¡El triunfo de Harlem Hills!

22 de octubre de 1861

¡Qué placer! El 20 de octubre, al atardecer, al fin se abrieron las puertas del flamante edificio de apartamentos de lujo de Manhattan, el Breviary. Martin Hearst, el principal financiero del carbón, cortó la cinta ante aplausos desenfrenados. Los brindis de la gran multitud resonaban desde el otro lado del río, e incluso podían oírse desde esta oficina, en Times Square. A pesar de las críticas recibidas por su arquitectura naturalista caótica, los ingenieros independientes coinciden en que el majestuoso monolito es sólido y que seguirá en pie durante siglos.

El acontecimiento estableció un nuevo punto de referencia tanto en arquitectura como en bailes de sociedad, ante lo que solo puede esperarse que Washington Square responda con ímpetu. Tras cortar la cinta, los invitados mostraron su luto por esta terrible guerra entre hermanos y bailaron el vals hasta el amanecer en el vestíbulo principal. Asistieron los futuros inquilinos del edificio: su desaliñado arquitecto, Edgar Schermerhorn, dos generales de la Unión, tres senadores y varios famosos, como Claire Redgrave, Barry Sullivan, Fanny Price y Hannibal Hamlim. Degustaciones de decadentes entremeses flotaban en bandejas de plata como flores en el río. El evento fue coronado con un concurso de tiro en la terraza del edificio a la salida del sol. Lo peor de todo fue el ron; ni siquiera el comandante general Winthrop dio en el blanco de la diana, aunque sí, trágicamente, en uno de los negros de Hearst, que recibió un balazo en la rodilla. La fiesta terminó al alba. Los invitados observaban el gran edificio desde la parte trasera de sus coches. No creo que yo fuera el único que le dijo adiós con la mano a aquella perfecta velada.

El edificio ofrece unas prestaciones inimaginables, incluyendo baños con alumbrado de gas, a sus futuros residentes, que representan a las mejores familias de América. Es más, su orientación hacia el oeste y su diseño único, alejado de sus convencionales primos de piedra arenisca, anuncian un estilo propio en Nueva York. Nos merecemos un monumento como este; Manhattan no será nunca más una estación de paso entre el rico sur y la aristocracia de Boston. Somos la nueva América ascendente: trabajadora, inteligente y libre.

New York Herald