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El sonido que una trampa hace cuando se cierra (V):

Construye la puerta

Con las manos levantadas sobre sus cabezas, la movieron como si fuera ligera como una pluma. La cargaron de vuelta al 14B y, con sus elegantes y destrozadas ropas, llenaron la sala.

—¡Construye la puerta! —le gritó Loretta. ¡Clop-clop! Sus pies eran castañuelas de porcelana.

La llave cortó su frío camino por la garganta. Tosió sangre y se la limpió con el revés de la mano, por lo que ellos no la vieron. Luego vociferó:

—¡Constrúyela tú!

—¡Zorra! ¡Zorra! ¡Zorra! —gritó Loretta—. ¡Te arañaré la cara!

Y entonces, en la sala de estar, Audrey comprendió, aun en su estado somnoliento, que había perdido. Su trabajo estaba casi hecho. Ya no tenía la forma de una puerta normal. Sus bordes eran curvos y era más gruesa en el centro que en la base. Desobedecía a la ingeniería convencional, pero podía ver que era robusta y, como el Breviary en sí mismo, siempre que construyera un marco adecuado, se mantendría en pie. Esta vez, ninguna de las marcas estaban escondidas: Palmolive, Servitus, Pfizer, Hammerhead, Emiratos Chinos Unidos. Habían sido cortadas y pegadas, por lo que la parte frontal de la puerta estaba totalmente plagada de letras sin sentido, como inglés convertido en algo ininteligible.

El agujero que había hecho para el pomo colgaba a solo setenta centímetros del suelo, como si, cuando la cosa del otro lado finalmente viniese, no pudiera caminar, sino deslizarse. Alrededor del perímetro de la puerta, las letras habían sido cortadas de las cajas para formar una sola y repetida frase:

Los que aquí entráis, abandonad toda esperanza

La dejaron sobre el colchón inflable.

—Terminadla vosotros —les dijo.

La voz de Marty era baja, pero nadie hablaba por encima de ella.

—Nosotros no podemos. Eres la única que la puede hacer lo suficientemente robusta para que aguante. Cada vez que lo hemos intentando ha sido un fracaso.

—¿Qué hay al otro lado?

Los inquilinos comenzaron a parlotear entre ellos, cotorreando de una manera alegre. Su vida en el Breviary les había provocado una conciencia colectiva. Unos pocos, demasiado borrachos para estar de pie, fueron arrastrándose con las manos y las rodillas. Martin parpadeaba con sus ojos sin pestañas. Había descuidado su raya del ojo, posiblemente porque hoy su párkinson era especialmente severo: no podía parar de temblar. Entonces se dio cuenta, no era párkinson. Estaba aterrorizado.

—¡Mi esposa está al otro lado! —gritó Galton—. Dice que está regresando.

—El Breviary me prometió un poni —dijo la mujer con pesadas cadenas de oro—. Solo que este será un Pegaso y un unicornio, por lo que podré volar y teletransportarme.

—Eres una estúpida, Sally. —Loretta se rió tontamente.

—No, no. Es el infierno lo que está detrás de la puerta —dijo el buen y desnudo doctor con una sonrisa, como si estuviera hablando de Florida.

—No tenemos ni idea de lo que pasará cuando se abra —dijo Martin—. Pero el Breviary quiere, por lo tanto nosotros también.

—Y Schermerhorn, ¿qué es? —preguntó ella.

Marty asintió.

—Murió hace mucho tiempo. El Breviary viste su cara.

Ahí fue cuando Loretta lo señaló.

—La dejarás fuera, ¿no? ¡Darle de comer ese sándwich, a pesar de que sabes lo que me gusta el atún! Oh, Martin. ¡La pelirroja bobalicona te revolvió el cerebro!

Martin miró su traje gastado de Hickey Freeman, de alrededor de 1975, y suspiró.

—¡Fue él! —gritó Loretta.

Se congregaron y, dando tumbos, lo empujaron por el pasillo. Arrastraron los pies a cámara lenta todo el camino hasta salir del 14B. Mientras la encerraban dentro escuchó un clic, que rápidamente fue seguido por un grito grave. El sonido fue breve y supo que Martin, su último billete para salir de esa casa de locos, estaba muerto.