Estas páginas serán casi con plena seguridad lo último que diga sobre la industria del Holocausto. En las ediciones anteriores de esta obra dije prácticamente todo lo que quería decir desde hacía años y, disculpen la expresión trillada, no me dejaba dormir tranquilo. Por otra parte, a petición mía, mis editores convinieron generosamente en publicar una segunda edición en rústica centrada en el caso de los bancos suizos. Mi interés principal es dotar a los lectores y, en especial, a los investigadores futuros de una visión clara de lo que sucedió y de una guía que les oriente en su búsqueda entre las montañas y montañas de desinformación. Es de lamentar que el sumario del juicio no sea plenamente fiable. El juez que instruyó el proceso decidió —por motivos no divulgados pero muy fáciles de deducir— no incluir documentos cruciales en el registro del sumario. Y, para colmo, el Tribunal de Resolución de Reclamaciones (TRR), que podría haber proporcionado una valoración objetiva de las acusaciones contra los bancos suizos, ha dejado de ser una fuente fiable. Mediada su labor, ya encaminada a exculpar a los bancos suizos, el TRR fue reestructurado a fondo por figuras clave de la industria del Holocausto. Actualmente, su única función es proteger la reputación de los chantajistas. En el nuevo epílogo a esta edición se documentan copiosamente estos acontecimientos. Blandiendo el arma de una exposición bien fundada de la campaña en pro de la compensación por el Holocausto, presento en el nuevo apéndice una exhaustiva panorámica de esta «doble extorsión» de la que han sido víctimas los países europeos y los supervivientes del holocausto nazi. Sería francamente interesante leer una refutación de mis conclusiones salida de la pluma de algún miembro de la industria del Holocausto, pero sospecho —también en este caso, por motivos fáciles de conjeturar— que no se presentará la ocasión de hacerlo. Y, como decía mi difunta madre, el silencio también es una respuesta.
Sin contar con la profusión de calumnias ad hominem, la gran mayoría de las críticas a mi libro pueden subdividirse en dos categorías. Los críticos de la corriente de pensamiento dominante alegan que me he sacado de la manga una «teoría de la conspiración», mientras que los izquierdistas ridiculizan mi libro diciendo que es una defensa de «los bancos». Pero nadie, que yo sepa, ha puesto en cuestión mis conclusiones. El valor explicativo de las teorías de la conspiración es muy relativo, lo cual no significa que los individuos e instituciones del mundo real no urdan estrategias y maquinaciones. Quien opine lo contrario incurre en la misma ingenuidad que quien cree que una vasta conspiración manipula el funcionamiento de nuestro mundo. En La riqueza de las naciones, Adam Smith señala que los capitalistas «rara vez se reúnen, ni siquiera para solazarse y divertirse, pero la conversación concluye en una conspiración contra el pueblo o en algún ardid para subir los precios»[1]. ¿Convierte esto a la obra clásica de Smith en una «teoría de la conspiración»? En realidad, «teoría de la conspiración» ha llegado a ser poco más que un término peyorativo para desacreditar una forma políticamente incorrecta de presentar los hechos. Por lo tanto, sostener que poderosas organizaciones, instituciones e individuos judíos de Estados Unidos, aliados con la Administración Clinton, coordinaron un ataque contra los bancos suizos se considera a primera vista una teoría de la conspiración (y no digamos ya antisemita); mientras que mantener que los bancos suizos coordinaron un ataque contra las víctimas judías del holocausto nazi y sus herederos no puede incluirse entre las teorías de la conspiración.
Se han hecho muchas especulaciones sobre por qué una persona de izquierdas como yo defiende a los banqueros suizos. Lo cierto es que suscribo el credo de Bertolt Brecht: «¿Qué supone atracar un banco si se compara con tener un banco en propiedad?» Ahora bien, mi preocupación al escribir este libro no han sido los banqueros suizos, ni tampoco los empresarios alemanes. Lo que me interesa en realidad es restablecer la integridad del registro histórico y la inviolabilidad del martirio del pueblo judío. Lamento profundamente que la industria del Holocausto haya corrompido la historia y la memoria para ponerlas al servicio de una estafa. Los críticos izquierdistas aseguran que he hecho causa común con la Derecha. Por lo visto, no se han dado cuenta de con quiénes se asocian ellos: una banda repelente de rufianes y mercachifles forrados de pasta y de notorios apologistas de la violencia norteamericana e israelí. En lugar de contribuir a ponerlos en evidencia, mis críticos de la izquierda despotrican contra «los bancos» sin tomar en consideración los hechos. Es una muestra deplorable (y reveladora) de lo poco que cuenta en sus cálculos morales el respeto a la verdad y a los muertos.
Aparte de los agradecimientos expresados en las ediciones anteriores de este libro, quiero dar las gracias a Michael Álvarez, Camille Goodison, Maren Hackmann y Jason Coronel por la ayuda que me han prestado.
NORMAN G. FINKELSTEIN
Abril de 2003
Chicago