punto de decirle por qué razón tenía que ir a Perrivale. Creía que entonces él lo comprendería. Lucas aceptó que yo estaba decidida y entonces dijo:

—Bien, en tal caso estaré cerca. Nos veremos en El Rey Marino. Y cuando aquello te parezca insoportable, solo tendrás que salir de allí y regresar a Trecorn.

—Eso es un gran consuelo para mí —le dije—. Y, Lucas…, gracias por habérmelo pedido. Significa mucho para mí.

—No creo que sea la última vez que te lo pida. Habrá otras veces. Debes saber que no me doy por vencido con tanta facilidad.

—Para mí ha sido una gran sorpresa, como también creo que lo ha sido para ti.

—Oh, esa idea se ha ido formando en mi mente desde hace ya bastante tiempo…, quizá incluso desde que estuvimos en la isla…

—¿Piensas a menudo en aquella época?

—Siempre está presente… Y yo estoy continuamente preparado para recordarlo. También pienso a menudo en John Player. Sería interesante saber qué ha sido de él.

Permanecí en silencio, angustiada, como cada vez que se refería a Simon.

—Me pregunto si todavía estará en el harén. Pobre diablo. Ha sido el que ha llevado la peor parte de los tres…, aunque ninguno ha salido incólume de la aventura.

La expresión de su rostro se endureció. Nunca estaba muy lejos su rencor contra el destino por haber convertido a un hombre saludable en un lisiado.

—Daría cualquier cosa por saber qué ha sido de él —insistió.

—Debemos recordar que no estaríamos aquí de no haber sido por él —dije—. Quizá algún día nos enteremos de algo.

—Lo dudo. Cuando suceden esa clase de cosas, la gente desaparece de la vida de uno.

—Nosotros no hemos desaparecido, Lucas.

—Resulta bastante milagroso que estemos aquí ahora.

—Quizá él también regrese algún día.

—Si logra escapar…, lo que parece imposible.

—Yo lo conseguí, Lucas.

—Eso es toda una historia, pero a él ¿quién le va a ayudar a escapar? No, jamás volveremos a verlo. Mientras estuvimos allí, en aquella isla, los tres nos sentimos muy unidos. Pero eso ya ha pasado. Tenemos que olvidar aquello. Y permíteme decirte una cosa: lo conseguirás mucho mejor siendo la señora de Lucas Lorimer que como la institutriz de una odiosa niña en una casa que en otro tiempo fue el centro de un caso de asesinato.

—Eso tendremos que verlo —le dije.

*****

Los primeros días que pasé en Perrivale Court estuvieron tan abarrotados de impresiones y de emociones reprimidas que me dejaron aturdida. La mansión era fascinante y llena de características inesperadas. Parecía enorme, como un castillo medieval en algunos lugares, como una mansión de estilo Tudor en otros, y algunas habitaciones mostraban una modernidad notable.

Lady Perrivale me dio una cálida pero breve bienvenida y me puso en manos de la señora Ford, quien demostró ser desde el principio mi mejor aliada. Yo era su protégée, pues había obtenido la gratitud de lady Perrivale al haberme llevado, y me tomó bajo su protección, dispuesta a hacer todo lo posible para que me quedara en la casa. Poco después de llegar me acompañó a mi habitación.

—Si desea algo, señorita Cranleigh, dígamelo. Me ocuparé de que se sienta tan cómoda como sea posible. Nanny Crockett me ha pedido que me ocupe de usted, y le prometo que así lo haré.

Mi habitación estaba entre la habitación de juegos y el dormitorio de Kate. Era una habitación agradable, con una ventana que daba a un patio. Al otro lado de este había otras ventanas. Inmediatamente, tuve la impresión de estar siendo vigilada, y me alegró que la ventana tuviera pesados cortinajes.

Desde el principio, tuve la sensación de haber penetrado en un mundo de ensueño. Me sentí abrumada al saber que estaba viviendo en la misma casa donde Simon había pasado la mayor parte de su juventud, y ello intensificó aún más mi determinación de demostrar su inocencia.

No tardé en darme cuenta de que Kate sentía interés por mí. Parecía decidida a descubrir todo lo que pudiera acerca de mi persona.

Entró en mi habitación en cuanto la señora Ford me dejó en ella para ordenar mis cosas. No se molestó en llamar a la puerta, pensando, sin lugar a dudas, que no tenía por qué mostrarse ceremoniosa con una simple institutriz.

—Entonces, ha venido —me dijo—. No creí que viniera, pero después pensé que tal vez sí…, porque usted no habría dicho que vendría si no hubiera tenido intención de hacerlo, ¿verdad?

—Desde luego que no.

—Mucha gente dice que hará cosas y luego no las hace.

—Yo no soy de esa clase de personas.

Se sentó sobre la cama.

—Es una vieja habitación horrible, ¿verdad?

—Creo que es agradable.

—Supongo que, como institutriz, no está usted acostumbrada a esta clase de cosas.

—En mi hogar, en Londres, tengo una habitación muy agradable.

—Entonces ¿por qué no se ha quedado allí?

—Tus modales no son muy buenos, ¿verdad?

—Oh, no. De hecho, soy muy mal educada.

—Bueno, al menos lo sabes…, lo cual es un punto a tu favor. Pero como pareces regocijarte con ello, tienes un punto en contra.

—Es usted muy divertida —dijo, echándose a reír—. Yo hago y digo lo que quiero.

—Lo suponía.

—Y nadie va a cambiarme.

—En tal caso tendrás que hacer el trabajo por ti misma, ¿no te parece? —Me miró con expresión de curiosidad y yo seguí diciendo—: ¿Te importaría levantarte de mi cama? Me gustaría ordenar mis cosas.

Ante mi sorpresa, se levantó y se quedó observándome.

—¿Es eso todo lo que tiene?

—Sí.

—No es mucho, ¿verdad? Supongo que pensará que va a casarse con el dueño de la casa, como Jane Eyre. Pues bien, no lo conseguirá, porque él ya se ha casado… con mi madre. —Elevé las cejas y ella siguió diciendo—: No se muestre tan sorprendida. Eso es lo que piensan muchas institutrices.

—Solo estaba expresando sorpresa ante tu erudición.

—¿Qué es eso?

—En tu caso, cierto conocimiento de la literatura.

—¿Acaso creía que yo no sabía nada?

—Supuse que habías tenido dificultades con tus institutrices.

—Me gusta leer libros sobre la gente. Me gusta, sobre todo cuando les suceden cosas terribles.

—No me sorprende.

Se echó a reír ante mi observación.

—¿Qué cree poder enseñarme?

—Daremos algo de historia, literatura inglesa…, también gramática y, desde luego, matemáticas.

—No haré nada que no me guste —dijo con un mohín de disgusto.

—Eso ya lo veremos.

—A veces es usted como una institutriz.

—Me alegro de que lo reconozcas.

—Me gusta la forma que tiene de hablar. Me hace reír.

—Pues me parece que te diviertes con excesiva facilidad.

—No es usted como la señorita Evans. Ella era siempre tonta. Estuvo asustada desde el primer momento.

—¿Por ti?

—Pues claro.

—Y tú te aprovechaste de tu posición.

—¿Qué quiere decir?

—Ella trató de hacer su trabajo y tú hiciste todo lo posible por impedírselo. Hiciste que se sintiera tan desgraciada que fin no le quedó más remedio que marcharse.

No quería que estuviera aquí. Era muy aburrida. No creo que usted sea aburrida. Me pregunto cuánto tiempo se quedará.

—Imagino que mientras me convenga.

Sonrió a hurtadillas. Sin duda estaba planeando su campaña.

