Encuentro en el bosquecillo

Aquella noche, Felicity y yo pasamos mucho tiempo hablando de nuestro descubrimiento. Aquello superaba todas nuestras más alocadas esperanzas.

—¡Aún no puedo creérmelo! —dije—. A pesar de su fuerte actitud moral, ¿cómo pudo sir Edward cometer bigamia y tener dos hijos que aceptó como propios mientras que su hijo legítimo era tratado como un extraño, aunque fuera llevado a la casa?

—Recuerda que dejó bien claro que se tratara al chico como a un igual.

—¡Pobre Simon!

—Al menos tuvo a Nanny Crockett.

—De otra manera, todo habría sido muy triste para él.

—Oh, siempre hay compensaciones. Pero ¿por qué razón actuó sir Edward no solo en contra de la ley, sino incluso de sus más fuertes principios religiosos?

—Creo imaginármelo. ¿Sabes?, hay una gran tradición en la familia de los Perrivale. La vieja mansión se encuentra en la raíz de todo. El edificio se estaba desmoronando y sir Edward se encontraba en dificultades financieras. Jamás llevó a Alice a Perrivale Court. Por mucho que la amara no creyó que fuera un hogar adecuado para ella. Ya hemos visto lo fuerte que era la tradición familiar. Me atrevería a decir que fue educado en la creencia de que la familia Perrivale era lo más importante de todo. Esa familia se había mantenido durante siglos, y sus miembros siempre cumplieron con su deber. Por tanto, el suyo consistía en salvar Perrivale Court. Entonces aparece el dueño de unas minas de carbón o de una siderurgia en Yorkshire. Él puede proporcionar el dinero necesario para salvar la mansión. De ese modo quedan solucionados los problemas financieros de sir Edward…, pero eso tiene un precio, claro está. Y ese precio es el matrimonio con la hija del hombre rico.

—No creo que sir Edward aceptara esas condiciones. Él ya se había casado con Alice.

—Sí, pero ¿quién lo sabía? Únicamente unas pocas personas que vivían en el campo. Alice era tranquila y dócil. Aceptaría cualquier cosa que se le dijera. No plantearía problemas…, aun cuando supiera lo que estaba sucediendo…, cosa que no llegó a saber. Él creyó poder llevarlo a cabo, y lo hizo. Me imagino que eso le atormentó mucho. Le habían educado para creer que su principal deber era conservar la tradición…, el nombre de la familia. Supongo que se sentía desgarrado por dentro. Tenía que salvar la mansión; la familia tenía que vivir de acuerdo con el estilo acostumbrado. Alice, en cambio, no era apta para lo que se le habría exigido. Sir Edward amó a Alice… y se dejó arrastrar por la tentación de casarse con ella. Pero no era la mujer adecuada para convertirse en esposa de un Perrivale. Comprendo muy bien cómo debió de suceder todo.

—Tal y como lo cuentas parece verosímil.

—Creo que sir Edward no pudo morir llevándose el secreto a la tumba. Supongo que debió de confesarlo cuando vio que se acercaba su final. ¿Ya quién iba a confesárselo sino a la persona a la que más importaba, es decir, a la mujer que creía ser su esposa legítima? Imagínate lo que pudo haberle dicho: «No puedo marcharme así para siempre. Debo confesarte la verdad ahora. Mi único heredero es Simon, el chico que traje a esta casa. Me casé con su madre y eso significa que no estoy legalmente casado contigo». Así debió de ocurrir. María asegura que los oyó discutir violentamente y que lady Perrivale se comportó de modo muy extraño en el momento de su muerte, seguramente a causa de su confesión.

—¿Estás sugiriendo que ella se vio involucrada en el asesinato? No puedes pensar que mató a su propio hijo solo para que se acusara de ello a Simon.

—Claro que no. Lo que hizo fue contárselo a su hijo. Es muy probable que lo hiciera, ¿no te parece? O quizá el propio sir Edward se lo contó a los dos. Sí, claro, aquello también les concernía a ellos, además de a lady Perrivale.

—Pero fue Cosmo el que resultó asesinado.

—Siempre he sospechado que el asesino fue Tristan. Pensé que había matado a Cosmo porque quería el título, la propiedad… y a Mirabel. Imagínate lo que significaría para él ser un segundón y no tener derecho a nada.

—Lucas se encuentra en una posición similar.

—Bueno, lo cierto es que antes de sufrir el accidente no quería quedarse en casa.

—Y siguió su carrera militar durante un tiempo.

—En efecto, y luego la abandonó y se dedicó a viajar. Durante esa época se sintió bastante inquieto. Ahora empiezo a verlo todo con mayor claridad. Siempre creí que Tristan estaría involucrado de un modo u otro. Tenía todo que ganar. Y estaba Mirabel. Se casó con ella poco después de que Cosmo fuera asesinado.

—¿Y qué pasa con el niño del que ella se desembarazó?

—Eso no lo comprendo. Es demasiado complicado, pero si Tristan supo que Simon era el verdadero heredero de su padre…, al menos querría quitarlo de en medio. Así que mató a Cosmo y planeó las cosas para que se inculpara a Simon. De ese modo se libraba de las dos personas que le hacían sombra. Una vez muerto sir Edward … nadie podría afirmar que Tristan no fuera el heredero legítimo.

—Las cosas van adquiriendo forma —dijo Felicity—. Pero ¿cómo vas a demostrar todo eso?

—No lo sé… todavía. Pero hemos dado un gran paso adelante…, gracias a ti, Felicity. Creo que cuando llegue el momento oportuno sabré lo que tengo que hacer.

—¿Y mientras tanto…?

—Se lo contaré todo a Lucas. Él es muy astuto. Me sugerirá lo que hay que hacer a continuación. Se me ha ocurrido algo. Lady Perrivale…, la viuda lady Perrivale… se pasa las noches buscando algo en la habitación de sir Edward. Enciende velas por la noche…, o eso es lo que hacía antes de que María las escondiera por temor a que provocara un incendio, y deambulaba por allí, buscando algo. ¿Qué crees que busca?

