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Los inquilinos

Una vez que Saraub llegó, los inquilinos formaron una fila en el recibidor de la decimocuarta planta y comenzaron a vitorear. Loretta daba patadas en el suelo con el pie.

—¡Ha comenzado! —gritó.

Arthur se metió la aguja detrás de la oreja. Elaine Alexander se golpeaba el estómago con los puños. Benjamín Borrell se arrancaba el pelo. Evvie Waugh pensó en el cielo.

—¡Es la hora! —gritaron todos.

—¡Es la hora! ¡Es la hora! ¡Es la hora! —Francis Galton desveló lo que había hecho para mejorar su trabajo artístico: una cara sin piel.

Uno a uno, todo inquilino viviente del Breviary siguió el camino de Saraub. Se arrastraron, caminaron y cojearon por la garganta del 14B. Sus cuerpos se encorvaron y sus ojos se volvieron negros. Aplaudían, se reían y lloraban con placer mientras Audrey golpeaba su hombro, una vez más, con la barra de acero.

Siete generaciones atrapadas en ese edificio. Sin aire, ni hierba, ni cielo, ni sol. No se preocupaban de lo que vendría después, mientras eso los condujera a un final.

Las hormigas rojas trepaban por las escaleras, a través de las grietas, los respiraderos y el suelo. Infestaron el 14B hasta que el suelo y las paredes se volvieron rojas.