¿Te gusto? ¡Es verdad que te gusto!
David salió de su despacho diez minutos después, escoltado por los otros miembros del equipo.
—Estaba pensando en Balucci, así podemos tomarnos un par de cervezas —dijo él. Llevaba un traje nuevo azul con pantalones apretados. Podía haber salido en la portada de GQ.
—Muchas cervezas —repicó Craig. Era un diseñador júnior, pero actuaba como uno en prácticas. Su padre había trabajado para la SAABA y había traído un montón de negocios a Vesuvius.
—¿Qué? —preguntó ella. Qué esperaba David que dijera, ¿que estaba bien beber en el trabajo? Además, tenía que acabar esos planos y no tenía tiempo ni para comerse un bagel.
—Entonces ¿te parece bien el Balucci? —preguntó David.
Le entró una especie de calor bajo el cuello.
—La verdad es —dijo— que no me vendría mal un poco de ayuda con esto.
David frunció el ceño.
—¿No quieres ir a comer?
Ahora estaba más confusa que nunca. Para no meterse en un problema mayor, decidió no decir nada.
—Lucas —dijo Mark—, es nuestro regalo por la presentación. Si no lo hubieras conseguido, alguno de nosotros habría estado en una situación difícil.
—¿En serio? —preguntó. Nunca le habían preguntado si quería ir a comer. Normalmente, se escabullían uno a uno. Nunca se imaginó que se reunían en el mismo lugar.
—Chicos, ¿siempre coméis juntos?
Simon asintió.
—Algunos de nosotros no somos máquinas.
Simon quería su puesto y no era un secreto que había enviado su currículum cuando Jill dejó de delegar en él y contrató a Audrey. Había un iono en su voz que no le gustaba: envidia, desprecio o ambas. Decidió ignorarlo.
El resto del equipo, Jim, Louis, Henry, Craig, Mark, e incluso Collier Steadman, el jefe de Recursos Humanos, estaba sonriendo… ¿Alguien había echado en el dispensador de agua nitroso líquido o algo por el estilo?
—¡Vamos! —gritó David.
Pasaron sesenta decadentes minutos en el restaurante. Como era la única mujer de la mesa, se sintió como una estrella. Le retiraron la silla para que se sentase y le sirvieron una Budweiser. ¿Qué podía ser más divertido?
—¿Cómo es que no os pillan saliendo cada día? —preguntó ella.
Jim, cuya familia era la dueña de un edificio de apartamentos en el Soho, terminó de masticar y respondió:
—Simplemente salimos. Si le preguntas a la zorra, siempre te dirá que no. Así que no preguntamos.
—¿No me despedirán?
Collier, de Recursos Humanos, que estaba bebiendo un vodkatini con el dedo meñique levantado, se quejó dramáticamente. Una vez, mientras estaba rellenando un plan de pensiones en la oficina, rompió a llorar porque uno de sus caniches estaba enfermo. Desconcertada, Audrey le dio una palmadita en la espalda: «Estoy segura de que se pondrá bien», le había prometido, «esos veterinarios hacen milagros». Él la agarró con fuerza y la abrazó mientras lloraba. Una locura, pero ¿quién era ella para juzgar a nadie? Ella le hablaba a un cactus.
—Audrey, querida. —Collier la reprendió como la reina de pecho grande y fuerte que era—. Eres tan divinamente novata. Es una ley: un trabajo de jornada completa necesita una hora de descanso. Además, Jim, Jill Sidenschwandt no es una zorra. Su hijo se está muriendo y ella está viendo cómo ocurre. Tú, sin embargo, eres una persona ridícula.
Audrey sonrió. Collier la saludó con su copa.
—Zo-rra —repitió Jim.
—Lo secundo. Se aprueba la moción —dijo Mark.
Se dio cuenta de que los hombres podían ser maliciosos también.
Collier suspiró.
—Repito: hijo muriéndose —dijo Collier. Había dado tres sorbos a su vodkatini y parecía mareado.
—No, yo la llamaría arpía —dijo David—. Acepté este trabajo para aprender algo. Era como una degradación del diseño gráfico. Prometió enseñarme.
