Y ésa es la historia que suelo contar a mis bisnietos.
Me la han oído muchas veces, pero siempre es la primera vez para alguno de ellos. Nunca se cansan de oírla. Juegan en el parque y en el bosque. Me traen flores de los jardines de la parte sur, un gentil tributo a la anciana que siempre puede interesarlos con la historia de cómo se casó con el bisabuelo.
Para mí está todo tan claro como si hubiera sucedido ayer. Recuerdo, como si lo estuviera viendo, el momento de mi llegada a la casa y todo lo que sucedió durante los meses que precedieron a aquellas horas espantosas que pasé en las tinieblas con los restos de Alice.
Los años que siguieron, casada ya con Connan, han sido a veces tormentosos. Connan y yo somos ambos demasiado voluntariosos para disfrutar de una paz perfecta, pero no me cabe duda de que en esos años viví intensamente y con el único hombre a quien he querido, ¿qué más puede pedir una mujer?
Ahora somos los dos muy viejos y han nacido tres Connan desde el día en que nos casamos: nuestro hijo, un nieto y un bisnieto. Ha sido para mí la mayor satisfacción haberle podido dar hijos a Connan. Tuvimos cinco hijos y cinco hijas y todos ellos han sido a su vez prolíficos.
Cuando los niños oyen mi historia, me asaetan a preguntas. Quieren saber todos los detalles.
¿Por qué creyeron que la mujer que murió en el accidente ferroviario era Alice? Pues por el medallón que llevaba. Pero la que identificó este medallón fue Celestine. Dijo que era el que ella misma le había regalado a Alice; pero no lo había visto en su vida, por supuesto.
Tuvo mucho interés en que yo aceptase a Jacinta cuando Peter me la quiso regalar por primera vez, pues temía que Connan pudiera interesarse por mí y se había hecho el plan de fomentar la amistad entre Peter y yo. Fue ella también la que más tarde, al descubrir aquel peñasco suelto en el acantilado, estuvo esperando mi llegada y lo empujó con la seguridad de que, si no lograba matarme, por lo menos me dejaría inválida.
Y fue Celestine quien envió las cartas anónimas a lady Treslyn y al fiscal comentando en ellas las sospechosas circunstancias en que murió sir Thomas. Estaba convencida de que si se producía un escándalo de esa magnitud, sería imposible el matrimonio entre Connan y lady Treslyn, por lo menos durante un buen número de años. Luego descubrió que el obstáculo era yo y, cuando supo que íbamos a casarnos, se propuso inmediatamente librarse de mí. Al fracasar en el acantilado, decidió acabar conmigo de la misma forma en que lo había hecho con Alice. Seguramente, al marcharse aquel día Peter para Australia, le sugirió el empleo de ese procedimiento. Todos sabían en la casa que Peter me cortejaba, aunque sólo pretendiera flirtear conmigo, y para todos mi desaparición no podía tener más que una explicación: me habría escapado con él.
Fue Celestine la que había puesto la pulsera de diamantes en la habitación de la señorita Jansen porque la institutriz estaba enterándose —llevada por su afición a las casas antiguas— de los secretos de construcción de Mount Mellyn y ese conocimiento la haría inevitablemente descubrir el pasadizo de los leprosos y el lugar donde había sido enterrada viva Alice. Se valió de los celos de lady Treslyn por la atractiva institutriz, pues sabía que lady Treslyn era una mujer vengativa que, si encontraba la ocasión oportuna, no dudaría en perjudicar cruelmente a la señorita Jansen.
Celestine estaba enamorada con pasión… de Mount Mellyn, y si quería casarse con Connan era sólo porque así sería la señora de la casa. Así que, al descubrir el secreto del refugio oculto en el pasadizo, no se lo había dicho a nadie y se valió de él para asesinar a Alice. Se hallaba al tanto de las relaciones íntimas entre Alice y su hermano Geoffrey. Sabía que Alvean era hija de éstos. Todo le salió muy bien porque supo aprovechar una buena oportunidad que estuvo esperando con mucha paciencia. Pero si no le hubiera sido posible presentar la muerte de Alice como ocurrida en el accidente ferroviario, habría encontrado otro medio de eliminarla lo mismo que lo intentó conmigo por medio de Jacinta.