—El simple sentido común indicaría que un testamento.

—Exacto. El último testamento de sir Edward Perrivale, en el que afirma que Simon es el hijo legítimo y heredero. No pudo haberse marchado a la tumba llevándose ese peso en la conciencia.

—Así que para purificar su propia alma deja en la mayor de las confusiones a quienes durante tantos años han creído ser su única familia.

—Sabe muy bien —continué, asintiendo— que si alguno de ellos descubre el testamento mientras él está demasiado enfermo para enterarse, destruirá el documento. Así que decide ocultarlo… con intención de entregárselo al notario, o a alguien en quien pueda confiar… Lady Perrivale sabe que ese testamento existe. Toma la decisión de encontrarlo y destruirlo por el bien de sus hijos. No tiene las ideas muy claras, pero sigue aferrada al hecho de que ese documento existe. Por eso deambula por la noche buscándolo.

—Hummm…, parece lo más probable.

—Yo visito a menudo a lady Perrivale. Quizá surja la oportunidad…

—Será mejor que tengas mucho cuidado.

—Eso es lo que me dice Lucas.

—Si todo esto es cierto y Tristan mató en una ocasión, es posible que no dude en volver a hacerlo, y que quienes sepan demasiado estén en verdadero peligro.

—Seré precavida.

—Hablo muy en serio, Rosetta. Estoy preocupada por ti.

—No lo estés. Tendré cuidado. Ellos no sospechan nada. Solo soy una institutriz.

—Pero no una institutriz vulgar.

—Oh, sí que lo soy, de veras. Lo único es que he descubierto una manera de entenderme con Kate mucho mejor que la mayoría.

—En todo caso, no te precipites.

—Te lo prometo.

—Y ahora, será mejor que durmamos.

—Felicity, no imaginas lo agradecida que me siento por tu gran ayuda.

—Bueno…, ha sido divertido. A mí me gusta el misterio tanto como a cualquier persona.

—Una de las cosas más hermosas que me han sucedido en la vida fue que vinieras a casa para enseñarme.

—Bien, nos diremos buenas noches con esa última y feliz observación.

*****

Cuando llegué a Cornualles, Kate me saludó de mal humor.

—Ha estado usted fuera mucho tiempo —me dijo.

—En realidad no ha sido tanto. Me encontré con una amiga que en otro tiempo fue mi institutriz.

Le hablé de cuando Felicity llegó a mi casa por primera vez, de cómo yo creía que sería un ogro, de cómo terminó por agradar a todos los sirvientes en la cocina, y de cómo solía unirse a nosotros durante las comidas.

Su estado de ánimo cambió. Realmente, estaba muy complacida de mi regreso.

—¿Representó el señor Dolland alguna escena de Las campanas?

—Sí.

—Desearía que alguna vez me llevara usted allí.

—Es posible… algún día.

—Algún día, algún día —se burló, imitándome—. No quiero que sea algún día. Quiero que sea ahora. Debería haberme llevado usted consigo.

Me alegré en cuanto se me presentó la oportunidad de retirarme a mi habitación. Quería reflexionar sobre todo lo ocurrido. Estaba segura de que nuestras teorías eran correctas. Me lo imaginaba todo con mucha claridad. Sir Edward, al borde de la muerte, había hecho revelaciones asombrosas. Si Tristan mataba a Cosmo y culpaba del asesinato a Simon, nadie se enteraría jamás del matrimonio anterior. Sería un secreto guardado entre Tristan y su madre. Sin lugar a dudas, confiaría en que ella se mantendría en silencio. Ella sería la última en desear que se supiera que, aun cuando había vivido con sir Edward dándole dos hijos, no había sido su esposa legítima.

¿Cómo podía sacar a relucir la verdad? ¿Cómo exculparía a Simon? El certificado de matrimonio estaba en manos de la señorita Ada Ferrers, aunque también se disponía de los registros de la iglesia de Saint Botolph. Pero, aunque se pudiera demostrar que Simon era el verdadero heredero de la propiedad Perrivale, eso no le exculpaba de la acusación de asesinato. Y aunque se encontrara el testamento, si es que existía, tampoco sería suficiente.

Tuve la sensación de haber llegado a un punto muerto. Había logrado poner al descubierto oscuros secretos, razones que explicaban el asesinato…, pero no había descubierto la identidad del asesino.

No obstante, si pudiera encontrar aquel documento… Me imaginé que sir Edward solo pudo haberse movido con grandes dificultades. Por lo tanto, estaría en su habitación. ¿Dónde era más probable que ocultara un documento?

Me convencía cada vez más de que lady Perrivale andaba buscando un testamento, y yo iba a intentar encontrarlo antes. Esa sería mi próxima aventura. Podría buscar una oportunidad para introducirme subrepticiamente en aquella habitación…, quizá si lady Perrivale se quedaba durmiendo y María no estaba allí. Si lograba encontrar el testamento, al menos podría aducir la existencia de un motivo.

Al día siguiente por la tarde subí a ver a lady Perrivale. Estaba durmiendo, pero María se encontraba allí.

—Es muy agradable verla de nuevo —me dijo—. Milady ha pasado durmiendo la mayor parte del día. Últimamente eso es cada vez más frecuente. El mayor acudió a verla a menudo mientras estuvo usted ausente. A ella le gusta mucho que la visite. —Me dirigió un guiño de complicidad—. Bueno, siempre ha tenido cierta debilidad por él.

—A pesar de que él se casó con su mejor amiga.

—Ah, sí. Ella podría haberse casado con el mayor, pero el viejo Arkwright era un hombre duro cuando se hablaba de dinero. Ella quedó con el corazón destrozado cuando su padre puso punto final a aquella relación. Luego, claro, se casó con sir Edward. Eso era lo que Joe Arkwright deseaba. Solo así se avino a razones… Sir Edward, el título y Jessie hicieron que aflojara el dinero. ¡Qué no haría la gente por dinero!

