Algunos descubrimientos

Me sentía preocupada por lo que Kate me había confesado, y estaba convencida de que tenía algo que ver con el misterio que trataba de resolver.

Había llegado a la conclusión de que el marinero ahogado era el primer esposo de Mirabel, y comoquiera que ella abrigaba el propósito de convertirse en la señora de Perrivale Court, necesitaba que su primer esposo no la descubriera.

La aparición de un marido arruinaría todas sus oportunidades. Y a continuación, de modo conveniente, aquel hombre fue encontrado en el fondo del acantilado. Ella era la única que habría querido deshacerse de él. ¿Y si también había querido desembarazarse de Cosmo? Pero ¿por qué? Iba a casarse con él. Sin embargo, inmediatamente después de su muerte se casó con Tristan.

Claro que también cabía la posibilidad de que el hombre muerto en el acantilado no tuviera nada que ver con Mirabel. Eso lo sugería únicamente la confesión de Kate. Sabía lo imaginativa que era la niña. Era muy pequeña cuando vio a su padre por última vez y a ese hombre que se le parecía. Mencionó la forma que tenía de andar como una de las razones de haberlo reconocido. Muchos marineros caminaban de ese modo. Era una costumbre adquirida, a consecuencia de estar manteniendo constantemente el equilibrio a bordo de un barco inestable.

Resultaba todo muy ambiguo y yo no sabía qué pensar, aunque, por otro lado, abrigaba la convicción de haber dado otro pequeño paso adelante, aunque solo fuera uno corto.

Al día siguiente, lady Perrivale envió a buscarme. Se mostró muy afable. Tenía un aspecto tan femenino que me resultó imposible imaginármela atrayendo a su primer esposo hacia el borde del acantilado para empujarlo al vacío. Era una conjetura demasiado apresurada. Estaba segura de que aquel hombre debió de haber sido un extraño. Thomas Parry. ¿Cómo podía haber sido el esposo de Mirabel Blanchard? Cabía la posibilidad de que ella se hubiera cambiado de nombre. El caso es que los pensamientos se arremolinaban en mi cabeza.

—Tengo entendido que se vio usted el otro día con su amigo, el señor Lorimer —dijo.

—Oh, sí.

—Kate me lo contó. La echó mucho de menos. —Me sonrió con suavidad—. No tienen ustedes necesidad de encontrarse en El Rey Marino. El señor Lorimer será muy bien recibido cada vez que desee venir a verla. No quiero que tenga usted la impresión de que no puede recibir visitas aquí.

—Es muy amable por su parte.

—De hecho, estaba pensando en invitarlo, a él y a su hermano, a cenar un día de estos.

—Creo que su hermano sigue estando demasiado conmocionado para desear hacer visitas. Para él ha sido un golpe terrible.

—Desde luego. Sin embargo, los invitaré a ambos, y quizá el señor Lucas Lorimer acepte.

—Estoy segura de que le encantará.

—Desde luego, usted cenará con nosotros. No habrá muchos invitados. Solo se tratará de una velada informal.

—Suena muy agradable.

—Enviaré hoy mismo una nota a Trecorn Manor. Espero que ambos acepten.

Tuve la impresión de que ella organizaba la velada solo para demostrarme que, aun cuando yo era la institutriz, no me consideraba como tal. Cuando Felicity vino a nuestra casa recuerdo muy bien que mis padres intentaron demostrarle que no la trataban como a una sirvienta, gracias a que llegaba con la recomendación de un tío suyo que podría haber sido uno de los colegas de mi padre. Pero, claro, la nuestra no era una casa convencional.

Me agradó que lady Perrivale se mostrara tan sensible para con mis propios sentimientos. Pero cada vez que hablaba conmigo me la imaginaba encerrada en tres sórdidas habitaciones, escapando de ellas cuando Thomas Parry se hacía a la mar. Me imaginaba el regreso del marino para descubrir que ella y su hija habían volado del nido…, y el inicio de su búsqueda.

Deseaba tanto hablar con Lucas… Cómo anhelaba contarle todo lo que sabía. Quizá lo haría. Si Thomas Parry había sido asesinado por alguien que seguía viviendo en los alrededores, ¿por qué esa persona no habría podido hacer lo mismo con Cosmo? ¿Y qué podía haber tenido que ver Simon con Thomas Parry? Necesitaba consejo. Necesitaba ayuda. Y Lucas estaba cerca.

Anhelaba volver a verle, y deseaba tanto que aceptara la invitación a cenar que cuando vi al mensajero marcharse para llevar la nota a Trecorn Manor estuve esperando con impaciencia su regreso. Me las arreglé para encontrarme en el patio cuando llegó.

—Hola, Morris —lo saludé al verle—. ¿Ha estado usted en Trecorn Manor?

—Sí, señorita. Pero no he tenido suerte. Estaban fuera…, tanto el señor Carleton como el señor Lucas Lorimer.

—¿Así que no pudo entregarles personalmente la nota?

—No. Tuve que dejársela. Alguien traerá más tarde la respuesta. Es una lástima, puesto que así habrá que hacer dos viajes en lugar de uno.

La respuesta llegó al día siguiente. Bajé creyendo que la había traído Dick Duvane, pero no era Dick, sino un mozo de cuadra de Trecorn Manor.

—Oh, creí que vendría Dick Duvane. Suele llevar a cabo estos encargos para el señor Lucas.

—Dick no está allí ahora, señorita.

—¿No está allí?

—Se ha marchado al extranjero.

—¿Sin el señor Lucas?

—Eso parece. El señor Lucas se ha quedado en Trecorn Manor y Dick Duvane se ha marchado al extranjero.

—El señor Lucas lo echará de menos.

—Sí, seguro que sí.

—¿Puedo hacerme cargo de la nota para lady Perrivale?

—Si es usted tan amable, señorita.

Se la llevé y ella me informó:

—El señor Carleton declina la oferta. No se siente con ánimos. Pobre hombre. Pero el señor Lucas acepta complacido.

Eso era todo lo que deseaba saber. Sin embargo, me extrañó la noticia acerca de Dick Duvane, pues sabía que él y Lucas siempre habían estado juntos. No obstante, debían de separarse a veces. Dick, por ejemplo, no había acompañado a Lucas durante la fatal travesía.

La cena se celebraría a finales de aquella semana. Me alegró saber que no tendría que esperar mucho para volver a ver a Lucas.

Kate se mostró un poco reservada después de su confesión. Creo que debía preguntarse si no me habría contado demasiado. Las clases transcurrían con moderada facilidad, pero ni siquiera la lectura de El conde de Montecristo atraía mucho su atención.

Tampoco se mostró muy interesada por la cena, ya que ella no asistiría. Si yo iba a hacer algo, le gustaba compartirlo conmigo. Es posible que lamentara su confesión pero, en cierto sentido, ello había contribuido a profundizar nuestra relación.

Llegó la noche de la cena. Me arreglé con esmero y me puse un vestido azul lapislázuli surcado de hebras doradas, como para parecerme a esa piedra preciosa. Se trataba de uno de los vestidos que había llevado conmigo cuando fui a visitar a Felicity. En aquella ocasión tía Maud dijo que, sin duda, tendría que asistir a cenas y veladas, y debía tener algo decente que ponerme.

Me recogí el pelo trigueño sobre la cabeza, y observé complacida que el color del vestido resaltaba el azul de mis ojos. Creo que tenía mi mejor aspecto.

Antes de bajar, Kate acudió a mi habitación para verme.

—Está usted muy guapa —me dijo.

—Gracias por el cumplido.

—Es cierto. ¿Es un cumplido si es cierto?

—Sí, lo es. Lo único falso puede ser la lisonja.

—Habla usted como una institutriz.

—Bueno, es lo que soy, ¿no?

Se sentó en el borde de la cama y se echó a reír.

—Será una cena muy aburrida —dijo—. No sé por qué se imagina que va a ser tan divertida. ¿Solo porque el viejo Lucas va a estar presente?

—No es precisamente un viejo.

—Oh, claro que sí. Parece siempre tan viejo… Usted ya es vieja, y él es más viejo que usted.

—Lo piensas así porque eres pequeña. Solo es una cuestión de comparaciones.

—Bueno, el caso es que es viejo y tampoco puede caminar derecho.

—¿Cómo lo sabes?

—Una de las sirvientas me lo dijo. Estuvo a punto de ahogarse y de morir.

—Sí, tienes razón. Yo también estuve a punto de ahogarme.

—Pero usted está bien, y él no. —Permaneció un instante en silencio y luego prosiguió—: El viejo reverendo también va a estar presente, con su fea esposa…, y el doctor… Todas son personas de lo más aburridas que se pueda imaginar.

—Es posible que sean aburridas para ti, pero no para mí. Me ilusiona mucho participar en esa cena.

—Por eso le brillan los ojos y parecen más azules. ¿Me contará más tarde lo que pase?

—Lo haré.

—¿Todo? ¿Me lo promete?

—Te contaré todo aquello que considere que debes saber.

—Pero yo lo quiero saber todo.

—Todo lo que sea bueno para ti.

—Institutriz —me dijo, sacándome la lengua con un mohín.

—No es esa precisamente la parte más agradable de tu anatomía —le dije.

—¿Qué es eso?

—Averígualo tú misma. Ahora voy a bajar.

—Está bien. —Sonrió con una mueca—. No permita que Lucas la convenza de marcharse.

—No lo permitiré.

—¿Prometido?

—Te lo prometo.

—Le diré algo —añadió, tras sonreír satisfecha—. Yayo también estará presente, así que después de todo no será tan aburrido.

Los invitados empezaban a llegar. Bajé al salón y no tardamos en hallamos instalados ante la mesa. Me encontré sentada junto a Lucas.

—¡Qué placer! —exclamó él.

—Me alegro de que hayas venido.

—Te dije que vendría.

—¿Qué pasó con Dick Duvane? He oído decir que se ha marchado.

—No es nada permanente. Solo se ha marchado por una corta temporada.

—Me sorprende. Creí que era tu buen y fiel sirviente.

—Jamás le he considerado como un simple sirviente, y tampoco creo que él se considere de ese modo.

—Por eso me sorprende tanto que se haya marchado.

—Dick y yo solíamos viajar juntos. Pasamos momentos de intensa aventura. Pero ahora estoy atado a casa…, ya no puedo ir por ahí como acostumbraba. El pobre de Dick se siente inquieto. Así que se ha marchado por su cuenta… durante una temporada.

—Pensé que estaba totalmente dedicado a ti.

—Y lo está…, del mismo modo que yo a él. Pero el hecho de que esté impedido y me sienta afligido no quiere decir que él también lo tenga que estar. ¿Cómo te van las cosas aquí? Supongo que no podemos hablar con franqueza… rodeados por toda la familia. Tienes que estar empezando a conocerlos muy bien.

—No del todo. Es la primera vez que veo a la anciana lady Perrivale.

Lucas miró hacia el otro lado de la mesa, donde estaba sentada la anciana. Tenía un aspecto formidable. Y aquella era, en efecto, la primera vez que la veía. Tuvieron que ayudarla a bajar la escalera y por ello supuse que pasaría la mayor parte del tiempo en sus habitaciones. El mayor se había sentado a su lado y mantenían una animada conversación; la anciana parecía disfrutar mucho. Tristan, sentado al otro extremo de la mesa, conversaba con la esposa del doctor.