No había contado con Gilly. ¿Quién podía pensar que una pobre criatura a la que todos consideraban idiota fuese a representar un papel tan importante en este plan diabólico? Pero Gilly había querido a Alice como después iba a quererme a mí. Sabía que Alice estaba en la casa, pues ésta le daba siempre las buenas noches después de despedirse de Alvean. En ninguna ocasión, cuando salía a alguna cena, dejó de despedirse de las niñas. Y Gilly no podía admitir que aquélla se hubiera ido de la casa sin darle las buenas noches. Por eso vigilaba continuamente y fue su rostro el que había visto yo en la mirilla cuando crucé el hall camino de la capilla con Celestine. Gilly conocía todas las mirillas secretas de la casa y las utilizaba continuamente para esperar la aparición de Alice. Gracias a eso nos había visto a Celestine y a mí entrar en el hall desde su puesto de observación en el solarium. Inmediatamente había cruzado la habitación para mirar por la abertura disimulada al otro lado y desde la cual dominaba la capilla. Desde allí nos vio cruzar hasta el pasadizo. Pero ese lado de la capilla no podía verse bien desde la mirilla del solarium y entonces Gilly corrió a la habitación que había sido de la señorita Jansen. Desde la mirilla situada allí podía verse perfectamente la entrada de los leprosos. Llegó con el tiempo justo de vernos desaparecer y esperó a que volviésemos a salir. Estuvo mucho tiempo esperando inútilmente, ya que Celestine, como es lógico, salió por la puerta del patio y escapó sigilosamente convencida de que nadie la había visto entrar en la casa ni salir de ella y que por tanto podía asegurar que no había estado allí.
Así, mientras yo pasaba aquellas horas de horror en la cámara mortuoria de Alice, Gilly seguía subida al taburete en la habitación de la señorita Jansen sin apartar la vista de la puerta del pasadizo secreto.
Connan regresó a las once, y le extrañó que la servidumbre no saliera a darle la bienvenida. Sólo le recibió la señora Polgrey.
—Vaya a decirle a la señorita Leigh que he llegado. Debía de estar un poco molesto porque era —y sigue siéndolo— de esos hombres que exigen la mayor atención y constantes muestras de afecto. Le resultaba inconcebible que yo pudiera estar durmiendo tranquilamente sabiendo que él llegaría a casa de un momento a otro.
Me representaba muy bien la escena: la señora Polgrey informándole de que yo no estaba en mi cuarto; la búsqueda por toda la casa y el terrible momento en que Connan llegó a creer lo que Celestine se había propuesto meterle en la cabeza.
—El señor Nansellock vino esta tarde a despedirse.
—Tomó el tren de las diez en Saint Germans… —le dijo la señora Polgrey.
Era fácil imaginar lo que podía haber sucedido si no me hubieran salvado. Connan habría vuelto a perder esa fe en la vida que yo empezaba a hacerle recuperar y quizás hubiera reanudado su affaire con Linda Treslyn. Pero no habría acabado en boda, porque Celestine se habría encargado de impedirlo. Y con el tiempo, habría logrado convertirse en la señora de Mount Mellyn. Habría sabido, ladinamente, hacerse imprescindible para Alvean y para él.
Pensé que era muy extraño que de haber sucedido todo esto, nadie podría haber dicho la verdad… sino los dos esqueletos tras los muros del pasadizo secreto de los leprosos. ¿Quién podía haber creído que, incluso hoy, la historia de Alice y de Martha seguiría siendo ignorada si una pobre niña criada en el dolor y viviendo en la sombra, no hubiese descubierto la verdad a los demás?
Connan me ha contado repetidas veces el alboroto que se formó en la casa con mi desaparición. Gilly se había puesto a su lado esperando que le hicieran caso.
Le tiraba de la chaqueta y buscaba desesperadamente las palabras adecuadas para hacerse entender.
—Que Dios nos perdone —suele decir Connan—, pero tardé mucho en decidirme a escucharla, lo que te hizo padecer mucho más en aquel lugar infernal.
Pero la pequeña no cesó en sus esfuerzos para que la atendiesen y consiguió llevarlos hasta la puerta disimulada del pasadizo de los leprosos.
Repetía continuamente que nos había visto entrar por allí.
Por un momento, Connan llegó a creer que Peter y yo habíamos escapado juntos de la casa utilizando aquella salida secreta para que nadie se diera cuenta de nuestra fuga. En el pasadizo había mucho polvo, pues nadie había vuelto a entrar en él desde que Alice fue allí con su asesina. Y en la capa de polvo que cubría el muro aparecían claramente las huellas de unas manos. Cuando Connan las vio, empezó a tomar a Gilly en serio.
No era fácil encontrar el resorte secreto de la puerta y no lo hubiera sido incluso sabiendo que estaba allí. Pasaron diez minutos angustiosos y Connan estaba ya dispuesto a derribar el muro.
Pero por fin dieron con el resorte y me encontraron. También encontraron a Alice.