Me marché de allí con aquellas palabras sonando aún en mis oídos.

Eran realmente reveladoras…, ¡qué no haría la gente por dinero!

Mi oportunidad se presentó dos días más tarde. Subí a ver a lady Perrivale. María no estaba y lady Perrivale se hallaba sentada en su sillón, roncando suavemente.

El corazón me latió con fuerza cuando salí de la habitación y me introduje en la que había sido habitación de sir Edward.

Observé la gran cama con dosel, junto a la que había una mesa. Sobre esta había una Biblia con tapas de cuero y cantos de latón.

Eché un vistazo a la habitación. ¿Dónde habría guardado algo que deseaba ocultar? ¿Por qué había sido necesario ocultarlo? Porque no confiaba en la mujer con quien había vivido durante tantos años y que creía ser su esposa legítima.

Había un armario cerca de la ventana. Me acerqué y lo abrí. En su interior había algunas ropas y una caja de hojalata. Tomé la caja entre mis manos. Estaba cerrada con llave.

Me pregunté qué habría dentro, pero me era imposible abrirla y, en cualquier caso, quien estuviera buscando un testamento ya se habría ocupado de abrirla. Podía estar segura de que alguien había abierto aquella caja e inspeccionado su contenido después de la muerte de sir Edward.

Me detuve un momento ante la ventana y miré hacia mi propia habitación. Justo en ese momento el mayor apareció en el patio. Levantó la mirada y yo retrocedí inmediatamente. No estaba muy segura de si me había visto, aunque creí que no. Sin embargo, aquello era una advertencia. Tenía que salir enseguida de la habitación. Sin duda alguna, venía a una de sus frecuentes visitas a lady Perrivale.

Cuando salí, María no había regresado aún y lady Perrivale seguía durmiendo. Me apresuré a bajar la escalera y me encontré con el mayor Durrell en el vestíbulo.

—Buenas tardes, señorita Cranleigh —me saludó—. Qué tarde más agradable hace. —Asentí con un gesto—. Confío en que haya tenido un buen viaje a Londres.

—Oh, sí, gracias. Hacía mucho tiempo que no veía a mi familia.

—Y he oído que el señor Lorimer progresa favorablemente.

—Sí, así es.

—Entonces todo anda bien en el mundo.

Me sonrió bonachonamente al tiempo que empezaba a subir la escalera.

*****

Fue al día siguiente. Kate y yo habíamos estado ocupadas toda la mañana con la clase, que se desarrolló agradablemente. Seguía reflexionando acerca de mis descubrimientos, y me sentía frustrada porque no sabía qué hacer a continuación. Había concedido una gran importancia al hallazgo del testamento, pero, aunque lo encontrara, ¿qué podría revelarnos que no supiéramos ya?

Quería estar a solas para pensar. Debía ver a Lucas en cuanto fuera posible. No tardaría en regresar a casa. Supuse que se sentiría exhausto después de su regreso, pero estaba ávida por comunicarle lo que Felicity y yo habíamos descubierto.

No obstante, la necesidad de marcharme era imperativa. Quería estar sola para pensar. Aproveché una oportunidad para salir de la mansión, sin que Kate me viera, ya que entonces habría querido acompañarme, y me alejé de allí caminando con rapidez. Estaba cerca de la casa Dower cuando vi al mayor Durrell.

—Hola, señorita Cranleigh —me saludó—. Qué agradable verla. Tiene usted muy buen aspecto.

—Gracias.

—Evidentemente, el viaje a Londres fue un gran éxito.

—Sí, creo que lo fue.

—¿Cómo va Kate ahora?

—Muy bien.

—Estoy muy preocupado por esa niña. Hace tiempo que deseaba tener una pequeña charla con usted sobre ella.

—¿Qué le preocupa?

—Mire, ¿por qué no viene a casa? No resulta fácil hablar aquí fuera.

Me precedió por el camino hasta la puerta de la casa, que estaba entornada. Dije que el jardín tenía un aspecto muy hermoso.

—Me enorgullezco de ello. Debo tener algo en que ocuparme, ahora que ya no estoy en el ejército.

—Debe de resultar difícil adaptarse a la vida civil. Pero ya hace algún tiempo que se retiró usted, ¿verdad?

—Sí, aunque, en realidad, uno nunca se acostumbra.

—Me lo imagino.

El salón era bastante amplio, sostenido por vigas de roble, con ventanas que mostraban cortinas de encaje y una gran chimenea.

—Es una casa encantadora —dije.

—Sí, es posible que los Tudor no fueran tan elegantes como sus sucesores, pero desde luego supieron crear cierto ambiente. Siéntese.

Me senté en una silla cerca de la ventana.

—¿Está usted cómoda ahí? —me preguntó, solícito.

Le dije que me sentía muy cómoda.

—¿Qué le preocupa a usted de Kate? —pregunté.

—Antes permítame servirle una copa de vino. Siempre resulta más agradable charlar tomando una copa.

—Gracias…, pero preferiría no…

—Oh, vamos, insisto. Quiero que lo pruebe. Es muy bueno. Solo lo sirvo en ocasiones especiales.

—Oh… ¿es esta una ocasión especial?

—Sí, porque hace tiempo que deseaba tener una charla con usted para agradecerle todo lo que ha hecho por Kate.

—Sé que la quiere usted mucho, y ella también a usted.

—Y ahora, una pequeña copa, ¿de acuerdo?

—Bien, gracias…, solo una copa.

Me la acercó y después se sirvió una para él.

—A su salud, señorita Cranleigh, con mi más expresivo agradecimiento.

—En realidad, usted le da excesiva importancia. Solo es cuestión de conocerla…, de comprenderla.

—Pero han pasado tantas por aquí…, y usted se ha tomado la molestia. Por eso le estoy tan agradecido. Mirabel, mi hija, lady Perrivale…, me dijo el otro día: «El cambio que se ha producido en Kate desde la llegada de la señorita Cranleigh ha sido muy notable».