Lucas tenía razón: allí no podíamos hablar de la familia.

Se habló de temas generales que abarcaron desde el estado de salud de la reina y su avanzada edad hasta los méritos de Gladstone y Salisbury.

Yo no prestaba gran atención a lo que se decía. Lo único que deseaba era estar a solas con Lucas. Teníamos muchas cosas que decirnos. Ansiaba preguntarle qué opinaba sobre el marinero borracho.

En aquellos momentos pensé que, si hubiera tenido la oportunidad de hablar a solas con Lucas, se lo habría contado todo.

Una vez que terminamos de cenar, dejamos solos a los hombres tomando su oporto, y las mujeres nos dirigimos al salón. Ante mi sorpresa, me encontré sentada junto a la viuda lady Perrivale. Pensé por un instante que probablemente ella misma lo había dispuesto así como una forma de inspeccionar más de cerca a la institutriz de Kate.

Era una mujer que seguramente fue formidable en su juventud. Comprendí, por los rasgos de su rostro, que estaba acostumbrada a hacer su voluntad. Recordé lo que había oído de ella, cómo había restaurado Perrivale Court al aportar su dinero a la familia, y supuse que sentía cierto orgullo por el lugar.

—Me alegra disponer de una oportunidad para charlar un poco, señorita Cranleigh —me dijo—. Mi nuera me dice que se lleva usted muy bien con Kate. Dios santo, es todo un éxito. ¡Si supiera cuántas institutrices ha tenido esa niña! Y ninguna se quedaba más de un par de meses.

—Todavía no llevo aquí un mes, lady Perrivale.

—Espero que esté muchos meses más. Mi nuera se siente muy feliz con los resultados. Asegura que Kate es una niña diferente.

—Kate necesita mucha comprensión.

—Supongo que todos la necesitamos, señorita Cranleigh.

—Las actitudes de algunos son menos previsibles que las de otros.

—Espero que las suyas sean muy previsibles, señorita Cranleigh. Yo, en cambio, soy todo lo contrario. Se podría considerar que hoy tengo un buen día. No estaría aquí abajo de no ser así. Tengo la impresión de que posee usted una mentalidad muy ordenada.

—Lo intento.

—Entonces, si lo intenta, lo conseguirá. Yo he dejado de intentarlo. Aunque antes solía ser igual. Jamás pude soportar el alboroto y el desorden. Pero una se hace vieja, señorita Cranleigh. Las cosas cambian. ¿Le gusta Perrivale Court?

—Creo que es una de las mansiones más interesantes que he conocido.

—En tal caso, estamos de acuerdo. Me fascinó desde el primer momento en que la vi. Me complace mucho que Tristan se haya casado y sentado cabeza. Espero que algún día haya nietos…, con tiempo suficiente para conocerlos antes de marcharme. Me gustaría tener varios.

—Espero que se cumplan sus deseos.

—Quiero que este lugar pase a mis nietos…, descendientes de la sangre Arkwright y Perrivale… Ya sabe lo que quiero decir. El dinero de los Arkwright convirtió este lugar en lo que es…, de modo que es justo. Sería la mezcla más adecuada…

Pensé que el tema de conversación resultaba algo extraño. Me di cuenta de que los ojos de la anciana estaban ligeramente vidriosos, y me pregunté si no se habría olvidado de con quién estaba hablando. Observé que Mirabel dirigía una mirada angustiada en su dirección.

La viuda lady Perrivale también captó la mirada de Mirabel. Hizo un gesto de indiferencia con la mano y sonrió.

—¿Cree usted que es encantadora, señorita Cranleigh? Me refiero a mi nuera. ¿Ha visto alguna vez a una mujer tan hermosa?

—No, no creo haberla visto.

—Conocí a su madre y a su padre…, el querido mayor. Es muy agradable tenerlo como vecino. Su madre fue mi mejor amiga. Fuimos juntas al colegio. Por esa razón el mayor vino a instalarse aquí después de su muerte…, cuando dejó el ejército, claro. Yo le dije: «Ven a instalarte en Cornualles». Y agradezco que lo hiciera, porque introdujo a la querida Mirabel en la familia.

—Ella perdió a su primer esposo —dije cautelosamente.

—Pobre Mirabel. Es triste enviudar con una hija a la que cuidar. Claro que contaba con su maravilloso padre…, y él abandonó el ejército justo a tiempo. Fue una verdadera fortaleza para todos nosotros. Es un hombre encantador. ¿Lo conocía usted…? Quiero decir antes de esta noche.

—Sí. Kate me llevó de visita a la casa Dower.

—Claro, Kate le adora, y él es muy bueno con los niños. Bueno…, es bondadoso con todos. Siente una gran adoración por Mirabel. Quedó encantado con el matrimonio…, igual que yo. Fue exactamente lo que yo deseaba. Y eso significa que el mayor esté aquí, con nosotros… Es un vecino encantador… y, en realidad, un miembro más de la familia.

—Tiene un hogar muy bonito en la casa Dower.

—Creo que le gusta. Antes solía ir a verle allí… pero ahora ya no puedo salir…

—Qué pena.

—Sí…, es una pena. Pero la edad cobra su tributo. Tengo a mi lado a una buena mujer. Ha sido mi doncella durante muchos años, y ahora me acompaña constantemente. Me alojo en las habitaciones situadas cerca de las de mi esposo cuando vivía. Casi forman una parte separada de la mansión. Mi esposo era un hombre al que le gustaba estar a solas. Era muy religioso, ¿sabe? Siempre dije que debería haberse ordenado. Bueno, ha sido muy agradable charlar un ratito con usted. Tiene que venir a verme alguna vez. María…, mi doncella, también se sentirá muy complacida de conocerla. De hecho, ella me mantiene informada de todo.

—Creo que aún no conozco a María.

—No, seguro que no. Se pasa casi todo el tiempo en mi parte de la casa.

—Creo que mi habitación está justo enfrente.

—Está usted en la habitación de la niña… Sí, eso debe de estar al otro lado del patio. Mire, ya regresan los hombres. Ahora nos separarán. Ha sido un verdadero placer conocerla. Y gracias por todo lo que está haciendo por Kate. Esa niña sabe cómo llegar a ser una molestia. Mi nuera me dice que se siente muy aliviada.

—En realidad, no merezco tantos cumplidos.

Mirabel se acercó y me sonrió.

—La señorita Cranleigh tiene que ir a hablar con su amigo —le dijo a la anciana. Después, tomándome suavemente del brazo, me apartó de ella—. Espero que mi suegra no la haya confundido con su charla. A veces desvaría un poco. Es muy raro que participe en veladas como esta. Pero parecía sentirse bastante mejor y quería conocerla a usted. No siempre está lúcida… y a menudo habla con excesiva franqueza.

—No, no —dije—. Ha hablado de una forma muy normal.

—Oh, me alegra saberlo. Aquí está el señor Lorimer.

Lucas se acercó a nosotras. Había alguien con él y casi hasta el final de la velada no tuve oportunidad de estar con él a solas.

—Oh, es un verdadero fastidio. Quería decirte tantas cosas, Lucas…

—Eso despierta mi curiosidad.

—Pero no aquí.

—Entonces, será mejor que nos veamos en otra parte. ¿Qué te parece mañana en El Rey Marino?

—Me las arreglaré para ir.

—¿A las dos y media, como la otra vez?

—De acuerdo.

—Esperaré ilusionado —dijo Lucas. La velada terminó. Algo más tarde, mientras me desnudaba, Kate acudió a mi habitación.

—¿Cómo ha sido? —me preguntó.

—Interesante. Tuve una larga charla con la viuda lady Perrivale.

—¿Se refiere a la madre de Padrito? Es una vieja bruja.

—¡Kate!

—Está bien…, pero de todos modos está un poco loca. Se pasa todo el tiempo en esas habitaciones donde murió sir Edward, en compañía de la vieja María. Las dos están allí, acompañadas por los fantasmas. Ella no me gusta mucho.

—Pues parecía preocupada por ti.

—Oh, yo tampoco le gusto a ella. Pero le gusta mi madre, y también Padrito. ¿Habló usted con Yayo?

—No tuve ocasión…, solo nos saludamos. Resulta extraño ver qué poco se puede hablar con la gente.

—¿Y con el viejo Lucas?

—¿Por qué todo el mundo tiene que ser viejo para ti?

—Porque lo son.

—No tienen diez años, eso está claro… Y ahora vete, ¿quieres? Deseo acostarme.

—Quiero enterarme de todo mañana por la mañana.

—En realidad, no hay nada que contar.

—Supongo que usted cree que asistirá a las fiestas aquí y encontrará un marido rico.

—Creo que la mayoría de los hombres que asistieron a la cena vinieron acompañados de sus esposas —le dije con una sonrisa.

—Entonces, todo lo que tiene que hacer es…

—¿Qué? —pregunté.

—Asesinarlos —contestó—. Buenas noches, Estirada. Hasta mañana.

Y se marchó.

Me sentí confundida. ¿En qué pensaba realmente aquella niña?, me pregunté. ¿Qué sabía? ¿Y hasta qué punto imaginaba las cosas que no sabía? Volví a pensar en el marinero. Casi había tomado la decisión de contárselo a Lucas.

*****

Al día siguiente, cuando me encontré con Lucas, todavía vacilaba. Pero en cuanto nos vimos lo primero que me dijo fue:

—Y ahora, suéltalo todo. ¿Qué te preocupa? ¿Por qué no me lo cuentas? Llevas mucho tiempo deseándolo… En cualquier caso, esa es la razón por la que me has pedido que viniera hoy.

—Hay algo… —empecé—. Lucas, debes prometerme…, debes prometerme que no harás absolutamente nada que yo no te pida que hagas…

Me miró, extrañado y confuso.

—¿Se trata de algo que sucedió en la isla? —me preguntó.

—Bueno, sí…, en cierto modo.

—¿John Player?

—Sí. Pero no es John Player, Lucas.

—No me sorprende. Sabía que había algún misterio.

—Prométemelo, Lucas. Debo contar con tu promesa antes de decírtelo.

—¿Cómo puedo prometerte algo sin saber a qué me comprometo?

—¿Y cómo voy a contártelo si no sé que lo harás?

—Está bien, te lo prometo —dijo, sonriendo con una mueca.

—Era Simon Perrivale —confesé.

—¿Qué?

—Sí, abandonó Inglaterra en el Atlantic Star, ocupando el lugar de uno de los marineros de cubierta. —Lucas me miraba intensamente—. Lucas —le dije muy seria—, quiero demostrar su inocencia… para que pueda regresar.

—Eso… lo explica todo.

—Pensé que lo explicaría. Y tenía miedo de que creyeras tu deber decírselo a las autoridades… o hacer algo.

—No te preocupes. Te lo he prometido, ¿no? Cuéntame más cosas. Supongo que él te lo confesó en la isla, mientras yo estaba tumbado allí, junto a la orilla, incapaz de moverme.