Por extraño que pareciera, Kate me pareció estimulante, disfrutaba bastante con nuestros enfrentamientos verbales. Subió conmigo a la habitación de estudio, donde inspeccioné los libros de una estantería. Estaba bien provista. Había una pizarra, varios libros de ejercicios, tiza y lápices.

—Voy a tener que pedirte que me muestres algo de tus trabajos anteriores —le dije.

—¿Cuándo? —me preguntó con una mueca de disgusto.

—No hay mejor momento que el presente.

Vaciló y pareció disponerse a huir. Me pregunté qué haría si se negaba a permanecer conmigo. Sabía que era perfectamente capaz de eso, y sentí verdadera lástima por mis predecesoras, cuyas posibilidades de ganarse la vida dependieron de aquella criatura caprichosa.

Yo deseaba quedarme allí todo el tiempo necesario, pero al menos no dependía de mi trabajo para vivir.

Sin embargo, por el momento la niña se sentía algo intrigada y decidió cooperar; pasamos una media hora muy interesante durante la cual descubrí que no era tan ignorante como me temía; de hecho, era excepcionalmente brillante. Había leído mucho, lo cual era de una gran ayuda. En eso, al menos, ambas teníamos algo en común.

Durante el primer día aprendí algo acerca de la mansión. Según me dijo la señora Ford, había tres administradores de la propiedad.

—Porque desde entonces… ¿sabe, señorita Cranleigh?, no solemos hablar de ello… El señor Cosmo y el señor Simon ya no están. Había tres… y ahora solo queda el señor Tristan. Bueno, todo esto era demasiado para él. Siempre hubo un encargado, incluso antes…, y después dos más. Perrivale es una propiedad muy grande, la mayor de los alrededores. Claro que todo es muy diferente desde que… ocurrió aquello…, y una vez desaparecido sir Edward…

También tuve la oportunidad de ver fugazmente a Tristan, y en cuanto le vi sospeché que sabía algo acerca de lo sucedido realmente en aquella vieja casa de campo.

Tenía tal aspecto que le hacía pensar a una en el villano de una obra de teatro. Tenía piel oscura y cabello suave y brillante, tan abundante que casi parecía un gorro negro, particularmente porque le formaba una punta en el centro de la frente, lo que le daba un aspecto bastante misterioso y siniestro.

Nuestro encuentro fue muy breve. Kate me acompañaba para mostrarme los jardines y él regresaba de los establos en compañía de lady Perrivale. Ella estaba muy hermosa, con un traje de equitación azul oscuro, y un sombrero alto del mismo color. El cabello brillaba bajo el sombrero oscuro.

—Oh, Tristan, te presento a la señorita Cranleigh, la nueva institutriz. —Él se quitó el sombrero y se inclinó ligeramente, de un modo muy cortés—. Ella y Kate están empezando a llevarse muy bien —añadió lady Perrivale con más optimismo del que demostraban los hechos.

—Le he enseñado la habitación de estudio —dijo Kate—. Y ahora le estoy mostrando los jardines.

—Eso está muy bien —dijo lady Perrivale.

—Bienvenida a Perrivale —dijo sir Tristan—. Confío en que su estancia entre nosotros sea prolongada y feliz.

Observé la sonrisa satisfecha de Kate, y me pregunté qué estaría planeando para fastidiarme.

Y entonces, en aquel preciso instante y de un modo ilógico, le asigné a Tristan el papel de asesino, diciéndome que, aun cuando no tenía ninguna prueba en su contra, mi conclusión obedecía a mi sexto sentido.

Estuve muy pensativa mientras examiné los jardines. Kate lo advirtió. Empezaba a darme cuenta de que pocas cosas se le pasaban por alto.

—No le ha gustado Padrito —dijo.

—¿Quién?

—Mi padrastro. Yo le llamo Padrito. A él no le gusta nada, y a mi madre tampoco.

—Supongo que por eso lo haces.

Un nuevo encogimiento de hombros, un nuevo mohín de disgusto al tiempo que se echaba a reír.

—Siempre me invento apodos para las personas —dijo—. Usted es Estirada.

—No estoy muy segura de aprobarlo.

—No tiene usted que aprobar nada. Las personas no tienen elección cuando se trata de nombres. Tienen que aceptar los nombres que se les imponen. Míreme a mí, por ejemplo. Me llamo Kate. ¿A quién le gusta llamarse Kate? A mí me habría gustado llamarme Angélica.

—Eso habría hecho que la gente pensara en ángeles —comenté—, lo cual no sería lo más conveniente en tu caso.

Volvió a reír. Aquella mañana hubo muchas risas. Finalmente, le dije:

—Empezaremos las clases mañana por la mañana, a las nueve y media, y terminaremos al mediodía.

—La señorita Evans empezaba a las diez.

—Pues nosotras empezaremos a las nueve y media.

Esbozó un nuevo mohín de disgusto, pero por el momento seguía siendo afable.

En realidad, empezábamos a entendernos mucho mejor de lo que había imaginado. Ella parecía interesada por mí. Me pregunté si lograría hacerla trabajar en sus lecciones.

No tardaría en despertarme de un modo brutal.

*****

Fue comprensible que, durante la primera noche en Perrivale Court, me resultara difícil conciliar el sueño. Los acontecimientos del día se arremolinaban en mi mente. Por fin me encontraba allí, en el antiguo hogar de Simon, casi en el escenario del crimen, y dedicada a la monumental tarea de demostrar su inocencia. Me sentí muy reconfortada al pensar en Lucas, a cuyo lado podía regresar en cualquier momento. Me conmovió su propuesta de matrimonio. Me había tomado realmente por sorpresa. Jamás había pensado en él en ese sentido, o solo muy vagamente cuando tía Maud me observó de aquel modo tan especulativo en cuanto se enteró de que le había visto en casa de Felicity.

En mi mente le daba vueltas a cómo debía empezar mi investigación. Iba a ser una empresa difícil y solo se me habría ocurrido embarcarme en ella a consecuencia de las fantásticas aventuras por las que había pasado.

Mientras tanto, tendría que afrontar el problema que me planteaba Kate, lo que representaba toda una tarea. El principio había sido mucho más fácil de lo previsto, pero solo porque había logrado interesar un poco a la niña. Imaginé que no tardaría en sentirse aburrida y entonces volvería a sus andadas. Confiaba en que no me hiciera la vida imposible antes de realizar algún progreso en mi investigación.

Tenía que enterarme de algunos detalles sobre Cosmo, comprometido en matrimonio con la fascinante Mirabel, quien se había convertido para mí en una personalidad concreta. Empezaba a conocer a los personajes. A Simon ya lo conocía bien. A Tristan apenas si acababa de conocerlo. ¿Hasta qué punto había estado Simon enamorado de Mirabel? Después de haberla visto, me imaginaba lo atractiva que resultaría para la mayoría de los hombres.

Debí de quedarme medio adormilada porque me despertó de repente un sonido al otro lado de la puerta. Abrí los ojos y vi que el picaporte giraba con lentitud. La puerta se abrió silenciosamente y una figura se introdujo en la estancia. Iba cubierta con una sábana y enseguida supe quién estaba debajo de ella.

La figura permaneció en el umbral y dijo en un susurro sibilante:

—Márchese de aquí…, márchese… mientras tenga tiempo. Ningún bien le hará quedarse.

Fingí seguir durmiendo. La niña se acercó a la cama. Yo mantenía los ojos medio cerrados y cuando estuvo lo bastante cerca me incorporé de repente, sujeté la sábana y tiré de ella.

—Hola, fantasma —dije. A la niña se le bajaron todos los humos—. Ha sido una representación muy pobre —añadí—. Una sábana… siempre es una sábana. ¿No crees que podrías haberlo hecho bastante mejor?