—En tal caso, ¿por qué se siente preocupado?

—De eso precisamente quiero hablarle. ¿Qué le parece el vino?

Tomé otro sorbo y contesté:

—Magnífico.

—Bien, bébaselo. Y tome otra copa. Ya le dije que es muy especial.

En ese preciso momento oí unos pasos que indicaban que alguien rodeaba la casa. El mayor pareció sorprendido.

—Soy yo, Yayo —dijo una voz muy conocida—. Sé que Rosetta está aquí. La vi entrar.

Dejé la copa sobre una pequeña mesita cercana a la chimenea en el momento en que entraba Kate.

—¿Qué hace usted aquí? —casi gritó ella—. La vi marcharse y la seguí. Usted no me vio, ¿verdad? Le seguí los pasos y la vi hablar con Yayo y luego entrar aquí. Está bebiendo vino.

—Sí —dijo el mayor, y, aunque le sonrió a su nieta, observé una ligera expresión de fastidio en su rostro.

Era comprensible. Había pretendido hablar confidencialmente conmigo acerca de la niña. Ahora sería imposible en su presencia.

—Bien, entra y siéntate junto a la señorita Cranleigh.

La tomó por el brazo y la condujo hacia la chimenea. No estoy muy segura de qué sucedió porque yo estaba mirando a Kate, tan pagada de sí misma por haberme descubierto. Pero el caso es que cuando se sentó la copa cayó al suelo y el vino se derramó sobre la alfombra.

—Condenación —murmuró el mayor.

—¡Oh! —Gritó Kate—. ¡Has dicho una palabrota!

—Es disculpable —replicó él—. Se trataba de mi vino especial. Quería saber la opinión de la señorita Cranleigh.

—No habría sido de gran importancia —le dije—. No soy buena catadora de vinos.

—Y tú no debes decir palabrotas, Yayo. Tu ángel de la guarda lo estará escribiendo todo en un pequeño cuaderno, y algún día tendrás que responder por ello.

—Si eso es todo de lo que tengo que responder, no me siento particularmente preocupado y, en cualquier caso, estoy seguro de que intercederías por mí.

Kate se echó a reír y miró la copa rota. Yo me incliné, pero el mayor se apresuró a decir:

—No la toque. El cristal roto puede ser peligroso. Quedan esas horribles y pequeñas astillas. Déjela. Lo limpiaré todo más tarde. Le serviré otra copa.

Nos apartamos de la alfombra manchada y nos acercamos a las sillas junto a la ventana. Kate rogó que también le sirviera una copa de vino.

—Esto no es apropiado para las niñas pequeñas —dijo el mayor.

—Oh, vamos, Yayo, no seas malo.

—Está bien, pero solo un sorbo, ¿eh? ¿Ve usted cómo hace conmigo lo que quiere, señorita Cranleigh?

—No te me puedes resistir, ¿verdad, Yayo?

—Estamos en manos de nuestra encantadora niña —dijo él. Kate disfrutaba con la situación.

Nos marchamos una media hora más tarde y regresamos a Perrivale Court. Yo estaba bostezando.

—¿Qué le pasa? —Preguntó Kate—. Parece medio dormida.

—Se debe al duro trabajo que tengo que realizar para mantenerte a raya.

—No, no es eso. Es el vino. Siempre dijo usted que le daba sueño durante el día.

—Tienes razón. Debe de ser eso.

—Entonces ¿por qué lo ha bebido?

—Porque tu abuelo insistió.

—Ya lo sé —dijo ella, echándose a reír.

*****

Era a últimas horas de la mañana. Habíamos terminado la lección y Kate y yo nos disponíamos a bajar a los jardines. Cuando llegamos al vestíbulo, el mayor acababa de entrar.

—Buenos días, queridas —saludó—. Me alegro de verlas. Por lo que veo, están a punto de salir.

—¿Has venido para ver a la vieja lady Perrivale, Yayo? —preguntó Kate.

—En efecto, pero también es un gran placer verte a ti. Disfruté de la visita, pero fue lamentablemente corta. Debéis volver de nuevo.

—Lo haremos —le aseguró Kate.

—¿Y la señorita Cranleigh vendrá también? —preguntó, mirándome.

—Desde luego. Gracias —contesté.

En aquel momento, uno de los mozos de cuadra de Trecorn Manor apareció en la puerta.

—Oh, señorita Cranleigh —dijo—. Tengo un mensaje para usted. El señor Lucas ha vuelto. Quiere saber si podrá verse con él esta tarde. A las dos y media en El Rey Marino.

—Sí, sí, estaré allí. ¿Se encuentra bien…?

—Continúa mejorando, señorita.

—Me alegra mucho saberlo.

El sirviente nos dejó y Kate dijo:

—Esta tarde saldrá de nuevo. Siempre va a esa posada.

—Solo cuando dispongo de mi propio tiempo, Kate.

—Es una pequeña esclavista —intervino el mayor—. No debes convertir a la señorita Cranleigh en una prisionera, Kate. A ti no te gustaría que hicieran lo mismo contigo, ¿verdad? Y si lo haces, ella puede marcharse y abandonarnos. Bueno, espero verla pronto. Au revoir.

Subió la escalera.

—Pero usted siempre va a esa posada —insistió Kate.

—Debo encontrarme con mis amigos de vez en cuando.

—¿Por qué no puedo ir yo también?

—Porque no has sido invitada.

—Eso no es una razón.

—Es la mejor razón posible.

Ella siguió estando algo malhumorada durante nuestro paseo. Pero yo solo podía pensar en el próximo encuentro con Lucas.

*****

Salí de la mansión poco antes de las dos. Solo se tardaban quince o veinte minutos en llegar a la posada. Podía haber ido caminando, pero preferí ofrecerle un poco de ejercicio a Goldie y, al mismo tiempo, disfrutar cabalgando. Además, eso me permitiría quedarme un rato más, y si Lucas me acompañaba de regreso cabalgaríamos juntos.