—Sí, así sucedió. Pero hay algo más que debes saber. Él estaba en el harén…, bueno, cerca, trabajando en los jardines. Ya te conté cómo entablé una buena amistad con Nicol, y que ella era amiga del eunuco jefe. Bueno, pues él…, Simon, se las arregló para entablar amistad con el eunuco jefe, y creo que fue gracias a eso, y también a Nicol, por lo que nos ayudó a ambos. Simon escapó conmigo. —Lucas permaneció mudo de incredulidad—. Nos sacaron de allí a los dos juntos, y nos dejaron cerca de la embajada inglesa. Yo acudí a la embajada… y después regresé a casa. Simon no se atrevió a regresar. Me dejó allí. Él iba a tratar de llegar a Australia.

—¿Y desde entonces no has tenido noticias de él? —Negué con la cabeza—. Ahora lo comprendo todo. Ahora comprendo por qué has tenido esa loca idea de demostrar su inocencia.

—No es ninguna locura. Sé que es inocente.

—¿Solo porque te lo dijo?

—Es algo más que eso. Llegué a conocer bastante bien a Simon…

—¿No sería mucho mejor para él regresar y afrontar la situación? —Preguntó Lucas tras unos instantes de silencio—. Si es inocente…

—Lo es. Pero ¿cómo demostrarlo? Todos han decidido que es culpable.

—¿Y crees que les vas a hacer cambiar de opinión?

—Lucas, sé que existe alguna forma de conseguirlo. Tiene que haberla. Estoy segura de ello. Si pudiera encontrar la respuesta…

—Es lo más importante del mundo para ti, ¿verdad?

—Lo deseo más que ninguna otra cosa.

—Comprendo. Bien, ¿de qué sirve entonces jugar a ser la institutriz de esa niña?

—Estoy aquí. Me encuentro cerca de la gente implicada en el caso. Es una manera…

—Escucha, Rosetta. No te comportas de un modo lógico. Permites que tus emociones interfieran en tu sentido común. Has pasado por una serie de aventuras fantásticas; te viste arrojada a un mundo tan diferente que ahora ni siquiera eres capaz de pensar con claridad. Lo que te sucedió fue dramático…, mucho más que cualquier cosa que hubieras podido imaginar antes. Milagrosamente, saliste sana y salva. Fue una oportunidad entre mil…, pero como sucedió, esperabas que la vida continuara igual. Estuviste en aquel harén, como prisionera…, y allí todo era diferente. Podía suceder cualquier cosa. Ahora te encuentras en otra clase de harén…, en uno que te has construido tú misma. Te has convertido en prisionera de tu propia imaginación. Te crees capaz de solventar este asesinato, cuando, en realidad, está muy claro lo que sucedió. El inocente casi nunca huye. Deberías recordarlo. Evidentemente, él no pudo decir «soy culpable» de un modo más claro que huyendo. No eres lógica, Rosetta. Vives en un mundo de sueños.

—Nanny Crockett cree en él.

—¡Nanny Crockett! ¿Qué tiene que ver ella con todo esto?

—Fue su niñera. Lo conoce mejor que nadie. Asegura que sería incapaz de haber hecho una cosa así. Y ella sabe de qué habla.

—Eso explica tu amistad con ella. Supongo que fue ella quien te facilitó ese puesto de institutriz.

—Lo planeamos juntas. No se nos ocurrió que yo pudiera ser institutriz hasta que surgió la posibilidad. Entonces comprendimos que era una forma de introducirme en la casa.

Le miré, como pidiéndole su comprensión.

—¿Quieres conocer mi opinión? —me preguntó.

—Por favor, Lucas —asentí.

—Déjalo. Abandona esa farsa. Regresa a Trecorn. Cásate conmigo y obtén el mayor provecho de un mal trabajo.

—¿Un mal trabajo? ¿Qué quieres decir?

—Despídete de Simon Perrivale. Arráncalo de tus pensamientos. Mira las cosas tal y como son. Él huyó cuando estaba a punto de ser detenido. Eso es un detalle demasiado significativo como para ignorarlo. Si regresara, sería juzgado por asesinato y ahorcado. Déjalo que lleve una nueva vida en Australia…, o dondequiera que se encuentre. Como estás tan segura de su inocencia, dale una oportunidad para iniciar una nueva vida.

—Quiero demostrar que fue acusado erróneamente.

—Lo que tú quieres es que regrese. —Me miró con expresión triste—. Lo comprendo muy bien. —Se encogió de hombros, muy serio, como si debatiera algo consigo mismo. Después dijo—: ¿Qué has descubierto hasta el momento?

—Había un marinero borracho.

—¿Quién?

—Se llamaba Thomas Parry. Cayó por el acantilado y se ahogó.

—Espera un momento. Recuerdo algo sobre eso. Se produjo un gran alboroto en su momento. Ocurrió hace algún tiempo. Creo que vino aquí… procedente de Londres. Se emborrachó y cayó por el acantilado. Ahora lo recuerdo.

—Sí, se trata del mismo. Bien, fue enterrado en el cementerio de la iglesia. Descubrí que Kate ponía flores en su tumba. Cuando le pregunté por qué lo hacía me confesó que era su padre.

—¡Qué! ¿Estaba casado con la esplendorosa Mirabel?

—Nunca se puede estar segura con Kate. Le gusta fantasear. Me dijo que lo vio en el mercado de Upbridge y que andaba preguntando si alguien conocía a una mujer llamada Parry que iba con una niña pequeña. Se asustó y se ocultó detrás de la mujer con la que estaba en esos momentos…, la madre de otra niña pequeña con la que había ido a jugar. Aquel hombre le daba miedo. Al parecer, recordaba algo sobre un padre brutal.

—Y él fue encontrado al fondo del acantilado.

—Pareció un accidente. Si Mirabel confiaba en casarse con un Perrivale y apareciera procedente del pasado un esposo supuestamente muerto, ella habría estado en una situación difícil.

—Y, por lo que respecta a la esplendorosa Mirabel, el hombre en cuestión sería mucho más útil en el fondo del acantilado que planteándole problemas.

—No del todo. Solo cuento con lo que me ha dicho Kate. Le pregunté si le había contado a su madre que lo había visto en Upbridge. Me contestó que no. Pero se lo había contado a Yayo…, así es como llama a su abuelo, el mayor Durrell. Él replicó que era imposible y que no le dijera nada a nadie, porque eso enojaría a su madre y porque, de todos modos, su padre estaba muerto, ya que se había ahogado en el mar mucho antes.

—¿Y por qué creyó la niña que se trataba de su padre?

—Es una niña extraña…, dada a la fantasía. Se me ocurrió que podía echar en falta a un padre y se inventó uno.

—Tiene a sir Tristan como padrastro.

—Sí, pero él no le hace ningún caso. Ella le llama Padrito, de un modo algo despectivo…, aunque desprecia a la mayoría de los adultos. Se me ocurrió que había visto a otras personas poniendo flores en las tumbas, y que a ella también le gustó hacerlo, así que se inventó un padre. El marinero en cuestión no tenía parientes, de modo que le puso flores y, de hecho, lo adoptó como padre.

—Parece una explicación plausible, pero ¿cómo crees que eso va a ayudar a solucionar los problemas de Simon Perrivale?

—No lo sé. Pero supongamos que alguien de la casa cometió el asesinato… Alguien que ha cometido uno puede no dudar en cometer otro. Podría formar parte de todo el cuadro. —Lucas me miró con expresión exasperada—. Sabía que te lo tomarías así, aunque también creí que me ayudarías.

—Te ayudaré —dijo—, pero no creo que nos lleve a ninguna parte. Parece que Simon estaba celoso de los otros dos. Mató a uno en un rapto de furia, y fue descubierto por el otro. Eso es todo. En cuanto al marinero, creo que puedes tener razón. La niña quería un padre, de modo que eligió al hombre muerto que no contaba con ningún pariente.

—Cortó las preciosas rosas del jardinero jefe para ponérselas en la tumba.

—Y eso, según tú, lo explica todo, ¿no?

—De todos modos…

—De todos modos… —repitió sonriéndome enigmáticamente—. Si vamos a investigar, debemos elegir el aspecto más probable, y parece que existe una débil posibilidad de que haya algo oscuro tras la muerte de ese marinero. Con eso podemos empezar.

—¿Cómo?

—Descubriendo algo acerca de él. ¿Quién era? ¿Quién era su esposa? Si esta resultara la actual Lady Perrivale, empezaría a parecer que estamos siguiendo una buena pista. Y si alguien se desembarazó de ese marinero porque era una molestia…, bueno, en tal caso cabría la posibilidad de que esa misma persona, habiendo cometido ya un crimen impune, decidiera intentar cometer otro.

—Sabía que me ayudarías, Lucas.

—Lo que hay que hacer ahora es empezar a desenmarañar la madeja —dijo con acento dramático.

—¿Cómo?

—Yendo a Londres. Mirando los registros. Qué pena que Dick Duvane no esté aquí. Se dedicaría a esta tarea con mucho entusiasmo.

—Oh, Lucas, te lo agradezco tanto…

—Yo también me siento agradecido. Esto alivia la monotonía de mis días.

Regresé a Perrivale Court en un estado de euforia.

Sabía que había hecho bien al confiar en Lucas.

*****

Lucas estuvo fuera tres semanas. Cada día esperaba recibir un mensaje suyo. Kate y yo nos instalamos en una cómoda rutina. Ella aún pasaba por algún que otro momento difícil, pero ya no intentó hacer travesuras. Leíamos juntas, discutíamos sobre lo leído, y yo no volví a referirme a la tumba del marinero, que ella seguía visitando. Ya no le llevó más flores del jardín y se contentó con las flores silvestres.

Pocos días después de que Lucas se marchara a Londres, María, la doncella de la viuda lady Perrivale, fue a buscarme y me dijo que a su señora le gustaría tener una charla conmigo.

María era de esa clase de sirvientes que, tras trabajar durante largos años para un señor o a una señora, se sienten especialmente privilegiados por ello. Además, suelen ser tan útiles para sus señores que estos no les niegan lo que esperan.

Se consideran a sí mismos como «uno más de la familia», y comprendí que, en lo referente a María, eso me beneficiaba.

Era la primera vez que estaba en aquella parte de la casa que veía desde mi ventana, al otro lado del patio.

Cuando llegué, María se llevó los dedos a los labios y me dijo:

—Está casi dormida. Suele pasarle. Le pide a alguien que acuda a verla, y cuando llega la persona en cuestión está profundamente dormida.

Me hizo señas de que la siguiera y abrió una puerta. Allí, sentada en un amplio sillón, estaba lady Perrivale. Tenía la cabeza caída hacia un lado y parecía medio dormida.

—No debemos molestarla. Ha pasado una mala noche. A veces tiene pesadillas acerca de sir Edward. Él fue un hombre muy cruel…, pero usted no sabe nada de todo eso. Ella tiene altibajos. En ocasiones es ella misma, tal y como solía ser, y otras veces se le va la cabeza.

—¿Debo venir más tarde?