—Usted fingió estar durmiendo. No ha sido justo.

—Y tú pretendías ser un fantasma, y todo es justo en el amor y en la guerra, y comoquiera que estamos en una guerra…, porque desde luego no se trata de amor.

—Estaba usted asustada.

—No, no lo estaba.

—¿Ni siquiera por un momento? —preguntó ella, casi implorante.

—Ni por un segundo. Podrías haberlo hecho bastante mejor. En primer lugar, si lo que planeabas era escenificar la aparición de un fantasma, no debiste hablar tanto de fantasmas la primera vez que nos vimos. Como ves, no hiciste más que ponerme en guardia. Entonces me dije: «Esta niña se imagina que puede asustar a una institutriz con sus añagazas».

—¿Con sus qué?

—¿Lo ves? Tienes un vocabulario muy limitado. No me sorprende, puesto que no quieres aprender. Te gusta asustar a las institutrices porque a su lado te sientes ignorante. Y crees que, por un momento, ellas se encuentran en una posición débil y tú en una posición fuerte. Es una actitud bastante cobarde por tu parte, claro, pero es normal que las personas inseguras de sí mismas hagan esa clase de cosas.

—Asusté a la señorita Evans.

—De eso no me cabe la menor duda. A ti las demás personas no te importan en absoluto, ¿verdad? —La niña pareció sorprendida—. ¿No se te ha ocurrido pensar que la señorita Evans solo intentaba ganarse la vida, y que únicamente estaba dispuesta a enseñar a una niña tan desagradable como tú porque se veía obligada a hacerlo?

—¿Yo, desagradable yo?

—Y mucho. Pero si pensaras un poco más en los que te rodean, podrías ser algo menos desagradable.

—Usted no me gusta.

—Y tú a mí no me importas gran cosa.

—Entonces se marchará de aquí, ¿no?

—Probablemente. No creerás que a alguien le guste quedarse para enseñarte, ¿verdad?

—¿Por qué no?

—Porque has afirmado con mucha claridad que no quieres aprender.

—¿Y qué?

—Eso demuestra que no tienes el menor respeto por la educación, y solo las personas estúpidas piensan así.

—¿Quiere decir que soy una estúpida?

—Así lo parece. Pero podrías cambiar. Te voy a decir una cosa. ¿Por qué no establecemos una tregua?

—¿Qué es una tregua?

—Una especie de acuerdo. Establecer unas condiciones.

—¿Qué condiciones?

—Podríamos ver si te gusta la forma en que yo enseño y si estás dispuesta a aprender. En caso contrario, me marcharé y podrás tener a otra institutriz. Eso te evitará tener que estrujarte los sesos en busca de métodos para fastidiarme. Podemos hacerlo de una manera civilizada, sin todos esos trucos infantiles para inducirme a que me marche.

—Está bien —admitió—. Hagamos entonces una tregua.

—En tal caso, regresa ahora a tu cama. Buenas noches.

La niña se detuvo en la puerta.

—A pesar de todo, hay fantasmas en la casa —dijo—. Aquí hubo un asesinato… no hace mucho tiempo.

—No fue en esta casa —dije.

—No, pero fue el hermano de Padrito. Uno fue asesinado y el otro huyó. Todos estaban enamorados de mi madre antes de que ella se casara con Padrito.

Evidentemente aquella niña era muy observadora. Advirtió el cambio que se produjo en mi expresión. Regresó a mi lado y se sentó en la cama.

—¿Qué sabes tú al respecto? —le pregunté—. En aquella época tú no estabas en la casa.

—No, vine aquí cuando mi madre se casó con Padrito. Antes de eso vivimos en casa de Yayo.

—¿De quién?

—De mi abuelo. Él vive ahora en la casa Dower. Se marchó allí cuando mi madre se casó. Tenía que disponer de una casa mejor porque era el padre de la señora de la mansión. De todos modos, a Yayo no le gustaba vivir en una pequeña casa de campo. Es un gran caballero. Es el mayor Durrell, y los mayores son muy importantes, puesto que ganan batallas. Antes vivíamos en Londres, pero de eso hace muchos, muchos años. Después vinimos aquí y todo cambió.

—Debiste de conocerlos a todos…, al que fue asesinado y al que huyó.

—Los conocía… en cierto modo. Todos estaban enamorados de mi madre. Yayo solía reírse por ello. Se alegró mucho porque cuando mi madre se casó con Padrito abandonamos la pequeña casa de campo donde vivíamos. Pero antes se produjo todo aquel alboroto. Y después Cosmo fue asesinado y Simon huyó porque no quería que lo ahorcaran. —Permaneció un momento en silencio y luego continuó—: Los ahorcan, ¿sabe? Les ponen una cuerda alrededor del cuello y luego… tiran. Duele mucho…, pero después están muertos. De eso era de lo que tenía miedo. Bueno, ¿quién no lo tendría?

Yo me sentía incapaz de decir nada. No podía dejar de pensar en Simon abandonando la mansión…, abriéndose paso hasta Tilbury…, encontrándose con el marinero John Player en una taberna.

La niña me observaba con atención.

—Los fantasmas regresan cuando alguien ha sido asesinado. Y asustan a la gente. A veces quieren saber lo que ocurrió en realidad.

—¿Crees tú que ocurrió algo… que la gente no sabe?

Me miró astutamente. Yo no estaba segura de ella. Podía estar engañándome. Yo había puesto de manifiesto mi interés y ella se había dado cuenta. Ya debía de haber comprendido que yo me mostraba extraordinariamente interesada por el asesinato.

—Yo estaba allí, ¿no? —dijo—. Recuerdo que estaba con Yayo… Mi madre estaba arriba. Alguien…, uno de los lacayos de Perrivale, llegó a la puerta y dijo: «El señor Cosmo ha sido asesinado». Yayo dijo: «Oh, Dios mío». No se supone que uno deba decir «Oh, Dios mío». Eso es tomar el nombre de Dios en vano. En la Biblia se dice algo al respecto. Yayo subió a ver a mi madre pero no me dejó ir con él.

Intenté pensar en algo adecuado que decir, pero no se me ocurrió nada.

—¿Sabe montar a caballo, Estirada? —me preguntó como no dándole importancia. Asentí con un gesto—. Entonces la llevaré a Bindon Boys…, el escenario del crimen. Eso le gustará, ¿verdad?

—Estás obsesionada con ese crimen —le dije—. Ahora ya ha pasado. Quizá vayamos a ese lugar algún día.

—De acuerdo —dijo ella—. Es un pacto.

—Y ahora, buenas noches.

Me dirigió una mirada sonriente, recogió la sábana y se marchó.

Permanecí tumbada, despierta durante largo rato. Había acudido allí para enseñar a Kate, pero posiblemente fuera ella quien me enseñara a mí.

*****

Kate había decidido hacía tiempo que debía incomodar tanto las vidas de las institutrices que les fuera imposible quedarse en aquella casa, lo cual le proporcionaba un período de libertad antes de que llegara la siguiente y ella empezara a utilizar de nuevo sus tácticas eliminatorias.

Yo era diferente de las demás, sobre todo porque ella percibía que para mí no era imperativo conservar un trabajo como medio de ganarme la vida. Eso hacía que su esquema se tambaleara un poco y me daba cierta ventaja. Intenté convencerme de que todos los niños muestran algunos rasgos de crueldad porque les falta experiencia de la vida y, en consecuencia, les falta capacidad para imaginar el sufrimiento que son capaces de causar.