Hacía una tarde preciosa. Apenas había una ligera brisa que movía los árboles. No había nadie por los alrededores. Raras veces se veía a alguien a esa hora. Seguí el camino que bordeaba la costa y luego giré hacia el interior. Tenía que atravesar una pequeña zona de matorrales. No se trataba de un bosque, pero los árboles crecían muy juntos y siempre disfrutaba abriéndome paso entre ellos, a lo largo del estrecho sendero.

Me sentía contenta. Estaría en la posada diez minutos antes de las dos y media.

No sé si fue una premonición de peligro, pero lo cierto es que en cuanto entré en el bosquecillo fui consciente de cierta inquietud. Tenía la sensación de que allí había algo extraño, de que estaba siendo observada. Se trataba de algo misterioso. Normalmente atravesaba aquel bosquecillo sin pensar para nada en lo solitario que estaba.

Percibí el repentino crujido de una ramita al partirse… y un movimiento entre los espesos matorrales. Supuse que sería algún pequeño animal…, la clase de ruido que debía de haber escuchado cientos de veces sin haberle prestado atención. Pero ese día mi estado de ánimo era muy extraño.

En el fondo, sabía lo que era. Felicity me había dicho: «Lo que haces es peligroso». Lucas también lo había advertido. ¿Y si Tristan sabía lo que yo estaba haciendo? ¿Y si me había vigilado… del mismo modo que yo le había vigilado a él?

Las personas que se sienten culpables siempre deben estar alerta.

—Vamos, Goldie —dije en voz alta—. Apresúrate.

Entonces me di cuenta de que había alguien en el bosquecillo… muy cerca de mí. Escuché el sonido de unos cascos detrás de mí y sentí el impulso de lanzar a Goldie al galope, pero eso habría sido imposible en medio de tantos árboles y espesos matorrales, donde la yegua se veía obligada a avanzar con precaución.

—Hola —dijo una voz—. ¡Pero si es la señorita Cranleigh! —Era el mayor Durrell. Estaba justo detrás de mí—. ¡Qué buena suerte! Justo la persona a la que deseaba ver.

—Hola, mayor —dije, aliviada—. Me preguntaba quién andaba hoy por aquí. No se suele encontrar a nadie a esta hora.

—Todos están durmiendo su pequeña siesta.

—Espero que sí.

—Precisamente quería verla a usted. Para mantener una pequeña charla.

—Sobre Kate.

—Sí. Ella nos interrumpió el otro día, cuando creí que iba a tener la oportunidad que deseaba.

—Hay algo que le preocupa, ¿verdad, mayor?

—Sí.

—¿De qué se trata? Creo que ella va muy bien.

—Es algo difícil de explicar. ¿Podríamos desmontar y sentarnos en ese tronco caído?

—No dispongo de mucho tiempo…

—Lo sé. Esta misma mañana la oí citarse a una hora determinada. Pero lo que tengo que decirle no me llevará más de cinco minutos.

Desmontamos.

Se acercó, me tomó por el brazo y me condujo hacia el tronco caído.

—¿Qué le preocupa, mayor? —pregunté.

—Usted —me contestó, con el rostro muy cerca del mío.

—¿Qué quiere decir?

—¿Por qué fue a ver a la señora Campden?

—¿La señora Campden?

—En Malton House, Bayswater. —Sentí un repentino escalofrío de temor. No contesté—. No niega usted haber hecho esa visita. Tiene usted un cabello muy hermoso, señorita Cranleigh. De un color peculiar. Llama mucho la atención. Me di cuenta enseguida de quién había sido. ¿Y qué está usted haciendo en Perrivale? No es usted institutriz. Es una joven muy inquisitiva.

Me hizo girar la cabeza hacia un árbol. Me sostuvo de aquel modo con una mano, mientras con la otra se sacaba una cuerda del bolsillo. Por un momento me pregunté por qué hacía aquello y luego la horrible verdad se abrió paso en mi mente.

Había estado buscando aun asesino… y allí estaba. Lo había encontrado, pero al hacerlo iba a convertirme en otra de sus víctimas.

Pensé en el marinero…, en Cosmo…, en Simon… Y ahora me tocaba a mí.

—No tiene a nadie a quien culpar más que a sí misma —dijo—. No quiero hacerle esto. Me disgusta mucho tener que hacérselo a usted. Kate se sentirá muy afligida… ¿Por qué no dejó que las cosas siguieran como estaban?

Una confusa esperanza se apoderó de mí. Si iba a matarme, ¿por qué no lo hacía ya? ¿Por qué hablaba tanto? Era casi como si no se atreviera. No mentía al decir que no quería hacerlo. Lo hacía porque creía tener que hacerlo…, era necesario porque se hallaba atrapado en una red de asesinatos.

—Intenta hacer conmigo lo mismo que hizo con el marinero…, me matará y me arrojará por el acantilado. Kate me lo contó… Ahora lo comprendo todo.

—Usted comprende…, usted comprende demasiadas cosas. Ya sé lo que ha pasado. Fue Harry Tench, ¿verdad? Ha hablado. Oh, señorita Cranleigh, ¿por qué se ha entrometido?

De pronto me di cuenta de que Goldie se alejaba. Me sentí desesperada. El pareció darse cuenta de que estaba perdiendo el tiempo. Posiblemente pensó en Lucas, que ya habría llegado a la posada y estaría esperando en vano.

Me soltó la cabeza con un rápido movimiento. Necesitaba las dos manos para estrangularme con la cuerda. Intenté apartarme… pero me vigilaba de cerca.

Ahora, en cualquier momento…

No tenía que ser así. Yo había descubierto al asesino. Había tenido éxito. No podía morir en ese momento y permitir que el secreto muriera conmigo. Debía hacer un esfuerzo sobrehumano para escapar…, para llegar hasta donde estaba Lucas.

Le rezaba en silencio a Lucas…, a Simon…, a Dios.

Tenía que contarles lo que sabía. Tenía que salvar a Simon… Y Lucas me estaba esperando.