—Siéntese un rato aquí conmigo —dijo negando con un gesto—. Cuando se despierte llamará con el timbre o dará golpes con el bastón en el suelo. Oh, querida, no es ni sombra de lo que fue.

—Supongo que nos ocurrirá a todos alguna vez.

—Sí, pero ella se derrumbó cuando desapareció sir Edward.

—Claro, llevaban mucho tiempo casados. Es natural.

—Yo estaba ya con ella cuando vinimos al sur. Sentí mucho tener que dejar Yorkshire. ¿Ha estado allí alguna vez, señorita Cranleigh?

—No, me temo que no.

—Tendría usted que ver los valles para creerlo…, y los brezales. Yorkshire es una región muy agradable.

—Sin duda.

—Aquí, en cambio… Bueno, no sé. Nunca acabé por acostumbrarme a estas gentes. Están llenas de fantasías. Pero, claro, no se las puede acusar por ello.

Me miró, con expresión algo belicosa, pero yo no tenía la menor intención de ser fantasiosa.

—Allí, en el norte, se llama a las cosas por su nombre, señorita Cranleigh, no como aquí, con tantas historias fantásticas, hadas que van por los aires, gente que sale de las tumbas, gnomos en las minas y fantasmas hundiendo los barcos. No sé…, a mí me parece una forma de ser muy extraña.

—Sin duda lo es —admití.

—Le aseguro que en una casa como esta algunas personas pueden perder la chaveta.

—Pero no una mujer de Yorkshire.

Me sonrió con una mueca. Comprendí que me recompensaba, no como un espíritu afín, pero, como yo procedía de Londres, al menos no era como uno de aquellos habitantes de Cornualles llenos de fantasías.

—De modo que acompañó usted a lady Perrivale cuando se casó —dije.

—Bueno, ya estaba con ella desde antes. Aquello sí que fue todo un acontecimiento. Casarse con el poseedor de un título nobiliario. Él tenía el dinero…, me refiero al viejo Arkwright. Pero, claro, el dinero no lo es todo. Y cuando ella se convirtió en «milady», se sintió envuelta en nubes de gloria. Y esta casa…, ¡cuánto hizo por ella! Estaba todo a punto de venirse abajo. Esta casa… y el título. Claro que ella también tuvo que apechugar con sir Edward.

—¿Fue algo tan horrible?

—Sir Edward era un hombre extraño, se lo garantizo. Nunca se le podía llegar a conocer. Ella estaba acostumbrada a hacer lo que quería. El viejo Arkwright la adoraba. Era muy hermosa, claro, y además tenía dinero. Era hija única… y heredaría todo. Ya comprenderá usted qué perseguía sir Edward.

—¿Por qué era un hombre extraño?

—Apenas hablaba. Siempre era muy formal. ¡Y qué estricto era, Dios santo!

—Ya he oído acerca de eso.

—Acudía todos los domingos a la iglesia…, por la mañana y por la tarde. Todos teníamos que ir…, incluso los sirvientes. En caso contrario era un punto negativo. Se estaba asegurando un lugar en el cielo… Y además, ese chico…

—¿Sí? —pregunté con avidez al ver que ella se detenía.

—Le trajo aquí, por las buenas. Si se hubiera tratado de otro, se habría dicho: Bueno, los hombres son como son…, ya sabe. Pero era algo increíble tratándose de sir Edward. Me pregunté muchas veces quién sería aquel chico. Milady odiaba ver hasta su sombra. Es comprensible. La vieja Nanny Crockett se encariñó con él. Me pregunto cómo fue que milady no la despidió…, pero sir Edward no lo habría permitido, claro. Él se habría empeñado en que las cosas siguieran como estaban, a pesar de que no solía meterse en los asuntos de la casa, siempre y cuando todos fuéramos a la iglesia y asistiéramos a los rezos que se celebraban cada mañana en el salón. Oí a milady enfurecida y rabiosa, diciendo que no iba a permitir que aquel pequeño bastardo permaneciera en la casa…, sí, llegó a ese punto. Cualquiera lo comprendería. Yo lo oí todo, ya que era su doncella personal y estaba con ella desde la época de Yorkshire. Ella quería tener su propia doncella y me eligió a mí. Pocas cosas han ocurrido en esta casa que yo no haya visto. Pero ¿por qué hablo con usted de todo esto? Bueno, el caso es que considero a milady como a mi propia hija. Es casi como si hablara de mí misma. Y aquí una es… casi como de la familia. Usted debe de haber pasado un buen trago con esa señorita Kate…

Apretó los labios y tuve la impresión de que se reprochaba por hablar de asuntos tan íntimos conmigo, casi una extraña.

—Usted habrá presenciado muchos cambios aquí —le dije.

—A mí nunca me gustó cuchichear —dijo, como disculpándose—. Y ahora, de todos modos, ya no tengo muchas oportunidades, estando aquí la mayor parte del tiempo. Me siento un poco sola. Tiene usted una naturaleza muy simpática, señorita Cranleigh, lo veo. Es usted de la clase de personas capaces de comprender…

—Espero que sí. Me resulta muy interesante la vida aquí…, la mansión y la gente.

—Y lo es. Sí, como usted bien ha dicho, he presenciado muchos cambios. La gente no suele acercarse mucho por esta parte de la casa. Ya sabe cómo son los de esta región…, y como sir Edward murió aquí, creen que regresará y encantará el lugar. Sé que hay quienes hablan de eso. Han visto luces. Y dicen que se trata de sir Edward buscando algo para poder descansar en paz.

—Una noche vi una luz —dije—. Pensé que era una vela. Parpadeó un instante… y luego ya no la volví a ver.

—Yo le puedo decir qué era. Tal vez ella —me confió volviendo la cabeza hacia la habitación donde estaba lady Perrivale—. Lo hace a veces. Se levanta por la noche y enciende una vela. Le he advertido muchas veces: «Un día va a incendiar todo esto… o quizá su propio camisón». Y ella me dice: «Tengo que buscarlo. Tengo que encontrarlo». «Encontrar ¿qué?», le pregunto. Y entonces aparece una mirada extraña en sus ojos y cierra la boca y no dice una palabra más.

—¿Cree usted que realmente anda buscando algo?

—Las personas tienen ideas extrañas cuando se hacen viejas. No…, no hay nada. Solo que se le ha metido esa idea en la cabeza. Se lo he dicho una y mil veces: «Si se le ha perdido algo, dígamelo. Yo lo encontraré». Pero no… Solo es una fantasía que se le ocurre por la noche. Sin embargo, tengo que vigilar. Podría provocar un incendio y en una mansión como esta hay mucha madera. Lo que hago es esconder las cerillas. Pero eso no la detiene. La he oído deambular en la oscuridad.

—¿En su habitación?

—No, en la habitación de él…, de sir Edward. Tenían habitaciones separadas, ¿sabe? Siempre me ha parecido que hay algo malo en las habitaciones separadas.

—Usted debe de estar muy ocupada aquí, cuidando de lady Perrivale.

—Oh, sí. Me encargo de todo. Limpio las habitaciones y cocino para ella. No es frecuente que baje para una cena, como hizo la otra noche. Pero se ha sentido bastante mejor durante la última semana. El caso es que cada uno de ellos llevaba su vida propia, y ella está ahora muy contenta con Mirabel, la actual lady Perrivale. Quería que se casara con uno de sus hijos.

—Sí, he oído que ella conoció a la madre de Mirabel.

—Sí, fueron amigas de la escuela. Ella quiso que el mayor se instalara aquí, y le encontró la casa Seashell, y al cabo de poco tiempo la señorita Mirabel se comprometió con el señor Cosmo.

—Pero él murió…, ¿no?

—Le mataron. Fue una época horrible, se lo aseguro. Fue ese otro chico, Simon. Ellos dos siempre habían estado enfrentados.

—Él huyó, ¿verdad?

—Oh, sí, escapó. Era un chico muy astuto, incluso de pequeño. Era lo único que podía hacer…, eso o suicidarse. Creo que ese chico tuvo mucha suerte. Era de los que parecen nacer de pie.

—¿Qué cree usted que ocurrió?

—Es muy sencillo. Simon estaba harto. Había puesto sus ojos sobre Mirabel. Pero, claro, no tenía la menor posibilidad. —Bajó el tono de voz y susurró—: Quizá esté hablando demasiado, pero siempre pensé que ella iba detrás del título, de modo que eligió a Cosmo. Creo que Simon lo mató en un rapto de rabia.

—Pero ¿por qué iba a tener a mano aquella arma de fuego?

—Ahora que me lo pregunta le diré que, al parecer, se la llevó con un propósito determinado, ¿no? Eso nunca se sabe. Bueno, el caso es que todo el mundo lo consideró una pelea por celos…, y los celos son algo terrible. Pueden llevarle a uno a cometer cualquier tontería.

—De modo que, al final, Mirabel se casó con Tristan.

—Sí. Bueno, siempre se gustaron. Tengo un par de ojos en la cara, y he visto muchas cosas. Y sepa que en aquella época me dije más de una vez: «Jo, jo, va a haber problemas cuando se case con Cosmo, porque ella desea a Tristan». He visto un par de detalles. —Se detuvo de pronto y se llevó los dedos a la boca—. Estoy volviendo a hablar demasiado. Resulta tan agradable tener una pequeña charla con alguien que se muestra interesada…

—El tema me interesa, desde luego —le aseguré.

—Bueno, supongo que ahora usted es como una más de la familia. Y, después de todo, aquello sucedió hace mucho tiempo. Ahora ya ha pasado.

Comprendí que solo necesitaba un pequeño empujón para sacar todo lo que tenía en su conciencia, y eso fue lo que hice.

—Sí, claro. Y me atrevería a decir que en aquellos momentos todo el mundo hablaba de lo sucedido.

—Vaya que sí.

—Dijo usted que vio un par de detalles…

—Oh…, no sé. Solo observé un par de cosas…, así que no me sorprendió que ella se arrojara en brazos de Tristan. La gente dijo que fue de rebote…, que las pobres criaturas se consolaron mutuamente. Bueno, ya sabe lo que suele decir la gente…

Frunció ligeramente el ceño. Creo que intentaba recordar lo que había estado diciendo.

—Milady y yo… solíamos divertirnos juntas. Ella me lo contaba todo… Éramos como dos amigas, eso es lo que éramos. Pero después ella cambió. Hace mucho tiempo que no mantengo una charla como esta. Bueno…, será mejor que vaya a ver cómo está. A veces dormita un poco. Luego, se despierta y enseguida quiere saber qué pasa.

Se levantó y se dirigió a la puerta. Confiaba en que lady Perrivale no se hubiera despertado todavía, pues la conversación con María estaba siendo muy interesante e informativa. Siempre había sabido que, con frecuencia, los sirvientes conocían mejor que nadie los secretos de la familia…, e incluso quizá más.

—María…, ¿qué ha pasado? —escuché preguntar a una voz en tono impaciente—. ¿Ha venido alguien?

—Sí, usted quería tener una charla con la institutriz. Está esperando que se despierte.

—Estoy despierta.

—Lo está ahora. Bueno, aquí está la señorita Cranleigh… Lady Perrivale sonrió al verme.