Aparte de estar poco a poco convencida de que ella podía serme útil en mi investigación, quería compensar el caso de las otras institutrices que habían sufrido antes de mi llegada y, en especial, el de las que tendrían que sufrir después de mi partida. Quería enseñarle a Kate un poco de humanidad. Por muy extraño que pareciera, la situación no me parecía tan desesperada. Algo tenía que haber sucedido para que ella se convirtiera en la cruel criatura que era. Y tenía la sensación de que era posible hacerla cambiar.

A la mañana siguiente, y ante mi sorpresa, se presentó en la habitación de estudio a la hora convenida.

Le dije que había elaborado nuestro programa de trabajo. Empezaríamos con el inglés, al que dedicaríamos aproximadamente una hora; ya veríamos cómo funcionaba. Quería poner a prueba su capacidad de lectura, su pronunciación y sus conocimientos de gramática. Leeríamos juntas.

Había encontrado una colección de libros en la estantería. Tomé El conde de Montecristo, y al abrirlo vi un nombre escrito con una letra infantil en la primera página. Decía: «Simon Perrivale». Sentí que las manos me temblaban. Logré ocultar mis emociones ante los ojos alerta de la niña y dije:

—¿Has leído este libro? —Negó con la cabeza y yo añadí—: Lo leeremos algún día y… Oh, aquí hay otro. La isla del tesoro. Es un libro sobre piratas.

Eso despertó su interés. En la portada se veía una imagen de John Silver el Largo, con un papagayo sobre el hombro.

—En ese otro libro… —dijo ella—, ahí está su nombre…, el del asesino.

—No sabemos que fuera él —repliqué y me detuve con brusquedad, viendo que ella me miraba sorprendida. Tendría que tomar precauciones con lo que decía—. Después nos dedicaremos a la historia, la geografía y la aritmética. —Ella me miró con sorna—. Ya veremos cómo estás en esas materias —dije con firmeza.

La mañana transcurrió aceptablemente bien. Descubrí que leía con bastante fluidez, y me agradó ver que, sin lugar a dudas, le gustaba la literatura. También le interesaban las personalidades históricas, aunque se cerraba en banda cuando se trataba de aprender fechas. Junto a la pizarra había un globo terráqueo y pasamos un rato interesante descubriendo lugares. Le mostré en qué parte del océano había naufragado. La historia la intrigó, y terminamos la mañana leyendo un capítulo de La isla del tesoro. Kate fue absorbida por el libro desde la primera página. Me sentí asombrada ante el éxito alcanzado. Había decidido que trabajaríamos hasta el mediodía. Después, ella tendría libre hasta las tres de la tarde, en que daríamos un paseo por los jardines y los alrededores y aprenderíamos algo sobre la vida de las plantas o simplemente caminaríamos. Reanudaríamos las lecciones de cuatro a cinco. Ese sería nuestro horario de trabajo.

Por la tarde no mostró el menor deseo de quedarse a solas, y se ofreció para mostrarme los alrededores. Me agradó que prefiriera mi compañía y que pareciera conservar su interés por mí.

Me habló de La isla del tesoro y me contó lo que creía que iba a suceder. Quiso saber cosas sobre mi naufragio. Empecé a pensar que esa era la razón por la que me había aceptado con tanta rapidez… al menos por el momento, cosa que no había sucedido con anteriores institutrices.

Me llevó hasta el borde de los acantilados y permanecimos sentadas durante un rato, contemplando el mar.

—Aquí suele haber mala mar —dijo ella—. A lo largo de estas costas solían producirse muchos naufragios. Las gentes del lugar encendían luces y atraían los barcos hacia las rocas, aparentando que se trataba de un puerto. Después robaban las mercancías de los barcos encallados. Me habría gustado ser uno de ellos.

—¿Por qué quieres hacer el mal?

—Ser buena es muy aburrido.

—Pero a la larga es mucho mejor.

—Me gustan los plazos cortos.

Me eché a reír ante aquella observación, y ella también. De pronto dijo:

—Mire esas rocas allá abajo. Un hombre se ahogó allí no hace mucho tiempo.

—¿Le conocías?

Guardó silencio durante un rato. Después contestó:

—Era un extraño. Venía de Londres. Está enterrado en el cementerio de la iglesia de Saint Monvenna. Le mostraré su tumba. ¿Le gustaría verla?

—Bueno, supongo que no es uno de los lugares turísticos de la región.

Se echó a reír de nuevo.

—Estaba borracho —continuó—. Se cayó por el acantilado y fue a dar directamente contra esas rocas.

—Debía de estar muy borracho.

—Oh, sí que lo estaba. Hubo un gran alboroto. Pasó mucho tiempo antes de que supieran de quién se trataba.

—¡Cómo te encanta lo morboso!

—¿Qué es eso?

—Lo desagradable…, lo cruel.

—Sí, me gustan las cosas crueles.

—Pues no es la más sabia de las preocupaciones.

Me miró y se echó a reír.

—Es usted muy divertida —dijo.

Aquella noche, al retirarme a mi habitación y repasar cómo había transcurrido el día, me dije que todo se había desarrollado de un modo satisfactorio. Tenía alguna esperanza, por débil que fuera, de entenderme con Kate.

*****

Pasaron algunos días. Descubrí, encantada, que con una alumna como Kate mis poco ortodoxos métodos de enseñanza tenían mucho más éxito que otros más convencionales. Leíamos bastante juntas. De hecho, aquellas sesiones de lectura las convertí en una especie de premio por buena conducta cuando se trataba de estudiar temas menos interesantes. Ella habría podido leer sola, pero prefería que lo hiciéramos juntas.

Le gustaba compartir sus momentos de alegría, lo que era un signo en su favor. Además, más tarde le encantaba hablar de lo que habíamos leído. A veces se interrumpía porque no conocía el significado de una palabra. Estaba ávida por adquirir nuevos conocimientos, a pesar de haber expresado su desprecio por ello; y se sentía totalmente intrigada por la historia de La isla del tesoro.

Habría sido demasiado esperar un cambio completo en la niña, solo porque nuestra relación había progresado de modo mucho más favorable del que yo me habría atrevido a soñar. Creo que fue durante la cuarta mañana de mi estancia allí cuando ella no apareció en la habitación de estudio.

Acudí a su dormitorio. Estaba mirando por la ventana y, evidentemente, me esperaba. Comprendí enseguida que se preparaba para disfrutar de un buen enfrentamiento.

—¿Por qué no estás en la habitación de estudio? —pregunté.

—Hoy no tengo ganas de tomar lecciones —me contestó con desparpajo.

—No importa las ganas que tengas. Es la hora de la clase.

—No puede usted obligarme.

—Desde luego, no voy a intentar llevarte allí a la fuerza. Pero será mejor que vaya a ver a tu madre y le diga que has decidido no aprender y que, en consecuencia, no vale la pena que yo siga aquí.

Fue un paso arriesgado por mi parte. No podía soportar la simple idea de marcharme entonces. Sin embargo, sabía que no llegaría a ninguna parte a menos que pudiera ejercer cierta autoridad sobre Kate.

Ella me miró con expresión desafiante. Me sentí abatida, pero confié en ocultar mis sentimientos. Había ido demasiado lejos para retroceder.

—¿Está realmente dispuesta a hacerlo? —me preguntó.

Vi el temor en sus ojos, mezclado con un atisbo de incredulidad. Tuve la impresión de que se sentía tan inquieta como yo.

—Si no vienes a clase no me quedará otra alternativa —dije con firmeza.

—Está bien —dijo tras un momento de vacilación—. Vaya a verla si es eso lo que quiere.

Di media vuelta y me dirigí hacia la puerta. No debía mostrarle ningún indicio de desesperación. Si aquello tenía que ser el final, ¿de qué me había servido? Pero ahora no había forma de retroceder. Salí del dormitorio. Ella no se movió. Empecé a bajar la escalera. Y entonces escuché su voz:

—Vuelva, Estirada.