Me pasó la cuerda alrededor del cuello. De algún modo, me las arreglé para pasar por debajo de ella los dedos gordos de mis manos, lo cual alivió un poco la presión. Levanté la pierna y lancé una patada hacia atrás.

Tuve suerte. Él no esperaba aquella reacción. Gritó de dolor; la cuerda se le cayó de las manos. Dispuse así de unos segundos para actuar. Y lo hice. Me aparté de un salto. Yo era ágil y estaba luchando por mi vida.

Tenía que salir del bosquecillo antes de que me atrapara. Instintivamente, sabía que no se atrevería a atacarme en campo abierto. Alguien podría vernos con facilidad.

Me precipité entre los arbustos y los árboles. Él me seguía de cerca, consciente de que necesitaba atraparme antes de que saliera a campo abierto.

Le oía corriendo tras de mí, pisándome los talones. Las ramas obstaculizaban mi carrera, pero de algún modo logré mantenerme uno o dos pasos por delante de él, lo suficiente para estar fuera de su alcance. Si al menos Goldie estuviera por allí…, si pudiera montar en la yegua.

Los árboles se hacían cada vez menos espesos. Ya no me quedaba mucho. Iba a conseguirlo.

Oí su pesada respiración muy cerca, detrás de mí. Pero él ya no era joven, pensé llena de alegría. Yo tenía la ventaja de la juventud.

Pensé: «¡Lucas! ¡Cuánta razón tenías!». Debía haber tenido más cuidado. Debí darme cuenta con lo del vino. Iba a drogarme, claro…, y luego me arrojaría por el acantilado…, como había hecho con el marinero, el esposo de Mirabel. Dispuse de esa advertencia y estuve tan ciega que no la vi. Pero… había descubierto al asesino. Había tenido éxito en mi empresa, aunque estuvo a punto de costarme la vida.

Salí a campo abierto, pero no me atreví a detenerme. Seguí corriendo todo lo rápido que pude. Cautelosamente, miré por encima del hombro.

Él ya no estaba allí. Había logrado escapar. Y, de pronto, vi a Lucas galopando hacia mí.

—¡Lucas! —jadeé—. ¡Lucas!

Desmontó del caballo, me tomó entre sus brazos y me abrazó con fuerza.

—Rosetta…, amor mío…, ¿qué ha ocurrido?

—Lo he descubierto, Lucas… Lo he descubierto. Iba a matarme.

—Rosetta… ¿qué…?

—Me siguió en el bosquecillo. Iba a estrangularme… y después me habría arrojado por el acantilado…, como hizo con el marinero.

—Cálmate, será mejor que me lo cuentes todo. Pensé que habías sufrido un accidente cuando Goldie llegó a la posada sin ti.

—Goldie… Sí, la yegua se marchó.

—Yo llegaba a la posada cuando la vi. Se dirigió al trote directamente a los establos.

—Oh…, la buena de Goldie…

—Será mejor que te lleve a casa conmigo.

—No…, no, debo contártelo todo. No queda mucho tiempo…, o puede que no haya…

—Estás muy turbada… Quiero saber todo lo ocurrido. ¿Quién…?

—Entremos en la posada. Diles que me he caído. Aún no puedo permitir que se sepa lo sucedido realmente.

—¿Quién era, Rosetta?

—El mayor Durrell.

—¿Qué?

Me llevé la mano al cuello.

—Tenía una cuerda…, iba a estrangularme. Me la pasó alrededor del cuello. Pensé que no podría detenerlo. Pero me las arreglé… de algún modo… y eché a correr. No pudo alcanzarme. Corrí más deprisa que él.

Lucas se quedó mirándome el cuello fijamente.

—Tienes morados —dijo—. Rosetta… ¿a qué viene todo esto?

—Quiero hablar contigo, Lucas. Tengo la respuesta… Nada ha sido en vano.

Subí a la grupa de su montura y nos dirigimos hacia la posada. Mis pensamientos estaban tan alborotados que ni siquiera sabía por dónde empezar. Me sentía profundamente conmocionada y temblaba con violencia, pero sabía que se tenía que hacer algo… y con rapidez. Y para ello debía contar con la ayuda de Lucas.

—No digas nada hasta que entremos en la posada —me dijo—. Una buena copa de coñac será lo más adecuado para ti. Estás temblando, Rosetta.

—No todos los días estoy a punto de ser asesinada —dije en un intento por introducir una nota de humor.

La esposa del posadero acudió corriendo, seguida por su marido.

—¡Menos mal! —exclamó—. Cuando vi llegar esa yegua sin usted…, bueno, me asusté mucho.

—Gracias —le dije—. No me he hecho mucho daño.

—Permitan que la señorita Cranleigh entre —dijo Lucas—. Y creo que le vendría muy bien un coñac. Eso es lo mejor para ella.

—Enseguida, señor —dijo el hombre.

—Me alegra mucho verla entera, señorita —dijo su esposa—. No creí que Goldie fuera capaz de emplear trucos así…, y que luego usted regresara caminando, como si no hubiera pasado nada.

—Me alegro de que haya llegado —dijo Lucas.

—Ha tenido mucha suerte.

Entramos en el salón de la posada. Me llevaron el coñac y al fin me encontré a solas con Lucas.

—Empezaré por el principio. No he tenido el cuidado que debía. Debería haber sospechado algo… —Le conté lo del vino—. Intentó drogarme para luego arrojarme por el acantilado como hizo con el marinero que, sin lugar a dudas, era el esposo de Mirabel, que había regresado para aprovechar sus oportunidades en Perrivale Court. Pero Kate llegó en ese momento y echó a perder sus planes. Esta misma mañana, en Perrivale Court, cuando llegó tu mozo de cuadra, él se enteró de la cita que tenía aquí contigo esta misma tarde. De modo que me estaba esperando.

—Eso ha sido algo muy osado por su parte.