—Trae una silla, María, para que pueda sentarse. —María llevó la silla—. Cerca de mí —ordenó lady Perrivale.

Hablamos durante un rato, pero comprendí que su mente desvariaba. No estaba tan lúcida como en la cena y no estaba muy segura de qué institutriz era yo. De repente recordó que era la que había tenido éxito con Kate.

Me habló de la casa y me contó en qué estado la había encontrado cuando llegó, y cómo la había hecho reparar, dándole una nueva vitalidad.

Al cabo de un rato volvió a dejar caer la cabeza y empezó a dormitar de nuevo. Me levanté silenciosamente y miré a María.

—Hoy no es uno de sus días buenos —me dijo—. Ha pasado una mala noche. Apuesto a que estuvo caminando por ahí, envuelta en la oscuridad…, buscando algo que no está aquí.

—Bien, tengo que marcharme. Me ha complacido mucho hablar con usted.

—Espero no haberme ido de la lengua. Me he entusiasmado al tener a alguien con quien hablar un rato. Debe usted volver otra vez. Siempre me ha gustado charlar.

—Lo haré —le prometí.

Regresé a mi habitación. Para mí no había sido una tarde perdida.

*****

Un mensaje de Lucas llegó a la mansión.

Había regresado y quería verme lo antes posible. Esperé con impaciencia el momento de nuestro encuentro y poco después nos vimos en El Rey Marino.

—Bien —dijo—. He hecho algunos descubrimientos. Creo que la señorita Kate está imaginando cosas.

—Oh, me alegra saberlo. No me habría gustado que lady Perrivale hubiera matado a su primer marido.

—Parece que ese tal Thomas Parry fue un marinero.

—Ese es nuestro hombre.

—Se casó con una tal Mabel Tallón, una corista.

—¡Lady Perrivale una corista!

—Pudo haber sido… antes de que adoptara sus aires de grandeza. Pero escucha…, ¿no está su padre por aquí?

—Sí, es el mayor Durrell. Mirabel Durrell no se parece mucho a Mabel Tallón.

—Una Mabel bien podría haberse cambiado el nombre por el de Mirabel.

—Sí, pero lo importante aquí es el apellido.

—También podría habérselo cambiado.

—Pero está su padre.

—Escucha. Había además una niña. Lo comprobé. Se llamaba Katharine.

—¡Kate! Sí…, tal vez.

—Es un nombre bastante común.

—Pero es lo único que encaja.

—¿Y quieres agarrarte a eso?

—No. Creo que Kate se lo imaginó todo. Esa niña se siente muy sola. Lo sé por la rapidez con la que entabló amistad conmigo. Tiene algo de patético. Ella desea tener un padre. Por eso adoptó como tal a ese marinero.

—Podría haberse buscado a alguien más valioso.

—Tuvo que conformarse con lo que tenía más a mano. Él estaba ahí, en la tumba… Era un desconocido…, y no olvides que lo había visto en la plaza del mercado.

—¿Crees que lo vio de verdad? ¿O acaso también lo imaginó?

—Creo que lo vio, porque ese hombre estuvo allí, y andaba buscando información sobre su esposa y una hija.

—He comprobado que tenía una hija llamada Katharine.

—Bueno, también hay otros diminutivos para ese nombre…, como por ejemplo Cathy.

—Sí, en efecto. Pero supongo que Kate es el más habitual. Sin embargo, eso no prueba nada, es demasiado vago. Y el padre de Mirabel da una impresión de respetabilidad. Mayor Durrell. Es difícil que ella le involucrara en el asunto. No. Dejemos zanjado el tema por ese lado y busquemos otro hilo para seguir desenredando la madeja.

—Debo decirte que he hecho un pequeño descubrimiento mientras has estado fuera. He hablado con María, la doncella de lady Perrivale. Me refiero a la anciana viuda.

—¡Ah! ¿Y qué te ha revelado?

—No mucho que yo no supiera. Pero se ha mostrado muy parlanchina.

—Justo lo que necesitamos.

—Recordó que cuando Simon fue traído a la mansión hubo un escándalo y mucha consternación porque nadie podía imaginarse de dónde salía aquel niño. A algunos les pareció evidente que el señor de la casa había cometido algún desliz…, pero parecía increíble por parte de sir Edward. No era el tipo de hombre capaz de verse envuelto en una cosa así. Era un hombre temeroso de Dios, un pilar de la iglesia, siempre ávido de mantener estrictamente los altos principios morales.

—Quizá fuera así ante los demás y se mostrara mucho más indulgente respecto a sí mismo. Algunas personas son así.

—Sí, desde luego, pero no sir Edward. Y ese desliz tuvo que haberse producido antes de su matrimonio.

—Bueno, es algo que sucede de vez en cuando.

—¿A una persona como sir Edward?

—Quizá. El caso es que se arrepintió pues trajo al chico a la mansión…, ¿o acaso crees que pudo haber otra razón por la que Simon fue traído aquí?

—Quizá debamos descubrirlo.

—Tal vez sintió lástima del chico, huérfano y en manos de aquella tía.

—¿Crees que la madre pudo ser una pariente pobre?

—¿Quién iba a impedirle decir algo así? Tal y como veo las cosas, se limitó a traer al niño a la mansión y permitió que la gente sacara sus propias conclusiones. No, no tiene sentido. Tuvo que haber sido un desliz. A veces hasta las personas más virtuosas tienen algo que ocultar.

—Pero era un hombre que insistía tanto en la moralidad…

—Los pecadores arrepentidos suelen comportarse así.

—No puedo creerlo, tratándose de él. Seguro que hay algo detrás de todo esto.

—Escúchame, Rosetta. Estás persiguiendo sombras. Crees algo porque quieres creerlo. Empiezas a meterte en aguas peligrosas. Supón que tienes razón. Imagina que en esa casa vive un asesino, y que él o ella descubre lo que estás haciendo. No me gusta nada esa idea. Si esa persona ya cometió un asesinato, ¿por qué no iba a volver a hacerlo?

—¿De modo que crees que hay un asesino en la mansión?

—No he dicho eso. Creo que la versión oficial es la más probable, y que Simon es el principal sospechoso. Su fuga parece demostrarlo.

—Yo no lo acepto.

—Ya sé que no… porque no quieres aceptarlo. Conociste al hombre que estuvo con nosotros todo aquel tiempo. Eso fue diferente. Luchábamos por conservar la vida. Se mostró como un hombre heroico y lleno de recursos. Ambos le debemos la vida, pero eso no quiere decir que en unas circunstancias diferentes no pueda haber sido un asesino.

—Oh, Lucas, ¡no creerás eso!, ¿verdad?

—No lo conocí tan bien como tú —dijo de mala gana.

—Tú también estuviste todo el tiempo con él. Fue él quien te rescató del agua, y se preocupó mucho por ti.

—Lo sé, lo sé, pero las personas somos muy complejas. Obnubilado por sus pasiones y celos pudo haber sido una persona muy diferente.

—No quieres ayudarme porque no crees en él.

—Te ayudaré, Rosetta, solo porque creo en ti.

—No sé qué quieres decir, Lucas.

—Quiero decir que estoy dispuesto a ayudarte todo lo que pueda, pero que, en mi opinión, te has impuesto una tarea imposible e incluso peligrosa.

—Si crees que es peligrosa no te queda más remedio que creer en la inocencia de Simon. De otro modo, la gente que vive en la mansión no tendría nada que ocultar.

—Sí, es posible. Pero quiero que tengas mucho cuidado. Arrastrada por tu entusiasmo podrías revelar tus ansias de saber más y si por casualidad resulta que tienes razón…, bueno, entonces podría ser peligroso. Por favor, Rosetta, ten mucho cuidado.

—Lo tendré. Por cierto, durante mi conversación con María surgió algo. Parece que Mirabel mantenía una especie de flirteo con Tristan al mismo tiempo que estaba comprometida con Cosmo.

—¿De veras?

—Según María, Mirabel prefería con mucho a Tristan.

—Eso es interesante.

—Pensé que podía ser una motivación.

—Pudo casarse con el hermano sin necesidad de cometer ningún asesinato.

—¿Y perder así el título y todo lo que conlleva?

—Estoy seguro de que eso era importante para ella, pero ¿estuvo dispuesta a matar por ello?

—Tal vez… Tristan y ella entre los dos hermanos. Había algo que ganar.

—Bueno, es la mejor hipótesis que has planteado hasta el momento. Pero yo no me fiaría mucho de las murmuraciones de los sirvientes. Y a propósito, es posible que tenga que regresar a Londres dentro de pocos días.

—Oh… ¿tan pronto? ¿Estarás fuera mucho tiempo?

—No estoy seguro. En realidad, voy a someterme a una operación. Llevo pensándolo desde hace algún tiempo.

—No me habías dicho nada.

—Bueno, no quería molestarte con esa clase de cosas.

—¡Cómo puedes decir eso! Sabes que me importa mucho. Cuéntamelo.

—Hay un médico en Londres… Se trata de algo muy nuevo, claro. Es posible que funcione… o no. Él se ha mostrado muy franco al respecto.

—¡Lucas! ¡Y me lo dices ahora, así, tan casualmente!

—No me parece que sea nada casual. Vi a ese doctor y hablamos de la operación mientras estuve en Londres haciendo averiguaciones sobre el marinero borracho. De ese modo maté dos pájaros de un tiro.

—¡Y ahora me lo dices!

—Pensé que sería mejor explicarte la causa de mi ausencia. Podrías estar esperando algún mensaje: «Ven enseguida. Asesino descubierto», o algo por el estilo.

—Por favor, Lucas, no seas tan burlón.

—Está bien. Lo cierto es que mi pierna está en bastante mal estado. Y cada vez empeora más. Y ese médico está experimentando ciertos métodos nuevos. No me va a proporcionar una pierna nueva, claro, pero cabe la posibilidad de que pueda hacer algo. Si tiene éxito…, caminaré siempre cojeando, pero habrá sido una gran mejoría. Y lo cierto es que… estoy dispuesto a correr el riesgo.

—¿Es peligroso, Lucas?

Vaciló un instante antes de contestar:

—Oh, no. No me voy a quedar más lisiado de lo que ya estoy, pero…

—Dime la verdad.

—Si quieres saber la verdad, resulta que incluso yo no tengo las cosas claras. Pero hay cierta esperanza…, un poco débil quizá…, pero quiero correr el riesgo.

—¿Por qué no me lo habías dicho antes?

—No estaba seguro de querer someterme a esa operación. Pero después pensé: ¿Y por qué no? Si sale mal, las cosas no quedarán mucho peor y si sale bien podrían mejorar bastante.

—¡Y yo sigo con esto mientras tú tienes por delante algo tan importante!

—Tu preocupación me conmueve, Rosetta —me dijo, muy serio.

—Claro que estoy preocupada. Tú me preocupas mucho.

—Lo sé. Bueno, el caso es que me marcharé dentro de unos días.

—¿Cuánto tiempo durará?

—No estoy seguro. Si tiene éxito, quizá un mes. Me va a ingresar en su clínica.

—No me gustará pensar que no estás aquí.

—Prométeme que tendrás mucho cuidado.