Audrey frunció el ceño. Siempre había asumido que David no hacía nada porque era un vago. Nunca hubiera pensado que podía saber cómo hacer el trabajo. No le extrañaba que siempre se inclinara sobre su hombro cuando le compraba esas Coca-Colas en el almuerzo, preguntándole cuestiones básicas como: «¿Cuál de estos puntos representa las cañerías?».
—No tengo nada que hacer, es como si estuviera muriéndome por dentro —dijo Mark.
—Ahí está Kafka —lo increpó Louis. Luego tomó un trago de su tajmahal. Cada mañana llegaba tarde y se iba antes, pero a nadie le preocupaba porque nunca hacía nada.
—Chicos, ¿queréis trabajar? —preguntó Audrey—. Me imaginé que os enfadaríais si lo preguntaba, como soy nueva…
—Cuenta conmigo —dijo Craig. Después pidió la tercera copa de ginebra. El truco, que le había contado cuando se habían sentado, era pedir algo que no oliera.
Simon dejó caer el tenedor y el cuchillo, que hicieron ruido al chocar contra el plato de aluminio. Todas las miradas se giraron hacia él. Miró a Audrey con los ojos entornados y ella pudo ver que estaba intentando contener una gran cantidad de furia.
—Obviamente, eres una especie de genio —le espetó—, pero si hoy la hubieras cagado, no te engañes a ti misma, te hubieran despedido. Y unos cuantos de nosotros habríamos recogido nuestros despachos también. Sobre el papel, si te das cuenta, yo soy el segundo a bordo, no la zorra enfermera. No sé qué te dice en ese despacho. Ninguno de nosotros ni siquiera sabe la mitad de las veces si los planos son los mismos de una semana para la otra. Necesitamos enseñar algo para justificar nuestras nóminas, Lucas. Tenemos familias. La Navidad está a la vuelta de la esquina.
La fulminó con la mirada. Nadie lo interrumpió. La idea de que querían supervisión nunca se le había ocurrido, en gran parte porque realmente nunca creyó que estuviera al mando. También ellos eran adultos, ¿no podían haberse remangado la camisa antes de llegar a eso y simplemente buscar trabajo sin hacer?
—Lo siento —dijo ella—. De acuerdo, no lo pensé. He estado absorta. Tan pronto como regresemos os daré algo que hacer a cada uno de vosotros.
—Mejor —dijo Simon, y ella se dio cuenta de que la celebración no había sido la única razón para llevarla a comer.
Collier empezó a aplaudir, lo cual rompió la tensión.
—Y esto, señoras y señores, ha sido nuestra lección de hoy sobre agresión pasiva. Simon tiene un montón de pequeños demonios malhumorados que sacar. Y aquí está mi contribución en agresión agresiva: si continúas utilizando la palabra que empieza por zeta para referirte a la señora Sidenschwandt, voy a abrirte un parte disciplinario.
David alzó su cerveza, al igual que Collier. Luego Jim, Craig, Louis, Henry y Mark. Finalmente, el envidioso Simon.
—Por Audrey, por un trabajo bien hecho y por más trabajo para el resto de nosotros —dijo David.
Miró alrededor de la mesa redonda, la mayor parte era un grupo sonriente y sociable. ¿Era posible, después de los últimos meses, que ella hubiera tenido la culpa? ¿Debería haberse esforzado por conocerlos? Además, ¿qué habría dicho aquella chica de dieciséis años con el mono rasgado si hubiera visto esa estampa de trabajo de ensueño en su propio futuro? Se hubiera reído tontamente con las manos ahuecadas sobre la boca y después se hubiera desprendido de toda sutileza y hubiera saltado de alegría.
Prefirió no pensar en que ninguno de ellos parecía particularmente dotado para el trabajo, que solo la mitad se lo había pedido y que probablemente se sentirían resentidos con ella cuando se dieran cuenta de cuánto había por hacer. Decidió guardar esas preocupaciones para más tarde y, en cambio, chocó su vaso medio vacío con el de Collier, luego con el de David, con el de Simon… uno tras otro, y vio ese momento feliz a través de los ojos de cierta niña de dieciséis años.