Prologuillo del traductor

Esta novela, descaradamente entretenida, es como un caballo desbocado que lleva al lector hasta el final sin posibilidad de pararse. Final que no deberá usted revelar a sus amistades, como suele decir Hitchcock; y, en verdad, La señora de Mellyn es una novela ideal para el maestro del suspense.

En nuestros tiempos de continua experimentación novelística, de misión trascendental de la novela, consignas y mensajes, lanzar una historia como ésta sólo para que la gente pase unas horas de honesta enajenación, roza en la herejía.

Es casi una ofensa a las buenas costumbres literarias que yo mismo haya traducido a Virginia Woolf —la maga del arte literario— y años después haya caído en la tentación de dar a conocer al público de habla española este sensacional melodrama, la novela de intriga más «astuta» que se ha escrito en nuestro medio siglo. Les aseguro a ustedes que para mí ha sido como escaparme de la escuela para divertirme, por una vez, inocentemente.

Victoria Holt domina la dosificación infalible de esos elementos que atraen a las grandes masas de público: aquí hay misterio, amor —mucho amor—, triunfo de los buenos, vistosos bailes, caballos impacientes, sabor típico de una atractiva región —Cornualles, el Finisterre de Inglaterra—, romance y peligro, riñas etéreas y alucinadas; el mito renovado de la Cenicienta, y sobre todo, el diabólico Mal agazapado en los rincones. No me ha extrañado que los productores cinematográficos hayan rivalizado por quedarse con los derechos de adaptación para la pantalla. Los adquirió por fin la Paramount. Poco tendrán que adaptar porque La señora de Mellyn está ya en cinemascope y en tecnicolor.

La novela de Victoria Holt es todo lo contrario a lo que persigue este género literario en nuestro tiempo. Pero su encanto para el lector moderno radica —aparte de su imantada historia— en su misma intemporalidad. Podría estar escrita en el siglo pasado si el reflejo que hay en sus páginas de la mentalidad victoriana no estuviera conseguido desde nuestros días de civilización social y de explotación sistemática del suspense.

Rafael Vázquez Zamora.