—Sí, habría sido mucho más fácil con el vino, pero al parecer creyó que tenía que actuar con rapidez. Ahora comprendo el disgusto que sintió cuando Kate le estropeó un plan que le habría sido mucho más sencillo llevar a cabo. —Le conté la visita que Felicity y yo habíamos hecho a casa de Ada Ferrers, y lo que habíamos descubierto gracias a ella—. Pero fue la visita a la casa de maternidad, en Londres, lo que me traicionó —proseguí—. Allí mencioné a la señora Parry… —Lucas contuvo la respiración—. Sé que fue una tontería por mi parte, me di cuenta en cuanto lo dije. Pero me vi atrapada en una situación incómoda… y me sentí azorada. Solo había tenido intención de echarle un vistazo al lugar. Armé un buen lío. Él seguramente la conocía bastante bien y por eso envió allí a Mirabel. Aquella mujer le avisó y entonces él comprendió que le estaba siguiendo la pista, de modo que planeó desembarazarse de mí… como había hecho con el marinero.

—¿De modo que crees que fue él quien mató a Cosmo?

—Ahora, sí.

—Yo deduje que tus sospechas apuntaban a Tristan.

—No sé si él también estará implicado. Oh…, a propósito, dijo algo sobre Harry Tench. Dijo que yo había estado hablando con él…, o algo por el estilo. Ese hombre fue el principal sospechoso al principio de la investigación policial, pero la policía lo descartó con rapidez. Es el campesino que perdió su casa a causa de Cosmo, a quien odiaba. Es posible que fuera testigo del asesinato.

—¿Cómo…?

—Porque todo se produjo en Bindon Boys y allí es donde Harry Tench suele dormir. Ha convertido esa casa abandonada en su hogar… puesto que no tiene otro. Lucas, eso es lo que tenemos que hacer con toda rapidez… Tenemos que hablar con Harry Tench. Y debemos hacerlo ahora mismo.

—Voy a llevarte de regreso a Trecorn Manor. No puedes volver a Perrivale Court después de lo que ha pasado. Eso es lo primero.

—No, Lucas. No podría estarme quieta. Tengo que ver a Harry Tench y quiero que tú me acompañes.

—¿Cuándo?

—Ahora mismo… sin la menor pérdida de tiempo. Es posible que ya nos hayamos retrasado demasiado.

—Querida Rosetta, han estado a punto de asesinarte hace apenas un rato. Estás profundamente conmocionada.

—Ya pensaré en eso más tarde. Sé que esto es muy importante. Tengo que ver a ese hombre. He de hablar con él sin la menor demora.

—¿Crees que estarás bien…?

—No lo estaría si no fuera allí enseguida. Estaría desesperada por lo que pudiera estar ocurriendo. Es posible que el mayor ya haya llegado allí.

—Oye…, iré solo.

—No, Lucas. Esto es asunto mío. Fui yo quien lo empezó y quiero ser yo quien lo termine. Espero que este sea el final.

Comprendió que yo estaba decidida y al fin se mostró de acuerdo en acompañarme a Bindon Boys.

Monté a Goldie. Me sentía temblorosa, pero de algún modo muy estimulada al pensar qué nuevas cosas iba a descubrir.

La casa de campo abandonada parecía más desolada que nunca. Desmontamos. La puerta estaba abierta. La cerradura debía de haber desaparecido hacía ya mucho tiempo. Aquel lugar me producía escalofríos en la espalda. No podía dejar de pensar que Cosmo había entrado allí para enfrentarse con la muerte. Yo había experimentado hacía poco lo que se sentía en una situación similar. Ya había afrontado la muerte con anterioridad, pero no es lo mismo cuando una se siente amenazada por los elementos. Luchar por la propia vida contra un asesino es una experiencia muy distinta.

Un rayo de luz brilló a través de la sucia ventana. Eso acentuó las telarañas y la acumulación de suciedad y polvo sobre el suelo.

—¿Hay alguien? —gritó Lucas.

Su voz produjo ecos en toda la casa, y no hubo respuesta.

Le señalé la escalera y Lucas asintió con un gesto.

Poco después estábamos en el rellano y ante nosotros había tres puertas. Abrimos una. La habitación estaba vacía. Pero cuando abrimos la segunda lo encontramos allí, tumbado sobre un montón de ropas viejas. Se llevó la mano a la cara, como para protegerse.

—Hola, Harry —dijo Lucas—. No tengas miedo. Solo hemos venido a hablar.

Levantó la cabeza y se apoyó sobre un codo. Estaba sucio, despeinado y parecía muy delgado. Sentí una oleada de compasión por él.

—¿Qué quieren ustedes? —murmuró.

—Solo hablar un poco —contestó Lucas. El hombre parecía aturdido. Lucas continuó—: Sobre el día en que fue asesinado el señor Cosmo Perrivale.

En ese momento, Harry estaba verdaderamente asustado.

—Yo no sé nada. No estaba aquí. Yo no lo hice. Les dije que yo no lo hice.

—Sabemos que no lo hiciste, Harry —dije—. Sabemos que fue el mayor.

El hombre se quedó mirándome fijamente.

—Sí —añadió Lucas—, de modo que ya no vale la pena guardar silencio.

—¿Qué sabes de lo que ocurrió, Harry? —le pregunté con suavidad.

—Él me quitó mi casa, ¿verdad que lo hizo? ¿Qué daño le había hecho yo? El lugar quedó vacío hasta tres meses después… Mi pequeña casa…

—Fue algo cruel —dije tranquilizadoramente—. Y luego viniste aquí.

—No tenía adónde ir. Esto era al menos un techo. Y luego iban a reformarlo… Me quedé aquí… No quería marcharme hasta que tuviera que hacerlo.

—Claro que no. Y tú estabas aquí ese día. —No dijo nada y yo continué—. Ahora está todo bien. Puedes hablar. El mayor me lo ha contado…, de modo que no importa.

—Él fue bueno conmigo…, lo fue. No habría podido seguir adelante de no haber sido por él.

—¿Te pagó por tu silencio? —preguntó Lucas.