Me detuve, di media vuelta y me la quedé mirando.

—Está bien —dije.

Me sentí entusiasmada por aquella pequeña victoria, mientras nos dirigíamos hacia la habitación de estudio. Ella se mostró difícil durante todo el día. Me pregunté por qué. Quizá pensara que ya había sido buena demasiado tiempo y que su naturaleza no era así.

Aquella noche encontré un pequeño ratoncillo muerto en mi cama. Lo envolví cuidadosamente en un papel y me dirigí a su dormitorio.

—Creo que este pobre y pequeño animalito te pertenece —dije.

—¿Dónde lo ha encontrado? —preguntó, pasmada.

—Donde tú lo pusiste, en mi cama.

—Apuesto a que gritó al descubrirlo.

—No creo que sea algo capaz de producir miedo o diversión. En realidad, solo se trata de un estúpido cliché.

Observé cómo parecía preguntarse qué significaba la palabra cliché. Le encantaba descubrir el significado de nuevas palabras; pero en aquellos momentos no se sintió con ánimos para preguntármelo.

—Me pregunto cuántos niños traviesos habrán puesto un pobre ratoncillo en la cama de alguien —seguí diciendo—. Es algo bastante estúpido. No has hecho más que lo previsible, Kate.

Ella se sintió algo alicaída. Después dijo:

—Bueno…, usted lo ha traído de vuelta, ¿no? Iba a ponérmelo en mi cama.

—Jamás se me ocurriría tal cosa. Solo pretendo que comprendas que tu estúpido truco no ha tenido el efecto que esperabas. Y ahora, si es que vamos a tener una tregua, debemos poner punto final a estos trucos infantiles. Sería más interesante estar en buenas relaciones. Hay muchas cosas excitantes que podríamos hacer juntas. A ninguna nos gustaría perder el tiempo en discusiones o empleando estúpidos trucos. Podemos hablar…

—¿De qué?

—De la vida…, de la gente…

—¿De asesinatos?

«Sí —pensé—, de uno en particular». Pero en lugar de eso dije:

—Lo que podemos hacer es terminar de leer La isla del tesoro.

—«Quince hombres en el arca de un hombre muerto. ¡Jo, jo, jo! Y una botella de ron» —citó ella.

—Hay muchos libros que podemos leer —dije, sonriendo—. Todavía no has leído El conde de Montecristo. Lo he visto en la estantería. Cuenta la historia de un hombre que fue erróneamente metido en prisión, y que escapó para vengarse. —Sus ojos se abrieron como platos, llenos de interés—. Bueno —continué—, siempre y cuando no perdamos el tiempo de forma estúpida. Y podemos hacer muchas cosas más.

No dijo nada, pero tuve la clara impresión de haber ganado otra pequeña batalla.

—¿Qué te parece que hagamos con este pobre animalito? —pregunté.

—Yo lo enterraré.

—Eso está muy bien. Y procura enterrar con él todos tus estúpidos prejuicios contra las institutrices. Entonces, quizá podamos empezar a disfrutar de nuestras lecciones.

Y, tras decir esto, la dejé a solas. Me sentí victoriosa y triunfante.

*****

La forma en que trataba a Kate era el asombro de todos los habitantes de la mansión. Al fin se había encontrado a alguien capaz de convertir al enfant terrible en una niña normal, o que había descubierto, al menos, una manera de controlarla.

La señora Ford me mimaba, y estaba encantada conmigo. Pronunciaba mi nombre en un susurro respetuoso, como si yo fuera una heroína guerrera cubierta de gloria militar. Me había convertido en una figura bastante importante en aquella casa.

Aproximadamente una semana después de mi llegada, lady Perrivale me pidió que acudiera a su salón. Se mostró muy afable conmigo.

—Usted y Kate parecen entenderse bastante bien —empezó—. Eso es estupendo. Sabía que todo resultaría como debe ser en cuanto encontráramos a la persona adecuada.

—No tengo ninguna experiencia como institutriz —le recordé.

—De eso se trata, precisamente. Todas esas mujeres mayores tienen demasiadas reglas. Están demasiado acostumbradas a ellas para comprender a los niños modernos.

—Kate es una niña bastante peculiar.

—Claro, claro. Pero, sin duda alguna, usted la comprende. ¿Se siente completamente satisfecha con todo lo demás? ¿Hay alguna cosa…?

—Me siento satisfecha, muchas gracias —contesté.

En aquel momento, sir Tristan entró en el salón como si lo hubieran acordado previamente. Me divirtió pensar que había sido llamado para añadir sus alabanzas a las de su esposa. Kate debía de haberles hecho la vida bastante imposible.

Se me ocurrió lo extraño que era que un hombre que había podido matar a su hermano se sintiera confundido ante una niña traviesa. Traté de ordenar mis pensamientos. No tenía sentido considerar a sir Tristan como el asesino, solo debido a su aspecto un tanto siniestro. Aunque, claro está, él había heredado el título, la propiedad… y a Mirabel.

Sus astutos ojos oscuros me estaban valorando. Me sentí culpable. Me pregunté qué diría si hubiera podido leer mis pensamientos.

—He oído que se las arregla bastante bien con Kate —dijo, y después de una ligera sonrisa, añadió—: Eso es todo un acontecimiento. Ha sido muy inteligente por su parte, señorita Cranleigh, haber logrado lo que sus predecesoras no consiguieron.

—No es una niña fácil de tratar —dije.

—Eso lo sabemos muy bien, ¿verdad? —replicó mirando a su esposa.

Esta asintió de mala gana.

—Creo que la niña necesita mucha comprensión —les dije.

Me pregunté cuál sería la relación de Kate con aquellas dos personas. La niña no me había proporcionado el menor indicio. ¿Y quién sería su padre? ¿Qué le habría ocurrido? ¿Qué pensaba del compromiso de su madre, primero con Cosmo y, poco después de su muerte, de su matrimonio con Tristan? Se trataba de cuestiones de las que quería saber algo. Creía que me ayudarían a solucionar el misterio.

—Y usted parece capaz de ofrecérsela.

—Como ya he explicado, no tengo experiencia previa como institutriz.

—Es usted muy joven, desde luego —dijo él, sonriéndome cálidamente—. Y muy modesta…, ¿no te parece, querida?

—Demasiado modesta —asintió lady Perrivale—. Señorita Cranleigh, espero que no se sienta aburrida aquí. —Miró a su esposo y añadió—: Queremos decirle que, quizá… de vez en cuando, quiera usted unirse a nosotros cuando demos una cena. En realidad, sus amigos son vecinos nuestros.

—¿Se refiere a los Lorimer?

—Sí. Qué pena lo de ese accidente. Casi me atrevería a decir que no estarán con ánimos de visitarnos. Pero quizá más adelante los invitemos, y en tal caso…, desde luego, debería estar usted entre los invitados,

—Sería muy agradable.

—No queremos que se sienta usted… aislada.

Yo estaba pensando: esto es lo que les sucede a algunas institutrices cuando a los dueños de la casa les falta un invitado para completar el número; si la institutriz es presentable, se la invita a rellenar el hueco. Por otro lado, mostraban ansiedad por conservarme. Qué extraño resultaba que precisamente yo hubiera encontrado una forma de serenar a aquella niña tan recalcitrante.

—Son ustedes muy amables —dije—. Hay una cosa…

Se mostraron ávidos por saber de qué se trataba.

—Si pudiera disponer de vez en cuando de una tarde libre. Me gustaría visitar a los Lorimer. Allí también hay niños. Yo permanecí con ellos cuando ocurrió el desgraciado accidente. Me quedé algún tiempo después de que se marcharan los amigos con quienes había venido.