—En cuanto a la investigación, pues claro que tendré cuidado.

—No muestres con claridad lo que andas buscando, y no te fíes demasiado de la cháchara de los sirvientes.

—Te lo prometo, Lucas. ¿Me darás la dirección de la clínica?

Extrajo un trozo de papel de la cartera y anotó una dirección.

—Iré a verte —le dije.

—Eso será un verdadero placer para mí.

—Me mantendré en contacto con Carleton. ¿Cómo se va a sentir cuando te marches, dejándolo solo?

—No creo que el hecho de que yo esté en casa le represente una gran diferencia. Eso no va a lograr que Theresa regrese. Estará bien. Se ha dedicado por completo a su trabajo, y eso es lo mejor que puede hacer.

Aquellas noticias arrojaron una sombra sobre el resto del día. Era típico de Lucas que se tomara a la ligera un tema tan grave. ¿Cómo sería aquella operación? ¿Iba a ser peligrosa de algún modo? Si lo era, sabía que él no me lo diría.

Me sentí muy inquieta.

Salimos de la posada y nos dirigimos a los establos.

—Te acompañaré de regreso a Perrivale —me dijo Lucas. Cabalgamos en silencio y no tardamos en avistar la mansión.

—Oh, Lucas, querría que no tuvieras que marcharte. Te echaré mucho de menos.

—Recordaré esas palabras —replicó él—. No será por mucho tiempo. Dentro de poco me verás cabalgando hasta El Rey Marino… como un hombre cambiado. —Le miré con una expresión de tristeza y él añadió más serio—: Pero yo sí estoy preocupado por ti, Rosetta. Cuídate. Abandona la investigación hasta que yo regrese. Eso es lo mejor que puedes hacer.

—Te prometo que tendré mucho cuidado, Lucas.

Me tomó de la mano y la besó.

—Au revoir, Rosetta —se despidió.

*****

Me sentía deprimida. Las entrevistas con Lucas habían significado mucho para mí, y verme privada de ellas me hacía sentirme desdichada. Además, estaba preocupada por él. Me preguntaba una y otra vez cómo sería aquella operación y por qué se había mostrado tan misterioso al respecto.

Un día en que salí a cabalgar con Kate sugerí hacer una visita a Trecorn Manor.

—Está bastante lejos y no lo podremos hacer en una tarde. Pero ¿por qué no disfrutar de un día de fiesta? Le preguntaré a tu madre si nos da su permiso.

Kate se sintió excitada ante la perspectiva y, tal y como había pensado, no fue nada difícil obtener el permiso.

Mi estilo de equitación había mejorado bastante desde mi llegada, y ahora ya me podía permitir una larga cabalgada. Kate, por su parte, era perfectamente capaz de ello.

Me complació verla tan encantada con la perspectiva de nuestra breve excursión.

—Es bastante grande —me comentó cuando vio la casa—. Pero no tanto como Perrivale Court, claro…, aunque está bien.

—Estoy segura de que a los Lorimer les encantará tu aprobación.

—¿Vamos a ver ese viejo de Lucas?

—No. No está aquí.

—¿Dónde está?

—En una clínica.

—¿Qué es una clínica?

—Una especie de hospital.

—¿Y qué hace allí?

—Sabes que se hizo daño en una pierna.

—Sí, en el naufragio. No camina muy bien.

—Pues van a ver si son capaces de hacer algo al respecto.

—Entonces ¿a quién vamos a ver? —preguntó tras un instante de reflexión.

—Espero que a su hermano, a los gemelos y a Nanny Crockett.

Dejamos los caballos en los establos y entramos en la casa. El señor Lorimer estaba en la propiedad, pero enseguida informarían a Nanny Crockett de que habíamos llegado.

Nanny bajó presurosa.

—Oh, señorita Cranleigh. ¡Qué alegría verla por aquí! ¡Y también la señorita Kate! ¡Bienvenidas!

—¿Dónde están los gemelos? —preguntó Kate.

—Oh, les gustará mucho verlas. Se acuerdan mucho de usted, señorita Cranleigh.

—Espero poder ver al señor Lorimer antes de que nos marchemos.

—Se ha ido a Londres.

—Me refiero al señor Carleton.

—Creí que venía a ver al señor Lucas. Le van a hacer algo en la pierna. —Sacudió la cabeza y añadió—: Se supone que hoy en día los médicos son capaces de hacer muchas cosas, pero no sé…

—Sabía que se ha marchado. Quería hablar de eso con el señor Carleton.

—Creo que no tardará mucho en volver. Suban a la habitación de los gemelos.

Jennifer me reconoció en cuanto me vio y echó a correr hacia mí. Henry se mostró inseguro, pero siguió a su hermana.

—Y ahora contadme cómo estáis —dije—. Esta es Kate, que ahora es mi alumna.

Kate observaba a los niños con un interés ligeramente sarcástico.

Le pregunté a Jennifer cómo estaba Mabel, la muñeca que solo tenía un ojo, y también me interesé por Reggie, el osito. Se echó a reír y me contestó que seguían siendo tan traviesos como siempre.

Charlé con los niños durante un rato, y Nanny Crockett dijo que podían enseñarle a Kate la casa de las muñecas. Los gemelos saltaron de alegría. Miré ansiosamente a Kate, que era capaz de manifestar su falta de interés por aquellos juguetes infantiles. Pero creo que mi mirada debió de ser suplicante, porque dijo:

—De acuerdo.

La casa de las muñecas estaba en un rincón de la habitación. Los niños se dirigieron hacia ella y Nanny Crockett me hizo señas para que me sentara.

—¿Hay alguna noticia? —me preguntó en un susurro.

—Es difícil —contesté, negando con la cabeza—. No descubro nada. A veces creo que es una tarea imposible.

—Sé que terminará por descubrir algo. Sé que hay algo por descubrir… y que está en esa casa. Allí está el secreto. Desearía poder estar allí.

—Obtengo pequeños fragmentos de información, pero no me conducen a ninguna parte.

—Bueno, continúe intentándolo. ¿Ha tratado de hablar con la señora Ford? Ella sabe la mayoría de las cosas que pasan.

—Quizá pueda usted hablar con ella, ya que es su amiga.

—Lo he intentado, pero no he llegado muy lejos.

—Es posible que no sepa nada…, o que, si lo sabe, crea que no debe hablar de las cosas de la familia.

—A lo mejor está dispuesta a hablar con alguien de la casa, y no con alguien de fuera. Y usted pertenece ahora al personal de la casa. Usted es uno de ellos. Yo, en cambio, ya no trabajo allí.

Me di cuenta de que Kate intentaba escuchar lo que estábamos hablando y le hice una seña a Nanny Crockett, quien comprendió enseguida, de modo que nos pusimos a hablar de los gemelos y de que pronto necesitarían una institutriz.

—No volverás aquí, ¿verdad, Estirada? —se apresuró a preguntar Kate.

Aquello fue una prueba de que no se perdía palabra de lo que decíamos.

—No, al menos mientras continúes siendo buena alumna —contesté.

Kate hizo un mohín. Pero estaba claro que no iba a poder sostener una conversación íntima con Nanny Crockett. Poco después acudió una doncella para decirnos que el señor Lorimer acababa de regresar. Dejé a Kate en la habitación de los niños y bajé a verle. Parecía muy triste, pero mi presencia le complació.

—Estoy preocupada por Lucas —le dije después de saludarlo—. ¿Qué sabes acerca de esa operación?

—Muy poco. Estuvo en Londres hace días para ver a un médico, que le hizo un examen completo. Bueno, por el momento eso es todo.

—¿Qué cree ese médico que se puede hacer?

—Es un poco vago. Aseguran haber hecho muchos progresos en ese campo. Intentarán enderezar lo que quedó mal cuando no se pudo curar a tiempo la pierna.

—Siempre he lamentado que no supiéramos muy bien qué hacer. Habríamos podido evitar todo esto.

—No vale la pena culparte de nada, Rosetta…, ni al hombre que estaba contigo. Hiciste todo lo posible. Entre los dos le salvasteis la vida y no pudisteis hacer nada más. Créeme, él te estará eternamente agradecido. Sé que habla con ligereza de estas cosas, pero lo siente mucho más profundamente de lo que te imaginas.

—Sí, lo sé.

—Él es quien mejor sabe lo que debe hacerse, Rosetta. Esta es una oportunidad que no ha querido dejar pasar. Es posible que, si fracasan, quede peor de lo que estaba, pero si tienen éxito mejorará mucho.

—Supongo que es un gran riesgo.

—Yo también lo creo.

—Te harán saber el resultado de la operación en cuanto lo tengan, ¿verdad?

—Sí, estoy seguro de que sí.

—Carleton, en cuanto sepas algo, ¿te importaría enviarme un mensaje comunicándomelo?

—Pues claro que lo haré. —Permanecimos unos momentos en silencio y después Carleton añadió—: Para Lucas fue una gran tragedia. Le disgustaba mucho tener problemas de salud. Y esa especie de deformidad… le afectó mucho.

—Lo sé.

—Desearía que… se casara. Creo que significaría mucho para él.

—Suponiendo, claro está, que sea un matrimonio feliz.

—Un matrimonio feliz es el estado perfecto.

—Solo si es perfecto. En caso contrario se convierte en un compromiso.

De pronto comprendí que Carleton se refería a su propio matrimonio.

—Pero todo puede terminar… tan de pronto —dijo con tristeza— que uno se pregunta si no habría sido mucho mejor no conocer nada de eso.

—Carleton, te comprendo perfectamente, pero creo que deberías regocijarte por lo que has tenido.

—Sí, tienes razón. Aquí estoy, poniendo al descubierto mis miserias internas. ¿Qué piensas de los gemelos?

—Están bastante bien. Nanny Crockett es maravillosa. Han crecido, ¿verdad?

—Pronto tendremos que pensar en conseguirles una institutriz —comentó, mirándome especulativamente.

—Sabes muy bien que en realidad no soy una institutriz.

—He oído que has hecho un buen trabajo con esa niña.

—¡Vaya, mi fama se extiende! —exclamé burlona.

—Debéis almorzar algo antes de regresar.

—Bueno, muchas gracias. Sí, supongo que necesitaríamos tomar algo. Es un viaje bastante largo hasta Perrivale Court. Llamaré a Kate.

—Sí, hazlo. Estará todo dispuesto dentro de pocos minutos.

A Kate le encantó almorzar en el comedor de Trecorn Manor. Carleton se mostró muy atento con ella y la trató como a un adulto, de lo cual ella no dejó de disfrutar. Alabó la comida que nos habían preparado y habló con bastante animación de Perrivale, lo que divirtió a Carleton y pareció alegrarlo un poco. Así pues, fue una visita muy agradable.

Carleton nos acompañó hasta los establos cuando nos disponíamos a marcharnos.

—Gracias por haber venido —nos dijo—. Espero que volváis otra vez.

—Oh, sí, lo haremos —replicó Kate.

Me pareció una respuesta gratificante, que también agradó a Carleton. Durante el camino de regreso Kate dijo:

—El almuerzo ha sido bueno. Pero esos tontos mellizos, con su vieja casa de muñecas, fueron un aburrimiento.

