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Los manicomios siempre tienen dientes rotos

Sábado. Otro día al lado de Betty. Esta vez sola. Escuchaba el sonido de las alas negras aleteando, incapaces de volar. Entonces se preguntó: ¿Todo el mundo nace con agujeros o solo son errores de Dios? Abrió la carta. Estaba escrita en un folio pequeño y sin pautar:

Corderita:

Lo siento. Estoy cansada. Recuerda Hinton y las hormigas, aunque no quieras.

Te quiero, ahora y siempre,

Betty

La rompió, junto con los papeles del médico. Estaban tirados por el suelo como piel mudada.

Cuando regresó al vacío motel, estaba demasiado deprimida como para pedir la cena y, en su lugar, se tomó dos Valium y un litio y se quedó dormida. Algo se retorció en su estómago y soñó con puertas, casas aplastadas y lluvia negra que, solo por esta vez, habían sido relajantes.

En mitad de la noche se incorporó rápidamente y creyó ver al hombre del Breviary en la esquina de la habitación. Una sombra oscura sin cuerpo.

—Vuelve a casa, Audrey —le dijo.

No se molestó en volver a ver a Burckhardt. No firmó los papeles. El domingo por la mañana, reservó el billete de vuelta. Lloró el largo trayecto de Lincoln a Omaha, carreteras por las que había viajado infinidad de veces.

Por encima de ella se hallaba el amplio cielo de Nebraska que protegía a gente cuerda con familias, niños y varios coches familiares. Gente feliz que sabía cómo calmar a los monstruos que corroían su interior. Mientras conducía, comprendió que no pertenecía a ese lugar, ni tampoco Betty. Estaban demasiado dañadas. Nunca habían pertenecido a este lugar, a la tierra de Dios.

Devolvió el Camry temprano y adelantó el huracán que se aproximaba de vuelta a Nueva York por unas escasas horas. Llegó al aeropuerto John F. Kennedy el sábado por la noche, tarde. Hacía una semana que se había mudado al Breviary.

Estaba oscuro cuando recogió la maleta de la cinta transportadora de equipajes. Esperó en la marquesina de la parada de taxis, mientras alrededor la lluvia chapoteaba. Dudó cuando le dijo al conductor dónde llevarla, e incluso mientras decía las palabras supo que estaba cometiendo un error.

—Ciento uno con Broadway, el Breviary.