Me divirtió observar la expresión de alarma que apareció en los ojos de lady Perrivale. ¿Niños? ¿Necesitarían acaso una institutriz? «Realmente —pensé—, debe de tener una elevada opinión de mí misma…, y todo porque he encontrado una forma de lograr que Kate se comporte de un modo razonablemente suave».

—Desde luego —se apresuró sir Tristan—. Debe usted disponer de tiempo para visitar a sus amigos. ¿Cómo viajará hasta allí? Trecorn Manor está a varios kilómetros de aquí, ¿no? Sabe usted montar, ¿verdad?

—Oh, sí.

—Entonces ya está solucionado. Pídale a Mason, el encargado de los establos, que le encuentre una montura adecuada.

—Es usted muy amable. Kate ha mencionado la posibilidad de salir a dar un paseo a caballo, y creo que le gustaría que lo hiciéramos juntas.

—Excelente. Creo que ella es muy buena amazona.

—Estoy segura de que sí. Tengo verdaderos deseos de cabalgar con ella.

Fue una entrevista de lo más satisfactoria para mí.

*****

Al día siguiente, Kate y yo salimos a dar una vuelta a caballo. Ella montaba un pequeño caballo blanco del que se sentía muy orgullosa. Me agradó ver el cuidado con que lo trataba, una indicación de que en su naturaleza había cierta capacidad de afecto.

Mason, el encargado de los establos, me procuró una yegua de color castaño. Según dijo, se llamaba Goldie.

—Es un animal muy bueno. Trátelo bien y él la corresponderá. Tiene buen carácter…, fácil de montar, aunque le gusta alborotar un poco, y le encanta recibir un terrón de azúcar después de un buen paseo. Déselo y se convertirá en su esclavo.

Kate era una amazona excelente, al principio algo inclinada a mostrarse espectacular, pero dejó de hacer tonterías en cuanto le dije que ya me había dado cuenta de lo bien que era capaz de manejar un caballo, y que de todos modos no le habrían permitido montar de no ser así.

Me preguntaba cómo podía hacerle preguntas discretas sobre su vida familiar, pues sabía que debía andarme con mucho cuidado. Era una niña extremadamente observadora, y me analizaba casi tan atentamente como yo a ella. Anunció que me llevaría a visitar Bindon Boys.

—Ya sabe…, la vieja granja donde se cometió el asesinato.

—Lo recuerdo.

—Le gustará, Estirada. Sé lo mucho que le encanta saber cosas sobre ese antiguo asesinato. —Me sentí incómoda. Había puesto al descubierto mi interés y ella lo había notado—. Es un lugar antiguo y feo. La gente no suele ir por allí después del anochecer… Bueno, en realidad ni siquiera se atreven a acercarse. Creo que a algunos les gustaría ir durante el día…, pero nunca solos.

—Los ladrillos y el cemento no dañan a nadie.

—No. Es lo que hay dentro. Antiguamente fue una verdadera casa de campo. La recuerdo desde antes… de que eso sucediera…

—¿La recuerdas?

—Pues claro. Yo no era tan pequeña.

—Y viviste cerca de allí… cuando viniste de Londres.

—Eso es. La pequeña casa de campo en la que vivíamos estaba cerca de Bindon Boys. Era la casa más cercana. Y el mar estaba justo bajo el acantilado. Se lo enseñaré cuando lleguemos.

—¿Está muy lejos?

—No, más o menos un kilómetro.

—Eso es fácil de recorrer.

—Vamos. Le echo una carrera.

Galopamos sobre un prado y cuando salimos de él nos encontramos muy cerca del mar. Respiré profundamente el aire límpido. Kate se me acercó.

—Allí —dijo—. Está justo allá abajo. Esa es la vieja granja, y allá, no muy lejos, está Seashell. ¡Qué nombre más tonto! Significa concha marina, ¿verdad? Alguien puso el nombre en el suelo, frente a la puerta, dibujándolo con conchas marinas. A mí me gustaba irlas quitando. Y la bauticé casa del Infierno.

—Viniendo de ti, no se podría haber esperado otra cosa —dije, echándome a reír.

—A Yayo le pareció divertido. Vamos a hacer una cosa. Después de que haya visto la granja, la llevaré a ver a Yayo. A él le gustará conocerla. Le gusta mucho conocer gente.

—Estoy segura de que será muy interesante.

—Vamos primero a la granja.

Bajamos por una suave pendiente y allí estaba. La edificación se encontraba en un estado ruinoso. Daba la impresión de que el techo se estaba cayendo a trozos. La pesada puerta aparecía ligeramente entornada. Evidentemente, el cerrojo había desaparecido.

—Da la impresión de estar a punto de desmoronarse —dije.

—¿Entramos? ¿O acaso está asustada?

—Pues claro que quiero entrar.

—Dejaremos los caballos aquí.

Desmontamos cerca de un antiguo pilar y atamos los caballos. Empujamos la puerta y entramos directamente en lo que supuse habría sido un salón. Era grande y tenía dos ventanas, cuyos marcos aparecían agrietados. En el suelo faltaban varias baldosas. Ante las ventanas había unas cortinas raídas y de los techos colgaban polvorientas telarañas.

—No tocaron nada… después del asesinato —dijo Kate—. Fue aquí donde sucedió…, en esta habitación. Está llena de fantasmas, ¿verdad? ¿Los percibe usted?

—Es escalofriante —dije.

—Bueno, eso es porque hay fantasmas. Será mejor que no se aparte de mí.

Sonreí. Era ella la que no quería alejarse mucho de mí.

En mi imaginación, lo vi todo con claridad: Simon atando su caballo, quizá en el mismo lugar en el que habíamos dejado los nuestros, sin sospechar nada…, entrando en la estancia y encontrando a Cosmo en el suelo, con el arma de fuego al lado. Me imaginé a Simon inclinándose y tomando el arma en sus manos en el instante en que Tristan entraba precipitadamente. Era todo demasiado evidente.

—Tiene un aspecto muy divertido —dijo Kate.

—Estaba pensando en lo que sucedió aquí.

La niña asintió y dijo:

—Creo que Simon le estaba esperando. En cuanto entró por esa puerta…, bang, bang. Fue una suerte que Padrito llegara en ese momento y le viera con las manos ensangrentadas. Después huyó. —Se me acercó y preguntó—: ¿Qué cree usted que estará haciendo ahora Simon?

—Desearía saberlo.

—Quizá el fantasma le persiga. ¿Pueden viajar los fantasmas? Creo que pueden trasladarse un poco. Me pregunto dónde estará. Me encantaría saberlo. ¿Qué le sucede, Estirada?

—Nada.

—Desde que ha entrado aquí tiene una expresión extraña en la mirada.

—Tonterías.

Entonces, de repente, creí oír un movimiento por encima de nuestras cabezas.

—Lo cierto es que está usted asustada.

La niña se detuvo bruscamente. Abrió los ojos como platos al tiempo que se volvía hacia la escalera. Ella también había oído algo. Se me acercó más y la tomé de la mano. Escuché entonces el crujido de una tabla del piso superior. Kate me tiró del brazo, pero yo no me moví de donde estaba.

—Es el fantasma —susurró Kate, y mostraba una verdadera expresión de temor en el rostro.

—Voy a echar un vistazo —dije.

Ella sacudió la cabeza y retrocedió, alarmada.

Permaneció muy quieta durante unos instantes. Después se me acercó y yo empecé a subir la escalera seguida de cerca por ella.

Llegamos a un rellano. Escuché una respiración profunda. Kate también la percibió porque me apretó la mano con fuerza.