—¿No te ha parecido una bonita casa de muñecas?

—Estirada, ya no soy una niña. No me entretengo con juguetes. Quiere que usted vuelva, ¿no?

—¿Quién?

—Ese viejo de Carleton.

—Creo que tu vocabulario resulta a veces muy limitado. Utilizas el mismo adjetivo para describir prácticamente a todo el mundo.

—¿Qué adjetivo?

—Viejo.

—Bueno, él es viejo. Quiere que regrese y eduque a esos tontos mellizos, ¿verdad?

—Ellos, al menos, no son tan viejos. ¿Por qué lo dices?

—Porque Nanny Crockett quiere que regrese.

—¿Ya no es la «vieja» Nanny Crockett?

—Bueno, ella es tan vieja que no hay necesidad de decirlo. Dijo que se mantendría en contacto con usted, y también lo dijo Carleton.

—Se refería a su hermano. Me dará noticias de cómo ha salido su operación.

—Quizá le corten la pierna.

—Claro que no lo harán. No sé cómo se te ocurre una cosa así. Lo van a curar. Es un gran amigo mío y, naturalmente, quiero saber cómo le va todo. Así que su hermano y Nanny Crockett me mantendrán informada en cuanto se enteren de sus progresos.

—¡Oh! —exclamó, y se echó a reír. De pronto, empezó a cantar—: «Quince hombres en el arcón de un hombre muerto. ¡Jo, jo, jo! Y una botella de ron. Bebe y el diablo se ocupará del resto…».

«Creo que realmente le importo a esta niña», pensé.

*****

Me sentí muy deprimida durante los siguientes días. Me di cuenta de lo importante que era para mí saber que Lucas estaba cerca. Cada vez estaba más preocupada por la operación. Carleton no conocía más detalles que yo y era una actitud típica de Lucas mostrarse reticente al respecto.

También me daba cuenta de lo inútiles que eran mis investigaciones. Lucas creía que eran absurdas, y tenía razón.

Si estuviera cerca y pudiera enviarle un mensaje a Trecorn Manor para vernos…

Me pregunté qué le haría aquella operación a su carácter y llegué a la conclusión de que temía mucho el resultado.

Kate percibió mi melancolía e intentó alegrarme. Me distraía mientras estábamos leyendo, y eso la extrañó mucho. Fue entonces cuando empecé a estar segura de que la niña sentía cierto afecto por mí. Eso habría sido muy consolador en cualquier otro momento, pero entonces solo podía pensar en Lucas.

Ella intentó engatusarme para que charláramos y cuando me di cuenta ya estaba hablando con ella sobre mi pasado. Le hablé de la casa en Bloomsbury, de mis padres y de su constante preocupación por el Museo Británico. A ella le divirtió mucho saber que me habían impuesto el mismo nombre que la piedra de Rosetta.

—Conmigo pasa lo mismo —dijo—. No tengo padre, pero mi madre siempre ha tenido otras cosas… No el Museo Británico, claro, pero otras cosas.

En cualquier otro momento habría seguido interrogándola acerca de sus sentimientos, pero estaba tan obsesionada con Lucas que dejé pasar la oportunidad.

Kate quiso saber muchas cosas sobre el señor Dolland. Le conté cómo eran sus representaciones, y se interesó particularmente por Las campanas.

—Ojalá estuviera aquí —se lamentó—. ¿Verdad que sería divertido?

Admití que así sería, como en los viejos tiempos. Ella me pasó un brazo por el mío y me lo acarició con una rara demostración de afecto.

—No importa que a ellos solo les interesara el Museo Británico, ¿verdad? Eso no importa… cuando se tienen otras cosas…

Me sentí realmente conmovida. Acababa de decirme, indirectamente, que mi presencia compensaba la falta de atención de su madre.

Lanzó exclamaciones de alegría cuando le conté cómo había llegado Felicity a mi casa. Y comprendí por qué: se debía a la similitud de mi propia llegada a Perrivale Court.

—Creyó usted que estaba a punto de llegar alguna fea institutriz —me dijo.

—Y vieja, desde luego —añadí, y ambas nos echamos a reír.

—El caso es que casi todas son viejas. ¿Se le ocurrió alguna forma de hacer que se marchara de casa?

—No, no pensé nada de eso. Yo no era un pequeño monstruo como tú.

Se echó a reír con grandes aspavientos.

—Pero ahora no se marcharía, ¿verdad, Estirada? —me preguntó.

—Si tuviera la impresión de que tú quieres que me quede…

—Eso es lo que quiero.

—Creí que odiabas a todas las institutrices.

—A todas, excepto a usted.

—Me siento muy honrada.

Sonrió tímidamente y añadió:

—Creo que ya no la seguiré llamando Estirada. A partir de ahora será Rosetta. Me parece muy divertido que le hayan puesto el mismo nombre que esa piedra.

—Bueno, se trata de una piedra muy especial.

—¡No es más que una piedra vieja!

—En esta ocasión, para variar, el adjetivo está bien empleado.

—Y con todos esos dibujos…, como gusanos.

—Los jeroglíficos no son precisamente gusanos.

—Está bien. Usted es Rosetta.

Creo que, estimulada por el hecho de que yo hubiera hablado de mi infancia, quiso hablarme de la suya. Y eso, desde luego, era lo que yo deseaba.

—Debíamos de estar muy lejos del Museo Británico —me dijo—. No lo había oído nombrar hasta ahora. Siempre estábamos esperando a que regresara a casa.

—¿Te refieres a… tu padre? —pregunté con cautela.

—Era terrible —asintió ella—. Mi madre tenía miedo, aunque no tanto como yo cuando me quedaba allí… sola. Estaba todo oscuro…

—¿Era de noche?

—No lo recuerdo —contestó desconcertada—. Era una habitación horrible. Yo tenía una cama en el suelo, en un rincón… Mi madre estaba en la otra cama. Por la mañana, solía observarle el cabello. Era como el oro y estaba desparramado sobre la almohada. Me despertaba por la mañana… y no sabía qué hacer. Entonces ella estaba allí…, y otras veces no estaba. Había alguien en el piso de abajo. Ella tenía la costumbre de asomarse para ver si yo estaba bien.

—Y tú te pasabas allí mucho tiempo, a solas.

—Creo que sí.

—¿Y qué hacía tu madre?

—No lo sé.

«Una corista —pensé—. Tom Parry casado con una corista».

—Usted tenía al señor Dolland y a la señora Harlow…

—Cuéntame, Kate…, cuéntame todo lo que recuerdes.

—No, no —gritó de pronto—. No quiero hacerlo. No quiero recordarlo. No quiero recordarlo más.

Se volvió hacia mí y se arrojó entre mis brazos. Yo le acaricié el pelo.

—Está bien —le dije—. Olvidémoslo. Ya ha pasado todo. Ahora me tienes a mí… Nos divertiremos juntas. Cabalgaremos…, leeremos y hablaremos.

Estaba aprendiendo tanto…, no acerca de lo que había ido a investigar, sino sobre Kate. Era una niña que se sentía muy sola; se comportaba de ese modo porque estaba hambrienta de amor y atención. Trataba de obtener lo que le faltaba de la única manera que sabía hacerlo. Sentí rencor contra Mirabel, que no había sabido darle el amor que ella tanto necesitaba. Quizá en aquel entonces tuviera que trabajar, pero ahora no.

De pronto Kate se apartó de mí con brusquedad, como avergonzada de haber demostrado su emoción.

—Todo se arregló cuando vino Yayo —dijo.

—Sí, tu abuelo. Él te quiere mucho, ¿verdad?

Una sonrisa iluminó su rostro.

—Vino y nos sacó de allí. Nos trajo aquí… y entonces todo se arregló. Cuenta historias muy bonitas…, siempre sobre batallas.

—Debió de resultarte maravilloso cuando te sacó de allí.

—Recuerdo… —dijo tras hacer un gesto de asentimiento—, fue en la habitación. Él estaba sentado en la cama. Dijo algo sobre un contacto.

—¿Un contacto?

—Sí, un contacto en Cornualles.

—Supongo que se referiría a una amiga.

Asintió. Su estado de ánimo había cambiado. Ahora sonreía.

—Fuimos en tren, y resultó maravilloso. Yo iba en las rodillas de Yayo… y entonces llegamos a la casa Seashell. Me gustó mucho… porque Yayo estaba allí. Él siempre estaba allí…, incluso cuando se hacía de noche. También me gustó mucho el mar. Me encantaba escucharlo golpear contra los acantilados. Desde mi dormitorio en la casa Seashell lo oía muy bien.

—Y después viniste a Perrivale. No tardaste en hacerte amiga de ellos, ¿verdad?

—Oh, sí. Yayo los conocía y les gustaba mucho. Bueno, el caso es que Yayo gusta a todo el mundo. También les gustó mi madre porque es muy guapa. Después, iba a casarse con Cosmo y nosotros íbamos a dejar la casita de Seashell y a vivir en una casa muy grande. Ella estaba muy contenta. Y también Yayo…, aunque él no iba a vivir en la casa grande, pero de todos modos estaba contento. Entonces Cosmo murió cuando nosotros aún estábamos en la casita. Murió en Bindon Boys y el asesino huyó y todo el mundo supo quién lo había hecho.

—¿Y qué sucedió después?

—Mi madre se marchó —dijo frunciendo las cejas.

—¿Se marchó? Creí que se había casado con Tristan.

—Lo hizo…, pero al principio se marchó.

—¿Y adónde fue?

—No lo sé. Estaba enferma.

—¿Enferma? Entonces ¿por qué se marchó?

—Estuvo muy enferma. Yo la escuchaba. Tenía un aspecto muy pálido. Una vez que estaba enferma y no sabía que yo estaba allí, se miró en el espejo y dijo en voz alta: «¡Oh, Dios! Y ahora ¿qué?». Yo todavía era bastante pequeña. Pensé que Dios podía decir algo y enterarme así de qué iba la cosa. Ahora sé que la gente solo exclama eso cuando está asustada o muy enfadada. Ella estaba asustada porque se sentía enferma. Entonces Yayo dijo: «Tu madre se marchará una temporada». Yo pregunté: «¿Por qué?». Yayo me dijo que se marchaba porque le sentaría bien. Y se marchó. Yayo la acompañó a la estación. Al principio se marchó con ella. Yo me quedé dos días con la señora Drake. Luego, Yayo regresó y yo volví a nuestra casita con él. Le pregunté: «¿Dónde está mi mamá?». «Está visitando a unos amigos», me contestó. Le dije que no sabía que tuviéramos amigos, y él me contestó: «Me tienes a mí, cariño. Yo soy tu amigo». Y me abrazó, y yo me sentí bien. Me lo pasé muy bien en la casita Seashell con Yayo. Él se encargaba de cocinar y yo le ayudaba, y nos reíamos mucho.

Empezó a sonreír ante el recuerdo.

—¿Qué ocurrió después? —le pregunté.

—Mi madre regresó y ya estaba mejor. Sus amigos le habían hecho mucho bien. Después se comprometió con Padrito, se casaron y vinimos a vivir a Perrivale Court. Habría querido que Yayo viniera con nosotras, pero se marchó a la casa Dower. Dijo que no estaba muy lejos, y que yo sabía dónde estaba.