—Me dijo que si no lo decía a nadie yo estaría bien, pero que me mataría si lo decía… Medio se reía, como siempre.

Sacudió la cabeza, sonriendo. Comprendí que el mayor también le había caído bien a él.

—Cuéntanos lo que pasó aquel día, Harry —le pedí.

—¿Está segura…?

—Sí —repliqué—. El mayor sabe que estoy al tanto de todo, de modo que puedes hablar con tranquilidad.

—¿Está segura…? —repitió.

—Oh, sí…, muy segura.

—Quiero que me dejen solo.

—Te dejaremos… en cuanto nos lo hayas dicho.

—Yo no lo hice.

—Sé que no lo hiciste, y nadie ha dicho que lo hicieras.

—Me hicieron preguntas.

—Y después te soltaron. Sabían que no lo hiciste.

—Yo no les conté lo que había visto.

—No. Pero nos lo vas a contar a nosotros.

—Nunca he olvidado ese día —dijo, rascándose la cabeza—. A veces sueño con él. Yo estaba aquí cuando sucedió. No me lo puedo sacar de la cabeza.

—Claro.

—Yo estaba aquí. No sabía cuándo iban a venir a tomar medidas y todo eso. Pero pensé que cuando los oyera venir siempre tendría tiempo para bajar por la escalera de atrás y salir por la puerta trasera que da al exterior.

—Y oíste entrar al señor Cosmo.

—No, no fue el señor Cosmo el que llegó primero. Fue el mayor. Por eso no me marché enseguida. Creí que era uno de ellos que venía a tomar medidas. No esperaba ver al mayor.

—¿Qué hizo él?

—Bueno…, entró y se dirigió a la puerta que da al sótano. La abrió y entró. Me pregunté qué querría hacer en el sótano. Pero no bajó…, no pudo haber bajado. Solo se quedó esperando detrás de la puerta. Entonces llegó el señor Cosmo. No se pronunció ninguna palabra. Vi cómo se abría la puerta que daba al sótano. El mayor apareció allí. Levantó el arma y le disparó al señor Cosmo.

—¿Qué ocurrió después?

—El señor Cosmo cayó al suelo, el mayor se le acercó y dejó caer el arma a su lado. Yo estaba en el rellano sin saber qué hacer… cuando el señor Simon entró. El mayor ya se había marchado… El señor Simon se inclinó y tomó el arma y en ese momento entró el señor Tristan y lo encontró allí de pie, con el arma en la mano. El señor Tristan se enfadó mucho… y también el señor Simon. El señor Tristan empezó a gritar que el señor Simon había matado a su hermano… y el señor Simon decía que el señor Cosmo ya estaba muerto cuando él entró… Pensé que había llegado el momento de salir de allí, así que bajé por la escalera de atrás y me marché.

—De modo que fuiste testigo de un asesinato —dijo Lucas.

—Y el mayor… ¿cómo se enteró de que lo habías presenciado todo? —pregunté.

—Porque me había visto un instante aquí arriba, en el rellano. Hizo como que no me había visto… pero después… Yo ya no estaba en Bindon. Me había ido a casa de Chivers. El viejo Chivers me dijo que no le importaba que durmiera en uno de sus graneros. El mayor me dio dinero y me dijo que me mataría si le decía a la policía lo que había visto. El viejo Chivers fue bueno conmigo. Sabía que tendría que encontrar otro sitio cuando empezaran a trabajar en Bindon… pero después de lo que pasó ya no hicieron nada.

—Harry —dijo Lucas—. ¿Estás dispuesto a contarle todo eso a la policía?

El hombre se encogió ante nosotros.

—Ni hablar.

—Pues tendrás que hacerlo —insistió Lucas.

Harry sacudió la cabeza.

—Deberías hacerlo —dije yo—. Es tu deber.

Su rostro se contrajo en una mueca.

—No te hará ningún daño —dijo Lucas—. Mira, Harry, te vienes con nosotros y hablas con la policía, y yo te diré lo que haré. Le preguntaré a mi hermano si puede encontrarte un pequeño sitio en la propiedad de Trecorn Manor. Quizá podrías echar una mano de vez en cuando en alguna de las granjas. Estoy seguro de que allí habría trabajo para ti, y tendrías tu pequeña casita propia. —Harry se quedó mirando a Lucas fijamente, incrédulo—. No pienses que tiene relación con esto. Siento mucho que hayas tenido mala suerte y que fueras desalojado de tu casa. En cualquier caso, hablaré con mi hermano pero, por favor…, ven con nosotros y habla con la policía, te lo ruego.

—Y si no lo hago, ¿no me proporcionará esa casita?

—Yo no he dicho eso —replicó Lucas—. Voy a intentar conseguirte una pequeña casa hagas lo que hagas. Se lo pediré a mi hermano, y estoy seguro de que, cuando se entere de lo desvalido que has estado, también él querrá hacer todo lo que pueda por ti. Lo haré así en cualquier caso. Te lo prometo. Pero deberías hablar con la policía.

—Tendremos que contarles lo que nos acabas de relatar, Harry —le expliqué—. Es nuestro deber hacerlo. ¿Sabes que un hombre inocente ha sido acusado de algo que no hizo? No nos queda más remedio que decirlo. Y la policía querrá hablar contigo. Esta vez tendrás que contarles toda la verdad. Es un delito no decir la verdad a las autoridades.

—Yo no soy un criminal. Yo no hice nada. Fue el mayor. Fue él quien disparó.

—Sí, lo sé. Y vas a contar la verdad cuando te lo pregunten.

—¿Cuándo? —preguntó Harry.

—Creo que ahora mismo —dijo Lucas.

—No puedo.

—Sí puedes —dijo Lucas—. Vas a montar a la grupa de mi caballo, y vamos a llevarte allí… ahora mismo.

¡Qué razón tenía Lucas! Teníamos que ver a la policía antes de que el mayor encontrara a Harry. Me pregunté qué haría ahora que había fracasado su intento de asesinato.

—De acuerdo —dijo por fin Harry.