*****
Se llevaron a Celestine a Bodmin, donde tenían que procesarla por el asesinato de Alice. Pero antes de que se pudiera celebrar el juicio, era ya Celestine una loca furiosa. Al principio, creí que éste era otro de sus trucos teatrales y es posible que empezara así, pero lo cierto es que, desde entonces hasta su muerte pasados veinte años, estuvo encerrada en un manicomio y su locura era auténtica.
Los restos de Alice fueron enterrados en el panteón donde yacían los de una mujer desconocida. Connan y yo nos casamos tres meses después de haberme sacado él de las tinieblas. Aquella terrible experiencia me había afectado mucho más de lo que yo creí en un principio, y durante más de un año padecí unas horribles pesadillas. Aunque me hubiesen abierto mi tumba a tiempo, el haber sido enterrada viva era una impresión demasiado espantosa para olvidarla.
Phillida vino a mi boda, con William y los niños. Estaba encantada y lo mismo tía Adelaide, que insistió en que se celebrase la boda en su casa de la ciudad. Así que Connan y yo tuvimos una boda elegante en Londres.
No es que nos importase, pero tía Adelaide se empeñó en esto. No sé por qué se le había metido en la cabeza que todo aquello era obra suya.
Hicimos el viaje de bodas a Italia como lo habíamos planeado el primer día de nuestro noviazgo y luego regresamos a Mount Mellyn.
Después de contarles mi historia a los niños, me quedo evocando yo sola el pasado. Pienso en Alvean, que está casada y es feliz con un propietario rural de Devonshire. En cuanto a Gilly, nunca se ha separado de mí. De un momento a otro, aparecerá por el césped trayendo el café de las once que solemos tomar en los días buenos en el cenador de los jardines de la parte sur, donde vi por primera vez juntos a lady Treslyn y Connan.
Debo confesar que lady Treslyn siguió fastidiándome durante los primeros años de mi matrimonio. Descubrí lo muy celosa y apasionada que podía ser yo. A Connan le gustaba hacerme rabiar. Incluso llegó a decirme que lo hacía para vengarse de los celos que yo le había dado con Peter Nansellock. Pero Linda Treslyn se marchó a Londres a los pocos años y supimos que se había casado allí.
Peter regresó unos quince años después de haberse marchado. Trajo esposa y dos niños, pero nada de dinero. Sin embargo, venía tan jovial y lleno de vitalidad como siempre. Entretanto, habían vendido Mount Widden y más tarde una de mis hijas había de casarse con el nuevo propietario; de modo que aquella casa era también un hogar para mí y la considero tan mía como Mount Mellyn.
Connan dijo que se alegraba del regreso de Peter. En realidad, y a pesar de los frecuentes choques de nuestros temperamentos, tanto Connan como yo sabíamos que para cada uno de nosotros no existía más que el otro.
Pasaron los años y ahora, mientras estoy aquí sentada pensando en todo ello, veo a Connan que se acerca por el camino de los jardines. Dentro de poco oiré su voz.
Y como estaremos solos, me dirá:
—Ah, mi querida señorita Leigh… —como suele hacer en sus momentos de mayor ternura, con lo cual me demuestra que no ha olvidado aquellos lejanos días.
Y se sonreirá cuando me diga que no me ve como soy ahora, como a una anciana, sino como era entonces, la institutriz algo resentida contra su sino, aferrándose desesperadamente a su orgullo y su dignidad y enamorándose a pesar de su resistencia… Su querida señorita Leigh.
Luego nos sentaremos un rato al sol, agradecidos a la vida por tantas cosas buenas como nos ha proporcionado.
Aquí viene, y Gilly tras él. Esta sigue siendo un poco distinta a las demás personas. Habla muy poco y canta mientras trabaja con aquella misma extraña voz desentonada que la hace parecer un ser que no acaba de pertenecer a este mundo.
Es curioso que mientras la veo ahora me recuerde con tanta claridad la niña que era entonces. Me hace pensar en la historia de Jennifer, la madre, que un día se internó en el mar y cómo esa historia era también parte de la mía, y cuán delicada e intrincadamente están entretejidas nuestras vidas.
Nada permanece sino la tierra y el mar, que son ahora exactamente igual que cuando Gilly fue concebida, y que el día en que Alice entró inocentemente en su tumba, y que ese otro día en que Connan me abrazó y me hizo conocer la verdadera vida.
Nacemos, sufrimos, amamos, morimos, pero las olas siguen batiendo las rocas; las semillas maduran y las cosechas surgen y desaparecen, pero la tierra perdura.