Había tres puertas que daban al rellano, todas cerradas. Permanecí de pie, escuchando. Entonces volví a percibir el sonido de una respiración. Me quedé muy quieta, sin dejar de escuchar. Sabía que alguien estaba esperando detrás de la puerta más cercana a nosotras.

Me dirigí resuelta hacia la puerta, puse la mano sobre el picaporte, la abrí de un tirón y entré en la estancia.

Un hombre estaba allí…, sin afeitar, despeinado y sucio. Había un montón de mantas en el suelo, y una bolsa de papel al lado. Observé restos de comida en el suelo y me tranquilicé. Después de todo, aquel hombre era un ser humano. En realidad, no sé qué había esperado encontrar. Quizá, al igual que Kate, temí encontrarme con el fantasma de Cosmo. El hombre que tenía ante mí no era más que un viejo vagabundo.

—Eh, ¿qué sucede? —dijo el hombre.

—Es Harry Tench —dijo Kate acercándose.

Harry Tench. Conocía aquel nombre. Lo había oído mencionar en relación con el asesinato.

—¿Quién es usted? —Preguntó el hombre—. Solo la conozco a ella —dijo, indicando a Kate—. ¿Y qué anda buscando aquí? Yo no le hago daño a nadie.

—No, no —dije—. Solo hemos venido a echarle un vistazo a la casa. Oímos un ruido y subimos.

—Nadie viene a visitar este lugar. ¿Qué daño he hecho yo?

—Ninguno, ninguno. Siento mucho haberle molestado.

—Duermo aquí. No tengo ningún sitio adónde ir, y no hago ningún daño. No se le ocurra echarme de aquí.

—No se preocupe —intervino Kate, que se había recuperado con rapidez del susto—. Creímos que era usted un fantasma.

El hombre hizo una mueca y dejó al descubierto unos dientes amarillentos.

—No tema —dije—. Vamos, Kate.

La tomé de la mano y salimos de la habitación. Cerré la puerta y bajamos la escalera.

—Vamos —dije—, salgamos de aquí.

Cuando nos alejábamos, Kate dijo:

—Estaba usted realmente asustada.

—No tanto como tú. Creo recordar que estuviste a punto de echar a correr.

Permaneció en silencio un rato y luego continuó:

—Tiene mucho valor… al dormir ahí, en un sitio donde se cometió un asesinato. Usted no haría eso, ¿verdad, Estirada?

—Preferiría estar mucho más cómoda de lo que estaba ese pobre hombre.

Seguimos cabalgando y, al cabo de un rato, Kate señaló:

—Mire, aquello es Seashell. Allí vivíamos antes.

Se trataba de un lugar pequeño y limpio, con un jardín bien cuidado, y unas cortinas de encaje en las ventanas. Nos acercamos lo suficiente para que yo viera que las conchas marinas habían sido colocadas de nuevo. Me resultó difícil imaginar a lady Perrivale viviendo en aquella pequeña casita; y su hija y su padre también habían estado con ella.

Me pregunté quién sería el padre de Kate. ¿Se lo podía preguntar? Quizá le hiciera algunas preguntas cuidadosamente elegidas en el momento oportuno. Debía recordar lo astuta que era Kate y tener mucho cuidado con ella.

—Vamos —dijo la niña—. Vayamos a ver si Yayo está en casa.

La casa Dower era muy distinta a Seashell. La había visto desde la distancia, pues no se hallaba muy lejos de Perrivale Court. Entre ambas había un camino y lo seguimos.

Se trataba de una residencia encantadora. Supuse que había sido construida durante el período isabelino, puesto que mostraba con claridad una arquitectura de estilo Tudor, con ladrillo rojo y ventanas con cortinas de encaje. Uno de los muros aparecía cubierto de enredaderas y había un prado muy bonito bordeado por macizos de flores.

Desmontamos de nuestros caballos, los dejamos atados y atravesamos la puerta de entrada. La casa parecía en silencio.

—Apuesto a que está en el jardín —dijo Kate.

Me indicó el camino, dando la vuelta a la casa. Pasamos junto a un pequeño huerto y entramos en un jardín amurallado que parecía una reminiscencia del período en que fue construida la casa. Había plantas que subían por la pared de ladrillo, y macizos de lo que supuse serían hierbas aromáticas rodeando un estanque en cuyo centro había una pequeña fuente. Cerca del estanque estaba un hombre sentado en un sillón de madera labrada.

—¡Yayo! —gritó Kate.

Me extrañó que el hombre tuviera un aspecto tan juvenil para su edad. Más tarde me di cuenta de que no debía de tener más de cincuenta años, pero parecía diez años más joven. Era de espalda recta, muy erguido y, sin duda, elegante. Observé su parecido con lady Perrivale y con Kate. Tenía el cabello de un color muy similar al de ellas, pero algo más blanco en las sienes, y mostraba un matiz verde en los ojos. Pero, al igual que a Kate, le faltaban aquellas cejas y párpados oscuros que hacían de lady Perrivale una belleza tan asombrosa. Las cejas del hombre eran tan claras que casi no parecían existir, lo que le daba un aspecto mucho más joven.

Al vernos, se levantó y se acercó. Kate corrió hacia él. El hombre la tomó de las manos y la balanceó alrededor de él. La niña se echó a reír de alegría, y yo pensé: «Aquí hay alguien que a ella le importa de veras». Me alegró observar que Kate era capaz de sentir afecto.

—Eh, jovencita —dijo el hombre—. Estás olvidando tu buena educación. ¿Qué te parece si nos presentas? No me lo digas… Ya lo sé, claro…

—¡Es Estirada! —gritó Kate.

—Rosetta Cranleigh —dije.

—Señorita Cranleigh, encantado de conocerla. Su fama ha llegado hasta esta casa. Mi hija, lady Perrivale, ya me ha contado el maravilloso trabajo que ha hecho usted con nuestra pequeña bellaca.

—¿Qué es una bellaca? —preguntó Kate.

—Será mejor que no lo sepas, ¿no le parece, señorita Cranleigh? Me alegro mucho de que haya venido a visitarme.

—Este es el mayor Durrell —dijo Kate—. Los mayores son personas muy importantes, ¿verdad, Yayo?

—Si tú lo dices, querida —dijo él elevando una de sus pálidas cejas en mi dirección, con una expresión conspiratoria—. Y ahora venga a sentarse. ¿Le apetece un refresco?

—Oh, sí, por favor —dijo Kate.

—¿Un poco de vino?

—Y uno de esos pastelitos tan buenos —dijo la niña.

—Pues claro que sí. Mira, querida, vas y le dices a la señora Carne que estáis aquí y que traiga lo que queráis.

—Muy bien —dijo Kate.

Cuando se hubo marchado, el mayor Durrell se volvió hacia mí.

—La señora Carne viene las mañanas de los días laborables a cuidar de la casa. También viene dos tardes por semana como un favor especial. Afortunadamente, hoy es una de esas tardes. Aparte de eso, yo cuido de mí mismo. Uno aprende a hacerlo cuando ha estado en el ejército. Soy un hombre bastante mañoso, lo cual me evita muchos problemas. Venga y siéntese aquí, señorita Cranleigh. ¿No le parece que este es un magnífico lugar?

—Oh, sí. Es muy pacífico.

—Yo también lo creo. Y la paz es una adquisición muy deseable cuando se ha alcanzado mi edad. Estoy seguro de que está usted de acuerdo conmigo.

—Creo que es deseable a cualquier edad.

—Ah, pero los jóvenes prefieren la aventura. Desean cualquier excitación, sin importarles lo que tengan que pagar por ello. Yo ya he vivido lo mío y ahora, gracias al cielo, puedo apreciar la paz. Me alegra mucho que haya venido usted a enseñar a mi nieta, y que tenga tanto éxito en su tarea.

