II

Es curioso pero apenas recuerdo mi actividad literaria durante este período. Nunca me he considerado un autor bona fide. He escrito algunas cosas, sí, libros, cuentos. Se han publicado e incluso me acostumbré a contar con ellas como fuente de ingresos definitiva; pero cuando rellenaba algún formulario y llegaba a la línea de «profesión», nunca se me ocurría poner otra cosa que el clásico «sus labores». Era una mujer casada, ése era mi estado y ésa era mi profesión. Escribía libros como algo secundario; nunca le di el pomposo nombre de «carrera»; habría parecido ridículo.

Mi suegra no lo entendía.

—Escribes muy bien, querida Agatha, y ya que lo haces tan bien, ¿no deberías escribir algo bueno, algo más serio?

Algo «que valiera más la pena» era lo que quería decir. Me resultaba difícil explicarle, y la verdad es que nunca traté de hacerlo, que escribía por entretenerme.

Quería ser una buena autora de novelas policíacas, sí, y sin duda por aquel entonces era lo bastante engreída como para pensar que lo era. Algunos de mis libros me gustaban mucho; no del todo, por supuesto, porque creo que eso no se consigue nunca. Nada sale como uno piensa cuando se toman unas notas para el primer capítulo, o mientras se anda arriba y abajo murmurando para uno mismo y viendo cómo se desarrolla la historia.