—¿Y nunca conociste a los amigos que visitó tu madre?

—Nadie habló nunca de ellos. Solo sé que vivían en Londres.

—¿Te lo dijeron tu madre o tu abuelo?

—No, pero sé que ellos se marcharon en el tren de Londres. Siempre sale a la misma hora. Sé que lo tomaron porque la señora Drake nos llevó a despedirlos. La noche anterior Yayo me había llevado a casa de ella. Yo dije que quería verlos marcharse, así que la señora Drake me llevó a la estación y los vi subir al tren.

—Pudieron haber bajado en cualquier otro lugar, a lo largo del camino.

—No. Yo les había oído hablar de ir a Londres.

—Y tu abuelo regresó y dejó a tu madre allí.

—Él solo estuvo fuera una noche. Pero ella estuvo fuera mucho, mucho tiempo. Por lo menos tres semanas. No recuerdo mucho sobre esa época. Pero sé lo enferma que estaba cuando se marchó… No sonreía en absoluto.

—Debió de estar muy enferma.

Asintió y empezó a hablarme de las conchas marinas que ella y su abuelo encontraban en la playa.

*****

Fui a ver a la viuda lady Perrivale en dos o tres ocasiones. Nuestras charlas no me proporcionaron mucha información. Había esperado descubrir algo aprovechando sus recuerdos del pasado y los tiempos de opulencia en Yorkshire.

Confiaba en hallar una oportunidad para hablar con María, y como ella también parecía desearla, fue inevitable que surgiera.

Uno de los días en que subí, María me recibió llevándose los dedos a los labios, y diciéndome con un guiño:

—Milady está dormida. Pero entre, señorita Cranleigh, y esperaremos a que se despierte. No me gusta despertarla. Ha vuelto a pasar otra mala noche. Siempre lo sé por el aspecto que tiene al día siguiente. Supongo que habrá estado dando vueltas…, buscando algo que no está aquí. En cualquier caso, ahora ya no puede encontrar las cerillas. Yo me ocupo de eso. —Nos sentamos la una frente a la otra y ella prosiguió—: Usted y la señorita Kate se llevan mejor que nunca. Son inseparables.

—Creo que nos comprendemos bastante bien. Ella no es una mala niña.

—Vaya, yo no iría tan lejos, pero desde luego se ha portado mucho mejor desde que está usted aquí. Eso es seguro.

—¿Y cómo ha estado lady Perrivale estos últimos días?

—Con altibajos. Un día lúcida y al día siguiente no entiende nada. Cada vez tiene más años… No me sorprendería que no durara mucho. Cuando pienso cómo era en los viejos tiempos… Era la verdadera dueña de la casa. Y luego, de repente, se transformó en una persona muy diferente.

—Quizá quería mucho a sir Edward y la conmoción a consecuencia de su muerte fue demasiado para ella.

—En todo caso sería lo contrario. No formaban lo que se puede decir una pareja feliz. Oh, desde luego que no. Reñían bastante…, hasta el final, se lo aseguro. Yo los oí discutir sobre algo embarazoso. Ella estaba llorando. Él hablaba en tono muy bajo. No pude oír bien…

Pensé que había sido una verdadera pena, lo mismo que, sin duda, debió de pensar María.

—Él murió más o menos en la época en que se produjo aquel desgraciado asunto, ¿no? —pregunté—. Me refiero al asesinato en la granja abandonada.

—Ah, sí…, el asesinato. En aquellos momentos él agonizaba. Sin embargo, no creo que se enterara de lo que pasó. Ya estaba muy mal. Y en un caso así no se va al lecho de un moribundo para decirle: «Su hijo acaba de ser asesinado por el chico que trajo usted a casa». Nadie se habría atrevido a ello. Él no llegó a enterarse de nada. Falleció poco después.

—Es un caso muy extraño, ¿no le parece, María?

—Bueno, un asesinato es un asesinato, se mire como se mire.

—Me refiero a que fue un asunto muy misterioso.

—Celos…, ese fue el motivo. Simon estaba celoso de Cosmo. Alguien dijo que estaba enamorado de la actual milady. Bueno, hay que admitir que ella era una chica muy atractiva.

—Mucho. Me dijo usted que sir Tristan sentía mucho cariño por ella antes de que su hermano muriera.

—Un asunto muy divertido —asintió con un guiño—. Pero, al fin y al cabo, el amor es algo muy divertido. Mirabel parecía estar bien con Cosmo. Seguro que lo estaba, ¿verdad? Pero creo que eso no eran más que apariencias. Me di cuenta de que había algo entre ella y Tristan. Son cosas que una percibe, si tiene cierta experiencia, claro.

—He oído que ella estuvo muy enferma y tuvo que marcharse varias semanas, y que regresó siendo la misma de antes.

—Creo que eso ocurrió justo antes del asesinato…, justo antes. Observé que empezaba a tener un aspecto un poco…, bueno, si en aquellos momentos hubiera estado casada yo habría dicho que esperaba…

—¿Y cuando regresó…?

—Bueno, entonces ocurrió el asesinato. Debió de haber sido más o menos una semanas después, si la memoria no me engaña.

—Y después se casó con Tristan.

—Bueno, eso sucedió varios meses más tarde. No podían hacerlo así, tan precipitadamente, aunque de todos modos lo hicieron con bastante rapidez.

—¿Cree usted que ella se sintió aliviada porque pudo tener a Tristan, el título y todo lo demás?

María frunció el ceño, y yo pensé: «Estoy yendo demasiado lejos. Debo ser precavida. Lucas me lo advirtió».

—Oh, yo no diría eso. Mire, creo que hubo algo entre ella y Tristan, así que supongo que ella lo prefería a él. A Cosmo no se le podía manejar con facilidad. Era el gran Cosmo. Algún día sería sir Cosmo…, aunque no vivió lo suficiente para verlo. No gustaba a los campesinos que trabajaban en la propiedad. A ellos les gustaba más Tristan…, de modo que no era ella la única. Fue toda una boda. Tuvo que serlo, ¿no? La señora estaba muy contenta cuando se casaron. Ella pensaba mucho en Mirabel. La quería como nuera. Tendría que haberlos visto juntos, a ella y al mayor. Bueno, ella siempre sintió cierta debilidad por él, ¿no?

—Sí, recuerdo que usted lo mencionó.

—Yo lo sabía. La madre de la joven lady Perrivale fue su mejor amiga…, pero ahí había un poquitín de celos. Acerca del mayor…, solo que en aquel entonces aún no era mayor. No supe qué era…, pero en cualquier caso siempre fue un hombre encantador. En aquel entonces la señora era Jessie Arkwright. Ella hablaba conmigo mientras yo le cepillaba el cabello. Se mostraba dulce con él… del mismo modo que su mejor amiga.

—¿Se refiere a la amiga de la escuela que finalmente se casó con él?

María asintió con un gesto y continuó:

—Hubo una época en la que pensé que sería Jessie la que terminaría por casarse con él. Pero el viejo Arkwright se metió por medio, y creyó que aquel joven tan encantador iba detrás de la fortuna de su hija. Yo creía que él iba detrás de la amiga de la escuela, pero claro, igual que otros muchos, tenía un ojo puesto en el dinero del viejo Arkwright. Aunque Jessie estaba acostumbrada a hacer lo que le venía en gana, el viejo Arkwright tenía sus propias ideas en lo referente al dinero. Dijo que no iba a permitirle a Jessie arrojarse en brazos de un aventurero que iba detrás de su dinero. Y la amenazó: si se casaba con él, no habría ni un céntimo. La pobre Jessie se sintió muy abatida, pero finalmente se casó con sir Edward, se convirtió en lady Perrivale y vino aquí. Y el mayor se casó con su mejor amiga del colegio. Así fueron las cosas. Y después, muchos años más tarde, cuando ya había muerto la esposa del mayor, quien tenía una hija casada y con una niña pequeña, él escribió a lady Perrivale, reafirmando su amistad. Ella se puso por las nubes, llena de alegría, y quiso que el mayor viniera aquí. Se les encontró la casita de Seashell para que vivieran allí, y desde entonces ha considerado a Mirabel como si fuera su hija.

—¿No estaba celosa porque el mayor se había casado con su mejor amiga?

—Eso lo había superado. La amiga había muerto, y el mayor estaba aquí. Ahora está encantada de tener a Mirabel como nuera, y al mayor entrando y saliendo cuando quiere.

—¿Y la joven lady Perrivale la quiere?

—Oh, sí… Bueno, es amable con la anciana. Recuerdo cómo se sulfuró ella cuando Mirabel se marchó… Sucedió antes del matrimonio. Estaba realmente preocupada. Recuerdo haber visto una carta que le envió Mirabel. «Querida tía Jessie…», así la llamaba desde que vino y nunca lo cambió. Aún veo aquella carta. Estaba en… ¿cómo se llamaba? Ah, sí, Malton House, en un lugar conocido como Bayswater, en Londres. Recuerdo lo de Malton porque yo nací cerca de un pueblecito llamado así, en York. Por eso se me quedó grabado en la memoria. Cuando regresó, milady se enojó mucho con Mirabel. Y poco después se produjo el asesinato…

—Tuvo que haber sido una gran conmoción para lady Perrivale… perder a su hijo así.

—Sí que lo fue…, y con sir Edward muriéndose al mismo tiempo. Parecía suficiente para acabar con ella. Pero todos nos sorprendimos de lo bien que pasó por ese trance. Aunque le hizo algo… A partir de entonces, su mente empezó a desvariar y se iniciaron esas rondas nocturnas.

Siguió hablando sobre las dificultades que tuvo con lady Perrivale, y me dio ejemplos de su extraña conducta para resaltar el cambio producido en ella después de la tragedia.

Mientras estábamos hablando, llegó el mayor.

—Hola, mayor —saludó María—. Milady está casi dormida. Me temo que anoche volvió a rondar por ahí.

—Oh, querida, querida. Qué alegría de verla, señorita Cranleigh. Últimamente no ha ido a visitarme. Tengo que hablar con Kate sobre eso. Le he dicho que la traiga cada vez que pasen por allí. Es casi seguro que me encontrarán en el jardín.

—Gracias, mayor. Me gustaría.

—María cuida tan bien a lady Perrivale… No sé qué haríamos sin María.

—Y yo no sé qué haría sin milady —dijo la doncella—. Llevamos juntas muchos años.

Dije que prefería marcharme, pues suponía que cuando lady Perrivale despertara estaría encantada de ver al mayor, y no querría que nadie echara a perder su tête-à-tête con él. El mayor replicó que, sin lugar a dudas, ella se sentiría muy desilusionada al no encontrarme a su lado.

—Bueno, pero yo puedo volver fácilmente mañana.

—Bien, no lo olvide —me dijo, tomándome de la mano—. Espero verla pronto.

Bajé la escalera y encontré un mensaje esperándome.

Era de Carleton. Me comunicaba sucintamente que la operación de Lucas se llevaría a cabo el miércoles siguiente. Y ya era viernes.