—Aún es demasiado pronto para afirmarlo así. Estoy con ella desde hace muy poco tiempo.

—Pero todos están encantados. Ha habido muchas discusiones. La pobre niña…, para ella no ha sido fácil. En el fondo es una buena criatura. El problema consiste en saber encontrar el camino que conduce a esa bondad. Lo que más necesita es comprensión.

Me sentí atraída por él. Se sentía orgulloso de su nieta y sus palabras me confirmaban lo que yo pensaba de Kate.

—Sí, estoy de acuerdo. Una tiene que encontrar la forma de comprenderla.

—Ya me entiende…, desarraigada…, con un padrastro. Una niña se tiene que adaptar y eso no es fácil cuando se tiene la naturaleza de Kate.

Había franqueza en su forma de ser. Resultaba mucho más fácil hablar con él que con la madre o el padrastro de Kate.

—Si alguna vez tuviera usted cualquier tipo de dificultades con Kate…, confío en que no dude en venir a verme.

—Es muy amable de su parte. Para mí es un gran consuelo saberlo.

Me hizo sentir que éramos aliados, y me pareció sorprendente que lo hubiera conseguido en tan poco tiempo.

Kate regresó diciendo que la señora Carne no tardaría en llevar el vino y los pastelitos.

—Y ahora ve a sentarte cómodamente junto al estanque, Kate. Hay nuevos pececillos de colores. ¿Los ves?

—Oh, sí. Son encantadores.

—Tiene usted el jardín muy bien cuidado —comenté.

—Yo soy el jardinero. Siempre pienso que hay mucha paz en el jardín.

La señora Carne apareció con los refrescos. Era como me la había imaginado: rolliza, de mejillas sonrosadas, mediana edad y sin duda sentía cierto afecto por el mayor Durrell, algo que no me sorprendía en absoluto. Se mostró protectora, admirativa y autoritaria con él.

—Aquí está todo, mayor, y los pastelitos han sido preparados esta misma mañana.

—Es usted un ángel, señora Carne.

—Bueno, es un placer —replicó ella riendo.

—Le presento a la señorita Cranleigh —dijo él.

No hubo necesidad de explicar la razón de mi presencia allí con Kate. Supuse que la señora Carne estaría al tanto de todo lo que sucedía en Perrivale Court. Hizo un gesto de despedida hacia donde yo estaba y se marchó.

—Es una buena mujer —dijo el mayor—. A veces me trata como si fuera un novato, pero confieso que me encanta ser mimado. ¿De modo que le gusta mi jardín? He hecho muchas cosas en él, desde diseñarlo hasta plantarlo y cuidarlo. Un hombre viene todas las mañanas y se ocupa de los trabajos más pesados.

—¿Hace mucho tiempo que está aquí?

—Desde que se casó mi hija. La casa fue una especie de regalo de bodas. Supongo que considera insólito que sea el padre de la novia el que recibe un regalo así, pero Mirabel no podía permitir que su padre viviera en una pequeña casa de campo. Hizo las cosas de tal manera que dio la impresión de que venir a vivir aquí sería un regalo para ella.

—Esta misma tarde pasamos por Seashell.

—En cierto sentido es bastante encantadora. No hay mucho espacio para el jardín, claro, sobre todo si se compara con esta casa.

—Le conté a Estirada cómo saqué las conchas marinas y la bauticé casa del Infierno.

—Ahí tiene, señorita Cranleigh, a eso tiene que enfrentarse.

—Pues a ti te pareció divertido, Yayo.

—Bueno, quizá me lo pareciera. Pero ¿qué estaba diciendo? Ah, sí, esta casa ha representado una gran mejora, y aquí me siento muy feliz.

—Debe de ser muy reconfortante sentirse tan a gusto.

—Sí, lo es…, sobre todo después de una carrera bastante accidentada. La vida en el ejército no es precisamente un lecho de rosas, créame. Y entonces llegué aquí… Mi hija se instaló felizmente…, y mi nieta empieza a recorrer ahora, con firmeza, el sólido y recto camino por el que la conduce su excelente institutriz.

Levantó una ceja al mirarme y comprendí que aquel era un gesto habitual en él.

—Yayo ha viajado por todo el mundo —me informó Kate—. Ha estado prácticamente en todas partes.

—Comprenderá que eso no es más que una exageración, señorita Cranleigh.

Le sonreí, comprensiva.

—Los mayores son las personas más importantes en el ejército —continuó Kate.

—Mi querida nieta elimina de un plumazo a todos los generales, mariscales de campo, coroneles y todos los que tienen la impresión de ser los más importantes.

—Bueno, tú lo eres —insistió la niña.

—¿Quién sería tan grosero como para contradecir a una admiradora tan leal? Cierto que he viajado un poco: la India, Egipto, en fin, allí adónde me llevaba mi deber.

—Cuéntanos, Yayo —rogó Kate.

Habló bastante mientras tomábamos el vino, sobre todo de su vida en la India cuando era un joven oficial.

—Aquellos sí fueron buenos tiempos, pero el clima y también la incertidumbre… Yo era demasiado joven para comprender la sublevación…, pero la sensación siempre estaba presente.

Mientras hablábamos, Kate no dejaba de mirarme, asegurándose de que quedaba debidamente impresionada. Estaba claro que para ella su abuelo era un héroe. Después, habló de Egipto, Sudán, y volvió a la India. Finalmente, dijo:

—Estoy hablando demasiado. Eso es culpa de Kate. Siempre me engatusa para que hable, ¿no es así, nieta?

—Me gusta —contestó Kate—. Y a usted también, ¿verdad, Estirada?

—Es muy fascinante —admití.

—Me alegro de que lo parezca. Espero que eso la induzca a visitarme de nuevo.

—A mí me habría gustado estar en todos esos sitios —dijo Kate.

—Ah, a veces resulta mucho mejor hablar de las cosas que vivirlas.

—Debe de echar de menos usted tantas aventuras —dije.

—Antes le dije lo mucho que aprecio la vida tranquila. Ya he corrido suficientes aventuras. Lo único que deseo ahora es instalarme y disfrutar con las visitas de mi familia, y saber que están bien y son felices.

—Una ambición muy noble —afirmé—. Pero cómo ha volado el tiempo. Tenemos que regresar, Kate.

—Prométame que volverá otra vez.

Le di las gracias y Kate se le colgó del cuello y lo abrazó. Yo estaba asombrada ante la conducta de la niña. Era muy diferente a como se comportaba normalmente. Me sentí encantada al observar el afecto existente entre ella y su abuelo.

—¿No le parece que Yayo es maravilloso? —me preguntó cuando ya cabalgábamos de regreso a casa.

—Ha tenido una vida muy interesante, desde luego.

—Es la vida más interesante que alguien haya tenido nunca. Claro que usted naufragó…, y eso ya es algo. Tendría que habérselo contado.

—Estoy segura de que sus aventuras eran mucho más interesantes.

—Oh, sí. Pero la suya tampoco está nada mal. Se lo puede contar la próxima vez.

Desde luego, habría una próxima vez, lo cual me alegraba.

Aquella noche, ya acostada, repasé la aventura de aquella tarde. Había estado llena de acontecimientos. Primero el encuentro con Harry Tench, y luego haber conocido al mayor. Aquellos dos hombres debían de estar allí en la época del asesinato.

Me imaginé al mayor viviendo en Seashell, en compañía de su hija y de su nieta. Podría enterarme de muchas cosas a través de él. Un hombre como él sabría sin lugar a dudas qué pasaba a su alrededor, y probablemente tendría sus propias teorías.

Debía cultivar la amistad del mayor.

Pensé que había sido una tarde de lo más provechosa.